La entrenadora y sus alumnas
La profesora de gimnasia imparte disciplina a dos alumnas díscolas
Cansada de las clases del día recorrí las instalaciones cerrando puertas. A pesar del cansancio no tenía prisa, estaba mudándome y todavía no me habían conectado el gas del nuevo apartamento, más cercano al colegio. Trabajaba aquí desde hacía dos años. Era una institución privada, elitista y muy cara, solo contaba entre sus alumnas a las hijas de los más ricos y poderosos de Madrid.
Recogí del gimnasio los balones de baloncesto y los fui metiendo en la red. Salvo José, el conserje, no debía quedar nadie en el colegio. Había terminado el entrenamiento del equipo de baloncesto hacía media hora. Al ser una actividad extraescolar la daba después del horario de clases y mis chicas, ya en último curso, se marchaban a toda prisa deseando salir del colegio después de todo el día. Me colgué la bolsa del hombro y me dirigí al almacén para guardar los balones. Al pasar por el vestuario me pareció oír murmullos y alguna risa. Me extrañó. Guardé los balones y fui a investigar.
Iba a entrar al vestuario, pero al escuchar mi nombre me detuve junto a la puerta y presté atención.
—Que sí, que la entrenadora Maite te tiene enchufada.
—De eso nada, ¿por qué iba a estar enchufada?
—Jajaja, porque sacas dieces en todas las asignaturas, por eso.
—Eso no tiene nada que ver, si estudiaras lo que yo en vez de estar todo el día con el porno tú también sacarías buenas notas.
—Estudiar es aburrido, anda pásame el porro.
Flipé cuando escuché lo del porro. Había reconocido las voces y sabía quiénes eran las chicas. Una era Eva, la más empollona. Era una chica algo rellenita que se esforzaba mucho en clase. La otra era Marta, el terror de los profesores. Era la hija del presidente del consejo escolar. Su padre hacía y deshacía en el colegio como si le perteneciera, cosa que creo que era cierta. Me sorprendió mucho lo de Eva, lo de Marta para nada. Quizá por tener un padre dominante y autoritario mostraba una vena rebelde. Sin ser una delincuente era contestona y malhablada. Trataba a los profesores con suficiencia. En mi clase me ignoraba y hacía lo que quería rebajando mi autoridad ante las demás alumnas. Además, era una preciosidad y lo sabía, aunque vestía el sobrio uniforme del colegio lo había arreglado de tal modo que le marcaba sus bonitas curvas.
—Mira la polla de este tío, es enorme.
—Jajaja, no seas golosa.
Inspiré hondo y entré al vestuario. Las chicas estaba sentadas al final, en el banco junto a las duchas. Todavía con la ropa de gimnasia puesta se pasaban un canuto y veían una revista con las cabezas juntas. Carraspeé para llamar su atención. Se quedaron pálidas.
Las miré con severidad. Eva vestía el polo y el pantalón corto del uniforme. Marta sin embargo, por su empeño en destacarse, llevaba el mismo polo pero con un par de tallas menos de las que le correspondían y un short de lycra que le marcaba perfectamente su redondo y firme trasero. Las dos se me quedaron mirando congeladas con ojos como platos, salvo el movimiento que hizo Marta dejando caer el porro no hicieron ni un gesto. Aguanté un poco más para que se acojonaran y me acerqué despacio. Eva, que tenía la revista en las rodillas, la cerró y quiso meterla en la bolsa de gimnasia que tenía al lado.
—¡Quietas! — las dije con toda la severidad posible.
—Ya nos íbamos, entrenadora — dijo Marta levantándose.
—Vosotras no vais a ningún lado — la empujé para que se sentara otra vez.
Tranquilamente recogí la revista y me agaché para coger el porro que todavía humeaba. La revista tenía un montón de años, seguro que alguna de ellas la encontró en su casa. Era una reliquia de antes de internet. Apagué el canuto contra la suela de mi zapatilla y hojeé la revista. En su página central salía un tipo con un rabo enorme.
—¿Era esta la polla que os gustaba?
Ninguna me contestó. Eva bajó la cabeza avergonzada y Marta me miró desafiante. Una idea traviesa y perversa pasó por mi mente. Era mi oportunidad para poner en su sitio a la conflictiva y mimada hija del jefe.
—Esto tengo que decírselo al presidente. Tendréis suerte si no os expulsan. Drogas y pornografía, creo que va a ser un escándalo.
Eva mantuvo gacha la cabeza, sus hombros temblaron como si estuviera llorando. Marta se quedó más pálida todavía y le temblaron los labios. Debía tener mucho miedo a su padre.
—¿Qué fumáis, marihuana, hachís? Dádmelo — dije ante su silencio extendiendo la mano.
Marta buscó en su bolsa y me entregó una gruesa china. Hachís. Las dos chicas temblaban. La arrogancia de la niña se había esfumado en cuanto amenacé con delatarla. Algo oscuro había ahí, me lo apunté para investigarlo después.
—Recoged y marchaos — me la jugué —. Mañana presentaos a primera hora en el despacho del director.
Con la revista y la china me dirigí a la puerta tranquilamente, estaba convencida de que no llegaría a salir. Efectivamente.
—Entrenadora, por favor, no lo volveremos a hacer. No nos denuncie — lloriqueó Eva.
Seguí caminando.
—Por favor, entrenadora Maite, haremos lo que sea, pero mi padre no puede enterarse — suplicó Marta.
Me detuve complacida. En el fondo no eran más que una crías. Ingenuas y previsibles. Me volví y las vi amedrentadas, muy juntas y con los ojos húmedos.
—¿Lo que sea?
Afirmaron esperanzadas con enérgicos movimientos de cabeza. Si Marta no me hubiera puteado tanto quizá las hubiera dejado marchar con algún castigo.
—Toma Eva — le dije entregándole las llaves de mi coche —. Mi coche está aparcado fuera, es un Golf azul. En el maletero hay un montón de bolsas — todavía estaba llevando cosas a mi nuevo apartamento —. Coge un bolso negro y tráelo, no lo abras.
Saqué el juego de llaves del colegio de mi bolsillo y metí la correspondiente en la cerradura de la puerta del vestuario. Cerré la puerta sin echar la llave. Con calma me senté junto a Marta, que estaba más tranquila. La acaricié el rostro. Levanté el culo y me saqué los pantalones del chándal y las braguitas. Abrí las piernas y le dije a Marta que me miraba alucinada :
—Come.
Miraba alternativamente a mi cara y a mi coño, tenía una expresión de incredulidad que casi me hizo reír. Pero me mantuve seria.
—De rodillas. Come. ¿O quieres que le entregue el hachís al director?
La cara de la niña era un poema, con los ojos muy abiertos le cambiaba la expresión de sorpresa, a incertidumbre y varias otras cosas. Al final, resignada, se arrodilló entre mis piernas y se acercó con reparo. La costó un poco pero terminó sacando la lengua y lamiéndome. No tenía ni idea. La fui dando instrucciones de lo que tenía que hacer. A pesar de su inexperiencia y su reticencia inicial puso empeño. Pronto me abría los muslos con las manos y jugaba con la lengua. Me estaba poniendo cachonda.
—Quítate el polo y el sujetador. Quiero verte las tetas — ordené.
Sin dudar a pesar de su rostro ruborizado se quitó el polo. Un bonito sujetador deportivo apretaba su pecho. Lo sacó y disfruté de una preciosa vista. Tenía un buen par de tetas. Firmes y grandes.
—Sigue.
Volvió a su tarea y en ese momento entró Eva. Estaba gozando tanto de ver a esa niña rebelde tan sometida que si no hubiera hecho ruido al inhalar aire sorprendida no me hubiera dado cuenta.
—Cierra la puerta y siéntate aquí a mi lado — la dije.
Con Eva junto a mí me recliné sobre el respaldo y me dediqué a disfrutar de la comida de coño que me hacía Marta. Tuve que darla pocas instrucciones más, enseguida le había pillado el truco. Poco a poco me estaba llevando hacia el orgasmo. La apreté contra mí y la ordené meterme la lengua. Empecé a mover las caderas, estaba a punto.
—Méteme dos dedos y chúpame el clítoris, Marta.
Siguió mis instrucciones y en un par de minutos me estaba corriendo.
—Aaaaghhhh, joder, joder, joder, qué bien lo haces… me estoy corriendo…
Espoleada por mis gemidos chupó con más ganas y revolvió en mi interior con más fuerza, más profundo. La estaba gustando lo que hacía. No me extraña, cuando haces correrse a alguien así se tiene una sensación de poder, de tener en tus manos, o tu lengua, la capacidad de dar placer a alguien. De dominar la situación.
—Síiiiii… me coooorrooooo…
Aprisioné la cabeza de Marta hasta que acabé de temblar de placer. Cuando la liberé tenía el rostro húmedo con mis fluidos y una expresión pensativa. Respiré hondo hasta recuperarme.
—Desnudaos las dos — exigí.
Marta no dudó, sólo tenía el short y se lo quitó enseguida revelando que no llevaba nada debajo. Tenía un cuerpo impresionante, incluso mejor de lo que parecía. Con pechos llenos, cintura estrecha y un culo precioso era totalmente espectacular.
Eva, al ver a Marta, siguió sus pasos. Roja como un tomate se despojó de la ropa. Sin tener el cuerpo de su amiga y con un par de kilos de más, era muy bonita.
—¿Has visto lo que me ha hecho Marta? — la pregunté.
—Sí, entrenadora.
—Pues házselo tú a ella.
No se movió, Marta sin embargo se sentó en el banco con las piernas abiertas, mostrando su rajita rosada con el vello arreglado y recortadito. Tuve que mirarla de forma amenazante para que se decidiera. La di instrucciones como había hecho con Marta. Pronto ésta se agarraba con fuerza al banco temblándole los muslos. No puede resistirme y acaricié sus tetas que subían y bajaban al ritmo de su acelerada respiración. Cuando pensé que estaba a punto le pedí a Eva que la chupara el clítoris y la retorcí suavemente los pezones.
Pareció que le daba un ataque, todo su cuerpo tembló. Sus músculos se crisparon y empezó a gritar como si la estuvieran matando. Su cara, con la boca totalmente abierta, reflejaba todo el placer que estaba sintiendo. Al final apartó la cara de Eva, no soportaba más. Acaricié su carita hasta que se calmó, con Eva todavía entre sus piernas mirando sorprendida.
—Faltas tú, Eva — la dije —. Para ti tengo algo especial.
Abrí la bolsa que había traído del coche y rebusqué en el interior. Saqué un pequeño vibrador rosa a pilas y se lo mostré a las chicas. La cabrona de Marta sonrió, pero Eva mi miró asustada.
—Entrenadora, no puede usar eso — murmuró.
—Sí que puedo y lo voy a hacer ahora mismo.
—No es eso, es que… soy virgen.
—Ah — me había chafado los planes. No quería desvirgar a ninguna.
—¿Y tú? — pregunté mirando a Marta.
—Yo no.
—Vale — se me ocurrió una alternativa y saqué otra cosa del bolso —. Ven conmigo, Eva.
La llevé hasta el extremo del banco y la recliné sobre él dejándola con el culo en pompa.
—Marta, chúpala el culito.
Con buena disposición se puso tras ella y la abrió las nalgas. Luego se sumergió entre ellas. Esperé a que Eva empezara a gemir, cuando estaba encendida la eché un chorrito de lubricante en el agujerito.
—Primero un dedo — indiqué a Marta —, luego dos.
Como una alumna aplicada y con ganas de aprender Marta la metió un dedo. En cuanto se movió con fluidez la metió dos. Los quejidos iniciales de Eva se convirtieron en suspiros y luego en gemidos. Lubriqué el vibrador y le hice un gesto a Marta. Me dejó el camino libre y poco a poco penetré el culito de Eva. Cuando estuvo casi todo dentro lo encendí. La pobre niña dio un respingo y empezó a mover el trasero. La estaba gustando. Marta miraba atentamente. Follé su culito despacio, quería que lo disfrutara. Metía y sacaba el vibrador provocando sus gemidos.
—¿Puedo hacerlo yo, profe? — me pidió Marta.
—Claro, sigue tú.
Estuvo un rato penetrando el culo de su amiga con cara de estar disfrutando, parecía que el castigo había despertado en ella anhelos reprimidos y los estaba dejando salir.
—Marta, siéntate y pon la cabeza de Eva en tus muslos.
Eva se incorporó ligeramente, apoyó las manos en el banco y la cabeza en los muslos de Marta.
—Ahora mastúrbate, niña.
Creo que la hice feliz, mientras daba por culo a Eva con el vibrador, Marta se masturbaba frenéticamente sin perder detalle. Eva miraba fijamente la mano de su amiga mientras se daba placer. Cuando me cansé de meter y sacar el consolador deslicé una mano por debajo de Eva y le acaricié el clítoris. Fue instantáneo. Se corrió lloriqueando y gimiendo, babeando sobre el muslo de Marta. Ésta también llegó en ese momento y se corrió de forma mucho más escandalosa. Era una gritona. Seguí penetrando el trasero de Eva hasta que dejó de estremecerse.
Me senté al lado de las niñas hasta que recobraron la normalidad. Eva se incorporó y estuvimos las tres juntas un rato, hombro con hombro.
—¿Os ha gustado el entrenamiento, chicas? — pregunté con sorna.
—Sí, entrenadora — contestó Marta con un rubor precioso. Eva asintió con un gesto.
—Pues todavía no se ha terminado. Vuestro entrenamiento acaba de empezar.
Me cambié de sitio sentándome entre ambas. Me saqué la camiseta y el sujetador y me sostuve las tetas en las manos.
—Chupad, chicas, chupad.
Ni siquiera Eva dudó. Se lanzaron a por mis hermosas tetas como ávidos pajarillos. Fue una gozada, las niñas amorradas lamiendo y chupando mis pezones. Cuando empecé a ponerme caliente agarré la mano de Marta y la llevé a mi coño. Me entendió a la primera y me masturbó con habilidad sin dejar de chuparme. De esto sí sabía. Me aplicó toda la experiencia que tenía consigo misma y enseguida me tuvieron gimiendo. Les gustó oír mis suspiros y gemidos, tanto que parecieron competir en ver quién me lo hacía mejor. Me sorprendió bastante que la mano de Eva ayudara a la de Marta en mi mojado coño. Entre las dos hicieron que me corriera como una perra, levantando las caderas del banco y tensando las piernas.
—Aaaaghhhhh, perritas… qué bien me lo hacéis… síiiiiii…
Les aparté las manos cuando empezó a molestarme. Ellas me besaron los pechos levemente mientras me recuperaba. Eran un cielo.
—Ahora Martita, ponte a cuatro patas en el suelo. Eva, métele los dedos que vaya lubricando.
Marta obedeció no sin antes mirarme con preocupación, la ignoré y acudí otra vez a mi bolsa negra. Saqué un arnés con un consolador mediano acoplado y me lo coloqué. Miré a las chicas y vi que estaban siguiendo mis instrucciones.
—Eva, ponte al lado de Marta, a cuatro patas también.
Pareció decepcionada al sacar los dedos de su amiga, pero se colocó expectante queriendo ver lo que iba a hacer. Yo me puse tras Marta y pasé varias veces el consolador entre sus labios, lubricándolo. No resultó difícil, tenía el coño chorreando. No pude esperar, ver a las dos a cuatro patas, con los bonitos culos juntos y esperando a lo que quisiera hacerlas me había encendido. Lentamente la penetré. Metí unos centímetros y salí, repetí la operación varias veces, profundizando más cada vez y prestando atención a la niña por si le dolía. En el momento en que la noté mover el culo hacia mí empecé a follarla. Agarré fuerte sus caderas y la follé con ganas, pronto gimió de forma escandalosa. Eva la miraba con algo de envidia hasta que la metí un dedo en el culito, que pronto fueron dos y después tres. Ahora gemían las dos mientras las follaba. A pesar de no tener nada en mi coño yo también estaba muy excitada. Pensaba en lo cabrona que era Marta en clase, en su rebeldía, y en lo buena que estaba. Me estaba follando a la tía más buena del colegio.
—Besaos, niñas. Quiero veros.
Creo que a Marta no le gustó la orden, pero Eva se lanzó a comerle la boca a su amiga. Se morrearon, cada una gimiendo en la boca de la otra, dejando que la saliva escurriera por sus barbillas. Yo seguí follando incansable a Marta y bombeando con los dedos el culo de Eva. Estaban muy cachondas, tanto que a Marta se le aflojaron los brazos y dejó caer el pecho sobre el suelo, con la cara hacia su amiga. Ésta la imitó y lamió su cara, alternado entre besos y lametones. Decidida a terminar pronto aceleré la penetración de las chicas. Pronto empezaron a gritar, agitando los culos cuando simultáneamente les llegó el orgasmo. No paré, seguí estimulándolas para prolongar el placer. Cuando sus gemidos empezaron a menguar, poco a poco bajé el ritmo hasta detenerme.
Me levanté y quité el arnés. Las chicas quedaron donde estaban, se miraban la una a la otra sofocadas, con las caras sonrojadas y expresión satisfecha. Las dejé unos minutos. Luego busqué un sitio idóneo para lo que tenía pensado. Sonreí al encontrarlo. Abrí la puerta de una de las duchas y me quedé en el dintel, levanté los brazos y me agarré a la parte superior, no estaba muy alto y sería cómodo.
—Perritas, venid. Este será el final de vuestro entrenamiento. Quiero que una me coma el coño y la otra el culo.
Se acercaron con las piernas temblorosas, Marta estuvo más rápida y se arrodilló delante de mí. Eva ocupó mi retaguardia. Estuvo genial, verdaderamente genial. Nunca me lo habían hecho y me corrí dos veces con sus lenguas en mis agujeritos antes de parar. Creo que lo mejor fue tener a dos de las chicas más privilegiadas de la ciudad arrodilladas a mis pies dándome placer.
Tuve que descansar un rato sentada en el banco antes de atreverme a hacer lo que tenía pensado para terminar el “entrenamiento”.
—Bueno mis perritas, antes de terminar necesito castigaros. No me parece que hayáis sufrido mucho hasta ahora — las niñas sonrieron disimuladamente, luego me miraron con adoración —. ¿Quién quiere empezar?
Marta fue la primera, la tumbé en mi regazo y la di diez azotes que tuvo que contar, luego lo repetí con Eva. Cuando salimos del colegio las llevé a sus casas. Me reí entre dientes por el camino viéndolas removerse incómodas en los asientos por los culos escocidos.
Eva siguió igual que siempre, era una alumna atenta y aplicada. Marta cambió, al menos en mis clases. Parecía una alumna modelo, jajaja. Me divertí mucho provocándolas. A veces, durante la clase cuando las chicas estaba realizando algún ejercicio, miraba las tetas de Marta y daba un mordisco al aire. Ella se ruborizaba y luego sonreía tímidamente. Igual hice con Eva, salvo que esta se ponía roja como un tomate. Yo me reía por dentro. Un día cambiaron las tornas, Marta me miró la entrepierna y luego, mirándome a los ojos, se relamió. Fue mi turno de ruborizarme. Al verme cambiar de color se fue riendo a buscar a Eva y contárselo al oído. Cuando me miraron entre risitas se me escapó una sonrisa. Salvo estas pequeñas travesuras todo transcurría con normalidad.
Al menos hasta el viernes de la siguiente semana. Durante la clase extraescolar, el entrenamiento de baloncesto, las dos pasaron de mí e ignoraron mis instrucciones. En Marta eso había sido lo normal, pero Eva me sorprendió por su mal comportamiento. Cuando todas se fueron e iba a mi despacho para cambiarme y marcharme yo también, salieron del vestuario a mi paso. Me detuve y las dejé hablar sabiendo ya lo que querían.
—Entrenadora Maite — me dijo Eva —, creemos que nos hemos portado mal y que nos debería castigar —. Me sorprendió que no fuera Marta la que lo propusiera, la tímida Eva se estaba soltando.
Las contemplé a las dos, ruborizadas y preciosas mirándome con devoción.
—¿Queréis unos azotes?
—No — contestó Marta —, bueno… sí… pero después — tuve que aguantarme las ganas de reír.
—Esperadme en el vestuario. Voy a recoger una bolsa negra que dejé en el despacho por si volvía a necesitarla.
Se sonrieron entre ellas y entre saltitos y risas se metieron en el vestuario. Yo fui a por la bolsa notando cómo se me mojaban las bragas.
Durante el curso repetimos el “entrenamiento” varias veces. Cogí mucho cariño a las chicas. Descubrí que su padre golpeaba a Marta cuando vino un día a clase con un moretón en el pómulo. Al terminar la llevé a mi despacho y conseguí que lo confesara. En la siguiente reunión del claustro escolar hice un aparte con su padre y sutilmente le di mi opinión sobre los progenitores maltratadores y las posibles denuncias a la policía. Marta me confirmó que no volvió a pegarla.
Cuando se graduaron, era costumbre del colegio hacer un viaje de fin de curso de una semana. Los acompañamos cuatro profesores. Yo fui la única voluntaria, jajaja. El destino era un pueblecito cerca de Cádiz. Las playas eran increíbles, la comida estupenda y el ambiente andaluz fantástico. Dos días me pude escapar sola con ellas dos. En vez de avergonzarse se rieron a carcajadas cuando las llevé a una playa nudista. Lo pasamos fenomenal las tres jugando en el agua, espantando a los moscones y retorciéndonos de placer tras la intimidad de unas dunas.
Cuando nos despedimos al volver, conseguí retener las lágrimas hasta que se fueron. Las quería mucho.
Han pasado tres años desde aquel curso, no he querido mantener el contacto con ellas. Deben empezar a volar solas. Todavía lo recuerdo con añoranza y me hago pajas pensando en mis niñas. Y he tenido que dejar de fumar porros, siempre se me mete el humo en los ojos y acabo llorando a lágrima viva.