La ebria desaflorada
Tal vez no es buena idea excederse con las copas cuando hay alguien que te oscuramente te desea...
LOS RELATOS DE ELI EL DESPERTAR
Mi nombre es Elisabeth, estoy casada hace doce años. Casi todo este tiempo lo he pasado entre penas y necesidades. Me casé muy joven y ha sido muy duro salir adelante. Hace poco tiempo terminé mis estudios profesionales y me desempeño en el área contable de una dependencia de la administración pública de la ciudad. En cuanto a mi vida sexual júzguenlo ustedes:
Cuando salí del colegio, me fui de mi ciudad natal en compañía de mi hermano mayor para tratar de estudiar en la universidad de la capital. Tenía entonces 18 años. Al comienzo todo marchaba de maravilla, hasta que pasado cierto tiempo mi hermano comenzó a ingerir alcohol en exceso. Lo hacía primero, casi todos los fines de semana y luego regularmente durante la misma. No había, pues, un día que no llegara ebrio y con sus amigotes.
En la casa de alquiler vivían otros estudiantes y en muchas ocasiones invadían nuestra habitación con el motivo de acompañar a mi hermano en sus borracheras.
Cierto fin de semana llegué de clases y mi hermanito con su ya habitual tufo de licor barato me convido para que los acompañara, aunque fuera solo por un instante. Acepté por su insistencia y por el hecho que era día viernes y la jornada en la universidad había llegado a su fin. Entre los amigos de mi hermano había un muchacho taciturno que vivía en la misma casa que nosotros. Casi nunca hablaba con el y me parecía antipático por el mutismo que mostraba y la forma como miraba mi cuerpo.
Aquella noche, y como no estaba acostumbrada a beber licor de esa manera, me embriagué de una manera terrible. Los recuerdos que tengo son muy imprecisos, con mi cabeza dando vueltas, y una nausea espantosa; trabajosamente abría los ojos. Estaba acostada en una de las camas. Entonces, surgió en la oscuridad, como una sombra, alguien que respiraba encima de mí. Creo que intentaba besarme y recuerdo que vomité en ese momento. Comencé a sentir unas manos calientes por debajo del suéter en un principio, luego debajo del sostén. Apretaban mis pequeños senos con furia y recuerdo los pellizcos en los pezones como agujas al rojo vivo. Me perdía en el letargo producido por el alcohol y volvía a percatarme como era invadido mi cuerpo por ese continuo manoseo. Ahora subía por mis muslos y se detenía con su palma presionando el bajo vientre y sus dedos forzando a lo largo de la vagina como queriendo entrar a través de la ropa. Sentí como giraba mi cuerpo hacia abajo y volví a sentir nauseas. Creo que con su nariz estaba olfateando mis nalgas y sus manos buscaban incesantes aflojar mi pantalón. Alcancé a patalear y todo volvió a la calma, intenté levantarme pero un fuerte empujón retornó mi cuerpo a la cama. Entonces una mano fuerte apretó mis fosas nasales y note como un chorro de alcohol inundaba mi boca, tuve que tragarlo todo para no asfixiarme, así, no se cuantas veces.
Regresaba en mi cuando las nauseas me obligaban a desalojar mi estomago. Después de unos minutos de calma sentí mis piernas al desnudo, no se en que momento me despojo los jeans y la ropa interior, sólo puedo decir que allí estaba otra vez esa figura frente a mi. Encima, jadeante. Fue entonces cuando un ardor terrible en medio de mis piernas provocó mis lágrimas: estaba desgarrando mis entrañas con algo sólido, grueso, largo y húmedo. El vaivén era lento y constante, quería gritar pero mi estado sellaba mi voz con palabras inentendibles. Perdí la noción del tiempo y el conocimiento hasta que nuevamente ese dolor, mezcla de ardor y de desgarro, apuñalaba mis entrañas esta vez en medio de mis nalgas.
Quería que eso terminara por que el dolor era terrible, el peso del otro cuerpo mantenía mi cara contra la almohada y sus manos rodeaban mi cintura hasta llegar a mi vagina e introducirse con sus dedos una y otra vez en la adolorida depresión. Cuando creía desfallecer por el dolor, percibí como desalojó el orificio impetuosamente y viró mi cuerpo hacia arriba apretando nuevamente con una de sus manos viscosas mis fosas nasales y con la otra tomo mi mano izquierda y la puso, con la suya encima, rodeando aquello grueso. Pude palparlo pegajoso y humeante por el contenido de mis profundidades. Sentí que mi boca era ocupada por un pedazo de carne caliente dura y viscosa y aun lado de mi mejilla percibí como se movía mi mano hacia delante y hacia atrás, movida por la suya, con un movimiento cada vez mas rápido hasta que un chorro caliente inundó el poco espacio vació que había en mi boca. Pasé todo el líquido y solo entonces liberó mi nariz. Las nauseas invadieron mi cuerpo y perdí nuevamente el conocimiento.
Era el día siguiente y mi pobre cabeza estaba a punto de estallar, mi hermano no se hallaba en casa y yo estaba estirada encima de la cama con la ropa puesta. Pensando con alegría que todo había sido una absurda pesadilla producto del alcohol, me levante hacia el baño. Cuando me desvestía frente al espejo descubrí con horror las marcas violáceas sobre mi pecho. Dejé caer mi pantalón y un hedor parecido al Clorox inundo mis narices; descubrí las manchas de sangre en la parte posterior y delantera de mis panties. Sí, había sido poseída inmisericordemente por algún desquiciado que socavó mis entrañas y que deseaba mi cuerpo virgen. Me sentí despojada de lo mas intimo y preciado de mi vida de adolescente.
No había rastro de algún hombre en la casa, sólo la fetidez y el aspecto viscoso de aquello que tiempo después llegaría a saber que se llamaba semen. No se me quita de la cabeza hasta hoy que el autor de ese vejamen fue el tipo taciturno y callado. Este episodio causó mi retiro de la universidad, aunque mi familia jamás se llegó a enterar, y me dejó un legado terrible: el alcohol