La dulce trampa (9)

Isabelle prepara a Carlitos para su primera sesión de modelaje...y mientras le demuestra que cada vez se hace mas adicto a la dominación y a las inmensas vergas de las Transexuales.

LA DULCE TRAMPA

Capítulo IX

ESCENA ANTERIOR:

Entonces la Mulata me giró 180 grados, para empujarme hacia Isabelle con un par de nalgadas. Me estaba sobando las posaderas, cada vez más enviciado con el cariñoso, pero impredecible maltrato, cuando mi Ama agregó:

-Izy: te encargo mucho a mi niña-.

-¿Niña?-, pregunté ingenuamente, volteando a verla. -¿Te refieres a mí, Mami?-.

-Sí, perrita-, concluyó Naomi, mirándome burlona, de arriba abajo. –Desde este momento empiezas a llamarte Karlita, la putita más cachonda y servicial de esta casa-.


Me quedé shockeado, parpadeando hacia la puerta del recibidor, por donde la Mulata había salido justo después de “rebautizarme” tan cachondamente.

-“Karlita”-, repetí mentalmente, maravillado de cuanto disfrutaba con mi nuevo “nombre” y lo deliciosamente vulgar y emputecido que me sentí cuando Naomi lo pronunció.

Mi verguita cabeceaba, furiosa y toda mi piel cosquilleaba en un claro mensaje: cada vez estaba más atado a los dominantes caprichos de la frondosa gigante y podía hacer de mi lo que se le viniera en gana.

-Entonces monsieur, ¿Cómo debo dirigirme a usted de aquí en adelante?-.

La sensual voz de la francesa me hizo brincar, sobresaltado. Tan apendejado me quedé con mi ya oficial condición de “putita particular”, que me había olvidado de la presencia de la doncella.

-¿Perdón? ¿Cómo… Cómo dices, Isabelle?-, dije, volteando a verla.

-Le decía que tengo dudas de como debo llamarlo ahora. ¿Monsieur Carlos ó MADEMOISELLE KARLITA?-.

La morena saboreó descaradamente el término femenino, deslizando su traviesa mirada por la lencería que apenas me cubría.

-No…no sé, Izy…Yo qui-quisiera…-

-Se lo pregunto-, me interrumpió, ondulando enloquecedoramente sus curvas mientras caminaba hacia mí, -porqué mademoiselle Naomi fue muy clara al llamarla “Karlita” y yo no debo contrariar a mi patrona. ¿Verdad?-.

Al detenerse, la altísima francesa dejó sus desnudas tetotas a centímetros de mis ojos, sonriendo avasalladora.

-Nnno…Izy, supongo que…que no…, pero…-

-Perfecto-, cortó nuevamente, inclinándose y rozando sus labios con los míos. –En ese caso, sígueme por favor, mon petit Karlita-.

-¿A do-donde, Isabelle?-, titubeé, aunque inmediatamente tomé la mano que me extendía la doncella.

-Recuerda que mis instrucciones son… ¿Cómo dijo mademoiselle Naomi? ¡Ah, si! Estoy autorizada para hacer TODO lo necesario para que la cachonda y servicial putita, o sea TÚ, te relajes para tu primera sesión de modelaje-.

-Y como yo soy muy obediente, Karlita-, añadió, empezando a caminar, tirando de mi mano, -eso es precisamente lo que pretendo hacer-.

-Pero, Izy-, empecé a defenderme, sin ocurrírseme mas que una tontería, -Naomi ya no te dio permiso de seguirme tuteando, entonces… ¡Ayyy!...-

-¡Entonces, nada!-, atajó, dándome una fuerte nalgada y haciéndome entender que la despampanante chica ya no era la mucama, sino una fogosa Dómina con la fuerza y personalidad suficientes para manejarme a su antojo.

-Ahorita-, añadió, sujetándome del cabello de la nuca y colocando su hermoso rostro directamente frente al mío, -tú no eres más que una perrita que me prestaron para divertirme un ratito y ya después, ponerte bien bonita para que tu Ama te saque a pasear. ¿OK, putita?-.

-OK…Isabelle-, respondí, paralizado por la autoritaria y erótica voz.

-No, ramerita-, me corrigió. –Para ti soy mademoiselle Fabignon. ¿Entendido?-.

-Entendido señorita… ¡No! ¡Perdón!... ¡Entendido mademoiselle Fabignon!-.

-Muy bien, Karlita-, respondió, sonriendo y liberando mi cabello. –Pero para que te quede más claro… ¡Ponte a cuatro patas!-.

Yo obedecí en el acto y, quizá porqué inconscientemente deseaba agradar a mi temporal Ama, fui mas allá y levanté lo más que pude el trasero.

-¡Uy, pero que bonito paras el culito, putita!-, exclamó la francesa, encantada con mi iniciativa. -¡Se ve que estás bien amaestrada y que te gusta agradar a tus dueñas!-.

-¡Y que ricas nalguitas!-, añadió, deslizándome un dedo por la raya del culo. -Mira, camina hacia allá por delante de mí, que quiero seguir disfrutando del panorama-.

Excitadísimo por el humillante y a la vez, juguetón trato, empecé a avanzar hacia una esquina, sintiendo la ardiente mirada de la morena en mis pompas.

-¡Pero mueve la colita, perra!-, exigió de pronto Isabelle, dándome una patadita en el trasero. -¿O qué, no estás contenta? ¡Te quiero meneando el rabito para mi!-.

-“¡Dios, que fuerte! Y… ¡Que rico!”-, pensé extasiado y de inmediato empecé a agitar con fervor la retaguardia. Cada vez me encantaba más el ser obligado a actuar como perro, puta o como a aquellas mujeronas se les viniera en gana, con tal de seguir siendo el protagonista de aquel juego de dominación.

-“Si ahorita me pone collar y correa… ¡Me cae que hasta ladro de contento”-.

-¡Oui, oui! ¡Sacude ese respingón culito para mademoiselle Fabignon! ¡Así, putita! ¡Así!-, siguió diciendo la mucama, sin dejar de darme juguetones puntapiés y dejando claro que estaba fascinada teniendo de esclavo al “novio” de su patrona.

Llegamos a una especie de puerta, donde un alargado y alto biombo convertía una sección del enorme baño-vestidor, en una habitación aparte.

-Espera, Karlita-, dijo entonces Isabelle, deteniéndome por el elástico del sujetador y pasando por delante de mí. –Quédate ahí, quietecita-.

La escuché hacer algunos ruidos dentro del privado, pero tan tenues, que no entendía de qué se trataban. Yo permanecía en silencio, con el corazón tamborileando en las sienes y muriéndome por saber que tramaba la traviesa y voluptuosa francesa.

-Il passe, s'il vous plaît-, dijo de pronto, con una voz de lo más cachonda. –Pasa, putita, que ya estoy lista para ti-,

Comencé a adentrarme en un cuarto evidentemente dedicado al relax, acogedoramente amueblado y con una iluminación suave e indirecta. En el centro había un enorme diván de lo que utilizan los psiquiatras, de esos sillones sin descansa-brazos, ni respaldo y con forma de rampa, con una parte mas alta para descansar la cabeza.

-Por acá, Karlita-, escuché a la doncella, pero sin que yo pudiera verla.

Entonces ella sacó una mano del sofá, donde evidentemente estaba tendida, oculta a mi vista por el particular diseño del mueble. Entre los dedos, la chica sostenía uno de los cigarros especiales que abundaban en el bendito departamento.

-“No, si aparte de cachondas, son unas viciosas”, pensé sonriendo, aún a gatas y mientras empezaba a rodear el sillón para acercarme a mi improvisada Ama.

-“Traviesas, depravadas, manipuladoras y buenotas. De todo tienen éstas… ¡Mi madre! ¡Que es eso!...”-

Acababa de dar la vuelta al diván, cuando me paralicé. ¡Isabelle estaba completamente desnuda! ¡Y entre sus piernas, lucía una verga de campeonato!

Yo realmente no me lo esperaba y me quedé shockeado, sin poder quitar la vista del formidable priapo que apuntaba hacía mí, totalmente erecto.

No tenía las monstruosas dimensiones del de Naomi, pero si medía lo menos 25 centímetros y con un grosor considerable.

-“Se me hace que el qué se va volver adicto soy yo”-, reconocí, relamiéndome los labios y con el culito palpitándome como loco. -“Voy a quedar pero si bien enganchado a estas…cosotas”-.

Tendida de lado, la morena me miraba con una enigmática sonrisa, evidentemente gozando de mi cara de sorpresa y de la lujuriosa admiración que leía en mis ojos.

Se había desecho el serio moño y su desparramado cabello tapaba a medias las tetotas, dándole un aire de joven vampiresa a punto de zamparse a un incauto.

-“¡Mamasota!”, reiteré para mi. –“¡Al demonio la relajada! ¡Yo con ésta, le entró a todo!”-.

-Hola, Don Carlos-, dijo ella, finalmente. -¿Le complace a monsieur la vestimenta que elegí especialmente para usted?-.

Yo no se porqué la doncella decidió dejar de tutearme, pero por mi, podía hablarme en chino, totonaca o hasta en señas. ¡Me tenía comiendo de su mano!

-Ho-Hola Izy-, respondí por fin. –Sí. Me gu-gu-gusta mucho tu look-.

-Sí. Se nota-, confirmó ella, riendo bajito y mientras extendía su mano para cerrar mi entreabierta boca.

Se hizo un largo silencio, en el que yo no dejaba de comerme con los ojos los puntiagudos y cremosos senos, las larguísimas y torneadas piernas y, ni como negarlo, el majestuoso pene.

-¿Sabe, Don Carlos, que desde que lo ví desnudito en el salón, quería estar así con usted?-.

-¿Así?-, respondí muy nervioso, emocionado por el dulce deseo que inflamaba las pupilas de la francesa, pero temiendo alguna trampa. -¿Así, cómo, Isabelle?-.

-Solitos los dos-, ronroneó, mientras acercaba su rostro al mío. –Y con permiso de hacer cositas ricas y gozar como locos-.

-La ver-verdad, Izy…yo también-…, y no pude decir más, pues, echando chispas por los ojos, la francesa me jalo por la nuca para plantarme uno de sus hipnóticos besotes, medio levantándome del piso y dejándome en cuclillas en la orilla del diván.

Cuando terminó de devorar mi boca, la doncella se desperezó como si nada, tomó un vaso de una mesita colocada al otro lado de sillón y dio un par de profundas fumadas al delgado y particular puro, mientras me miraba con una media sonrisita.

–Me encanta como te ves ahí, perrita-, dijo de pronto, tras soltar el humo y dar un trago a su bebida. -Echadita en el suelo, bien atenta a los deseos de tu Ama-.

-Pero ahora, mi putita, te prefiero sentadita aquí, a mi lado, que tenemos poco tiempo y lo quiero aprovechar muy, pero muy bien-.

Inmediatamente obedecí, acomodando el trasero en el pequeño espacio que la mucama dejó a su lado, con mis muslos pegados a los suyos y quedando de frente a ella, que permanecía sensualmente desparramada en el sillón.

Perdiéndome en sus pícaros ojos, tragué saliva, pues entendí que el cambio de “Don Carlos” y “monsieur”, a “perrita” y “putita”, reanudaba el embriagador juego de dominación.

-A ver, Karlita-, ordenó entonces la morena, -dale unas fumaditas, que te quiero bien, pero bien loquita-.

-Oui… oui…así, así… chúpale para mí.

¡Chúpale, zorrita! Empieza a gozar de todo el placer que mademoiselle Fabignon te tiene reservado.

Sosteniendo el cigarrillo contra mis labios, la doncella me hizo inhalar tres, cuatro… seis veces seguidas la alucinante alga, que inmediatamente empezó a surtir un potente efecto en mi de por sí, aturdido cerebro.

Mis sentidos se agudizaron al máximo, la piel me empezó a hormiguear y mis pezones y culito empezaron a palpitar desesperadamente, con una urgente necesidad de ser tocados.

Mordiéndose el labio con total cachondería, la francesa inmediatamente aprovechó mi evidente excitación.

-Es hora de ponerte más cómoda, putita-, murmuró y maniobrándome a su antojo, me despojó del brassier y la tanguita.

-¡Que rico!-, añadió, tendiéndome en el diván. -Así es como me gustan las niñas lindas: desnuditas y al alcance de mi mano-.

Isabelle me había colocado boca arriba, con ella recostada de lado y sus tetotas directamente frente a mi rostro. Mirándome con una sonrisa de poder, la voluptuosa doncella apoyaba la cabeza en un codo, manteniendo el cuerpo por encima del mío, en indiscutible control de la situación.

-Veamos. ¿Por donde empiezo?-, comenzó a decir, devorándome con la mirada y mientras se mordía una uña, como pensativa. -¿Por donde empiezo a disfrutar de este cuerpecito tan sabroso y que, por ahorita, es todido mío?-.

-¡Ah! ¡Ya sé! ¡Se me hace que te voy a coger de una vez!-.

E inmediatamente amenazó con pasar a los hechos, pues me levantó una pierna y empezó a separar mis nalgas, como para metérmela de ladito.

-¡No, Isabelle!-, chillé, alarmadísimo. -¡No por fav… ¡Aaaayyyyy!...-

La doncella me había callado de una enérgica cachetada, tan repentina y fuerte, que me brotaron algunas lágrimas.

-¡Perra igualada!-, rugió, sujetando amenazadoramente mi rostro. -¡Por más que me gustes, no te voy a tolerar impertinencias! ¡Entiendes!-.

-Sssi…entiendo-, musité apenas.

-¿Tienes algo que decirme, puta?- añadió, sin dejar de apretar mi cara. -¡Pues hazlo! ¡Pero con el respeto que me debes!-.

La mirada de la francesa se había tornado de piedra, pero tragando saliva, me tiré al ruedo. Después de todo, la furia de Naomi me causaba mucho más terror.

-Es que… por más que yo quiera…que deveritas que sí quiero…no puede usted cogerme…mademoiselle Fabignon…-

-¿Porqué no, Karlita?-, respondió, aflojando la presión de sus dedos. -¡Si se ve que lo deseas!-.

-Sssi Mademoiselle…-, admití, abrazándola por la cintura y apretándome contra ella. –Me muero por que me meta su vergota… pero… pero Naomi nos puso condiciones… ¿Se acuerda?-.

Yo no sé que fue lo que le complació más: mí confesada pasión por ella ó la fidelidad que mostré hacia nuestra dueña. El caso es que la mucama empezó a sonreír y liberó mi rostro, para empezar a acariciarme la espalda.

-Por favor Mademoiselle…-, proseguí, aprovechando su cambio de ánimo. –No abuse de que estoy que me quemo por usted…no me obligue a darle el culito, porqué…aunque sí lo deseo…no tengo permiso de llegar tan lejos…-.

¡Verdaderamente le estaba suplicando! Y es que aunque yo no quería fallarle a la Mulata, las muchas horas de droga, alcohol y juegos sexuales, me tenían el cerebro hecho papilla y desbielándome de caliente.

-“¡Si esta cabrona insiste… yo solito me empino y le ofrezco las nalgas!”-, pensé, casi con ganas de que ignorara mis ruegos.

Afortunadamente o todo fue un juego, ó se la pensó mejor, porqué la francesa estalló en una juvenil carcajada, terminando de disolver la tensión del ambiente.

-No te preocupes, perrita-, dijo entonces, mordisqueando mis labios. –Te prometo portarme bien y atenerme a las reglas-.

-A ver, putita-, prosiguió, enronqueciendo la voz. -¿Tu novia ya te besó y acaricio todita, verdad? Bueno, pues… ¡Por ahí podemos empezar!-

Y sin darme tiempo a responder, clavó su lengua en mi boca y empezó a meterme mano por todos lados, recorriendo cada milímetro de mí anatomía con sus largos dedos.

La morena estaba desatada y lo mismo me arañaba la espalda, que amasaba tan fuerte mis pechos, que sentía que me lo iba a arrancar.

-Dime, Karlita-, susurró a mi oído, respirando agitadamente. -¿Tú Ama ya te comió las tetitas y acarició esa cosita tan diminuta y rica que tienes entre las piernas?-.

-Sssi…-, respondí a duras penas. –Si, Mademoiselle…ya-.

-Entonces chichoncita… ¡Con tu permiso!...-, y se lanzó a chuparme los pezones y a masturbar enloquecedoramente mi verguita.

-¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!...-, empecé a gemir, totalmente fuera de control.

-¡Epa! ¡Que estás haciendo, chiquita!-, dijo ella de pronto, mirándome divertida a los ojos. -¿No quedamos que hay reglas, tramposita?-.

-¿Mmmmm?-, murmuré, todo turulato. -¿Qué?... ¿Co-Cómo?...-

-Que además de cachonda, eres una embustera, niña-, añadió, bajando la mirada hacia su rotundo busto. –Porque no hemos discutimos si puedes tocarme… ¡Y tú ya me estás agarrando…confianza!-.

Intrigado, seguí la mirada de la mucama… ¡Y ahí estaban mis manos, sobando entusiasmadamente sus tetotas! ¡De verdad que ni cuenta me había dado!

-Bueno-, me defendí, sonriendo con coquetería y sin abandonar los puntiagudos senos. –Es que Mami ya me ha dejado acariciarla toda-.

-¿Todita, todita?-, se relamió la francesa, desperezándose y luciendo su cuerpazo.

-Todititita…-, respondí, clavando sugerentemente mi mirada en su vergota.

-Pues, en ese caso… ¡Síguele, chiquita! ¡Agasájate con Mademoiselle Fabignon!...-

Y ni tardo, ni perezoso me apoderé con ambas manos de la macana, sobándola de arriba a bajo, apretando, gozando del contraste entre la durísima carne y la suave piel.

-¿Te gusta, mamacita?-, me preguntó, fascinada con la lujuria que leía en mi mirada. -¿Te gusta mi tranca?-.

-Oui, Mademoiselle Fabignon-, respondí, mordiéndome el labio inferior y restregando mi cara en sus pezones. -¡Vous avez un délicieux pénis!-.

-¡Anda, cabroncita! ¡Hablas francés!-, se carcajeó, dichosa. -¡Niña farsante y coscolina! A ver, repíteme eso. ¿Dijiste que tengo un pene delicioso?-.

-Oui-, reiteré, en mi mejor tono de femme fatale. –Justo como me lo recetó le docteur: ¡Grandote y gruesote, Mademoiselle!-.

-¡Ven acá, putita linda!-, exclamó arrebatada, embarrándome contra ella y reiniciando el recorrido por todo mi cuerpo, cada vez más apasionadamente.

-¡Ay, Karlita! ¡Me vuelves loca!- gruñó a los pocos minutos, con los ojos desenfocados y volteándome bruscamente para dejarme boca abajo. -¡A ver! ¡Levanta las nalguitas!-.

La mucama no esperó a que obedeciera, sino que coló una mano por detrás, entre mis piernas y presionó hacia arriba, elevando mi trasero. Al mismo tiempo me sostuvo con facilidad por la nuca, obligándome a dejar las tetitas pegadas al diván.

Como resultado final, quedé empinado y con mi rostro de frente a sus chichotas, pues ella permaneció recostada de lado.

-Dime, perra-, empezó a hablar, con las pupilas ardiendo del más puro deseo animal. -¿Tu dueña ya te puso a mamarle esas jugosas y enormes tetas que tiene?-.

-Ya…Ya se las chu…chupé…Mademoiselle-, respondí con la voz entrecortada, embelesado con su fuerza y sensualidad.

-¿Y ya te hizo el culito?-, añadió, magreando posesivamente mis nalgas y deslizando el índice por entre ellas.

-Ssssi, Mademoiselle-, contesté agitando el trasero, deseoso de que siguiera manipulándome a su antojo. -Con sus dedos y su lengua-.

-Bien-, concluyó, entrecerrando los ojos y dándome una sonora nalgada. –Entonces te quiero mamando mis tetas. ¡Mámalas, puta! ¡Mientras yo me entretengo con este agujerito!-.

-Si Mademoi… ¡Jmmmmm!-. La firme mano de la francesa me había jalado por la nuca, silenciándome al estrellar mis labios contra sus enloquecedores senos.

Yo inmediatamente me apoderé de un erguido pezón, mientras los dedos de la doncella empezaban a introducirse a fondo en mi recto, trasmitiendo oleadas de placer a todo mi cuerpo.

-¡Oui! ¡Oui! ¡Así, nalgona!-, rugía la morena, dejando caer una y otra vez su mano en mis pompas. -¡Recuerda que ahorita la gata eres tú y estás para lo que yo mande!-.

Isabelle estaba totalmente fuera de sí y sin dejar de calentarme el culo, metía sus manos entre ambos, tironeaba mis pezones, arañaba mi espalda, masajeaba furiosamente mis nalgas.

Así llegó al pequeño pene, que cabeceaba enloquecido, totalmente empapado por el abundante flujo que resbalaba de mi dilatado recto.

-¡Uy, Cosita!-, exclamó, encantada. -¡Mira lo que me encontré! ¡Un pirulí! ¡Durito, durito y bañado en caramelo!-.

-Cuéntame, bebita-, ronroneó, jalándome para dejar mi rostro a la altura del suyo, pero sin dejar de acariciar mi falo. -¿Tu Mami ya probó este apetitoso dulcito que tienes entre las piernas?-.

-¡Oui, Mademoiselle Fabignon!-, contesté efusivamente, poniendo mi mano sobre la suya, guiando la subyugante masturbación. –Mamita ya se lo comió todito y… hasta el juguito le sacó-.

-¡Vaya!-, expresó, sonriendo ante mi cachondería. -¿Y le gustó, putita? ¿Le gustó a tu Mami esta golosina, con su relleno de vainilla?-.

-¡Uuuuhh! ¡Le encantó!-, respondí, totalmente desinhibido. -¡Tanto, que ya compró todo el lote para ella solita!-.

-¡Ah, no! ¡Que chiste!-, objetó la francesa, con un mohín de niña chiquita. -¡Yo quería tantito!-.

El cautivador e infantil puchero de la doncella y mi propia calentura, me animaron a insinuármele como no lo había hecho hasta ese momento.

-Bueno, pero... a Mami le agradan las niñas educadas y compartidas-, empecé a decir, separándome de ella y arrodillándome en el diván, frente a su rostro. -¿Usted gusta, Mademoiselle?-.

La morena abrió los ojos como platos. ¡Estaba asombradísima de mi imprevisto descaro! Y es que yo, poniendo cara de experto seductor y resuelto a dejar el rol de pasivo juguete, me había puesto a deslizar mi verguita por sus labios, mirándola provocativamente.

-Si usted lo desea-, continué, introduciendo la puntita, rozando sus dientes y lengua. –Será un placer convidarle del pirulín de mi Ma… ¡Aaaahhhhhh!-.

Con un simple chupetón a mi glande, la francesa me devolvió al papel de dócil marioneta y empecé a derretirme en su boca.

-Por supuesto que acepto tu ofrecimiento, putita-, dijo, mordisqueando mi miembro y sonriéndome con burla. –Sería una grosería despreciar a la nena de la patrona. ¿Verdad?-.

-Ssssi, creo que…-¡Ahhhhhhhhh!... ¡Ahhhhhhhhh!... ¡Ahhhhhhhhh!...-

La doncella terminó de sepultar mi breve momento de liberación, jalándome por las nalgas y tragándose mi aparato, con todo y testículos. Luego empezó un delirante juego dentro de su boca, sorbiendo, masticando, dando tironcitos.

-Me encanta que te pusieras así, hincadita-, susurró, lamiendo mis huevos, chupeteando mis muslos. -¿Sabes porqué, chiquita? Porqué así puedo mamarte la pilila, manosear todo tu cuerpito y escarbarte el agujerito. Todo al mismo tiempo-.

Y así diciendo, siguió succionando mi pollita, mientras taladraba mi culito con tres dedos y su otra mano se entretenía en magrearme las tetas, nalgas, piernas y todo lo que se le atravesaba.

-¡Mira que divertido!-, exclamó de pronto, separándose un poco. -¡La tienes tan diminuta, que para masturbarte nada más necesito dos dedos!-.

La voluptuosa joven me miraba desde abajo con picardía, mientras que, efectivamente, utilizaba sólo la punta de su índice y pulgar para pajearme.

-¡Pe…Pero Mademoiselle!-, me defendí, rojo como tomate y con una sonrisa de disculpa. -¡Recuerde que los bombones más finos vienen en tamaño miniatura!-.

-¡Ah, vaya!-, afirmó, deleitadísima con mi ocurrencia y acariciándome todavía con más dulzura. -¿O sea que tu penecito es como esos ricos chocolatitos, los “Mini-M&M”?-.

-Exacto, son de la misma marca Mademoiselle-, respondí y, en un cursi intento de conmoverla, añadí lastimeramente: -Yo se lo ofrezco con mucho gusto, pero si usted prefiere algo menos insignificante… ¡Ahhhhhhhhhhhh!-.

-No seas tontita-, me silenció, reanudando el mete-y-saca y mirándome con severidad. –Yo sólo estaba bromeando zorrita. ¡Me encanta tu verguita!-.

¡Y vaya que se empeñó en demostrármelo! Durante los siguientes minutos la francesa me lamió, chupó y mascó tan intensamente, que de verdad pensé que quería digerir mi miembro con su saliva.

-¡Mademoiselle!... ¡Ahhhhhhh!... ¿A que no sabe, que más… ¡ahhh!... que más ya hice con mi Mami?... ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Ahhhhhhhhhhhh!-.

-¿Qué, perrita?-, cuestionó, sin dejar de engullir mi pene. -¿A qué otras puterías te ha forzado esa depravada y buenísima mulatona?-.

-¡Noooo!… ¡Ahhhh!... ¡Si no me obligó! ¡Ahh! ¡Ahh! ¡Yo solita me dejé!… ¡Ahhhhhhhhhhhhh!...-

-¡No, si eres una marranita!... (Chuip-Chup)… A ver, ¿qué otras cochinaditas has hecho con tu Mamasota?...-

-Yo ya… ¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Ya me comí su VER… ¡ahh!... GO… ¡ahh!... TA!... ¡Ah!... ¡Ahhh!... ¡Ahhhhh!-

-¡Uy!... (Sock, sock)… ¿En serio, nalgona?... (Chup-Chuip)

¡Pero si es una vergota inmensa!-.

-Pues yo… ¡ahhhhhhhhh!... me la tragué CASI todita… ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Y la lamí enterita, Mademoiselle!... ¡Ahh! ¡Ahhhhhh!... ¡Desde la cabezota, hasta los huevos!... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!...-

-¿Y como le hiciste, Karlita?... (Slurp, slurp)… ¡Porqué tienes una boca en verdad chiquita!-.

-Ssssiiii… ¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhhh!... ¡Pero soy muy golosa!… ¡Ahhhhhhhhhhhhh!... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!...-

-¡Ah! ¿Con que muy tragoncita, eh? ¡Ahorita vamos a comprobarlo!-, sentenció entonces la morena y, con una fuerza y determinación que me hicieron temblar, me levantó como pluma para colocarme en cuatro patas frente a su macizo chorizote.

Con la espalda apoyada en lo más alto del diván, la doncella me dirigió desde arriba una intimidante mirada, al tiempo que me sujetaba por la nuca y me acercaba a su pollota.

-Nomás que conmigo, perrita, te vas olvidando del “casi”… ¡La mía te la comes toda!-.

-¡Pe-Pero Mademoiselle!-, rebatí, intimidado por su tono y sabiendo lo difícil que me sería cumplir la orden. –La tiene usted muy grandot… ¡Aggggggg!-.

La mucama me silenció fácilmente, ensartándome la gruesa reata hasta las anginas y recetándome una serie de azotes más o menos fuertes.

-¿No que muy glotona?-, dijo despiadadamente, para aferrarme por las orejas y dirigirme a su gusto. -¡Pues a demostrarlo! Que si no… ¡Ahorita te abro el apetito a nalgadas!-.

Por suerte, la sustancia inyectada y la calentura que desde hacía horas me dominaba, facilitaron las cosas.

Mis labios y quijada rápidamente se amoldaron al sabroso intruso y a los pocos minutos, yo solito subía y bajaba la cabeza a lo largo del durísimo tronco.

-¡Que riquísimo mamas, chiquita!-, exclamó la francesa, cerrando los ojos y reclinando la cabeza hacia atrás.

Las manos de la doncella ya no eran rudas. Cariñosísimas, ahora masajeaban mi nuca y hombros, acariciaban mi rostro, rozaban mis costados y acunaban mis tetitas, que colgaban plenas por la postura.

-¡Ay, mamacita!-, ronroneó, estirando los brazos para alcanzar mis nalgas, sobándolas, separándolas. -¡Tu tan linda y tan bien que chupas y yo nomás maltratándote! ¿Verdad?-.

-Si-, me quejé con un puchero. –Pero no es su culpa, Mademoiselle. ¡Todas las chicas buenotas y grandotas, como usted, abusan de mí!-.

-¡Pobrecita!-, exclamó, acariciando mi rostro, embelesada con mi pose de niña regañada. -¿Y porqué será eso, Karlita?-.

-¡No sé!-, respondí lo más cachondamente posible. -¡Dicen que porqué tengo cara de putita y que se les antojan mis cositas! Pero yo más bien pienso que se aprovechan de que estoy débil y chiquita. ¿Usted que creé, Mademoiselle?-.

Yo estaba desatado y mientras hablaba, clavaba insinuantemente mis ojos en los de la curvilínea mucama, restregando mis pezones contra sus muslos y deslizando su glande por mis labios

De haber previsto la reacción de Isabelle, quizá yo no hubiera ido tan lejos.

-Lo único que yo sé, es que me tienes que me quemo de excitada y que ya no aguanto más… ¡Ven acá, puta cachonda!-.

La francesa no me dio oportunidad de oponerme, pues levantándome por las axilas, me sentó a horcajadas sobre ella, estrellándome de frente contra sus chichotas y apoderándose de mi boca.

Luego, con su lengua limando las paredes de mi garganta, levantó mis caderas para acomodar su vergota a lo largo de la raja de mi culo, empezando un delicioso vaivén entre mis nalgas.

-¡Je ne résiste pas déjà!-, gruñó, salvaje, a mi oído. -¡Te juro, pequeño, que ya no puedo más!-.

Entonces la morena dio por terminado el juego y se giró bruscamente conmigo a cuestas, para acostarme boca arriba en la parte alta del diván, con las piernas bien abiertas y su lanza apuntando a mi agujero.

Echando chispas por los ojos, con una sola mano me sujetó ambas muñecas por encima de mi cabeza, dominándome con su peso y fuerza, pero sobre todo con su mirada.

Indefenso y temblando de deseo, la vi sujetar el enorme priapo y dirigirlo resuelta a mi, hasta ese momento, virgen ano.

-¡Pe…Pero!... ¡Izy!-, chillé, desesperado. -¡No podemos! ¡Mami me advirtió que… ¡Aaayyyy!-.

La bofetada que me aplicó la mucama fue tan contundente, que me hizo ver estrellas y me sacó algunas lágrimas.

En su expresión se leía que no pretendía lastimarme, ni estaba molesta, pero sí muy decidida a someterme a su lujuria, incluso por medio de la violencia.

-¡Olvídate de Naomi!-, advirtió, traspasándome con la mirada. –Te la voy a meter en este preciso instante. ¡Y ni te hagas el inocente! ¡Que bien que lo estás deseando!-.

-Si, pero…así no. ¡Así no, por favor!-.

-¿Porqué, bebé? ¡A mi me gustas horrores y ya no me interesa nada!-, expresó la doncella, liberando mis manos y dejando su cabezota en la entrada de mi recto, pero sin avanzar más. Su voz y semblante ya no eran ásperos, sino que me veía con ternura, aparentemente conmovida con mis lágrimas.

-Mira Isabelle-, empecé a decir, en tono persuasivo, acariciando su rostro. –En primer lugar, si seguimos, tú puedes perder tu empleo…-

-No me importa-, me interrumpió, besando ligeramente mis labios. –Me gustas tanto, que si es necesario me meto de prostí. ¡Y hasta casita te pongo, mi Rey!-.

Yo no pude sino sonreír, halagadísimo por el fervor de la francesa y porqué me dí cuenta que después de todo, no estaba sino ante una chica de clase humilde, evidentemente encaprichada con el novio de su patrona.

-¿De verdad, Izy? ¿Te meterías de puta por mí?-.

-Sí, papacito y me gustas para padrote. ¡Bueno! Para mi padrotito-.

-Gracias, te juro que me halagas y que en otras circunstancias aceptaría la proposición, porqué a mi también me gustas muchísimo-.

-Pero, ahorita no, ¿verdad?-, respondió con despecho.

-Es que no puedo traicionar la confianza de Naomi, yo no soy así…-

-Y yo me amuelo, ¿no?-, me interrumpió, entristecida. –Al cabo que soy la criada-.

-¡No seas tonta!-, expresé, levantándome un poco para abrazarla por el cuello. –Si a ti te hubiera conocido primero, otra cosa sería. ¿Me crees, verdad?-.

La morena se me quedó viendo intensamente, antes de responder.

-Si, si le creo…Monsieur-, musitó, bajando la mirada, otra vez afligida. Quizá pensó que yo sólo quería manipularla para ganar tiempo y evitar la violación.

-Te lo digo muy en serio Izy-, contraataqué, riendo bajito. –Tanto, que por favor olvídate del “monsieur”. Cuando estemos a solas…soy tu putita.

Los ojos de la francesa brillaron y volvió a sonreír de oreja a oreja.

-¿De verdad?-, exigió, frotando su nariz contra la mía. -¿Serás mi putita?-.

-Si Isabelle, pero recuerda que es cuan…-

-¿Mi perrita faldera?-, me interrumpió, entusiasmadísima. -¿Mi niña cachonda? ¿Mi zorrita chupa-pollas?-.

-To….Todo lo que tu quieras-, respondí nervioso. Si le daba mucho cuerda, capaz que ahí mismo me ensartaba de lado, a lado. –Pero después, Izy, ¿verdad?...-

-¡Sí, bebé! ¡Después!-…concluyó feliz, sellando la promesa con un besote, justamente, al estilo francés.

-¡Bueno! ¡Ya!-, expresó de pronto, parándose de un brinco y dejándome todo apendejado de la excitación. -¡Hay que arreglarte, nalgoncita, que las chicas te están esperando para que las entretengas!-.

Más que divertida, la doncella me miraba desde arriba mientras acariciaba ligeramente mi pollita, como si nada hubiera pasado y lo que era peor, como si no se diera cuenta que me tenía al borde del orgasmo.

-Pe…Pero… ¡Izy! ¿Me vas a dejar así?-, imploré, cerrando los ojos, elevando mis caderas al encuentro de su mano.

-¿Cómo, putita? ¿A que te refieres?-, preguntó inocentemente.

-Así, sin…sin terminar…-

-¡Ah! ¡Eso! Si, tetoncita. Así te vas a quedar por hacerte la mosquita muerta y no querer darme las nalgas -.

-¡Es que… ¡Isabelle! ¡Ya habíamos quedado que…-....

-Si. Quedamos que después-, me interrumpió con firmeza, levantándome por un brazo y mirándome burlonamente de arriba abajo. –De todos modos Mademoiselle Naomi ya había prometido que yo voy a ser la segunda en probar ese lindo culito-.

¡Condenada gata! ¡Estaba de nuevo jugando conmigo! Me enfurecí como nunca esa noche, se me nubló el cerebro y me lancé contra ella, intentando golpearla con los puños.

-¡No se vale!-, gritaba, mientras ella me evadía fácilmente, carcajeándose como loca. -¡Yo te estaba hablando en serio y tu me agarras de tu burla!

-¡Eres una cabrona!-, continué, frustrado por no poder alcanzarla ni una sola vez. -¡No soy tu monigote! ¡Y pensar que yo… ¡Ayyy!-.

La mucama había decidió que estábamos perdiendo mucho tiempo y me calló con una simple cachetadita. Luego, tras acariciar tiernamente mi mejilla, me cargó como fardo en su hombro y empezó a caminar hacia la regadera.

-¡Anda, niña grosera y peleonera! ¡Vamos a darnos un regaderazo!-, expresó feliz, avanzando a grandes zancadas y dándome juguetonas nalgaditas.

-Pero, Izy, ya me han bañado varias veces-, protesté débilmente.

-No importa marranita-, respondió, colocándome como si nada al pie de la ducha. -En esta casa, las putitas siempre deben andar muy, muy limpias-.

En un dos por tres, la francesa ya me tenía bajo el chorro, con un gorro cubriendo mi cabello y sus manos vagando por todo mi cuerpo-.

-Oye Isabelle… ¡Aaayyyyy!-. La nalgada resonó en todo el vestidor.

-Cuando estemos solos, putita-, advirtió, -quedamos en que para ti yo soy Mademoiselle Fabignon, aunque puedes llamarme simplemente Mademoiselle o señorita. ¿Verdad?-.

-Ssssi… Disculpe seño…señorita…-, respondí, sobándome las pompas. -¿Le puedo hacer una pregunta, Mademoiselle Fabignon?-.

-Adelante tetoncita-, concedió, mientras enjabonaba con total naturalidad mi aún palpitante verguita.

-Hace rato, cuando me dijo que yo le gustaba y que hasta me quería poner casa… ¿Hablaba en serio o nomás estaba jugando conmigo?...-

La guapísima morena sonrió ante mi reclamo y volteándome de espaldas a ella, empezó a cubrir de gel mis tetitas, mientras su otra mano hacía lo mismo entre mis nalgas.

-La respuesta a ambas cosas es “SI”-, dijo al fin, riendo entre dientes.

-¿Cómo? No le entiendo señori... ¡Mmmmmm!...-

El prolongado gemido escapó de mi boca, cuando ella me empinó contra la pared y ensartó varios dedos en mi palpitante culo.

-Estaba hablando muy en serio-, explicó, incrementando la intensidad del pistoneo. –Tanto, que estuve a punto de renunciar a este trabajo, sólo por tenerte para mi solita-.

-Pero es que… ¡Ahh! ¡Ahh!... Ya después me pareció que usted solamente me estaba cotorreando, Mademoiselle... ¡Ahhhhhhh!...-.

-¿Por qué, tragoncito?-, susurró a mi oído, pasando una mano por delante para torturar mi pollita. -¿Fue por qué me reí de ti?-.

-Ssssiiii… ¡Ah! ¡Ahhh!... ¡Ahhhhh!... Usted se burló de mí, señorita y no me dejó que me corriera… ¡Ahhhhhhhhhhhhh!...-

-Es que si no te corrijo, luego no me respetas, nalgoncito-.

-Además, es como tú dices, Karlita-, añadió, mordiendo posesivamente mi nuca. –Con esa carita de puta y todas esas cositas… ¡Se antoja abusar de ti!-.

-¿Siiiiii?... ¡Ahhhhhhh!-, pregunté, ondulando descaradamente el trasero y torciendo el cuello hacia atrás, para mirarla sumisamente a los ojos. -¿Y usted se va a aprovechar de mí, Mademoiselle Fabignon?... ¡Ahhhhhhh!... ¿Me va a convertir en su juguete sexual?… ¡Ah! ¡Ah! ¡Ahhhh!...-

-Sí, perrita-, ronroneó, restregando sus tetotas contra mi espalda. –Vas a ser mi mascotita lame-vergas y te voy a tener siempre bien abierta de patitas-.

-Te voy a tratar como princesa-, añadió, -pero una princesa cachonda, viciosa y con ganas de que le den reata a todas horas. ¡Es más! ¡Ahorita mismo voy a demostrarte cuanto te voy a emputecer!-

Exudando superioridad, la francesa me tomó por la oreja para sacarme bruscamente de la regadera, colocándome de pie frente al inodoro. Entonces jaló un banquito y se sentó cómodamente tras de mi, rodeándome con sus muslos y apoyando mi espalda contra su pulsante vergota.

-Veamos, Karlita-, murmuró apasionadamente a mi oído, empezando a masturbarme salvajemente. –A ver si es cierto que eres mi putita-.

-¡Si soy!... ¡Ahhhhhhh!... ¡Si soy su putita, Mademoiselle!... ¡Ah! ¡Ah! ¡Ahhhh!...-

-Dime “Mami”, bebé-, exigió, pellizcándome el glande, masajeando mis huevitos. –Cuando estemos solos, quiero que también me digas “Mami”, como a Mademoiselle Naomi-.

-¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Sí, Mami!... ¡Ahhhh! ¡Ahhhh!... ¡Lo que usted mande!... ¡Ahh! ¡Ahh! ¡Ahh!... ¡Pero por favor, no pare! ¡No pares, mamita!-.

-No voy a detenerme, chiquita-, aseguró, riendo bajito. –Quiero que mi niña me dé su lechita. A ver, ¿de quien son estos huevitos tan chiquitos, como canicas?-.

-¡Ahhhhhhh!... ¡Tuyos, Mami!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Toditos tuyos!...-

-¿Y esta micro-verguita? Dime, ¿de quien es?-.

-¡Tu-Tuya, Mamita!... ¡Ahh! ¡Ahh! ¡Ahh!... ¡Está chiquita, pero te la regalo enterita!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!...-

-¡Mmmmm! ¡Gracias, nenita!-, respondió, tirando de mi pene hacia abajo, usándolo como resortito. -¡Me gusta tanto, que se me hace que te la arranco, para bañarla en oro y traerla de llavero!-.

-¡Sí!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Arránquemela, Mademoiselle!... ¡Ahh! ¡Ahh!... ¡Déjeme lisita, lisita!-.

-¿De verdad, nalgona, quieres que te quite el pitito?-.

-¡Ahhhhhhh!... ¡Sí, Mamita!... ¡Ahhhhhhhhhh!... ¡Extírpamelo! ¡Ahh! ¡Ahh! ¡Ahh!...

-¡Es más!-, agregué, totalmente fuera de mis cabales y volteándome hacia ella. -¡Hazme un agujerito con tus uñitas!... ¡Ahhhhhhh!... ¡Porfa, Mami! ¡Quiero tener… ¡ahh!... panochita, para ser tu… ¡aahhh!…mujercita!... ¡Ahhhhhhh!...-.

Si en ese momento me hubieran metido a un quirófano, quizá ni anestesia hubieran necesitado para cumplir mi descabellado deseo y retirar mi pene.

Entrecerrando los ojos y con una sonrisita de satisfacción, Isabelle dejó que la llenara de besos y restregara enloquecidamente mi rostro por su cara, cuello y contra su opulento tetamen.

Luego me volvió a girar para colocarme de frente al retrete, deslizando su vergota por entre mis piernas, desde atrás, para dejarme montado en ella.

-Ahorita no te preocupes por eliminar tu pilila-, dijo entonces a mi oído. -Eso podría venir después.

-¡¿QUÉ?!-, exclamé alarmado. Repentinamente me dí cuenta que, o yo había ofrecido demasiado, o aquello se ponía cada vez mas extraño.

-Mamita-, añadí, intentando girar hacia ella. –Es que, creo que no estoy tan segu... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!...-

Lo que era indiscutible, es que la francesa podía callarme a su antojo y ahora lo consiguió llevando mis caderas de atrás, hacia delante, deslizando su tolete por entre mis nalgas y poniendo mi culito a palpitar como loco.

La alucinante maniobra era bastante completa, pues en su vaivén, la cabezota de la mucama rozaba por debajo mis testículos, empujándolos desde atrás, elevándolos a cada toqueteo.

-Shhhhhhh… No hablemos del futuro-, prosiguió ella, masturbándome con mayor fervor y terminando de sepultar mis dudas. –Mejor sigamos con la linda charla de hace ratito. A ver, ¿de quien es esta boquita mamadora?-.

-Tuya, Mami… ¡Ah!... ¡Ahhh!... ¡Ahhhhh!-.

Aunque lo hubiera intentado, en ese momento mi boca no podía sino gemir y gemir, acompañando el viaje de esas dominantes manos por todo mi cuerpo.

-¿Y éstas tetitas de colegiala? ¿De quien son?-.

-¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Suyas, Mademoiselle!... ¡Ahhhhhhh!... ¡Toditas suyas!... ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh!...-

-¡Sí, chichoncita! ¡Y me encantan!-, reafirmó, tironeando mis pezones. –Y a ver, ¿Quién es mi putita culo-fácil? ¿Quién es?-.

-¡Yo, Mami!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!... ¡Yo soy tu ramera nalga-pronta!... ¡Ahhhhhhhhhhhh!...-

-Si, bebita, la verdad eres bastante facilita-, aseveró riendo. –Por eso se antoja tenerte siempre empinada y con tu boca bien ocupadita-.

Las palabras, actitud y contacto de la francesa me tenían a punto y así se lo hice saber.

-¡Mami!... ¡Ahhhhhhhhhhh!... ¡Mamita!... ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!...-

-¡Calma, calma! ¿Qué pasa, chiquita?-, me tranquilizó alegremente.

-¡Que ya!... ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh!... ¡Ya me voy a venir!... ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh!...-

-¡Pues si es lo que quiero, tontita!-, respondió, obligándome a cabalgar mas rápidamente sobre su vergota y masturbándome con mayor ardor. -¡Anda, puta! ¡Córrete para Mademoiselle Fabignon! ¡Córrete para mí!-.

-¡Sí, señorita! ¡Siiiii! ¡Siiiiiiiiii! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiii!... ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!...-

-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!...-

-¡Así, perra! ¡Así! ¡Escupe toda tu lechita! ¡Toda, zorrita! ¡Toda!-.

Clavando un dedo en mi culo, Isabelle apuntó con maestría, logrando que los chorros de semen cayeran directamente en el borde del inodoro.

-¿Te gusta, mi niño?-, preguntó dulcemente a mi oído, sin dejar de dirigir los cremosos escupitajos. -¿Te gusta como te vienes con mi mano?-.

-¡Sí, Mami!... ¡Ahhhhhhhhhhh!... ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!...-

-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!...-

La buenísima chica no se detuvo, hasta que la última gota de esperma salió disparada, asegurándose que absolutamente todo se depositara en el asiento del retrete.

Cuando mis temblores le anunciaron el final, me recargó contra sus tetotas y empezó a rozar toda mi piel con sus uñas, relajándome, apapachándome delicadamente.

-¿Listo, papito?-, cuestionó, soplando dulcemente un fresco aire por mi espalda, brazos y nuca. -¿Ya salió todo?-.

-Si, Mamita… (Mmm…Ohhh…Ufff)… Ya me dejaste sequito…-

-OK, perrito-, sentenció, cambiando radicalmente su tono. –Pues ahora y como te lo prometí… ¡Vamos a seguir emputeciéndote!-.

Entonces la francesa volvió a demostrarme que, cada que quería, podía manejarme como un guiñapo. Levantándome con extraordinaria facilidad, manipuló en el aire mi cuerpo para dejarme recostado a lo largo de su muslo, boca abajo y con mi rostro frente a la orilla del excusado.

-¿Qué esperas, maricón?-, exigió, burlona. -¡Anda! ¡Te quiero ver lamiendo toda la lechita!-.

-¡Pero, Izy! ¡Ahí está muy sucio… ¡Aayyy! ¡Aaaayyyyy! ¡Aaaaaayyyyyyy!-.

Tres veces consecutivas la fuerte mano de la doncella cayó sobre mi trasero, cada una con mayor dureza y haciéndome rebotar contra su pierna. Tomado por sorpresa, yo sólo pude extender mis manos hacia abajo, para sujetarme de su pantorrilla, mientras empezaba a llorar como un chiquillo.

-¡A ver, taradito! ¿Cuántas nalgadas te acabo de dar?-.

-Tres… (Buuuuuuu…Buuuuuuu)… Tres, me…me diste, Mami… (Buuuuuuuuuu)…Ma-Ma-Mamita chula…-

-Si-, confirmó, despiadada. –Una por llamarme por mi nombre, otra por no obedecer inmediatamente y la última… por puro capricho.

-Y hablando de antojos…-, añadió, dejando que su mano se expresara por ella:

-(¡Plaaaaaaaaafffffffff!...-…)

-¡Aaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyy!-, grité como loco, agitando suplicante mi culito, pero sin tratar de huir del castigo.

Yo intuía que si intentaba retirarme, me iría peor, pero cuando ví que la reprimenda no seguía, me atreví a gimotear tímidamente:

-(Buuu…Buuu)… ¿Seño…Señorita?... (Buuuuuuu)…Y esa última, ¿Por qué me la…me la diste?... (Buuuuuuu…Buuuuuuu)…-

-Nomás de gusto y porqué me encanta como se ven tus nalguitas, bien coloraditas. ¿Por qué, llorón? ¿Algún problema?-.

La pregunta fue, obviamente, hecha a manera de advertencia. Tan así, que al mismo tiempo, la francesa levantó ligeramente mis caderas, para colar una mano por debajo y dirigirla amenazadoramente rumbo a mi verguita.

-No, Mamita… (Snif, snif)… Ningún problema-, respondí, moqueando. -Mis pompas son todas tuyas y… (Sob, sob)… están para complacerte-.

-Pero, ¿qué tenemos aquí?-, exclamó, cuando sus dedos llegaron a mi pollita. -¡Vaya, putito! ¡Ya veo que el complacido es otro!-.

-¿Qué, Mami?-, expresé, realmente sorprendido. -¿De que estás hablan… ¡Aaaahhhhhh!-.

¡No podía ser! ¡Las uñas de la doncella acababan de clavarse dulcemente en mi pene, que otra vez estaba firme como un soldadito!

-¿Qué pasa, jotito?-, cuestionó, burlona, volviendo a masturbarme. -¿Estás gozando la nalgueada?-.

-Nooo sé, Mamita… Pero… pero creo que… Que sí…-

¡Ni cómo negarlo! Después de todo, mis caderas ya estaban respondiendo la pregunta, restregándose contra el muslo de la morena, yendo al encuentro de su mano.

-¿Estoy mal, verdad?-, pregunté avergonzadísimo, volteando mi ruborizado rostro hacia ella. -¿Te parezco patético, no es cierto?-.

Ella sonrió dulcemente, mirándome con absoluta ternura. No sé si fue porqué realmente se enamoró de mi completa sumisión o simplemente se apiadó al verme tan abochornado.

-No, chiquito. No hay ningún problema contigo -, respondió con voz cargadísima de afecto. -Es normal que los nenes se exciten cuando les calientan el culito. ¿Y tu eres mi bebito, verdad?-.

-Si, Isabelle-, respondí totalmente entregado. -Soy tu bebé, tu puto, tu perro. Siempre voy a ser tuyo y soy que tú quieras que sea-.

-¡Papacito!-, exclamó, arrebatada, jalándome de espaldas contra ella y casi rompiéndome el cuello al girármelo para apoderarse de mis labios.

Por varios minutos, la morena se portó como novia recién pedida, llenándome de besos y caricias y volviendo a hacer palpitar mis pezones y mi pene.

-Bueno, señorito, ya hay que apresurarnos-, dijo finalmente, separándose un poco y respirando agitadamente.

-Si, Mademoiselle-, respondí, muy sonriente y formal, intentando bajarme de sus piernas.

-¡Épale! ¿A dónde crees que vas?-, reclamó, con una sonrisa aún más amplia que la mía y sujetándome por la cintura.

-A arreglarme, ¿no?-.

-¡Pues no, jovencito! ¡Que todavía tiene usted algo pendiente por aquí!-.

Entonces la francesa volvió a malabarearme con facilidad, para recostarme de nuevo sobre su muslo, frente al dichoso retrete.

-¡Pero, Mamita!-, me lamenté, pero moviendo mi culito para ella en un intento de evitar el suplicio. -¡Es que ahí está muy sucio!-.

-Precisamente-, sentenció con naturalidad, ignorando mi burdo chantaje. –Es un chiquerito, digno de mi marranito. ¿Porqué, tu eres mi marranito, verdad?-.

-Sssi, Mami…-

-A ver-, insistió con picardía, reanudando el delicioso manoseo a mi pollita. -¿Quién es mi puerquito?-.

-Yo…yo soy, Ma-Ma-Mamita…-

-¿Y como hacen los lindos cochinitos “come-mierda”?-.

-Oink, oink…-

-¡Eso!-, aplaudió, entusiasmada. -¡Ándele, mi Porky! ¡A lamer caquita!-.

Las palabras de la chica era más que denigrantes, pero la renovada dureza de mi pene le decía que yo disfrutaba con el humillante, pero a la vez, cariñoso trato.

Así y alentado por su pulgar, que empezó a deslizarse entre mis nalgas, incliné la cabeza y empecé a lamer tímidamente.

-¡No! ¡Así, no!-, reclamó, con una nalgadita de advertencia. -¡Con toda la boca, como los marranitos buenos!-.

Sin dar oportunidad a mis quejas, la francesa presionó con firmeza mi nuca hacia abajo, hasta que mis dientes chocaron contra el frío mármol. Entonces sus dedos manipularon mi boca, forzándome a abrirla al máximo y a envolver con mis labios el ancho del asiento.

-¡Así, mi cochinito! ¡Así!-, me alentó encantadísima, acercándose a mi rostro, para no perderse ni un detalle de la maniobra.

-¿No dijiste que serías lo que yo quisiera?-, insistió, mordisqueando mi oreja, dirigiendo mi lengua por todo el contorno. -¡Pues así te quiero! ¡Totalmente emputecido!-.

Por un buen rato e incluso cuando ya había succionado todo el semen, la exuberante francesa me tuvo contra el retrete, repasándolo de todo a todo y de vez en cuando, jugando a que metía mi cabeza hasta adentro.

-¿Ya, Porky? ¿Ya limpiaste toda la lechita?-.

-Si,  Mami-, respondí con los ojos brillantes. –Ya lamí toda la caquita-.

¡Dios, que fuerte! ¡En verdad, me estaba haciendo adicto a la humillación!

-Bueno, pues… ¡A bañarte!-.

-¡Otra vez! ¡Me voy a despintar, mamita!-.

Isabelle llenó la estancia con su carcajada, pero me empezó a llevar de una oreja a la ducha.

-¡Ay, bebé! ¡De veras que eres un putito delicioso!-, dijo finalmente, limpiándose las lágrimas de los ojos. –No te vas a despintar, por que eres muy güerito y de verdad necesito que te me des un regaderazo-.

-¡Ándale!-, urgió, chasqueando los dedos. -¡Te doy cinco minutos para que me alcances en el espejo, frente al tocador.

Como de rayo obedecí y antes de que terminara el plazo, ya estaba junto a la francesa, con mi cabello protegido por un gorro y una toalla envolviendo mi cuerpo.

-Vamos a hacerlo rápido, chaparrito, por que el tiempo apremia y no tarda en venir la patrona a regañarme-.

En un segundo, la doncella ya me había secado del todo, para aplicar rápidamente un ligero talco en todo mi cuerpo. Tras localizar y volver a ponerme la lencería, sacó de la famosa caja las prendas que hacía casi una hora habían llamado tanto mi atención.

-Cierra los ojos, Karlita-, me dijo dulcemente. –Y no los vayas a abrir hasta que yo te diga, que quiero que sea una sorpresa-.

Acatando inmediatamente la indicación, sentí que una suave y breve tela se deslizó por mis piernas, hasta ceñirse como guante en mis caderas. Guiado por las manos de Isabelle, algo similar rozó mis brazos, rodeando mi tórax desde atrás, para finalmente ajustarse al frente, en medio de mis tetitas.

Levantándome por la cintura como pluma, la francesa me colocó en un banquito, seguramente frente al tocador, donde mi rostro empezó a ser suavemente manipulado. Obviamente, me estaba maquillando.

-A ver, preciosa, aprieta los labios… Así. Ahora abre los ojos, pero volteando hacia el techo, que no quiero que te veas al espejo-.

-Listo-, añadió, feliz-, ciérralos de nuevo, que sólo falta peinarte-.

Yo me moría de curiosidad y apenas pude soportar el breve, pero eficiente movimiento del cepillo sobre mi espeso cabello.

-Bueno, sólo falta esto-, canturreó la mucama, colocando algún tipo de calzado en mis pies. -¡Listo! ¡Vamos a que conozcas a mi princesita!-.

Me sentí nuevamente elevado en el aire, para ser colocado de pie a unos pasos del tocador. Intuí que me encontraba frente a juego de espejos de cuerpo completo.

-Ahora… Abre los ojos Karlita-.

-¡Wow!-, se me escapó de la boca, en cuanto la erótica imagen se estrelló contra mis pupilas.

-¡Wooooow!-, repetí, todo baboso, son poder creer que estaba viendo mi reflejo-.

-¡Sí, chiquita!-, confirmó Isabelle, tomándome por una mano, haciéndome dar una vueltecita. -¡Wow y recontra-Woooooow!-.

-“¡En la madre! ¡Me veo buenísima!”, pensé extasiado, recorriendo el reflejo de arriba a abajo, girándome para apreciar cada revelador detalle de una figura,  que hasta ese momento no sabía que tenía.

Y es que el favorecedor atuendo sorpresa, no era más que un pequeñísimo shorcito que se ajustaba como guante a mi trasero y un diminuto chaleco, que apenas cubría el brassier y se abrochaba entre mis pechos con un solo botón.

La finísima seda negra evidenciaba como nunca mi femenina silueta, resaltando mis redondeles y afirmando mi breve cintura.

En cuanto al calzado, descubrí fascinado que las elegantes y sencillas sandalias de tacón mediano, hacían ver mas largas mis torneadas piernas y daban a mi acolchonado culito, un aspecto aún más respingón.

Para rematar, el ligero maquillaje destacaba mis facciones de colegiala y el rimel y el colorete, acrecentaban el tamaño y color de mis ojos y el sensual grosor de mis labios.

-¡Sí, Karlita!-, exclamó entonces la francesa, como si leyera mi mente. –Te ves, como lo que eres: una joven, sexy y preciosa mujercita-.

-¿De…De verdad te gusta, Izy?-, pregunté, nervioso, en parte por inseguridad, pero también porque quería seguir escuchando sus piropos.

-Te la voy a poner así-, respondió, hincándose frente a mi. –Si no fueras el novio de mi patrona… ¡Ahorita mismo te raptaba!-.

Yo sonreía halagado, tanto por sus palabras, como por el brillo e sus hambrientos ojos.

-Pero… ¿No me veo muy…muy putona? ¡Es que, mira! ¡Casi se me salen los… los pechos! ¡El short me queda a media…a media nalga! ¡Y hasta la tanga se me asoma, acá, por abajito de la espalda! ¡Mira, Izy! ¡Mira!-.

-Y hay algo más, mamacita-, añadió la doncella, divertidísima con mi ataque de pudor. -¡Se te notan todos los pezoncitos! ¿Ves? ¡Y los traes, pero si bien paraditos!-.

-¡Es cierto!-, grité. – ¡No, yo me rajo! ¡Pura madre que salgo así!-.

-A VER, BEBITA ¿CÓMO QUE NO QUIERES SALIR? ¡SI ESTÁS PARA COMERTE, PUTITA!-.

-¡Naomi!-, brinqué sobresaltado. -¡Perdón! Quise decir… ¡Mami! ¿Cuánto…Cuanto tiempo llevas ahí?-.

Más imponente que nunca, la Mulata sonreía recargada en la entrada del baño-vestidor, cruzada de brazos, devorándome con la mirada.

-El suficiente para darme cuenta que me quieres dejar plantada-.

En cuanto terminó la frase, la gigante empezó a caminar hacia mi, exuberantemente avasalladora. Sólo de ver su paso de pantera, mi corazón se desbocó y volví a confirmar que, aunque Isabelle me excitaba y enternecía a más no poder, Naomi era mi única dueña.

-A ver, chaparrito-, empezó a reclamar maternalmente, al llegar a mi lado. -¿Por que quieres hacerme quedar mal con mis amiguitas? ¿Se le zafó un tornillo a mi nene, o qué?-.

Volteé hacia arriba, increíblemente nervioso. Sus más de dos metros de altura y su dominante y cachonda mirada, me recordaron de sopetón porqué me tenía plenamente sometido a sus caprichos.

-Es que, Ma-Ma-Mamita-, expliqué tímidamente. -¡Me da pena que me vean así!-.

Sonriendo con picardía, la Mulata se inclinó y besó ligeramente mis labios.

-Relájate-, ordenó con dulzura, cerrando mis párpados con su mano y girándome frente al espejo. –Ahora cruza tus manos por detrás…así. Párate derechito y cruza una piernita por delante de la otra, como cuando me estabas coqueteando en el salón. ¿Te acuerdas?... Sí, justo así. Ya. Ya puedes abrir los ojitos.

Volví a contemplarme y sería por el magnetismo de la Mulata o porqué su presencia me hacía sentir más seguro y protegido, que la imagen que me devolvió el espejo me hechizó y acabó con mis dudas.

-Dime la verdad, pequeño-, expresó entonces. -¿Te gusta lo que ves?-.

-Sí, Mami-, respondí totalmente sincero y con un nuevo brillo en la mirada. -¡Me fascina lo que veo!-.

-Bien-, concluyó, enderezándose y extendiendo su mano hacia mí. –Entonces es hora de que el mundo empiece a conocer a Karlita. ¡Vamos!-.

Empezamos a caminar hacia la salida, pero justo en la puerta, Naomi se detuvo y volteó hacia Isabelle.

-Por cierto, Izy… ¿Porqué tardaron tanto?-.

La doncella tragó saliva, pillada por sorpresa. Sin embargo, habló con total tranquilidad.

-La verdad, Mademoiselle, fue un poco difícil que Monsieur se relajara, pero al final creo que hice un buen trabajo. ¿No lo creé usted?-.

-Muy buen trabajo-, respondió inmediatamente la gigante, -pero a mi no me hace usted tonta, señorita. Ya arreglaremos cuentas después-.

-Por ahora-, añadió, dulcificando su tono y volviendo a sonreír-, lo que quiero es que te cambies para que disfrutes de la fiesta. Las demás doncellas ya están atendiendo a las invitadas y tú, mi traviesa criadita, te has ganado un premio-.

-¡Gracias, Mademoiselle!-, contestó, feliz como una niña.

Con un último guiñó a la mucama, Naomi volvió a encaminarse hacia el salón, conmigo de la mano.