La educación de Julia
Las tribulaciones de un inexperto amo con una pupila ciclotímica.
Hay algo que tengo que agradecerle a las nuevas tecnologías: haberme librado de las horripilantes sesiones de visionado fotográfico. Cuando algún conocido te amenaza con enseñarte las fotos de las últimas vacaciones familiares, la de su último ligue en top-less o las de los niños en el parque de atracciones, siempre te queda el recurso de que te las mande en archivo adjunto, vía emilio.
Mandar el archivo directamente a la papelera, o perder el tiempo echándoles un vistazo a las fotos, ya es optativo. Suelo decantarme por la primera opción, salvo en el caso del ligue en top-less.
Hace ya un mes, y aún me dura el cabreo, que me encontré en una de éstas ridículas situaciones. Había estado pensando si era conveniente aceptar la invitación de unos conocidos, matrimonio, íntimos amigos de mi ex, para pasar juntos un fin de semana en su casita de la montaña. A falta de un plan mejor, acepté. No me vendrían mal unos días de relax.
Tengo que aclarar que la citada ex no era la madre de mis hijos; ésta también ex. La pensión alimenticia la pagaba religiosamente a la segunda. La primera no pasó de un par de meses de tormentosa convivencia, felizmente liquidada (la convivencia, no la ex, aunque no por falta de ganas), poco antes.
El fin de semana con Carmen y su marido (habrán de perdonarme la infame costumbre que tengo de olvidar los nombres, de ellos), fue agradable y casi aburrido. Salvo un par de cotilleos, de los que mi ex sería puntualmente informada por Carmen, todo bajo control.
Como buena anfitriona que era, no hubo la más mínima alusión, delante de testigos, a cierto asunto tiempo atrás olvidado. Carmen podía ser un poco golfa, a veces, pero no delante de su marido.
La verdad es que me tenía sorprendido. No la recordaba tan metida en el papel de amante esposa y perfecta anfitriona. Me resigné a pasar tres días a dieta.
El sábado, a la hora del desayuno, empecé a intuir que seguía manteniendo alguna de las viejas costumbres.
-"Querido, ¿podrías acercarte al pueblo ésta mañana?. He dejado encargado un pedido con queso, embutido y unas botellas, baratísimas, del vino que tanto te gusta".
-"Si no te entretienes mucho en bar, podrías estar de vuelta para comer".
Y en un despiste de su resignado marido:
-"Tú, vete a pasear antes de que salga y que él te vea. No te alejes. Lleva conectado el móvil".
El ansiado msm (Tspero nla sauna. No tard. Bss), llegó hora y media más tarde y me pilló a menos de cien metros de la casa. Conociendo las retorcidas aficiones de Carmen, podía esperarme cualquier cosa.
La sauna finlandesa era una cabaña de 3x3 m, en una esquina del jardín, con un armario exterior para dejar la ropa, que encontré vacío, y a escasos 10 m de una piscina de agua helada.
Carmen me esperaba dentro, entre nubes de vapor, con la piel brillante de sudor y una sonrisa de vicio en la cara .
El resorte automático de mi polla actuó de forma instantánea al verla sentada en el banco de madera, la espalda apoyada en la pared, las piernas abiertas, la toalla a sus pies y señalándomela con un mudo ademán.
Su chochito abierto de par en par, perlado de gotas de sudor u otros fluidos, me indicaron que no acababa de entrar en la sauna y que se había estado entreteniendo mientras esperaba.
Una sauna, desde mi punto de vista, es un lugar infernal para un revolcón: tocas la piel y te quemas las manos, jadeas y el aire te carboniza los pulmones. Pero estas consideraciones no le restan un ápice al morbo de la situación, salvo que tengas un marcapasos implantado, que no era el caso.
Las reglas del juego seguían siendo las mismas: el chochito de Carmen estaba vedado a mi polla. El resto de combinaciones, no. Algo relacionado con un desajuste hormonal provocado por la píldora, decía para justificarse.
Me quemé los labios y la lengua, chupando, lamiendo y sorbiendo, hasta oírla recitar la letanía de palabrotas que soltaba cuando se corría.
Arrodillado entre sus piernas, seguí insistiendo, ahora presionando el clítoris sin compasión y deslizando un dedo hasta su puerta trasera.
Unos cuantos botes en el banco, cada vez que le rozaba el hinchado clítoris con los dientes, y un segundo dedo incrustado hasta los nudillos en su culo, después; y se puso de rodillas en el banco, justo antes de empezar con la segunda letanía de tacos.
Terminó desahogándose con mi polla taladrando su culo. La tercera lista de insultos la reservó para cuando le irrigué los intestinos, justo a tiempo antes de sufrir una insuficiencia respiratoria aguda.
Me perdonarán vds. que no me atreva a reproducir tan soeces expresiones.
El baño en la piscina, después de haber sudado dos litros en la sauna, nos sentó de maravilla.
El motivo del cabreo llegó el domingo, después de comer, con el café.
-"¿Vemos una fotos?. Tengo por aquí un álbum antiguo". Tal gilipollez sólo podía ocurrírsele al marido.
-"¿Tú crees, querido?. No veo a nuestro invitado muy entusiasmado con la idea". Ésta era Carmen, con el culo un poco escocido, pero con algo de sentido común.
Pero un gilipollas, con una genial idea, es difícil de convencer. ¡Paciencia!. En cuanto termine el café salgo pitando.
Después de media hora pasando página tras página, siendo puntualmente informado de la genealogía de los retratados; lugar, fecha y hora de la histórica instantánea y diversos datos de interés, me dio un vuelco el corazón.
Arrebaté el álbum de las manos del sorprendido anfitrión y me quedé fijando la mirada en un fantasma del pasado.
-"¿Te encuentras bien?. Te has quedado pálido". Preguntaba Carmen, más interesada en averiguar por la foto el motivo de mi turbación, que preocupada por mi súbito bajón de tensión.
Pretexté una indisposición pasajera, les agradecí tan plácido fin de semana y salí huyendo arrastrando la maleta.
Acababa de ver en una foto a Julia. ¿Qué cojones pintaba Julia en una foto con éstos dos?. Seis años atrás había jurado no volver a verla, evitando el más mínimo contacto con cualquiera que tuviera algo que ver con ella, aunque fuera remotamente, y borrando mis huellas durante la retirada. ¡Tan absolutamente jodido me había dejado, la muy puta!.
Tuve que volver a pensar en ella, a pesar de todo, mientras me jugaba la vida conduciendo como un loco por una pista de montaña.
Me la había presentado otra ex, cuyo nombre y rostro se han perdido en las brumas del tiempo, en una de esas reuniones-cena que organizan las asociaciones de padres en los colegios.
Está claro que su enano no era nada mío. Pero su madre se empeñó en que la acompañara al evento: le jodía que la vieran sin pareja. Y sin pareja se quedó, poco después, suplantada por Julia.
Debido a algún gen defectuoso heredado, catalogo inmediatamente a las personas: merecedores o no de conversación, en el caso de ellos; y follables o no, en el de ellas.
Por edad y atributos físicos, Julia debería haber entrado en la categoría de follable. Que no fuera así, inmediatamente, sólo se explica por la odiosa conversación con que me martirizó durante la cena.
Les aseguro que, puestos a soltar el rollo a una tía cojonuda, puedo hablar de cualquier cosa, escucho pacientemente y hasta puedo llegar a poner cara de estar interesado en lo que me cuenta. Aguanto lo que sea, siempre que vea un rollito con posibilidades. Todo, menos los cotilleos.
Después de despellejar a media docena de amigas, de las que yo no tenía ni puta idea de quienes eran, pasó al marujeo de los famosos; mientras yo me entretenía en contar las perlas de su collar que aparecían y desaparecían por el canalillo de sus tetas (prodigiosas tetas, todo hay que decirlo), cada vez que tomaba aire para proseguir con tan apasionante tema.
Aprovechando que el resto de comensales le daban a los chupitos, su marido y mi acompañante, en animada conversación, incluidos; le sugerí dar un paseo por el jardín para evitar el bochorno de la cargada atmósfera del restaurante.
Tenía tres cosas en mente: hacerla cambiar de tema, que me aceptase una tarjeta con el número del móvil y tantear una primera aproximación a sus tetas. Por éste orden.
Conseguí lo segundo.
Hacerla cambiar de tema resulto tarea imposible, por mucho que me esforcé.
La tercera no me dio tiempo. Se me nubló la razón cuando empezó a contarme no se qué leches ¡de Gran Hermano!. Le susurré al oído: "Vete a tomar por culo, monina", antes de telefonear a una sorprendida acompañante y darle el número de tele-taxi.
¿Que tengo un mal pronto?. Me consta. Pero hay cosas que no soporto: la falta de higiene, los cotilleos y Gran Hermano. Dos de tres en el haber de Julia.
¿Aún no me he deshecho en alabanzas describiendo el tipazo de Julia?. Joder, tendré que hacer un esquema antes de ponerme a escribir. 32 años según ella, 35 si le hacemos caso a su DNI, alta, delgada, morena, ojos negros almendrados, cara gitana, melena larga castaño-oscuro, labios carnosos, morrito de experta mamadora, sin silicona, buen culo, unas tetazas impresionantes, gracias a la silicona y unas uñas de gata.
Al día siguiente me despertó una iracunda ex-amante y ex-acompañante de actos sociales, de cuyo nombre no puedo acordarme, con un segundo "vete a tomar por culo" como fin de conversación y relaciones. También tengo un mal despertar.
La segunda llamada del día, afortunadamente después de desayunar, me la hizo una tal Julia, muy amable, proponiendo una comida en un restaurante de las afueras. Pagaba ella. Acepté, pero con la mosca detrás de la oreja.
Si el día anterior había sido la encarnación de la Medusa, hoy era todo lo contrario. Disfrutábamos de una excelente comida, un vino aceptable y una conversación amena, inteligente y divertida. ¿Cuál de las dos Julias era la verdadera?. Desde luego, yo me quedaba con la segunda, pero no bajaba la guardia; seguía temiendo que el espejismo de disipara de un momento a otro.
-"Creo que ayer me comporté muy groseramente". Tanteé el terreno.
-"No te preocupes. Me lo tenía merecido. ¡Dios, que mala impresión debí de causarte!. La que no te perdona el plantón es tu amiga menudo rebote tenía cuando la dejamos en su casa". ¿Se estaba disculpando?. Interesante reacción.
-"¡Ja, ja, ja!. Tampoco sufras por ella. Ésta mañana me lo ha dejado claro: ¡Chao, cabrón!".
-"¿Te ha plantado?...entonces estás libre". Rápida de reflejos, la niña.
-"A eso yo lo llamo ir directa al grano o me estás expresando tus condolencias por un hecho incuestionable". Una de dos: o busca guerra o trata de parecer comprensiva. En el primer caso, la va a tener. En el segundo: gracias, muy amable.
No contestó inmediatamente. Me taladró con una mirada inquisitiva, calibrándome, mientras la veía transformarse, endurecer el rostro y sus negros ojos destellar con un brillo inquietante. Por mi parte, me limité a alzar una ceja y poner la cara de tahúr de póker apostando a un farol.
Se levantó, pidió la cuenta y se encaminó al baño, contoneando descaradamente el pandero. En circunstancias más propicias, la habría seguido inmediatamente. Pero un sexto sentido muy desarrollado me aconsejaba prudencia. Además del recuerdo de otro lance en los mismos servicios, del que aún me duraba el repelús por las deficientes condiciones higiénicas.
Julia volvió al poco rato, esperó a que el camarero trajera la cuenta y me plantó las bragas encima de la servilleta, dirigiendo al pobre chico una mirada felina. Toda una declaración de intenciones.
Hay mujeres que follan, otras dejan que las folles; las que más me gustan son las que te follan. Pero follar con Julia era otra cosa. No folló conmigo, folló contra mí.
Si yo la besaba, ella me mordía. Si la mordía, me hacía sangrar. Yo resoplaba, ella gruñía. Imposible tenerla contra el colchón, se revolvía hasta montarse encima. Después de una hora de lucha libre, me estaba hartando de tanta violencia. Cerrando el puño a la altura de la coronilla, tiré con fuerza del pelo, hasta voltearla de espaldas; comenzando a continuación un mete-saca salvaje. Se corrió entre alaridos. Me corrí llamándola hija de puta, mientras me clavaba las uñas en la espalda, presionaba y las dejaba resbalar por mis costillas, dejándome un rastro de cuatro pares de sanguinolientas marcas.
Encima tuve que aguantar su descojone cuando me quejé. Me enseñó los agujeros que taladraban sus pezones y sus labios mayores.
Una puta loca chiflada, eso es lo que era. Pero nunca me había tirado a una puta loca chiflada y pudo más en mí el morbo que el instinto de conservación.
Los cuatro siguientes encuentros fueron de mal en peor. Entiéndame, los polvos eran espectaculares; pero las marcas que me dejaba, también. Al volver a casa, tenía que darme friegas de agua oxigenada por todo el cuerpo.
Mi polla, ni tocarla. Se partió el culo de risa, el día que amenazó con hacerme una mamada. Debí de poner una cara de espanto muy cómica.
Estaba decidido ya a darle pasaporte. Echaba de menos algún rollete más tranquilo. Romántico que es uno.
Cuando, sin previo aviso, volvió a aparecer la aburrida, tocapelotas, marujona y complaciente Julia.
Las conversaciones decayeron. Los polvos mejoraron.
Las mamadas eran deliciosas, insistía en tragarse hasta la última gota, cosa a la que yo, caballerosamente, no me oponía.
Su culito, hasta entonces inviolado, me era ofrecido con generosa frecuencia.
Lástima de que fuera tan sosa fuera del catre.
Hasta un venturoso día, en que harto de tanto parloteo, le solté a bocajarro:
-"¡Joder, que te calles de una puta vez". Puso una carita tan risueña que me dejó descolocado. Como si le hubiera dicho que nos íbamos a vivir juntos.
-"Si, lo que tú digas. Amo". Y se quedó expectante y calladita.
¿Amo?. ¡Joder, era eso!. Ahora tocaba fase sumisa. No tenía muy claro lo que le duraría, hasta que volviera a aparecer la dominante, refinada y salvaje Julia.
Había que darse prisa y explorar éste territorio, desconocido por mí hasta la fecha.
La despedí ese día, con una orden tajante de que no me tocara los cojones hasta nuevo aviso.
Me pasé toda la noche consultando páginas de internet especializadas. Tiempo perdido, comprobaría al día siguiente. Sólo me hacía falta preguntar a Julia para que ésta me diera toda la información necesaria, personalizada y de primera mano. Tenía años de experiencia.
El juego empezó a parecerme divertido. Podía poner las condiciones que me salieran de los cojones: vestuario, lugar de encuentro, programación de actividades sexuales, juguetes la hostia, siempre estaba disponible y dispuesta a satisfacer cualquier demanda.
Hasta que llegué a la conclusión, mal que me pese, de que era una puta mierda de amo: un aficionadillo.
¿Cómo y cuándo llegué a convencerme?. Un triste día, de infausto recuerdo.
Habíamos quedado en un hotel. Yo reservaría la habitación a su nombre. Ella llegaría antes, disfrazada de putita y me esperaría.
La cosa empezó a olerme mal nada más llegar.
Me esperaba con el vestido de cuero acostumbrado, liguero, medias y zapatos de tacón alto; todo ello de color negro. Los juguetes dispuestos ordenadamente encima de la cama. Hasta ahí todo normal.
Lo que ya no eran normales eran las cadenas: una uniendo los aritos de sus tetas, otra los de los labios de su coño, la mordaza en la boca y la paleta que sostenía en las manos.
Como no podía decir ni pío, me entregó la paleta, se giró apoyándose en el respaldo de una silla y empezó a menear el pandero
Empecé a asustarme cuando sus nalgas pasaron del rojo brillante a un granate cada vez más oscuro. Ya me dolía el brazo de dar azotes y sudaba como un cerdo, con la chaqueta aún puesta. Ella seguía meneando el pandero, dejándolo bien en pompa cuando los palmetazos disminuían la intensidad.
Terminé hartándome y gritándole que se había acabado la ración de hostias, que se quitase la mordaza y las cadenas. No iba a colgarle las pesas que me señalaba con el brazo extendido. Ni tampoco estaba dispuesto a usar la fusta.
-"Joder, no eres una puta yegua".
Casi se echa a llorar.
Jodimos como leones el resto de la noche, para compensar el mal trago. Bueno, el que jodió hasta la extenuación fui yo. Ella aguantaba como una jabata y se mordía los labios.
-"Que te puedes correr cuando quieras, cojones". La tercera vez que se lo tuve que repetir, se me olvidó.
Desperté temprano, con una rara incomodidad y sonriendo complacido con la mamada de buenos días con la que me obsequiaba Julia.
Hasta que se me aclaró el cerebro lo suficiente para darme cuenta de que estaba esposado al cabecero de la cama, notar una pegajosa humedad en mi ojete, la polla de goma que Julia me enseñaba y los ojos de puta loca chiflada con los que me miraba se había acabado la fase sumisa.
-"¡Me cago en la puta que te parió, loca de los cojones!. ¡DESÁTAME!". Ni puto caso que me hizo, claro. En lugar de eso, volvió a untarme una nueva ración de pomada en el culo, me mandó un beso con una mano y con la otra empezó a mover la monstruosa polla, peligrosamente cerca de su objetivo.
Juro que no era mi intención. Pero no me había atado los pies ni, evidentemente, amordazado. Así que empecé a jurar en arameo a gritos, a revolverme (lo poco que me permitían las esposas) y a patalear. Con el resultado de un escándalo de cojones a tan tempranas horas, el cabecero aporreando la pared, despertando a medio hotel, y propinándole un rodillazo en la nariz a Julia. Empezó a sangrar de forma escandalosa.
Cuando consiguieron abrir la puerta con la llave maestra, la habitación parecía el decorado de una película gore. Menos mal que estaba claro quién era el agredido. Yo seguía defendiéndome a patadas de una Julia enajenada, empeñada en terminar con mi virginidad anal. Y ella, sangrando a chorros por la nariz rota, aún se resistía cuando la sacaron a rastras de la habitación.
No quise presentar denuncia, pero me prohibieron volver a poner los pies en el hotel.
Desde entonces, los juegos con ataduras, para quién los quiera. Yo paso.
Apostillas del autor:
El escrito anterior es fruto de una mente calenturienta en una noche de insomnio.
Ruego encarecidamente que nadie se lo tome por un caso real, no me jodan.
De todas formas, agradeceré cualquier información que me ayude a comprender tan lamentables sucesos.
Será especialmente valorada la opinión de amos y dominatrix con experiencia contrastada. También la de sumis@s, siempre que no estén como una puta cabra.
¿Conocen algún caso de dómina-sumisa ciclotímica?...estoy confuso.