La educación de Emilio (3)

Envuelto en un mar de nudas, Emilio vuelve a ver y Mercedes y recibe una nueva lección.

  1. Lección 2: El mejor órgano sexual

Me sentía confuso. Por una parte, sentía una innegable atracción sexual por Mercedes y la intensa experiencia que había tenido con ella colmaba con creces las aspiraciones de cualquier jovenzuelo inexperto en esas lides, como yo era en ese momento; por otra, mantener una relación de ese cariz con mi vecina, una mujer casada que podía ser mi madre, me daba reparo y hasta, he de reconocerlo, algo de miedo. Miedo a lo desconocido a no saber ni poder controlar la situación.

Me mantuve alejado de ella durante dos o tres días, la esquivaba, me escondía en mi habitación cuando venía por casa. Mi madre y ella se había hecho muy amigas, ambas pasaban el día en casa solas y se hacían compañía. Lo que nadie se podía figurar es que, bajo la apariencia de un ama de casa se escondiera aquella pasión sexual que se manifestaba no sólo con su pareja (lo que con mis oídos había podido comprobar), si no con un joven como yo.

Una mañana, volviendo de la piscina, al salir del ascensor vi que la puerta de Mercedes estaba entornada y que desde el interior del piso, me hacía señas para que me acercara. Por unos instantes dude sobre que hacer; luego, mi impulso fue ignorarla, me hacía a mi mismo reconvenciones morales sobre su estado civil y me decía que lo había pasado no estaba bien. Pero al final venció la biología, era joven y estaba en plena efervescencia hormonal y mi el ángel fue vencido por el diablo que me convenció de que si ella me buscaba sería por que su marido no la satisfacía o que a lo mejor la maltrataba (suposiciones a todas luces sin base es las que sustentarse); al fin y al cabo, éramos dos adultos haciendo uso de su libertad y a mi que me importaba si le ponía los cuernos a su marido.

Me acerqué a la puerta con paso decidido, autoconvencido de que debía aprovechar la oportunidad y darle una nueva alegría al cuerpo con aquella mujer sensual y voluptuosa que estaba reclamando mi atención. Entre, cerré la puerta y me lance sobre ella besándola con pasión.

He llegado a creer que mi guapo y viril caballero me rehuía.- Me susurró al oído, mientras recorría la oreja con la punta de la lengua.

En absoluto, mi bella dama .- Le respondí entre escalofríos

No hablamos más y en pocos momentos estábamos retozando sobre su cama. Estaba decidido a llevar la iniciativa y ella me dejó desnudarla. Le estrujé los pechos mientras se los lamía y chupaba los pezones que ya estaban duros como guijarros de río. Acaricie su sexo levemente con la palma de la mano y sentí como temblaba bajo mi cuerpo. La besé una y otra vez buscando con mi lengua la suya.

¿Y, tú. No te desnudas? ¿Es que piensas privarme de disfrutar de tu polla y de todo tu cuerpo?

Sus palabras fueron un murmullo, un murmullo electrizante y sensual. Sabía halagarme y hacerme sentir importante. Me levanté de la cama y me fui desnudando lentamente, luciendo mi cuerpo parte a parte, presumiendo de cuerpo de nadador. Ella, sobre la cama, me observaba con mirada pícara. Se relamía los labios y suavemente pasaba las yemas de sus dedos por sus pechos, el vientre y el sexo.

Me hizo un gesto con el dedo índice de que me acercara. Me arrodillé junto a ella y sus labios se posaron directamente sobre la cabeza de mi verga erecta. Fue algo increíble, era la primera vez que me besaban así, que una boca entraba en contacto con mi polla. Ninguna chica hasta ahora me la había mamado.

Tras un par de besos y de recorrer todo el glande con la lengua, mantuvo la verga firmemente agarrada con una mano y mientras con la otra me acariciaba los cojones, fue subiendo por mi vientre y mi pecho, hasta besarme en los labios.

¿Va ser tu primera mamada?, ¿Verdad, amor?

Sí.- Respondí, entre gemidos.

Pues prepárate a disfrutar del mejor órgano sexual del cuerpo humano. La boca y la lengua pueden proporcionar mucho más placer que un coño o una polla.

Me empujó hasta que quedé boca arriba en la cama y ella se situó cómodamente entre mis piernas abiertas. Me miraba fijamente mientras recorría sus labios con su lengua, dándoles un aspecto húmedo y brillante.

Acercó la boca a mi verga; pero sin tocarla. Podía sentir el calor de su aliento y como algunas gotas de saliva caían sobre mi glande resbalando por el. Sacaba ligeramente la lengua, lo justo para rozarme con la punta. Un roce leve y repetido que me producía olas de placer. Desde la punta de la polla a la nuca, una sensación cálida y envolvente recorría mi columna vertebral.

Con los dedos pulgar e índice rodeaba firmemente la base de mi miembro que sentía palpitar y con la lengua caliente y húmeda lo lamió de abajo hacia arriba una y otra vez hasta dejarlo terso y brillante. Entonces empezó con los cojones, a lamerlos y a chuparlos, hasta dejarlos tan húmedos que resbalaban entre sus dedos. Yo ronroneaba como un gato al que acarician.

Acariciándome los huevos, su lengua empezó a recorrer cada milímetro cuadrado del glande. La punta de la lengua golpeaba el orificio central y se deslizaba una y otra vez en círculos, luego fue la corona y finamente el frenillo.

Gemía y sentía como mi polla expelía gotas de líquido que ella recogía con su lengua, formando leves hilillos viscosos que colgaban entre mi sexo y su lengua. Tomaba glande entre sus labios y lo chupaba una y otra vez, imprimiendo a la vez movimientos giratorios con sus manos. Entonces ajustó su boca al calibre de la verga y la deslizó suavemente hasta el fondo.

Se detuvo así unos instantes, sentía su lengua moverse y como aspiraba. Enseguida comenzó un rápido movimiento, deslizándose arriba y abajo. Yo jadeaba y mi polla se agitaba espasmódicamente. Sentí que me corría, arqueé el cuerpo me aferré a las sábanas; pero ella también lo sintió y se la sacó de la boca a la vez que comprimía fuertemente la base del miembro. Una sola gota blanquecina, algo más viscosa y espesa que las anteriores, apareció coronando la cúspide del congestionado glande.

Observó con atención como se deslizaba y la lamió suavemente. Yo respiré hondo y me relajé por unos instantes; pero ella volvió con la lengua sobre el frenillo. ¡Dios, que placer!. Daba chupadas cortas y poco profundas de modo que poco más que el glande entraba en su boca, deslizando el frenillo sobre su lengua.

No me podía contener más y a ella no le importaba. Grité y grité, agitándome presa de un goce inimaginable para mí hasta ese momento. El primer disparo fue dentro de su boca, el segundo contra sus labios, el tercero y el cuarto alcanzaron sus ojos y su nariz y volvió a hundir la polla en su boca para recibir los últimos estertores. La saco de nuevo de su boca, aún erecta, húmeda y brillante, cubierta de una pátina blanquecina. Entre sus dedos se deslizaba sin ninguna resistencia, haciéndome lanzar los últimos gemidos.

Quedé tendido sobre la cama inerte, como flotando en el nirvana. El paraíso debe ser algo parecido a esa sensación de paz, felicidad y saciedad que yo sentía en ese instante.

Se deslizó sobre mí hasta que su cara quedó a la altura de la mía. Una gota de semen resbalo de su cara hasta mi rostro y abrí los ojos. Mi primer gesto instintivo fue apartar la boca para que no me besara con sus labios llenos de semen; pero algo en su mirada me dijo que no lo hiciera. El beso fue al inicio tímido. No conocía el sabor del semen; pero me deje arrastrar por el momento y la bese con pasión. Nuestras lenguas se cruzaron y mi esperma se mezcló con la saliva de ambos. Tuve la sensación de estar rompiendo un tabú de ser un trasgresor y eso me hizo sentir bien. Era una sensación muy excitante.

En parte arrastrado por la nueva excitación y con la idea de demostrarle a Merche que yo también era capaz de complacerla, la sujeté por los hombros invitándola a ocupar mi sitio. Se acomodó sobre la cama, mostrando toda su belleza y atractivo. Sus pezones coronando los turgentes senos apuntaban al cielo y su carnoso coño aparecía apetitoso bajo su suave pubis. En su boca se dibujo su sensual sonrisa y, acariciándome la nuca, me musitó al oído.

Muéstrame lo que eres capaz de hacer con esa dulce boca.

Sobre su hermosa tez, se veían aún restos de mi eyaculación. Grumos blanquecinos de semen que lamí y deposité en su boca con un beso. Ella respondió con un leve sonido y devolviéndome el beso con ardor.

En mi corta experiencia con chicas, había descubierto como y donde les gustaba ser besadas. Y seguí en mi exploración de sus zonas erógenas besando su cuello y jugueteando con mi lengua en el lóbulo de sus orejas. Noté como se estremecía y acariciaba mi espalda.

Lentamente, dejando un rastro húmedo y brillante sobre su tersa piel, me fui acercando a sus pechos. Mamé de ellos como un becerro de su madre, los lamí hasta que me dolió la lengua y acaricié sus pechos enardecidos, duros y suaves hasta la saciedad. Había empezado ha gemir y me volvía loco ver su cara de placer, los ojos cerrados y los débiles pero inequívocos sonidos que escapaban de sus labios.

Descendí hasta su vientre plano, dibujando con la lengua la línea alba que me conduciría hasta mi objetivo final. Al llegar frente a su sexo observé sus labios abultados y su color sonrosado. No puede contener el deseo de besarlo y lo hice rozándolo suavemente. Lanzó un profundo suspiro; pero yo seguí con mis besos tiernos y delicados en la parte interna de sus muslos suaves y sensuales.

Me acercaba una y otra vez a su sexo; pero sin llegar a rozarlo. Ella acariciaba mi cabeza y me presionaba para que mi boca tomara posesión de su sexo; pero yo volvía a alejarme. El deseo de sentir mi boca en él, la consumía y cada vez la veía más excitada y yo también ardía en deseos de hundir mi legua por primera vez en el sexo de una mujer.

Por fin, mi boca se posó sobre su coño. Estaba húmedo y despedía un olor embriagador. A mi interés curioso de devorar aquel coño, se unió un deseo casi irrefrenable de penetrarla, de sentir el acogedor calor de aquel coño envolviendo mi polla.

Abrí totalmente la boca, chupándolo en todo su volumen y ella empezó a gemir. Levanté la vista y la vi, con los ojos cerrados deslizando sus dedos acariciándose los pezones

Entra en mí. - La oí gemir

Entonces, mi lengua se abrió paso hacia el interior y su cuerpo se contrajo en un espasmo.

Suavemente, separé los labios y mi lengua recorrió punto por punto el nacarado valle que se abría a mi mirada. Su agitación se hacía más intensa.

Así, amor. Eres un gran alumno

El clítoris asomaba lentamente entre los pliegues que lo cubrían y lo besé. Iba a chuparlo, cuando un gemido, casi una súplica salió de su boca.

No amor, déjalo para el final. Recuerda que es como un interruptor del clímax. Fóllame con la lengua.

Retrocedí y mi lengua tanteo la entrada de su vagina. Húmedo y caliente, su elixir llenaba mi boca de un intenso sabor, nuevo para mí. La penetré con la lengua tanto como pude y sentí como se estremecía toda ella mientras mi lengua entraba y salía lo más rápidamente que podía.

No pares, es maravilloso lo que me hace sentir.

Fui alternando la penetración con la lengua, los besos en el clítoris y recorrer los pliegues más profundos del coño de Mercedes. Su cuerpo se arqueaba y sus fluidos salpicaban mi cara.

Ahora ya puedes. Estoy en el disparadero. – Gritó en medio de una convulsión casi tetánica.

Con la lengua comencé a estimular su clítoris. A cada contacto de mi lengua, lanzaba un intenso gemido y toda ella se convulsionaba. Fui a meter los dedos en la vagina; pero me detuvo.

No, ahora no. Quiero gozar sólo con tu boca.

Obedecí y tomé el clítoris entre mis labios. Tenía miedo de hacerle daño con los dientes; pero a ella no parecía importarle. Al contrario, su agitación aumento y su respiración se transformó en un jadeo continuo.

Agarró mi cabeza con fuerza, sentí como todos sus músculos de tensaban y una oleada de tibia humedad alcanzaba mi cara y se escurría por mi cuello.

Quedó inmóvil, con las piernas abiertas y mi cara sobre su coño. Poco a poco pareció volver a la vida y me acaricia los cabellos. Sin decir nada, se giro de lado, como en posición fetal; la abracé por detrás y ella se acurrucó en mi regazo. Me encontraba muy bien, sentía como que acababa de superar una prueba y había quedado en muy buen lugar. Teniéndola entre mis brazos, era como si fuera mía.