La educación de Emilio (5)
Mercedes muestra su faceta más dominante controlando los orgasmos de su pupilo.
- Lección 4: Aprendiendo a obedecer
Mercedes me dio llave de su casa e iba a verla, cuando me apetecía; siempre estaba dispuesta a echar un buen polvo. Lo que prefería era comerle el coño, sentir como se iba excitando poco a poco hasta llegar al orgasmo y seguir hasta que ella me pidiera que parara, viendo como llegaba al clímax una y otra vez. No me preocupaba por mí, ya que sabía que tendría mi recompensa.
Un día al abrir su puerta, encontré que estaba cerrada por dentro con una cadena de seguridad. Oí voces y a Mercedes que se acercaba a la entrada de la casa. Me habló sin abrirme, iba casi desnuda, se le notaban los pezones duros y las braguitas, la única prenda que portaba, casi transparentaban su coño húmedo.
Ahora no, me dijo en voz baja. Ya te llamaré Fue a cerrar la puerta y dudo un momento Dame las llaves, por favor, me ordeno a pesar del tono educado que estaba empleando.
La obedecí y me marché cabreado. Estaba seguro que había otro hombre con ella y su aspecto no dejaba duda de que estaban haciendo.
Dos días después, me la encontré en el ascensor subiendo a casa. No le dije nada, sólo un cortes saludo cuando ella se dirigió a su casa y yo a la mía. Se volvió en el último instante, y de manera muy seca me dijo:
Te espero en una hora, Emilio.
¿Hoy no tienes a nadie más con quién follar? Pregunté con sorna y visiblemente de mal humor.
Mira muchacho, si quieres vienes y si no, olvídate de mí para siempre.
Cerró la puerta sin dame tiempo a reaccionar y me abordaron sentimientos contradictorios. Por un parte, me sentía molesto por su manera de actuar y, por otra, no quería perderla, la atracción sexual que ejercía sobre mí era tremenda.
Puntualmente, una hora más tarde estaba llamando a su puerta. Me abrió sonriente y tan seductora como siempre. No me dijo nada, simplemente, tras cerrar la puerta, se lanzó sobre mí, besándome y abrazándome con una pasión nunca antes vista. Prácticamente me arrastro a su dormitorio y sobre la cama nos revolcamos el uno sobre el otro, arrancándonos la ropa y comiéndonos literalmente el uno al otro. No había palabras, sólo jadeos, gemidos y bufidos; cuerpos, perlados por el sudor, brillaban en la penumbra y su sexo y el mío, humedecidos por la saliva y los fluidos naturales, mostraban el grado de excitación de ambos.
Mercedes se situó sobre mí, sentándose sobre mi vientre, tomó mi polla y la enfiló a la entrada de su sexo. Con un movimiento rápido y certero se empaló hasta el fondo, arrancándome el primer grito de placer. Inició una cabalgada frenética y desbocada, sin besos ni caricias, sólo mi verga entrando y saliendo de su coño a un ritmo de locura. No pude contenerme más, y me corrí arqueando el cuerpo en una serie de espasmos casi tetánicos.
Se detuvo, me miró a los ojos y me lamió la cara desde la barbilla a la frente.
Te dije en nuestro primer encuentro, en tu primera lección, que un caballero no se corre nunca antes que su dama, ¿verdad?
Su mirada era malévola y me tenía absolutamente descolocado. Titubeando respondí:
Verás es que tú
No me dejó responder, sujeto firmemente mis manos contra la cama; parecía haberse transfigurado en la madrastra de Blancanieves en versión porno, y bramó:
¿No intentarás echarme la culpa de que no has sido capaz de follarme como un hombre?
No, no en ab so lu to respondí silabeando.
Bien, por un momento he creído que era así Parecía más sosegada, y siguió Ahora tendrás que compensarme. ¡Cómeme el coño! Exclamó, cogiéndome por sorpresa.
Se tumbó a mi lado ya abrió las piernas. Su sexo depilado se veía terso y brillante y mi semen se escurría ya por entre los labios. No rechisté, me situé entre sus piernas y empecé a lamerla. No era la primera vez que sentía en mi boca el sabor de mi propio semen, muchas veces no habíamos besado después de correrme en mi boca; pero era la primera vez que literalmente me estaba comiendo mi propia eyaculación.
Mercedes me iba dando instrucciones en un tono que sonaban a órdenes, más que a peticiones de una mujer a su amante durante un encuentro amoroso; pero la obedecí. Después de besar y lamer el exterior de su coño hasta hacer desaparecer todo vestigio de esperma, separé los labios de su sexo y acoplé los de mi boca a su vagina e hice que mi lengua entrara en ella un buen ritmo. Cuando se corrió, un río de semen mezclado con su flujo salió disparado llenando mi boca.
Tras unos instantes de relajación, me indicó que me vistiera y que me fuera. Antes de marcharme, me dio instrucciones para el día siguiente: pasaría la noche a solas con ella, me esperaba después de cenar. Intenté argumentar que eso no podía hacerlo, que mi familia iba enterarse de todo; pero ella, impertérrita, me dijo que era mi problema como me lo montara, que si quería volver a follar con ella esa era la condición.
No paré de darle vueltas a como iba a organizar mi escapada nocturna y al final no se me ocurrió otra cosa que pedir a un amigo que me llamara para invitarme a ir a pasar la noche a su casa; pero que sólo era una excusa, que necesitaba que me cubriera. Como es obvio, quiso saber más y tuve que decirle que me iba a pasar la noche con una mujer casada. Mi amigo alucinaba y accedió a hacerlo con la condición de que le explicara con todo lujo de detalles ni aventura, algo que no comprenderéis enseguida nunca hice.
Me preparé una bolsa con una muda para el día siguiente y las cosas de aseo y mi madre me despidió con un " A ver que hacemos ", ni yo sospechaba como iba a transcurrir la noche. Me marché de casa y cene un bocadillo, el estómago no me admitía más, y volví con el miedo de que alguien me viera entrar en el portal y en mi casa se enteraran de todo.
Me recibió con un simple beso en los labios, casi inocente; pero yo sabía que nada de lo que hacía Mercedes era inocente. Sin más me hizo pasar a su dormitorio y me ordeno que me desnudara y me tumbara en la cama. Para mi sorpresa, me sujetó los brazos con unas esposas a la cabecera y me mandó que separara las piernas, que también encadenó a los pies de la cama. Cada vez que intentaba hablar, me ordenaba callar de malos modos y yo me sentía incapaz de responderle. Concluyó su obra levantándome las caderas con unos cojines, de manera que mi pelvis quedó formando un ángulo de unos 45 º con la cama. De pié a los pies de la cama, observaba el resultado y sonreía de manera malévola, como felicitándose del resultado. Se desnudo, se colocó a mi lado y volvió a sonreír. Lo que vi en su cara me asustó, no sabía que pasaba e, inmovilizado de aquella manera, me sentí indefenso.
Sacó la lengua como una serpiente, haciéndola temblar y empezó a lamerme todo el cuerpo: los ojos, la nariz, los labios, las orejas, los sobacos, los pezones y en un momento dado, comencé a sentir las yemas de sus dedos rozándome suavemente los cojones. Bajo por el pecho hasta el ombligo, se detuvo allí unos instantes y continuó hasta el pubis, la ingles, la cara interior de los muslos, el perineo, el ano y finalmente, los testículos. Mi verga en esos momentos ya estaba erecta, formando un ángulo con mi vientre. Mientras me chupaba los huevos, sostuvo mi polla a penas con dos dedos y la movió hasta que señaló hacia mi culo y entonces la soltó de golpe. Rápidamente, la polla volvió a su posición natural, chocando con mi vientre antes de volver al punto de inicio. Repitió esto una y otra vez sin dejar de estimular otras zonas de mi cuerpo con su boca y su lengua. Mi excitación crecía por momentos.
Comenzó a chuparme los huevos y a lamerme el ano, mientras con un dedo dibujaba filigranas imposibles sobre mi vientre, provocándome contracciones espasmódicas que no podía controlar. Me dejo todo tan empapado de saliva, que los cojones resbalaban entre sus dedos cuando los acariciaba y éstos se deslizaban hacía mi interior sin ningún esfuerzo. Con la lengua recorría el tronco de mi verga, sin llegar a rozar a penas el glande. Aquello era insoportable, quería más, necesitaba que se tragara mi polla entera hasta correrme en su boca y cuando hizo que se deslizara hasta el fondo, creí que ese momento había llegado por fin, pero no fue así. Cuando su nariz topó con mi pubis, se detuvo; mi polla, envuelta en aquel ambiente cálido y húmedo, palpitaba llena de deseo; pero nada la rozaba, salvo el firme anillo de los labios que comprimían su base. Sus manos seguían acariciándome el culo, los huevos, las caderas y el vientre haciéndome sentir una tras otra sacudidas que recorrían mi cuerpo; pero restaba inmovilizado y no podía hacer nada.
Fue retirando la polla de su boca, manteniendo los labios bien apretados y por primera vez se detuvo unos breves instantes en el glande. Una vez fuera, la observó con detenimiento, dura tersa y brillante y volvió a hacer que golpeara sobre mi vientre por efecto de la tensión. Mirándome con lujuria, la sujetó entre sus pechos y comenzó un suave masaje que me llevó al borde del orgasmo. Se detuvo y busco algo en los cajones de la mesita de noche. Me enseñó una banda elástica que me colocó comprimiendo la base de los huevos y una anilla rígida por la que con dificultad ensarto mi polla hasta que quedo encajada al final del tronco. Con la punta de la lengua, golpeo repetidamente el frenillo y mi verga se hinchó congestionada marcando todas las venas. Unas gotas fluyeron de la punta de mi polla y sentí como el anillo se me clavaba por efecto de la dilatación de mi miembro. Grité, no sé si de placer o de dolor y ella volvió a lamerme el glande, recogiendo mis fluidos y arrancándome un nuevo grito.
Entonces, me mostró un consolador, que lubricó e insertó en mi ano y de inmediato sentí que empezaba a vibrar en mis entrañas. Lo único que podía mover era mi cabeza de un lado a otro y mi polla perecía tener vida propia. Aquel masaje interior me tenía en el dintel del clímax, pero sin que pudiera traspasarlo; de mi polla surgía de manera casi continuada un flujo opalescente, pero no llegaba a eyacular. Mercedes, sentada en un sillón, me observaba acariciándose el coño y los pezones.
No sé cuanto tiempo estuve así, finalmente ella se levantó y se sentó sobre mi pecho. Su sexo quedaba a escasos centímetros de mi cara y separó los labios con sus dedos
¿Te gustaría metérmela ahora y correrte, verdad? Empezó a decir
Sí claro Respondí, mirando el interior sonrosado y húmedo
Pues no a poder ser. Sólo van entrar en mi coño estos dedos
Y acercándome dos dedos para que los viera, los metió en su vagina y empezó a masturbarse. Sus flujos resbalaban de su coño cayendo sobre mi cuelo y eso me ponía más caliente aún. Estuvo gimiendo un buen rato enseñándome como se masturbaba; entonces paró y apretando con dos dedos me mostró su clítoris, rojo y terso como una cereza.
¿Lo ves, amor? Ahora quiero que te lo comas con todo el cariño del mundo.- Mientras decía esto, se giró y colocó su coño presionando sobre mi boca.
Apenas podía moverme; pero me comí su coño con toda la pasión del mundo. Me estaba mamando la polla y creí que por fin me iba a correr. Sin embargo no fue así, sus movimientos parecían medidos para volverme loco, pero que no me corriera; ella en cambio se vino en mi cara frotando su coño contra mi boca y llenándome la cara con sus fluidos. Tras el orgasmo, siguió mamándomela con mayor intensidad; pero se detuvo justo un momento antes de que no pudiera evitar la eyaculación.
Me saco el consolador, me quito los anillos de la polla y me desató.
Ahora vamos a dormir
Sorprendido, la miré a la cara y me miré la polla en plena erección.
Y no se te ocurra correrte Apostilló Si lo haces dejarás de ser mi amante
Se me abrazo por detrás, sus pezones rozaban mi espalda y notaba su sexo todavía húmedo en mi trasero. No podía dormir, me dolía la polla y los huevos. Cuando finalmente el cansancio podía conmigo, soñaba que me corría y me despertaba angustiado. Finalmente llegó el nuevo día y yo amanecí con una erección más consistente de lo habitual y con una necesidad imperiosa de descargar la tensión sexual. Mercedes abrió los ojos, me beso en el cuello y con la mano busco mi sexo.
¡Uy mi niño! ¡Cómo estamos! Exclamó
Me colocó boca arriba; pero siguió de una manera inesperada. Me levantó las piernas y me dobló hasta que mi polla quedó apuntando a mi cara y entonces comenzó una masturbación frenética, que hizo que acabara con la cara cubierta de una pátina blanca de semen. Me beso diciéndome que así estaba muy seductor y que no me limpiara. Desayunamos y el esperma me iba resbalando por la cara. Después de desayunar, me dijo que me duchara, que me marchara y que ya recibiría noticias suyas.
Cuando llegué a casa, tenía mala cara y mi madre exclamó:
Ya sabía yo que no iba a pasar nada bueno esta noche.
Mi madre no tenía ni idea de hasta que punto tenía razón.