La entrevista

Representar legalmente a un peligroso criminal podía ser un triunfo en mi carrera, o el principio de mi degradación sexual.

LA ENTREVISTA

El camino hacia Los Álamos no te preparaba en absoluto para lo que allí encontrabas. La carretera era sinuosa y solitaria, con afilados acantilados bordeando los flancos de la pendiente. La soledad era casi abrumadora, y el trafico prácticamente inexistente, apenas un par de coches, tan silenciosos como los ocupantes que los conducían.

Comencé a sentirme nuevamente nervioso. El caso era muy importante para mi carrera y trate de olvidarme de la belleza de los bosques que atravesaba para concentrarme en la entrevista que se avecinaba, de la cual dependería todo.

Los Álamos aparecieron repentinamente en una vuelta del camino. El edificio era feo y burdo, y desentonaba en la punta de la montaña como un diente podrido en una boca hermosa. Quien quiera que lo hubiera diseñado había renunciado a cualquier pretensión de sentido artístico. Los Álamos era la cárcel de alta seguridad más famosa del país, donde se recluían los más peligrosos criminales, con uno de los cuales me entrevistaría en breves momentos.

Anote sus datos aquí – dijo un joven oficial frente a la reja de la entrada.

Llené el formulario, a pesar de que ya había solicitado telefónicamente el permiso para la entrevista. El guardia entró en la garita con la hoja y demoró veinte minutos en volver. Me prendió un carnet en la solapa y me indicó el camino. La verja se abrió electrónicamente y conduje despacio por el amplio patio de estacionamiento. La siguiente hora fue una sucesión de trámites y requisitos tan rigurosos que por un momento pensé que me harían desnudar antes de permitirme ver a mi posible cliente. Afortunadamente tenían modernos aparatos en los que pudieron verme hasta las muelas del juicio sin necesidad de quitarme la ropa.

Por fin comencé a adentrarme en los recovecos de Los Álamos, traspasando pasillos, rejas, controles y más controles que me dieron la impresión de estar adentrándome en un laberinto sin retorno, como seguramente sentían todos los reclusos a su llegada. Me asignaron una sala de entrevistas. Me entregaron un documento que certificaba que allí no había micrófonos ni cámaras, y me explicaron que al firmarlo aceptaba los riesgos de una entrevista en esas condiciones. Podía optar por una entrevista monitoreada, pero mi cliente había puesto sus propias condiciones.

El guardia se alejó, dejándome solo. La habitación no tenía una sola ventana. Un cubo vacío de blancas paredes, con una pequeña mesa y dos sillas atornilladas al piso. Nada más. Sentí un nudo en el estómago, por fin iba a conocer al famoso Max Shelton. Había leído tanto sobre él en los diarios que me parecía casi imposible que en breves minutos fuera a tenerlo frente a mí. Como si fuera una mítica estrella de rock o una celebridad de las películas, aunque en este caso mas bien se tratara de una película de terror. Mi cliente había confesado por lo menos tres asesinatos. Brutales y sangrientos. Su juicio preliminar había llenado los titulares de todos los periódicos y los principales noticieros de la televisión.

Una puerta en el fondo de la sala se abrió. Un guardia, alto y fornido entró, seguido de Max Shelton. Por fin lo tenia frente a mí.

Tendría unos 45 años, aunque el pelo, cortado casi al rape, le hacía parecer mucho más joven. El gesto serio, casi aburrido, aunque sus ojos, negros y vivaces bajo las espesas cejas parecieron analizarme casi con el mismo admirado detalle con el que yo lo analizaba a él. Una nariz casi afilada, algo raro en un hombre de raza negra y una boca grande de gruesos labios que no sonreían. Mucho mas alto que yo y por supuesto más fornido. Tenía esposadas las grandes manos y en cuanto tomó asiento, el guardia esposó sus tobillos a la silla también. Jamás dejó de mirarme, con el rostro pasivamente sereno, mientras por el contrario yo me ponía cada vez más nervioso.

El guardia me preguntó si deseaba que permaneciera con nosotros durante la entrevista. Los ojos negros de Max me miraron tan duramente que le indiqué que prefería estar solo con mi cliente.

Tu cliente? – dijo Max en cuanto el guardia abandonó la sala.

Su voz era profunda y grave. Pareció reverberar en la habitación y quedar vibrando atrapada dentro de las desnudas paredes.

Bueno – me defendí – si decide que mis servicios le convienen – dije con un hilo de voz.

Max me miró con el asomo de una sonrisa en sus gruesos y carnosos labios.

Pero si no eres mas que un mocoso con traje de domingo – dijo despectivo.

Me sentí humillado por su comentario, y algo contrariado por que la entrevista comenzara de aquel modo.

Tengo 29 años – le informé – me recibí con honores, fui el mejor alumno de mi generación y tengo ya una buena experiencia litigando en algunos juicios importantes – continué pomposamente, sin lograr borrarle la odiosa media sonrisa.

Eres casado? – preguntó de pronto, sorprendiéndome.

Si – respondí automáticamente – aunque no entiendo que importancia puede tener eso – completé.

Max me miró, de nuevo serio, con el seño fruncido, como si estuviera cavilando otra pregunta más importante.

Te has cogido a tu esposa por el culo? – preguntó finalmente.

Quedé estupefacto. Los colores subieron a mi rostro sin que pudiera evitarlo, lo cual siempre me ha molestado, ya que soy de piel muy blanca y en ocasiones así, me avergüenza mostrar ese rubor en mis mejillas. Seguramente Shelton lo notaba, lo cual me hizo sentir todavía mas humillado.

Y eso que puede importarle, señor Shelton? – reaccioné finalmente, en un tono tal vez mucho mas escandalizado de lo que me hubiera gustado mostrar.

Max sonrió entonces abiertamente. Sus blancos dientes brillando en su cara morena, echando la cabeza hacia atrás, mostrando su mandíbula cuadrada y mal afeitada. La voluminosa nuez de Adán bailando en su garganta.

No te enojes, chico – dijo cuando acabo de reír – sólo quería saber un poco mas de ti.

Pues no me gustan sus preguntas – dije envalentonado con su disculpa.

Y a mí no me gustas tú – contestó de pronto furioso – guardia! – gritó – sácame de aquí!.

No – pedí impulsivamente – no puede hacerme esto.

Hacerte qué? – dijo con tono despectivo.

Juzgarme tan rápidamente – expliqué – sin darme la menor oportunidad.

Max parecía calibrarme. Yo no sabía que más decirle. La entrevista estaba muy lejos de ser como la había imaginado.

Guardia! – volvió a gritar Max sin dejar de mirarme.

Nunca – contesté sin atreverme a mirarlo.

Nunca qué? – dijo Max dueño de la situación.

Nunca he penetrado a mi mujer por atrás – confesé con un hilo de voz.

Max se tranquilizó entonces. Se había salido con la suya. Ya no volvió a llamar al guardia, y de algún modo, ese momento definió la forma en que se desarrollaría la entrevista. Tras el equivocado comienzo, aceptó ser mi cliente, a pesar de considerarme demasiado joven para representarlo. Le informé entonces que había obtenido permiso para hacerle dos visitas semanales para preparar el caso y acordamos la fecha de la siguiente entrevista. Cuando abandoné Los Álamos, el frío aire de la tarde se me hizo más precioso y vital que nunca. Regresé a casa confundido. Por un lado me sentía feliz de haber conseguido un cliente tan espectacular, que seguramente catapultaría mi carrera a otras dimensiones. Por otro lado sabía que el precio sería muy alto, sin saber definir exactamente cuál sería éste.

Mi esposa estaba en casa haciendo las maletas. Sus padres estaban por celebrar su aniversario y nosotros habíamos planeado viajar a donde ellos viven para acompañarles en su fiesta. En realidad no creímos que yo tuviera alguna oportunidad con el caso Shelton, así que fue una verdadera sorpresa cuando llegué a casa y le conté a mi mujer que el famoso asesino era mi nuevo cliente.

Felicidades mi amor – dijo abrazándome feliz, pero luego comprendió que eso significaba que no podría acompañarla en el viaje, y se entristeció.

No te pongas así – dije besándola – porque sabes mejor que nadie lo importante que es esto para mí.

Tienes razón – dijo – es una oportunidad que no puedes desaprovechar. Será mejor cancelar el viaje.

No, amor, tus padres jamás te lo perdonarán – le recordé – así que ve tu sola y diviértete.

Estas seguro? – dijo cariñosa quitándome la corbata.

Por supuesto – concordé – comenzando a desvestirla.

Caímos en la cama, entre la ropa revuelta y las maletas a medio hacer. Pronto estuvimos desnudos, haciendo el amor con ansias ante la próxima separación. Llevábamos apenas tres años de casados, y el sexo era una parte muy importante de nuestra relación. Girando en la cama, en cierto momento quedó de espaldas a mí. Sus bonitas y regordetas nalgas quedaron frente a mi sexo y recordé de pronto la pregunta de Shelton. Jamás la había penetrado por detrás, y de pronto se me antojo muchísimo hacerlo. Sin dejar de abrazarla, busqué con la punta de mi pene la entrada de su trasero, empujando suavemente al encontrarla.

Qué haces? – dijo ella escandalizada al comprender mis intenciones.

Nada – mentí – no me di cuenta de lo que hacía.

Me asustaste – contestó ella dándose la vuelta y besándome en la boca – ya sabía yo que no podías desear hacerme algo tan sucio como eso.

Qué cosa? – pregunté inocentemente.

Nada, mi vida, olvídalo – dijo atrayéndome hacia su vagina, y la penetré para dar por terminado el asunto.

No pensé en lo sucedido sino hasta verla subir al avión y regresar a casa. Decidí que Shelton era un buen cliente, pero eso no le daba derecho a manipularme y que no debía dejarme influenciar por él. Con esa convicción, saqué los papeles del caso y me puse a trabajar.

Los trámites para la siguiente entrevista fueron mucho más rápidos que la primera vez. Media hora después lo esperaba en la sala de visita. Llegó serio y no abrió la boca hasta que el guardia abandonó la habitación.

Le gustó? – fue lo primero que preguntó al quedarnos solos.

Qué cosa? – pregunté a mi vez.

Si te vas a hacer el pendejo conmigo será mejor que cambie de abogado – concluyó tajante.

Ambos sabíamos de lo que estábamos hablando. Yo no era un buen contrincante para él y rápidamente claudiqué.

No, no le gustó – contesté -. Ni siquiera me permitió intentarlo. Dijo que era algo sucio.

Pinche vieja! – dijo Max simplemente – así son todas, primero dicen que no y luego les encanta que les metan la verga en el culo.

Me sentí nuevamente incómodo con el tema. Se trataba de mi mujer. Mi propia esposa, y el muy maldito se atrevía a hablar de ella como si la conociera, como si se tratara de una vulgar puta. Por supuesto no me atreví a rebatirle nada, y mi silencio lo interpretó como complicidad.

Verás – prosiguió – así comenzó mi relación con Susie.

Susie era una de las mujeres asesinadas por Shelton. La habían encontrado desnuda y atada en su cama. Violada y estrangulada, con múltiples lesiones en todo el cuerpo.

Shelton comenzó a relatarme su historia. Me describió los pormenores de su violenta relación con la mujer, relatándome con todo detalle, tal vez demasiado detalle, la forma en que se la cogía.

Tenía unas tetas grandes – las negras manos de Shelton dibujaban en el aire su tamaño – con pequeños pezones que la muy perra adoraba que le chuparan.

Yo tomaba notas, en silencio, con algunas preguntas de vez en cuando. Max no necesitaba que lo apremiaran. Contaba todo y hasta daba la impresión de disfrutarlo.

Entonces la acomodaba boca abajo – me decía – y ella comenzaba a rogar que no se lo hiciera, pero yo sabía que a la muy puta le encantaba. Le abría las nalgas para verle el ojo del culo. Yo sabía que quería que se lo reventara, aunque fingiera que no.

Las manos de Shelton ahora no dibujaban el aire. Estaban entretenidas en su propia bragueta, acariciándose un voluminoso bulto bajo el pantalón del uniforme. Procuraba no mirarlo, fingiendo que no me daba cuenta de lo que estaba haciendo, pero él sabia que lo miraba, y yo sabía que lo sabía. Un juego peligroso para el que por su supuesto yo no estaba preparado.

No puedo evitarlo – confesó de pronto y sin dejar de observarme.

Qué cosa? – pregunté aun sabiendo de antemano su respuesta.

Excitarme – aclaró, con las manos sobando su entrepierna.

Ya veo – dije mirando sus manos por un par de segundos y volviendo a mis papeles, tratando de restarle importancia.

Mira – dijo él, y obediente seguí su juego – tan sólo con recordar a Susie la verga se me para, se me pone dura, se me levanta, se me pone tiesa.

Sí, sí, ya entendí – dije sin poder quitarle la vista de encima.

La tela de los pantalones parecía ser tan delgada que el miembro de Shelton se dibujaba claramente. El bulbo de su glande y el contorno de su tronco, grueso y temible bajo la tela.

Te molestaría si me la saco? – preguntó mirándome fijamente.

No supe qué contestar, aunque sabía que de todas formas él haría lo que le viniera en gana.

Preferiría que no lo hiciera – dije finalmente.

Y yo preferiría que estuviera aquí tu mujercita y me aliviara esto – dijo apretando el bulto, haciéndolo resaltar mas todavía, grotescamente vulgar e intimidante al mismo tiempo.

La referencia a mi esposa me molestó bastante. Me puse de pie, con la firme intención de dejarlo, por muy buen cliente que fuera. Shelton ni se inmutó. Sonreía viendo mi furiosa turbación. Toqué a la puerta, alertando al guardia, que vino un minuto después.

Se marcha ya? – preguntó el guardia.

No – contestó Shelton por mí con total tranquilidad – necesita ir al baño.

El guardia me mostró el camino y lo seguí simplemente. Me acompañó hasta el lavabo, sin despegarse de mí.

Son las reglas – me explicó – una vez que se le revisa no puede abandonar la sala sino es compañía de un guardia.

Asentí, todavía incómodo, y no tuve mas remedio que tratar de orinar para justificar mi necesidad de ir al baño. Me saqué el pene y para mi sorpresa estaba medianamente erecto. El guardia no dejaba de mirarme, haciendo todavía mas difíciles las cosas. Con el pito en la mano, no podía hacer otra cosa que esperar a que me dieran ganas de orinar.

A veces escuchar otra meada ayuda – dijo el tipo acomodándose al lado.

Con absoluta desenvoltura se sacó el pene y comenzó a orinar ruidosamente. Por pura inercia bajé la mirada. Un potente chorro de orina reventó ruidosamente en la porcelana. Su hombro casi tocaba el mío. Terminó de orinar y comenzó a sacudirse el pene. La cabeza brincaba entre sus dedos, y a pesar de que ya ninguna gota salía, continuó con lo mismo. Su verga comenzó a engrosarse y la situación comenzaba a salirse ya de todo contexto. Descubrí mi propio pene endureciéndose, y avergonzado me subí la cremallera. El guardia sólo sonrió y me acompañó de regreso a la sala de entrevistas.

Shelton nos miró entrar, con esa media sonrisa enigmática que sólo logró hacerme sentir aun mas avergonzado.

Todo bien? – preguntó, sin dirigirse a ninguno en especial.

Creo que sí – dijo el guardia dejándonos solos.

Tomé asiento, sin atreverme a mirar a Shelton a los ojos.

Te enseñó la verga? – preguntó sin darme un minuto para recomponerme.

Quién? – pregunté sólo para ganar tiempo.

No te hagas el pendejo conmigo, abogadito – dijo Shelton incorporándose.

La vi apenas un par de segundos – dije colocándome las gafas, fingiendo que no me importaba.

Y la tiene grande? – continuó implacable.

Yo que sé – exploté dejando los papeles en la mesa y encarándolo.

Más grande que esta? – dijo Shelton sin alterarse con mi estallido.

Separó las manos de su regazo. En mi ausencia, se había abierto la bragueta, y ahora me mostraba su enorme y oscuro pene sin el menor reparo. No pude evitar mirar la gruesa y monumental estaca de carne, impúdicamente erecta, mostrándose orgullosa en su total longitud. Era uno de esos penes que sólo se ven en las películas pornográficas y que uno siempre piensa que no existen en la vida real.

Aquello ya era imposible de aguantar. Tomé todos los papeles y los amontoné en mi portafolio, decidido a marcharme. Toqué la puerta nuevamente y mientras el guardia venía, Shelton me advirtió.

Olvidaste los anteojos, abogado.

Regresé a la mesa para tomarlos. Shelton apresó mi mano y la llevó hasta su verga, obligándome a tocarla. La sentí caliente y dura contra el dorso de mi mano. Traté de zafarme, pero era mucho mas fuerte que yo. Finalmente me soltó.

Te espero dentro de tres días – dijo, y se abotonó la bragueta sin dejar de sonreír.

Regresé a casa hecho un mar de confusiones. A ratos decidía mandar todo al carajo y luego me arrepentía. Encontré un mensaje de mi mujer en la contestadora. Decía que me extrañaba y que me deseaba suerte con mi nuevo caso. No podía fallarle. Tomé una ducha caliente. Al salir del baño me miré desnudo frente al espejo. Al ver mi pene en el reflejo pensé en la verga de Shelton y en la del guardia. Nunca antes me había sentido atraído por los penes de otros hombres. Ahora hasta tenía una erección con sólo recordarlos. Me masturbé con rabia, pero con infinito placer, por mas que quisiera no reconocerlo.

Los tres días pasaron volando. La tercera visita y de nuevo recorrí el camino hacia Los Álamos. El guardia me sonrió, cosa que no había hecho en las visitas anteriores.

Debo revisarlo antes de la entrevista – me informó.

Porqué? – pregunté – ya lo hicieron antes de llegar aquí.

Son las reglas, abogado – dijo simplemente, comenzando a palparme.

De pie, solos él y yo en la blanca sala, recorrió rápidamente mi pecho y mis costillas. Mas abajo, sus manos se demoraron en la revisión. Toqueteó mi trasero con total detenimiento, como si hubiera encontrado un bulto sospechoso. Me mantuve en silencio, a pesar de sentir que la cosa estaba ya pasándose de la raya. Me revisó los muslos y subió hasta mi entrepierna. Me agarró los huevos y el sexo, que reaccionó con el contacto.

Creo que es suficiente, no cree? – dije ya molesto.

Eso lo decido yo – dijo con tono autoritario.

Miré sus ojos claros y fríos. El bigote rubio parecía sonreír, orgulloso del poder que ostentaba y no tuve mas remedio que dejarlo continuar. Una mano en la bragueta y otra en mis nalgas. Los minutos pasaban silenciosos.

Parece que todo esta en regla – dictaminó finalmente, y me dejó solo, a la espera de Shelton.

Regresó con él en pocos minutos. Venían los dos sonriendo, y me sentí mortificado al pensar que el guardia le había contado sobre la forma en que me había revisado. Shelton se sentó y no dijo nada hasta que estuvimos solos.

Continuemos con la entrevista – dijo, y de algún modo me sentí decepcionado de que no hiciera ningún comentario.

Me habló entonces de Marilyn, la segunda mujer asesinada. Era rubia y delgada. Los detalles de la relación parecían una copia de la primera. Shelton se explayó en la descripción de la ropa intima de la mujer.

Deberías de haberla visto – me explicaba – usaba unas pequeñas tanguitas que apenas si le cubrían el chocho, dejando asomar algunos pelos.

La vulgaridad del hombre logró hacerme sentir nuevamente incómodo, aunque de algún modo me excitaba su excitación. Lo dejé continuar, cada vez mas embelesado con su historia.

Me gustaba quitarle las bragas y olerlas – decía él – porque el olor de su coño era delicioso.

De nuevo estaba sobándose la entrepierna. Me descubrí deseando que continuara haciéndolo.

Tu mujer usa tanguitas? – preguntó con su acostumbrado y sorpresivo estilo.

Sí – contesté sin sentirme molesto con la pregunta.

Y huelen rico? – continuó mientras se acariciaba.

No lo sé – confesé – nunca he olido su ropa interior.

Pues deberías hacerlo, abogado – dijo bajándose el cierre lentamente.

No se sacó la verga. Dejó simplemente que viera un negro trozo de ella por la abertura de la cremallera abierta. Las venas del tronco resaltaban en la piel oscura. Se movió en el asiento, de modo que los pantalones y la bragueta abierta se corrieron mas hacia abajo, dejando asomar esta vez las bolas de sus huevos. Negros y cubiertos de apretados rizos oscuros.

Tienen tanta leche ya – dijo acariciándose los gordos testículos.

Asentí en silencio. No sabía que otra cosa hacer.

Me imagino que los tuyos no – continuó sin dejar de acariciarse las oscuras bolas – porque te has de coger diario a tu mujercita.

No – contesté – ella no esta. Lleva mas de una semana fuera. Se fue de viaje.

Entonces has de estar tan caliente como yo – dijo sobándose ahora el bulto de su verga erecta.

Sí – confesé casi en trance.

Déjame ver qué tan caliente – pidió con esa voz ronca y masculina.

Me puse de pie. En realidad ni yo mismo podría explicar porqué. Me bajé la cremallera. Metí la mano en el hueco abierto y me acaricié el pene sin sacármelo.

Lo tienes duro? – preguntó con la vista fija en mi cara, no en lo que hacía mi mano mas abajo.

Sí – contesté a media voz.

Guardia! – gritó de repente.

Me acomodé los pantalones a toda prisa. El guardia entró poco después.

El baño otra vez? – dijo el rubio bigote al entrar.

No supe como ocultar mi profunda excitación. Lo seguí con tal de no tener que explicarlo. Los espejos del baño me devolvieron mi propia imagen. Casi no me reconocí. La mirada vidriosa, el aliento agitado y el guardia sacándose la verga frente al urinal, descarado frente a mis ojos. Comenzó a masturbarse. La mano iba y venía sobre aquel pedazo de carne dura y tensa. No hice otra cosa que mirarlo y resoplar de excitación.

Ven aquí – dijo tomando mi mano y llevándola hasta su pene.

Lo tomé con mi mano y comencé a seguir el movimiento que la suya me señalaba. El prepucio cubría y descubría el glande. Los ojos claros ahora cerrados, concentrados en el goce que mi mano le estaba proporcionando. Se vino poco después, manchando de semen los adoquines del piso. Regresamos con Shelton.

Creo que hemos terminado por hoy – me dijo, y me sentí inexplicablemente decepcionado.

De acuerdo – acepté recogiendo los papeles – lo veré la próxima semana.

Quiero que me traigas una cosa – dijo antes de que llegara el guardia.

Qué? – pegunté, pensando en cigarrillos, libros o algo por el estilo.

Unas bragas de tu esposa – dijo llanamente – usadas y sin lavar.

Salí de allí. Necesitaba aire. Necesitaba calmarme. La verga me dolía, tensa y congestionada, pero no me detuve hasta llegar a mi casa. Automáticamente busqué en la pila de ropa sucia. Allí estaba la ultima muda de ropa sin lavar. Mía y de mi mujer. Tomé la ropa interior de ambos, oliendo mi propio olor y el de ella. Mis sentidos parecían estallar, pero me di una ducha fría y me resistí a dejarme atrapar por el monstruo del deseo.

En realidad sólo logre aplazarlo. En la siguiente visita, la ropa interior iba dentro del portafolio. El guardia ni cuenta se dio. Estuvo más pendiente de meterme mano que de revisar mis papeles. Esta vez no se demoró en mi pecho y mis costillas. Me agarró las nalgas sin mayor disimulo y me excité inmediatamente al sentir su contacto. Definitivamente muchas cosas habían cambiado. Ahora aquellas manos sobando todo mi cuerpo por encima de la ropa no hacían sino excitarme y lo dejé continuar hasta que ambos, ya jadeantes, tuvimos que suspender la revisión porque estaba ya demorándose demasiado.

Cuando Shelton llegó no me pidió la prenda íntima de mi mujer. En vez de eso comenzó a relatarme sobre Laura, su tercer victima.

En realidad no era Laura – me aclaró – no sé como se llamaría antes de la operación, pero cuando la conocí ese era su nombre.

Cuál operación? – pregunté tomando nota de ese importante dato.

Con la que le mocharon el pito – dijo con su habitual tranquilidad.

Dejé la pluma sobre la mesa. Me contó la historia con Laura y el morbo que sentía por penetrar su vagina, creada por la habilidosa pericia de un cirujano.

De cualquier forma – continuó – también me gustaba mucho darle por el culo, y creo que a ella también, o a él, que da lo mismo. Un culo es un culo, da igual si es de macho que de hembra – terminó.

Si usted lo dice – comenté nada mas por decir algo.

De nuevo estaba excitado, y yo también. Se acariciaba la verga y me miraba.

Te acordaste de mi encargo? – preguntó sobándose despacio la gruesa tranca sobre los pantalones.

Saqué el paquetito con la ropa interior. Las braguitas blancas quedaron entre ambos, sobre la mesa. Shelton las tomó y se las llevo inmediatamente a la nariz. Aspiró con fuerza, y yo con él. Me miraba fijamente.

Sácame la verga de los pantalones – ordenó.

Me hinqué entre sus piernas abiertas sin pensarlo. No quería pensar, sólo actuar sin detenerme a analizar nada. Desabotoné sus pantalones y liberé su grueso y moreno pene. De inmediato llevó las bragas hasta su erección y se acarició con ellas. La blanca y sedosa tela resbalando por la carne oscura y tensa. El olor del macho mezclándose con el delicado perfume de la prenda.

Ahora huélela tó – me dijo.

Tomé la prenda y la olí. Ahora, el penetrante aroma de su verga opacaba el del coño de mi mujer, pero la mezcla era doblemente excitante. Me tomó por los cabellos y me jaló hacia el monumento erguido. Pude olerlo ahora en vivo. Un olor salvaje, casi animal. No necesitó pedírmelo, posé los labios sobre la jugosa y gorda cabeza. Shelton suspiró de placer. Lamí el tronco, hacia abajo, a todo lo largo de su hinchado miembro, reconociendo su sabor, su textura y su tamaño.

Déjame oler ahora tus calzones – pidió.

Saqué mi ropa interior del portafolios.

Esos no – dijo – los que traes puestos ahora.

Me puse de pie como un autómata. Me quité los pantalones y sin dudarlo me quité el slip. Desnudo de cintura para abajo se los entregué. Apenas si los olió. En realidad quería otra cosa, pues me dio la vuelta sin mas explicaciones y me recostó sobre la mesa. Aplasté los anteojos y las anotaciones del caso. No me importó. Sus manos negras sobre mis blancas nalgas. Su lengua caliente lamiendo la temblorosa carne de mis glúteos.

Un culo es un culo – murmuró a mis espaldas y le di toda la razón.

Me abrió las nalgas con sus manos esposadas, amañándose de todas formas para meter su cara entre ellas. Su lengua aleteó en mi ano, imperiosa y demandante. Gemí al sentir íntimo contacto de su boca en mi culo. Jamás había conocido una sensación semejante. Su lengua humedecía por completo la raja entre mis nalgas, dejando mi culo mojado y sensible. Cada lenguetazo eran olas de placer corriendo por mi espalda.

Abogado, abogado – me dijo – te voy a reventar el culo a vergazos.

Y lo haría. Estaba seguro de que lo haría, y aun así no me importó. Permanecí en aquella sumisa posición, como seguramente lo hicieron en su momento Susie, Marilyn y Laura, aunque ellas con un trágico final. Aferrado al borde de la mesa como se aferra uno al borde de un precipicio. Asomándome al peligro, consciente de caer en cualquier momento pero deseando vivir la experiencia de todos modos.

Shelton se puso de pie, y sabía bien lo que eso significaba, que me rompería el culo a vergazos como ya me había advertido. La cabeza de su pene se acomodó entre mis glúteos, subiendo y bajando, recorriendo la raja que los dividía y acariciando con el glande pegajoso mi ano, resbaladizo y tierno con tanta humedad. Presionó encontrando mi natural resistencia, pero no tanta como para impedir que finalmente me penetrara. Tan sólo la cabeza y dolía como el miedo. Miedo de que continuara, miedo de que se detuviera, y en el compás de espera, la agonía era placer y el placer era agonía. Me aferré al acantilado, con dedos tensos y gesto desesperado. El resto de la verga entró en mi cuerpo, tan lentamente que empecé a rogar porque estuviera dentro completamente y terminara de una buena vez su dolorosa invasión.

Guardia! – gritó como tantas otras veces, con la diferencia que esta vez yo no podía moverme ni escapar.

El guardia llegó mucho más rápido de lo esperado. El bigote sediento ya de anticipación.

Te dije que me lo encularía – le dijo Shelton con la verga firmemente enterrada en mi cuerpo.

Y nunca te equivocas, desgraciado – contestó el guardia sobándose el gordo bulto de la entrepierna, dando vueltas por todos lados, atisbando entre mis piernas, desde arriba, desde abajo, maravillado con las blancas nalgas del abogado traspasadas por el negro arpón del presidiario.

El guardia se abrió la cremallera. La verga ya dura y preparada. Mi boca a su entera disposición mientras atrás el fierro candente comenzaba a moverse lentamente, llevándose consigo mis entrañas. Gemidos apagados, no supe si míos, de Shelton o del guardia, o de todos juntos a la vez. Una vorágine de sensaciones. Un cúmulo de cosas que separadas eran fantásticas, pero que juntas eran una locura que definitivamente yo no sabía manejar. Me perdí allí mismo. Deje de ser el abogado. Era un animal arponeado y destripado que sólo quería mamar y ser cogido. Los brutos se embrutecieron todavía mas, como los chacales al olfatear la presa herida. Me daban vueltas en la mesa, me subían, me bajaban, intercambiaban las posiciones, perforándome, sometiéndome, usándome sin la menor consideración, y a pesar de todo, en el fondo de todo, voluntariamente participé de todo.

Probablemente esta certeza fue la que me permitió aguantar hasta el final. Resistir hasta tener el semen de Shelton escurriendo entre mis muslos, y el del guardia resbalando por mi garganta.

Quieres que te la mame? – preguntó el guardia viendo mi erección.

No – contesté comenzando a vestirme.

El calzón me lo arrebató Shelton antes de poder ponérmelo.

De recuerdo – dijo simplemente.

Recuerdos los míos, pensé para mis adentros poniéndome los pantalones sin ropa interior, dolorosamente consciente del roce de mi verga excitada contra la tela. Salí despeinado y sucio. No me importaron las miradas curiosas de los demás guardias en el largo trayecto hacia la salida. Me cubría la entrepierna con el portafolio, o de lo contrario cualquiera de ellos hubiera notado la forma en que mi pene elevaba la entrepierna como una tienda de campaña. Llegué hasta el coche y comencé el descenso de Los Álamos. Mi mente aun llena de imágenes, mi cuerpo aun temblando de deseo. Tuve que frenar a medio camino.

El bosque solitario y el hambre del deseo quemándome por dentro. Me interné unos pocos metros, todo eran ramas, arbustos y el aire limpio y fresco de la tarde. Me quité la corbata, el saco y todo lo que me estorbaba. Las hojas secas crujieron bajo mi piel desnuda. Mis manos olían a semen, las puntas de los pezones erectas al contacto con el aire y los recuerdos. Comencé a masturbarme antes de que pudiera olvidar las enervantes sensaciones que acababa de experimentar, revolcándome en el penetrante aroma de los pinos mientras exudaba mi prohibido placer en el silencioso bosque.

En casa, de nuevo controlado, decidí que aquello no podía volver a repetirse. Mi relación con Shelton sería en adelante estrictamente la de cualquier cliente y abogado. Nada de sexo ni situaciones que no pudiera controlar.

Armado con esa decisión traté de poner algo de orden en el caos que eran ahora mis notas y papeles. Comencé a apilarlos y clasificarlos nuevamente. Una gruesa gota de semen humedecía uno de ellos. Sin pensarlo lo llevé hasta mi nariz, y como en un trance saqué la lengua y lo lamí. De inmediato volví a sentir la dolorosa presión del deseo.

Aun faltaban tres días para la entrevista. No sabía como iba a poder soportarlo.

Si te gustó, házmelo saber.

Altair7@hotmail.com