La entrega de una mujer casada

¿Hasta dónde puede llegar una esposa por su marido y sus hijos? ¿Y por ella misma?

Juan, a sus 40 años, lo tenía todo en la vida: dos pequeños a los que adoraba, una empresa exitosa, una completa vida social… Pero sobre todo tenía su esposa, a la que amaba con locura. Laura era una mujer de ensueño que a sus 34 años llamaba la atención tanto por su belleza como por el extraordinario atractivo de su cuerpo. Casados desde hacía siete años, Juan era feliz a su lado. Disfrutaba de su carácter jovial e inquieto, de sus ganas de hacer cosas, de ver cómo cuidaba a sus retoños con verdadero amor... Por las noches, el sexo con ella era delicioso, lleno de dulzura y cariño. La verdad es que en ocasiones a él le hubiera gustado tener una esposa algo más lanzada en la cama, pero Laura siempre le había mostrado ser más tradicional, posiblemente por la conservadora y estricta educación recibida de sus padres. Juan nunca le reprochó nada, era feliz con ella y ella con él.

Pero la mala fortuna truncó aquella envidiable existencia durante la madrugada de un sábado. Un cortocircuito en la nueva fábrica, recién inaugurada, la hizo arder como una tea en apenas unas horas. Y como las desgracias no suelen venir solas, al accidente se le sumó un error en la contratación del seguro de las nuevas instalaciones. Así, de la noche a la mañana, Juan se encontró con una fábrica calcinada, en la que había puesto todo su patrimonio, endeudándose hasta las cejas y sin compensación económica alguna para poder reconstruirla. Durante días revolvió cielo y tierra buscando quién le apoyase en rehacer su proyecto, pero se encontró todas las puertas cerradas. Finalmente, encargó a su amigo Angel, asesor de inversiones, la difícil tarea de encontrar un socio que aportase el dinero que necesitaba. Realizadas las gestiones oportunas, Angel citó finalmente a su amigo para comentarle los resultados alcanzados.

-No tengo buenas noticias, Juan –le anunció su amigo con pesar-. Lo siento, he hecho todo lo que he podido pero creo que no te voy a poder ayudar. La crisis ha sido demoledora y existe mucho miedo en los inversores a la hora de jugarse el dinero. Y empezar de cero no es algo que a la gente le atraiga.

-Pero Angel, tú sabes que no es así –respondió Juan mientras empezaba a mostrar su desesperación-. Es cierto que necesito rehacer la fábrica, pero el negocio no es nuevo. Hace ya ocho años que funciona y en este tiempo hemos alcanzado el liderazgo en el sector. Tenemos un muy buen

producto, grandes clientes y la mejor tecnología. Con un poco más de esfuerzo podríamos…

-Juan, por favor, no te engañes –le interrumpió Angel-. Sé realista, lo cierto es que ahora no tienes nada. Bueno, nada más que un solar con restos todavía humeantes y muchas deudas. Perdóname, no quiero parecerte insensible ni cruel, pero como amigo debo hacerte ver las cosas como son. No va a haber un solo inversor serio que apueste por darte el dinero que necesitas, hazme caso –le dijo Angel apoyando la mano sobre el hombro de su amigo.

-¡No puede ser, Angel, no puede ser! –exclamó Juan angustiado-. ¿Sabes lo que significa eso? Es mi ruina absoluta, toda mi vida y mis esfuerzos al traste. ¿Cómo se lo digo a mi mujer? ¿Qué va a ser de mis hijos?

Encogido en su asiento, Juan mostraba en el rostro su total desolación mientras su amigo lo observaba con pena. El silencio se mantuvo entre ellos durante unos minutos que parecieron horas. Juan pensaba en posibles salidas, pero enseguida las descartaba por inviables. De repente, pareció recordar algo y su gesto cambió.

-Angel, me has dicho que ningún “inversor serio” me apoyaría –dijo Juan fijando la vista en su amigo-. Te conozco demasiado para no darme cuenta de que en el fondo hay algo más que no me cuentas. ¿Me equivoco?

-Juan, por favor, déjalo correr. No te compliques más la vida –respondió Angel.

-¿No ves que no tengo alternativa? –insistió Juan-. Estoy desesperado, haré lo que sea por recuperar la fábrica y mi vida.

A partir de aquí, discutieron hasta alzarse la voz. Finalmente, Angel claudicó. Le habló de un tal Don Andrés, un hombre de negocios que a sus ya más de 60 años había acumulado una inmensa fortuna de origen poco confesable y que destinaba parte de ella a financiar proyectos en determinadas condiciones.

-Entonces sí que tenemos solución, ¿no? –exclamó un ilusionado Juan.

-El precio será muy alto, Juan, y es que no todas sus condiciones son económicas…

-¿Muy alto? ¿Me va a cobrar un 30 por ciento de interés? ¿O es que me va a pegar un tiro si no le devuelvo el dinero? –preguntó Juan con cierta ironía.

-No –negó serio Angel-. Las cosas no van por ahí. Lo que ocurre es que es un…

-¿Mafioso? –le interrumpió Juan.

-La cosa no va por ahí, Juan. Lo que es… -le costaba decir-. Es un degenerado, un verdadero depravado.

-¡Ja! –soltó Juan-. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? ¿Me va a querer follar a su edad?

-No te rías, la cosa es más seria de lo que puedas pensar. Estoy hablando de tu mujer.

-No te entiendo, Angel, no te entiendo. Este señor no me conoce y menos a Laura. ¿Cómo va a estar pensando en ella? –le respondió Juan extrañado.

Y Angel se lo explicó. La semana anterior se vio con Don Andrés para la firma de otro proyecto de inversión. En su despacho, sobre la mesa, Angel tenía la carpeta con el proyecto de Juan. Don Andrés, sin preguntar nada, la ojeó y se interesó por él, pero Angel, conociéndolo, no quiso comentarle nada y así quedó la cosa. Pero esa misma noche, celebrando el acuerdo alcanzado, acabaron todos medio borrachos y, cómo no, hablando de mujeres. Fue entonces cuando a Angel, desinhibido por el alcohol, se le escapó comentarle a Don Andrés que precisamente la esposa del empresario cuyo proyecto había visto antes en aquella carpeta era una verdadera preciosidad. Una rubia de rompe y rasga, con un cuerpo de infarto y una carita inocente que en conjunto la hacían una mujer de lo más deseable. Angel, en cuanto vio la cara que puso Don Andrés, se arrepintió inmediatamente de haber hecho aquel comentario. Pero ya era tarde, el inversor no paró de insistir en el caso de Juan el resto de la noche. Y es que la idea de disfrutar de una mujer casada tan bella, aprovechándose de su necesidad, era la cosa que más le obsesionaba en la vida.

Juan se quedó estupefacto después de aquel relato, sin apenas oír a Angel pidiéndole sinceramente disculpas por haber hablado de esa manera de su mujer ni cómo éste le insistía en que se olvidara del asunto. Después de unos instantes en silencio, Juan se dirigió a Angel.

-Llámale. Llámale ahora y pregúntale sus condiciones –le pidió Juan, que vio en el tal Don Andrés una posible solución a sus problemas-. Pero, por favor, tienes que conseguir que Laura no forme parte del precio. Yo haré lo que sea, lo que él ordene, pero que deje tranquila a mi esposa.

Angel obedeció de inmediato, ya no se atrevía a seguir llevándole la contraria a su amigo. Se retiró a una sala contigua y en poco más de media hora la propuesta de Don Andrés estaba encima de la mesa.

-Está dispuesto a darte el dinero. Tendrás los tres millones de euros que necesitas y diez años para devolverlos, una vez la fábrica esté a pleno funcionamiento. Los intereses serán de mercado y te dará la carencia suficiente para poder pagarlos –le informó Angel.

-¿Y el resto de “condiciones”? –preguntó inmediatamente Juan.

-Por favor, amigo, no me hagas decírtelas, olvídate de esto… –le suplicó Angel, que se sentía realmente compungido.

-Dímelas, Angel, necesito saberlas –insistió de nuevo Juan.

Muy a disgusto, Angel se las detalló. Don Andrés exigía la entrega sin reservas de Laura. Sería suya durante un día entero, tiempo en el que la sometería a todos sus deseos. Además, todo se haría en la casa del matrimonio y en presencia de Juan. En cuanto a ella, no quería una sumisa ni una mujer que pareciera forzada, quería verla con una actitud seductora ante él y de descarada infidelidad hacia su marido. Mientras, éste debía aceptarlo todo sin rechistar, siendo testigo de, en palabras textuales, “cómo la sobaba, cómo se la follaba”. En cuanto al dinero, en el momento de aceptar el acuerdo recibiría la mitad de lo previsto. No se verían ni antes de la cita ni después. Cumplidas las condiciones, Don Andrés le entregaría un cheque con el resto y, como ya dijo, nunca más se verían a no ser que hubiese problemas de pago.

-Eso es todo –finalizó Angel cabizbajo-. Tienes una semana para responder.

-¡Ese tío es un hijo de puta! –exclamó Juan irritado-. Con la de mujeres que podría comprar con el dinero que tiene ¿por qué ha de pretender a una mujer casada como la mía y encima de esa forma? ¿Para humillarnos? ¿Para destrozar a una familia?

-Juan, ya te dije que era un hombre rico pero despreciable. Por lo visto no lo era hasta que hace unos años su mujer lo abandonó por un amante y no lo pudo soportar. Desde entonces su obsesión es hacer a los demás lo que cree que le hicieron a él. Así que por favor, olvídate de esto. Mira, solo con la intención de que veas cómo se las gasta este hombre, te ruego que veas este vídeo –le dijo mientras sacaba un DVD de un cajón y se lo entregaba-. Es una grabación de una de sus orgías. A él no se le ve, lógicamente, pero te podrás hacer una idea de lo que le esperaría a Laura. Y a ti.

Durante la mañana siguiente, en el jardín de la casa que tenían en una elegante urbanización, Juan contemplaba pensativo a su mujer mientras ésta nadaba en la piscina, sentado en su borde. Viéndola se le revolvían las tripas sólo de imaginar a su amada en brazos de aquel degenerado, entregada voluntariamente a sus perversiones. Laura no tardó en darse cuenta de que algo le pasaba a su marido. Se acercó a él, abrazándose a sus piernas.

-Estás preocupado, ¿verdad cielo? –le dijo Laura con cariño-. No sufras, sé que saldremos de ésta. Siempre lo has conseguido. Además, sabes que siempre estaré a tu lado, siempre, pase lo que pase –añadió antes de besarle.

-No es tan sencillo esta vez, Laura, de verdad que no sé qué hacer –le respondió Juan con un rostro de preocupación que su mujer nunca había visto en él-. Estamos arruinados y no encuentro cómo arreglarlo.

-¿Y cómo fue con Angel ayer, no ha conseguido nada?

Laura lo miraba a los ojos ansiando alguna buena noticia pero Juan se mantenía en silencio. Sólo frente a la insistencia de ella empezó a explicarle lo acontecido en el despacho de Angel. El fracaso en la búsqueda de financiación, lo que eso significaba en cuanto a la ruina que comportaría… En definitiva, que la situación era tan negra que su amigo acabó por comentarle la posibilidad de encontrar un inversor que imponía unas condiciones del todo inaceptables, un inversor “especial”.

-¿Especial? –preguntó intrigada Laura.

-Sí. Pero olvídate de eso cariño –le respondió Juan muy serio-. Si te digo que son inaceptables es que lo son, hazme caso.

Pero Laura, que veía lo mal que lo estaba pasando su marido, no quiso quedarse con esa respuesta. Necesitaba saber más, entender por qué había una propuesta que podía solucionarlo todo pero que Juan rechazaba. Insistió e insistió, hasta que Juan se lo dijo.

-Las condiciones te incluyen a ti, Laura –dijo Juan con una mezcla de indignación e impotencia.

-¿A mí? ¿Pero qué pinto yo en esto? –exclamó sorprendida Laura.

J

uan detalló a su esposa las condiciones que imponía Don Andrés. También le comentó la terrible indiscreción de Angel hablando de la belleza de Laura, hecho que provocó el súbito interés del viejo en el proyecto. Incluso le habló del DVD que le entregó, que ya lo había visto y que solo se podía calificar de verdadera salvajada lo que tuvo que soportar aquella mujer. A medida que su marido le hablaba, la lividez del rostro de Laura iba en aumento.

-Pero... Juan, yo… sabes que haría lo que fuese por ti, pero esto…

Seducir a ese depravado, acostarme con él y encima delante de ti… -dijo Laura, sobrepasada por

lo que acababa de oír-.

-Nunca lo permitiría, cielo, nunca –le dijo Juan con firmeza-. El error fue mío y no tienes por qué pagarlo tú. Además, te quiero tanto que sólo pensar en verte en manos de ese cerdo me pongo enfermo, no podría soportarlo.

-Pero, entonces, ¿qué vamos a hacer?- preguntó Laura angustiada.

La conversación entre ambos se alargó, dando vueltas sobre qué era peor: el desastre económico y perder la maravillosa vida que tenían o soportar las condiciones de Don Andrés. Por la noche poco pudieron dormir, en especial Laura, que empezaba a sentir la responsabilidad de ser la posible solución a los problemas.

Por la mañana, nada más levantarse, Laura le pidió a su marido que le dejase el DVD. Quería saber exactamente qué es lo que podía esperar si finalmente aceptaban la proposición de Don Andrés. Por otro lado, sentía cierta curiosidad por verlo, hecho que ocultó a su marido. Juan, convencido de que sería la mejor manera de que ella se olvidase del maldito inversor pensando que la aterrorizaría sufrir aquella brutal sesión, se lo dio sin problemas.

Cuando Laura se quedó sola en casa por la mañana, todavía en camisón, puso el vídeo y se sentó cerca del televisor. Fueron pasando los minutos sin que moviera la vista de la pantalla, estaba como hipnotizada. En la filmación, dos perfectos ejemplares de macho, muy bien dotados, usaban y abusaban sexualmente de una mujer. Impresionada por lo que estaba viendo, poco a poco Laura empezó a notar cómo le subían las pulsaciones, sintiendo cómo una intensa sensación de calor la invadía. Su cerebro casi se revolucionó al ver aquello y decidió parar el vídeo ante la tremenda excitación que sentía. Nerviosa, caminó sin rumbo por el salón recordando lo visto. Pero el morbo le pudo y volvió a poner en marcha el vídeo. En ese momento aparecía la protagonista, una bella mujer más o menos de su edad, cabalgando con furia a un enorme negro que la agarraba por las nalgas, palmeándola con fuerza. La mujer gritaba en una mezcla de placer y dolor, ignorando que otro hombre se le acercaba por detrás con su miembro enhiesto en la mano, preparado para el ataque. Laura intuía lo que iba a pasar y su excitación creció. Siguiendo su instinto, empezó a acariciarse los pechos mientras con otra mano atendía a su deseoso sexo. Su mente volaba y cerrando los ojos no podía evitar sentirse en el lugar de la protagonista del vídeo. Cuando volvió a abrirlos, vio cómo la perforaban con fuerza por sus dos orificios, follándola sin piedad. Eran como dos pistones neumáticos de exagerado tamaño que hacían gritar sin parar a la protagonista del vídeo. Ante aquella escena, Laura fue intensificando sus caricias hasta hacerlas feroces, siguiendo el ritmo de las penetraciones que veía. La escena y sus propios tocamientos siguieron hasta que finalmente llegó el explosivo orgasmo de Laura, coincidiendo con el de los del vídeo. Acababa de ver la viva imagen de su mayor e inconfesable fantasías sexual.

Poco a poco, y ya más serena, Laura tomó conciencia de lo que le había hecho, hasta el punto de sentirse avergonzada e incluso con un cierto sentimiento de culpa, como si virtualmente le hubiese sido infiel a su marido al haberse imaginado por momentos ocupando el lugar de aquella mujer. Se fue a duchar con el firme propósito de olvidarse de todo aquello. Pero se estaba engañando, las imágenes del vídeo la atraían como un poderoso imán y acabó estando toda la mañana enganchada al televisor, desbordada por la excitación. Laura se sentía desconcertada, debatiéndose entre su deseo y su razón. ¿Cuántas horas de sexo salvaje habría soportado aquella mujer? ¿Qué habrá sentido al ser utilizada como un mero objeto sexual por aquellos dos colosos? ¿Cuánto habrá gozado?, se preguntaba. Con un punto de envidia, Laura no dejaba de pensar en ello. ¿Sería capaz de ser, por tan solo un día, la protagonista del vídeo?

Solo la llegada de sus hijos del colegio la hicieron volver al mundo real, recordando que existía un gran problema por solucionar si querían mantener la vida que hasta ahora habían tenido. Escondió el DVD y se propuso tomar una decisión antes de que su marido llegase. En cualquier caso, tenía claro que sería casi imposible que Juan aceptara las condiciones de Don Andrés sin un muy buen argumento. Inquieta, estuvo meditando sobre todo ello hasta que aquél volvió a casa, ya de noche.

-Le daremos lo que pide –dijo repentinamente Laura, armándose de valor mientras cenaban.

-¡Pero qué dices! ¿Te has vuelto loca? –exclamó Juan al oírla.

-Sí, cariño –insistió ella de manera firme-. Nuestros hijos, incluso nosotros mismos, nos merecemos la vida que llevamos. Llevas años luchando por la fábrica, por tu familia. No es justo para ti que todo esto desaparezca. Además, Juan, solo sería un día, 24 horas que solucionarán nuestras vidas.

-¡De ninguna manera! –exclamó Juan con ira, incrédulo ante lo que decía su mujer.

Juan se levantó de la mesa y de mala manera tiró la servilleta sobre el mantel, dirigiéndose a su estudio.

-¡Espera, cielo, espera! –intentó detenerlo su mujer-. No te alarmes y déjame que te cuente antes de decidir nada.

A regañadientes Juan aceptó e iniciaron una larga conversación. E, increíblemente, al final el hombre consintió. Al día siguiente, Juan llamó a Angel para decirle que aceptaba la propuesta de Don Andrés y que lo preparase todo para el siguiente sábado por la mañana. Debía llegar a casa del matrimonio a las 12 del mediodía y exactamente un día abandonarla con el contrato firmado y el dinero entregado para no verse nunca más.

Desde aquel momento y hasta el sábado, el tiempo transcurría a una enorme velocidad para el matrimonio. La tensión que soportaban era palpable. Tal era su estado que la entrada en su cuenta corriente de un millón y medio de euros en lugar de alegrarles les angustió, pues hacía todavía más real lo que iban a pasar. Durante esos días Juan y Laura parecían evitarse y así no hablar más del asunto. Laura desapareció de casa casi todo el jueves previo a la cita. A su vuelta, Juan la notó especialmente nerviosa, lo que achacó a la inminencia del encuentro y no le quiso decir nada.

Inexorablemente, el sábado llegó. Se levantaron muy temprano, pues había que llevar a sus hijos con los abuelos. Fue Laura quien los llevó.

-Te quiero, Juan –le dijo su mujer antes de besarle con todo el cariño del mundo y de abrazarse a él-. Y pase lo que pase, recuerda que te amo más que a nada en el mundo y que esto nunca nos deberá afectar en un futuro –añadió mientras una lágrima caía por su mejilla.

La llamada a la puerta de la casa del matrimonio fue puntual. Juan, tragando saliva, se dirigió a la entrada de la casa.

-¿Don Andrés? –saludó un nervioso Juan al abrir la puerta, sorprendido ante el aspecto mediocre y anodino de aquel hombre. No tenía la pinta de criminal sin escrúpulos que su mente había imaginado aquellos días, sino más bien de enclenque chupatintas.

-Buenos días, usted debe ser Juan, ¿me equivoco? –le respondió un hombre mayor y de escaso empaque, que venía flanqueado por dos enormes hombretones con aspecto de guardaespaldas.

-Pase, le estábamos esperando. Pensábamos que solo vendría usted -añadió Juan, al que nada le gustó la presencia de los dos acompañantes.

-No me gusta ir solo por la vida. Además a mi edad necesito ayuda para ciertas cosas –respondió el viejo guiñándole un ojo y en tono sarcástico-. Bueno ¿y dónde está la reina de la fiesta? –preguntó mientras miraba al interior de la casa y no veía a nadie.

-Laura está en la piscina, síganme –indicó Juan, al que ya se le notaba muy tenso.

Precedidos por Juan, los tres hombres se dirigieron al jardín. Fue ella quien, al verles, salió del agua para saludar, muy nerviosa por lo que sabía que le esperaba. Se la veía realmente atractiva, con el pequeño y semitransparente bikini blanco que había comprado para la ocasión y que mostraba más de lo que tapaba de su perfecto cuerpo. Antes de acercarse a ellos, tomó su toalla para secarse un poco y así dejar a aquellos hombres que se deleitasen con su belleza. Las instrucciones de Don Andrés eran que tenía que ser provocativa y desde luego iba a hacerlo. Antes de dirigirse a ellos, se dio la vuelta, quedando de espaldas, y se agachó intencionadamente sin apenas doblar las rodillas para recoger una pequeña faldita y así mostrarse espléndidamente a los visitantes. A continuación, con un andar sensual se dirigió a ellos mientras se ponía la prenda, que prácticamente nada tapaba.

-Cariño, te presento a Don Andrés –le dijo Juan cuando llegó junto a ellos.

-Don Andrés, es un placer conocerle –dijo acercándose a él para darle dos besos muy cerca de la comisura de los labios del viejo y arrimándose hasta rozar sus pechos con él.

-Encantado, Laura –le respondió para después y sin disimulo repasarla con la vista de arriba abajo-. Tengo que decir que eres realmente hermosa, se han quedado cortos relatándome tus encantos.

Después de las presentaciones, Juan propuso pasar los cinco al porche del jardín para tomar un refresco, intentando que el tiempo pasase lo más rápido posible, alargando los formalismos. Pero las intenciones de su invitado demostraron que no quería demoras en disfrutar de tan apetecible hembra.

-Muchas gracias, Juan –respondió el viejo-, pero con este calor preferiríamos cambiarnos de ropa para estar más a gusto –añadió para luego dirigirse a ella-. Laura, querida, ¿nos dice dónde podríamos hacerlo?

-Desde luego, síganme por favor –le respondió ella mientras le tomaba de la mano con cierto descaro para acompañarlos.

-No te preocupes, Laura, ya los acompaño yo –saltó Juan enseguida.

-Mejor que lo haga ella -ordenó el viejo mirando a Juan.

Así, los tres invitados y la mujer se dirigieron al interior de la casa. Juan se quedó en el jardín esperándolos mientras su angustia iba en aumento. Pasaba el rato y nadie salía de la casa. Tan solo algunas risas y grititos de la mujer se oían desde fuera. Pasada cerca de una hora, los vio salir, ya en bañador. Juan se quedó impresionado al ver los cuerpos de los dos acompañantes: parecían dos estatuas de bronce, fuertes y fibrados, dejando claro a través de la ropa que seguro iban bien “armados”.

-Perdone que le hayamos dejado solo, Juan –le dijo el viejo una vez llegaron al jardín- pero con Laura ya hemos roto el hielo y nos hemos entretenido un poco con ella. ¡Hay qué ver cómo es de juguetona!

Juan sonrió forzado mientras veía cómo el viejo seguía dando instrucciones.

-Bueno, Laurita, vamos a tomar el sol. Y vosotros, chavales –dijo a los dos acompañantes-, id a bañaros a la piscina que luego ella os acompañará.

La mujer le siguió obedientemente hasta quedar junto a las hamacas que había al lado de la piscina. El viejo se tumbó boca arriba en una de ellas. A partir de entonces, Juan vio, sin oír, cómo hablaban entre ellos y, entre risitas y coqueteos, la mujer empezaba a ponerle crema sobre su escuálido cuerpecillo, esparciéndosela con un lento masaje. En un momento dado, la mujer se quitó la parte de arriba del bikini y sonriéndole pícaramente se sentó sobre el vientre del viejo, con sus rodillas a ambos lados de éste. A partir de entonces, sus manos fueron sustituidas por sus magníficos pechos en la ejecución del masaje. Ella subía y bajaba sobre el torso del viejo, restregándose sinuosamente sobre él y sin apartar la mirada de sus ojos. Aquella imagen hubiese resultado de lo más excitante para Juan, de no ser por las circunstancias en las que se encontraba. Más crema, más roces, más provocación. Cuando ya llevaban un rato así, la mujer se extendió completamente sobre el viejo hasta alcanzar su cuello. Empezó a lamerlo y lentamente llegó a su oreja, que empezó a repasar con la lengua hasta introducírsela completamente en la boca. La cara del viejo era un poema. A aquellas alturas, su pene ya mostraba una clara erección. La mujer, que se dio cuenta de ello, se incorporó. Con una mirada lasciva, le quitó el bañador, volvió a montarse sobre él y se dispuso a cabalgarlo. Mirando a Juan buscando su aprobación, tomó el miembro erecto y apartando su bikini se lo introdujo despacio hasta tenerlo todo dentro. Enseguida empezó a subir y bajar sobre la barrita caliente del viejo, que no tardó en correrse. Ella, desde luego no lo hizo, pero se sentía satisfecha del trabajo que estaba haciendo.

-¡Dios, cómo me pones, Laura! –exclamó el viejo mientras recuperaba la respiración-. Anda, ahora déjame descansar y vete a jugar con los chicos, que seguro que se mueren de ganas de estar contigo.

La mujer le dio entonces un intenso morreo y se fue a la piscina, tal y como le había ordenado. Los dos enormes negros ya la estaban esperando con sus respectivos miembros gigantescos en la mano. Lo que empezó entonces nada tenía que ver con lo ocurrido hacía unos instantes. Aquellos dos impresionantes y jóvenes machos la recibieron con los brazos abiertos y cara de depredadores. Con ella ya en el agua, y después de unos breves juegos en los que ella se entregaba completamente, empezaron a follársela con una potencia impensable en el viejo. La sobaron por todos lados, la penetraron sin parar, la sumergieron en el agua para que se las mamase, casi ahogándose. Pero a pesar de una cierta imagen de ser forzada, la mujer no podía parar de correrse con aquellos dos machos, mostrando orgasmos escandalosos. Lo que estaba ocurriendo entonces recordaba el DVD que Angel había entregado a Juan y que a Laura tanto excitó. Viendo aquella sesión en la piscina, el viejo se deleitaba pero Juan no soportó más y se fue del jardín.

El resto del día fue similar a lo ocurrido hasta entonces. La mujer seguía totalmente entregada y usada por los dos jóvenes mientras el viejo miraba e intervenía de vez en cuando. Juan se mantuvo ajeno a aquella orgía constante esperando que todo pasase.

Ya, por la noche, cuando la fiesta continuaba en la habitación de invitados sin la presencia de Juan, éste se retiró para intentar dormir, pero le era imposible. Todo eran gritos y gemidos que generaban una tremenda angustia en el marido. En un momento dado, pasadas las horas, Juan no pudo evitar acercarse a mirar lo que ocurría en aquella habitación. Se acercó sigilosamente y sin que le viesen se puso a espiar. Al llegar, vio a la pobre mujer de cuatro patas en la cama con su cabeza enterrada entre las piernas de uno de los negros, tragándose por completo su enorme miembro mientras éste la presionaba con las manos para introducírsela hasta la tráquea. Por detrás de ella, el otro la follaba sin descanso, agarrándola de las caderas para imprimir más fuerza a sus movimientos. Juan no podía separar la vista de aquella escena. Sabía que aquello no era correcto, pero tantas horas de sexo le tenían realmente excitado. Finalmente se dejó llevar por sus impulsos y se masturbó hasta correrse en los pantalones. Pasada la excitación, se avergonzó profundamente de lo que acababa de hacer y se fue a su habitación esperando a que todo aquello acabase de una vez.

Eran cerca de las 11 de la mañana cuando uno de los acompañantes fue a la habitación de Juan.

-Juan, levántate y pasa a recoger a Laura. Ya hemos acabado con ella –se limitó a decir, hablando como si de una gallina sacrificada se tratase.

Juan se dirigió al cuarto en el que se había celebrado la orgía, encontrándose a la pobre mujer desnuda sobre la cama y agotada de la noche que había pasado con aquellos tres hombres. La tomó en brazos, se la llevó a su baño y la aseó. Después la depósito con delicadeza en la cama de matrimonio.

-Gracias… -escuchó que ella le decía con apenas un hilo de voz-. Ya está, terminó…

-No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho por nosotros, Raquel –le respondió Juan acariciándole la frente con ternura.

Fue a su armario y sacó un sobre lleno de dinero destinado a ella.

-Ten, te lo has ganado –le dijo Juan al oído-. Aquí tienes el doble de lo acordado, lo has hecho magníficamente y te estamos infinitamente agradecidos –añadió éste con una entrañable sonrisa-. Quiero que sepas que cualquier cosa que necesites, ahora y siempre, estaremos a tu disposición, te lo digo de corazón, muchas gracias.

Raquel, la hermosa prostituta que habían contratado para sustituir a Laura, siguiendo al pie de la letra el plan ideado por ésta, no pudo ni responder dado su agotamiento. Juan la dejó dormir.

Cerca de las doce, Juan se dirigió a ver a su invitado, que ya estaba en el salón junto a sus dos acompañantes. El marido se sentía exultante por dentro, pensando que todo estaba a punto de acabar y sin que Laura hubiese tenido que padecer todo lo que le habían hecho a Raquel. Sabía que no lo hubieran podido soportar. Disimulando su alegría y forzando un gesto apesadumbrado se dispuso a cerrar de una vez el maldito trato.

-Se acabó, ¿no, Don Andrés? –le dijo ansioso de que se fueran de su casa-. Ya hemos cumplido, ahora le toca a usted.

El viejo, sin responder, sacó una tablet de su maleta e hizo una videollamada. En cuanto apareció en la pantalla el interlocutor, se la pasó a Juan. Éste empezó a inquietarse pues no se esperaba aquello.

-Hola Juanito, Don Andrés soy yo. Te voy a hacer una pregunta –le dijo una cara que no reconocía, sudada y congestionada, que esta vez sí tenía aspecto de gangster de película-. ¿Tú realmente piensas que soy idiota? ¿Crees que alguien puede llegar a rico dejándose tomar el pelo por un pringado como tú –le espetó a Juan con cara de pocos amigos.

Incapaz de responder, Juan se quedó helado al escuchar aquello. Las piernas le empezaron a temblar y el corazón se le disparó. Era obvio que aquel hombre que había estado en su casa no era el verdadero Don Andrés y que el plan con el que Laura le había convencido para firmar el contrato había fallado. El pánico se adueñó de él, no sabía cómo reaccionar a aquel desastre.

-Pues ya lo ves, Juanito, parece que las cosas no han salido al final como tú esperabas. ¿De verdad pensabas que me ibas a engañar? Por cierto, sé que has sido muy hospitalario con mi querido y fiel Rafa, mi mano derecha en casi todo y que se ha ofrecido gustoso a sustituirme en tu casa para tenerte bien ocupado todo el día… ¡qué haría yo sin él! Te lo agradezco. Me ha dicho también que la interpretación de

la puta que contrataste para que se hiciese pasar por tu mujer lo ha hecho de cine, felicítala de mi parte-dijo con una sonrisa burlona.

Juan no podía creer lo que estaba oyendo, estaba claro que Don Andrés lo sabía todo y empezó a temer por las represalias que pudiese tomar.

-Perdón, Don Andrés –balbuceó Juan, sin saber qué excusa poner-. Tiene usted que comprender…

-¡Ni comprender ni ostias! ¡La mayoría de los que me han intentado estafar no viven para contarlo! -le gritó Don Andrés enfurecido-. Menos mal que tu mujercita está consiguiendo arreglar tu cagada –dijo ya más calmado-. ¿A que no sabías que ayer por la mañana la pasamos a recoger? Pues como verás, ahora estamos unos cuantos disfrutando de tu preciosa Laura. ¡Qué buen gusto tienes, cabrón, está buena de cojones y es una verdadera máquina de follar, menudo aguante tiene! -dijo mientras soltaba una humillante carcajada-. Pero mejor que lo veas tú mismo, no quiero que te pierdas el espectáculo.

De repente la cámara se empezó a mover. A Juan le pareció que se encontraban en un viejo almacén. Durante unos instantes solo se podía ver el suelo mientras Don Andrés caminaba. Éste se detuvo y volvió a enfocarse.

-Hacía tiempo que no gozaba tanto de una mujer. ¡Qué cuerpazo tiene y qué gusto follármela! Menudo repertorio nos ha ofrecido… Vaciarme en su boca y ver cómo se lo tragaba todo mirándome a los ojos ha sido extraordinario. Y qué mona estaba arrugando la naricilla y lagrimeando al notar mi polla metida hasta su garganta, casi ahogándose… Pero, oye, ni así ni retorciéndole esos pezones tan ricos que tiene la tía decía ni pío, ¡lo ha aceptado todo como una campeona! Reconozco que supera mis expectativas. Aunque, la verdad, los que se lo están pasando de muerte son estos cuatro chavalotes que me he traído. Siempre me acompañan en mis fiestas. A mi edad, ya no estoy para muchos trotes y me limito bastante a mirar, pero estos tíos son tremendos, sobre todo si les das una pastillita azul de vez en cuando, ¡es que no han parado de darle duro desde ayer! Bueno, perdona, estoy hablando demasiado y seguro que quieres ver a tu mujercita –le dijo Don Andrés con sorna-. Anda, Juanito, dile hola a tu querida Laura.

Entonces la enfocó. La exhausta esposa estaba desnuda, con los brazos extendidos y las muñecas atadas a unas poleas que colgaban del techo, de manera que apenas llegaba al suelo de puntillas.

Su cuerpo, brillante de los aceites con los que la habían estado embadurnando para facilitar el restregarse con ella, estaba completamente extendido por la tensión de su propio peso. Se la veía agotada, con una expresión casi inerte en su rostro. Pero aun así se la veía bellísima. Atrapada entre dos enormes y musculosos negros, uno frente a ella y el otro por detrás, su blanca piel destacaba como la luna en una noche oscura. Sus dorados cabellos se agitaban al ritmo de las penetraciones que recibía. Sus piernas envolvían involuntariamente la cintura del que estaba atacando su sexo en aquel momento. El de atrás, mientras penetraba su estrecho ano, mordía su cuello con delirio. La estaban taladrando con un furor animal, introduciéndole sus descomunales herramientas hasta el fondo de sus entrañas. Sus pechos y sus nalgas eran sobados con saña, mientras los hombres la insultaban y humillaban. Con los ojos prácticamente cerrados, Laura gemía sin fuerzas frente a aquel duro tratamiento. Pero

ni una queja salía de su boca. Su cuerpo, perlado de sudor, se movía como una muñeca de trapo ante los embistes de los que era objeto. Cerca de ellos, sentados en un sofá, se veía a otros dos negros desnudos, descansando mientras esperaban con ansiedad su turno. Don Andrés se acercó a la mujer, pero ésta parecía no reaccionar. Por su parte, Juan no podía ni hablar ante aquella escena, viendo a su querida esposa follada de esa forma por dos desconocidos sin oponer ninguna resistencia. Su rostro estaba desencajado.

-Pobre Laura –dijo Don Andrés- me parece que está agotada. Vamos a ver si con esto reacciona un poco…

Don Andrés tomó con una pequeña cucharilla unos polvos blancos de una mesa que tenía a su lado y los acercó a la nariz de Laura.

-¡Aspira, chiquilla, aspira esta medicina, que te va a sentar muy bien! –le ordenó-. Ya sé que llevas todo un día de tute y estarás cansada, pero no quiero que te duermas. Además, estos dos chicos llevan ya dándote duro más de 20 minutos y hay que ir acabando, que los otros esperan.

Como un autómata y

sin voluntad, Laura obedeció la orden y aspiró los polvos que le habían ofrecido. Su reacción fue inmediata. Levantó la cabeza con energía y abriendo los ojos como platos pareció volver a la tierra. Para aumentar su estímulación, Don Andrés puso una buena cantidad de esos polvos sobre los pringosos labios vaginales de la mujer, restregándoselos unos segundos. Al sentir los efectos de la “medicina” Laura empezó a agitarse de manera alocada, acompasando con furia el ritmo de las penetraciones, intentando hacerlas todavía más profundas. Sus gemidos aumentaron de volumen y todo su cuerpo parecía estar entregado a culminar su necesidad de placer. Ante el gesto abatido de Juan y la cara de satisfacción de Don Andrés, la dura follada continuaba, estando Laura cada vez más enardecida, tirando con fuerza de sus cuerdas, como intentando liberarse de ellas para poder abrazar a sus machos. Sus gemidos se convirtieron en gritos, reclamando todavía más bravura de sus impuestos amantes. En cuanto Don Andrés vio que el orgasmo de la mujer era inminente, le acercó la tablet con intención de que Juan no se perdiese ese gran momento.

-Laura, tienes a tu marido al otro lado –le susurró al oído-. ¿No quieres decirle nada?

Justo entonces la esposa, mirando fijamente a la pantalla pero sin ser consciente de lo que veía, no pudo evitar estallar en un demoledor orgasmo. Lanzó un grito desgarrador mientras su cuerpo se tensaba al máximo y tremendas contracciones la sacudían de arriba a abajo. Los dos negros se la follaron con todas sus fuerzas hasta correrse en su interior, lo que hacía sentir a Laura un placer insoportable. Nunca Juan había visto una explosión como aquella en su mujer, que no paraba de temblar entre jadeos y palabras ininteligibles.

Poco a poco, la escena se fue calmando. Los dos hombres se separaron de Laura, quedando ésta colgada de las poleas y sin fuerzas. Entonces Don Andrés se acercó a ella, lamió libidinosamente su boca y empezó un intenso y baboso morreo al que ella respondió, sin resistencia, entreabriendo sus labios para que el viejo hiciese lo que quisiese. Solo cuando éste se separó y ella empezó a serenarse fue consciente de que su marido la había estado viendo. Sus lágrimas comenzaron a aparecer.

-Juan, lo siento… por favor, no me mires… perdóname cariño… -dijo Laura sin apenas voz-. Tenía que hacerlo, por nuestros hijos, por nosotros… -añadió para después dirigir su mirada al suelo, pues no podía sostener la mirada de su marido.

Juan estaba totalmente abatido, como muerto en vida. Sentado en un sillón de su casa, viendo a distancia aquella orgía en la que su mujer era la protagonista, sintió un dolor y una amargura que congelaron su alma. Su pobre Laura, lo que tenía que estar pasando, cuánto sufrimiento sentía por ella… Poco después Don Andrés volvió a dirigirse a él.

-Bueno, Juan, ya ves cómo están las cosas por aquí –le dijo-. Simplemente estoy haciendo cumplir las condiciones que acordamos, es lo justo. Nos quedaremos con ella unas horas más y te la devolvemos sana y salva. Aunque te advierto, lo que viene ahora será duro para ella, pero es una chica fuerte y sé que lo aguantará.

En ese momento, apareció enfocado un armario lleno de artilugios destinados a continuar la sesión con Laura: pinzas, cuerdas, una batería de coche con cables conectados, vibradores… Pero Juan ya no reaccionaba ni frente a eso, estaba destrozado e infinitamente arrepentido de haber aceptado el préstamo y de su intento de engaño.

-Ahora Rafa y sus compañeros se marcharán. Laura te llevará el dinero que falta, aunque no te lo mereces. Espero que en un futuro no vuelvas a fallarme. Y si me disculpas, tu mujer me espera. Vamos a excitarla un poco más, que antes de la fiesta final quiero que me dé un baño de espuma con esos maravillosos pechos que tiene. Lo que ocurra hasta el final, que te lo cuente ella si quiere. O no, mira, que te dejen la tablet y lo ves si te apetece, te la regalo –dijo cínicamente Don Andrés.

Juan dejó de atender a la imagen que recibía cuando vio a una espectacular negra desnuda acercándose a su mujer que sin mediar palabra empezó a aplicarle un enérgico frotamiento sobre su ya castigado clítoris. Laura, con su sexo hipersensible después de haberse corrido por enésima vez, empezó a berrear desesperada y gritando piedad al no poder soportar más aquella explosiva sensación.

A media tarde dejaron a Laura en la puerta de su casa. Al oír el timbre, Juan salió corriendo a buscarla, encontrándosela apoyada en el dintel, extenuada.

-¡Laura, por fin! Dios mío, ¿qué te han hecho? ¿Cómo estás? –dijo angustiado mientras la abrazaba con fuerza.

-Juan, cariño, ya está, ya se ha terminado, lo hemos conseguido… –le respondió ella con las pocas fuerzas que le quedaban-. Por favor, llévame a la cama, no puedo ni andar.

No hablaron más. Juan la llevó en brazos, cubriéndola de cariñosos besos, y la dejó descansar. Al acostarla, vio cómo de su escote sobresalía un sobre. Lo cogió, salió de la habitación y al abrirlo encontró un cheque por el importe pendiente. Lo miró y no pudo evitar un llanto amargo.

Hoy hace un año de aquellos hechos, sobre los que decidieron no comentarse nada jamás ni volver a hablar de ellos. Parece que el matrimonio ya lo ha superado. De hecho, vuelven a hacer el amor con la ternura y el cariño de siempre. Se les ve felices, con su vida encaminada de nuevo. Aunque, sin decir nada, a Juan le quedan ciertos resquemores. Ha intentado hacer averiguaciones pero no consigue aclarar cómo Don Andrés se enteró de todo. Además, a su mente vuelven flashes del comportamiento de su mujer en plena orgía que no acaba de entender. Pero él sabe que deben olvidar si no quiere convertir el resto de sus vidas en un infierno de dudas y pesadillas.

Laura no tiene ese problema. Sabe perfectamente lo que ocurrió. Es consciente de que se portó mal y de que hizo sufrir mucho a su marido, algo que no olvida y que le sigue provocando momentos de un fuerte sentimiento de culpa. Pero le compensará, el dolor se cura y ella se encargará de ello, dedicándose el resto de sus días, en cuerpo y alma, a hacer de Juan el hombre más feliz de este mundo, pues en verdad lo ama de corazón. Pero aquel día, cuando tomó su decisión, Laura no pudo, no quiso, evitar la tentación. Anhelaba cumplir su fantasía una vez en la vida, solo una, y difícilmente se iba a repetir una ocasión igual. En su mente quedará para siempre el recuerdo de haber vivido momentos de un placer sublime y de alcanzar el éxtasis como no imaginaba que se pudiese sentir, sometida voluntariamente a un grupo de bestias sexuales durante unas horas de brutal intensidad. Será su eterno secreto, se lo llevará a la tumba. Y aunque nunca lo volverá a ver, tal y como acordaron, cuenta para siempre con la discreción de Don Andrés. Sabe que éste jamás destaparía la conversación que mantuvieron cuando ella, a espaldas de su marido, consiguió contactar con el potencial inversor y contarle el verdadero plan que había diseñado, plan que el viejo no tardó en aceptar, un jueves de hace ahora un año.

Morgatius.