La duquesa del hielo (2)

La segunda cita...

Al día siguiente, amanecí con un humor de mil diablos, como hacía muchísimo tiempo que no sentía.

Humor que por cierto tuvieron que soportar en menor medida mis compañeros de la empresa y en su mayor parte mi secretaria personal, que con su talante tranquilo y resignado iba encajando sin perder la sonrisa ni la compostura.

Por supuesto, no tenia la menor intención de acudir a la cita, y estuve tentada de decirle a mi secretara que llamase para cancelarla, pero luego después de pensármelo mejor, decidí que seria mas efectivo y latente mi desprecio al no acudir simplemente y sin dejar aviso, que el madito abogado se quedase esperando sin mas.

¿Pero quien se había creído que era para tratarme y humillarme de esa manera?

Cierto que era un tipo apuesto y bien plantado, pero la ciudad estaba plagada de cientos de abogaduchos como él, e Isabel Alcazar solo había una.

Sin embargo al día siguiente, día de la cita, ya pensaba de forma diferente. No podía quitarme su imagen de la cabeza, y aunque trataba de engañarme a mi misma que ello se debía a que el trato recibido clamaba una reparación, en realidad simplemente me sentía completamente subyugada por su viril masculinidad y su aplomo. Ciertamente no estaba acostumbrada a que ningún hombre osara tratarme ni de lejos como el lo había hecho.

Y poco a poco fui cambiando de opinión hasta que de forma resuelta decidí acudir a la cita convenida, pero muy decidida a cantarle las cuarenta y explayarme a gusto diciéndole todo lo que pensaba de él y a ponerlo en el lugar que a mi juicio le correspondía.

Así que a las 5 menos cinco minutos mis carísimos y exclusivos zapatos de alta costura repiqueteaban apresurados y con paso nervioso por el solitario y algo angosto pasillo que llevaba a su bufete.

Para la ocasión estrenaba un costoso traje chaqueta hecho a medida por el mas importante modisto de la ciudad, y aunque iba maquillada de forma severa y apenas complementaba mi aspecto por un par de pendientes de diamantes a juego con un elegante y discreto collar a juego. Mi imagen mostraba ni más ni menos lo que yo era. Una triunfadora y hermosa mujer perteneciente a la clase más pudiente y poderosa de la ciudad.

Sin embargo, a media que iba acercándome a la puerta del despacho mi aplomo iba menguando inexplicablemente y sin que pudiera remediarlo, los recuerdos de la anterior entrevista aun martilleaban dolorosos en mi mente.

Al fin entre en la antesala del despacho y como el otro día, la opulenta y voluptuosa Elena se encontraba sentada en su mesa aparentemente muy atareada consultando unos legajos, y no levanto la vista de ellos hasta que yo con mi mas frío y despectivo tono de voz dije:

  • Buenas tardes, tengo cita a las cinco con Alfredo Ramirez.

Aun tardó unos instantes que a mi se rehicieron eternos, en levantar la mirada, y cuando lo hizo sus ojos negros enmarcados en su larga y salvaje melena color alquitrán tenían casi un destello amigable y plácido, pero eso duro solo un instante, pues al reconocerme, la mirada dura y despectiva con la que me había despachado la otra tarde volvió en un santiamén para ya no desaparecer.

  • Ah, ¿eres tu?- dijo con una total falta de respeto

  • Por un momento no te había reconocido con ese aspecto de señora respetable.

Iba responderle como se merecía, pero para ser sincera, estaba tan sorprendida por la inesperada y grosera contestación que no encontré las palabras adecuadas para expresar mi desprecio y cuando ya iba a contestar con contundencia fue tarde, pues ella de nuevo se me adelantó tomando la palabra de nuevo

  • Don Alberto, no está, y me ha dicho que te diga- continuaba tuteándome como si yo fuera un ser inferior, ciertamente se habían tornado los papeles, la humilde secretaria tratando como a una criada a la señora- que se retrasará un poco pero que tratara de llegar lo antes posible, y me ha dicho que te de esto, y mientras hablaba me alargó un trozo de papel doblado por la mitad y escrito de puño y letra.

Ya sin ningún resquicio de la seguridad que hasta hacía unos instantes rebosaba por todos los poros de mi cuerpo, alargué la mano como una autómata, y ligeramente temblorosa (ojala aquella puta no se diera cuenta del detalle) lo desdoblé delante de ella y procedí con su lectura.

Textualmente decía así:

"Lo lamento, me ha surgido un imprevisto y me temo que me retrasaré un poco a la cita, aunque trataré sea lo menos posible.

Si quieres que terminamos el asunto que tenemos pendiente ve a mi despacho, quítate toda la ropa, y espérame de rodillas.

Haz todo lo que te ordene Elena, que ya ha recibido las correspondientes instrucciones de mi parte."

Por supuesto, los ojos se me abrieron como platos al leer tan inesperada nota, mi rostro estaba mas blanco que el papel, y cuando los ojos de Elena se cruzaron con los míos, supe con toda certeza que ella estaba al corriente de lo que ponía, y hubiera jurado que su lengua se había paseado por sus carnosos labios en un gesto claramente lascivo ante el inminente placer que iba a obtener degradándome de nuevo.

En ese instante tenia que haber dado la vuelta y haber salido de aquella trampa mortal a toda velocidad.

Pero mis pies parecían estar clavados al suelo.

Y mi mente parecía haber perdido toda capacidad de raciocinio. Se diría que era como una muñeca sin voluntad.

Fue entonces cuando Elena como si leyera en mi como en un cristal transparente, se levantó y dirigiéndose al despacho de Alberto dijo escuetamente.

  • Sígueme

Sobra decir que con la cabeza gacha aceptando una vez mas mi derrota, inicié mis pasos en pos de ella como oveja que se sabe con rumbo al matadero pero que es incapaz de encontrar una salida de escape.

Así que a los pocos minutos mi ropa se encontraba hecha un amasijo desordenado y tirado de cualquier manera encima de una silla y yo me encontraba completamente desnuda, de rodillas, y con las piernas muy abiertas, sobre el frío y duro suelo.

No conservaba ninguna joya ni prenda alguna. Y Elena incluso me había pasado un paño húmedo por la cara en un intento de desproveerme del costoso y sutil maquillaje, que aunque no consiguió del todo, el efecto fue todavía mas penoso porque se me corrió todo y mi aspecto ahora no era mas que el de una indefensa y vulnerable mujer.

Pero eso solo fue el principio de mi completa humillación.

Elena sacó de no se donde unas esposas y me amarró las muñecas por detrás de la espalda y me colocó una mordaza de esas de bola roja, tan utilizadas en las practicas de BDSM, que me mantenía la boca completamente abierta y mi mandíbula dolorosamente tensada al máximo.

Y lo más sorprendente es que yo me había dejado hacer todo con la mas absoluta mansedumbre y docilidad.

Pero las sorpresas no habían terminado todavía, cuando Elena consideró que ya estaba convenientemente inmovilizada y amordazada me dijo:

  • Bueno, zorra, para que veas que me preocupo por ti y para que no te aburras demasiado, tengo unos regalitos para que te entretengas en la espera.

Y de un cajón del escritorio sacó unos monumentales dildos que colocó frente a mis ojos.

Aquellas monumentales vergas de latex, al menos debían medir 20 centímetros cada una y estaba muy claro cual iba a ser su destino mas inmediato.

Efectivamente y sin mas preámbulo, de dos secos movimientos me los metió hasta el fondo en mis expuestos y abiertos agujeros.

Confieso que el consolador del coño no me dolió demasiado pues a esas alturas mi conejo no dejaba de destilar jugos y estaba mas que lubricado, pero el culo era otro cantar, y no puedo expresar con palabras el dolor que sentí cuando aquel enorme consolador me lo partió casi en dos mitades.

Elena, la muy cerda, se reía ante mis gestos de dolor y sufrimiento, y poniéndolos en funcionamiento salió del despacho, no sin antes haber apagado la luz.

Así que allí quedé, en medio de la habitación, a oscuras e incapaz de moverme sintiendo en mi interior como aquellas monumentales vergas de latex vibraban potentemente arrancándome un orgasmo tras otro y haciendo que mi cuerpo se convulsionara y experimentara un incontrolado espasmo tras otro.

Perdí la noción del tiempo, pudo haber pasado una hora, o dos, o quizás menos. No lo se.

Lo único que recuerdo es que cuando se encendió la luz de nuevo, yo estaba completamente agotada, rota, al borde del desmayo, y cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la claridad. Allí enfrente mío estaba mi odioso dominador acompañado de su eterna a y fiel Elena mirándome ambos con ojos burlones y divertidos.

Ciertamente mi estado y mi aspecto no podían ser más lamentables.

El pelo revuelto, el maquillaje completamente corrido, unos enormes ríos de baba cayéndome a raudales de la boca hasta mancharme todo el pecho de mi propia saliva.

Y un charquito de liquido vaginal en el suelo, allí donde los regueros que bajaban por mis muslos habían ido a desembocar.

  • Hola, puerca- dijo Alberto por toda bienvenida.

  • Así que depues de todo has venido a terminar lo que teníamos pendiente ¿eh?

  • Pues no te preocupes, no te irás de balde.

Alberto dedicó los siguientes minutos a observar y examinarme con todo detenimiento, y al final asintió lentamente con un semblante en el que se apreciaba la satisfacción que le procuraba verme en tan degradante estado.

  • Veo que Elena ha hecho un gran trabajo contigo.

  • Creo que deberías agradecérselo, ¿no te parece, perra?

  • Vamos acércate a ella y correspóndele como se merece, no seas tímida.

La verdad no tenia ni idea de lo que pretendía aquel hombre, pero una cosa estaba clara, me tenia absolutamente hechizada bajo su embrujo y no podía desobedecer a nada de lo que me dijera, así que aun con los consoladores dentro de mi vibrando a toda potencia, inicié un lento y vacilante acercamiento hacia donde Elena estaba situada, de pie, muy digna y mirándome con gesto altivo y frío, pero también con un cierto brillo turbio y lascivo en su grandes y rasgados ojos negros, como relamiéndose por lo que iba a suceder a continuación.

Pese a que apenas me separaban varios pasos de distancia, arrodillada y atada como estaba fue como recorrer un largo e infructuoso camino repleto de obstáculos, pero al fin, adelantando una rodilla tras otra, terminé por quedarme de rodillas frente a la altiva y cruel secretaria personal del abogado.

Mi cabeza justo a la altura de su bajo vientre del que emanaba un claro tufillo animal, a hembra en celo.

Fue entonces cuando Elena en persona me quitó la mordaza que aprisionaba todavía mi mandíbula y al sentirme libre lo primero que hice de forma instintiva fue tomar una enorme bocanada de aire, pero mi sensación de desahogo duro muy poco tiempo, porque de un rápido gesto, Elena se quitó la falda de un seco tirón, y un enorme y voluptuoso coño, como toda ella, perfectamente depilado y con sus labios vaginales gordos e hinchados ante la proximidad del inmediato placer se alzó ante mi, a escasos centímetros de mi cara.

Tan próximo que podía sentir el calor que desprendía ante su estado de lujuria absoluta.

De un rápido y enérgico movimiento y sin mas preámbulo ni explicación, Elena puso una de sus manos en mi cogote y con energía me incrustó el rostro en medio de su oloroso y mas que mojado sexo, con tanta vehemencia que yo casi no podía respirar.

  • Chupa puta, chupa, no saldrás de ahí hasta que me hayas hecho correrme al menos una docena de veces.

  • Y que no se te escape ni una sola gota de mi néctar.

No se cuanto tiempo estuve arrodillada delante de ella, chupando, lamiendo, absorbiendo, metiendo mi lengua en aquel túnel sin fondo.

Ya casi no sentía mis labios, entumecidos por tan ardua tarea sin final, y mi lengua comenzaba a acalambrarse, pero en cuanto Elena sentía que mis lamidas perdían intensidad me azotaba en el culo con algo que sin duda sería una fusta o una vara de madera, y el dolor era tan insoportable que de inmediato redoblaba mis esfuerzos por procurarle placer a esa golfa lasciva y pervertida.

Al fin, de igual manera a como empecé, Elena de un seco tirón a mis cabellos, separó mi cabeza de su coño. Y poco a poco fue recuperando su habitual ritmo respiratorio.

Yo en cambio, respiraba con gran dificultad, a grandes bocanadas, estaba exhausta, completamente derrotada, sin mas voluntad que una muñeca de trapo, y , pese a todo, excitada como nunca me había sentido jamás.

No se cuantos orgasmos le había procurado a aquella pervertida, pero yo seguía encadenando uno tras otro y aquello parecía que no iba a tener fin.

Me dije que si no me apagaban aquellos infernales consoladores, iba a morir literalmente de éxtasis.

Alberto, como si me hubiera leído el pensamiento, se acercó a mi y con no demasiada delicadeza me los sacó ambos de sendos tirones.

Y la sensación de vacío que sentí fue como si acabara de dar a luz, o al menos la idea de lo que yo pensaba que se sentiría al hacerlo.

Y casi sufrí un desvanecimiento, agotada y saciada como estaba, pero Alberto no me concedió ni un minuto de descanso, cuando vio que mis ojos empezaban a cerrarse lentamente, agotada y laxa, me propinó dos secos y fuertes bofetones en las mejillas.

  • Despierta, zorra, aun te queda mucho trabajo por desempeñar. No he terminado contigo todavía. De hecho ni siquiera he empezado en realidad.

Mientras tanto, Elena ya se había acomodado de nuevo su falda, y por su aspecto, nadie hubiera podido adivinar que apenas hacía unos instantes había tenido a una perra comiéndole el coño a sus pies y le hubiera dado tanto placer.

Su rostro se mostraba tan frío y distante como siempre y ni uno solo de sus cabellos se había movido del sitio.

A diferencia de mi aspecto, por cuyo cuerpo parecía que hubiera pasado un regimiento de húsares.

  • Ya puedes volver con tus obligaciones, Elena. Gracias – le dijo Alberto - Esta zorra y yo aun tenemos unos asuntos que ultimar.

Cuando Elena obedientemente hubo salido del despacho sin siquiera dignarse darme una mirada despedida tal y como si yo hubiera dejado de existir para ella, Alberto tomó de nuevo la palabra.

  • Bueno, furcia, creo que tu y yo aun teníamos algo por terminar si mal no recuerdo.

Y mientras hablaba comenzó a desabrocharse lentamente los pantalones dejando verme la incipiente erección que se adivinaba debajo de sus calzoncillos.

Ciertamente, a esas alturas yo no deseba nada mas en el mundo en aquellos momentos que abalanzarme sobre su polla y devorarla una y otra vez como el mas delicioso maná y beberme el tan ansiado fruto de mi placentero trabajo.

Y Alberto debió adivinarlo por la expresión ansiosa y llena de vicio que mostraba mi rostro.

  • Joder, Isabel, me gustaría complacerte como te adelanté, pero es que muestras un aspecto tan lamentable, toda sucia, sudorosa y maloliente, que me parece indigno meter mi polla en una boca tan sucia y asquerosa.

  • Tendrás que esperar un poquito más y hacerte merecedora de tal honor.

Al ver mi decepción y desolación reflejada en mi despagada cara continuó sin detenerse casi ni a tomar aire.

  • Sin embargo si eres obediente y te portas como deseo, esta misma noche podrás chuparme la polla y otras partes igual de sabrosas hasta que quedes completamente saciada y sin fuerzas para continuar.

  • Y esto es lo que deseo que hagas ahora mismo.

  • Atiende bien porque queda poco tiempo.

  • Lo primero que vas a hacer va a ser entrar en el cuarto de baño y lavarte bien la cara de todos esos chorretones que te dan el aspecto de una puta tirada, te vistes con esos trapitos tan exclusivos que me has traído, y cuando vuelvas a parecer una persona mínimamente digna y respetable, te vas a marchar a todo correr a tu empresa antes de que dé la hora del cierre y le dirás a tu jefe que te tomas dos semanas de vacaciones con efecto inmediato y que tu intención es salir del país a darte una cura de reposo y tranquilidad pues necesitas aclarar tus ideas. Acto seguido te vas a tu casa, la cierras convenientemente y avisas a tus familiares o a la gente de tu entorno más cercano de lo mismo. Luego iras a esta dirección que te escribo en este papel, es mi domicilio. Esta en las afueras así que será necesario que tomes un taxi. No lleves más que lo puesto, tal y como te ves ahora, no necesitarás nada más, y si se diera el caso ya te proveeré yo.

Una vez estés allí, llama por el interfono y espera a que te abra, yo trataré de estar ya allí para darte la bienvenida como te mereces, pero si me retraso un poco, espero que estés esperándome hasta mi llegada.

  • ¿lo has entendido todo, perra sarnosa? Pues entonces date aire, te queda poco tiempo.

Una vez me desató las muñecas, me levanté lo mas rápido que pude, y cogiendo mis ropas me encaminé hacia el cuarto de baño dispuesta a cumplir con todas sus instrucciones.

Y una vez más no pude oír la conversación telefónica que Alberto tenía con mi marido, a quien pensaba ajeno a todas las circunstancias que yo estaba viviendo últimamente, y que se produjo apenas hube salido a toda prisa del bufete, algo cutre, que desentonaba con la elegante y segura apariencia de su propietario.

Si, señor Alcazar. No se preocupe, todo va como habíamos planeado.

..

En dos semanas podrá recoger a su perra, y no se sorprenda demasiado, porque la va encontrar desconocida. Dócil, obediente, sumisa, y pendiente de satisfacer hasta el mas mínimo de sus caprichos, por estrafalario o humillante que le parezca.