La educación de Emilio

Esta serie relata la iniciación en el sexo de un joven por una mujer madura. Me ha costado clasificarlo dentro de una temática única. Esta primera parte relata la situación actual y los hecjos que fueron el inicio de la historia. En sucesivos capítulo iremos desgranando la relación entre los personajes. Espero que os guste. Estoy abierto a comentarios.

La educación de Emilio

La viuda negra

Allí estaba de nuevo, atendiendo solícito a su exigencia de mi presencia, bastaba una llamada para que dejara lo que estuviera haciendo y acudiera sin demora. Por unos instantes, me decía a mi mismo que ésta sería la última vez que la veía, que le exigiría que no me llamara más, que no atendería sus órdenes; pero sabía que me engañaba, que era como la mariposa nocturna que vuela atraída por la llama que la abrasará.

Me detuve unos instantes ante la puerta entreabierta, un leve chirrido me dio paso al interior de la vivienda envuelta en la penumbra. Avancé lentamente y allí estaba, como de costumbre, en la estancia del fondo, sentada como una diosa en su trono.

La escasa iluminación no me permitía apreciar los detalles; pero yo la sabía desnuda, bajo un leve salto de cama a la vez negro y transparente. Sus pechos tersos y duros, a pesar de la edad, están coronados por pezones gruesos y rosados, casi esféricos, rodeados de una amplia aureola oscura.

Me arrodillé entre sus piernas entreabiertas y recorrí la cara interior de sus suaves muslos, apenas rozándolos con los labios, hasta encontrar su sexo depilado adornado por una pequeña mata de bello en forma de rombo sobre su monte de Venus. El leve perfume floral que exhalaba su cuerpo no enmascaraba el olor a mujer deseosa de sexo de su coño.

Besé su sexo repetidamente y ella suspiró acariciándome el pelo ensortijándose los dedos con él. Mi lengua se abrió paso entre los labios de su coño y recorrí con la punta, punto a punto, los pliegues internos de su sexo. Cada vez estaba más húmeda y su sabor salado me llenaba más y más. Separé suavemente con los dedos los labios de su coño y lo lamí repetidamente, de manera rítmica y cadenciosa, recorriendo una y otra vez todo su sexo. El clítoris apareció como un ser vivo que saca la cabeza de su guarida, brillante, rojizo como una cereza, y yo hacía lo imposible para a penas rozarlo. " Cuando te estimules el clítoris de una mujer hazlo para no parar hasta el final", me había dicho numerosas veces cuando era mi maestra en las artes del sexo. Bebía de su sexo, haciendo penetrar mi lengua en ella. " Los dedos son una buena herramienta para el sexo en algunos momentos; pero si se estas comiéndote un coño, no los uses. Sólo los labios y la lengua proporcionan un buen sexo oral". Era otra de sus frases que recordaba de sus enseñanzas.

Sus gemidos y espasmos me excitaban sobremanera, sentía la presión de mi verga bajo el pantalón. Tome su clítoris suavemente entre mis labios y los estimulé con la lengua hasta hacerla gritar. Era el punto de no retorno y continué hasta que sentí como estallaba el orgasmo salpicando mi cara. Apuré hasta la última gota hasta que reposó relajada. Quedé con mi cabeza apoyada en su regazo sintiéndome arropado por sus caricias.

Sólo el sonido de nuestra respiración llenaba el ambiente, por señas hizo que me levantara y me desnudó entre besos. Me abrazaba por detrás de manera que sentía la humedad de su coño en mi trasero y el roce de sus pezones endurecidos en mi espalda. Me lamía el cuello y los lóbulos de las orejas, pellizcaba mis pezones y me acariciaba los huevos y la polla, sin masturbarme, sólo caricias que me ponían aún más caliente.

Buscó mi boca y yo le respondí con mi lengua en la suya.

Tu boca sabe a coño y noto que eso te ha puesto cachondo – Musitó, mientras apretaba mi verga con fuerza – Ya sabes que debes hacer ahora – Continuó-. Lléname con tu polla, ya que me hiciste perder la que amaba.

Estaba loco por sentir el calor de su sexo abrazando el mío y siguiendo el ritual que teníamos establecido, me tumbé sobre la alfombra que pisábamos. Ella se colocó a horcajadas sobre mí y, sin más preámbulos, dirigió mi polla a la entrada de su coño penetrándose hasta el fondo y lanzando un gemido. Cabalgaba cada vez más deprisa, jadeando y gimiendo como una posesa. Yo no tenía ningún control sobre ella y empecé a sentir que me iba a correr. Ella también lo percibió y aminoró el ritmo hasta detenerse. Se inclinó sobre mi pecho, sus pezones rozaron los míos y me dijo susurrante:

Sabes que debes aguantar ¿verdad? y que si te corres ahora, deberás pagar por ello.

No respondí, sabía que si me corría antes de que ella alcanzara el orgasmo, debería comerle el coño hasta que se saciara o volviera a estar en situación de volver a penetrarla. Respiré hondo y contraje mi sexo buscando evitar la eyaculación, ella sonrió y se mantuvo en esa postura casi sin moverse.

Cuando sintió que me relajaba, volvió a cabalgar de manera desbocada y en un soberbio esfuerzo logre mantenerme sin correrme hasta un instante después de que ella lo hiciera.

Te has perdido la recompensa. – Dijo casi sin mirarme, mientras se levantaba.

La recompensa era una felación, una extraordinaria mamada. Desde el comienzo había sabido como volverme loco con su boca cálida y lujuriosa. Yo sabía que ella no daba nada a cambio de nada, lo hacía porque sentía que dominaba a los hombres. "Cuando tienes la polla de un hombre entre los labios, dominas su voluntad. Mientra os hacen una buena mamada, accedéis a todo", me había repetido más de una vez y podía dar fe de que era cierto.

El comienzo

Todo comenzó una tarde de finales de primavera, cuando ella apareció en mi vida. El piso junto al de mi padres había quedado libre, sus anteriores inquilinos, una encantadora pareja de ancianos, ya no podían vivir solos y habían marchado a una residencia.

Llegó un camión de mudanzas y en pocas horas, en medio de ruidos e inconvenientes para el resto de vecinos, habían descargado todos los enseres y los habían entrado en el piso desocupado.

La vi por primera vez, de refilón, sólo un instante; pero mi mente, como si de una imagen subliminal se tratara, fijó su figura, su perfil de mujer madura, tremendamente atractiva. No hubiera sabido dar detalles de su cuerpo; pero inconscientemente quede impregnado de su belleza, aunque en ese momento no tenía ni idea de cómo eso iba a influenciar mi vida. La silueta de sus pechos firmes y rotundos me produjo una agradable sensación entre las piernas y una incipiente erección que controlé, pensando en otras cosas. " Era mi vecina y podría ser mi madre ", me dije a mi mismo.

Aquella noche hacía calor, probablemente fue la primera noche calurosa del estío. Estaba desnudo, a punto de meterme en la cama. Mi habitación tenía una pequeña balconera, abierta de par en par para intentar mitigar el bochornoso calor que me hacía sudar.

Al apagar la luz, en el silencio de la noche, llegaron a mis oídos murmullos de una conversación en voz baja, risas, palabras entrecortadas. Me acerqué a la pared, poniendo el oído sobre ella; pero pronto descubrí que a través del ventanal, los oía de manera débil pero clara.

Así, amor. Que delicia sentir tu lengua. Sigue, más, más…¡Cómeme el coño, como sabes hacerlo!

Era una voz femenina, gozosa y entrecortada por el placer que me llegaba con toda nitidez, apoyado en la barandilla y sintiendo el frescor de la noche.

De fondo, un sonido húmedo, como de chasquidos y lametones contribuyó a mi excitación, provocándome de manera inmediata una erección.

¡Oh, cariño!. Me vuelves loca. Gírate, dame tu polla. Quiero sentirla.

Seguía exclamando ella, mientras su pareja seguía con su sonora y húmeda tarea. La acción pareció interrumpirse y los ruidos que percibí, me indicaron que los amantes se estaban recolocando.

¡Umm! Que deliciosa polla.

Tras esta última exclamación, dejaron de oírse voces y sólo llegaban a mí los ruidos provocados por el sexo oral.

Mi polla estaba como una roca y había empezado a masturbarme. Lo hacía lentamente, sin prisas, quería demorar la llegada del orgasmo hasta el final de sus juegos.

De nuevo la voz de la mujer se hizo oír. Gemía y gemía anunciando el clímax que le hacía atropellar sus palabras. Se hizo el silencio; pero fue solo por unos instantes, en los que yo apretaba fuertemente mi verga al acecho de lo pudiera seguir.

¡Fóllame Adolfo, fóllame!. Quiero sentirte dentro de mi, compartiendo este placer que me da la vida.

Me pareció escuchar un beso, y nuevos movimientos al otro lado de la pared.

¡Ah!, así, así. Métemela. – Se escuchó junto con dos intensos gemidos.

Un sonido rítmico de crujidos de muebles y uno leves golpecitos en la pared, me hacían imaginar lo que estaba pasando. Con los ojos cerrados, lo veía con toda nitidez. Mi mente trabajó deprisa y materializó la imagen fugaz de aquella mañana. Un cuerpo perfecto agitándose por el placer que le proporcionaba la polla de un hombre, al que ni siquiera había visto de lejos, penetrando una y otra vez en su coño carnoso; una tetas firmes temblando como flanes al ritmo de las embestidas. Su hermosa cara, contraída por un rictus de gozo inconmensurable, con lo ojos cerrados y moviéndose frenéticamente de un lado a otro, mordiéndose los carnosos labios entre gemido y gemido, que marcaban el mismo ritmo de los golpes en la pared. Mi mano se movía abrazando mi verga al mismo compás deseando, por una lado, correrme y por otro que aquella situación se prolongara lo máximo posible.

Un grito femenino desgarró la noche y el chirrido de los muebles y los golpes en la pared se hicieron más frecuente, casi frenéticos, haciéndome volver a la realidad. Tuve que frenar para intentar no correrme y lo logré in extremis. Una gota de fluido apareció en la punta de mi glande y se escurrió hasta el suelo en el extremo de un fino hilo viscoso.

De nuevo silencio y ahora también inmovilidad.

No la saques aún – Dijo ella, casi susurrando. – Me gusta tanto sentir tu polla vibrando de placer dentro de mí. Es como un ser vivo con un corazón que palpita.

Las voces callaran de nuevo. Sólo se podía oír el rumor húmedo de unos besos.

Sabes que me enloqueces cuando me chupas los pezones y yo sé perfectamente lo que quieres. – La escuché musitar con un aire casi de misterio.

Ah, sí. Pues ahora verás.

Por primera vez, escuchaba claramente la voz masculina, y de nuevo volvieron a oírse los golpecitos contra la pared. ¿De nuevo se la estaba follando?. Ella llevaba ya dos orgasmos y él, según todos los indicios, no se había corrido aún. ¿Irian a por el tercero? ¡Uf, menuda pareja!.

Pero pronto comprendí lo que estaba pasando al otro lado de la pared.

Es maravilloso sentir la suavidad de tus tetas en mi pola. – Le escuché decir a él.

Y a mi me encanta el calor y la dureza de tu polla – Respondió ella.

Estaba claro. Se estaba haciendo una paja con sus tetas, con esas tetas deliciosas cuya furtiva visión me había impresionado tanto.

No pude controlarme más y me corrí. Disparos de semen salieron disparados con fuerza contra la barandilla y quedaron enganchados en ella colgando como blancos carámbanos que gotean en el deshielo. El orgasmo fue increíble, me temblaban las piernas y tuve que agarrarme al marco para no caer. Cuando volví a este mundo, se oían los gemidos del hombre mientras se corría y la voz de ella susurrando.

Que sentir el calor del esperma en la cara y en el pecho, su olor su sabor, ¡Umm!. Dame un beso.

Pude intuir como sus labios se acercaban y el sonido de un profundo beso y luego el silencio.

Aquella noche dormí mal, soñaba con ellos una y otra vez, follando y follando sin parar. Me desperté al amanecer empapado en sudor y en semen. Fue una noche muy húmeda; pero que lejos estaba yo de adivinar que aquella era sólo el comienzo.