La duquesa del hielo (3)
Aparentemente este es el final de mi relato...aunque la vida sigue...
Estoy llegando al final de mi narración y quizás les guste saber el detalle de que ésta ha sido escrita íntegramente desde el humilde rincón en el salón de mi Amo y dueño, donde hay instalado un gran cesto canino que me sirve a la vez de lecho y de refugio.
Estoy completamente desnuda y encadenada por el cuello a una argolla en la pared, con la suficiente cadena de por medio para que me permita moverme unos metros, pero poco mas.
Y estoy tecleando en un ordenador de los primeros que salieron, de esos de blanco y negro que solo admitían disckettes.
Dice mi Amo que una perra sarnosa como yo no tiene derecho a posar sus sucias patas en un aparato nuevo y delicado. Quizás tenga razón.
De todas maneras lo que atañe ahora es terminar con la historia de cómo termine en la situación en la que llevo viviendo los dos últimos años y a la que me temo ya me he acostumbrado totalmente.
Si mal no recuerdo la dejé justo en el momento en que tenía que dejar mi vida momentáneamente aparcada y salir para la casa de Alberto.
Y efectivamente, esta vez si, obedecí todas sus instrucciones a la velocidad requerida, y al cabo de dos horas, serian las diez de la noche mas o menos cuando despedí al taxi y llamé al interfono que se encontraba en la puerta de entrada de una frondosa y alta valla que rodeaba lo que parecía ser una casa de recreo en las afueras.
Pasaron unos instantes y no hubo respuesta.
Volví a llamar, esta vez insistiendo un poco más, pero nada sucedió.
Alberto no había llegado aun, y al parecer no mantenía ningún servicio domestico.
Así pues tendría que esperar siguiendo sus órdenes.
Recuerdo que me pasaron mil cosas por la cabeza en el lapso de espera,(aunque ahora no sabría especificarlas),porque el muy cabrón me tuvo mas de dos horas en la puta calle a la intemperie, vestida solamente con un elegante aunque liviano traje de ejecutiva.
Y a esas horas, casi la medianoche, en las afueras de la cuidad, en plena sierra, la brisa era algo mas que relativamente fresquita.
Era gélida.
Así que cuando Alberto llegó en un modesto pero elegante deportivo, y se bajó de él con aspecto de haber cenado opíparamente y tomado un par de placenteras copas, yo me encontraba aterida, tiritando y al borde del agotamiento, nervioso y físico.
- Cuanto lo siento, puta, pero me ha surgido un imprevisto de última hora y me he visto obligado a atenderlo. He venido tan pronto como he podido me dijo en un tono tan cargado de sorna que no había ninguna duda de su poca sinceridad.
El muy bastardo me había tenido mas de dos horas esperando a su puerta bajo aquel implacable clima solo Dios sabe con que propósitos, quizás solo para eliminar los pocos vestigios de dignidad o resistencia que pudieran quedarme, y la verdad es que había dado resultado.
Yo me encontraba completamente rota y derrotada y solo ansiaba echarme en un lugar cálido y mínimamente confortable y dormir un poco, acurrucada como una niña desvalida.
Sin embargo nada mas entrar en la casa y apenas a unos instantes de estar en el espacioso y austeramente amueblado salón, una sensación de bienestar se apodero mi cuerpo devolviéndome el calor necesario y renovando mis energías.
Sin duda Alberto mantenía la calefacción de la casa a una muy agradable y templada temperatura.
Pero no me dio apenas tiempo a hacerme una composición del lugar, pues de inmediato Alberto, con firmeza y autoridad, me ordenó que me desnudase completamente y le diera tanto mis ropas como cualquier otro complemento, anillos, reloj, colgantes etc etc.
Y a los pocos minutos me encontraba desnuda tal y como llegué al mundo, con los ojos mirando al suelo frente a su escrutadora mirada.
Y de nuevo una sospechosa humedad de excitación empezó a fraguarse en mi coño, inexplicablemente aquel hombre ejercía una influencia irrefrenable sobre todo mi ser.
Yo ya me relamía por anticipado pensando y fantaseando las cosas que me haría realizar, pero una vez mas me sorprendió diciéndome que era muy tarde para jueguecitos y que sería mejor que ambos descansáramos un poco.
No obstante antes de dejarme sola en aquel espacioso pero calido salón, me colocó unos grilletes en las muñecas y en los tobillos que por medio de unas cortas cadenas se mantenían unidos entre si, dejándome un mínimo de movimientos, pero que me impedían ponerme en pie, y completó mis restricciones colocándome al cuello una especie de collar de perro, y atando éste por otra cadena a una argolla situada a unos pocos metros en la pared.
Ello me daba cierta autonomía para desplazarme pero no demasiada.
A mi alcance tan solo quedaba una especie de cesto de mimbre acolchado con un pequeño jergón, del tipo que se utiliza para los perros, pero éste era de tamaño humano.
Lo cual me indicó que estaba allí exclusivamente para mi uso.
Estaba tan embelesada con los nuevos descubrimientos que apenas me di cuenta que Alberto había salido del salón, y solo reparé en ello cuando lo vi regresar portando una especie de cuencos en cada mano.
Al ponerlos en el suelo delante de mi hocico, pude comprobar que en uno había simplemente agua y en el otro algún tipo de alimento, que tras un vistazo preliminar pude cerciorar que se trataba de restos y sobras de alguna comida anterior, y su aspecto no podía ser menos apetitoso.
Carne reseca y dura, con algo de salsa pegajosa, y algo de arroz blanco completamente pasado de cocción.Y además frío
Ante mi cara de repulsa y asco, Alberto me dijo casi como despedida.
- Estoy seguro que no has podido cenar por mi inesperado retraso, así que te dejo un poco de comida por si tienes apetito. Te recomiendo que la aproveches.
Y ya mientras salía de la habitación y apagaba las luces.
- Buenas noches, perra. Que descanses.
Y quede sola en aquel desconocido espacio para mi, en penumbras y con el nauseabundo olor que tenuemente emanaba de aquella bazofia e inundaba mis fosas nasales ofendiéndolas.
E hice lo único que podía hacer en aquellos momentos, me acomodé y acurruqué lo mejor que pude en aquel improvisado camastro y cerré los ojos tratando de conciliar el sueño y descansar lo mejor que podía, pues intuía que los días siguientes iban a ser duros para mi.
Sin embargo y pese a mis esfuerzos, aun tardé un par de horas en conciliar el sueño.
Habían sido demasiadas experiencias y cambios en mi vida en tan solo unas horas, y mi analítica y hasta entonces ordenada mente trataba una y otra vez de racionalizar el porque una persona como yo se había dejado tratar y someter de aquella manera, tan fácilmente y en tan poco tiempo.
Pero no hallaba una respuesta mínimanente satisfactoria, y así entre cabalas y las mas variadas teorías me quedé dormida sin darme apenas cuenta, en un sopor intranquilo y poco profundo, pero sueño al fin y al cabo.
El ruido de unos zapatos sobre el parket del suelo me despertaron de inmediato, y para mi sorpresa la claridad del sol se filtraba entre las rendijas de las ventanas.
Sin duda había amanecido hacía ya algunas horas.
Efectivamente, Alberto fue quien entrando en el salón me confirmó tal dato.
- Buenos días, princesa. Ya veo que has dormido bien porque son más de las 8 de la mañana.
Se le veía tan elegante como siempre, recién duchado y acabando de ajustarse el nudo de la corbata. En la otra mano llevaba una humeante y aromática taza de café, de la que tomaba cortos sorbos deleitándose con el estimulante sabor.
De un rápido vistazo comprobó que la "comida" que me había dejado permanecía intacta, y con gesto mezcla de desagrado e ironía así me lo hizo saber.
Por lo que se ve anoche con las emociones pasadas no tenias mucho apetito, pues no has tocado la comida
Bueno, no importa, así ya tienes preparado el desayuno, porque mientras no te acabes el contenido del plato hasta dejarlo impoluto y sin resto alguno, no te serviré nada mas.
Y ahora deberás perdonarme, pero mis obligaciones me aguardan. Recuerda que no todos tenemos la suerte de estar de vacaciones como tu.- dijo con su cinismo habitual.
Trataré de volver lo antes posible. Mientras tanto trata de pasar el tiempo lo mejor posible y aclimatarte a tu nuevo hogar al menos por los próximos días.
Y sin esperar contestación alguna por mi parte, se puso la americana y salió de la casa dejándome sola de nuevo con mis fantasmas y mis pensamientos como única compañía.
Ciertamente el día se prometía muy largo y tedioso.
Aunque ahora lo más inmediato era alimentarme. El olor del café había estimulado mis papilas gustativas y mi estomago rugía de inanición. No en vano hacia ya mas de 16 horas que no comía nada.
Así que después de decirme Alberto que no me daría mas de comer hasta que me hubiera comido la bazofia que se alzaba ante mi, fría, asquerosa, y nauseabunda, pero comida al fin y al cabo, no tuve mas remedio que hacerme el ánimo, y haciendo de tripas corazón alargué la mano, pues no me había dejado cubierto alguno, y traté de llevarme un poco de carne reseca a la boca.
Pero una nueva sorpresa me aguardaba.
Mis cadenas estaban calculadas para dejarme cierta libertad de movimientos, pero no me permitían llevar mano alguna a la boca, y de un golpe lo entendí todo.
Las intenciones de Alberto eran que me alimentara tal y como si fuera una perra de verdad, comiendo directamente del plato, metiendo mi boca en él.
Ciertamente era en extremo humillante, aunque afortunadamente yo estaba sola, y nadie me veía, y eso atenuaba mi sórdida situación.
Así que me enderecé como mejor pude, me puse a cuatro patas delante del plato, agaché la cabeza y cogí el primer trozo de carne entre los dientes.
Para mi sorpresa, pese a su poco apetitoso aspecto, la carne estaba deliciosa.
Era pollo frío, pero deliciosamente cocinado, y en menos de cinco minutos, y para mi sorpresa había terminado todo el contenido del plato con gran placer y alivio por mi parte, pues ahora, quizás Alberto me sirviera comida de verdad.
Luego me acerque al plato del agua, y por el mismo procedimiento, me bebí la mayoría del líquido, pues estaba igualmente sedienta.
Una vez terminé de comer, quedó el inconveniente de quitarme los restos de comida que habían quedado adheridos a mi cara, pero ese fue un asunto que irremediablemente no podía resolver. Debería esperar a que regresara Alberto y decidiera por si mismo si creía conveniente lavarme y adecentarme.
Pues una de las conclusiones a las que había llegado por el momento era que las pequeñas decisiones a las que nadie da demasiada importancia, como decidir cuando ducharse, o como vestirse, o incluso cuando ir al cuarto de baño, estaban vedadas para mi.
Alberto me había reducido en un solo día al estado de una perra, y tendría que aceptar de él las concesiones que quisiera otorgarme, e intuía que tendría que trabajar duramente para ir ganándomelas poco a poco.
Pues bien, si ese era su juego, así lo jugaríamos, pues yo ya había decidido no volverlo a desafiar, pues ya me había dado cuenta que siempre tenía las de perder.
Así que cambiaría de táctica, me mostraría sumisa, zalamera, dócil y obediente con él.
De esa forma quizás mi vida se dulcificara un poco mas, de las duras condiciones en las que ahora me encontraba.
Ahora, y afortunadamente, los pocos alimentos y líquidos ingeridos, me permitirían contener mis necesidades higiénicas mas básicas, y confiaba en que Alberto no llegara demasiado tarde para poder plantearle donde hacerlas, pues no había tenido la previsión, consciente o no, de dejarme un inodoro químico, de esos portátiles al alcance del entorno que permitía mi cadena.
Cuando Alberto regresó a la casa, debía ser media tarde mas o menos, yo no disponía de reloj o medio alguno para medir el tiempo, pero el sol había perdido intensidad, y hacía muchas horas Alberto marchado de casa.
Nada más oír el ruido de la llave en la cerradura me incorporé de la posición fetal que había adoptado dentro de mi cesto, y traté de poner la expresión más animada y entregada de la que fui capaz. Quería que mi Amo supiera lo feliz y dispuesta que me sentía por su llegada, pero Alberto una vez dentro del salón apenas me dirigió una breve mirada para comprobar que había dado por fin cuenta de la comida, y sin dirigirme la palabra se marchó a otra habitación.
Regresó al rato, vestido de forma completamente informal, y sin hacerme el menor caso se sentó en un sillón dispuesto a leer un rato y aparentemente a relajarse.
Yo por aquel entonces ya sentía una necesidad de mear bastante acuciante, así que al igual que hace una perra, traté de llamar su atención, mirándole fijamente y moviéndome inquieta.
Al cabo de pocos minutos se dio cuenta de mi nerviosismo y mirándome con indiferencia me dijo al fin:
- ¿Qué quieres, perrita?.Te veo muy nerviosa
Alentada por fin de haber llamado su atención, le hice saber con mi tono de voz mas sumiso y respetuoso que tenia necesidad de aliviarme, y fue entonces cuando levantándose con lentitud se acerco al lugar donde yo estaba encadenada y soltando la cadena de la argolla de la pared, la cogió entre sus manos, como si de una correa para paseo se tratara, y me hizo gatear hacia la parte trasera de la casa.
Donde había un pequeño jardín con césped y algunos arbolitos.
Bueno, perra- me dijo con la mayor indiferencia.
Ya puedes aliviar tus necesidades, pero date prisa, no tengo todo el día.
Yo no daba crédito a lo que acababa de oír.
El muy cabrón pretendía que meara a cuatro patas en el suelo, .y delante de él sin ninguna vergüenza.
Aquello rozaba la degradación más absoluta. Pensé en negarme, pero acto seguido me dije que si no lo hacía me llevaría de nuevo dentro de la casa y si me meaba dentro del salón no quería ni imaginar el castigo que podría infligirme.
Así que tragándome el poco orgullo y la dignidad que a aquellas alturas me quedaban, agaché la cabeza, cerré los ojos y dejé que mi orina saliera libremente por entre los pliegues de mi coño.
Apenas tardé unos instantes, y cuando por fin me atreví a abrir los ojos, descubrí su mirada burlona y satisfecha fija en mi y en todos mis movimientos.
¿Has terminado ya?¿No quieres también hacer caquita?- me preguntó con sorna.
Ten en cuenta de que es tu ultima oportunidad por hoy. Hasta mañana no volveré a sacarte a pasear y tendrás que aguantar las ganas.
Ante mi avergonzado silencio, Alberto se encogió de hombros y tirando de mi cadena me llevó de nuevo gateando al salón y volvió a atar el extremo de la cadena a la argolla de la pared, exactamente igual que antes.
Ni siquiera había podido limpiarme el coño de forma higiénica, y mi aspecto cada vez era mas desaliñado, animal, con restos de comida reseca alrededor de mi boca, el pelo despeinado, oliendo cada vez más a sudor y a humanidad, y ahora con el coño meado y oliendo mal.
Durante el resto del día no volvió a hacerme el mas mínimo caso, ni ha hablarme o mirarme siquiera.
Tan solo antes de irse a dormir, me volvió a poner un plato de comida y otro de agua.
Esta vez el menú era diferente, compuesto de una especie de engrudo que según me dijo ante mi cara de asco, se trataba de una mezcla de verdura triturada, carne cruda picada y un par de huevos crudos bien batidos y mezclados con los demás alimentos, y que era un combinado básico de proteínas y vitaminas, muy adecuado para mi línea y para mis energías.
Y finalizó diciendo me acostumbrara a su sabor pues a partir de ese día solo me alimentaría a base de ese manjar.
Los siguientes días siguieron con esa tediosa rutina sin variar sustancialmente.
Y solo al quinto día de mi voluntario encierro por fin hubo un cambio significativo.
Nada mas llegar a casa, más o menos a media tarde como siempre, y después de cambiarse de ropas, me sacó al jardín y me regó toda entera con una manguera a presión y naturalmente con agua fría.
Pero no me importó en absoluto, a aquellas alturas yo olía como una verdadera cerda, y mi aspecto era lamentable.
Como ya imaginaran, a esas alturas no me había quedado mas remedio que mear y cagar delante de él todos los días, y el bastardo no me había limpiado ni permitido hacerlo, y mi culo estaba bastante sucio de restos de mierda, y de mi coño mejor no hablar.
Luego me enjabonó con una esponja bastante suave y volvió a aclararme con la manguera.
Terminó el proceso dejándome retozar libremente por el jardín, varios minutos hasta que quede completamente seca y de manera natural.
Y ya por fin me guió de nuevo por la cadena que ceñía aun mi cuello, y siempre a cuatro patas hasta el interior del salón.
Una vez allí, no me encadenó de nuevo a la argolla de la pared, al contrario, soltó la cadena que había ceñido mi cuello durante los últimos días, aunque me dejó puestos los grilletes que ceñían mis muñecas y tobillos impidiéndome levantarme de mi postura perruna.
Luego se sentó cómodamente en uno de los sillones, y abriéndose el albornoz que llevaba puesto en ese momento y dejando al descubierto una polla de tamaño medio, bastante erecta, me dijo que había llegado el momento que yo había estado esperando desde nuestro primer encuentro en su despacho.
No necesité mas indicaciones, me acerqué gateando hasta donde se encontraba, y sin vacilar lo mas mínimo me metí toda su verga en la boca, devorándosela, absorbiendo, lamiendo, y chupando con fruición.
Y desagradablemente para mi, no tardó demasiado en correrse y derramarse completamente en mi boca, aunque, por supuesto, saboreé hasta la ultima gota de su delicioso néctar.
Quizás yo esperaba algo más de sexo, en la variante que fuera por su parte, pero una vez mas quede defraudada y con ganas.
Pues abrochándose de nuevo el albornoz, me informó que había llegado ya el momento de proseguir con mi doma y adiestramiento para que yo me convirtiera en una dócil y obediente perra.
Y dicho entrenamiento consistió de momento, en hacerme recoger una y otra vez una pelotita de tenis, que el lanzaba a un extremo de la habitación, y una vez asida con la boca, gatear de nuevo a sus pies y dejársela mansamente en la mano.
Me tuvo así al menos un par de horas, y cuando consideró que yo ya estaba al borde de mis fuerzas, y de nuevo bañada en sudor y oliendo mal, volvió a ponerme la cadena al cuello, me encadenó a la argolla de siempre, me dejo mi ración de comida, y se marchó a cenar fuera.
Pasé el resto del día sola, y ni siquiera lo oí llegar cuando regresó, sin duda bastante adentrada la noche.
Para no aburrirles en exceso ni resultar repetitiva.
Diré que los siguientes días transcurrieron con la nueva rutina.
Por la mañana, sola y encadenada, y por la tarde , un corto paseo por el jardín donde hacia mis necesidades, seguida de una corta mamada a su polla y el consiguiente entrenamiento físico y mental para romper completamente mis defensas y mi natural rebeldía. de la que apenas quedaba ya rastro a esas alturas.
Confieso que yo ya había perdido la noción de los días, no se si habrían transcurrido ya las dos semanas, o cuantos días llevaba en mi nueva situación.
Pero un día, después de mi habitual paseo y mi limpieza general (por el procedimiento ya explicado), en el que esta vez se mostró escrupulosamente cuidadoso y se esmeró mas de la cuenta, me dijo que mi periodo de doma había llegado a su fin, y que ese día iba a conocer a mi futuro Amo, a quien él pensaba cederme, y que en realidad era el dueño de esa casa.
Aquella nueva confidencia realmente no me la esperaba, la posibilidad de que mi adorado y la vez odiado dominador quisiera desprenderse de mi, después de todo lo vivido juntos y mi esfuerzo por complacerle hasta sus mas mínimos caprichos, me desconcertó, me desagradó, y me llenó de temor ante lo desconocido. Pues por demás yo pensaba al terminar mi periodo de vacaciones reincorporarme a mi antigua vida.
Aunque a aquellas alturas, ya no quedaba rastro de la antigua, altiva, y segura mujer de negocios.
Solo quedaba una asustada y sometida mujer, rezando para si misma, que su nuevo Amo fuera tan arrebatador y excitante como mi subyugador Alberto, mi maestro y mi mentor en esta nueva vida.
Al las 8 de la tarde, y puntual, según me dijo mi Amo, sonó el timbre de la puerta, y Alberto en persona fue a recibirle.
Inmediatamente escuché ruido de pasos y cuando medio alcé la vista solo pude ver unos costosos y elegantes zapatos y el bajo de unos pantalones de alta costura , y elegantemente escogidos.
Alberto y quien sería mi nuevo Amo estaban de pie delante de mi, que me encontraba en mi habitual postura a cuatro patas y no levantaba la cabeza, asustada y temerosa por verle la cara de quien sería mi nuevo propietario.
Fue la voz de mi futuro dueño, quien dijo de forma serena y tranquila, sabedor de verse dueño de la situación.
- Mírame, Isabel, no tengas ningún miedo.
Inmediatamente di un respingo. Aquella voz no me era desconocida, sino muy familiar, y al levantar la cabeza ya sospechaba o sabia a ciencia cierta a quien pertenecía.
Efectivamente, mi marido era quien se encontraba mirándome, sonriéndome con afecto, tranquilamente, sin ira, y ni el menor rastro de rencor en sus ojos por tantos años de desprecio que tuvo que sufrir por mi despiadada altivez.
Final y rápidamente asimilé que las tornas se habían cambiado y seguramente para siempre.
De ahora en adelante yo quedaría reducida a lo que mi marido quisiera concederme, a ser su mujer, o su puta, esclava, criada, e incluso perra faldera.
Por si me quedaba alguna duda de mi situación, Alberto dirigiéndose a mi marido con todo respeto dijo:
Bien señor Alcazar, aquí tiene como le prometí, a su mujercita, perfectamente domada, entrenada, y adiestrada para obedecer y complacerle hasta el mas mínimo de sus caprichos, y como rezaba la publicidad de nuestra empresa, en menos de un mes.
Si le parece bien, ya se pasa mañana por el despacho y solucionamos los pormenores económicos.
Y a mi como despedida tan solo me dijo:
Así es princesa, espero que no me guardes rencor. Solo eran negocios, y esta es mi manera de ganarme la vida: soy abogado, un especial abogado especializado en temas matrimoniales, y no he hecho mas que desempeñar mi trabajo.
Por cierto, te dejo mi tarjeta por si algún día necesitas de mis "especiales talentos".
Y diciendo esto, me mantuvo una tarjeta por delante de mi cara durante unos breves instantes, lo justo para que pudiera leer su contenido, y luego me la depositó entre los dientes, ya que en mi postura a cuatro patas era incapaz de asirla de cualquier otra manera.
La tarjeta era como cualquier tarjeta de visita, de color crema , y con bellas y cuidadas letras anunciaba:
Y en el reverso, y de forma más explicita:
Alberto se marcho dejándonos solos en la casa.
Yo ya había entendido de golpe y a la perfección todo el asunto.
Todo era un mero encargo, y planificado desde su primer encuentro conmigo.
Mi marido entonces se acercó a mi, y con suavidad y ternura cogió la tarjeta que aun se encontraba entre mis dientes y procedió a romperla en mil pedacitos al tiempo que reía divertido.
No, no, querida, no creo que vayas a necesitar sus servicios, y por si acaso sientes la tentación . - y una y otra vez partía y desmenuza la pequeña cartulina, pero sin ira, completamente feliz de su victoria.
Ciertamente, me ha salido algo caro, pero ha merecido la pena.
Bueno amigos lectores, y esta ha sido la historia de un breve retazo de mi vida.
Desde entonces sigo viviendo sometida, pero feliz, a mi marido, quien se comporta conmigo de forma mucho más considerada de lo que yo lo hice en el pasado con él.
Aunque no tiene el menor reparo en recordarme cuando lo considera necesario, quien manda en casa y quien lleva los pantalones.
Aunque la verdad, no suele ser necesario, pues yo raramente llevo encima prenda alguna salvo mi collar de perra y mis accesorios ocasionales, en forma de piercings, pinzas de cocodrilo en mis pezones, o aparatitos similares .
Y apenas salgo de casa . Así que .
Un beso, muy muy sucio y caliente desde mi pequeña perrera.