La entrega de notas

Un profesor de matemáticas recibe la visita de la madrastra de uno de sus peores alumnos: una bella mujer oriental decidida a que su hijo apruebe como sea.

LA ENTREGA DE NOTAS

Manuel Asensi estaba cansado. La temperatura empezaba a subir en su despacho, provocada por el fuerte sol de finales de Junio, y estaba harto de aguantar a los padres y, sobre todo, a las madres de sus peores alumnos. Odiaba la entrega de notas a final de curso y como, tras haber ignorado durante todo el año la mala marcha de sus hijos, venían algunos padres indignados a echarle a él las culpas de las malas notas de sus retoños. Por suerte, estaba ya terminando. No debían quedarle más de uno o dos padres.

Manuel cruzó su despacho y, abriendo la puerta, salió al pasillo.

  • Buenos días - le saludó una bella mujer oriental -. Soy la madre de Ángel Ortiz.

La estupefacción debió dibujarse claramente en la cara de Manuel. La mujer debía rondar los veinticinco años, demasiado joven para un chico en primero de ESO, y sus exóticos rasgos no casaban de ninguna forma con los del rubio Ortiz, que se encontraba detrás suyo. Ella no pudo dejar escapar una risa ante lo evidente de su sorpresa.

  • No soy su madre, naturalmente - se explicó. Tenía un acento extraño, aunque en modo alguno desagradable -. Soy la segunda esposa de su padre. Su madrastra.

  • ¡Ah! Naturalmente... - repuso el profesor, un tanto estúpidamente.

  • Venía a verle a causa de las notas de Ángel...

  • Sí, sí, claro. Pase a mi despacho, por favor.

  • ¿Puedo pasar yo también? - preguntó el chico.

  • No, Ángel... - contestó su profesor.

  • Pero... - replicó el muchacho, que no era precisamente un ejemplo de disciplina.

  • No, Ángel - confirmó su madrastra, con voz suave pero firme -. Espérame aquí.

Ante las palabras de la mujer no protestó, sino que disciplinado se plantó junto a la puerta.

Manuel la invitó a entrar y, al seguirla por la puerta, no pudo evitar recorrerla con sus ojos de arriba a abajo. Morena, con el pelo largo, no era alta pero tenía un cuerpo que quitaba la respiración y el corto vestido rojo de tirantes no hacía demasiado por enmascararlo. Una vez en el despacho, le ofreció asiento y él se sentó frente a ella, al otro lado de la mesa. "Y además es guapa de cara: tiene unos ojos preciosos, quizá la boca un poco grande, pero no se puede negar que es muy sensual", continuó apreciando el profesor. Sus ojos descendieron hacia los pechos de ella, que destacaban el amplio escote y la alta cintura del vestido, justo por debajo de ellos. A Manuel siempre le habían atraido los pechos grandes pero, aunque éstos estaban más bien un poco por debajo de la media, los adivinó perfectos, a tono con el resto de la mujer. "Que cabrón", pensó envidioso del padre de Ángel.

  • Me llamo Jade - se presentó la mujer, arrancándole de su ensoñación, al tiempo que se inclinaba sobre la mesa para tenderle su mano.

  • Sí, perdón... Siento no haberme presentado... - respondió aturullado por la vista de su delantera que ella le había ofrecido al inclinarse sobre el escritorio -. Yo soy Manuel Asensi, el profesor de Matemáticas de Ángel.

  • Sí, lo sé.

"Naturalmente, por eso has venido a hablar conmigo", pensó él. "Parezco idiota". La mujer le miraba con una sonrisa, al parecer esperando que comenzara.

  • Bueno, pues... Ángel es un chico muy inteligente, como usted sabrá, pero no se esfuerza lo suficiente. Y solo con la inteligencia no basta, debe poner más de su parte, participar más en clase, traer hechas las tareas para casa... Además, en ocasiones presenta una actitud que deja mucho que desear...

Manuel continuó hablando mientras la mujer permanecía callada, escuchándole con atención, con sus ojos oscuros clavados en los del hombre. "Está consiguiendo que me excite", pensó él, sorprendido. "Solo con estar ahí sentada, mirándome, me está poniendo como una moto". Al darse cuenta de lo que estaba pensando se detuvo bruscamente en su explicación.

  • Bien, debe tener en cuenta - le interrumpió ella por primera vez - que los chicos a esta edad son muy inquietos. Normalmente tanto más inquietos cuanto más inteligentes son. Tienen muchas horas de clase y se cansan...

  • Sí, naturalmente... - lo que decía la mujer parecía tan razonable que Manuel no pudo más que asentir.

  • Se cansan - continuó ella cortándole, educada pero firme, como había hecho antes con su hijastro -. Pero, ¿no nos cansamos todos? ¿No está usted ahora cansado? Cansado de los exámenes, cansado de los padres que vienen a pedirle explicaciones, cansado del calor...

  • Sí...

  • Se cansan y cierran los ojos, como usted ahora. Cierran los ojos y permiten que su mente vague libre, tranquila, reposada, insensible al exterior. Pero escuchan la voz de la maestra, de fondo, prácticamente a un nivel subconsciente. Ellos no se dan cuenta pero las palabras de la maestra se graban en su mente. No pueden impedirlo, no pueden impedirlo porque su consciencia está desconectada. En este momento carecen de voluntad. Todo lo que diga la voz de la maestra será aceptado sin cuestionarlo. La voz de la maestra te guía... Dígalo usted ahora.

  • La voz de la maestra me guía - repitió mecánicamente Manuel.

  • Buen chico. Y eso es bueno porque los chicos necesitáis una guía, alguien que os diga lo que debéis hacer y lo que no debéis hacer, lo que debéis y no debéis pensar. Decís que queréis pensar por vosotros mismos, pero en el fondo sabéis que debéis dejar que decidan por vosotros, que la maestra sabe lo que es mejor para ti. ¿Verdad?

  • Sí, la maestra sabe lo que es mejor para mí...

  • La maestra sabe lo que es mejor para ti. No puedes negar nada a la maestra. ¿Entendido?

  • No puedo negar nada a la maestra...

  • Ahora la maestra te va a hacer unas preguntas y tú vas a contestarlas sinceramente, sin ocultar nada...

  • Sinceramente, sin ocultar nada...

  • Muy bien. ¿Encuentras a Jade atractiva?

  • Muy atractiva...

  • ¿Qué es lo que más te gusta de Jade?

  • Sus tetas...

  • Eso me pareció - dijo ella riendo -. Muy bien. En el momento en que cuente tres, abrirás los ojos, pero tu voluntad pertenecerá aun a la maestra...

  • Mi voluntad pertenecerá a la maestra...

  • Uno... Dos... Tres, abre los ojos.

Manuel abrió los ojos y se encontró a Jade sentada en el borde de la mesa más próximo, con las piernas abiertas y un pie a cada lado de las piernas de él. Se había bajado los tirantes del vestido y sus pechos, redondos, de oscuros pezones, se encontraban frente a sus ojos.

  • ¿Te gusta lo que ves?

  • Mucho...

  • La maestra te da permiso para chuparlos.

No se hizo de rogar. Lamió los pechos con la punta de la lengua y luego chupó los enhiestos pezones, arrancándole a la mujer un ligero gemido.

  • Escúchame. Los pechos de Jade son los pechos más hermosos que has visto y que jamás verás. Y Jade la mujer más atractiva que conocerás en tu vida. Cada vez que veas a Jade te sentirás débil, sin voluntad propia, serás su esclavo y estarás contento de serlo, porque, si ella se siente complacida contigo, quizá te permita ver sus hermosos pechos. A partir de ahora, Jade es tu ama. ¿Comprendido?

  • Jade es mi ama...

  • Ahora arrodíllate frente a Jade, sácate la polla y comienza a masturbarte.

Manuel cayó de rodillas ante ella y comenzó a machacársela furiosamente. Muy pronto alcanzó el climax y eyaculó copiosamente sobre el suelo del despacho y las sandalias de la mujer.

  • Levántate y arréglate la ropa. Cada vez que vuelvas a masturbarte, pensarás en Jade, y cuanto más lo hagas y más placer consigas, te sentirás más débil y más sumiso cuando vuelvas a verla.

La mujer rodeó la mesa y volvió a su silla mientras se volvía a alzar los tirantes del vestido.

  • Siéntate. Cuando cuente tres, recuperarás tu conciencia normal. Él único cambio es que al verme desearás complacerme a toda costa. ¿Queda claro?

  • Complacerte a toda costa, ama...

  • Bien. Uno... Dos... Tres.

Manuel sacudió la cabeza y parpadeó desorientado. Entonces fijó su mirada en Jade y pareció relajarse, su cara distendida por una sonrisa.

  • Pues, como le decía, en mi opinión Ángel se merece un notable en vez del insuficiente que tenía en matemáticas - dijo ella.

  • ¿Un... notable?

  • Sí. Si sacara menos de un notable me sentiría muy decepcionada.

  • Un notable entonces. ¿Será suficiente? ¿No preferiría un sobresaliente?

  • No, un notable. Aun puede mejorar, no debe dormirse en los laureles -respondió con ironía la mujer -. Bueno, me marcho. Encantada de haberle conocido.

  • El gusto es mío - contestó Manuel levantándose para acompañarla a la puerta.

  • ¡Oh! - exclamó ella con disgusto antes de abrirla.

  • ¿Qué le pasa?

  • Parece que me he manchado los zapatos con algo.

  • Permítame que se los limpie - dijo ansiosamente el hombre arrodillándose ante ella y sacando un pañuelo del bolsillo.

  • ¿Un pañuelo? - la mujer hizo un mohín - ¿No sería mejor con la lengua?

  • Naturalmente.

Y Jade no pudo reprimir una risa al ver al hombre, completamente subyugado, a sus pies, a cuatro patas, lamiendole de sandalias y pies las manchas de su propio semen.

  • ¿Qué tal?

  • Toma - respondió la mujer, entregándole bruscamente a su hijastro la papeleta de las notas -. Un notable.

  • ¿Por qué no he podido pasar?

  • Porque no. Porque no es algo para que lo vean los niños.

  • Yo no soy un niño. Además... me pone un montón cuando los hipnotizas y les obligas a hacer lo que tú quieras.

  • Me pone... ¿Qué formas de hablar son esas? Bueno, ¿quién va ahora?

  • La profesora de inglés.

  • ¿No será lesbiana?

  • No, que yo sepa.

  • Bueno, algo de desafío. Este ha sido tan fácil que casi ha resultado aburrido.

  • ¿Podré pasar ahora? -rogó el chico -. La de inglés está muy buena.

  • Te he dicho que no. Encima del trabajo que me estás dando... Ya podías esforzarte más. Cinco suspensos. Si no fuera por lo que te estoy ayudando, tu padre te ponía a estudiar todo el verano y nos quedabamos sin playa.

"Y me voy a quedar yo sin playa por tu culpa...", añadió Jade para sí.