La Entrevista

Primera parte.

Ser el jefe de recursos humanos de una empresa no siempre es tarea fácil, las personas vienen y van, hay que estar preparado para las “contingencias” cuando hay migraciones masivas de personal, y donde trabajo no es la excepción a la regla.

Un día lunes, como cualquier otro, me desperté al sonido de la alarma de mi teléfono, 4:15, me cepillé los dientes, desayuné, fumé, bebí café, volví a cepillarme, me di una buena ducha, agua fría pero soportable, se dañó el calentador del edificio y no ha habido manera de que la junta de condominio se ponga de acuerdo para solventar esta ni otra cosa que sucede.

Salgo de la ducha, me observo en el espejo del baño, a mis 41 me veo bien, mido 1,65, para algunos bajo de estatura, depende de al lado de quien me pare, cuerpo velludo repartido por pecho, abdomen, espalda, brazos y piernas, que muestra canas en el pecho, desde los 30 se me cae el cabello, lo que me ha hecho llevarlo rapado, ¿para qué seguir engañándome? Mi barba también está bastante canosa, mis cejas si conservan el negro original.

A ver… ¿Qué me pongo? Jeans… jeans… No… mejor un pantalón de gabardina gris, una camisa manga larga ¿Qué color? ¿Roja? ¿Rosada? ¿Blanca? Señores, tenemos una ganadora, será una azul rey. Con un blazer en combinación con el pantalón, zapatos de suela de cuero negros y correa del mismo color. Bóxers blancos y medias del mismo color de la camisa. No llevo corbata porque el aire acondicionado central de la oficina está dañado.

Me monto en mi auto y conduzco por toda la autopista hasta llegar donde trabajo, unos 40 minutos después, llego a la torre, estaciono en el sótano, y voy encontrando el desfile de gente en el ascensor, marco el 17, va subiendo la señora de 2, que hace unas tortas divinas, va con su bandeja de tentaciones, se sube la secretaria del 9, una niñata de unos 23 años, que cree que canta como quienes escucha en su MP3, pero maúlla como gata en celo, los musculocos del gimnasio del 14, siempre con poca ropa, ya no despiertan morbo alguno… así contemplo la variada fauna que sube y baja del ascensor diariamente hasta llegar donde trabajo, que le digo mi verdadera casa, ya que de donde me vine, prácticamente voy es a dormir.

Saludo a Ana, la recepcionista, Ana Rosa, pero le gusta que le digan Sondra.

¡Hola Sondra! Que bella te ves hoy, ¿algo nuevo para mí?

¡Hola Manu! Sí, te traje un café divino que preparé en casa, con canela y cardamomo, además de eso le coloqué un poco de agua de rosas, toma. Por cierto, tienes a 40 agendados para hoy, y además tienes reunión con el vicepresidente corporativo a las 17:00, y el cumpleaños de tu abuela, ya mandé a hacer el pastel de chocolate, con relleno de chocolate y cubierto con fondant de chocolate amargo, lo van a llevar directo a su casa a las 19:00. No te envidio cariño, y apenas es lunes. Toma, aquí está tu café. ¿Vas a querer torta de Doña María para acompañarlo?

Gracias Sondra, eres un amor. Si, más ajetreado de lo que me imaginé, pero espero que vaya bien y el tiempo me rinda y no llegue yo rendido a final de la jornada. A Doña María la acabo de ver, estaba cargando con una marquesa que se veía divina, pídele dos porciones a mi cuenta y vente a mi oficina para que las disfrutemos, ahora sí, te dejo que ni la luz de mi oficina he encendido. Te espero al rato.

Le lancé un beso y le guiñe un ojo y ella hizo lo mismo. Sondra es muy eficiente, con quién y cuándo le da la gana, tiene sus adeptos y detractores, pero ella sabe cómo irnos toreando a todos, una vez me dijo: Si yo tuviera 20 años menos, y tú fueras heterosexual, me casaría contigo. Lo cual me hizo reír a carcajadas, somos muy buenos amigos, más que íntimos, porque más de una vez le he hasta levantado el cabello para que vomite en alguna discoteca donde hemos ido después del trabajo.

A las 9:30 llegó el primero de la lista a entrevistar, al verlo casi me muero del susto. Si vas a una entrevista de empleo, salvo que sea de tatuador, o gogo-dancer, debes evitar los peinados estrafalarios el aspecto metalero, si eres hombre, en el ámbito corporativo, no importa si eres gótico, pero ni tus uñas ni párpados deben ir pintados de negro, tu cabello no debe ir en cresta, ni  mucho menos colocarte unos lentes de contacto blancos. Sin asco le dije: Media vuelta y vaya por donde vino, no lo voy a atender con esa apariencia, en el correo se le informó el código de vestimenta, si no lo puede usar, no venga.

En seguida llegó Sondra asustada, porque el individuo en cuestión le dijo algunas palabrotas, que ella no quiso repetir, refiriéndose a mí.

Me reí y le dije: Pobrecita, pero la culpa es tuya mi reina, que me lo dejaste pasar. De todos modos, ahora es cuando hay tela para cortar este día. Ella salió de mi oficina sin antes decirme: ¡Malo!

Entró una muchacha, bonita, de unos 24 años, con una cartera estilo cleptómana marfil, pantalones a la cintura, bota campana, de color negro, una blusa de seda, traslúcida, con estampado de bacterias entre negro y morado, collar de cuentas plásticas enormes negras, zarcillos negros, zapatos de tacón morados, bastante altos, y lentes de sol estilo Jackie O, colocados a modo de cintillo sobre una cabellera tipo sirena, con ondas largas y que degradaba del rubio de las raíces hasta las puntas azul marino.

Pase adelante, le dije poniéndome de pié. Siéntese.

Entró y sonrió, con cierto nerviosismo.

¿Me permites tu hoja de vida?

Sí, claro, aquí está.

Ok, ¿tu nombre es Aranxa?

No, es Arantza, con T y Z. respondió dibujando las letras en el aire.

Cuéntame, Arantza, háblame de ti, de tu vida, tus sueños, tus metas, tus logros, tu experiencia profesional… ¿por qué escogiste venir a entrevistarte aquí cuando hay otras revistas de modas donde puedes trabajar?

Así más o menos fue transcurriendo el día, a eso de las 11:00 llegó Sondra con las marquesas para que comiéramos y tomáramos café, afortunadamente, ella me lo lleva en vaso térmico.

Cariño, si no te alimentas, te me vas a descompensar, has ido un día largo y no es ni medio día. Hay un muchacho que me da excelente feeling, espero que a ti también te cause buena impresión, y yo que tu, lo contrataba de una vez.

Ya va Sondra, no te metas en mi mente, que estoy disfrutando de ésta marquesa y tu divino café. ¿Lo endulzaste con jarabe de maple?

Jajajajaja… por eso es que somos almas gemelas. Me respondió.

Y… ese muchacho, déjalo para final de jornada, a ver si me escapo de la reunión para irme temprano donde mi abuela.

Así fue transcurriendo el día, despachaba, llegaban, había quienes se habían postulado para modelos, pero los cuerpos y caras no eran ni mucho menos lo que buscaban nuestros fotógrafos. Estoy claro en que maquillaje y retoque digital hacen maravillas, pero estos especímenes había que volverlos a batir.

En mi reloj dan las 17:00, entra Sondra diciéndome que el joven en cuestión sigue esperando. Con una mueca de desagrado anticipado le pregunto ¿No se ha ido? Pues no cariño, me dice Sondra. Por más que se ha hecho aburrida la saa de espera, sigue ahí, anda, dale la entrevista. Bueh… dile que pase…

Sondra sale de mi oficina y en seguida entra un joven, de unos 28 años, aproximadamente de 1,90mts. Rubio oscuro, con algunas canas por aquí y allá, rasgos árabes, ojos verdes, bien vestido, con un blazer negro, un pantalón en juego, todo en denim, camisa morada intenso, con el botón del cuello desabrochado, zapatos negros. Por encima de la ropa, se le nota que si no es deportista, por lo menos entrena duro en el gimnasio, no al extremo de los del piso 14, gracias a Dios. Anda bien afeitado, cabello corto, se deja ver pelo en pecho.

Pasa vale, le dije sonriendo. Pasa y siéntate, ¿trajiste tu resumé?

¡Gracias! Si, aquí está, me lo extiende y al recibirlo le estrecho la mano, aprieta fuerte, pero no excesivo.

Antes de empezar, mi nombre es Manuel Alexai, veo que te llamas Rainiero Eduardo, bonita combinación, nombres de nobleza.

Rainiero sonríe tímidamente, agacha la cara y guiñe un ojo mientras se entrelaza los dedos de ambas manos.

Sigo revisando su resumé, le digo que antes, quiero que demos una vuelta por planta, lo llevo a conocer las instalaciones, le paso por las oficinas de redacción, por los laboratorios fotográficos, por el callcenter, todos los departamentos. En una de esas, me dice: Disculpa, necesito orinar, y no he visto baño en pasillos.

Puedes orinar en el que tengo en mi oficina, si no te molesta. En mi baño mandé instalar una cámara de seguridad, que sólo veo yo, desde mi celular, detrás del vidrio del espejo del baño, va de pared a pared, y tiene un gran ángulo que permite capturar todo el baño se activa apenas se abre  cierra la puerta, y se desactiva sólo con mi teléfono.

Está bien, creo que aguantaré un poco más, para poder terminar el recorrido contigo. Digo, si no hay problema.

Por mí, no hay problema, de todos modos, no es que falte mucho. Le termino de enseñar toda la empresa, y le acompaño a mi oficina, le muestro donde puede encender la luz y le pregunto si está bien.

Si, descuida, mi mamá me enseñó a bajarme y subirme los pantalones solito. Dice riéndose.

Antes de cerrar la puerta le digo que si quiere me dé su blazer para que esté más cómodo. Me lo entrega y cierra la puerta. Coloco su blazer sobre una de las sillas de la oficina y le digo: Estaré en la terraza fumando, búscame ahí al salir. Escuchando un “ujum” de parte de él.

Voy a la terraza, enciendo un cigarrillo y comienzo a ver la transmisión que me llega al móvil. No parece urgido por orinar, se mira al espejo, levanta sus brazos, flexiona sus músculos, se toca el pecho, recorre con las manos su abdomen, buscando hacia su entrepierna, la cual agarra con descaro y morbo, se lame los labios, comienza a desabrocharse lentamente la camisa, como si se tratara de un ritual de seducción. Primero los puños, luego va abriendo los botones de la camisa dejando al descubierto un torso velludo, con los vellos recortados, termina de sacarse la camisa, muestra unos brazos hermosos, unos bíceps bien formados, unos hombros anchos, tenía en ambos brazos mangas de tatuajes, con motivos orientales, peces koi, flores de loto, ramas de cerezo, buda, muy bien realizados. Se deleita viendo sus obras maestras con formas de brazos. Su cuerpo se asemeja al David de Miguel Ángel. Se para dando la espalda al espejo, y sigue posando, se mira de reojo, tensa los músculos de su espalda. La urgencia de orinar como que no era tal. Parece que estuviera en un Mister Fitness, y quisiera ser observado al máximo detalle. Se acaricia los glúteos, con glotonería. Se vuelve a poner de frente al espejo, tensa sus pectorales, los relaja, tensa su abdomen, el cual acaricia otra vez, vuelve a llegar a su paquete, que se ve bastante prometedor. Va desabrochando su cinturón, lentamente, baja la cremallera de su pantalón, poco a poco, deja ver un bóxer de licra, negro, con líneas verticales moradas, que realzaba su paquete y sus nalgas de campeonato. Poco a poco va haciendo descender su bóxer, como si supiera que lo estoy observando, se sonríe con picardía, como si de un show privado que me está dando se tratara. De frente al espejo, se pellizca con una mano un pezón, mientras con otra, baja el bóxer, intercambia manos, poco a poco, es como un juego. Baja sus pantalones a la rodilla, dejando ver unas piernas musculosas y velludas. Se gira nuevamente de espaldas al espejo, y descubre sus nalgas, redondas como dos melones, velludas como melocotones, firmes como rocas. Termina de bajarse el bóxer de frente al espejo y muestra una verga perfecta: 18cm aproximadamente en reposo, gruesa casi como una lata de cerveza con un aro de acero entre la base y el pubis, cuyo vello estaba recortado al 1, lo que la hace más imponente, con prepucio suficiente para cubrir el glande, pero no demasiado largo, se la levanta para verse las bolas, completamente lampiñas, no afeitadas, lampiñas, también adornadas con un aro de acero que las hace aún más llamativas y apetecibles, grandes, redondas, como que las hubieran esculpido con esmero, desliza su prepucio hacia atrás, y se coloca las manos tras la nuca, comienza a mear, un chorro grueso y de color amarillo intenso, casi miel sale de su miembro, esta operación dura un minuto, tal vez algo más. Toma un poco de papel sanitario, se seca el glande, se lo asea en el lavamanos, con suficiente jabón, se seca con cuidado de no dejar residuos de papel, y vuelve a vestirse. Sale del baño y se va a la terraza a buscarme.

Tan pronto veo que se vistió y empezaba a salir del baño, detengo la cámara y me guardo el móvil, enciendo otro cigarrillo.

Pensé que te había sucedido algo, ya iba a buscarte ¿Te sientes bien?

Si, no hay problema, sólo me tomó un poco más de tiempo hacer lo que iba a hacer. Por cierto, tremendo espejo, debe haber salido una fortuna tener un espejo de esas dimensiones, y la iluminación del baño es fenomenal, además que es enorme. Noté que tienes hasta un clóset y dentro del clóset una pequeña nevera, no la revisé, pero eso me llamó la atención. ¿Sueles quedarte a dormir en la oficina?

Está bien. El costo, si, fue elevado. Y el clóset, no es sólo clóset, también hay acceso a una habitación. Sólo que no lo viste. No es para dormir, es mi habitación privada. De vez en cuando es necesario tener una.

Interesante. Bueno, espero no haber atrasado algún plan. Me retiro en espera de su llamada, dijo extendiéndome la mano y sonriéndome.

Le estreché la mano y le dije viéndolo fijo a los ojos: No atrasaste nada. Es más, quiero que vengas conmigo a una celebración. Luego te llevo a casa.

Bien, no hay problema.

Salimos juntos de la oficina, todo el personal de guardia estaba en sus faenas. Tomamos el elevador hasta el sótano donde guardo mi auto.

Debe ganar muy bien en la revista, para poder tener este auto tan hermoso, es un clásico.

Si, en cuanto a marca, lleva más de 100 años en el mercado, es un Rolls Royce, el modelo es Phantom, espero te resulte cómodo.

Asegúrate bien, que vamos a darte una muestra de cómo es que le gusta ser tratado a este bebé.

Salgo como si de una competencia de automovilismo se tratara, cuatro niveles de sótano, en su mayoría llenos los puestos, salgo por la rampa y al incorporarnos a la avenida no reduzco velocidad, 60mph marcaba el velocímetro, Rainiero mira entre asustado y contento.

Baja el vidrio y enciéndeme un cigarrillo, le dije.

Él obedeció de inmediato.

Agarra uno para ti, no me gusta fumar solo cuando llevo compañía en el carro.

Así fuimos en camino, paré en un bodegón, lo invité a bajarse, le dije al dueño que si tenía de las mini Möet, y si estaban frías, me preguntó que cuántas deseaba y le dije que cuatro serían suficientes. Tomé una caja de Marlboro Fusion, luego dije: ¿A quién engaño? Dame tres de una vez y un tubo de esas galletas rellenas de nutella.

Salimos del bodegón y Rainiero me dijo: Creo que algo se pasó por alto en el bodegón…

¿En serio? ¿Qué cosa?

Algo como… pagar…

No, ya todo eso está pago. Y si me llevo el negocio completo, ellos no pierden.

Fuimos comiendo, bebiendo y fumando, llegamos donde mi abuela, quien nos recibió algo contenta y pasada de tragos.

La saludé, presenté a Rainiero, a todos les dije que trabajaba conmigo, se quedaron impactados por la buena estampa del muchacho, que no lo habían visto en la compañía, que no sabían de él, que dónde lo tenía guardado, que era un egoísta por no presentarlo… cualquier cantidad de cosas que dicen los familiares.

Comimos pastel, llegaron unos artistas de circo, pasamos un rato ameno ahí y ya a las 23:00 le dije: Yo me voy, ¿vienes conmigo o puedes movilizarte a casa?

¡Vamos! Me voy contigo.

Nos despedimos y abordamos el auto. No le pregunté dónde coños vive, no me importaba en lo más mínimo, él tampoco hizo comentario. Conduje hasta mi casa. Cuando llegamos me dijo que tenía sed.

Le dije dónde quedaba la cocina, que se podía sacar unas cervezas de la nevera, mientras yo preparaba donde él durmiera.

Al rato le dije: Listo, tienes la habitación preparada.

Gracias, respondió Rainiero a la vez que me pasaba una botella de cerveza, no sé si la quieres tomar directa de la botella o si la prefieres en vaso.

Tranquilo, así está bien.

Nos tomamos las cervezas, el insistía en volver al tema de la entrevista, en que quería formar parte del equipo de trabajo, que necesita el empleo, que tiene muchos gastos, que el alquiler de donde vive le sale caro, que el empleo que tiene no le da para costear la renta del lugar, que tiene que andar pidiendo prestado, que la situación económica del país…

Yo lo dejé hablar, me entretenía verlo como intentaba explicarme cosas que ya yo sabía por anticipado, de maneras que ya sonaban trilladas en mi cabeza, pero yo sólo tenía un pensamiento que me daba vueltas una y otra vez, su cuerpo ante la cámara. No tenía manera de disociar una cosa de la otra, este joven me estaba contando su tragedia griega y yo pensando en el mismísimo Apolo que tenía en frente al que hasta el último pelo del culo ya le conocía, pero que no lo había tocado como quisiera. Mientras recordaba esas escenas, su manera de posar frente al espejo, sin saber que estaba siendo filmado, sentía cómo corría sangre por mi cuerpo, y se dirigía a mi entrepierna. Aún cargaba los pantalones de gabardina, suelo usarlos de corte clásico, por lo que era posible que se notara la erección y no tardó en incomodarme, haciendo un movimiento inconsciente, me la acomodo con total naturalidad delante de Rainiero, de pronto sus palabras dejaron de sonar, hubo total silencio en la sala. Ante este cambio, volví en mí y me dí cuenta que él miraba mi entrepierna.

¿Pasa algo? Le dije.

No, nada Manu, nada… dijo Rainiero sin quitar la mirada de mi bulto,  con cierto tartamudeo.

Sus mejillas se sonrojaron, él estaba inclinado hacia delante, con los codos sobre las rodillas, con la botella de cerveza vacía en las manos, agarrándola con la punta de los dedos, y deslizándolos de arriba hacia abajo, suavemente, como acariciando algo, como en una especie de sublimación de algo que quería hacer.

Me pongo de pie, echando mis caderas hacia delante, como si le dijera: Si quieres ver, mira. Me agarro el tronco de mi verga y me la acomodo, por encima del pantalón, parecía que iba a estallar. Le digo: ¿Quieres otra cerveza Rainiero? Mientras apoyaba mi botella vacía sobre mi erección. Como diciéndole que sabía lo que miraba. Sin apartar la mirada de su objetivo, tragando saliva, y volviendo a tartamudear me dijo que sí, que no había problema.

Voy a la nevera, y le digo que si quiere una de la misma que estábamos tomando o si quiere una más fuerte.

La que quieras, no hay problema, de verdad la que quieras.

Busqué un par de cervezas más fuertes. Se las llevo al sillón, él se había recostado, como que estaba entrando en confianza, poco a poco, como que no es de los que les gusta presumir no precipitarse. Veo en su entrepierna que no soy el único que está erotizado, chocamos las cervezas y le dije: ¡Salud! Por el comienzo de una etapa interesante.