La Educación del Joven Nicolás (II)
La dueña del joven pone a prueba su pericia y sumisión entregándole a un hombre desconocido que le lleva a conocer nuevas cotas de dolor y humillación.
La Educación del Joven Nicolás (II)
Primeras clases
Cuando me sonó el despertador a las siete y media, por un momento creí que todo lo que recordaba era un sueño, pero bastó una simple exploración por los aun doloridos pezones para que se confirmara mis sospechas… Había sido realidad.
Desayuné deprisa y corriendo en la cocina, rezando para no encontrarme con la ama Sabrina. Porque aunque cada uno viviera en casas diferentes ella parecía no importarle, se movía con igual soltura en la suya como en la de mis padres.
Salí a atender los animales y realicé todas las tareas, además de múltiples apaños no necesarios en los establos, con tal de estar lejos de la señora. De esta manera logré que el tiempo pasara hasta casi las doce y media. En ese momento, mientras limpiaba de hierbas de la entrada de la finca, un BMW se paró a la puerta. Se bajó un tipo de unos cuarenta y tantos años. Grande, robusto, rubio…
Oiga. ¿Es esta la entrada a la casa de X?
Sí. Así es.
Necesito hablar con la señora Sabrina. Soy el señor París y vengo desde Madrid. Es urgente.
No era la primera vez que aparecía alguien así y con la misma situación. Teníamos muy claro las órdenes sobre como reaccionar. Me acerqué al telefonillo que había en una de las columnas de la entrada y llamé a casa. No tardó en responder la voz de la señora. Le expliqué la situación.
- Hazle pasar. Llévalo al salón del pabellón de caza.
Le comuniqué al hombre que tenía que seguirme.
Tuvo que ser curioso el ver a un BMW último modelo de gran cilindrada siguiendo a una bicicleta algo cochambrosa, con más años que el dueño que la llevaba.
Una vez llegados a la mansión, le acompañé hasta una especie de salón donde suelen reunirse los cazadores después de sus correrías. Mucha madera, una chimenea con fuego caldeando el ambiente, sofás, mesas con licores y varios trofeos en las paredes. Allí le estaba esperando la señora.
Vestía una blusa beige con el cuello alto, una falda negra de tubo larga (hasta por debajo de las rodillas) y unas botas de piel marrones. Se había maquillado sin excesos. Así vista no parecía tan temible. Podía pasar por una abuelita juvenil. A su lado, el hombre recién llegado iba con un traje negro de ejecutivo con corbata, parecía un gigante amenazador. Era apenas mucho más alto que yo y visto de espaldas parecía un típico guardaespaldas de político o artista.
- Puedes retirarte. Avisa a la cocinera que hoy tenemos invitado a comer.
La cocinera era una mujer negra de origen caribeño (eso decían) que vivía en el pueblo vecino. Venía por las mañanas a hacer la comida y dejar preparado algo para la cena. Solía aparecer a eso de las doce y su marido venía a buscarla a eso de las cinco. Estaba acostumbrada a que aparecieran invitados no previstos, por lo que no la pilló de sorpresa.
La señora y el invitado se pasaron lo que quedaba de mañana y toda la tarde juntos. Hablaban a media voz mientras por la mesa donde estaban sentados iban apareciendo y desapareciendo papeles. Cuando se marchó la cocinera, yo me quedé estudiando en la cocina de su casa por si a la señora se le ocurría pedir algo, estar localizable. No quería enojarla después de la noche anterior.
A eso de las ocho y media llamó ala cocina exigiendo la cena en su despacho. La cocinera había dejado en previsión, varias cosas en el horno para que se mantuvieran templadas. Las coloqué en una bandeja y las llevé.
Ambos parecían relajados y de buen humor. Ella había borrado ese aspecto de abuela de por la mañana y había recuperado el de vieja bruja. Él se mostraba como un “trepa” engreído y entrado en años. Ambos compartían anécdotas y risas a media voz.
Al acabar de cenar, mientras recogía los platos y ellos degustaban unos vasitos de licor, la señora le habló… pero mirándome a mí muy fijamente.
Con el vino, y estos licores no creo que se le ocurra coger el coche.
Supongo que tendré que buscarme un alojamiento para pasar la noche. Creo que estoy algo achispado. Supongo que por la falta de costumbre de cenar tan fuerte.
No se preocupe.
Sonrió como si hubiera descubierto algo muy divertido y nadie más lo supiera.
Nicolás.
Señora.
Prepara la habitación grande de invitados.
Sí, señora.
Y según salía pude ver que le susurraba algo y luego ambos me miraban. Me molestó no saber que se traían entre manos, pero eso era lo habitual. Nada más dejar los platos y demás cacharros en el lavaplatos, subí a la habitación grande de invitados y la preparé. Abrí los radiadores, hice la cama, limpié la mesa con espejo y las sillas… No me llevó mucho tiempo.
Bajé a avisar que todo estaba ya listo. Estaban sentados en dos sillones, en el salón de caza, junto al fuego de la chimenea. Hablaban despacio y en voz baja, como si el tema que trataban necesitase de intimidad o secretismo.
Señora. La habitación ya está dispuesta.
Muy bien. Nicolás.
¿Desea algo más?
Me miró pensativa, luego buscó los ojos del hombre. Sonrió el y ella asintió con esa mueca de hiena engreída.
- Sí. Creo que sí.
No necesitaba ser un genio para intuir que aquello sólo podía significar alguna de esas retorcidas ideas de ella. Y posiblemente él estaba metido en el ajo de lo que me iba a pedir.
- Desnúdate.
Me quedé bloqueado sin saber como reaccionar. ¿Me estaba ordenando desnudarme delante de un desconocido? ¿Sólo para su capricho? Por un momento estuvo a punto de negarme pero recordé su carácter, los extraños y repentinos despidos de algunos de los trabajadores y los rumores que seguían a cada uno de ellos.
Tragué saliva, intenté calmar los nervios y sin prisa procedí a cumplir la orden.
- Incluido los calcetines.
Apreté los dientes y me tragué la ira. Con cuidado me quité toda la ropa dejándola colocado en una silla, excepto el slip, los calcetines y el calzado que se quedaron en el suelo. Tuve que hacer un esfuerzo para no cubrir mi sexo (ahora a la vista de ambos) con las manos.
Ella parecía estar disfrutando de algo particularmente bueno, su rostro parecía brillar iluminado por lo que veía. El hombre mostraba una expresión fría (como si catalogase algo) pero por su posición parecía sentirse ansioso.
Está bien. Tiene buen aspecto.
No sólo eso. Tiene aptitudes e intuición. Estoy seguro de que puede aprender rápido.
Pareces muy segura.
Estoy muy segura. Yo misma lo he comprobado.
El hombre amagó una risa y volvió a examinarme. En esos momentos yo sentía que algo me estaba pasando. Aquella mirada, el sentirme exhibido me estaba provocando que mi polla creciera. Puede que despacio, pero parecía imparable.
- Bien. Hagamos una prueba.
Se llevó las manos a la bragueta, la abrió y sacó una polla bastante flácida como de unos quince centímetros. La señora chasqueó los dedos y con voz altanera dijo:
- Nicolás, ponte de rodillas y empieza a chupársela.
Abrí los ojos asombrado ante la orden. Vale que me exhibiera como si fuera un trofeo más de ese salón, pero eso ya era otra cosa.
- Obedece… O ya sabes lo que les pasará a tus padres…
Sabía que yo había unido los despidos de obreros con los rumores. Ahora sabía que esas murmuraciones eran verdad. Era perfectamente capaz de despedirnos de un día para otro. Si quería continuar viviendo allí y mis padres trabajando para ella debía de obedecer. Me arrodillé frente al hombre, con la punta de los dedos cogí aquel miembro y me lo llevé a la boca.
Cerré los ojos, y salivé todo lo que pude. Mientras la apretaba con los labios, sentía la mirada de los dos sobre mí. En especial la de ella. Usaba la lengua para acariciarla, de manera torpe pero efectiva, logré que aquel pedazo de carne blandengue se empinara primero y endureciera poco a poco… Aunque no lo suficiente como para estar verdaderamente dura.
De vez en cuando la sacaba de la boca y la meneaba con la mano, o la recorría con la lengua desde los testículos hasta la punta. El hombre abrió aun más las piernas mientras hacia sonidos fáciles de interpretar… Aquello le estaba gustando. Lo confirmó cuando me puso las manos a la altura de las orejas y exigió acelerar el ritmo moviendo mi cabeza con su fuerza. Hasta que me exigió tragármela hasta el fondo, ya casi en la garganta, ahogándome, y en ese momento explotó dentro mi boca.
No podía tragarlo porque me ahogaba y por un momento lo retuve en la boca, sintiendo cada chorro. Luego el hombre tiró del pelo y me la sacó de la boca y me hizo alzar la cabeza.
- No se lo ha tragado.
Se mostró satisfecho de su comprobación mirando a la señora Sabina. Ella no pareció darle importancia pero con un leve asentimiento y una mueca me trasmitió lo que era obvio. Hice de tripas corazón y me tragué todo lo que contenía mi boca.
- Termina de limpiarla.
Exigió devolviéndome a su entrepierna. Mientras terminaba de limpiar la saliva y los fluidos que cubrían su pene, ella le hizo una propuesta que a punto estuvo de hacerme llorar.
Espero que esta noche con este joven te ayude a mantener tu magnífica intuición. Considéralo un extra por tu eficiente trabajo con mis inversiones.
Señora. Usted si que sabe como cuidar a sus sirvientes.
Nicolás. Acompaña al señor a su habitación. Quiero que le obedezcas en todo lo que te pide… ¿Me entiendes?
Sí, señora.
Espero que le haga pasar una agradable noche… ¡Ah! Nicolás, no hace falta que te subas la ropa.
Volvió a mostrar ese rictus de alimaña carroñera que se sabe intocable; era un claro aviso de lo que esperaba de mí. Mecánicamente funcioné en automático mientras mi cabeza daba vueltas sobre cómo podía salir los más ileso posible de esta situación.
- Sígame, por favor.
Podía ver con los ojos cerrados la expresión de ansia controlada en la cara del hombre. Estaba saboreando el plato antes de hincarle el diente, y ese plato era yo. Todo esto era nuevo y apenas sabía leer más allá de lo que veían los ojos. Con el tiempo he aprendido a ver en pequeños detalles, en la entonación, los silencios, en los gestos… lo que piensan ese tipo de gente.
Nada más entrar, cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella. Le mostré la cama, el tocador y la entrada a un pequeño baño (ducha, retrete y lavabo). Mi pene colgaba un poco crecido pero sin fuerzas. Me sentía incómodo mostrando media erección, por floja que fuese, ante el que iba a ser mi dueño esa noche.
Se desnudó sin prisa, sin dejar de mirarme con descaro. Era de constitución fuerte pero sin definición, espaldas anchas, con un abundante vello color miel en brazos, piernas, pecho y entre las piernas, mirada turbia y gestos nerviosos. Una vez libre de ropa me hizo pasar a la ducha exigiendo que le frotase el cuerpo.
Aun me asombra que no notara como temblaba por dentro mientras le pasaba la esponja enjabonada por el pecho o la espalda. Insistió en que frotara con más insistencia al llegar a su miembro o cuando tenía su culo delante. Por dentro me moría de vergüenza, pero por fuera sólo tenía una apariencia neutra. A excepción de mi polla que cada vez se mostraba más dura y erguida. Parecía que disfrutaba llevando la contraria a lo que sentía en mi cabeza.
De repente, según estoy limpiando entre las piernas me agarra del pelo y me exige que abra la boca mientras sostiene su pene endurecido frente a mí. Obedezco y cuando creo que no va a pasar nada, comienza a orinarme en la boca. Estuve a punto de cerrar la boca y salir corriendo pero la parte racional de cabeza había tomado el control y asumió la humillación como una más de las que tenía que sufrir esa noche.
Cuando hubo acabado me puso de pié y me hizo doblar la cintura. Derramó una generosa porción de jabón líquido en la raja de mi culo. Luego colocó su dedo índice y presionó con delicadeza hasta introducirlo en su totalidad dentro de un servidor. La intrusión me era molesta pero no dolorosa. El agua que caía de la ducha disimulaba mis lágrimas de impotencia. Cuando introdujo el segundo tuvo que hacer presión. Arqueé los riñones y encogí los hombros intentando ofrecer la menor resistencia posible… Pero era virgen y aquella era la primera vez que me sometía a semejante exploración.
No conforme con eso, insistió en meter un tercero. Murmuraba entre dientes mientras hundía los dedos con fuerza. Tuve que apoyar los puños cerrados contra la pared mientras apretaba los dientes conteniendo un grito de dolor. El hombre pudo sentir aquello y le debió de excitar, pues insistió con más ímpetu y de la manera más ruda y dolorosa. Mi polla estaba como una piedra, de una manera desconocida para mí hasta ese día. Parecía como si fuera a estallar de un momento a otro, incapaz de poder crecer más. Dolía pero a la vez de una manera que me agradaba…
Cuando quiso introducir el cuarto dedo, le supliqué un poco de piedad, pero sólo conseguí murmullos obscenos, algo parecido a amenazas y más saña en la penetración. Las piernas me fallaban, mi cuerpo parecía romperse, todos los músculos parecían a punto de fragmentarse, apenas podía respirar.
Después de un interminable momento de tortura retiró los dedos y suspiré aliviado. Entonces algo caliente y duro se introdujo en mi ano. Me giré y pude ver que era la cebolla de la ducha. Una vez dentro de mi culo abrió de golpe el grifo… Por un instante creí morir.
Mis piernas cedieron y caí de rodillas apoyando mi cuerpo contra la pared de la ducha, con los ojos en blanco, y ahogando un grito difícil de describir… me corrí de manera salvaje. Mis entrañas se llenaban de agua hinchándome por dentro. Mi polla escupía chorros de semen como si fuera una competición olímpica, y a mis oídos llegaban las risotadas del hombre con algún otro comentario obsceno.
Cuando la sacó, no tardé en expulsar un chorro de agua con todo lo que había en mis tripas en ese momento. Aquello le pareció divertir aun más al hombre, pero no me importaba; era un placer el vaciar toda el agua de mis tripas. A esas alturas de la noche las fuerzas ya me habían abandonado, era poco más que un muñeco en sus manos.
Una vez hubo concluido la improvisada lavativa, el hombre me aclaró y limpió toda la mierda que pudo haber quedado en mí y en la ducha. Luego me secó con delicadeza y me ordenó que le esperara junto a la cama.
Me dolía el culo después de tanta dilatación, tenía las entrañas revueltas de la lavativa, y mi cabeza parecía un desierto azotado por una loca tormenta de aire. Me sentía sin voluntad, como un juguete en sus manos.
El hombre salió del baño y cogió la botella de vino vacía que se había traído de la cena, la colocó en el suelo frente al espejo del tocador.
- Pon las manos en la nuca… Y ahora siéntate sobre la botella.
Le miré como un cachorro mira a su amo y suplica que no le haga hacer eso.
- Vamos. No tenemos toda la noche.
Obedecí. Me puse en cuclillas y dejé que el cuello de la botella se fuera adentrando por mi culo muy despacio. A su vez, el hombre se plantó frente a mí, y sin delicadezas me introdujo su miembro en la boca.
Era complicado lograr el equilibrio entre las fuerzas para no hundirme la botella más adentro y el mantener el ritmo de felación que exigía. Al final fue inútil todo intento de control. A cada embestida suya mis piernas flojeaban y la botella entraba un poco más. Cuanto más dentro, más difícil conseguir mantener la posición. Golpe a golpe, el vidrio iba dilatando el dolorido ano ante mi impotencia. A mi polla aquello parecía gustarle, pues seguía mostrando una erección olímpica. Mantenía la horizontal mostrando las venas hinchadas bajo la piel como si fueran a reventar de un momento a otro…
Cuando por fin se corrió, el ano había alcanzado la máxima dilatación posible con la forma de la botella. Era un dolor sordo acentuado con la forzada posición de las piernas. Parecía que todos mis sentidos estaban sólo concentrados en lo que me sucedía de cintura para abajo. No me había importado tragar de nuevo la lefa de aquel tipo, con tal de lograr unos segundos de descanso a mi dilatado culo.
- Quiero que te hagas una paja.
Necesité unos segundos para entender lo que me pedía. Le miré desconcertado, pero el mostró su deslumbrante blanca dentadura mientras se manoseaba su miembro, que empezaba a flojear.
- Mastúrbate pero sin moverte de cómo estás ahora.
Con lágrimas rodando por mi rostro, cerré los ojos y me llevé la derecha al pene y la izquierda a los testículos. Inspiré y luché por buscar algo que me excitase, lo suficiente para darle el capricho. Y sin saber porqué, en mi cabeza apareció lo sucedido la noche anterior. No sé cómo, lo que estaba recordando se fue apoderando de mí hasta que sentí que explotaba.
Cuando abría los ojos, pude ver su mano impidiendo que nada de lo que brotaba de mi pene cayera al suelo. Y una vez se agotó la corrida me ofreció la mano.
- Trágatelo todo.
De nuevo obedecí. Como si fuera un animal, sorbí toda mi corrida de su mano y la limpié con la lengua hasta que se dio por satisfecho.
Después de tantas humillaciones, con el culo ardiendo de dolor por la brutal dilatación a la que estaba sometido, sin fuerzas para mantenerme en pie, me coloqué de rodillas y tuve que apoyarme con las manos en el suelo para no desmayarme.
Sin mostrar clemencia, me ató las manos a la espalda con el cinturón; luego me agarró del pelo y me llevó hasta la cama. Me tumbó de cara al colchón, me abrió las piernas usando sus rodillas como tope, y muy despacio fue retirando la botella. Por momentos estuve a punto de desmayarme. Ya era duro sentir como la botella me abría el culo, pero fue algo abrumador el vació que dejaba al retirarse.
Y el culmen de aquella sesión de tortura llegó, cuando después de retirar la botella comenzó a hundir la mano como sustituto. Aunque usaba un jabón líquido como lubricante, no era muy sutil en sus acometidas. Mis gritos quedaron ahogados entre las sábanas. Apretaba mi cabeza contra el colchón para evitar que se oyeran, pero a la vez me estaba ahogando.
Otra vez el dolor del culo al ser forzado a abrirse aun más me destrozaba, y a él no parecía importarle. Al contrario, parecía disfrutar de todo aquello. Cuanto más dolor notaba que me hacía más insistía en repetirlo… Hasta que me desmayé.
Poco a poco, las tinieblas fueron aclarándose. El dolor me devolvió a la realidad. Todo mi cuerpo era un contenedor de sufrimientos. Los músculos de las piernas y los brazos, el cuello, la espalda… Pero sobre todo era el culo. Era algo sordo y grave, no destaca pero te deja sin fuerzas.
Abrí los ojos y me vi en la habitación de invitados. La cama estaba desecha y la luz entraba por la ventana a través de las cortinas. Intenté moverme pero mi cuerpo no respondía. Me sentía como un muñeco apaleado, un títere molido a palos.
Oí el ruido de tela y alguien que se movía, era al lado opuesto a donde miraba.
- ¿Ya te has despertado?
Era la voz de la señora. Sonaba suave, casi dulce. Como si estuviera preocupada. Intenté contestarle, pero apenas pude gemir.
- He tenido que regañarlo. Se pasó de la raya. Le dije que eras virgen… Pero se dejó llevar y fíjate como te ha dejado.
Resopló como si lo que viera no le gustara.
- He llamado a Felipa (la cocinera) para que no venga ni hoy ni mañana. Si llegara a verte le daría un ataque al corazón. Ese cabrón de París te ha dejado el culo como un estanque para patos. No te preocupes, ya te cuidaré yo hasta que puedas ponerte en pie.
Sentí su mano recorriendo la columna hasta llegara al cuello. Si pretendía ser una caricia, sólo logró arrancarme un escalofrío. Usando las dos manos logró darme la vuelta. Ella se la veía como siempre, aunque su mueca de fiera a punto de devorarme parecía más leve, como si evaluase los daños que sufría.
- No te preocupes. Aunque estés convaleciente, eso no es excusa librarte de la tarea de satisfacerme.
Se quitó el albornoz que la cubría intentando parecer sexy, se subió a la cama como si fuera una gata y terminó sentándose sobre mi pecho, frente a mi cara. Con las rodillas a cada lado.
- Aun tienes la lengua para darme placer.
Acercó su coño a mi boca y cerré los ojos. Suspiré asumiendo en lo que me había convertido. Ya sabía lo que tenía que hacer.