La duquesa del hielo
La vida de una fría y despiadada ejecutiva está a punto de dar un giro de 180 grados mientras ella es completamente ajena a su inminencia.
Mi concepto de los hombres en general nunca ha sido demasiado alentador.
Quizá se deba a que a mis 35 años largos, no he conocido a ninguno al que no me haya costado demasiado esfuerzo seducir, para acto seguido, dominarlo y hacer que coma de mi mano como un corderillo, dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de recibir un poco de atención y mis cuidados especiales.
Estoy casada desde hace varios años con un hombre que es considerablemente mas mayor que yo, y aunque le tengo cierto cariño por ser el padre mi hija. Jamás fue capaz de cubrir todas mis voraces necesidades sexuales. Motivo por el cual a lo largo de todos estos años he tenido innumerables amantes de los que apenas guardo recuerdo de sus rostros y mucho menos de sus nombres.
Al principio, trataba de ocultarle tal situación, pero pasado un tiempo, ya ni me tomé la molestia.
¿Para que? Al fin y al cabo, mi marido, como los demás, estaba tan profundamente anulado por mi fuerte y depredadora personalidad que hacía ya mucho tiempo que mas que mi esposo era mi esclavo. Aunque la verdad, apenas le dedicaba un pensamiento, y ni mucho menos le permitía que me tocara sin mi expresa autorización.
Sin embargo, pese a mi despótico trato, jamás hizo el más mínimo intento por divorciarse o separarse de mi lado.
¿El motivo? Lo ignoro. Entonces pensaba que los hombres debían ser unos animales estúpidos que tenían el cerebro en el pene y solo eran capaces de reaccionar a base de látigo.
Debo decir, para que esta crónica sea coherente, que gozo de una posición acomodada y acaudalada, a causa del apellido y posición de mi familia en primer lugar, apoyadas por mi doctorado en economía y mi puesto de ejecutiva en una de las mejores firmas del país, y cuyo nombre no viene al caso.
En cuanto a mi, soy bastante menuda, delgadita, cuyo rasgo mas llamativo son mis dos grandes senos y una cara angelical y aniñada que en un primer momento engaña a mis nuevas y futuras presas, pensando que soy una victima fácil de conquistar.
Ayyyyy, como disfruto cuando descubren con grandes ojos abiertos por el estupor que los cazadores se convierten en cazados.
En fin, podéis llamarme Isabel, es un nombre tan bueno como otro, aunque por supuesto no es mi nombre real, como ninguno de los que saldrán en esta narración, pero para el caso nos servirá.
Como contaba, mi vida iba transcurriendo en una placida y satisfactoria monotonía. Compuesta por mi trabajo, mis amigas, y mis esporádicos escarceos con mis amantes, que no solían durarme mas que un par de semanas.
Que ajena estaba yo entonces a los bruscos cambios que iban a desestabilizar todo mi mundo y mi propia forma de pensar. Pero será mejor que no me adelante a los acontecimientos y sea lo mas ordenada posible.
Lo conocí en una de tantas fiestas y recepciones a las que suelo acudir frecuentemente, ya sea por trabajo o por placer.
Esta en cuestión creo recordar que era debida a un nuevo producto que iba a salir al mercado, y el salón de banquetes estaba a rebosar de jóvenes y no tan jóvenes ejecutivos de ambos sexos, charlando animadamente en grupitos y haciendo sonoras bromas y grandes algaradas.
La fiesta era muy animada, y yo me paseaba atenta y escrutadora lista para descubrir a una nueva presa que devorar, pues me sentía caliente y con ganas de jugar.
Entonces lo vi. Alto, delgado, moreno, de unos 25 años. Pero lo que mas me llamó la atención fue su mirada. Despierta, serena, y con un aire entre juguetón y divertido como si no se tomara la vida demasiado en serio.
Nuestras miradas se cruzaron y yo como de costumbre se la mantuve desafiante como invitándole a dar el primer paso. Y lo hizo.
Al poco estaba a mi lado con dos copas de champagne y me ofreció una al tiempo que se presentaba.
-¿Tienes sed?- me dijo mientras me alargaba una.
-Me llamo Alberto, pero una diosa como tu puede llamarme como le apetezca.
Pese a que me pareció una manera poco original de dar el primer paso y algo tosca, fingiendo una alegre carcajada accedí a seguirle el juego, decidida a hacerlo mío esa misma noche.
-ja ja ja ja, no soy una diosa, pero mis amigos suelen bromear llamándome duquesa, aunque no se por que ¿se te ocurre a ti alguna idea?
Alentado por mi reacción, y ganando confianza poco a poco, estuvimos charlando un rato largo. Con la típica conversación de coqueteo, cada vez mas picante e insinuadora, cargada de dobles sentidos y toda la parafernalia que imagino los lectores conocen, hasta que en un momento dado abandonamos el recinto y nos fuimos a un hotel en el que mantengo a tiempo completo una habitación alquilada.
Nada mas entrar al ascensor comenzamos a besarnos como dos bestias voraces, y una vez en la habitación, a la que llegamos ambos a medio desnudar, mantuvimos una larga sesión de sexo que resultó, sorprendentemente para mi, altamente satisfactoria.
Omitiré los detalles, por considerarlos poco relevantes para la narración. Y por demás son evidentes.
Tan solo diré que aquel hombre, casi un muchacho, era una caja de sorpresas.
Era un experimentado y vigoroso amante que sabía pulsar justo en el lugar adecuado para hacer gozar a una mujer.
Perdí la cuenta de mis orgasmos y al menos él se corrió 4 veces.
Cuando nos tomamos un descanso para recuperar el aliento, estuve tentada de sacar mi colección de juguetes eróticos, compuesta por todo tipo de látigos, fustas, dildos, esposas, mordazas, y otros refinados aparatitos que hacían la delicia de mis hombres, y pasar a la segunda fase. Pero algo me dijo que no me precipitara. Que debía esperar a la segunda cita para comenzar con su proceso de sometimiento a mi poder, algo que como siempre, pensaba que era inevitable.
Decidí pues, esperar, con la paciente táctica del cazador, y estar presta a que la presa viniera incauta a caer en la trampa que ya cernía sobre él.
Al despedirnos intercambiamos nuestras tarjetas con la promesa de llamarnos en breve.
Por supuesto yo no tenía ninguna intención de hacerlo, pero esperaba que en uno o dos días fuera él quien me pidiera una cita como acostumbraban a hacer todas mis conquistas.
Pero los días pasaron y ésta no se produjo.
No se si fue su presunta indiferencia o su maestría al hacer el amor, pero el caso es que cada vez me sentía mas interesada por aquel hombre y mas anhelaba verlo doblegado a mis pies.
Tanto es así, que casi se convirtió en una obsesión, y cada vez mas a menudo me quedaba abstraída pensando en él y fantaseando con que me estrechaba de nuevo entre sus brazos.
Al cabo de una semana quedó evidente que Alberto no me iba a llamar, así que rompiendo mis reglas decidí yo misma ser quien diera el primer paso, y prometiéndome en secreto que le haría pagar cara su osadía al despreciarme. Fue mi primer error.
Con la excusa de una consulta sobre ciertas patentes, por si no lo he dicho antes, Alberto es abogado especializado en patentes, llamé a su oficina, único teléfono que constaba en la tarjeta.
Pero ni siquiera pude utilizar mi falsa excusa, pues una y otra vez se ponía al aparato su eficiente secretaria, y con voz fría, cortes, y muy profesional, me decía que el señor Ramirez estaba muy ocupado en esos momentos y no podía ponerse al teléfono. Que si quería podía darme una cita para dentro de unos días.
Mi respuesta invariablemente era negativa. No estaba dispuesta a rebajarme pidiéndole cita y mucho menos tener que esperar varios días a la cola, como cualquier modesto clientucho.
Sin ser yo muy consciente de ello, mi cólera, rencor, y lascivia, todo en un complicado cocktail, iban en aumento parejo a su indiferencia, y ello me indujo a cometer un paso en falso tras otro, que de otro modo jamás me hubiera permitido cometer.
Pero como dije, estaba demasiado excitada y fuera de mi por su rechazo e indiferencia, algo a lo que no estaba acostumbrada en absoluto.
Así que decidí saltarme el teléfono y plantarme directamente en su oficina. A ver si tenía redaños para no recibirme como me merecía.
Y vaya si lo hizo, pero no fue con los resultados que yo esperaba, por cierto.
Cuando estuve en su oficina, naturalmente me recibió su secretaria y reconozco que la imagen que me había formado de ella, solterona, amargada, y de aspecto anodino, no podía ser más errónea.
Le calculé de entrada unos 45 años, pero era una morenaza de aspecto opulento y elegante, voluptuosa era la palabra que mejor la definía.
Y algo en la mirada que me lanzó una vez me identifiqué y ambas reconocimos nuestras voces, pues yo había llamado infructuosamente al menos media docena de veces, me indicó que, o bien era amante de Alberto, o lo había sido en el pasado.
Eso es algo que solo podemos detectar las mujeres, y mas si como en mi caso, aunque yo aun no me había dado cuenta, estaba muerta de celos y de deseo mal contenido.
Elena, como supe después que se llamaba la secretaria, cogió el teléfono interior y tras cruzar unas breves frases con Alberto informándole de mi presencia, con su eficiente y fría voz, esta vez también cargada de desdén, me informó que el señor Ramirez no podría recibirme esa tarde. El señor Ramirez era un hombre muy ocupado y solo podría recibirme tras cita previa, y me invitó a concertarla.
Por supuesto, yo no había ido hasta allí luchando contra mi propio orgullo herido para salir con el rabo entre las piernas, derrotada, y con mi autoestima mas dañada todavía.
Así que con el tono de voz mas frío y cortante que pude encontrar, casi rallando en la grosería, le dije que esperaría, pero que no me iría de allí sin verlo.
La tarde prometía ser larga y tediosa, y así fue.
La s horas transcurrían lentamente, y entre revista y revista, pude comprobar como iban sucediéndose una cadena de clientes a los que Elena iba haciendo pasar, esta vez con un tono y actitud muy distintos a como me había tratado a mi.
Sin embargo, entre visita y visita se daban ciertos intervalos de tiempo en los que Alberto quedaba solo en el despacho y muy bien podía haberme atendido si así lo hubiera deseado.
Era una prueba mas de su desden e indiferencia hacia mi, lo que provocó que mi creciente ira se acentuara hasta desbordar mi ya de por si alterado estado de animo.
Cuando dieron las ocho menos diez, y después de haber estado esperando mas de tres largas horas rumiando mi venganza en silencio, Elena con una sonrisa de satisfacción, a medias reprimida, me dijo que el señor Ramirez me podría dedicar unos minutos, y me rogó que fuera breve.
Me levante como espoleada por un resorte y sin dignarme contestarle, ni dirigirle siquiera la mirada, entré con paso decidido en el despacho.
Debido a la preparación del ambiente y mi alterado estado de ánimo por semejante desdén y humillación a mi ego, cometí mi segundo error, cosa que podía haber evitado fácilmente si hubiera podido pensar con frialdad y cierto distanciamiento, pero yo ya no era dueña de mis actos a esas alturas.
Y sin sentarme siquiera, nada mas tenerlo delante empecé a increparle con un tono de voz ligeramente por encima de lo que la cortesía permite y con una cierta actitud que bordeaba la histeria.
No me has llamado, y ni siquiera te has dignado a contestar mis llamadas.
¿Quién te crees que eres para tratarme de esa mane..?
¡Cállate! me espetó de forma seca y cortante, pero sin perder la calma ni levantar la voz lo mas mínimo.
Su seguridad y confianza en su mismo me descolocó tan profundamente que me corté en seco sin siquiera acabar de pronunciar la ultima palabra que ya salía por mi boca.
Debí de mostrar un ridículo aspecto, allí de pie en medio del despacho y con la boca todavía abierta por la sorpresa, e incapaz de reaccionar.
El aprovechó el momento y sin darme tiempo a recuperar el aliento continuó hablándome con gélida calma.
No eres mi esposa, ni mi novia, ni siquiera eres mi amiga. Y no acostumbro a llamar a cualquier puta con la que tengo un asunto de una sola noche.
Aquello no estuvo mal, pero tampoco fuiste tan especial como tu te crees.
Palidecí de inmediato y quedé helada incapaz de pronunciar una palabra tras tal desprecio, expresado a bocajarro y de forma tan cruda, pues en realidad no sabía que decir. No había previsto aquella reacción en absoluto. Jamás me había sucedido una cosa semejante.
La situación se me había escapado completamente de las manos y nada había salido como yo había planeado.
Solo me quedaba una mínima salida airosa, y era dar la vuelta y salir de allí a toda prisa con la poca dignidad que me quedaba, pero eso significaba naturalmente darme por vencida y no volver mas a aquel odioso hombre a quien sin embargo e inexplicablemente deseaba mas y mas a cada momento, como si la vida me fuera en ello.
Aprovechando mis dudas y vacilaciones, Alberto no me dio tiempo y sin perder la iniciativa de la situación me invitó cortes e inesperadamente.
Pero ¿Dónde están mis modales? ¿Por qué no te pones más cómoda?
Ante lo que creí el primer rasgo de amabilidad por su parte hice ademán de sentarme en una de las sillas enfrente de su escritorio. Alberto me dejó creerlo así, y cuando ya me estaba dejando caer en ella, el muy cabrón me sorprendió de nuevo.
Quieta. ¿Qué haces?
No te he invitado a sentarme. Pero como veo que no entiendes el castellano más elemental tendré que ser mas especifico.
¿Por qué no te quitas TODA la ropa y te relajas un poco, querida?
Se te ve muy acalorada y con todas esas apreturas seguro que te resulta difícil respirar.
Al oír aquellas palabras los ojos se me abrieron como platos. Las cartas estaban encima de la mesa, por fin.
Solo me quedaba marcharme y olvidar a aquel hombre para siempre o ceder a sus propósitos, cualesquiera que estos fueran.
Y yo, inexplicablemente no podía substraerme a su magnetismo, prueba de ello es que mis bragas estaban completamente mojadas de tanto jugo que destilaba mi ardiente coño.
No me quedó pues otra alternativa que seguirle el juego, y poco a poco, de la forma mas insinuante y digna que pude, empecé a desnudarme y solo paré cuando la ultima prenda estuvo depositada sobre una de las sillas, y yo quedé de pie, en medio del despacho completamente desnuda e indefensa.
No podía casi ni mirarle a los ojos, tal era el embarazo que sentía, completamente vencida y herida en mi amor propio, y él dejó pasar unos segundos que se me hicieron eternos antes de tomar de nuevo la palabra.
¿Te gustaría comerme la polla, Isabel?
Dime. ¿te gustaría comerme la polla y beberte toda mi leche?
Tras un instante de vacilación bajé la cabeza en señal de asentimiento y aceptación, reconociendo mi derrota total, pero eso no fue suficiente para él, quería oírmelo decir.
- ¿Cómo dices? Me temo que no te he escuchado bien.
El muy hijo de puta estaba disfrutando y regodeándose de la situación al máximo, me había vencido y los dos lo sabíamos. Así que de nuevo tragándome el orgullo, que a esas alturas era casi inexistente, contesté tímidamente y en voz muy baja aunque lo suficientemente clara para que me oyera.
- Si. Me gustaría mucho comerte la polla
Alberto apretó uno de los botones de su interfono.
- Si. Creo que a mi también me gustaría mucho. Pero me temo que en estos momentos estoy muy ocupado y tendremos que dejarlo para mejor ocasión. Esto no hubiera pasado si como se te dijo hubieras pedido cita previa, mi impaciente putita.
De pronto se abrió la puerta del despacho y Elena entró con paso decidido, y al verme desnuda y humillada en medio de la habitación no hizo el menor comentario aunque en su rostro se mostraba todo el desprecio que yo le causaba y la satisfacción por verme en tan poca airosa postura.
Si, dígame, Don Alberto, ¿quería usted algo?
Si, Elena. Acompaña a "la señora", dijo señora con un cierto retintín que no pasó desapercibido para ninguno, y dale cita para los próximos días, en el primer hueco que quede libre.
Fue entonces cuando Elena se dignó mirarme mas fijamente y dirigirse a mi, aunque lo hizo de malas formas y sin ningún tipo de modales, tratándome como si no fuera mas que una puta callejera, algo que en honor a la verdad era lo que yo parecía en aquellos momentos.
Tu. Coge tu ropa y sígueme. Rápido.
Naturalmente obedecí. No me quedaba otra opción. Cogí mis ropas apresuradamente y me las apreté delante del pecho como dándome así cierta apariencia de menos desnudez, y a paso ligero pasé por delante de ella mostrándole todo mi trasero desnudo.
Aun se permitió Elena dar una vuelta de tuerca mas a mi degradación y al pasar frente a ella me dio un palmada en el trasero, al tiempo que decía.
- Vamos, aligera zorra, que no tengo todo el día, tengo mucho trabajo que hacer.
En la antesala del despacho y mientras ella consultaba sus notas y tecleaba en el ordenador buscando una hora libre para darme cita, aproveché para vestirme apresuradamente. Mi blusa, la falda y los zapatos. El resto, ropa intima, chaqueta, y medias quedaron en mis manos. Algo me decía que aquella odiosa mujer no tendría el menor reparo en echarme del despacho una vez me diera hora, y yo no quería salir al pasillo, a la vista de cualquiera, desnuda. Prefería salir medio vestida y desarreglada. Algo es algo, me dije. Ya me arreglaré en el cuarto de baño mas próximo.
Y efectivamente así fue.
Elena me citó para las cinco del jueves siguiente, recuerdo que ese día era un martes, disponía pues de dos días para meditar y aclarar mis ideas. Y me dijo que mas me valía ser puntual, de otra manera mi cita quedaría automáticamente cancelada.
- Y ahora ya te estas marchando. Estoy muy ocupada.
En un tris, me vi en el pasillo echada de malas maneras, con el pelo alborotado y a medio vestir.
No encontré ningún servicio a la vista, así que en medio de aquel pasillo me acomodé y arreglé las ropas lo mejor que pude. Y me guardé las bragas, el sujetador, y las medias en el bolsillo de mi chaqueta.
A paso apresurado salí de allí, necesitaba respirar aire fresco con urgencia, me estaba ahogando y no me daba cuenta.
Mientras tanto y ajena a mi. Alberto en ese momento estaba marcando un número de teléfono.
Si, acaba de marcharse ahora mismo, señor.
.
No se preocupe, todo esta controlado y marcha según acordamos.
..
No se preocupe señor Alcazar, le mantendré informado en todo momento.
Buenas tardes. - Y colgó
Por cierto, creo que no lo he dicho hasta ahora. Mi apellido de casada es Alcazar, Isabel Alcazar