La educación de Emilio (2)

Primer encuentro entre Emilio y Mercedes, en el que nuestro protagonista comienza a saber cuál es el carácter de su vecina

3.- Primer día de escuela

Al día siguiente, me levanté tarde. Mi madre, extrañada, me preguntó si me encontraba enfermo. Todos los días, me levantaba temprano para ir a la piscina del barrio a hacerme unos largos, antes de que los niños lo llenaran todo con sus juegos. Simplemente le contesté que, por culpa del calor, había dormido mal y, tan discreta como siempre, no insistió más.

A media mañana, oí el timbre de la puerta, como mi madre abría, voces distendidas y mi madre que me llamaba.

¡Emilio, por favor, ven un momento!

Cuando llegué a la puerta, la vi. Allí estaba ella, con un vestido ligero abotonado desde el busto hasta los muslos, casi una bata, y de nuevo su imagen se me clavo en el cerebro. Ahora, más de cerca, podía apreciar los detalles de la figura que había entrevisto. Pelirroja, de abundante melena, que se alisaba constantemente con un gesto a todas luces involuntario, casi como un tic. Sus pechos exuberantes y firmes, de los que creí adivinar bajo la leve vestimenta los pezones bien marcados. El talle, sin ser estrecho, le daba un aire grácil y seductor. Las caderas, anchas y redondeadas, presagiaban un trasero de lujuria. Las piernas, estilizadas como dos columnas, parecían esculpidas por un artista. Yo la miraba, sin poder articular palabra, rememorando lo que ese cuerpo escultural había vivido la noche anterior y que yo conocía con todo detalle. Sentí que mi verga se elevaba en una impertinente erección y me apresuré a disimularla poniendo mis manos sobre el incipiente bulto.

Hola, Emilio. Soy Mercedes, la nueva vecina. Pero me puedes llamar Merche. – Dijo, como remarcando cada una de las palabras.

Sonreía y su cara era muy especial. A pesar de la edad que debía tener, era tremendamente atractiva. Veía sus labios carnosos moverse como a cámara lenta, los mismos labios que la noche anterior habían besado y acariciado la polla de un hombre. Sentí como un pinchazo y la erección se acentuó.

¿No saludas? – Preguntó mi madre.

Me disculpé y extendí una mano, intentando cubrir con la otra lo indisimulable.

¡Por favor! Me haces más vieja de lo que soy – Exclamó, mientras se acercaba a mí, me abrazaba y me daba un beso la mejilla.

Aquella era una situación horrible. Mi mano quedo atrapada entre mi sexo y el suyo y mi cerebro creó la ilusión de que acariciaba su coño mientras me besaba en la boca. Sentía mi polla palpitar bajo mi tenue pantalón corto de deporte y empecé a sudar.

Merche ha venido a pedir ayuda, y yo le he ofrecido la tuya. Necesita a alguien que la ayude a mover cajas y a colocar algunas cosas pesadas. ¿No te importa, verdad? ¿no tenías planes para hoy? – Dijo mi madre, cogiéndome la barbilla en un gesto que me saca de quicio; pero no pude evitar si no quería descubrir mi situación.

Sí, tu madre ha sido my amable; pero si tienes otras cosas que hacer, lo comprenderé. Los jóvenes tenéis que aprovechar la vida y los buenos momentos. – Añadió ella sin dejar de sonreír

Iba a inventarme una excusa; pero la mirada de mi madre me indicó que mejor no lo hiciera. Así que, ante lo irremediable, asentí con la cabeza.

Voy a cambiarme de ropa.- Dije, intentando desparecer unos momentos para intentar calmarme.

No hace falta, Emilio. Así vas bien, cómodo y fresco.

No se me ocurrió nada más que decir y la seguí con un gesto de resignación.


Intentaba no mirarla mientras iba siguiendo sus instrucciones, darle permanentemente la espalda para que no notara mi estado de excitación; pero me sentía observado. Era como si su mirada se clavará en mí y no era precisamente mi espalda lo que sentía escudriñado, analizado, como observado en un microscopio.

Al final, la situación era insostenible y me mostré de frente con mis pantalones como una carpa de circo. Su sonrisa se hizo más amplia y yo me arrebolé.

No tienes de que avergonzarte. – Me dijo, sin ningún tono especial. Su voz me pareció sincera. – Los jóvenes estáis en ese momento de la vida en que sois pura virilidad. Es normal que te ocurran estas cosas.

Se me acerco lentamente, hasta que podía sentir su aliento en el rostro, y siguió hablando.

Además me halaga mucho que sea capaz de provocarte una reacción como esta. ¿Por qué soy yo la que te excita, verdad?.

Su tono de voz se había vuelto susurrante y insinuador. Sentía mi cara cada vez más roja y mi polla cada vez más dura. No contesté; pero no hacía falta.

Su mano había asido mi polla firmemente y siguió musitándome al oído.

Las chicas deben pelearse por tener esto para ellas solas. Seguro que lo pasáis muy bien.

Sus labios ya rozaban mis orejas y escalofríos, como descargas eléctricas, sacudían todo mi ser. Sentía latir mi verga bajo la suave presión de sus dedos.

Se desabrochó el vestido y lo que ví aún me turbo más. No llevaba ropa interior y su desnudez se mostraba con todo su esplendor. Tal y como había imaginado, los pechos redondos y turgentes estaban coronados por unos pezones, abultados firmes, en el centro de una amplia aureola oscura.

¿Te gustan, verdad?. A todos lo hombres que he conocido les ha vuelto locos, y tú no serás diferente.

Noté un cambio en su voz, ahora parecía imperativa; pero sin abandonar la cadencia susurrante y sensual.

No te contengas, chúpalos. Lo estás deseando.

Sus palabras eran a la vez una orden y una insinuación cargada de erotismo y no se lo hice repetir. Tomé entre mis labios el pezón izquierdo y lo chupé con cierto miedo.

¡No te contengas! ¡Son tuyos! ¡Disfrútalos y enséñame como haces gozar a tus chicas.

Iba con mi boca de un pecho al otro y ella acariciaba mi pelo entre exclamaciones de placer. Al final, tomo mi cabeza con sus manos y llevó mi boca a la suya. Nos fundimos en un beso como nunca antes había dado no recibido. Cuerpo contra cuerpo, sus pezones rozaban mi torso y mi polla su sexo y yo sentía su suavidad y calidez a pesar de que estaba vestido. Con mi cara entre sus manos y esa sonrisa que me conquistaba, simplemente dijo

Ven

Y tomándome de la mano me llevó a su dormitorio. Al entrar sentí la extraña sensación de que ya había estado allí, era como un "de ja vie". Mi imaginación lo había reconstruido mientras la había escuchado follar con su pareja. De un empujón me tiró sobre la cama, dejó caer su mínima vestimenta al suelo y me mostró su maravillosa desnudez sin ningún pudor, presumiendo de ella. Ondeaba su melena pelirroja con movimientos de cabeza y giraba sobre si misma para que pudiera admirar cada detalle de su cuerpo.

Yo estaba quieto, como inmovilizado por un embrujo y ella misma me desnudó. Nos revolcamos sobre la cama mientras nos abrazábamos y besábamos. Rocé por primera vez su coño con mi piel desnuda y me atreví a trocarlo con los dedos. Por primera vez palpé sus labios carnosos, abultados, depilados y suaves como la piel de un bebé y el agradable cosquilleo del bello de su pubis.

Nuestra lenguas de cruzaron en un nuevo beso, puede que más intenso y profundo. Era un beso premeditado, diseñado y medido en todos sus movimientos, antes de mirarme fijamente a los ojos para preguntarme con voz malévola, como de alguien que prepara una maldad.

¿Sabes que vamos a hacer?

Sí, claro. Me lo figuro. – Respondí, descolocado por la pregunta.

Vamos a follar. Quiero tener tu hermosa polla juvenil clavada en mi coño.- Continuó ella, como si yo no hubiera respondido a su pregunta.

Me colocó boca arriba y ella se situó a horcajadas sobre mi vientre. Mi verga rozaba su trasero. Se levantó ligeramente y con su mano dirigió mi sexo hacia el suyo.

¿Sin condón?. – Pregunte, casi sin pensar.

Mercedes soltó una carcajada y respondió.

Así me gusta, que seas un chico responsable. Pero no te preocupes, ambos estamos sanos y no puedo quedarme preñada.

Esta sobre mí, inclinada hacia delante, sus senos sobre mi pecho, su boca a escasos milímetros de la mía y mi polla rozando la entrada de su vagina. Vi en su cara como una sombra de duda y preguntó esbozando una mirada jocosa.

¿No será la primera vez, verdad?.

No, no es la primera vez; pero si la primera sin preservativo.

No mentía, no era la primera, era la segunda. El sexo con las chicas no había pasado usualmente de meternos mano y de calentarnos hasta el límite. En algunos casos habíamos llegado a la masturbación mutua y sólo una vez, una chica algo mayor que yo, me había llevado a la cama.

Pues métemela de una vez y verás la diferencia.

Otra vez ese tono imperioso, era como una orden, una orden que evidentemente obedecía gozoso. Lentamente, casi con miedo, con un respeto más propio de quién entra en un templo de que quién está hundiendo la polla en un coño que lo espera receptivo, elevé las caderas y la penetré lentamente. La sensación de calor húmedo envolviendo mi verga fue algo inenarrable, no tenía nada que ver con mi única experiencia con condón, ni evidentemente con las pajas propias ni hechas por una chica. Cuando llegué al final del recorrido y mis huevos toparon con su cuerpo, de mi boca salió una exclamación:

¡Díos que delicia!

Ella también reaccionó con un gemido y me volvió a ordenar.

¡Fóllame, muévete rapido!. ¡Quiero sentir tu polla con todo su vigor!

Empecé a moverme, como podía; pero la postura no era la más adecuada para un novato como yo. A ella parecía no importarle y seguía dándome órdenes: Que la besara, que le chupara las tetas, que le acariciara el ano

En un momento se detuvo y me miró de nuevo a los ojos mientras me decía, ahora en un tono suave, casi maternal:

No te corras aún, amor. Un caballero no se corre nunca antes que su dama, y ¿yo soy tu dama verdad?

Era cierto, sentía que no iba a aguantar más y que me iba a correr en breve y ella lo había notado.

Se levantó, y empalada hasta el fondo en mi polla, quedó inmóvil. Tomó mi mano, la humedeció con su propia saliva y la llevó hasta la parte superior de su coño.

¿Notas como un botón duro? – Preguntó jadeante.

Sí, es el clítoris. – Respondí

Veo que la teoría te la sabes. Veamos la práctica. Acarícialo son suavidad; pero con firmeza. Para muchas mujeres es como un disparador del orgasmo cuando estamos calientes; y para los hombres que saben hacerlo un recurso para acelerar el clímax de su pareja cuando están en apuros.

Intenté seguir sus indicaciones lo mejor que supe y parece que lo hice bien. Inmóvil, no paraba de gemir, se mordía los labios y ella misma se lamía los pezones. Su vagina empezó a tener espasmos que comprimían mi polla y toda ella comenzó a temblar. Percibí como un mar caliente que se deslizaba por mi verga y empapaba mis cojones y mi pubis.

Se derrumbó sobre mi como exhausta, me beso tiernamente en los labios mientras mi polla palpitaba aún en su coño.

Lo has hecho muy bien. Te has comportado como todo un hombre y has aguantado hasta el final.

Sí pero no voy a aguantar más.

No seas impaciente. Un poco más acabamos la lección.

He de reconocer que este último comentario me sorprendió; pero yo estaba para otras cosas. Mientras, Merche había desmontado y estaba tumbada a mi lado, observando mi polla erecta con cara golosa.

Respira hondo, descansa unos momentos y vuelve a penetrarme. Ahora serás tú quién controle la situación.

Tendida a mi lado, con las pernas abiertas, mostraba su sexo me que esperaba de nuevo. Me coloqué entre sus piernas y la penetré de un golpe. Ambos lanzamos un gemido. No podía más quería correrme, necesitaba correrme y empecé a moverme frenéticamente.

Ella cruzó sus piernas sobre mi cintura y me detuvo.

No, así no. Seguro que cuando te haces una paja controlas los movimientos y su intensidad para que dure lo máximo posible. Pues follando es lo mismo y además, hay otra persona involucrada cuyo placer depende de ti. ¿Recuerdas lo que te he dicho antes de los caballeros y las damas?.

Sí; pero tu ya te has corrido y a mi me dueles los huevos.

Eso no se dice nunca. ¿Es que me lo echas en cara?.

No veras, es que

No sabía que decir y además con la conversación había desaparecido la urgencia por el orgasmo.

Empecé a moverme lentamente, al principio lo que me permitía el abrazo de sus piernas. Poco a poco, me fue dejando suelto y mis penetraciones se fueron haciendo más largas y profundas. Sentía que el placer me llenaba de nuevo y el que ella respondiera a cada envestida con un gemido, me llenaba de orgullo.

Sus pechos erguidos atrajeron mi atención y mi lengua se ocupo de ellos. Mercedes se estremeció y arqueó su cuerpo haciendo que la penetrara más profundamente. Volví a sentir que el final estaba cerca y quise rematar la faena. Busqué su clítoris, lo sentí palpitar bajo mis dedos y ella gritó convulsa.

Me corría, por fin me corría. Sentía el placer recorriendo mi cuerpo, los espasmos de mi polla prisionera de su coño. Me movía como un loco, agitando frenéticamente las caderas, penetrándola una y otra vez con golpes secos y profundos que acompañaban los disparos de semen en su interior.

Quedamos los dos desmadejados y sudorosos. Con los ojos aún cerrados, sentí un leve beso en mis labios y su voz cantando en mi oído.

Veo que mi muchacho aprende rápido.

Sonreí orgulloso del comentario y le devolví el beso.

Mejor que lo dejemos por hoy. – Añadió levantándose.

La observé deambular desnuda por la habitación, era una mujer impresionante. Mi vista se fijó en un reloj que había sobre un tocador y el corazón me dio un vuelco.¡Era tardísimo!, la horas habían pasado si darme cuenta. Salté de la cama exclamado.

¡Me voy corriendo! ¡Cómo debe estar mi madre!

No te preocupes, Emilio. Le dije a tu madre que no te esperara a comer.

Un gesto malévolo iluminaba su cara. Por una parte, el que mi madre no me estuviera esperando me tranquilizó; pero por otra, no me sentí cómodo, era como si todo hubiera estado preparado sin dejar un cabo suelto.

Mercedes sacó unas cosas para picar, a penas las probé y me fui a casa. Mi madre me recibió con toda normalidad y yo me fui a tomar una ducha.

Haces bien, hijo. Traes cara sudorosa y gesto cansado. – Me dijo mi madre solícita, dándome un beso en la frente.

No hice nada el resto del día, sólo ver la televisión para no pensar en lo que había sucedido. Mi madre no paraba de comentar para sí; pero de manera que todos podíamos escucharlo, que mucho debía haber trabajado, ya que nunca me había visto así.

Después de cenar, seguí tumbado en el sofá delante de la televisión. No quería ir a mi habitación hasta que el sueño me venciera. Quería tener la mente en blanco, no pensar, no reflexionar. Ya se habían ido todos a dormir, cuando me retiré a mi dormitorio. En toda la casa no se escuchaba más que el silencio de la noche, abrí la puerta de mi cuarto y todo era paz. Me metí en la cama, el sueño me vencía y la tranquilidad me acunaba y, de improviso, un leve sonido que fue aumentando de intensidad atravesó la noche, una voz masculina retumbó en mis tímpanos:

Así, así amor. ¡Cómo sabes chuparme la polla!. Sigue, sigue que voy a follarte hasta el amanecer