La dulce trampa (7)

La Mulata sigue retrasando premeditadamente el momento de desvirgar a Carlitos, mientras éste conoce a Isabelle, la bellísima y cachonda mucana de Naomi.

-DING-DONG…DING-DONG…-

El timbre sonó justo cuando Naomi estaba a punto de meter su vergota en mi culo.

-¡Vaya! ¡Ahora sí que te salvó la campana, bebé!-, expresó sonriendo la gigante, sin retirar el enorme glande de la entrada de mi orificio.

Debajo de la Mulata, completamente abierto de piernas y aferrado con las manos a sus hombros, yo parpadeé confuso. Había tenido mis dudas a lo largo de la noche, después de todo, iba a perder la virginidad anal a manos de esa exuberante, bellísima y colosal Transexual.

Sin embargo, a esas alturas del partido yo estaba más que dispuesto y no quise renunciar al delicioso momento.

-No hagas caso, Mami-, le dije, mirándola suplicante y envolviéndola con mis piernas, apoyando mis tobillos en sus rotundas nalgas. –Segurito es un vendedor-.

-¿A estas horas de la madrugada?-, respondió, sonriente. -¡Como crees, tontito! ¡Nada mas a ti se te ocurr…!-.

-¡O Testigos de Jehová! ¡Eso!-, la interrumpí, pasando sugerentemente mis manos por sus fuertes brazos y moviendo mis caderas contra la punta de la reata. –Lo que sea… ¡No abras, Mamita!-.

Naomí me miró fijamente un instante, antes de estallar en una diáfana carcajada. Al terminar, se inclinó un poco más hacia mí y besó ligeramente mi boca.

-¡Serás cachondo, nene!-, exclamó, mordiendo juguetona mi labio inferior. -¡Yo sabía que debajo de esa fachada de niño inocente y seriecito, se escondía toda una putita!-.

-¡No es eso, Mami!-, me defendí, poniendo mi mejor cara de virginal pureza.

-¿Ah, no?-, replicó ella, arqueando una ceja y presionando un poco más su cabezota contra el acceso a mi húmedo agujero, que inmediatamente palpitó, goloso.

-Bue…Bueno…-, respondí, cerrando los ojos y bajando mis manos hasta su garrote, apretándolo, amasándolo. –Sssiii…si me tienes súper caliente, pero… ¡En serio! ¡Que tal sin son ladrones!-.

La Mulata volvió a reír, tras lo cual se separó con cuidado de mí y se irguió.

-No pueden ser ladrones, porqué este edificio es una fortaleza-, me explicó pacientemente. –Tiene un sistema de seguridad de los más modernos del mundo y muchísimos guardias, que tu no viste, pequeño, porqué les ordené ser discretos para no asustarte-.

-Si, pero, ¿Qué tal sin son secuestradores profesionales?-, insistí infantilmente, parándome de puntitas frente a ella y sujetándome de su cuello, mientras mi otra mano sobaba con suavidad sus huevotes. ¡Le estaba rogando que me enculara!

Naomi sonrió más ampliamente ante mi descarada lujuria y me levantó en el aire por las nalgas para abrazarme, a horcajadas sobre ella. Ahí montado, me susurró al oído:

-Pues resulta, chaparrito, que esos "delincuentes" son unas amiguitas mías que vienen a darle una sorpresita a mi libidinoso y terco niño…-

-¿A-Ami-Amigas…tuyas?... ¿¡Aquí?!... ¿¡AHORITA?!... Pero…pero…-

-Son unas chicas de lo más lindas y simpáticas bebé, que vienen exclusivamente a amenizarte la noche y que, por cierto, ya tienen buen rato esperando abajo-.

Conmigo en brazos, la gigante se dirigió entonces al bar, en cuyo altísimo mostrador me dejó sentado. Inmediatamente a mi lado, instalado en la pared, se encontraba un intercomunicador.

-¿Son ustedes, chicas?-, preguntó Naomi, pulsando el botón, recargándose entre mis piernas y abrazándome por la cintura.

-¡Siiiiiiiiiiiiii!-, respondió un alegre coro del otro lado de la línea. La animada respuesta me hizo pasar saliva, pues claramente se trataba de un numeroso grupo de desinhibidas chicas.

-Menos mal-, continuó la gigante, lamiendo suavemente mis pezones y mirándome divertida. –Por que mi amiguito creyó que se trataba de unas pervertidas que lo quieren violar…-

Las "depravadas" volvieron a contestar en grupo, sin ton, ni son, haciéndome sudar.

-¡Por mí, encantada!... ¡Conmigo, le atinó! … ¡Yo a eso vine!... ¡Nomás, préstamelo tantito y verás!...-

-¡Bueno, bueno! ¡Tranquilitas!- interrumpió mi anfitriona, disfrutando al verme intensamente ruborizado. -¡Que ya tienen a mi niño todo asustado y temblando como ratoncito!-.

Y se volvió a escuchar el relajo.

-¡Uy, que rico!... ¡Que casualidad! ¡Yo ando como gata en celo!... ¡Tú déjanos solitos y yo le quito lo miedoso!...-

-¡Ya, ya, niñas!-, volvió a cortar Naomi, con juvenil amabilidad, pero denotando que tenía cierta autoridad sobre ellas. -No quiero que les amanezca ahí abajo, que ya estoy muy apenada por hacerlas venir de madrugada. A ver, tú, Eva. ¿Trajiste todo lo que te pedí?-.

-Todo-, respondió una sensual voz, de aristocrática entonación. –Y por la hora no te preocupes, que todas andábamos juntas de fiesta y estamos encantadas de seguirla contigo.

-Me alegro, preciosa. Y tú, Zuri, ¿tampoco tuviste problemas?-.

-Ninguno, negrita-, contestó alguien de timbre cargadamente erótico, casi, casi vulgar y con acento brasileño. –Vienen exactamente las chicas que me pediste, muy contentas por la invitación y con todo listo para la clase de reventón que tienes en mente.

-¡Perfecto!-, concluyó la Mulata. –En cuanto escuchen el chirrido, empujan la puerta y se vienen derechito al depa. Los guardias ya están informados de su presencia, pero les van a dar una revisadita de rutina. Voy a dejar mi puerta sin cerrojo, pues me voy a retocar y a poner a mi niño muy guapito para ustedes.

-Ya saben que están en su casa-, añadió. –Además, aquí va a estar Isabelle para atenderlas como princesas. Así que, ¡corriendo, chicas! ¡Que la vida es corta!-.

Diciendo esto, Naomí pulsó otro botón contiguo al intercomunicador, seguramente para abrir la puerta del edificio. Luego tomó un control remoto de encima de la barra y apuntándolo hacia la entrada del apartamento, desactivo el seguro. Finalmente marcó dos dígitos en un teléfono interno, también empotrado al muro.

Todo esto lo hacía con una ligera sonrisa e ignorándome premeditadamente, como sabiendo que al evadir las mil preguntas que afloraban en mis ojos, incrementaba mi nerviosismo y excitación.

-¿Izy?-, dijo, cuando le respondieron. -¿Estás lista, linda?... ¡Que bueno! ¡Te agradezco nuevamente que me ayudes a una hora tan avanzada!-.

-Por cierto-, agregó, frotando suavemente mi pene entre dos de sus dedos y mirándome con picardía. –Atiendes a las invitadas, pero como tú también estás contribuyendo a darle a mi nene una noche inolvidable, quiero que te relajes, que tomes lo que quieras y que disfrutes del espectáculo. ¿OK? Bueno, te espero guapa-.

Inmediatamente al verla colgar, quise decirle algo, pero ella se me adelantó jalándome por la nuca y estrellando mis labios contra los suyos. Al mismo tiempo y con la clara intención de derrumbar mis defensas, empezó a amasar con una mano mis tetas, mientras con la otra masturbaba dulcemente mi pollita.

Cuando me soltó, yo sentía renovados escalofríos en toda la piel y mi verguita volvía a brincotear con violencia.

-¿Verdad que NI los perritos, NI las vaquitas, NI los juguetitos, NI MUCHO MENOS, los bebitos, hablan? ¿VERDAD QUE NO, chiquito?-, susurró de pronto, levantando ligeramente mis caderas para juguetear con la entrada de mi culito.

-Nnnno…no, Ma-Mamita…no hablan…-….

-Bien-, añadió, chupeteando la cabecita de mi hinchado miembro. –Sólo quería cerciorarme que mi niño recuerda su posición y para que sepa que AHORITA, NO QUIERO preguntitas. ¿OK?-.

El tono era de advertencia, pero los mimos en mi ano y pene eran tan exquisitos, que apenas pude responder.

-O…OK, Mami…-

-Bueno, pues, ¡a refrescarnos, pequeño, que tenemos invitadas!-, exclamó alegremente y suspendiendo las caricias.

-Mira-, añadió, sujetando con ambas manos mis nalgas. -Me voy a adelantar al baño del despacho, es la puerta que está detrás de mi escritorio. Tú me alcanzas con las batitas, después de que limpies con una servilleta húmeda la parte del sillón en que hicimos cositas. ¿OK, bebé?-.

-No te preocupes por nada más-, prosiguió, segura de que seguía sus palabras con atención. -Ya viene Isabelle, que es una doncella muy linda, eficiente y que, por cierto, ¡te va a encantar!-.

La Mulata giraba sus instrucciones con una sonrisa y mientras rozaba acarameladamente mi trasero y espalda, pero con un aplomo que no daba lugar a discusión.

-¿Todo claro, chaparrito? ¡Excelente! ¡Te espero en el despacho!-, concluyó enérgica, besándome brevemente y dirigiéndose a su oficina.

Yo dudé un poco, antes de decidirme a detenerla.

-¿Ma-Mami?...-

-¿Ahora, que, latoso?-, respondió ella, cruzándose de brazos y penetrándome con los ojos, en un claro aviso de que estaba pisando terreno peligroso. En momentos como ese me convencía que la voluptuosa colegiala estaba acostumbrada a mandar y que conmigo, se mostraba muy paciente.

-Es que…es que…-, empecé a decir, apenas sosteniendo su mirada y frotándome las manos.

-¿QUÉ, Carlitos? ¿QUÉ?...-

Tragué saliva, pues también en ese instante me percaté que, cuando Naomi me llamaba por mi nombre, aunque fuera en diminutivo, es que estaba sumamente molesta.

-Que si por favor me puedes ayudar a bajarme de aquí, Mamita-, musité al fin, agachando la mirada.

Ella empezó a sonreír con dulzura, enternecida de que me diera tanta vergüenza el necesitarla para algo supuestamente tan sencillo, pero complicado para mí por las dimensiones del mueble.

Cuando volvió junto a mí, se percató además que la inminente aparición de las chicas me tenía tan asustado, como cuando le impedí desnudarme en su habitación.

-¿Qué tiene mi niño? ¿Lo dejaron trepadito, como pollito?-, me preguntó dulcemente, enmarcado mi rostro con sus grandes manos

-Si…si Mami…-

-¿Y aparte, se volvió a poner nervioso mi chiquito? ¿Verdad?-.

-Ssssi, Ma-Mamita, un poco…pero…pero…-

-¿Por qué?-, me interrumpió. -¿Por las muchachas malas que quieren violar a mi rorro?-.

-Si…sí, Mami…por eso, pero…pero… ¡Yo no había dicho nada, eh? ¡Tú…Tú me estás preguntando! ¿Verdad? ¿Verdad que sí?-.

La gigante se carcajeó, alimentándose de mi temor como las sirenas con los náufragos.

-Ya sé, bebé-, dijo, tranquilizándome con el roce de sus dedos. -Tú ni pío dijiste y cerraste el hociquito. Mami, que adora y conoce muy bien a su flaquito, fue la que se dio cuenta de todo. ¡A ver!-.

La Mulata me tomó entonces por las nalgas, me repegó contra sus tetotas y empezó a bajarme al piso, deslizándome a lo largo de su cuerpo. Pero mucho antes de llegar al suelo, mi trasero topó con algo.

¡Me había sentado, a horcajadas, en su vergota, con el durísimo y grueso mástil acomodado en la raja de mi culo! La burlona sonrisa de la joven y la forma en sus manos amasaban mis glúteos, demostraban que aunque en verdad intentaba apaciguarme, no podía resistir la tentación de jugar a su antojo con mi cuerpo y mis emociones.

-Vamos a ver-, habló finalmente, empezando a mecerse de lado a lado, conmigo montado. -¿Qué le preocupa a mi Rey? Por que te aseguro que mis amiguitas te van a encantar. Las mandé traer especialmente para ti, por simpáticas y bonitas.

-Es que…es que… ¡me van a ver, Mami! ¡Me van a ver, como tú me has visto!-, exclamé, aferrándome a sus brazos.

-¡Claro que te van a ver, tontín! ¡Y mucho más de lo que imaginas!-, respondió, sosteniendo mi peso con una sola mano (claro, ayudándose con la potente reata) y utilizando la otra para darme nalgaditas.

-¡Pero de eso se trata!-, añadió. -¡Quiero presumirte y que las chicas sepan que tengo al novio más lindo del mundo! ¡A mi propio Brad Pitt de bolsillo!-.

-¿Novio?-, cuestioné, emocionado con la palabra y olvidando del todo mis dudas.

-¡Claro, burrito! ¿O creías que cualquiera me gusta para mi putito, para que sea mi perrito particular? ¡No, zopenco! ¡Eres el primero que invito a mi departamento!-.

Yo no supe que contestar. Embelesado por la posesiva sinceridad de sus ojos, abracé más firmemente sus caderas con mis piernas y me impulsé hacia arriba, para besarla con toda mi pasión.

-¡Ay, bobito chulo!-, exclamó a mi oído, cuando nos separamos. –No sé que va a ser más difícil de hacerte entender: el que me gustas horrores y a mis amigas les vas a encantar, o el que ya no te voy a soltar…-

-¡Pero, bueno!-, suspiró, colocándome en el piso. –Tú y yo siempre nos ponemos melosos y se nos olvida que hay acción. Así, que ¡a trabajar, mi nene!-.

Pero cuando se dirigía a su privado, agregó con tono juguetón, sin voltear a verme:

-De verdad te sugiero que muevas el culito y te apures, chiquito. No por mí, que yo tengo pendiente un telefonazo. Lo digo porqué si mi niño no se apresura… ¡Las chicas lo van a cachar desnudito a mitad de sala!-.

-¡En la madre!-, maldije, dándome cuenta que las visitas arribarían de un momento a otro.

Como de rayo y mientras la gigante ya había abandonado la habitación, tome un puñado de servilletas, las humedecí con un poco de agua de la hielera, limpie el sofá, tiré los papeles en un cesto que encontré tras la cantina y salí corriendo rumbo al despacho, justo cuando se escuchaba que el elevador llegaba al Penth House.

-¡Chín!-, vociferé en voz alta, frenándome. -¡Las batas! ¡Me mata Naomi, si las olvido!-.

Volví sobre mis pasos apresuradamente y me apoderé de la túnica de mi imprevisible amiga, que permanecía tirada en medio del salón. Pero cuando me dirigí al sillón para tomar la mía, me congelé.

Ahí, unos pasos adentro del corredor que daba a las habitaciones, una altísima morena vestida como la clásica doncella francesa, me miraba fijamente.

La bata que ya había recuperado cayó de mi mano. Mis pies y brazos se petrificaron y no atiné a hacer absolutamente nada para tapar mi desnudez. Mientras, la doble de Angelina Jolie me sonreía discreta, pero voluptuosamente.

Sus ojos y cabello eran intensamente negros, sus labios rojísimos y llenos, su tez más blanca, que trigueña y, al igual que Naomí, de piel y rasgos tan frescos, femeninos y juveniles, que contrastaban con su elevada estatura y sus abundantes y muy bien distribuidas carnes.

No se veía tan fuerte como mi Mulata, pero con al menos 1.80 metros de elevación (sin contar los obligados tacones) y una cinturita de modelo, la joven Sofía Loren lucía frondosamente espectacular. Y comparada con mi complexión, simplemente imponente.

-Bonnes nuits, señorito-, dijo de pronto la bella aparición. –Usted debe ser monsieur Carlos-.

La doncella mencionó la palabra "señorito" espontáneamente y haciendo una sencilla y elegante caravana, pero a mi la situación y el irresistible acento parisino me tenían en las nubes.

-Ssssi-, alcancé a responder. – A sus…sus órdenes…y usted debe ser…-

-Mademoiselle Isabelle-, me interrumpió amablemente, -y yo soy quien está para servir al señorito en lo que deseé. Para mi será un verdadero placer.

-Y por favor monsieur, no me hable de usted-, añadió, caminando hacia mí y ondulando enloquecedoramente sus curvas. –Me gustaría que me llame Izy, que estoy segura que tendré el honor de llegar a conocerlo muy bien-.

La morena dijo lo anterior con un tono discreto, pero arrebatadoramente sexy, mientras se paraba frente a mí con total naturalidad. Yo permanecía desnudo y ruborizado de pies a cabeza, aunque la mirada de la chica se mantenía en mi cara, como evitando faltarme al respeto.

Y cuando vi que (¡también con ella!) tuve que elevar muchísimo los ojos para poder responderle, los nervios terminaron por ganarme y me arrojé a una atropellada y rápida sucesión de palabras

-Gra-Gracias…Izy. Te agradez-dezco la hospitalidad y estaría encan-encantado de conocernos mejor…-

-Pero creo tendremos que esperar un poco, monsieur-, me interrumpió de nuevo, inclinándose ligeramente hacia mi, con las manos cruzadas por detrás.

-¿Cómo? ¿Perdón?-, respondí confuso. ¡Nomás faltaba que la hermosa francesita, también se pusiera a jugar conmigo!

-Me refiero a que el deleite de satisfacer sus deseos, deberá esperar don Carlos-, añadió, sonriendo y mirando directamente a mi palpitante verguita, con evidente erotismo. –Por que las amigas de mademoiselle Naomi están a punto de entrar y creo que por el momento, el señorito preferiría que no lo vieran desnudo-.

-¡Ah, cabrón!-, exclamé alarmado, porqué efectivamente, alegres y femeninas voces se empezaron a escuchar en el largo pasillo que comunicaba el ascensor y la puerta de entrada.

¡Salí rumbo al despacho, despavorido!

-Una última cosa, monsieur-. La seductora voz de Isabelle me hizo frenarme y voltear, temblando de nervios. No había pasado ni tres minutos con ella y ya tenía el poder de enardecerme con sus palabras.

-Disculpe que lo entretenga, don Carlos, pero creo que va a necesitar esto-, añadió, sonriente y balanceando a mi vista las dichosas las batas.

¡Demonios! ¡Me había olvidado nuevamente de las prendas! ¡Pero la culpa era de esa tremenda morena, que me tenía babeando!

Otra vez deshice el camino y me aproximé a ella, extendiéndole mis manos.

-¡Ah, no! ¡Para eso estoy yo aquí!-, replicó cortésmente, ella. -¡Permítame el señor!-.

Sin darme tiempo a discutir, Izy acomodó suavemente la mayor de las túnicas en el suelo y procedió a vestirme con la otra, para lo cual se colocó a mi espalda y me ayudó a introducir los brazos en las mangas. Hasta ahí la chica actuaba con la rápida y fría precisión de un valet.

El problema vino después, cuando ella se hincó frente a mí y los sedosos muslos, el generoso escote y su cautivadora sonrisa, dispararon peligrosamente mi pulso.

-Si el señor me permite decirlo, des négligé le sienta de maravilla-, susurró la doncella, pasando lentamente su mirada por mi cuerpo desnudo, ahora sí con completo descaro.

-Mademoiselle Naomi hizo una excelente elección-, añadió, cerrando la prenda y rozando mis pechos con sus dedos. –El corte y la talla, destacan lo mejor de monsieur-.

Y por si me quedaban dudas de a que grado aprobaba las dimensiones y estilo de mi batita, la Morena remató alisando los faldones del salto de cama, por adelante y detrás, aparentemente para acomodarlos, pero dándome una buena repasada a mi pene y nalgas.

-¡Magnifique!-, expresó entonces ella, irguiéndose y retocando mi peinado con sus finos dedos. –El señor quedó guapísimo. ¡Un petit Casanova!-.

¡Condenada, gata! ¡Se estaba recontra-pasando! No me preocupaba en absoluto por mí, que ni tengo prejuicios sociales, ni despreciaría a semejante portento. Pero si mi celosa Mulata me llegaba a sorprender. ¡La que se me iba a armar!

-Disculpa, Isabelle-, empecé a reclamarle, con tacto. –No creo que sea conveniente…-

-¡¡¡Ya llegamos!!!-, se oyó de pronto un escándalo, anunciando que el nutrido grupo de invitadas estaba entrando.

Mirando hacia la puerta de reojo, levanté el índice hacia la doncella y lo agité en el aire, en muda advertencia. Alarmado, me percaté sin embargo que no tenía tiempo para nada más, así que di la media vuelta y abandoné el salón.

Pero justo al ingresar a la oficina, alcance a oírla decir en voz baja, sólo perceptible para mí:

-Cuando el señorito lo deseé, su servidora estará encantada de continuar esta conversación…-