La enfermera (4)
El ultimo capitulo de esta historia.
Han pasado varios meses desde que conocí a Ana, han habido buenos momentos y no tan buenos, ella pasó por una fase de arrepentimiento, de no continuar con lo nuestro porque no quería seguir engañando a su marido. El caso es que estaba hecha un lio, así estuvo durante un mes más o menos en que yo no quise intervenir en ninguna decisión que tomase.
Me dijo que necesitaba aclarar sus ideas y no verme durante un tiempo, yo era un grano en su culo; aunque por dentro me corroyera la rabia y la desesperación tenía que dejarla hacer, incluso marchar si ella optaba por ello.
Estuvo tres semanas sin llamarme y aunque no me la podía quitar de la cabeza, mi trabajo y mis amistades me ayudaban a superar el mal trago.
Una noche cuando llegue a mi casa la vi esperando dentro de su coche, vino a dar conmigo, iba vestida con un abrigo de color blanco que le llegaba hasta las rodillas, me dio dos besos en la cara.
-Hola Juan, ¿Como estas? ¿Estás ocupado? ¿Podemos hablar?
Estaba nerviosa y algo preocupada, pensaba que me iba a dar la estocada, vamos que me iba a decir que no quería volver a verme.
-Hola Ana, acabo de salir, me iba a dar una ducha, cenar algo y ver la tele, poca cosa. ¿Qué tal estas?, ¿hace tiempo que no sé nada de ti?
-Bien, mejor de lo que yo esperaba, he tomado una decisión y quiero hablar contigo.
La hice pasar a mi casa, era la primera vez que entraba en ella, así que la guie hasta la sala, nos sentamos en el sillón y le dije que me contara lo que pasaba.
-Lo primero que quiero saber es que si aun deseas ser mi amigo, que aunque no volvamos a tener sexo, seguiremos con nuestra amistad.
Trague saliva y no muy convincente le dije que si, por supuesto, intentando por todo los medios que no se me notara el mal trago que estaba pasando. Que era algo más que una amiga y no dejaría de hablar con ella.
Saco una de sus sonrisas más bellas y picaronamente me dijo:
-Hay mi niño, que mala he sido contigo, tengo que arreglar esto de alguna manera.
Se levantó del sillón, me dio un beso en la mejilla y el chaquetón que tenia puesto se lo fue desabrochando poco a poco, me dio la espalda y se lo quito muy despacio, descubriendo así su desnudez, enseñándome toda su espalda y su hermoso culo, me quede de piedra, completamente desnuda solo llevaba unas medias negras sujetas con un liguero color rojo y negro.
Se dio la vuelta y terminó por dejar caer el abrigo al suelo, sus pechos erguidos, su pubis rubio me desafiaban. Debía tener cara de idiota porque no paraba de reírse.
-¿Te gusta mi modelito? No conteste, estaba idiotizado.
Se puso de rodilla y empezó a gatear hacia mí como una gata en busca de su presa y esa era yo.
Me miraba con deseo, sonreía con descaro, su pelo suelto formaba una melena salvaje, se movía despacio, con sensualidad, lo había ensayado para la ocasión, no podía ser natural, demasiado perfecto todo.
Cuando llegó a mi me cogió de las rodillas y sin ningún miramiento me las abrió de golpe, metiéndose en medio. Abrió la cremallera del pantalón despacio haciendo durar la maniobra una eternidad.
-Mira que cosita hay aquí, ¿qué es esto? ¿Por qué está así?, me miraba a los ojos con cara de bicho malo, ya estaba excitado desde hacía un buen rato, pero aquello superaba todo lo que esperaba de ella.
Saco mi pene de su guarida y con sus manos empezó a tocarlo con suavidad, hablarle como si tuviese vida propia.
-Me echabas de menos, ¿verdad?, ¿cuánto?, pobrecita que excitada estas, has estado mucho tiempo sin mí y me reclamas un poquito de atención, no te preocupes, esta noche te daré todo lo que me pidas.
Le daba besos, en la cabeza, en el tronco, pasaba la lengua y sus manos por ella, la acariciaba. Tan excitada mi polla estaba que empezó a soltar segregaciones.
-No llores cariño, no estés triste, anda déjame besarte que te voy a consolar mucho.
Se la metió por entero en la boca y empezó a chuparla con una delicadeza y un amor que no había visto en ella hasta ese momento, el placer que me daba se veía reflejado en mi pene que no sé de dónde sacaba carne para seguir creciendo.
Mientras seguía con mi polla en su boca se la ideó para desabrochar por entero mi pantalón y sacar mis testículos al aire. Lo que aprovechó para empezar a sobarlos. Eso era el colmo del placer, no sabía cuánto iba a durar sin correrme, pero seguro que no mucho.
Allí estaba la mujer que me quitaba el sueño, hacia tan solo diez minutos que pensaba que la perdía para siempre y ahora estaba haciéndome una mamada, completamente desnuda de rodillas con el culo levantado como una gata en celo, era maquiavélico el plan que había trazado.
Intenté moverme y me lo impidió tirando de mis huevos hacia abajo.
-Como te muevas te los arranco, esta noche soy yo quien te dará placer y tú acataras mis órdenes sin rechistar, ¿queda claro?
Según iba hablando apretaba mis partes con fuerza, ni se me ocurrió contradecirla, no fuera a cumplir su promesa de castración.
Me quitó los pantalones y la camisa muy despacio con una lentitud exasperante, mirándome a los ojos y con esa sonrisa que no conocía y que me estaba poniendo muy cachondo.
Se puso de rodilla encima de mí y con su mano izquierda se llevo mi pene a la entrada de su vagina, poco a poco se la fue introduciendo hasta que la tuvo toda dentro, se quedo allí sintiendo durante unos minutos esa barra caliente de carne que tanto placer le producía. Besaba mis labios con pasión cuando empezó a moverse poco a poco hacia delante, hacia detrás, rotando la cadera en el mismo sentido de las ajugas del reloj, el placer era enorme tanto para ella como para mi, sus gemidos eran apagados por mi lengua que estaba en el interior de su boca, se movía cada vez más rápido, tenia contracciones en su vagina, era indicativo de que le llegaba un hermoso orgasmo, se agarro a mi pelo y de repente exploto en un grito de placer. Temblaba muchísimo y no dejaba de mover las caderas, su respiración agitada no podía recoger el aire que su cuerpo le reclamaba y al cabo de unos minutos paró porque no podía continuar de lo agotada que se quedo, se me abrazo y así sin salirse de mi estuvo cerca de diez minutos, hasta que recupero el aliento.
Me miró a los ojos y se volvió a poner de rodillas en el suelo delante de mí, todo ello sin decir una sola palaba, se volvió a meter el pene en su boca, esta vez la acogió con un deseo irrefrenable de hacerme sentir placer hasta que me corriese.
Así que al cabo de cinco minutos me vine en su boca, solté leche lo que no está escrito, se la trago por completo, no se le escapo ni una gota. Me dejó completamente agotado pero satisfecho. Cuando terminó se subió a mis rodillas y me beso en los labios y me dijo:
No quiero perderte, ni te imaginas lo que te he echado de menos, te deseo, te quiero, así que si no has cambiado de opinión quiero seguir contigo. Pero no puedo dejar a mi marido, le haría mucho daño si lo hiciera o se enterara de lo nuestro.
Como respuesta le bese los labios y la rodee con mis brazos. No dije nada, estaba todo dicho.