La educación de Emilio (6)

Emilio recibe una nueva sorpresa. Alonso, el marido de Mercedes, entra en escena.

  1. Lección 5: Otra manera de vivir el sexo

Mercedes tardó varios días en volver a contactar conmigo. Una mañana sonó el teléfono y, después de cogerlo, mi madre me llamó:

Emilio, al teléfono

¿Quién es? – Pregunté intrigado

Dice que una amiga – Respondió mi madre

Al ponerme al auricular, escuché su voz:

Te espero esta tarde a la 6 – Y colgó inmediatamente

Me quedé mirando el auricular, sin entender muy bien la situación. Mi madre me vió la cara y preguntó en ráfaga:

¿Qué pasa?, ¿quién era?, ¿qué quería?

No, nada importante, una amiga que quiere que nos veamos esta tarde para que de deje unos apuntes y le explique unas cosas. Ha de presentarse en septiembre.

Ya. – Dijo mi madre con cara de no creérselo – Últimamente estas rarito, hijo.

Me volví a mi habitación sin responder y pasé el resto del día discutiendo conmigo mismo si acudiría o no a la llamada. Vano intento de engañarme a mi mismo, pues sabía desde que escuche su voz que iría a su encuentro. Estaba completamente encoñado.

A la hora señalada salí de casa, la puerta de su casa estaba entreabierta y, como otras veces, simulé ruidosamente que bajaba las escaleras, para luego sigilosamente volver sobre mis pasos y entrar en casa de Mercedes.

Me estaba esperando; al verla, al principio casi no me atrevía a acercarme.

¿No tendrás miedo a tu dama, verdad?

Su mirada era lasciva y estaba tan seductora como siempre. Allí mismo, de pie contra una pared, me beso con su acostumbrada pasión y mis defensas cayeron rendidas a sus pies. Bajo su leve vestidura se marcaban esos pezones que me hacían perder el sentido y, al acariciarla bajo la ropa, descubrí que no llevaba ropa interior. Como respuesta a sus besos y caricias, y al contacto de su suave coño, mi polla reaccionó de inmediato. Mercedes se apresuró a abrirme la bragueta y a tomar mi verga entre sus dedos, acariciándose con el glande el ya húmedo surco de su sexo.

De un golpe certero, la penetré, mirándola fijamente a los ojos. Ella lanzó un gemido y, por un instante, pareció sorprendida de mi acción; pero de inmediato reaccionó y se lanzó con su boca sobre la mía mordiéndome los labios hasta casi hacerme sangrar. Conseguí deshacerme de su presión contra la pared y fui yo el que la encajonó en un rincón y empezó a bombear con fuerza. Mercedes se abandonó por un momento y clavó sus uñas en mi espalda con un leve estertor.

Para un poco, amor. No seas tan fogoso. – Ronroneó Mercedes al oído

No separamos y fuimos caminando hacía la habitación entre besos y caricias, dejando por el suelo un reguero de prendas de vestir. Me hizo sentar en el borde de la cama y se arrodilló entre mis piernas, chupándome la polla con lujuria. Parecía querer asegurar el máximo de erección, hacerme recuperar la ínfima dureza que pudiera haber perdido en nuestros juegos hasta la habitación. Cuando se sintió satisfecha con lo conseguido, se sentó sobre mis rodillas haciendo que mi verga penetrara hasta el fondo de su cálido y lubrificado sexo.

Diciéndome al oído lo que le gustaba sentir mi polla hundida en su coño, hacía oscilar sus caderas y contraía la musculatura de la vagina, casi estrangulando mi sexo, y me lamía el cuello y las orejas, haciéndome gemir de placer. Entonces comenzó a cabalgar con un ritmo pausado y constante; sus pechos rozaron mis labios y me apresuré a atrapar los duros pezones; su respiración se hizo más profunda e irregular y en mis testículos percibía la cálida humedad que fluía de su sexo.

Un leve sonido, que no supe identificar y al que no presté especial atención, se mezcló con nuestros suspiros. Hasta que una voz masculina me cortó el aliento.

Bravo, muchacho. Veo que sabes tratar a las mujeres.

Giré la cabeza hacia el lugar de donde procedía la voz. Adolfo, su marido, desnudo y con la verga en erección en su mano, nos observaba.

El pánico inundó mi mente y de inmediato sentí como mi sexo perdía toda su fuerza.

No, Emilio, no. No me hagas esto. No va a pasar nada – Repetía Mercedes, aumentado el ritmo de sus movimientos para intentar que mantuviera la erección.

No pares, por favor. Sigue dándole el placer que te pide. No me siento ofendido ni nada parecido; al contrario, estoy muy satisfecho de ti y de cómo la haces gozar cada vez que os encontráis. No soy un celoso posesivo; mi amor por ella es tal, que sólo me importa saber que está gozando.

Mientras decía esto, se fue acercando a nosotros, se agachó para besarla y finalmente situó su polla erecta ante su cara. Ella se apresuró a tomarla con su boca, mientras seguía tratando de que mi polla siguiera llenando su coño. Los tenía allí, a escasos centímetros de mi cara. Una boca devorando una verga erecta, como en un primer plano de una película porno; pero era realidad y no una ficción.

La dejó escapar y golpeó mi cara. Mercedes me beso con pasión y me dijo

Sigue follándome, dame todo el placer que tú sabes darme – Y volvió a tomar la polla de su marido entre sus labios, en una mamada, al mismo ritmo que la mía, que empezaba a recuperarse, salía y entraba de su coño.

Pudo más la lujuria que la razón y mi cerebro dejo de pensar. Mi polla tomó la batuta, dirigiendo todos mis actos que siguieron a continuación. Mercedes me iba besando a ratos y, cada vez que lo hacía, la polla de Adolfo rozaba mis labios hasta que Mercedes la dejaba ir.

Acabó corriéndose en su boca y en su cara, salpicando mi rostro y mi pecho de esperma. Intentó besarme, con la boca llena, y la esquivé; pero al final no pude evitar que lo hiciera con los últimos restos blanquecinos moteando sus rojos labios y dejándome ese especial regusto del semen en la boca.

Mercedes se levantó y se volvió a empalar, ahora dándome la espalda. Adolfo se arrodilló entre sus piernas y empezó a lamerle el coño mientras cabalgaba sobre mi polla. Sentía como la vagina se contraía espasmódicamente cada vez que rozaba su clítoris y como su lengua deslizaba por el tronco de mi verga y llegaba hasta mis testículos, haciendo que mi polla palpitara. A cada dilatación, Mercedes respondía con un gemido cada vez más intenso. Se detuvo en seco, con mis cojones rozando su sexo, mis manos amasando sus pechos y la boca de Adolfo se cebó en nuestros sexos hasta que ella estalló en un orgasmo, mientras su boca y la mía se fundían.

Sudorosa, se levantó e hizo que los tres nos besáramos. Ella se agachó ante mí y comenzó una frenética mamada, que Adolfo contemplaba sin perder detalle a escasos centímetros. Mientras mi polla entraba y salía de su boca, él le besaba el cuello y la cara. Cerré los ojos y me tumbé en la cama apunto de estallar y tuve la sensación de que una segunda boca se hacía con mi polla. Me corrí, lanzando una y otra vez trallazos de semen que eran atrapados por una boca que no a ciencia cierta no podía reconocer.

Cuando me incorporé, Adolfo penetraba a Mercedes mientras ambos compartían mi esperma en un profundo beso. Era un polvo espectacular, tremendamente erótico y sensual, se entregaban el uno al otro con una pasión frenética, mientras una masa blanca se escurría de sus bocas. Sus gemidos, jadeos y gritos de placer no me eran extraños; eran el fondo sonoro de mi dormitorio algunas noches y precisamente en ese momento me di cuenta que esos sonidos se producían los días que Mercedes y yo habíamos estado follando. Era como si yo actuara como un afrodisíaco en lugar de calmar sus deseos sexuales.