La empresaria rival

Dominación light. Lésbico. Una joven ejecutiva tiene que trabajar con una empresaria rival. Pronto la jerarquía entre ellas queda clara.

Por fin se acababa la convención. Miré el reloj y calculé que podría escaparme en una hora. Llevaba dos días de convención sectorial. Varios fabricantes habían presentado sus nuevos productos y sistemas para las empresas del ramo de la seguridad. Había tenido que soportar también varias exposiciones de gente importante del sector, pero por fin terminaban las dos jornadas de tortura.

Para el acto final, que consistía en un cóctel sin tener que escuchar más discursos ni presentaciones, se nos había pedido vestir de forma elegante. Yo llevaba un precioso vestido azul que resaltaba mis escasas cualidades. A pesar de mi poco pecho y mi escasa altura el vestido me quedaba fenomenal. Profundizaba en mi escote algo más de la cuenta y se ceñía a mis caderas marcando mis curvas. Estaba deseando salir para presentarme en casa de mi novio, Fernando. Pocas veces me vestía tan elegante y quería lucirme delante de él.

Estaba cambiando mi copa de vino blanco vacía por otra que me ofrecía un camarero cuando escuché que me llamaban.

—Ana, qué bien que te encuentro.

Me volví para ver a mi jefe que se acercaba acompañado de una escultural mujer que me resultaba conocida. Ramón, mi jefe, era un señor mayor, simpático y bonachón que a pesar de sus más de setenta años estaba activo y no pensaba jubilarse.

—Ana, te presento a Elisa. Elisa es la dueña de SecurTec. Tiene un magnífico departamento de soporte remoto al cliente y me gustaría que estudiarais la posibilidad de colaborar. Elisa, Ana cogió el departamento en mi empresa y le ha hecho funcionar en un tiempo récord, y teniendo en cuenta cómo estaba tiene mucho mérito.

Elisa me miró de arriba abajo con lo que me pareció menosprecio. Supe de qué me sonaba, había dado una de las primeras charlas de la convención. Un larguísimo discurso ensalzando las bondades de su empresa y su superioridad sobre las otras del sector.

—Encantada Elisa — dije educada tendiéndole la mano.

—Sí, sí. Podríamos reunirnos el martes para comer. Cualquier cosa que me pida Ramón.

Elisa era fría y seca. Dejaba claro que si no fuera por Ramón, no me dedicaría ni una mirada. En cualquier caso, eran negocios. Retiré mi despreciada mano.

—Será un placer, ¿dónde quiere que nos veamos? — a pesar de nuestra poca diferencia de edad no me atreví a tutearla.

—Te mandaré un mensaje — se giró hacia Ramón y me ignoró—. Me ha alegrado mucho verte tan bien. Ahora me voy, tengo muchas cosas que hacer después de perder dos días en esta estúpida convención.

Elisa se marchó manteniendo una postura erguida y orgullosa. La gente inconscientemente se apartaba a su paso. Cuando desapareció respiré aliviada.

—Jajaja — se rio Ramón —, no cambiará nunca. Quería que la conocieras porque puedes aprender mucho de ella, Ana. En la oficina repasaremos los detalles de lo que debes conseguir, pero seguro que conocer a Elisa te será muy útil.

—Eso espero, jefe. Ahora si me disculpa me voy a ir, creo que ya he tenido bastante.

Tenía razón con lo de mi novio, salvo que no pude lucir mucho el vestido. Nada más entrar en su casa me lo quitó de forma apresurada e hicimos el amor. Como casi siempre, se quedó dormido enseguida, pero pasé la noche felizmente pegada a su cuerpo.

El lunes me reuní con Ramón en su despacho. Durante dos horas discutimos sobre lo que debía ofrecer y obtener de mi encuentro con Elisa. Me preparé sobradamente el resto del día y el martes por la mañana para conseguir nuestros objetivos. Repasé plazos y cifras. Cuando llegué al hotel donde me había citado mi cabeza estaba repleta de datos.

Llegué cinco minutos antes de la hora y ocupé una mesa para esperarla. Elisa apareció puntualmente. La vi recorrer el restaurante hacia la mesa y me pareció aún más imponente que el día en que la conocí. Caminaba con decisión, como si el mundo fuera suyo y los demás estuviéramos para servirla. Me levanté para saludarla alisándome la falda. Ella me sobrepasaría en veinticinco centímetros, pero su altivez y arrogancia me hicieron sentir diminuta cuando nos dimos la mano.

—Tengo algunas propuestas que pueden interesarla — la dije en cuanto nos sentamos.

—Espera, niña. No seas impaciente. Primero pidamos.

Ambas nos concentramos en el menú y encargamos nuestros platos cuando apareció el camarero.

—Dime, ¿qué habías pensado?

—Como usted sabrá el departamento de recepción de alarmas es muy importante en nuestro sector. Tan importante que todos lo tenemos sobredimensionado. Salvo raras excepciones la mayoría de agentes están mano sobre mano casi todo el tiempo. A pesar de esto no podemos reducir plantilla para prevenir situaciones de saturación.

—Y habías pensado en unificar nuestros departamentos. ¿Me equivoco?

—No, señora, aunque no era eso exactamente lo que quería proponerla.

—Escucho.

Seguimos hablando del negocio mientras dábamos cuenta de la comida. Elisa no abandonó su actitud de superioridad en ningún momento.

—Resumiendo — me dijo —, creamos una empresa independiente que proporcione el servicio a nuestras dos empresas y nos deshacemos del departamento propio. Eso nos ahorraría alrededor de un cincuenta por ciento del coste a cada una.

—Eso es, en cuanto la nueva plataforma estuviera operativa y rodando sin problemas podríamos ofrecer el servicio a otras empresas de seguridad, sobre todo a las pequeñas. El objetivo no solo es reducir costes, sino incluso obtener beneficios.

Elisa me miró fijamente en silencio, los segundos pasaban volviendo la situación incómoda. Me sentía como un bacilo bajo el microscopio, siendo examinada y juzgada por alguien poderoso y superior. Terminé bajando la mirada y esperando el veredicto. Seguro que me hundiría con unas pocas palabras.

—Estoy impresionada — levanté la cabeza al oírlo —. Me parece una magnífica idea — Elisa cogió mi mano sobre la mesa —. Tendremos que concretar muchos detalles, pero me parece factible — sus dedos acariciaban el dorso de mi mano calentando mi piel.

—Ah, ¿sí? — respondí sorprendida. Esperaba desdén y recibía alabanzas. Los dedos de Elisa se sentían suaves y cálidos en mi mano.

—Sí, creo que será un proyecto interesante que podremos llevar juntas tú y yo.

Al decirme esto detecté algo en su mirada que no había visto antes. Interés y algo más que no supe definir.

—Accedí a reunirme contigo por respeto a Ramón. Me ayudó cuando empezaba y nunca podré olvidarlo. He de confesarte, sin embargo, que no esperaba nada positivo. Esto demuestra que todos nos equivocamos, eres más intrigante de lo que pensaba.

Su mano seguía sobre la mía acariciando mi piel y su mirada se clavaba en mis ojos. Aunque era muy agradable tener su atención me sentía como una niña siendo evaluada, pero de la forma en que una cobra evalúa a un pequeño roedor indefenso. Elisa no me sacaría más de cinco o seis años, aun así, era como un ser superior a mí en todos los sentidos. Desprendía un aura de autoridad que me afectaba.

—Creo que debemos hablar con más detalle de todo esto. Además, si vamos a llevar el proyecto juntas debemos conocernos mejor.

Retiró la mano de la mía y llamó al camarero. Yo bajé la mano al regazo y la cubrí con la otra. De alguna manera no quería que el calor que me había transmitido se perdiera.

—Tengo una idea — me dijo después de pagar la cuenta —. Cojamos una habitación y concretemos más detalles. Sígueme.

Sin consultarme pidió una suite y subimos en el ascensor. El silencio entre nosotras se me hacía opresivo. De vez en cuando echaba un furtivo vistazo a mi acompañante, se la veía tranquila y relajada.

—Elisa, ¿para…?

—Silencio, niña.

Obedecí intimidada. Al llegar entró en la habitación abriendo con la tarjeta magnética y la seguí al interior. Elisa dio una rápido vistazo a la estancia y se sentó en un cómodo sillón después de moverlo orientándolo hacia la puerta. Yo, de pie, la miraba sin saber muy bien qué hacíamos allí. No teníamos documentación, ni siquiera un ordenador para empezar a diseñar un plan de negocios.

—¿Qué…?

—Silencio — ordenó.

Me quedé inmóvil bajo su escrutinio, su mirada me recorrió entera inquietándome. Dejó pasar el tiempo sin dejar de examinarme. Yo estaba como un flan, deseando que algo interrumpiera el silencio.

—No me había dado cuenta, pero eres muy mona, Ana.

—Gracias, señora — ¿a que venía eso?

—Ven aquí, Ana. Acércate — me pidió haciendo un gesto con la mano.

—Sí, señora — contesté algo intimidada, cuando Elisa pedía algo esperaba ser obedecida.

Cuando llegué a su lado me agarró de las manos y me sentó en su regazo. Me erguí sorprendida.

—¿Qué pretende ha…?

—Cálmate, Ana. Es importante que nos conozcamos si vamos a trabajar juntas — me había rodeado por la cintura con sus brazos y me resultó violento sacudirme para liberarme —, y gracias a tu magnífica idea creo que vamos a trabajar muy, muy juntas.

—Sí, pero …

—Pero nada, Ana. Relájate. Vamos a tener que confiar la una en la otra si vamos a hacer negocios, has tenido una buena idea y puedo apoyarte. Será muy importante para tu carrera, pero tienes que aceptar quién manda.

Me sentía como una niña en sus rodillas y más cuando me hizo apoyar la cabeza en su hombro. Me mantuvo así un par de minutos, en los que lo único que se oía era nuestra respiración. Yo permanecía expectante, tensa, esperando ver por dónde iban los tiros. Elisa notó el momento en que me relajé porque sus manos empezaron a moverse. Una bajó y acarició suavemente mi muslo, la otra recorrió mi abdomen con movimientos circulares.

—Elisa — dije sin saber muy bien lo que quería decir.

—Sssss, calla. Solo estamos conociéndonos. No digas nada.

Obedecí y permanecí en silencio. Esa mujer tenía algo que me impelía a obedecerla. Desprendía un aura de confianza y autoridad que me hacían sentir pequeña. Sus caricias me gustaban. Di un respingo cuando me di cuenta de que me había desabrochado la blusa por entero. No había sido consciente hasta que acarició la piel de mi tripa directamente.

—Elisa, ¿qué?

—He dicho que estés en silencio. No me obligues a castigarte — me interrumpió tirándome del cabello hacia atrás y dejando mi cuello expuesto.

Amedrentada seguí sus órdenes, su lengua lamió mi cuello hasta la mandíbula. Sus manos dejaban surcos de calor en mi piel allá por donde pasaban. Nunca había estado con una mujer y estaba muy nerviosa. La situación me sobrepasaba pero sus caricias se sentían tan bien que me quedé pasiva. Me moví cuando me indicó para facilitar que me quitara la blusa. Luego levanté el trasero para que me subiera la falda, con lo que quedé sentada en su regazo casi en ropa interior. Ahora acariciaba todo mi torso, pasando suavemente la mano entre mis pechos. La mano de mi muslo se acercaba peligrosamente a mi ingle, pero volvía hacia la rodilla explorando el interior de mis muslos. Estuvo mucho rato acariciándome, provocándome, socavando mi resistencia. A pesar de que no me gustaban las mujeres estaba excitándome. Me encontré deseando que me tocara más, que me acabara de desnudar y se apoderara de todo mi cuerpo.

Elisa no tenía prisa y parecía saber muy bien lo que hacía. Yo estaba conteniendo los suspiros y respirando aceleradamente entre mis labios entreabiertos, ella, sin embargo, estaba calmada y tranquila. Sabía que tenía el poder, que ella mandaba.

—Quítate el sujetador, Ana.

Obedecí en silencio. Me lo quité y enderecé los hombros para lucir mis pequeños senos. Elisa sonrió al darse cuenta y observó mis endurecidos pezones. Sin prisa fue acercando sus caricas hasta llegar a la parte baja de mis pechos. Un gemido se escapó de mis labios cuando los rozó suavemente. Estaba tan excitada que me dolían de anhelo por ser acariciados. Nunca había estado con una mujer, y aunque Elisa ciertamente era muy guapa y tenía un cuerpo increíble, no había imaginado que pudiéramos llegar a esto. Ahora, en cambio, quería su atención, prácticamente necesitaba que sus manos recorrieran toda mi anatomía a su antojo. La habían bastado unos minutos para tenerme jadeando en su regazo.

Su mano aleteaba sobre mis pechos dejando ligerísimas caricias y pequeños toques que me excitaban hasta el límite. Su mano entre mis muslos me torturaba sin llegar a tocarme donde más lo deseaba. Mis pechos subían y bajaban al ritmo acelerado de mi respiración. Al sentir su lengua en mi hombro gemí de placer.

—Creo que vas a ser una niña muy buena, ¿verdad Ana?

—Sí, señora.

—¿Te quitarías las bragas para mí?

—Sí, señora.

Levanté el culo y me saqué rápidamente las braguitas. Esta vez al sentarme me puso entre sus piernas dándole la espalda. Ahora sí, su mano exploró mi rajita. Se deslizó por mis labios vaginales recorriéndolos por entero. Subía y bajaba entrando levemente y volviendo a salir. Su mano en mi pecho apenas rozaba mis pezones volviéndome loca de deseo. Yo me aferraba a los brazos del sillón con los dedos blancos de tanto apretar. Me hizo feliz al meterme un dedo en el coñito.

—Estás muy apretada, mi niña.

—Gracias, señora — musité.

Uno solo de sus dedos me causaba más placer que cualquier pene que me hubiera penetrado. Me torturó mucho tiempo, tan pronto me metía uno o dos dedos como me acariciaba los labios sin profundizar. Mi cerebro iba a derretirse como no me corriera pronto. Iba a explotar de ganas de llegar al clímax, pero no me atrevía a pedírselo. Elisa siguió con sus hábiles caricias, llevándome una y otra vez a la frontera del orgasmo sin dejarme cruzarla. Mis muslos empezaron a temblar, mi cabeza se movía adelante y atrás involuntariamente. La excitación era tanta que iba a desmayarme.

—Deje que me corra, por favor — supliqué al fin.

—Pronto.

Sacó la mano de entre mis muslos y la llevó a mi pecho. Ahora me amasaba las tetas a dos manos. Ya no eran caricias leves, sino que me las apretaba con fuerza y me estiraba los pezones. Cuando no creí resistir más volvió a penetrarme. Mi cuerpo se arqueó de gozo y, cuando acarició mi clítoris, explotó en una llamarada de placer que me abrasó por dentro. Pensé que iba a entrar en combustión. Recibí tanto placer que fue incluso doloroso. Elisa me apretó contra su pecho sin sacar los dedos de mi interior.

—Así, pequeña, así, deja que pase.

Yo jadeaba necesitada de aire todavía convulsionando del enorme clímax que estaba sintiendo. Creí que no iba a lograr superarlo y que iba a morir allí, entre los brazos de Elisa y aferrada al sillón. Cuando el placer empezó a remitir poco a poco mis músculos de aflojaron y quedé desmadejada con medio cuerpo fuera del sillón.

—Lo has hecho muy bien, peque. Has sido muy buena.

Yo sollozaba por el enorme placer recibido. Las lágrimas se me escapaban libres, con la misma libertad con la que yo me sentía en ese momento. Como si hubiera tenido un peso enorme a la espalda y me hubiera liberado de golpe. En ese momento no tenía dudas ni preocupaciones. Estaba feliz. Di un respingo cuando Elisa sacó lentamente los dedos de mi coñito y me rozó los labios. Abrí la boca y los lamí hasta que todo rastro de mi propia humedad desapareció.

Elisa todavía estuvo un rato acariciándome, ahora sin tocar ningún punto sensible pero sí haciéndome sentir satisfecha y especial.

—Dime, Ana. ¿Crees que podremos trabajar juntas? — me preguntó sin dejar de tocarme.

—Sí, señora.

—¿Ya sabes quién manda?

—Usted, señora.

—Y después del trabajo, ¿serás mi pequeña?

—Sí, señora — contesté sin dudar —. Pero tengo novio.

—No me importa que tengas novio. Ahora ve a ducharte.

Obedecí y me di una ducha caliente que me reanimó un poco. Tenía toda la piel sensible y salí enseguida para no caer en la tentación de masturbarme. Me estaba secando con las piernas todavía temblorosas cono gelatina cuando Elisa entró en el baño y sin cortarse un pelo se puso a orinar.

—Límpiame, Anita.

Obedecí sin dudar, corté papel higiénico y la limpié.

—Muy bien, Ana. Yo ya me voy. Te espero en mi despacho mañana a las nueve para empezar a concretar detalles.

Después de recolocarse la ropa salió del baño y sentí como se cerraba la puerta de la habitación. Me recliné sobre la pared del baño pensando en todo lo que había pasado. Cómo esa mujer había hecho lo que había querido conmigo, cómo me había sometido y manejado, y cómo me había dado más placer que nadie anteriormente. Me había hecho sufrir un orgasmo épico y solo me había tocado el clítoris unos segundos al final. Increíble.

Al salir del hotel, por la hora que era, me fui directa a casa. Prefería acostarme temprano para estar pronto en la oficina y preparar la primera reunión con Elisa. Tenía toda la noche para decidir qué hacer respecto a mi sometimiento hacia ella. ¿Iba a dejar que me dominara? ¿Estaba dispuesta a mantener una relación de ese tipo? Ni siquiera sabía si lo que Elisa quería era una relación o simplemente me quería para desahogar sus frustraciones.

A las nueve en punto estaba en su despacho. Su secretaria, que se había presentado como Belinda, me hizo pasar. Elisa estaba tras su enorme mesa de nogal oscuro, imponente como una reina en su trono tecleando en el ordenador.

—Buenos días, Ana. Siéntate que enseguida termino y te presto toda mi atención.

Aunque no me miró siquiera el tono cálido y el énfasis en “toda mi atención” hizo que mi temperatura subiera un par de grados. De cualquier manera había decidido esa noche que lo del hotel no iba a repetirse. No estaba dispuesta a dejarme manejar por ella. Abrí el ordenador y saqué los documentos que llevaba del maletín y esperé a que Elisa me atendiera. Mientras esperaba observé el despacho. Era grande y con una amplio ventanal a la izquierda. En el centro estaba su mesa y a la derecha un sofá de dos plazas acompañado de una mesita baja y dos sillas.

—Ya estoy, Ana — me dijo apartando el teclado y mirándome de frente. Su mirada magnética se apoderó de mí y olvidé para lo que estaba allí. Volví a sentirme como el conejo indefenso deslumbrado por los faros de un coche en mitad de la carretera.

—¿Por dónde empezamos?

—Eh... yo… sí. He preparado un borrador de un plan de negocio. Tengo presupuestos y estimación de ingresos potenciales. Es todo muy preliminar, en un par de días los datos serán más fiables.

—Vale, vamos a repasar todo.

Durante hora y media Elisa mostró un comportamiento totalmente profesional. Tenía una mente aguda y muy capaz para los negocios. Me señaló un par de puntos mejorables en mis planes y fue realmente agradable tratar con ella.

—Bueno, Ana. Creo que por hoy podemos dejar el trabajo. Si te parece mañana nos volvemos a reunir a la misma hora.

—Perfecto — contesté aliviada. No tendría que rechazar proposiciones indebidas. —. Me ocuparé de concretar más las cifras y revisar lo que hemos decidido.

—Estupendo, ahora ven aquí — su tono profesional había cambiado a algo más oscuro, más autoritario.

Sin dudar y olvidada mi determinación de no caer de nuevo en su influjo, mis piernas me llevaron a su lado. Había bastado una sola orden suya. Ella acarició mi trasero con indiferencia mientras recogía los papeles con la otra mano. El calor se extendió desde mi culo al resto de mi cuerpo.

—Ayer te di un orgasmo y yo no recibí nada a cambio, Ana. Compénsame — me miró fijamente esperando mi respuesta. Intuí que ese momento sería decisivo y que marcaría nuestra relación, pero el suave calor que me daba su mano en mi trasero no me dejaba pensar con claridad.

—Sí, señora — repuse.

—Baja la mesa. Chúpame hasta que te diga.

—¿Cómo?

—Ahora — un azote me puso en marcha —. No quiero tener que repetirme. Tenlo en cuenta.

Con la cara como un tomate por la vergüenza me metí gateando bajo la mesa. Me situé entre sus piernas y, cuando Elisa levantó el culo, la subí la falda. No llevaba ropa interior.

—No me toques el clítoris, Anita. No tenemos prisa.

Inspiré hondo llenándome de su aroma y empecé lamiendo sus muslos subiendo poco a poco. La abrí ligeramente las piernas para tener espacio y paulatinamente fui acercándome a su rajita. Podía escuchar cómo ella volvía a trabajar con el ordenador y movía papeles sobre la mesa. Lamí sus pliegues cubriéndolos de mi saliva y acaricié el interior de sus muslos con mis manos.

—Muy bien, Anita. Lo haces muy bien.

Encantada con su aprobación seguí lamiendo lentamente, evitando el clítoris y centrándome en los labios, profundizando ligeramente con la punta de la lengua. Con asombro percibí que mis braguitas estaban mojadas, me estaba excitando. Seguí lamiendo y chupando, disfrutando del dulce sabor de los líquidos de Elisa. Cuando ella bajó la mano y acarició mi cabello me sentí bien. Di un respingo cuando llamaron a la puerta.

—No pares, Anita. Sigue. ¡Adelante!

—Señora, han traído el informe que pidió a contabilidad — por la voz era Belinda, la secretaria —. Se lo dejó aquí. ¿Se ha marchado ya Ana?

—Está haciendo una gestión que la he encargado.

—Bien, si necesita algo ya sabe dónde estoy.

Escuché cerrarse la puerta y sentí la mano de Elisa otra vez sobre mi cabeza.

—Muy bien, pequeña, sigue así. ¿Te estás excitando?

—Sí, señora.

—Si no te va a distraer puedes masturbarte, pero pídeme permiso cuando te vayas a correr.

—Gracias, señora.

Deslicé una mano bajo mi falda dentro de mis braguitas. Me froté furiosamente el clítoris. Extrañamente que la secretaria entrara mientras yo comía el coño a Elisa me había puesto extremadamente cachonda. Procuré no interrumpir mis lametones mientras me masturbaba, y en un par de minutos estaba a punto.

—Señora, ¿puedo correrme ahora?

—Claro que sí, pequeña. Lo estás haciendo muy bien — Metió una mano bajo la mesa y me presionó contra su ingle. Mi nariz y mi boca se apretaron contra su coño y me saturé de su olor y su sabor. Gemí como una perrita contra su rajita abierta mientras me corría frotando salvajemente mi clítoris.

—No te distraigas Anita, y acelera un poco.

Obedecí y enseguida estaba otra vez sirviendo a Elisa. Ahora metía más profundo la lengua en su agujerito. Quería complacerla, quería que se corriera gracias a mí.

—Belinda, llama a Fermín y que venga a mi despacho — oí como Elisa decía por teléfono.

Sin que me importara lo más mínimo seguí a lo mío. Tenía que conseguir darle a Elisa el placer que se merecía. Tentativamente, esperando la reacción de ella, metí un dedo en su coño.

—Anita, cuando se vaya Fermín quiero correrme. Tienes permiso para lamerme el clítoris y masturbarte otra vez si te apetece.

—Sí, señora. Gracias.

Moví lentamente mi dedo en su interior lamiendo cada rincón. Un señor entró y Elisa le dio algunas indicaciones a las que no presté atención. Mi mano había vuelto dentro de mis braguitas dándome placer. En cuanto el tipo se fue lamí el clítoris de Elisa. Añadí otro dedo a su interior y chupé con fuerza. Elisa me agarró la cabeza con las dos manos y me apretó. Noté como abrió más las piernas y los músculos de sus muslos se contrajeron. Su cadera se elevó unos centímetros y un chorro de líquido empapó mi rostro. Se estaba corriendo en silencio gracias a mí. Me excité tanto que la acompañé en el placer. Un suave orgasmo me recorrió sin que por ello desatendiera a Elisa. Paulatinamente detuve mi lengua y mis dedos hasta que me quedé de rodillas entre sus piernas esperando.

—Puedes salir, pequeña — me dijo en un par de minutos.

Salí y me quedé de pie a su lado, sin mirarla, esperando nuevas instrucciones interiormente orgullosa de haber cumplido. Ella volvió a acariciar suavemente mi culo. Me gustaba sentir sus manos sobre mi cuerpo.

—Mañana a las nueve. A ver si lo ponemos pronto en marcha. Sé puntual.

—Sí, señora. Aquí estaré.

Elisa se volvió hacia su mesa y se puso a trabajar. Sabía que debía irme. Justo cuando abrí la puerta para salir me dijo :

—Mañana trae un vestido. Sin ropa interior.

Me giré y vi que seguía a lo suyo sin prestarme atención, concentrada en lo que hacía.

—Sí, señora.

Cuando cerré la puerta suspiré sabiendo perfectamente que mi renuencia a seguir las órdenes de Elisa había desaparecido. Estaba completamente en sus manos. Dije adiós con la mano a Belinda, que me sonreía con expresión divertida, y volví a la oficina. Tenía que dar lo mejor de mí para que el proyecto saliera adelante y Elisa estuviera contenta conmigo. Trabajé hasta que me dolieron los ojos y me fui a casa a dormir. Había quedado en cenar con Fernando, pero le llamé para cancelarlo. Estaba muy cansada y tampoco me apetecía mucho verle.

Con puntualidad británica acudí al despacho de Elisa. Su secretaria me hizo pasar rozándome el trasero con la mano. Supuse que había sido accidental y no le di importancia. Elisa miraba por la amplia ventana, poderosa, imponente, con un traje chaqueta hecho a medida que realzaba su estupendo cuerpo. Dejé mis cosas en uno de los sillones y esperé su permiso para sentarme. Dedicamos casi dos horas al negocio. Avanzamos en nuestro proyecto y nos repartimos el trabajo. Según se iba acercando la hora de terminar me iba poniendo nerviosa. Notaba cómo la tela del vestido rozaba mis pezones, que se endurecieron presionando el tejido, moví el trasero en la silla de forma inquieta, deseando frotar los muslos entre sí.

—Creo que será mejor que terminemos por hoy, te noto distraída — me dijo Elisa con una leve sonrisa.

—Puedo seguir — contesté.

—Tengo que aclararte una cosa, Ana. Tu bonito cuerpo no es tu mejor cualidad. Lo que más valoro de ti es tu cerebro, y hoy no lo has usado mucho. Mientras estemos trabajando espero que tengas iniciativa, que aportes ideas y que me lleves la contraria si no estás de acuerdo conmigo. Hoy te has limitado a darme la razón en todo y si sigues así esto no va a funcionar. Iba a proponer a Ramón que lideraras tú la nueva empresa. Creo que eres perfecta para el puesto. Pero debes ser tú misma. No lo olvides.

—Sí, señora. Entiendo.

—Bien. Hasta aquí el trabajo. Quítate el vestido y ven.

Dejé lo que estaba haciendo y la miré. Con expresión severa me indicó su regazo girando la silla de despacho. Ocultando un gesto de alivio me levanté, bajé la cremallera del vestido a mi espalda y me lo quité por los pies. Desnuda salvo por mis zapatos corrí a sentarme en su regazo y metí la cara en el hueco entre su hombro y su cuello. Me había regañado, la había decepcionado y estaba dolida conmigo misma.

—No te preocupes tanto — me dijo acariciando mi rostro —. Te llevará un tiempo adaptarte. Ahora siéntate en la mesa, estoy deseando descubrir a qué sabes.

Me senté frente a ella y separé las piernas, Elisa me sujetó los muslos y hundió la cara entre ellos. Fue glorioso. Me acarició, penetró, lamió, chupó y absorbió. Hizo que me corriera dos veces seguidas. Con piernas temblorosas me llevó al otro lado de la mesa y me hizo reclinarme sobre ella. Esta vez me lo hizo solo con sus dedos. Estaba gimiendo, disfrutando de su enorme habilidad cuando llamaron a la puerta. Me incorporé asustada, pero su mano en la espalda hizo que volviera a apoyar los pechos sobre el tablero de nogal.

—Pasa — dijo Elisa sin dejar de masturbarme.

—Señora, han llamado de Securlab. Eh… ah… estarán aquí en veinte minutos — salvo un pequeño titubeo Belinda no reflejó nada de lo que estaba viendo. A mí desnuda, con el culo en pompa y las piernas abiertas, siendo follada por los dedos de su jefa.

—Gracias Belinda. Puede que tengan que esperar unos minutos.

—Lo tendré en cuenta.

Belinda se fue como si nada y yo emití un largo gemido.

—Te has apretado cuando ha entrado Belinda. ¿Te gusta que te vean?

—No — jadeé.

—¿Seguro, pequeña?

—No lo sé, señora — era cierto que no lo sabía. Mi cabeza rechazaba la idea de estar exhibida bajo el dominio de Elisa, pero mi cuerpo estaba en desacuerdo y se excitó cuando entró Belinda.

Después de hacer que me corriera una tercera vez me llevó a la ventana y me apoyé con las manos en el cristal, prácticamente erguida. Ahí me dio mi cuarto orgasmo, ante la mirada de cualquiera que se asomara en el edificio de enfrente.

—Abre la boca — me ordenó al terminar.

Lamí sus dedos hasta dejarlos limpios, cuando terminé me sorprendió con un beso en mi mejilla.

—Has sido muy buena, pequeña. Estoy cogiéndote cariño.

—Gracias, señora — contesté con una radiante sonrisa.

—Mañana no podemos vernos, así que nuestra próxima reunión será el lunes. Sé puntual.

Tremendamente desilusionada me vestí aguantando las lágrimas. Como si fuera una adolescente enamorada el lunes me parecía insoportablemente lejano. Elisa lo notó porque se levantó de su sillón y vino a mi lado.

—Ven.

Acudí a sus brazos abiertos y me sumergí entre ellos. Lloré un poco mientras ella murmuraba palabras de consuelo. No era solo por la demora en nuestra siguiente cita. Correrme tantas veces me había dejado sin fuerzas, sin energías, pero a la vez deseaba repetirlo pronto, repetirlo muchas veces entregándome a Elisa sin limitaciones. Con un esfuerzo me recompuse y me separé.

—Perdón, señora, no quería molestarla.

—Tú no me molestas, pequeña — dijo acunando mi cara en sus manos —. Ahora vete, venga, tengo gente esperando.

—Sí, señora. Gracias.

Cuando salí había dos personas sentadas esperando. Mi mirada se cruzó con la de Belinda y me alegró no ver en ella desprecio o burla, al contrario. Me sonrió con calidez.

—Adios, Ana. Espero verte pronto.

—Gracias, Belinda — repuse —. El lunes me tendréis aquí otra vez.

—Genial, buen fin de semana.

Por raro que parezca, esas pocas frases intercambiadas con la secretaria me animaron y pasé un día genial. Me propuse mostrar mi valía a Elisa en los negocios y me esforcé todo lo que pude en adelantar temas para la próxima reunión.

El viernes quedé con Fernando, mi novio, y acabamos follando en su casa. No estuve ni cerca de correrme. Tampoco lo culpé. Su rival era mucho rival y no esperé que estuviera a su altura. El sábado lo dediqué a cuidar mi cuerpo. Me depilé entera, aunque no creía necesitarlo hidraté mi piel, fui a la peluquería. Hice todo lo que se me ocurrió para agradar a Elisa. El domingo repasé la reunión del lunes y estuve contando las horas que faltaban. Hasta me acosté antes de lo normal para que pasara más deprisa el tiempo, jajaja.

Cuando llegué al despacho Belinda me cogió del brazo antes de entrar.

—Hola Ana, ¿has aprovechado el fin de semana?

—Claro, ¿y tú?

—Oh, sí. Verás me gustaría cenar hoy contigo.

—Hoy es imposible — la dije, Belinda me caía bien, pero apenas la conocía.

—Me ha dicho la Señora que te lo propusiera — me contestó bajando el tono.

—Ah, vale. Entonces sí —. Si la señora quería por supuesto que aceptaba. Belinda sonrió de oreja a oreja.

—Genial. Como tengo tu número luego te mando un mensaje. Ahora pasa que te está esperando.

La reunión fue mejor que la última. Discrepé en un par de puntos con ella y avanzamos mucho. Si todo iba según nuestros planes podríamos empezar a funcionar con la nueva empresa en un par de meses. En un par de horas dimos por terminado el trabajo. Elisa parecía distraída, con la cabeza en otra parte. Recogí mis cosas y me quedé en mi silla esperando, intentando no molestarla. Ella revisaba algo en el ordenador. De pronto me miró casi con cara de sorpresa, como si se hubiera olvidado que estaba allí.

—Ana, ¿estás esperando algo?

No contesté. Bajé la cabeza avergonzada y completamente ruborizada.

—Jajaja, ay pequeña. Es un mal momento, tengo que terminar una gestión que no puede esperar — me dijo de forma cariñosa —. Vamos a hacer una cosa. Mientras yo termino esto desnúdate y túmbate en la mesa. Será agradable ver tu bonito cuerpecito mientras trabajo.

—Sí, señora. Gracias — ilusionada hice lo que me pidió. Por un momento tuve pánico al pensar que me despediría.

Me desnudé y me tumbé al borde de la mesa para no molestarla. Elisa trabajaba a su aire y pude observarla tranquilamente. Me gustó mucho verla allí, tan serena y profesional, me pareció increíblemente atractiva. Ella me miraba de vez en cuando y luego seguía a lo suyo. Podría haberme sentido inútil o humillada, pero en vez de eso me sentía fenomenal. Estaba encantada de poder servirla aunque solo fuera mostrando mi cuerpo para su deleite. Creo que estaba enamorada.

—¿Te has depilado entera? — me preguntó.

—Sí, señora, para usted.

Con un asomo de sonrisa me recorrió con la mirada de una forma intensa. Empezó por mis piernas, luego llevó los ojos hacia mi pubis. Me sentía tan expuesta y a la vez tan bien de que se fijase con tanto detenimiento en mi cuerpo que por donde pasaba la vista se me iba poniendo la piel de gallina. Podía sentir sus ojos acariciando mi pubis, eso hizo que me humedeciera. Cuando se fijó en mi lisa tripita mis músculos abdominales se contrajeron. Subió despacio hasta mis senos, consiguiendo que mis pezones se endurecieran como si los hubiera tocado. Saqué la lengua y me lamí los labios cuando miró mi boca. Gemí antes de que dejara de mirarme y siguiera con lo suyo.

—Belinda, tráeme el listado de producción de los agentes comerciales de la zona centro — me pilló por sorpresa, estaba tan embobada mirando a Elisa que no me fijé en que cogía el teléfono. No se me pasó por la cabeza moverme, pero cerré los ojos.

Escuché entrar a la secretaria y cómo entregaba algo a Elisa.

—¿Qué te parece mi pequeña? — preguntó Elisa.

—Es pequeña y tiene poco pecho, pero tiene algo inocente que la hace encantadora. Cuando te fijas te das cuenta de que es muy mona.

—Eso mismo pensé yo. Pequeña, abre los ojos. Tú, Belinda, muéstrala los pechos.

Abrí los ojos y vi como la secretaria se desabotonaba la blusa y se quitaba el sujetador. Contemplé con admiración sus pechos llenos y firmes. En su pezón izquierdo tenía un piercing del que colgaba una pequeña plaquita dorada. Mi mano fue a tocarlo, pero me detuve a medio camino.

—Examínalo bien, Anita — me pidió Elisa.

Belinda se inclinó acercando mucho su cara a la mía. Llevé la mano a su pezón y cogí la plaquita con delicadeza. Mis dedos rozaron la suave piel de su pecho. Tenía unas letras grabadas : “Pequeña”.

—Ya puedes irte, Belinda.

Belinda se recompuso la ropa rápidamente y se marchó cerrando la puerta con cuidado. Miré a Elisa, pero ésta seguía trabajando como si nada. Se me vinieron varias cosas a la cabeza. No era la única, hecho que me desilusionó. Me había sentido especial al pensar que era la única “pequeña” de Elisa. Por otra parte, tenía una compañera que compartía la sumisión a nuestra señora. Quizá de algún modo eso atenuara la sensación de ser una pervertida que permanecía agazapada en el fondo de mi mente. Además, Belinda siempre había sido amable conmigo. Se me ocurrió una cosa aterradora. ¿Éramos dos o había más “pequeñas”? Contuve un gesto de dolor al pensar que podíamos ser un ejército, todas y cada una dispuestas a servir a Elisa como ella dispusiera. Estaba abstraída con estas reflexiones cuando por fin Elisa se dirigió a mí.

—He terminado, pequeña. Ya puedo encargarme de ti. Ahora túmbate en el suelo.

Como me pidió me tumbé boca arriba. Enseguida Elisa se puso sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. No llevaba braguitas y se había subido la falda. Lentamente se arrodilló sobre mi cara llevando su precioso coño a mi boca.

—Chupa, pequeña. Puedes masturbarte si lo deseas.

Ilusionada y agradecida de poder darle placer hice lo que me pidió. Agarré sus caderas para situarla a mi alcance y lamí con desesperación. Al principio no me masturbé, preferí tener mis manos sobre su cuerpo, acariciando la piel de sus caderas y su trasero. Después estaba tan excitada que llevé una mano a mi rajita y me froté con furia, de forma febril. Elisa movía la pelvis rozándose con mi boca. Mi lengua penetraba en su interior con ansia. Mi objetivo era devolverla todo el placer que ella me regalaba. Cuando se corrió suspirando audiblemente y me llenó de sus fluidos, mi cuerpo respondió corriéndose también. Las dos disfrutamos juntas del orgasmo.

—Otra vez, pequeña.

Por segunda vez lamí y chupé su coño con dedicación. Me deleité con el dulce sabor de sus fluidos y con el penetrante olor que desprendía. Lloriqueé de alegría cuando nos volvimos a correr a la vez.

Elisa se sentó en el suelo a mi lado, sonriendo ante mis lágrimas. La devolví la sonrisa con adoración. Ella me apartó con mimo un mechón de la cara y me acarició suavemente el rostro.

—Lo has hecho muy bien, nenita. Estoy muy contenta contigo.

—Muchas gracias, señora. Me hace muy feliz.

—Ya puedes irte — se levantó y arregló la ropa —. Ve poniendo en marcha las cosas que hemos acordado. Nos vemos otra vez el miércoles.

—Sí, señora.

Esa noche cené con Belinda. Me citó en un pequeño restaurante y llegó antes que yo. Cuando me vio entrar corrió a abrazarme efusivamente y me envolvió cálidamente en sus brazos.

—Hola, pequeña — murmuró en mi oído.

—Hola, pequeña — repuse.

—Jajaja, cuánto me alegro de que pasemos un rato juntas. Venga, vamos a sentarnos que tengo muchas cosas que contarte.

Pedimos la cena y no paramos de charlar. Belinda me trató como si me conociera de toda la vida y me hizo sentir estupendamente.

—Imagino que querrás preguntarme algunas cosas — me dijo al rato —. Pregúntame lo que quieras.

—¿Cuántas somos? — era lo primero que necesitaba saber. No había dejado de pensar en ello durante todo el día.

—Contigo cuatro. Estamos tú y yo, yo soy la más antigua. Me reclutó — hizo el gesto de “comillas” con los dedos — hace cuatro años. Luego está Beatriz, trabaja en ventas en la empresa, pero viaja mucho y está poco por aquí. Y queda Lucía, trabaja en el banco que lleva casi todas las cuentas de la empresa. Es algo mayor que nosotras. Tiene una preciosa niña y está casada.

—¿Está casada? — pregunté perpleja.

—Jajaja, sabía que te iba a sorprender. Sí, a Elisa no le importa si tenemos novio, o marido o lo que sea. Lo único que exige en ese aspecto es que estemos disponibles si nos llama. Yo tenía un novio cuando empecé con Elisa. ¿Tú tienes pareja?

—Sí, Fernando.

—Pues te pasará lo que a mí. Yo le dejé porque dejó de llenarme. Elisa me excita tanto y me pone tan cachonda que mi novio ya no era capaz de complacerme.

—Sé a lo que te refieres — dije con pesar —. Cada vez me apetece menos verlo.

—Bueno, de todas formas, Elisa nos da libertad. Ahora préstame atención y grábate mis palabras en la cabeza. Hay tres cosas que Elisa exige y no transige si la fallamos. La primera es disponibilidad y obediencia absoluta. Si llama tenemos que acudir, sin excusas. La segunda es discreción, no podemos divulgar nada de lo que ocurre entre nosotras. No puedes contar nada a nadie. Nunca.

—¿Y la tercera?

—Lo puedes dejar cuando quieras. Si decides no seguir con Elisa, lo dices y en paz. Pero no puedes echarte atrás. No te dejará volver con ella.

—¿Alguien la ha dejado?

—Sí, en estos cuatro años sé de dos que lo dejaron. María se enamoró de una chica y se casaron. Elisa se la llevó de fin de semana para despedirse y luego la hizo un estupendo regalo de boda. Alguna vez ha pasado por la empresa para saludar. Luego estuvo Carol. A Carol la echó Elisa. Trabajaba en la competencia, como tú. Elisa escuchó por ahí que Carol decía que eran novias. Ni siquiera habló con ella. Me ordenó no volver a dejarla entrar en la oficina y se encargó de que la despidieran del trabajo que tenía. Llamó muchas veces llorando y pidiendo perdón, pero Elisa no quiso ni hablar con ella.

—¡Joder! ¿Alguna vez nos junta a todas?

—Una vez al año. Desde que la conozco por Navidad nos invita a dormir una noche en su casa. Nos hace regalos y nos pasamos dos días desnudas complaciéndola en todo lo que nos pide.

—Será fantástico — ya estaba deseando que llegara el día.

—Oh, lo es, créeme. El último año hicimos el ferrocarril. Es… No, mejor no te lo cuento. Si vienes esta Navidad ya lo verás por ti misma.

Me dejó con la intriga, pero la pregunté muchas otras cosas. Lo más importante que saqué en claro era la satisfacción que rezumaba Belinda. Como yo, adoraba a Elisa, nuestra señora. También terminó con todas mis dudas, dejé de lado mis inevitables sentimientos negativos acerca de mi sumisión o humillación. Seguimos charlando un rato, dejamos de lado el tema de Elisa y nos conocimos un poco más personalmente. Después de pagar la cuenta, que abonó Belinda por encargo de Elisa, antes de levantarnos me entregó una pequeña cajita como la que daban con las joyas. La abrí intrigada y descubrí un piercing con la misma plaquita que llevaba Belinda en el pezón. Una sonrisa llenó mi cara y parpadeé para evitar las lágrimas de felicidad.

—Póntelo cuanto antes — me dijo Belinda sonriendo también.

—Lo estoy deseando.

—Lo sé, cariño.

Al salir del restaurante, ya en la acera, mi nueva amiga se despidió de mí con un suave y largo beso en los labios.

El martes aproveché la hora de la comida para ponerme el piercing. El punzante dolor que sentí no fue nada comparado con el orgullo de llevarlo. Esa misma noche quedé con Fernando para tomar un café. No se tomó nada bien que le dejara. No se creyó mi explicación y, como no podía decirle la verdad, se marchó muy ofendido.

El miércoles, después de despachar con Elisa nuestros asuntos, me volvió a ordenar meterme bajo la mesa y comerla el coño. No me permitió masturbarme. Por su despacho pasó infinidad de gente esa mañana. Cada vez que entraba alguien yo me ponía más y más cachonda oculta bajo la mesa entre los muslos de mi señora. Cuando se corrió por segunda vez me puso en su regazo y me ordenó masturbarme. La primera vez me corrí sólo con rozarme una vez el clítoris de lo excitada que estaba, la segunda tardé un poco más, quizá veinte segundos, jajaja. La tercera me masturbé con Belinda sonriendo desde la puerta. Fue glorioso sentir el placer con ella mirando y las manos de Elisa acariciando suavemente mi cuerpo desnudo. Cuando terminé, antes de vestirme, Belinda me besó cuidadosamente el dolorido pezón en el que mostraba orgullosa mi nuevo piercing.

El viernes pasó algo que, si me lo cuentan con antelación, nunca hubiera creído. Acudí al despacho de Elisa como siempre, puntual y sin nada bajo el vestido. Rematamos los detalles que nos quedaban de nuestro proyecto y luego, al terminar, me desnudé siguiendo las órdenes de mi señora.

Estaba sentada en el borde de la mesa de cara a la puerta. Tenía una mano de Elisa acariciando mis pechos y la otra dentro de mi coñito. Yo suspiraba a punto de correrme agarrada al antebrazo de mi dueña cuando sonó el teléfono. Elisa bufó irritada. Me metió rápidamente los dedos en la boca para que se los limpiara y contestó.

—¡Qué!

Escuchó unos instantes y murmuró.

—¿Aquí? Dile que pase. No le hagas esperar.

—Ana, no te muevas de dónde estás.

Sorprendida por la vacilante voz de Elisa permanecí en el sitio. Me chocó notarla nerviosa y agitada. Aunque no me agradaba estar tan expuesta a cualquiera que entrara no pensaba desobedecerla. Se me cayó la mandíbula al suelo cuando entró al despacho Ramón, mi jefe. Me cubrí los senos y el coño con las manos automáticamente, pero no me atreví a desobedecer y me quedé sentada. Con los ojos abiertos como platos vi que, sin perder la sonrisa, me miraba apreciativamente. Luego miró a Elisa, que seguía detrás de mí.

—Ven pequeña, arrodíllate — dijo.

Dudé unos instantes sin saber qué hacer. Pensaba que Ramón no sabía nada. Iba a bajarme de la mesa para preguntar a Elisa cuando pasó a mi lado y se arrodilló a los pies de Ramón. ¡Sorpresa!

—Sí, señor — dijo con la misma adoración en la cara que ponía yo cuando la miraba a ella.

—Ya sabes qué hacer.

Elisa no tardó en bajar los pantalones y la ropa interior a mi jefe y hacerle una espectacular mamada. Ramón la acariciaba la cabeza con cariño.

—Muy bien, pequeña. Lo haces fenomenal, como siempre.

Yo alucinaba. La imponente y autoritaria Elisa era la sumisa del bonachón de Ramón, al que aparte de ser mi jefe consideraba una buenísima persona.

—Sabía que no te resistirías — le dijo a Elisa manteniendo una mano sobre su cabeza —. Ana es tan inteligente y tan inocente a la vez, que estabas perdida en cuanto trataras un poco con ella. Es perfecta para ti. ¿Tengo razón, pequeña?

Elisa hizo movimientos afirmativos sin dejar de mamar en ningún momento. Desde donde yo estaba parecía estar disfrutando mucho.

—Ana, cariño, mastúrbate para que no te enfríes. Ahora estoy contigo — me dijo con una cálida sonrisa.

Yo no tenía claro eso de “estar conmigo”. No me apetecía follar ni dejarme tocar por un anciano, pero dependería de lo que me dijera Elisa. Lo de la masturbación, sin embargo, me pareció genial y me hice un dedo suavemente mientras los contemplaba.

—Creo que ya estoy listo. Gracias, pequeña.

Elisa se sacó el miembro de Ramón de la boca y le miró con devoción. Ramón vino hacia mí con el miembro erecto. Me agarró de las rodillas para separarme las piernas que había juntado al adivinar sus intenciones. Yo miré a Elisa.

—Haz todo lo que te diga, Anita — me dijo desde el suelo con expresión decepcionada, creo que no fue por mi reticencia, sino porque Ramón viniera a por mí.

Obedecí, claro. Separé las piernas dando acceso a mi jefe a mi coño. Él me acarició la cara con una mano y con la otra dirigió su miembro hasta apoyarlo en mi entrada.

—Sólo vamos a hacerlo esta vez — me dijo. En vez de estar a punto de follarme parecía un abuelito cariñoso dándole un regalo al nieto —, espero que disfrutes tanto como yo.

Di un grito cuando me empaló de un solo empujón. El abuelito tenía más vitalidad que cualquier adolescente. Me folló tan rápido y tan bien que enseguida me tenía gimiendo y apretándole con las piernas contra mí. Acabé tumbada, con sus manos en mis tetas y mis piernas sobre sus hombros. Su incansable polla seguía machacándome una vez tras otra.

—Aaaaahhghghghg … me corro jefe … me corro…

—Muy bien, cariño. Otra vez.

Sin dejarme ni respirar siguió metiéndomela como un pistón. Era algo increíble. Para ser un anciano follaba con la energía de un adolescente y tenía la resistencia de un campeón. En el despacho solo se escuchaban mis gemidos y los golpes de sus caderas contra las mías. Elisa me excitaba como nadie y podía hacer que me desmayara de placer cuando se lo proponía, pero la tremenda follada que me estaba metiendo mi jefe era algo épico. Me olvidé de todo, de Elisa, de Ramón, de mi vida, de dónde estaba… por un momento solo era una mujer volviéndose loca de placer y perdiendo la cordura.

—Me voy a correr otra vez — jadeé.

—Espera cielo, que ya casi estoy.

Aguanté como pude, no fue nada fácil. La polla de Ramón tocaba todos los puntos sensibles de mi interior y su fuerza me tenía subyugada.

—Ahora, cariño, ahora.

—Síiiiiiii… me corroooooo…

El viejo se corrió en mí apretando fuertemente mis muslos entre sus manos. Mi orgasmo se prolongó mucho tiempo, su vitalidad era increíble. A pesar de haberse corrido, todavía bombeó en mi coño un rato más haciendo que mi orgasmo se prolongara durante lo que me parecieron horas. Cuando sacó la polla semierecta me dejó temblorosa y balbuceante. Apenas escuché a Elisa pedirle permiso para limpiársela.

Terminé incorporándome sobre un codo a tiempo de ver cómo mi señora terminaba de vestir a Ramón. Vino hasta mí y me dio un beso en la frente.

—Ha sido estupendo, cariño — me dio una palmadita en la mejilla —. Ahora haremos como si esto nunca hubiera pasado, ¿sí?

—Sí, jefe — afirmé con una sonrisa extenuada.

—Pequeña — dijo volviéndose a Elisa —, mañana te espero en mi despacho a las diez. Te compensaré por esto.

Pude ver cómo se alegraba la cara de Elisa como si fuera una niña. Por el enorme respeto que la tenía no me reí a carcajadas. Le acompañó hasta la salida de la empresa dejándome sola en el despacho. Me quedé donde estaba esperando a que volviera.

Cuando Elisa entró me miró con severidad. Me asusté un poco. A pesar de que acababa de verla sometida me imponía mucho.

—Espero que nada de esto salga de aquí. No quiero que cuentes nada a nadie.

—Por supuesto, señora. Nunca.

—Bien — contestó más relajada —. Ahora quítame la calentura o voy a explotar.

Contuve una sonrisa y la seguí hasta el sofá. Usé los dedos y la boca. No me permitió parar hasta que se corrió tres veces.

Al día siguiente estaba en la empresa cuando acudió Elisa. Me saludó con altivez y entró en el despacho de Ramón. Recurrí a toda mi voluntad para no pegar la oreja en la puerta para escuchar. Como a las dos horas salió Elisa. Como siempre su aspecto era impecable, pero su expresión soñadora y sus pasos titubeantes la delataban. La acompañé hasta que cogió un taxi agarrándola del brazo para compensar su andar vacilante.

Así de dichosa fue mi vida en adelante. Como teníamos una empresa en común nos veíamos a menudo y Elisa siempre satisfacía de largo mis expectativas. Me descubrió incluso los placeres de la penetración anal, algo que nunca había probado y de lo que me hice practicante entusiasta. Si en algún momento la añoraba demasiado me inventaba alguna excusa para visitarla. Creo que me pilló desde el principio, pero no dijo nada. En el fondo quizá me cogiera cariño. Ramón cumplió su palabra y no volvió a pasar nada entre nosotros. Nos tratamos con la naturalidad de siempre. Alguna vez que recordé el tremendo placer que me dio pensé en ofrecerme a él, pero en el fondo sabía que no sería correcto, así que me contuve.

En Navidad Elisa me invitó junto a las tres otras “pequeñas” a su casa. Todas pasamos dos días desnudas dando placer a nuestra señora. Y entre nosotras, claro. Fue realmente fantástico, aunque tuve que cogerme un día libre luego para reponerme. Descubrí lo que era el “ferrocarril”. Todas nos pusimos un arnés con consolador y, con algo de dificultad por las posturas, nos pusimos en fila cada una follando a la de delante. Elisa se puso la última. Los demás puestos los sorteamos y le tocó ser la primera a Belinda. Estaba tan enfadada por no haber podido follar a nadie que cuando terminamos la dejé darme por culo, con el permiso de la señora, por supuesto.

Así es mi vida actual. Tengo nuevas amigas y ninguna pareja. Nunca he sido infiel a Elisa salvo algún escarceo con alguna de las otras pequeñas. Lo único que puedo decir es que soy muy, muy feliz.