La elección de Sandra

Sandra es una chica que lo tiene todo, salvo lo que realmente desea.

Había sido demasiado fácil dejar toda su vida atrás.

Demasiado fácil.

Ahora se encontraba en una jaula, acompañada de un completo desconocido, su amo.

Todavía era una palabra que la producía vértigo y cierto miedo.

Literalmente, el hombre que la acompañaba podía hacer con ella lo que le diera la gana.

Eso era lo que había aceptado.

Eso era lo que ya le habían hecho.

Había empezado como un juego, con un usuario anónimo en una página de contactos de sado en la que entró por pura curiosidad y con un contacto anónimo.

Pero lo que había comenzado como un juego se había poco a poco convertido en algo más.

No fueron necesarios muchos contactos para que empezará a sentir una extraña mezcla entre repulsión y fascinación por él.

Era duro y muy cruel.

Le había herido en lo más profundo más de una vez, pero de una u otra forma siempre volvía a él.

Y comenzó a ceder a los deseos del hombre.

Lo primero que hizo para él fue algo muy simple, una foto suya desnuda.

Recordaba ese momento.

Ella había intentó que fuera en ropa interior. Ya le parecía una locura mandar una foto suya vestida solo con unas bragas y un sujetador, pero el hombre insistió.

O mejor dicho, no insistió.

Simplemente, la dejó de hablar.

Fue unos pocos días después cuando en la oscuridad de la noche y encerrada en su habitación, se hizo la foto.

Y la mandó.

Lo más duro que había hecho en toda su vida.

También lo más excitante.

No recibió contestación alguna hasta un par de días después.

Quería un vídeo, un directo, en ese preciso momento.

Comenzó a quitarse la ropa...

Sentirse obeservada a través de la cámara por un completo desconocido la excitó.

No sabía que hacer con sus brazos ni con sus manos, pero intuía que no debía taparse, que debía mostrar su pecho y su coño sin obstáculos.

Así que llevó sus manos a la espalda y se agarró fuertemente las muñecas.

Y esperó.

No sabía qué estaba esperando.

Pero esperó.

Sólo la llegó una única orden: te quiero de rodillas.

Y obedeció.

Flexionó una rodilla y luego otra para colocarse en una posición de castigo y sumisión para no ocultar nada de su cuerpo, cargando todo su peso sobre sus articulaciones.

No podía mirar a la cámara.

Sabía en su interior que se estaba comportando como lo que detestaba, como una de esas esclavas con amo capaces de hacer lo que sea.

La mantuvó ahí un rato, como muestra de su poder.

Y ella lo aguntó como pudo.

Cuando oyó abrirse la puerta principal, entró en pánico.

Deseaba moverse, y al mismo tiempo, no podía.

Su madre llamó a la puerta.

-¿Estás ahí, Sandra?

Ella no contestó.

-Está bien, te prepararé la cena y ya te la comerás cuando quierás.

“Comerás aquí, en el suelo y sin usar las manos, como la perra que eres”

Sandra salió desnuda de su habitación porque su amo no la permitió vestirse. Cogió el plato que había preparado su madre para ella y volvió corriendo arriba.

Colocó el plato en el suelo, deltante de ella. Se volvió a poner en la posición en la que llevaba horas y agachó la cabeza hundiéndola en la comida.

Lo primero que hizo cuando escuchó irse a sus padres fue ir a lavarse.

Aún conservaba restos de comida en la cara que indicaban que no había sido un sueño nada de lo ocurrido.

El día transcurrió de forma normal, pero la cabeza de Sandra no estaba en lo que estaba haciendo.

Estaba deseando llegar a casa, quitarse la ropa y encender la cámara.

Y ponerse de rodillas.

Sintió vergüenza cuando el hombre se conectó.

“Bien, perra, bien, así nos gusta verte”

Ese nosotros la asustó y excitó al mismo tiempo.

En cierto sentido era normal que un hombre como ese la compartierá con otros.

Lo siguiente que la pidieron fue que se masturbara para ellos.

Se tumbó abierta de piernas en su cama y comenzó a frotarse el coño.

Estaba tan excitada que se corrió demasiado rápido.

Se rieron de ella.

Empezaron a llamarla guarra, perra y cerda.

Sandra no sabía que hacer.

Volvió a llevarse la mano al coño para tocarse ante esos hombres que no dejaban de humillarla y vejarla.

Y se volvió a correr.

Se miró la mano mientras los comentarios sobre lo cerda que era no dejaban de llegar.

Su amo... ¿Era su amo ya? Desde luego así lo sentía.

Su amo la ordenó que se llevará los dedos a la boca, que los chupará.

Titubeante, pues nunca lo había hecho antes, acercó sus dedos pringados a su boca.

Y los lamió.

“Así cerda, así”

No habían terminado con ella.

Era un juguete nuevo y querían seguir usándolo. El problema era ¿Y ahora qué?

Las posibilidades en realidad eran muchas.

Que se metiera algo en el coño o en el culo.

Que se pinzara.

O que tuviera sexo.

¿Sexo con quién?

Con algún vecino, con alguien de la calle, o con su perro.

“¿Tienes perro, cerda?” Preguntó su amo

Iba a contestar que no.

Debía contestar que no.

“Sí”.

“Pues ya sabes lo que te toca”

No estaba ni remotamente lista para algo semejante.

Pero lo malo es que en el fondo lo deseaba.

“Amo (era la primera vez que se refería a él así) soy virgen” Escribió en un privado.

“Tenemos una virgen aquí, chicos” anunció su amo a los cuatro colegas del foro.

Se rieron de ella.

“Esa no es una razón para no follarte a tu perro, cerda”

Sandra estaba roja de la vergüenza.

“Muéstranos tu coño. Enséñanos lo virgen que eres”

Sandra abrió con sus dedos su coño y enfocó la cámara al interior del mismo.

No había pasado tanta vergüenza en su vida.

“Pues sí, lo es”

“Sigue sin ser razón para que no se folle a su perro”

“¿Sabes lo que pagan por romper el coño de una sumisa virgen?” Preguntó uno.

Sandra no podía creer lo que estaba leyendo.

“Que valga lo que le de la gana. Hoy no cerda, hoy no, pero si que se la vas a chupar”

“Eso, eso, una mamada” Corearon los demás.

¿Una mamada? ¿Meterse la polla de un chucho en la boca?

“Lo haré”

Sandra salió de la habitación desnuda como estaba y se dirigió al jardín de su casa.

Debía tener cuidado porque la verja no era muy alta y el vecino podía verla.

Tras asegurarse que no iba a ser vista, se dirigió a paso lento hacía donde se encontraba Toby, un gran danes negro.

Le acarició la cabeza, agarró su collar y se lo llevó para dentro.

Cuando llegó de nuevo a su habitación, su corazón iba a mil.

Dejó a Toby tumbado en el centro de la habitación, bien visible, y se agachó.

Acercó su cabeza a la parte de atrás.

Olía muy fuerte.

Muy fuerte.

Apestaba a orina porque seguramente había meado hace un rato.

Abrió la boca y la acercó. Despacio.

Y lamió.

El perro se revolvió.

Volvió a acercar la cabeza con la boca abierta y la agarró su polla suavemente con la mano.

Y se la introdujó.

Lo estaba haciendo.

De verdad que lo estaba haciendo.

Era un sabor muy fuerte, acorde con el olor.

Pero no la importaba de lo excitada que estaba.

La polla de Toby creció dentro de su boca hasta el punto de que debía abrir la boca todo lo posible para mantener una parte dentro.

Y Toby se corrió cuando la sacó para respirar, corriendose con grandes chorros en la cara y en la boca de su ama.

Sandra mostró su rostro a la cámara.

Era plenamente consciente de que el abundante semen de Toby corría descontrolado por sus mejillas.

Incluso lo que había entrado en su boca no lo había tragado aún, solo para mostrarlo.

Quería hacerlo.

“Eres toda una cerda” Aseguró su amo mientras se lo tragaba.

“Esta cerda debe ser nuestra”

“¿Dónde vives, cerda”?

Esa misma noche le propusó que fuera suya sin restricciones.

Y ella aceptó.

Sandra apenás pudo pegar ojo esa noche, pero estaba decidida a hacerlo.

Desayunó sola como siempre, pero no tomó el autobús de siempre.

Cogió el autobús para salir de la ciudad dónde había vivido siempre y no volver.

El sitio de encuentro con su amo era parque peligroso donde camellos y chulos hacían sus negocios.

Le habían ordenado que se deshiciera de todo.

Su cartera, su móvil, sus adornos corporales, sus zapatos, su ropa...

Cuando Sandra llegó a su destino notó la presencia de al menos tres negros en la zona.

Se acercó a un contenedor de reciclado que había allí cerca.

Tiró el bolso.

Y la diadema que llevaba en el pelo.

Y una gargantilla.

Se paró y volvió a mirar a los hombres que no la quitaban ojo de encima.

Se quitó las zapatillas que llevaba puestas y las tiró por el mismo agujero que todo lo demás.

Luego, echó mano a la cremallera del vestido. Respiró hondo y la bajó.

Su corazón iba a mil.

El vestido no tardó en desprenderse.

Desnuda en mitad de la calle a plena luz del día delante de desconocidos.

Nunca se creyó capaz de hacerlo.

Ahora no era Sandra, ahora simplemente era una mera cosa al servicio de cualquiera que quisiera tomarla.

Su amo se lo había dejado muy claro.

Una mera cosa en una ciudad desconocida.

El líder de la zona no tardó en llegar a donde estaba.

La agarró fuertemente por sus caderas y tras apoyarla contra la pared, comenzó a penetrarla con todas sus fuerzas.

Un tratamiento brutal para un virgen como ella.

Un tratamiento adecuado para una perra como ella.

-¿Estás esperando a alguien, cerda? - preguntó después de correrse.

-Ya lo he encontrado.

La dio la vuelta.

El semen sobresalía de su coño y resbalaba por sus muslos.

El negro lo recogió con su dedo y lo introdujó en la boca de su esclava.

-Sígueme.

Sandra echó a a andar detrás de su amo, como una perra cualquiera.

-¿Y nosotros qué, negro?

-Buscaros a vuestra propia cerda blanca.

-Por lo menos una chupada, joder. - mencionó uno de ellos mientras se acercaba.

Se paró en seco.

-Esta bien. De rodillas perra, y abré la boca.

Sandra obedeció.

El negro no tardó en mostrar su enorme trozo de carne y meterlo hasta el fondo de la garganta.

Había agarrado con ambas manos la cabeza de la perra para que sus embestidas fueran lo más profundas posibles.

-Joder.

-¿Puedo correrme en su pelo? Las putas no me dejan hacerlo y es algo que siempre he querido hacer.

-Correté donde quieras, negro.

Así que mientras el primer negro seguía bombeando dentro de su boca, el segundo negro se sacó la polla para pajearse, rebozar su polla por el pelo de la chica, y correrse abundantemente en él.

El otro había inundado se cara con su corrida.

No la permitieron asearse o lavarse.

Cuando Sandra acercó timidamente su mano a sus ojos, recibió una fuerte reprimenda por parte de su amo.

-Tienes que acostumbrarte a estar como una cerda y a no cerrar los ojos. Tú, ves a mi casa y tráeme el bolso.

Allí dentro su amo guardaba un collar, unas esposas para muñecas y tobillos, una mordaza dental y varios utensilios de tortura.

Le colocó el collar que le encadenaba a él, así como las esposas, las tobilleras y la mordaza.

Y comenzaron a caminar calle abajo.

Caminaba mirando al suelo.

Podía sentir en su cuerpo las miradas de todos los que se cruzaba.

Putas y sus clientes, pero también obreros y trabajadores de una ciudad desconocida para ella.

Y su amo se lo tomaba con calma.

Se detuvo enfrente de un bar, ató la correa a la farola y la ordenó sentarse como una perra.

Le vio negociar con el dueño.

Salió a por ella y la introdujó hasta un patio interior entre el cachondeo de los hombres presentes.

Eran veinte y todos se iban a correr encima de ella.

En un rato su pelo, su cara y sus pechos estaban embarrados de semen.

En asearla ni nada, su amo volvió a agarrarla de la correa y empezaron a caminar calle abajo de nuevo.

Su amo se detuvo en un segundo, en un tercero...

Para cuando llegó al final de su destino no había ni una sola muestra de su hermosa piel que no hubiera recibido algún lefazo.

Además, también habían empezado a correrse dentro de su boca porque ya no les parecía divertido hacerlo encima de su cuerpo.

Había tragado semen y otras cosas.

Estaba segura de que al menos se había tragado una docena de meadas desde el instante que su amo había decidido dejarla a solas con los hombres que iban a usarla.

Aún recordaba vivamente la primera.

Las risotas del hombre cuando se quedó a solas con ella, como introdujó su polla en una boca que no podía cerrar, y como esta empezó a llenarse de un líquido nauseabundo.

“Traga, cerda, traga”

Y tragó, lo más deprisa que pudo.

Cuando llegó al burdel que sería la última parada del viaje, su boca tenía un regusto a retrete sucio, su cuerpo desprendía un olor asqueroso, su pelo parecía blanco en lugar de negro y ni si quiera quería pensar en lo que tenía en el estómago.

Y sin embargo, era extrañamente feliz.

Su amo tras saludar al dueño la introdujó directamente en el cuarto de baño de los hombres y la ató, como si fuera un retrete más.

Por supuesto los hombres que entraban a hacer sus necesidades, al verla ahí, lo hacían dentro de ella.

Todas sus necesidades.

Tragó semen, tragó meados y tragó mierda.

Tragó el papel higiénico con el que se limpiaban porque lo echaban dentro de su boca.

Tragó los condones que usaban los clientes de las putas.

Incluso se tragó los vómitos de los cleintes borrachos

Cuando su amo volvió a recogerla de madrugada tenía el vientre hinchado de todo lo que se había tragado.

La abarró del collar y la llevó hasta su nuevo dormitorio, una jaula.

-Que descanses y hata mañana.

Sí, había sido muy sencillo dejar su vida atrás.

Ahora no estaba demasiado segura de poder dejar esta vida atrás.

Tampoco estaba demasiado segura de querer hacerlo.

Sus dedos se dirigieron hacía su coño.

Necesitaba masturbarse.