La entrevista
El tipo me dice: Mirá, lo que te proponemos es que vayamos a fondo con la ambigüedad y que te vistas de chica para realzar tu parte femenina, que la tienes y muy marcada. Me imagino que sos consciente de ello. Hacemos fotos, filmamos unas escenas. Y después vemos, ¿te parece?
¡No sabes la bronca que me agarré cuando descubrí que había tomado el colectivo para el otro lado! Justo hoy que tenía que llegar a tiempo a la entrevista. Lo primero que me saltó en la cabeza era que siempre me pasaban cosas así cuando estaba apurado o con el tiempo justo. Como aquella vez que tenía un examen y me dormí en el subte. Por lo menos en esta ocasión me di cuenta a las cinco o seis cuadras y me bajé rápido, casi lanzándome por la salida, detrás de los que se apelotonaban en la puerta. En la vereda me quedé pensando que me estaba boicoteando de nuevo. Porque al principio yo no estaba para nada convencido y la que me animó a ir fue Pamela, que siempre está conmigo cuando la necesito, mi amiga, la que me cuenta sus cosas y yo le cuento las mías. Fue ella la que me mostró el aviso en las redes: “Es justo para vos, no me digas, mirá si te convertis en la cara de una marca famosa”. Y me insistía sin parar, así, como es ella. Y de entrada nomás, yo le bajé el precio al entusiasmo: “Pará, ¿no ves lo ingenua que sos? Mirá si me van a seleccionar a mí”. Así estuvimos un par de días. Pamela, que es pesada cuando quiere, no aflojó hasta que le dije que lo iba a pensar. Después siguió dale que va hasta que logró que me decidiera del todo. Y que mandara las fotos a la agencia. A los dos días me llamaron para la entrevista.
¿Y justo ahora la cago yendo para el otro lado? De la mano de enfrente viene el ómnibus que me lleva. Así que corro hasta la parada justo a tiempo para tomarlo, casi vacío además, por lo que me siento en la fila de los lugares individuales y después de asegurarme que estoy en la dirección correcta me pongo a mirar por la ventana el paisaje que pasa, los negocios, las puertas de las casas, la gente. Del otro lado del pasillo una vieja me mira como quien no entiende, curiosa. Ya estoy acostumbrado.
Al final es la hora de los apurados —me digo—, porque parece que todos se hubieran confundido como yo y corren a su destino. Y encima empieza a llover, un rocío finito de mayo. Me hace gracia lo del destino. Estoy yendo a mi destino. ¿Y si tiene razón Pamela y este es mi día de suerte? ¿El primer día de mi vida futura? Miro la hora en el celu y me parece que llego, nomás.
Ahora estoy en un saloncito sentado con otros dos chicos que, como yo, esperan que los llamen. De lo que me entero es que ninguno tiene demasiada idea de en qué consiste el trabajo por el que estamos allí. Y a los que los nombran se ve que no vuelven a salir por ahí, porque no los volvemos a ver una vez que cruzan la puerta donde están entrevistando. Se los comen. La imagen me viene a la cabeza, la puerta los traga, y como sigue con hambre entonces llaman al siguiente. Deben ser los nervios de la espera. “¿Qué cosa?”, escucho que me responden y recién entonces me doy cuenta que estoy hablando en voz alta. “Nada, una pavada que se me ocurrió”, contesto. Pero ahora que se rompieron las barreras de la primera vez, no tengo más remedio que entablar un intercambio de frases de ocasión con el chico de la derecha. Es medio como yo, bien delgado, muy lindo, aunque el cuerpo no se le nota por la ropa holgada. Tiene los ojitos color caramelo. Pero la charla no dura mucho porque se escucha mi nombre, como en el consultorio del médico al que me llevaba mi mamá, y me levanto con cara de situación y a mi lado escucho “suerte” y devuelvo un “gracias, lo mismo para vos”.
Del otro lado del escritorio hay un tipo grande, como de cuarenta años, informal, nada serio ni colocado. Me recibe con una sonrisa y la mano extendida indicando que me siente nomás.
—Bueno... —duda, mira la hoja que llené a la entrada, —Gabriel, ¿no? –Asiento con la cabeza.
—Mirá, Gabriel. Voy directo al grano. Te convocamos porque nos gustaron las fotos que nos mandaste. Reunis el perfil que estamos buscando para unas filmaciones que estamos haciendo. Una cosa así, medio andrógina, artística. Queremos jugar un poco con la ambigüedad del personaje. Como les expliqué a los chicos que fui entrevistando, si estás de acuerdo con las pautas de guion y de la filmación pasamos al set y te hacemos el casting. ¿Te interesa?
—No sé, en principio supongo que sí, ¿pero qué tengo que hacer? —Trato de que no se note que estoy nervioso, pero todo me resulta medio raro.
—Primero te hacemos como una entrevista con fotos y te filmamos. Onda casting. Como un juego. Y después son varias secciones. Como te dije, el perfil que buscamos es lo andrógino, la ambigüedad sexual, un poco chico y un poco chica. Una cosa erótica, pero con una mirada artística. Te repito, son secciones de entre una y tres horas. Y cada sección que sumás vas sumando puntos y cobrando más.
Cuando finalmente le cuente a Pamela la fortuna —por lo menos para mí— que pagaban por las horas de cada sección como ellos decían, va a quedar impresionada. Al final creeré que fue eso lo que me decidió a aceptar, aparte de que alguna vez tenía que aprovechar de aquello que era notorio en mí y a veces me ponía un poco incómodo con alguna gente. Así que pasamos por una puerta lateral a una especie de galpón oscuro en el que resaltaba en un costado un espacio brillante de luces que consistía en un sillón y un fondo de colores sobre unos paneles. Muchos focos, varias lentes en distintos ángulos, aparte del chico con la cámara en la mano que me recibe. Me indican que me siente. Pamela dice que soy retímido pero aparte hay que agregar que estoy muy nervioso.
—No sé si ya hiciste fotos así. ¿No? —niego sin hablar— Bueno. Lo primero que te pido es que te sueltes un poco el pelo con las manos —Hago lo que me dice—. Así, bien, muy bien, dejá las manos a los costados de la cara, mirá la cámara. —siento los sric del obturador.
—Pero mirá lo serio que estás. Aflojate un poquito y dame una linda sonrisa.
El tiempo se estira. Yo hago lo que me dicen aunque no entiendo mucho, la verdad. En un momento se detiene y se va detrás de los focos. Las voces me llegan sin que sepa quién me habla.
—¿Te dijeron alguna vez que tenes una belleza rara?
Bajo la cabeza y junto las manos entre las piernas. Vuelve.
—Lo que te quiero pedir en esta primera sección es que muestres un poco tu lado femenino. Vos entendés. Que nos engañes un poco, que nos inquietes, a nosotros y a los que van a ver las fotos.
—Perdón, es que no se. ¿Qué hago?
—Yo te digo. Poné una mano detrás de la cabeza, ¡eso, así! El hombro contrario hacia adelante, y el brazo cruzalo de lado sobre el muslo de la otra pierna. Fruncí un poquito la boca. ¡Eso! ¡Si, por ahí! ¡Muy bien! Ahora las dos manos detrás de la cabeza. Crúzalas bien, te acaricias la nuca, ¡así, perfecto! Abrí un poco la boca, los labios hacia adelante. Tenés el pelo largo, soltalo, jugá con él. Mucho mejor —La voz me va llevando y yo obedezco. El sonido de la cámara y las luces forman una atmósfera irreal. Obedezco.
—Ahora todo el torso hacia la izquierda. Cruza los brazos y poné las manos en los hombros. Ahora imaginá que sos una chica sola en el bosque y asustada, ¡bien, así! mantené las piernas entrecerradas. Te estas cubriendo porque te miran. ¿Te animás a abrirte un poco la camisa y descubrir uno de los hombros? ¡Vamos que ya falta poco! —Obedezco. —¡Bien, muy bien! Sos el Gaby y la Gaby, sale uno y entra el otro. El hombro desnudo hacia adelante. ¡Eso! Tirame un beso, ¡muy bien! Listo. Sonrisa final. Me encantó. Ya podés aflojar.
Y cuando ellos te dejan quedás aturdido, con la excitación del momento vivido. Al principio no querés admitirlo aunque de a poco vayas aceptando que cuando lograste soltarte estuvo bueno y te gustó. Y mientras te baja la adrenalina, está lista la pantalla en la que se despliegan las fotografías que te sacaron y que tenés que admitir que son muy buenas.
—Gracias, Gabriel, la verdad es que estuvo genial. Al principio un poco tenso pero te fuiste relajando y al final jugaste bastante con el personaje. Las fotos están muy buenas. —Me alcanzan un sobre con el dinero acordado (¿Al final había sido todo tan fácil?).
—Gracias.
—De nada. ¿Te anotás mañana para la segunda sección?
No sé qué decir, pero digo —Claro, ¿por qué no?
Al día siguiente todo es más fácil. Me hacen pasar, el mismo decorado, los mismos chicos que graban.
—Bueno, Gabriel. Lo de ayer estuvo muy bien pero hoy queremos unas tomas un poco más jugadas. Así que…nada, primero quiero saber si estás de acuerdo.
—No sé, ¿qué tengo que hacer? —Algo en mí enciende una alerta. Estoy nervioso y empiezo a tener un poco de miedo.
—Mirá, lo que te proponemos es que vayamos a fondo con la ambigüedad y que te vistas de chica para realzar tu parte femenina, que la tenes y muy marcada. Me imagino que sos consciente de ello. Hacemos fotos, filmamos unas escenas. Y después vemos, ¿te parece?
Me siento como encerrado en un cascarón, el mundo desaparece y tiemblo, me meto hacia adentro pensando qué quiero hacer. ¿Qué es eso de después vemos?
Te descubrieron, Gaby, es como si supieran lo que te pasa a veces, Te preguntas si no será que conocen tus secretos ¿Acaso no será justo la oportunidad que estabas esperando para hacerlo por primera vez en público? Como aquella vez en la que estuviste a punto de salir a la calle y te contuviste por el miedo. La voz en mi cabeza se superpone con la mía.
—No sé, no estoy seguro de que esté bien, eso —¿por qué me parece que decirles que no a esta altura me resulta incómodo?—, bueno, pero solamente unas tomas y ya —pierdo la mirada en un punto del suelo, como quien no quiere que se escuche lo que acaba de decir, tímido y miedoso, como dice Pamela.
—Vení. —Gastón, que es el que entrevista, me saca del set y me lleva a una habitación para entregarme con una mujer mayor que me recibe y sin preguntar nada me dice “No tengas miedo, mi amor, ponete cómodo”.
Es así que dos horas después soy Gabriela. La mujer, que sabe lo que hace, me maquilla la cara de una manera profesional hasta casi hacer desaparecer los rasgos masculinos. Lo poco que queda —dice— forma parte del juego. Cuando te pintan los labios queda la sensación y el gusto en la boca. Me ordena que me desnude. Nota que tengo el cuerpo entero depilado. La sonrisa en su cara lo dice todo. Me señala las prendas que eligió para mí: Tanguita blanca apretada que se me mete en la raja y me acaricia la entrada, Por delante mi pene pelado se oculta haciendo un pequeño bulto en el triángulo. La señora me alcanza un par de medias blancas finísimas súper transparentes y un liguero para sostenerlas. No me pregunto si soy consciente de lo que tengo, porque lo sé, empezando por la cola redonda y dura, dos globos que se continúan en unas piernas largas con los músculos firmes sin ser marcados, la piel lisa y un poco morena, el torso estrecho y la cintura mínima. Toda mi vida fue así, una contradicción de mi cuerpo. A medida que me transformo me enciendo. Navego en las aguas calmas de un placer sutil que va de leve a tibio. La señora me alcanza un té que tomo a sorbos para no arruinar el contorno púrpura de los labios. Me preocupa el hecho de que no pueda manejar bien la situación. No. Lo que dije no es verdad. La verdad es que estoy muerto de miedo. La mujer me llena el corpiño con unas bolsitas de silicona, son blanditas, se sienten tan reales. El vestido es de una tela finita que me roza la piel y me estremece, cortito, estrecho arriba, campana abajo, tan suave que una brisa lo mueve; la manga apenas por encima de codo, con voladitos, y los hombros descubiertos. Se ve que la vieja está satisfecha con el resultado y pasa a ocuparse de mis manos, uñas largas postizas y unas pulseras tan sonoras como los aretes que me rozan las mejillas y bailan al compás de mis pasos.
—Listo. Ahora ya sos una diosa sexy a la que le faltan los zapatos —Me alcanza una sandalias que hacen juego con las medias, altísimas, de taco finito, que al pararme me elevan y me corrigen la posición haciendo que la cola se vaya hacia atrás.
—A ver, caminá un poquito para verte. —Me tiende las manos y me lleva ante el espejo—. El resto depende de vos, metete en el personaje y todo va a salir bien, vas a ver.
—¡Muuuy bieeen, Gaby! Excelente —me recibe a los gritos Gastón, el que saca las fotos. Escucho de fondo silbidos que me avergüenzan más de lo que estoy. La verdad es que en este momento lo único que quiero es escapar, salir de ahí, retroceder el tiempo y decir que no, que gracias pero no. Me siento desnudo, apenas oculto por el vestidito. Las miradas de los camarógrafos me atraviesan y no paro de temblar.
Me siento en el sillón de las luces de ayer y Gastón se acerca. No lo miro.
—Bueno, ¿cómo te sentís?
—No sé, raro, muy raro. Estoy muy nervioso —la voz me sale para adentro.
—¡Pero no! ¡No te preocupes!, que todo va a salir bien. Vas a ver. La transformación es increíble. El casting estuvo muy bien. Te ves sensacional.
La rutina empieza con los mismos movimientos que el día anterior. Pero nada es igual, de la vergüenza que me da —acá está el tímido, me dice al oído la voz de Pamela—. Sin embargo, no puedo evitar que las mejillas y las orejas se me acaloren. Percibo cada centímetro de mi piel, el roce de la falda y los volados de las mangas que me acarician. Me odio, porque este no era mi plan, pero tengo que confesar que me estoy excitando. Me acuerdo del té, ¿qué me habrán dado? De a poco, mi temor al ridículo se diluye en las miradas de aprobación de los chicos que me rodean. Mejor obedezco lo que me pide Gastón. Ya está. Me dejo llevar. Voy a lo que quieren y listo. Miro fijo al chico de barba y pelo largo de la cámara de la izquierda y le sonrío. Se nota que le gusta, así que todo lo que viene es para él. Me concentro en ello. Abro mis labios, le muevo los hombros, recojo la falda para que se vean las ligas y la bombachita. Total, en unos minutos todo va a terminar, me darán el sobre, me cambio y chau. Lo mejor que puedo hacer es seguirles la corriente, embolsar el dinero y reírme por la noche con Pamela de todo lo sucedido. La repetición de la voz de Gastón me lleva al ensueño alucinado y ya no veo más nada a mi alrededor que la cara encendida del camarógrafo. Me suelto. Escucho que me dicen “Sonrisa final. Me encantó. Ya podes aflojar”. Otra vez me encierro en mí, como que me acurruco un poco, esperando el final, la plata y chau. En vez de ello, desde atrás, una mano me acaricia el cuello y el hombro izquierdo, una cosquilla con la punta de los dedos que se deslizan rozando apenas mi piel, con intención.
—No, por favor, no. —Pero la mano no cede y baja lentamente por el brazo hasta el pecho. Sube y baja la loma que forman los pechos en el vestido finito y sigue. Me quedo inmóvil, se me corta la respiración. Los miro a todos, pero nadie me defiende. La mano llega al muslo y se mete entre mis piernas, delicadamente retira la faldita y me llega.
—¿Qué haces? ¡No! ¡No! ¡Pará, qué haces! —Pero desciende inexorablemente hacia el canal en el que se hunde la tanga. Es tan suave la caricia debajo de mis testículos que me arranca un gemido involuntario. Estoy temblando. El dedo recorre el camino entre los huevos y la entrada de mi cola.
—No me hagan esto —lo busco a Gastón—, dejame ir. —Ni me escucha.
—No te hagas el ingenuo, bebé, si hace un rato nomás nos estabas calentando a todos. Confesá que te encanta. —El dedo no cede y la pija me brota neta de la tanga, erguida, empujando la tela de la pollera. El tipo que me acaricia me da chupones en el cuello, besos cortitos, hasta el hombro. La otra mano baja por delante para manosearme las tetas. No atino a hacer nada. Estoy caliente, maldito té. Me llega la orden de Gastón.
—Ahora parate —el tipo de atrás me suelta—, y arrodíllate en el sillón mirando para atrás. —Estoy a su merced y le obedezco para que la cosa no pase a mayores.
—Eso, muy bien. Apoyate en el respaldo y levantá la falda para que veamos esa hermosa cola que tenes.
Al girar me enfrento con el que me estaba manoseándome.
—¡Dale, linda, la falda arriba! Así, ¡muy bien!, ¡uy, Dios, qué hermoso culo que tenés! Bien así, ¡qué diosa que sos! ¿Ves cómo te sale natural? ¿No ves que naciste para esto? Ahora sentate que te explico. Veamos, tercera sección. El dinero de la segunda ya es tuyo pero no lo vas a recibir hasta no completar la tercera que es el video que estamos filmando. Poses eróticas bien explícitas y un poco de sexo, lo que vos decidas. ¿Qué decís?
—Que no. Que me quiero ir. Que ya está. Se fueron a la mierda —todo de un tirón.
—Vas a perder la plata.
—No me importa.
—Me pareció que te gustaba.
—Un juego sí. Un poco de morbo también. Pero ya está, esto no. Ya me quiero ir, por favor.
—No malinterpretes. Nadie pensó que fueras a aceptar de primera pero podía ser. A lo mejor no te van los hombres. Se me hace que a vos te gustan las mujeres, ¿no es cierto?
—Sí, mucho. —Se lo digo para que la corten. Pero es la señal para que haga su aparición una tremenda chica con una figura soñada, enfundada en unas calzas estrechísimas de goma, un top de seda blanca con un escote abismo y subida a unos tacos negros que la levantan al cielo. La carita hermosa, el pelo castaño claro y lacio que le resbala por los hombros. Una boca deliciosa. Todos la miramos al unísono. Cuando se acerca para sentarse junto a mí descubro los ojitos color caramelo del chico del primer día.
—Hola, —dice— soy Lara, que bueno que volvemos a encontrarnos. —Me toma las manos y quedamos entrelazados. Apenas puedo hablar.
—¿Vos también? ¿Dijiste que sí?
—Por supuesto. A mí me encanta ganar plata y siempre fui bisexual. ¿Te gusta cómo estoy?
—Sí, claro. Estás re fuerte.
—Vos también. Tremendo vestido, me gusta. Vení, ponete de pie. —Lo hago. Hace dos días que lo único que hago es obedecer.
Me arrastra de los brazos y me rodea por la cintura. Me gusta mucho. Me calienta. Le cruzo los míos por el cuello para bajarlos hasta la cola firme, perfecta, se la acaricio y juego con el dedo en el desfiladero que se abre entre los glúteos. Sin avisar, me parte la boca en dos con una lengua húmeda y la deja adentro. Me hundo. No sé lo que hago, pero se la chupo. Me acaricia la cola y levanta la falda para que Gastón tome fotos de la tanguita y las ligas.
—¿Te gusta, no? ¿No es lindo ser dos chicas calientes y putitas? —y se ríe—.
Gastón larga la cámara y se adhiere a la cola de ella, que cuando lo nota se quiebra para entregarse, y él para imponerle el hecho evidente de que lo tiene al palo.
Ahora me doy cuenta que el paso que di con ojitos me pone seriamente en peligro. Si ahora vienen por mí va a ser difícil rehusar. Dicho y hecho. El flaco musculoso de barba se aparece para hacerme lo mismo que a la diosa engomada. Me levanta la faldita y siento el bulto tibio y duro que se acomoda para frotarse en el sendero de mi cola mientras con las manos me toca las tetas y me oprime fuerte contra él. Lara me busca por delante para entretenerme y vencer mi resistencia, así que nos tomamos las pijas mutuamente, yo metiendo la mano por dentro de la calza y ella, más fácil, por la falda que cada vez se sube más dócil al deseo de los otros. En mi cabeza la única idea que cruza es la sensación trágica de que no tengo remedio y que en cualquier momento me entran a mí también. Cuando caramelo siente que la tengo parada, se da vuelta, se arrodilla en el sillón y se baja la calza para mostrame el culo más perfecto que vi en mi vida. Con delicadez pasa la mano hacia atrás, se corre la tanga y se acomoda mi cabeza en la entrada. Desde donde estoy veo como mi carne la penetra suavemente y desaparece entre los globos mientras ella se mece sensualmente. Y así estoy, alucinado, caliente como pocas veces en mi vida, por un instante inconsciente de lo que me rodea, cuando siento el dedo encremado que se mete de lleno, abriéndome el culo sin remedio.
—¡Qué haces! ¡No! —Pero el grito se me apaga porque Caramelo me cabalga me saca un suspiro, un grito, un eco, que hace que me abandone al doble placer que mis amantes me provocan. Por la parte de atrás del sillón se aparece el tipo que me manoseaba en el principio y se baja los pantalones para ofrecerle a caramelo una pija gorda que ella empieza a lamer con ganas. Al final dejo de pensar y cuando sale el dedo me entra la cabeza de una pija tibia y llena de aceite que me atropella el ano ardiéndome en las entrañas.
—¡No! ¡Pará! ¡Me duele! ¡No quiero!
—Aspirá esto —y me ponen un frasquito debajo de la nariz. En la desesperación respiro con todas mis fuerzas. El acceso se afloja y el dolor cede dando paso al deleite de la penetración, la carne tibia de un macho metiéndose adentro mío. Primero empuja la cabeza abriéndose paso mientras el tronco que viene detrás me va llenando, hasta que siento los pelitos que me rozan los cachetes, los testículos del otro golpeando contra los míos y los míos contra los de caramelo. Puro placer. Orgásmico. Gemimos desacompasados. Tiemblo. La meto y me la meten. Mi hombre eyacula primero y me llena la colita de leche tibia. Se sale y yo, muerto de placer, adentro del culo mundo de ojitos caramelo, con la verga cada vez más dura. Cuando por momentos se saca la carne ajena de la boca, me regala un quejido gustoso. Al final me llegan los espasmos y se acompasa al ritmo de mis empujes. Gritamos juntas, gatas, putos, putas. Acabamos.
—¡Vamos, no aflojen, que estamos grabando! —La voz de Gastón llega cuando Lara me consuela en un abrazo tierno. Me besa con gusto a semen. Me toma de la mano y me indica que nos sentemos las dos en el sillón. Se sonríe. Le obedezco embobado.
—Hoy, Gaby, vas a aprender un par de cosas nuevas que nunca vas a olvidar.
Va por detrás de las luces y trae al tipo de barba y pelo largo. Lo acomoda en el medio de las cámaras y desde atrás lo acaricia con ambas manos desde el pecho a la entrepierna. Le suelta el cinturón y en un mismo impulso baja el pantalón y el slip. El hombre ayuda y se desnuda completo. Tiene el cuerpo formado, pero sin exagerar. Es lindo. Entre las piernas le cuelga, oscura, una pija larga pero no muy gruesa.
—Vení, Gaby, arrodíllate acá (Eso, así). Ahora abrí la boca con los labios hacia adelante (así, muy bien). Chupasela (sii, muy bieen, Así). Un poco más adentro (ops, parece que te está gustando). Adentro y afuera (¡muy bien!). Con la manita también. Una linda paja mientras con la lengua le chupas arriba (¿viste cómo le gusta?). Sacale la lechita y que te inunde la cara y la boca.
Desde atrás lo acaricia y mete mano para tocarle los huevos. El tipo enloquece de placer y se contorsiona. Ojitos, con un gesto tan sexy que me da envidia, se mete un dedo en la boca para ensalivarlo y luego se lo lleva por delante, baja el brazo y, aunque no se ve, es obvio que se lo mete en el culo por el gemido que le arranca. Y también por el chorro espeso de leche tibia que se escurre entre mis labios. Lo ayudo con la mano. El segundo espasmo me cruza de lleno en la cara.
Caramelo me tiende los brazos y me ayuda a levantarme. Me envuelve una nube espesa de sensaciones. La faldita se acumula en pliegues sobre mi pija erguida nuevamente. Me desconozco, porque ahora soy yo el que toma la iniciativa y de la mano lo llevo otra vez al sillón. Se me mete la idea de verlo desnudo, así que entre ambos nos liberamos de la calza que tiene adherida y aparece el cuerpo en todo su esplendor, unas caderas anchas que remata en una cintura finita. Desvarío. No puedo menos que acariciarle las piernas lisitas. No sé quién soy. Soy un impulso. No pienso lo que hago cuando le libero la pija larga y erguida de la bombacha. Sin pedirle ni rogarle me doy vuelta y me siento sobre ella.
—Ahora te toca a vos.…
Me ve llegar y acomoda la flecha para que en mi impulso de sentarme me encuentre con el palo enhiesto de lleno en el blanco.
—Ay, si, métemela, qué estoy haciendo, no, no, cogeme… —La cabeza se entierra hasta el esfínter y me detengo para que la cola se acostumbre. Ojitos sabe y me deja hacer. Gastón enfoca la cámara en el tenso instante en que me la voy comiendo. Un poquito más. Y otro. Un centímetro más. De repente la saca, y me detiene el impulso. De un pomito se embadurna los dedos y me humecta el agujero.
—Dale ahora.
—Ahí voy. —Me dejo caer y me atraviesa llenándome de carne, partiéndome al medio. Me deslizo suave hasta sentarme en él con toda la pija adentro. Quedo suspendido en el instante, gozando, inmóvil. Oigo un largo gemido, casi un grito, es el mío. Todo es sensualidad. El universo contribuye a mi goce, las medias finitas, la falda que las roza, las sandalias, las tetas que me pesan, los aretes que se mecen. En mi vida me había sentido así. En este instante me siento muy puta. Con una verga adentro. Y juego con ella haciendo que salga y entre, subiendo y bajando, la cadera hacia los costados, un baile sensual que me arranca gemidos y ayes. Con sus manos en mi cola, Caramelo contribuye. Me abraza recostándome sobre ella, envolviéndome en su aroma, y cuando yo me detengo, el arranca. Se mueve, me la entra hasta el fondo para luego negármela, para volver a empezar con un ritmo suave y cadencioso.
No sé calcular cuánto estuvimos así, perdidos los sentidos del tiempo y el espacio, envuelta en el puro ardor del sexo, follada, acariciada, acunada en sedas y perfumes. De a rato escuchaba los gemidos de mi amada ojitos. Su pija tenía vida en mi culo, sus manos se empeñaban en caricias entre mis piernas. Ya no había luces, ni tipos calientes, ni cámaras. Estaba ardiendo en el paraíso. No puedo explicar por qué pero la sentí venir y le metí el dedo ensalivado por la cola para ayudarla. Se tensó como un arco y lanzó el grito desgarrado que estaba esperando y me llenó el recto de leche tibia y yo me derramé con él en un doble orgasmo que me sobrecogió la cola y los genitales, jadeando ambas, diosas, fogosas, felices.
Recién entonces percibí en los tres pares de ojos, y en las caras alucinadas de los hombres que nos rodeaban.
El resto de lo sucedido no merece detalle, fue la pasión violenta y desbordada de un dique que hasta allí parecía contenido, el instante en que unos hombres cruzaron la línea fronteriza de la condición humana y nos cogieron como animales. Me pareció que estaban borrachos. Entraban y salían de nosotras enloquecidos, alucinados. No puedo calcular los hombres que me cogieron esa tarde. Me abrían el culo y la boca como si fuera una muñeca de plástico. Hasta para ojitos fue demasiado. En un momento nos miramos aterrados deseando que todo terminara. Se reían como hienas. Cuando creía que moriría todo terminó. Unos se derrumbaron en el piso; otro, el más lúcido, nos despidió con los sobres del pago en la mano. Nos cambiamos. Le pedí a caramelito vernos otra vez pero se negó. Le rogué que me dejara el teléfono en mi celu y también dijo que no, que era mejor así. En la puerta se tomó un taxi y lo vi partir. Esa noche nos vimos con Pamela y le mentí una historia inverosímil. Mi mundo había cambiado.