La entrega de mi esposa (1)
Una espsa desengañada por un amante; un marido liberal que haría lo que fuera por emputecer a su esposa; una amiga manipuladora y un Amo. Los mezclas y éste es el resultado (1ª parte)
LA ENTREGA DE MI MUJER (1)
NOTA DEL AUTOR: Relato ficticio. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
- Entonces, ¿estamos de acuerdo?
Si, dije mientras nos dábamos un apretón de manos sellando un pacto que hasta hace quince días me parecía una auténtica utopía.
Una vez nos despedimos y salí de la oscura cafetería del centro donde tuvimos la reunión donde se decidió el futuro sexual de mi esposa, recordaba cómo a veces una situación lleva a otra, y varias de éstas desembocaron en conocer a este hombre. Pero mejor explicarlo todo desde el principio.
Llevo 20 años de matrimonio con mi mujer, Marta, por lo que no somos unos jovencitos precisamente, ya que tenemos 46 ella y 45 yo. A esos 20 años hay que añadirles 7 más de noviazgo. Todo un clásico para la época.
Marta es una mujer normal, de las que te encuentras por la calle y sí, te la miras, pero no con el deseo con el que puedes mirar a otra con una figura de modelo y mostrando más piel de la que oculta la ropa. La conocí con 19 años, y tras un año de tonteos con amigos, empezamos a salir en serio, regalándome su virgo el día de su aniversario, que coincidía con la primera semana de novios.
Aunque muy pasiva, se iba dejando hacer y confiando en la experiencia que me dieron dos chicas con las que tuve relaciones sexuales previas a ella, poco a poco se iba relajando más y más, hasta lograr que tuviera varios orgasmos en cada sesión (que procuraba que fuera casi a diario).
Desgraciadamente la alegría dura poco en la casa del pobre, y así, con nuestras primeras y lógicas disputas, su comportamiento sexual se fue enfriando hasta que en un momento dado, volvió a sentir deseo sexual, sólo que más moderado. Con el matrimonio la cosa no cambió mucho, y yo me empezaba a desesperar. Eso me hizo considerarme libre para follar con otras ya que mi mujer racaneaba con el sexo, a pesar de que las pocas veces que lo hacíamos, ella orgasmaba, y me constaba que no fingía.
De todos modos, mosquita muerta no era, pero sí de las que se dejan engatusar con palabrería, cosa que ocurrió con un compañero de su trabajo de entonces, con el que tuvo un romance sexual durante 4 años, en los que estuve al corriente de todo pero no intervine, ya que Marta cambió para bien. Y lo malo fue que se enamoró de ése, y fue correspondido ese amor de la manera más miserable posible: la humillación pública por parte de una tercera persona, la mujer de ése, con lo que me la hundió más psicológica y sexualmente, y sólo tras mucha paciencia (la mayoría de allegados-as me recomendaba que la dejase, ya que digamos que su reputación quedó muy por los suelos por el escándalo que se armó, y por mi triste papel de comparsa), logré que remontara un poco, lo justo para seguir adelante en un matrimonio que ya parecía tocado y casi hundido.
Y aquí comienza la historia realmente. En los últimos años tengo una amante que me alivia de los largos periodos de abstinencia conyugal. Es una buena amiga de mi mujer, divorciada tras un año de mal matrimonio, y una independencia absoluta para todo. Ni siquiera soy su único amante, y eso lo he podido constatar más de una vez.
Una tarde, en al que estaba especialmente inspirado, llevaba más de media hora dentro de ella, regalándole n+1 orgasmos, cuando me pidió que parara un poco para que pudiera respirar, y sobre todo, cerrar las piernas.
Salí de dentro de ella, mientras, jadeante, me decía:
-Debes follar más con tu mujercita, si sigues así me destrozarás
Con mi ego henchido de satisfacción, le dije que eso era casi imposible, sobre todo desde que pasó lo del tipo aquel.
-Pues entones debes buscarle otro que la ilusione, que se vuelva a interesar por el sexo. Recuerda que cuando estaba bien con él, apenas me visitabas- Y eso lo dijo con una cara triste adrede.
Mientras la acariciaba por todo el cuerpo, le dije que era una misión muy dificultosa, que estaba muy cerrada y no había manera de que cambiara.
-Pues eso no es lo que me ha dicho ella- contestó Montse. Recuerda que soy su amiga, y sé todo lo que pasó, y gracias a mi te enteraste, si no, aún estarías en la inopia. ¿Sabes? Me dijo hace unas tres semanas, que le gustaría que alguien controlara su vida, y me dio a entender que ese alguien debía ser de fuera, no tú.
Eso me dolió, es la verdad, y Montse lo notó. Por ello cogió mi polla, que se había aflojado por el nivel de la conversación, y agitándola suavemente, y sin mirarme a los ojos, hizo la sugerencia: Deberíamos buscarle a alguien.
Conozco bien a Montse desde hace unos 15 años. Es amiga de mi mujer desde que empezaron la carrera universitaria, y si bien ya la había saludado anteriormente, nunca pensé que llegaríamos a compartir sexo. No obstante, el profundo conocimiento de ella sobre mi mujer, hizo posible el acercamiento, y lo que al principio parecía un acto de compasión (al menos la primera vez me lo pareció), luego se convirtió en un punto de desahogo mutuo, donde no había cabida a la monotonía. Sinceramente, me gustaba follar con ella, siempre ha tenido ese punto de morbo, de deseo, de malicia, de inocencia, que a los hombres nos vuelve locos, junto con el hecho de que se hizo una ligadura de trompas, y siempre ha querido que el sexo fuera a pelo, "para sentir todo mejor", según ella.
Como he dicho anteriormente, no era su amante exclusivo, y pronto me inició en el voyerismo (verla follar con otro me pareció divina), en sexo en grupo y tríos, e incluso me hizo un regalo de pasar un rato con ella y otra mujer. Vaya, en definitiva la fantasía de cualquier hombre.
Así que empezó a masturbarme mientras con su voz más inocente, iba diciendo cosas sobre Marta, y lo que necesitaría. Cuando logró ese punto en el que los hombres cedemos el control al cerebro que tenemos entre las piernas, ya me tenia convencido de que lo mejor era buscarle un amante a mi mujer. Y ya me suponía el paso siguiente.
-Conozco a alguien que podría ayudarnos, me dijo un segundo antes de hacer desaparecer mi rabo en su boca.
Que Montse es una manipuladora de cuidado ya es evidente. Eso me hizo pensar que tal vez ella tuviera algo que ver con la historia de mi mujer. Y a pesar del placer que me daba, una neurona logró salir de mi prepucio y volver a mi cabeza.
-Creo que tú has tenido que ver bastante en las aventuras de Marta, ¿no? Logré decirle mientras me embargaba el placer de su mamada.
Con cara de vicio me dijo que ella le había proporcionado ese amante, pero que le salió el tiro por la culata, porque pensaba que un casado sería más discreto, como yo, y que por ello se sentía culpable y creía que debería remendar ese error, pero esta vez con mi complicidad.
-Y quien sabe, murmuraba ella entre chupetones a mi prepucio, quizá se una a nuestros jueguecitos.
Eso ya me acabó de encender por completo y me dejé llevar por unos flashes de fantasía que llenaron mi mente mientras mi cuerpo se rendía a la maestría de Montse.
Ya más calmados, me explicó su plan. Hace tiempo conoció a un hombre que en el argot de dominación-sumisión le llamaban Amo. Con un don especial para hacer lo que quería con las mujeres y con algunos hombres también- y subyugarlos a sus deseos, a cuál más morboso. Ella durante un tiempo estuvo en contacto con él, pero me dijo que al mismo nivel, y que a pesar de que apenas se ven, no han perdido el contacto tampoco entre ellos.
Con nervios en el estómago, asistí a la conversación telefónica más morbosa que oí en mi vida. Y no fue porque hablaran de sexo, sino porque hablaban de un objetivo, una mujer llamada Marta, mi esposa.
Carlos- ése es su nombre- me llamó a los dos días para citarme a comer en la cafetería del principio de la historia. A pesar de ir un poco en guardia, me di cuenta rápidamente que es del tipo de personas a las que no sueles llevarles la contraria nunca, como si uno intuyera el peligro o las consecuencias que eso acarrearía. Y esa seguridad y control que me demostró que tenía se resumió en cómo llevó la conversación: él preguntaba entre plato y plato, para luego sin mirarme a los ojos comía concentrado, suponía que en mis respuestas. Le puse al día de todo lo que habíamos hecho, nuestra vida en pareja, y unas cuantas preguntas sobre costumbres cotidianas de ella.
Tras el café, me dijo con una media sonrisa:
- Tu mujer tiene potencial, no lo ves, pero está pidiendo a gritos ayuda. Como no la tiene de ti, ha buscado en otros. Pero no te preocupes, tú ya no puedes hacer nada. Si lo intentaras, estoy seguro que ella lo interpretaría como un caso de violencia de género. Yo te la puedo convertir de nuevo en una auténtica zorra, follará conmigo y con quien le pida, sin rechistar, sea quien sea. Y no te preocupes, que tendrás tu ración de vista y uso, pero siempre después que acabe todo. Eso sí, una vez que inicie con ella el "tratamiento", no hay vuelta atrás, ya que ella nunca lo querrá dejar, eso dalo por hecho. Si aceptas, me lo dices, no hace falta que sea ahora mismo.
Aunque en aquel momento no lo pareciera, calibré todas y cada una de sus palabras. Estaba seguro, deseaba estar seguro... necesitaba estar seguro. Acepté, y ese apretón de manos implicó entregar a Marta a un desconocido que haría lo que quisiera con su cuerpo y mente.
Esa misma noche, recibí un sms con una sola palabra: viernes. Provenía del móvil de Carlos.
Sabía que el viernes Marta tenía una cena con gente de su empresa, y que no estaba segura de si ir o no. De nuevo los nervios atenazaron mi estómago, no pude dormir esa noche, y aún era miércoles.
Deduje que Montse tenía algo que ver, y la llamé por la mañana. Me dijo que sabía todo, y que el primer intento sería en esa cena, pero no me quiso dar detalles. Los buenos maestros ocultan sus trucos, me dijo. Sólo pude sonsacarle que ella no estaría presente... esa vez.
Me pasé todo el jueves y el viernes con la mente en otro sitio, no me podía concentrar en el trabajo, pensando en si tendría éxito o no. Y yo mismo me auto convencía que no podría ir tan rápido, para, dos segundos más tarde, desear lo contrario. Total, que llegó la hora señalada, y Marta estaba arreglándose para salir.
Mientras oía correr la ducha, vi la ropa escogida para la cena sobre la cama: una blusa blanca con rayas finas rosas, pantalón blanco, y como era verano aún, sin medias, y un sujetador negro y unas bragas de algodón blancas, de esas que suelo llamar "anti-v." Porque por lo feas que son, y a pesar de ser lisas, no incitan a la libido precisamente.
Cuando salió de la ducha, pasó con el albornoz por delante de nuestra hija, a la que acarició el cabello, y se dispuso a vestir, no de muy buena gana. Me fijé eso sí, que estaba con las piernas perfectamente depiladas, e incluso su sexo estaba más recortado de lo normal. Me fijé tanto que ella me dijo:
- ¿Qué? ¿Tengo algo raro en el cuerpo?
-No, sólo que veo que estás preciosa y muy suave. Se lo dije mientras le acariciaba las piernas y su poco vello por encima de su sexo me atraía como un imán.
Apartándome la mano bruscamente, me dijo que tenía prisa, que me dejara de tonterías, que tenía que ir a esa "estúpida cena", y que por culpa de Montse, que la convenció para ir a depilarse a su casa, ya va con retraso.
Sólo ese comentario ya me provocó un hormigueo en el estómago. ¡La había preparado para hoy!. Cuando mi esposa se fuera, debía llamarla para que me diera detalles.
Quince minutos más tarde, se fue hacia su destino, dejándome con más nervios que nunca. Le hice la cena a mi hija, la puse a dormir, y luego marqué compulsivamente el número de teléfono de Montse. No me contestó, cosa que me provocó más desasosiego, y sólo con mi tercera llamada y dos mensajes en su contestador, me envía un mensaje escrito: "ocupada, ¿te gustó depilada? Casi algo esta tarde. Espero hoy tu con cuernos. Besos".
Releí este mensaje cada cinco minutos, hasta que me dormí vestido sobre la cama, y allá por las tres de la madrugada recibí dos mensajes al móvil. Uno ponía: "más fácil de lo que creía". El segundo contenía una foto. Un primer plano de la cara de Marta con una polla en la boca... El corazón se me puso a mil.
Continuará