La entrevista III

Tercera parte de la entrevista, cuando aparece la subinspectora Tania Velasco

Dedicado a Quispiam

La entrevista III

—Hola, cabrón. Soy subinspectora de policía y me llamo Tania Velasco.

Pablo se quedó mirando a esas dos mujeres sin saber muy bien cómo reaccionar, ni entender qué es lo que realmente está sucediendo allí, en su despacho. La que se anunció como policía había entrado despacio en el despacho con una sonrisa que a Pablo le recordaba a una tigresa mirando a un corderito.

—¿Quién… quién es usted?

—Soy alguien que viene de tu pasado…

—¿Mi pasado…? Oiga… esto no…

—Quizá es posible que ya no te acuerdes… —le cortó la funcionaria—. Pero yo te lo voy a recordar.

La policía se detuvo un instante en la entrada del despacho, dejó la puerta abierta y un par de segundos más tarde, anduvo unos pasos dentro de él en dirección al sofá donde, Pablo todavía desnudo y con el condón lleno, miraba alternativamente a las dos mujeres.

Victoria se estaba vistiendo en silencio, sin decir nada y como si con ella no fuera la cosa, ajena y distante.

—¿Qué… qué es esto?

—Mira, payaso… —la inspectora hizo un pequeño silencio que aprovechó para quedarse de pie delante de él y observarlo—. Hace unos meses tú y otro cabronazo, un tal Martin, galés para más señas, violasteis a una amiga mía.

—Yo no he violado a nadie, ¿qué coño me está diciendo? —empezó a decir él, percatándose de lo ridículo de su aspecto y tratándose de tapar con las manos.

—Pásale su camisa y los calzoncillos, Victoria, por favor. Pero el condón no te lo quites, cerdo. No quiero que pringues el suelo con tu mierda…

—Joder, no me puedo quedar con él puesto, está, está… —dijo mirándolo—. Es una guarrada.

—Más guarrada fue la que hicisteis a mi amiga. ¿No te acuerdas?

—No sé de qué me habla… —contestó con un gesto, denotando que, en efecto, no recordaba o no caía en la cuenta de lo que le decía aquella mujer de suave acento canario, mirada felina y con una cara y figura muy atractiva.

—Hace unos meses, tú y un galés que conociste, al parecer en esa fiesta, os fuisteis con una mujer a un dormitorio. Entre la coca que os metisteis, la juerga que os estabais corriendo y que ella estaba muy afectada, acabasteis meándoos encima… ¿te acuerdas ahora?

—Puto cerdo, joder… —masculló con desprecio Victoria terminándose de colocar la melena en una sencilla coleta—. Qué ascazo…

—Muy cerdos, sí… Pero si hubiera sido solo eso… —La subinspectora miraba a Pablo con dos puñales en las pupilas. Sus ojos eran rasgados, muy bonitos y Pablo se imaginó con ella en cama, por un momento, a pesar de su situación.

Se puso el calzoncillo y la camisa, y tras un gesto que no dejaba lugar a la duda, de la tal Tania Velasco, volvió a sentarse en el sofá, sumiso y acobardado.

—Os dijo, al menos en lo que sale en el vídeo que encima grabasteis, siete veces que no, que por favor la dejarais en paz y que no quería continuar. —Se quedó callada un instante, pero con la mirada muy fija en Pablo—. Siete veces… —repite—. Siete… putas… veces. —La separación de las palabras hace que estas parezcan aún más contundentes.

—Joder… —Sus ojos brillaron un instante al recordar todo aquello—. No fue nuestra intención. El inglés ese se pasó mucho… y yo, pues al estar drogado, no… no sé, no me acuerdo muy bien.

—Pues en el vídeo, no parece que fueras muy pasivo, cabronazo. Ni el galés de los cojones hizo más que tú, ni pareces muy arrepentido o sin saber lo que hacías.

—Yo no sé nada… No tengo el vídeo ese… Fue una fiesta… Es posible que se nos fuera de las manos, pero… Joder, yo no quise lastimarla, ni hacerle nada… —suplicaba Pablo mirando a Tania y a Victoria, aunque esta, que se acababa de terminar de vestir, hacía como que no escuchaba y le obviaba.

—La violaste… —siguió Tania en un tono monocorde y suavemente peligroso—. Cuando alguien dice siete veces que no quiere y tú, cerdo cabrón, sigues metiéndosela y obligándola a tomar más coca, vuelves a penetrarla y terminas meándote encima… Yo creo que es violación y vejación. ¿A ti no te lo parece Victoria?

La chica se ha encendido un cigarrillo y lo fuma tranquilamente echando el huno hacia el techo. No suele fumar, salvo después de comer y cenar. Pero aquel brutal relato le ha hecho encenderse uno del paquete que siempre lleva en el bolso.

—Si me haces eso a mí, hago que te corten los putos huevos. Y no es en sentido figurado. —El tono de Victoria fue glacial—. Qué hijo de puta… —murmuró revolviéndose incómoda.

—Sí. Se lo merecería, sin duda.

—¿Me han denunciado? ¿Estoy detenido?

Tania Velasco, la subinspectora, sonrió con la mitad de su boca. Miró al suelo y luego a Victoria, ya totalmente vestida, que echó al aire una nueva bocanada de humo.

—No, no hay denuncia.

—¿Entonces…? ¿Joder, qué quiere de mí? ¿Dinero…? Puedo compensarla si se trata de eso. No soy un violador… —dijo Pablo en un tono lastimero y suplicante.

—Dinero… —hizo un gesto irónico la policía.

—A mí me debes dos mil euros… —intervino Victoria.

—¿Cómo? ¿Pero qué dices…? ¿Tú qué pintas en esto? -espetó despectivamente Pablo, dirigiéndose a Victoria.

—Me has contratado y no voy a pasar el período de prueba. Tú mismo me lo dijiste… hace un rato. —Victoria buscó el contrato que estaba recién firmado en la carpeta con su currículum—. Aquí lo pone… —se lo dio a Tania que empezó a reírse.

—Joder, es verdad. Le debes dos mil euracos. Enhorabuena, chica… —dijo la policía asintiendo en dirección a Victoria.

—No me jodas, no irás a pedirme eso ahora…

—Y tanto. Mira muñeco, yo soy puta y me gano la vida cobrando por follar. Y contigo, es lo que he hecho, ¿no?

—Qué cabrona… lo que has hecho no vale ese dinero y además…

—Pablete, es lo que pone en ese contrato. No deja de ser gracioso, pero es verdad. Aunque eso no es lo peor —apuntó la policía mostrando un móvil en su mano derecha.

—Dadme el vídeo, por favor —pidió con un gesto de súplica en los ojos—. No lo iba a utilizar…

—Ya, claro… Pablo, ahora, cuando llegue la sorpresa que te tenemos preparada, nos dices dónde están el resto de los vídeos esos que grabas a las chicas que contratas y te follas… —dijo Tania muy tranquila.

—¿Qué sorpresa? Joder, ya he dicho que en esa fiesta no quise… Bueno, que no quise hacer nada. No me acuerdo apenas de aquello, además. Iba muy colocado… Joder, soltadme y os juro que me encargaré de… lo que sea, de darle dinero o…

—No es solo por lo que ocurrió en la fiesta —le cortó la inspectora inmisericorde—. En mi caso, es porque es mi amiga. Y lo que de verdad me apetecería sería pegarte un tiro en las pelotas, pero no puedo hacerlo. Soy policía y no me lo permite la ley. Alguno os aprovecháis de que el asesinato es ilegal. Qué le vamos a hacer. Pero bueno, tranquilízate que hay más, Pablete… hay más…

En ese momento se escuchó un ruido de pasos cercanos en el pasillo, y por la puerta abierta del despacho aparecieron dos hombres de la seguridad de la empresa. Detrás de ellos un tercero con una carpeta y otro dos algo más jóvenes. De inmediato, unos segundos después, más despacio y con un rictus de enfado supremo, una mujer…

—Lucía… —susurró aterrado Pablo.

—Sí. Soy yo. Tu mujer. —Habló ella muy seria y situándose cerca de la policía—. Bueno, aunque me queda poco para eso. Gracias Tania. Y a ti… como te llames —dijo mirando durante unos segundos a Victoria.

Aparentaba unos cuarenta y pocos años. La tal Lucía vestía muy formal y estaba algo rellenita, pero a pesar de los mofletes y la cara de buena mujer, en su mirada se veía determinación. Y rabia.

—Pablo, te presento al notario don Ramón Satrústegui. Este —señaló Lucía al hombre más joven que va a su lado con otro maletín, y que en ese preciso momento sacaba unos papeles que le tendió a ella— es mi abogado, Pedro Martín. Y ellos —señaló mientras hablaba a los dos hombres de seguridad—, son los que se van a ocupar de que no te lleves nada de este despacho, querido.

—Esto… Lucía, ¿qué estás diciendo? Señor notario, ¿qué es esto? ¿Es legal?

—Yo he venido a dar fe de la compraventa por cien euros de esta empresa.

—¿Compraventa? Pero ¿qué coño está diciendo? —masculló enfadado y con un gesto de extrañeza.

—Sí, eso es lo que se me ha dicho… —dijo el notario algo dubitativo.

—Nos deja un momento a solas, por favor, señor notario. —Pidió Lucía—. Son solo unos instantes… para aclarar todo.

El aludido asintió y salió del despacho acompañado por el tercer hombre, el que no era el abogado de la tal Lucía. En realidad, su ayudante.

—En la sala de al lado hay una máquina de cafés y bebidas —apuntó ella—. Seré muy breve, Ramón, pero necesito hablar con mi marido unos minutos.

—Por supuesto —contestó el aludido saliendo del despacho acompañado por el ayudante del abogado, en dirección a la sala de descanso.

—Si no te importa… —medió Tania una vez que se fueron—, nosotras ya nos vamos. No tenemos nada más que hacer aquí.

—Sí, por supuesto. Pero antes quiero que escuchéis lo que voy a decirle a mi marido. Querida —miró a Victoria—, he oído lo que decías del contrato y los dos mil euros. Por supuesto que te los llevarás. Más esta… —buscó en su bolso sacando un simple sobre blanco cerrado— gratificación.

—Yo…, señora… creo que es suficiente con… —dijo Victoria.

—No, de verdad. Es lo convenido. —Le cortó suavemente Lucía, aunque decidida—. Cógelo, por favor.

Hubo un momento de silencio en donde ella se acercó un paso más al lado de Tania, y miró con furia a su marido.

—Voy a quitarte todo Pablo. Para empezar, la empresa. La vas a vender a una sociedad patrimonial creada por mí y tus hijos, por cien euros. Así tendrás para un taxi o lo que sea… Y la parte de la casa, que como sabes la tenemos a medias, se la vas a donar a tus dos hijos.

—Lucía, por Dios, no…

—No solo eres un hijo de puta que has violado a una mujer en una fiesta, puesto hasta arriba de coca. Además, mantienes relaciones sexuales con secretarias en este despacho, y las grabas para chantajearlas cuando las despides. No sé cuántas te habrás tirado, ni al número de fiestas esas con coca y mujeres a las que has estado yendo, cuando me decías que salías de viaje o de congreso. Me da igual… Pero ha llegado mi hora. Y si no quieres que tus padres, a los que aprecio y me dan una pena terrible por el hijo tan sinvergüenza que tienen, el círculo de empresarios donde fardas de la empresa y de dinero, o que tus hijos sepan un día la clase de hombre que de verdad eres, vas a firmar todo lo que hoy te ponga delante. Por supuesto, también el divorcio.

—Lucía…

—Absolutamente todo lo vas a firmar… ¿Entendido? Puedes decir que has tenido una iluminación y te vas al Tíbet o a la casa de la playa. Esa, por cierto, te la puedes quedar…

Pablo se quedó callado. Miró a Tania y a su mujer que permanecían de pie, justo enfrente de él y a una distancia de un paso escaso. Luego observó a Victoria que estaba ajena a todo, apoyada en la esquina de la mesa del que ya no es su despacho. Pensó por un segundo cómo todo se estaba yendo a la mierda, y lo bien que había empezado. Recordó vagamente aquella fiesta donde conoció al inglés o galés aquel, y a otro amigo suyo, y cómo se follaron a esa mujer que, recordaba se llamaba Isabel. A esos dos no los volvió a ver, ni siquiera en las tres fiestas blancas siguientes a las que él sí acudió. Pero no le extrañó. La gente cambiaba. La coca, las mujeres y los excesos, permanecían, pero el público podía variar.

Sintió que todo se había derrumbado a raíz de aquella noche. Que esa policía, amiga de la tal Isabel, le ha seguido el rastro hasta dar con él, y que Victoria, en realidad una puta profesional, se la acababa de jugar, de acuerdo con la policía y su mujer.

Ahora entendía ese destello que no supo ver en las miradas y comportamiento de Victoria. Que lo que él pensaba que era una casada que necesitaba con desesperación aquel trabajo, como para tirarse a su jefe el primer día, en realidad era el cumplimiento de un encargo. Una puta que se la había jugado.

Recordó de nuevo, fugazmente y a tralazos desconexos, la escena con aquella mujer, Isabel. Cómo se propasaron de ella, forzándola a mantener relaciones a pesar de sus continuadas peticiones para que la dejaran en paz. La meada sobre ella, mientras lloraba en silencio y tirada en el suelo, mientras ellos continuaban riéndose… Al final, aquel exceso en aquella casa, con esa mujer y los dos amigotes de esa noche, le habían terminado por destruir su vida.

—Bien… ya sabes lo que tienes que hacer en cuanto venga el notario. Firmar y no rechistar nada. Solo así te librarás de que todo el mundo sepa lo hijo de puta y cerdo que eres. Y no te preocupes, que no soy como tú de sinvergüenza y malnacida. Te pasaremos un pequeño sueldo de la empresa para que vivas sin mendigar. Pero no pondrás un pie por aquí, ¿entendido? Y a ti, Tania… —se volvió a la policía—, muchas gracias. De verdad. Estoy en deuda contigo.

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Cuando Tania encontró la pista del tercer integrante del grupo que violó a Isabel, puso en marcha su plan. No había pruebas de que él hubiera estado en la fiesta. Solo la confesión de un acobardado Martin tras una conversación con las dos policías amigas de Tania que, de vez en cuando, vigilaban la casa del tal Pepe. Y, aunque le pesó un enorme sufrimiento hacerlo, el reconocimiento de él en una foto que Tania le enseñó a Isabel. Solo así pudo estar segura de que Pablo era el tercer integrante de aquel sádico grupo.

Al no tener pruebas ni testimonio alguno, la venganza debía consistir en algo mucho más material que penal. Por eso contactó con Lucía tras un seguimiento de las andanzas de su marido, el tal Pablo Sánchez, gerente y dueño de una empresa de importación y exportación de aceptable tamaño y buenas ganancias.

Al principio no fue fácil, pero, finalmente, consiguió convencer a Lucía de que su marido, no solo era infiel, sino que asistía de forma regular a fiestas en donde la cocaína circulaba a raudales, y se follaba sin apenas detenerse a conocer con quién.

El resto, fue cuestión de tiempo y de encontrar a la persona que se dispusiera a hacerle picar el anzuelo del sexo a Pablo. Y entonces, se acordó de Vanessa y le preguntó a Luis dónde la había conocido. Como no iba a ser sencilla aquella conversación por los recuerdos que a Luis le traerían, tuvo que inventarse algo. La excusa fue que iba a haber una redada y quería avisarle de que no fuera ese día por aquel local.

Vanessa, o Victoria, ya no trabajaba allí, pero Tania consiguió una dirección y hablar con ella. El hecho de haber sido casi violada por dos veces en el pasado, ayudó a convencerla para ejecutar su plan.

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Ya fuera de la empresa, en la calle, Tania miró a Victoria.

—¿Quieres que te acerque a algún sitio? —le preguntó.

—No, gracias. He traído mi coche.

—Vale… Bueno, Victoria…, pues… gracias y adiós.

—De nada. Sabes que lo hubiera hecho gratis. El cabrón ese se merece mucho más de lo que le van a hacer.

—Lo sé. Pero mi amiga Isabel no quiere denunciar. Ha superado… o, mejor dicho, está superando todo esto con su marido, y… bueno… creo que es mejor dejarlo ya como está. Con respecto a este malnacido, pues es posible que se mereciera más, pero se va a quedar con una mano delante y otra detrás. Lucía lo va a desplumar. Y con razón, la verdad.

—Sí, bueno. Algo es algo. Pero violó a esa mujer… Eso no se castiga quitando el dinero o la empresa. Eso solo se paga con la cárcel.

Tania se quedó un segundo en silencio. Sí, era cierto, pero ella conocía el estado de Isabel, su actual felicidad y la sintonía que Luis y ella han vuelto a tener después de aquella historia tan negra y despiadada que protagonizó ella por camas ajenas.

—¿Qué tal…? —Victoria carraspeó dudando si continuar— ¿Qué es… de... de él? —preguntó finalmente con timidez.

Tania recordó en ese momento el día que acudió a la casa de Luis e Isabel tras las llamadas obscenas de este a su móvil anunciándole, borracho como una cuba, que se iba a acostar con una mujer. Esa chica resultó ser Vanessa. O Victoria, que era en realidad su verdadero nombre.

—Bien. Está bien —contestó la policía.

—Fue un buen tío conmigo. Se portó… bueno, ya sabes que hay mucho imbécil y pervertido suelto. Fue… fue muy educado y amable. —Victoria recordó por un momento a Luis, a ese hombre que, bebido y aturdido por una historia que le contó de forma inconexa y vaga, solo quería vengarse de su mujer echando un polvo—. No es el tipo de hombre que… que generalmente nos busca a… a nosotras, quiero decir… Yo creo que era su primera vez. O eso me pareció, la verdad.

—Me imagino. Sí, es un buen tío. Ese día se equivocó… Ellos… ellos, por culpa de ella, han tenido una historia muy complicada, pero esa noche… Ella fue un monstruo, pero recapacitó y se arrepintió. —Tania hizo un gesto elevando las cejas y negando con la cabeza—. No me extraña que fuera amable y cariñoso contigo, porque es un buen hombre. En fin… —calló un instante Tania—. Y tú —cambió el sentido de la conversación—, ¿cómo estás?

—Muy bien… Estoy … bueno, te sonará extraño, pero estoy contenta. Empezando con un chico. Se llama Andrés. Es… es lo mismo que yo, pero muy buen tío… ya sabes —le explicó de forma entrecortada y con un punto de vergüenza Victoria.

—Me alegro mucho, de verdad. —Tania hizo una escueta pausa—. Sal de esta vida en cuanto puedas, Victoria.

—Sí… es lo que los dos queremos. Salir de esto y… en fin, ya te puedes suponer… hacer una vida normal y corriente. Tener un trabajo y eso…

—Sí. Lo entiendo. Hacedlo, en serio. --Se quedó mirándola unos segundos--. Es lo mejor. Pues eso, Victoria, que gracias y… y que te salga todo bien —comentó la inspectora de policía acariciando el hombro de Victoria.

—Gracias. En eso estamos… —puso la chica una sonrisa un poco tristona.

—Te deseo toda la suerte del mundo.

—Y yo a ti, subinspectora.

—A las dos nos hace falta —sonrió levemente Tania antes de que ambas se alejasen camino de sus coches.

Cuando anduvieron unos metros, Victoria se volvió.

—¿Qué vais a hacer con los vídeos de las otras chicas?

Tania se quedó un instante pensativa. No lo sabía, porque acababan de descubrir que existían. De hecho, si lo hubieran sabido, quizá no hubiera hecho falta que Vanessa, o Victoria se tirase a Pablo. La verdad es que aquello ha salido por iniciativa de ella, que intuyó que a él le gustaba grabarlas o lo hacía para chantajearlas y que no le denunciaran una vez despedidas. Quizá, ambas cosas a la vez.

—No lo sé… Supongo que tendremos que destruirlas.

—Debería pagar también por ello ese cabrón.

—Lo sé. Pero lo que he hecho hoy no tengo nada claro que sea legal. Supongo que un buen abogado me demandaría y anularía todo. O al menos le daría pie a pedir las nulidades de la firma de los contratos de compraventa y donación. Así que, es mejor que desaparezcamos de aquí. Si Lucía quiere contactar a las chicas y que le denuncien, me parecerá bien. Pero no sé si eso sucederá…

—Al final muchos de estos cabrones nunca pagan su merecido… —añadió Victoria recordando a aquellos dos hombres, exparejas de su madre, que intentaron violarla.

—Sí, es verdad… —asumió Tania con una mirada de comprensión. Sabía lo que le había sucedido a Victoria de joven y sintió una extraña conexión con ella. Era una especie de afecto alejado, impersonal, pero verdadero. Le parecía una chica con mala suerte, que estaba todavía a tiempo de salir de aquella vida.

—Adiós, Tania —se despidió ella tras un segundo de reflexión sobre aquello.

—Adiós, Victoria.

La subinspectora vio irse a la prostituta. Vista de espaldas, con su traje de chaqueta, sus zapatos de medio tacón y su melena, pasaría por una mujer joven, normal y corriente. Una de tantas que salen de las oficinas al terminar la jornada laboral.

Mentalmente, volvió a desearle suerte, y se dio cuenta de que, en el fondo, ella y Victoria no son tan distintas. Ambas buscaban salir de su pasado, tener una alternativa de futuro y que sus vidas se encauzaran por los carriles de la normalidad.

Se dio media vuelta y se dirigió a su coche. Iba pensativa. Sabía que lo que ha hecho es completamente ilegal y que debería tener cuidado, porque un día, si se llegara a saber, puede costarle su carrera. Ya se propasó cuando visitó, junto a Luis, al tal Pepe y al inglés. Pero sabe que es su última acción de este tipo. Mientras abría con el mando a distancia su coche, pensó en Isabel y Luis. En las locuras y barbaridades que los humanos cometían y lo escasamente sensatos que muchas veces eran.

Se colocó el cinturón de seguridad y cuando se acopló su móvil, llamó por teléfono. Quería escuchar esa voz que la calma y le haced bien. Olvidarse de todo esto y enterrar, de una vez, su cruzada contra los que violaron a Isabel.

—Hola —le contestó esa voz tan tranquila y varonil.

—Hola Michel. ¿Te apetece salir a cenar conmigo hoy?

—Sí, claro que sí. Contigo, siempre —le contesta él, mientras ella esboza una sonrisa y respira sosegada.