La educación de Emilio (7)

Un encuentro a tres que deja a Emilio lleno de dudas

8.- Lección 6: Relaciones triangulares

La siguiente cita me llegó discretamente de manos de Adolfo. Decía simplemente " Te esperamos mañana por la tarde ", y no lo interpreté como un plural mayestático. Era claro que Adolfo iba a formar parte del encuentro.

Debí retirarme, dejar estar aquella locura; pero mi ego juvenil se sentía halagado. Llegué a creerme que un hombre adulto y en plena capacidad sexual, prácticamente me entregaba a su mujer a cambio de nada y que además le excitaba saber y ver que yo me la follaba.

Adolfo me abrió la puerta y me hizo pasar. Me llevó hasta el cuarto de estar y nos sentamos el uno junto al otro.

  • Hoy Mercedes espera mucho de nosotros y no la vamos a defraudar ¿verdad?

Empezó diciéndome, en un tono paternal.

  • No, claro. Respondí casi titubeando y sin saber exactamente que estaba diciendo.
  • ¡Así me gusta muchacho! – Exclamó, dándome una palmada en la espalda – Va desnúdate, que nos está esperando.

Caminamos desnudos hacia el dormitorio, yo iba delante. Mercedes estaba tumbada de costado en la cama, como una Venus de una pintura clásica. Como siempre, estaba espléndida; el seno izquierdo apenas rozaba la sábana de raso sobre la que estaba y el derecho de mostraba desafiante a la gravedad; sus caderas y muslos suavemente redondeados le daban un aspecto muy sensual y su sexo casi desnudo de bello aparecía apetecible. Me detuve a contemplarla y Adolfo, tras de mí, puso sus manos en mis hombros y se arrimó hasta que pude sentir su miembro casi erecto rozando mi cuerpo. Mi verga se elevó ante el espectáculo y Mercedes nos hizo un gesto para que nos aproximáramos.

  • Me siento enormemente feliz acompañada por los dos hombres que más me hacen gozar de la vida.

Mientras decía esto, se sentó en el borde de la cama y cuando estuvimos a su alcance, acarició los miembros de ambos muy suavemente para luego introducírselos en la boca alternativamente. Desde arriba podía ver con todo detalle mi polla y la de Adolfo deslizándose entre sus labios y como jugueteaba con su lengua en el glande de ambos. Acabé cerrando los ojos y, mientras Mercedes chupaba mi polla haciendo que entrara hasta el fondo de su garganta, sentí como Adolfo besaba mi cuello y me susurraba al oído:

  • Goza, muchacho, goza.

Mercedes dejó las felaciones y se tumbó en la cama, indicándonos que nos tumbáramos uno a cada lado. En esa posición continuó a acariciándonos la polla y los huevos mientras Adolfo comenzó a besarla. De la boca, paso al cuello y de allí a las orejas y el mentón. Yo lo imité y pronto la sentimos suspirar en respuesta a nuestras caricias.

Parecía que Adolfo y yo nos hubiéramos puesto de acuerdo, pues empezamos a recorrer su cuerpo al unísono con nuestras bocas y dedos. Sentía sus pezones duros entre mis labios y como la tibieza de su coño se trasmitía a las yemas de mis dedos que suavemente lo recorrían. Cuando nuestros dedos se topaban, como si hubiera un guión escrito, cada uno tomaba un rumbo distinto y mientras uno penetraba en su interior, el otro rozaba levemente su clítoris. Tenía los ojos cerrados y su cuerpo yacía sobre la cama abandonado al placer. Su respiración era cada vez más profunda y entre cortada y gemía abiertamente cuando alguno de los dos la estimulaba un punto especialmente sensible. Nuestras bocas acabaron convergiendo en su para ambos deseado coño. Las lenguas se entrecruzaban deslizándose por los pliegues de su sexo cada vez más húmedo y creo que buscó mi boca en un amago de beso, para que compartiéramos juntos las esencias de Mercedes. Con mi lengua entando en ella y el clítoris ente los labios de Adolfo, su fluir llenó mi boca y él me beso, ahora sin ningún disimulo. No opuse resistencia, me sentía arrastrado por el erotismo de la situación. Al separar nuestras bocas, me dijo:

  • Penétrala, lo está deseando.

Mercedes se dispuso a recibirme y entré en suavemente, recreándome en percibir los temblores de su cuerpo. Me movía en su interior cálido y acogedor de manera rítmica y pausada mientras miraba a Adolfo, que nos observaba visiblemente excitado, sentado junto a nosotros. No quitaba los ojos de mi polla entrando y saliendo del coño de su mujer y la suya vibraba espasmódicamente.

Adolfo se estiró sobre la cama junto a su pareja, que me susurró al oído que ahora le tocaba a él. Me separé de su cuerpo sudoroso y fue ella la que se montó sobre su marido haciendo que la penetrara. Ahora era yo quien los observaba y ver las tetas de Mercedes agitándose en el aire entre los gemidos y jadeos que salían de su boca me excitó aún más. En eso, Adolfo me ordenó.

  • ¡Ahora muchacho, ponte un condón métesela por detrás!
  • ¡Sí, os quiero a los dos a la vez! – Exclamó ella.

Al principio no comprendí muy bien lo que me decía; pero enseguida me di cuenta de lo que quería. Cumplí sus deseos e inserté mi polla en su recto. Ella lanzó un grito que me hizo detenerme y preguntar:

  • ¿Te he hecho daño?
  • No, en absoluto, mi amor. Me has hecho muy feliz

Era complicado movernos los tres; pero me parecía notar la polla de Adolfo deslizándose en paralelo a la mía y eso me producía un extraño placer. Los tres sudábamos, gemíamos y dábamos exclamaciones de placer. Creía íbamos a acabar en un sonoro orgasmo en esa situación; pero ahora fue Mercedes la que me ordeno:

  • ¡Sácala del culo y métemela tú también en el coño!

A esas alturas, ya no me sorprendía nada y presto me retiré, arranqué el condón de mi polla y me apresure a colocarla a la entrada de su vagina rozando la de Adolfo. Presioné ligeramente, pensando que sería posible que entrara; pero se deslizó a penas sin dificultad hasta el fondo.

Mercedes volvió a gritar; pero esta vez, era evidente que era de placer. Me resultaba muy extraño sentir otra verga en contacto con la mía, aquel roce era muy placentero. El calor húmedo del coño envolviendo mi polla y el tacto de una suave y palpitante polla me proporcionaban nuevas sensaciones difíciles de describir. En eso, Adolfo gimió y quedó como paralizado con su polla hundida hasta el fondo. Una sensación cálida y viscosa envolvió mi verga y noté las contracciones de su miembro. Su semen y al pérdida de volumen se su miembro facilitó mis movimientos y acabe corriéndome yo también.

Los tres cuerpos sudorosos quedaron sobre la cama. Mercedes en medio de ambos, cosquilleando con las yemas de sus dedos en el pubis de los dos hombres y mirando al techo con rostro satisfecho. Permanecimos así, en silencio, unos instantes hasta que Mercedes con los muslos brillantes por los regueros de semen que escurrían por su piel se levantó diciendo que iba a ducharse.

Quedamos ambos hombres solos y yo me sentí incómodo, sin saber qué hacer, ni qué decir. Fue Adolfo quién rompió el hielo.

  • Eres todo un fiera muchacho. – Siempre me llamaba así – No había visto disfrutar a Mercedes tanto antes.
  • Gracias por el halago; pero sólo me dejo llevar
  • Eso es la mejor manera de hacerlo bien. El instinto es el que manda en el sexo.
  • Si tu lo dices – Respondí con desgana
  • Escucha Emilio, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
  • Inténtalo
  • ¿Te ha hecho alguna vez algún amigo una paja o se las has hecho tú?

La pregunta fue absolutamente inesperada y sentí como me salían los colores. Me estaba ruborizando como un idiota. Adolfo lo notó, era imposible no darse cuenta; notaba como el calor arrebolaba mi cara.

  • No tiene por qué avergonzarte – Siguió hablando, como queriendo tranquilizarme. Y eso me ponía aún más nervioso.- Todos lo hemos hecho alguna vez. ¿Qué mayor prueba de amistad que hacer que un amigo de verdad lo pase bien?

Era cierto, con 14 años más o menos, mi mejor amigo y yo nos hacíamos pajas mutuamente. Era nuestro secreto y me sentía como violado en mi intimidad; pero ¿cómo podía saberlo?. Respondí titubeando, como disculpándome por haber sido pillado en algo impropio; pero Alfredo se me acercó hasta que su piel rozó mi cuerpo.

  • No tienes que darme explicaciones, por qué es algo de tu vida privada que no le interesa a nadie que tú no quieras que le interese y por qué no es nada malo. Es algo completamente natural.

Me tranquilicé un poco y me sentí más relajado.

  • Yo también lo he hecho y lo hago con mis amigos y como te considero como tal te lo explico y me gustaría demostrarte que te quiero ver gozar.

Nuevamente me sentí sorprendido de sus palabras y aún más cuando su mano agarró mi verga y empezó a masturbarme.

  • ¿Qué haces? – Pregunté tontamente, cuando era evidente que quería hacerme una paja.
  • Demostrarte lo que te he dicho. Relájate y disfruta del momento

Sus movimientos eran muy suaves, sentí un escalofrío recorriendo mi espina dorsal y una vez más mi polla se impuso a mi cerebro y me abandoné. Cuando me vio relajado, sonrió y mientras seguía cubriendo y descubriendo mi glande, con la otra mano empezó a acariciarme los huevos. No puede menos que empezar a respirar profundamente y dejarme llevar. Consiguió ponérmela muy dura y malévolamente me preguntó.

  • ¿Y yo, no soy tu amigo?

Aquella pregunta estaba cargada de doble sentido y sin decir nada alargué la mano buscando su sexo. Encontré su polla erecta esperando mis caricias y empecé a masturbarlo; sentí como se estremecía.

Con la palma de la mano humedecida con saliva, empezó a acariciarme el glande que mantenía descubierto con la otra mano. No me había hecho una paja en mucho tiempo, prácticamente desde que había empezado mi relación con Mercedes, y aquello me estaba resultando muy placentero.

Con los ojos cerrados, dejándome llevar por el momento, sentía como el placer me iba embargando y como la polla de Adolfo se endurecía más y más bajo mis caricias. En eso, sentí un hálito en el vientre y el leve roce de una piel sobre la mía. Abrí los ojos justo para ver mi polla desapareciendo entre sus labios. Percibí otra presencia y, al girar la cara, vi a Mercedes con su pícara sonrisa como nos observaba.

  • ¡Vaya, empezando sin mi? – Exclamo mientras se situaba junto a su marido frente a mi polla.

Ambos compartieron mi sexo, se lo pasaban del uno al otro, lo lamían al unísono o hacían que se deslizara entre las bocas de ambos fundidas en un beso. Se separaron y mientras Mercedes seguía ocupándose de mi verga, la lengua y los labios de Adolfo fueron deslizándose primero hasta los huevos y luego hasta mi culo.

Cuando la punta de la lengua de Adolfo rozó mi ano, lancé un gemido y arqueé el cuerpo, penetrando la boca de Mercedes hasta la garganta. Al volver a tras, dos dedos habían entrado en mi culo, Mercedes me chupaba el glande y él lamía mis huevos.

No podía más, el masaje interior me volvía loco, de mi polla fluía espasmódicamente fluido seminal y Mercedes lo recogía con su lengua como una mariposa libando en una flor, y mis huevos se contrajeron en la boca de Adolfo, indicando la proximidad del fin.

En una rápida maniobra, la pareja intercambió sus acciones y mi polla se hundió hasta el fondo de la garganta. Sus masculinos labios se aferraban mi polla, evitando que saliera al exterior pero manteniendo el frenético vaivén que me hacía casi aullar de placer.

Me corrí en su boca y él retuvo mi esperma con indudable deleite, para seguidamente deslizar el glande que expulsaba los últimos restos de semen por su tez.

Yacía rendido y mentalmente descolocado y tarde algo en percatarme de que estaba ocurriendo a mi lado. Adolfo, tendido en la cama con los ojos en blanco, gemía con la boca entre abierta, de la que se escurrían los restos de mi eyaculación, mientras Mercedes le hacía una felación y un vibrador zumbaba en su ano.

Adolfo se corrió regando de semen a Mercedes y a él mismo, agitándose como poseído por el diablo hasta quedar como desfallecido a mi lado. Mercedes no contemplaba a ambos arrodillada entre nuestros lasos cuerpos. Se inclinó sobre mí y me besó en la boca, haciéndome sentir el sabor de su hombre y luego lo besó a él.

  • ¿Y de mi coñito, quién se acuerda de mi coñito? – Preguntó sibilinamente, mientras se metía los dedos en él arqueaba su cuerpo hacia atrás.

Le comimos el coño a dúo, todo sabía y olía a esperma de ambos. Estaba muy confundido