La entrega

Un sumiso se estrena con una ama lejana...

El viaje había sido muy largo, con mucho tiempo para imaginar qué me depararía al final. Estaba ansioso por llegar y cumplir la promesa. Las palabras habían sido claras y acordamos el encuentro en tu ciudad norteña. Todo un fin de semana para mi entrega a ti, ama dulce y perversa.

Con el corazón desbordado y un raro temblor llegué a la dirección señalada. Era mi estreno como sumiso. Tantas fantasías ahora a punto de realizarse… Pulsé el timbre del portal y tu voz sonó para mí por vez primera. Me diste la primera orden. "Sube".

Tomé el ascensor como un reo afortunado, aguardando conocer a mi carcelera… Y allí me esperabas, en el umbral de la puerta, mi prisión provisional. Estabas apoyada en el quicio, con la mirada clavada en mí… y yo creía quedarme helado, temeroso y emocionado, no sabía si podía andar pero mis pasos me llevaban hacia ti, mi trampa tan buscada

No nos besamos, tan sólo un saludo y me mandaste pasar. Cerraste la puerta y yo quedé en medio, paralizado y mudo por la excitación. Estaba mirándote, mi desconocida raptora, tan sensual y hermosa… Vestías un apretado corpiño de cuero negro, con una falda mínima y unas botas del mismo material con refinado tacón que adornaban tus largas piernas. El uniforme oscuro y brillante me tenía hipnotizado… Esperaba tus órdenes.

Colocaste una silla en el centro del salón y te afanaste en recoger todo lo necesario para mí. Me hiciste desnudar bajo tu mirada imperturbable. "Qué buen sumiso pareces…". Me decías mientras. Me calcé un slip de cuero negro que me diste. Me senté y esperé que tú dispusieras. Pocas palabras, estabas por la faena. Enseguida llevaste mis manos a la espalda y con una cuerda ataste mis muñecas, con esa habilidad de la que presumías en los mensajes. Las ligaduras eran firmes pero no apretaban. Volviste a usar una cuerda, esta vez muy larga, para amarrarme a la silla dando varias vueltas

Tras acabar la tarea, encendiste un cigarrillo para fumarlo tranquilamente delante de mí. Al hacerlo reías maliciosa, disfrutando del éxito de haberme cazado, mirando a tu inmovilizada e indefensa presa. Te pedí una calada, como hacen los condenados, pero tú sólo me exhalaste varias bocanadas de humo que yo quise respirar con ansia, aire cálido de tus entrañas… Estaba ya tan excitado. El cuero del slip ceñido también intentaba inmovilizar a mi miembro desbocado.

Apagaste el pitillo y pusiste una música cadenciosa con una voz que susurraba… Tú le seguías con tu voz y tu cuerpo se puso a moverse con contoneos rítmicos, bailabas como una danza de celebración … la amazona que acosa a su prisionero. Fuiste acercándote y te sentaste sobre mis piernas atadas. Te pegaste a mi torso y fuiste ascendiendo como una lenta boa. Dejaste de reptar por mi piel temblorosa para fijar tus caderas a la altura de mi cabeza. Yo estaba a punto de reventar por la corriente ardiente que recorría mi carne… quería abrazarte pero las cuerdas eran tus tentáculos. Me abrasaba el deseo y tú, experta y perversa, lo avivabas… Era la primera vez en mi vida que mi cuerpo no podía responder, atado como estaba, las ligaduras eran nuevas fuentes de un placer extraño

Seguía la música y tu vientre se pegaba a mis ojos cegándome y con vaivenes tus muslos iban cerrándose sobre mi rostro… te bajaste la falda y las bragas para ofrecerme tu tórrido y recóndito sexo. Yo abrí mi boca agradecido por esa generosidad hecha humedad… Me ordenaste lamerte. "Más adentro, usa bien tu maldita lengua, que estás sediento". Yo me embriagaba con tu néctar, asfixiándome en tu pubis… Así hasta que te separaste de repente. Yo te miré con ganas de protestar, pero no osé decir nada. "¿Quieres más?". Cogiste las bragas y las empapaste bien para metermerlas en la boca. Antes de que reaccionara tú la sellaste con cinta adhesiva a modo de mordaza. Remataste la faena con una caperuza de cuero negro que ajustaste en mi cabeza, con una abertura para respirar pero me sumergió en la completa oscuridad… Ahora ya las sensaciones se multiplicaban y mi corazón se disparaba. Estaba totalmente sometido y tú, imaginé, que disfrutabas con la visión. El desconocido sumiso al fin es mío, pensarías. Pasó un instante, en silencio, ya no bailabas… De repente me diste un beso en el cuello, al filo de la capucha, y me susurraste tan dulce y perversa. "Esto no ha hecho nada más que comenzar, mi prisionero…". "Voy a salir a celebrar tu bienvenida". "Desearás que vuelva pronto y cumplamos los más oscuros deseos". "De aquí no te mueves, pórtate bien…".

Y te fuiste, lo intuí tras dejar de oir el sonido de tus botas y acabar en un portazo. Además cerraste con llave. Y allí estaba yo. Cegado, amordazado y atado. Lejos de mi ciudad. Nadie sabía mi paradero. Pero no tenía miedo. Es más, me sentía escalando la montaña de mi placer más oculto y perverso. Extrañamente feliz, mi primera sumisión y a merced de una ama desconocida pero que parecía comprenderme. En el pacto se hablaba de entrega total pero no de dolor. Deseaba que el fin de semana pasar muy lento… ¿Qué sensaciones me podían aún aguardar? Tú, mi ama provisional, debías saberlo y esa espera era otra forma de castigo

(¿Continuará?)

Dedicado a Ana, de A Coruña… Lástima de la distancia

Para ella especialmente y para otras que este relato les haya tocado alguna fibra: 30857jmr@comb.es