La dulce trampa (10)

Antes de debutar como modelo de lencería, Carlitos (por ahora, Karlita) cae en manos de dos portentosas extranjeras: Eva y Zuri. Además, conoce bastante a fondo a otra deliciosa mucama: Lolita...

LA DULCE TRAMPA

Capítulo X

Nuevamente mis disculpas: Por más que intento, cada vez me salen los capítulos más largos. Espero que lo disfruten

El camino del baño-vestidor al salón principal del departamento, donde me esperaban las amigas de Naomi, me pareció eterno.

Llevado por la mano de la Mulata, me sentía al borde del infarto, pues aún no me sentía preparado para enfrentar a un grupo de guapísimas y alocadas chicas con mi nuevo look de putita, aún con lo bien que me sentaba.

A mitad del recorrido, la música, chocar de copas y alegres carcajadas que empecé a escuchar, me aseguraron que la pachanga estaba en su apogeo y que sólo faltaba la atracción principal: yo.

-¡Uy, chiquito!-, expresó la gigante, mirándome una y otra vez de pies a cabeza. –Ya me anda por presumirte con mis amigas… ¡Van a querer comerte, ricura!-.

-Y después-, añadió, acariciadoramente, -tu y yo vamos a tener nuestra propia fiestecita privada… en mi recámara-.

-¿Sí, Mami? ¿En serio?-, pregunté ilusionado, pues la verdad ya estaba que me moría por que me ensartara su vergota.

-Sí, bebé. Ya es hora de que ese lindo culito, sea todito mío-, respondió, soltando mi mano y llevando la suya a mis nalgas, para acariciarme sobre el shortcito el resto del trayecto.

En eso llegamos a la entrada del despacho, donde la entrecerrada puerta era todo lo que nos separaba de la improvisada celebración… y de la primera aparición en público de "Karlita", mi nueva personalidad.

-Naomi, yo…-, empecé a balbucear, súbitamente acobardado.

-Shhhhh-, me calló, con dos dedos sobre mi boca. –Tranquilito, que ya no quiero escuchar quejas, ni dudas-.

La enorme y exuberante Mulata me sonreía con cariño, pero con ese brillo de advertencia en los ojos que yo ya conocía muy bien y que significaba que ya no iba a admitir un solo pero.

-Te repito-, añadió, muy lentamente, -que te ves lindísima, como nunca en tu vida y que vas a ser la sensación. No me vas a hacer quedar mal, ¿verdad, Karlita?-.

Por un instante me quedé en silencio, pero tras perderme en los negrísimos, dulces y dominantes ojos de la joven, mandé al diablo mis inquietudes.

Después de todo y aunque tenía pocas horas de conocerme, la voluptuosa colegiala me estaba regalando la noche más alucinante de mi existencia y con paciencia y sensualidad, sacaba a relucir la femenina y sumisa parte de mi, a la que ya no estaba seguro de querer renunciar.

-No, no te voy a quedar mal-, respondí, totalmente seguro. –Y te juro que voy a hacer todo lo posible por que estés muy orgullosa de mí-.

La Mulata sonrió ampliamente y acarició con ligereza mis redondas tetitas por encima del revelador escote.

-Bien-, asintió, tomando nuevamente mi mano. –Vamos allá-.

En cuanto Naomi abrió la gruesa puerta y entramos en la estancia, la alucinante atmósfera de juerga nos envolvió. Música bailable brotaba de algún lugar, el alumbrado había sido reducido al mínimo y complementado por algunas luces estilo discoteque y alegres charlas se oían por todas partes.

Con excepción del sofá favorito de mi dueña, todos los muebles del espacioso salón habían sido retirados y en su lugar aparecían unas 10 butacas semicirculares, de las utilizadas en los bares, acompañadas de mesitas redondas y llenas a reventar de enfiestadas chicas.

Las mesas estaban acomodadas en dos filas, una frente a la otra, dejando un espacio en medio, como para una pista de baile. A la cabeza del rectángulo y dominando toda la escena, estaba el sillón de mi anfitriona, en ese momento ocupado por dos altísimas y esbeltas figuras.

Por entre las mesas y esquivando hábilmente a las decenas de espigados y hermosos cuerpos que bailaban y parloteaban por doquier, cuatro guapísimas doncellas repartían bebidas, bocadillos y cajetillas de los tan especiales cigarros elaborados por Naomi.

-"¡Wow!", pensé, tragando saliva y con escalofríos de anticipada excitación por todo el cuerpo. -"¡Estas sin que saben hacer fiestas!"-.

-¡Hola de nuevo, chicas!-, saludó alegremente la Mulata, empezando a recorrer las mesitas. -¡Quiero que conozcan a alguien muy especial para mi!"-.

Durante los siguientes minutos, fui besuqueado, apapachado y descaradamente manoseado, como jamás en mis 25 años de vida. Rubias, morenas, pelirrojas, todas jóvenes y con cuerpos de diosas, pellizcaban mis mejillas, aventuraban sus dedos por mis nalgas y escote y me hacían sentir más que bienvenido.

No recuerdo todos los nombres, pero cada una de las chicas a las que fui presentado eran hermosas y muy femeninas, tanto, que me fue imposible saber si eran mujeres reales o escondían ese "detalle" al que ya me estaba haciendo adicto.

Así, entre sorbos de todo tipo de licores, fumaditas a la alucinante alga y manos recorriendo todo mi cuerpo, rodeamos la pista y terminamos en el famoso sofá, donde nos esperaban las dos portentosas invitadas de honor.

-Niñas-, dijo inmediatamente Naomi, elevando la voz por sobre la música. –tengo el placer de presentarles a mi noviecito, Carlos Miranda-.

-No, Mami-, la corregí coqueto, contagiado por el ambiente y esforzándome por causar la mejor impresión. –Esta noche soy Karlita y estoy para servir a las señoritas-.

Las convidadas sonrieron ante mi pose de sexy colegiala e inmediatamente, extendieron sus manos hacía mí.

-Nice to meet you. Mucho gusto, Karlita-, dijo una de ellas en perfecto inglés, con el refinado acento de los habitantes de Nueva Cork –Yo soy Evangeline Sotherby y ardía en deseos de conocer a quien trae loquita a Naomi-.

La joven que en ese momento me desvestía con la mirada, era una rubia de casi 1.90 de estatura, vestida con un elegante traje sastre que no podía disimular sus discretas, pero definitivas curvas. Las tetas que se asomaban por el saquito, eran de tamaño justo y su breve cintura y torneadas piernas, hablaban de un bellísimo cuerpo de gimnasio.

Era la viva imagen de Nicole Kidman, pero con el cabello lacio y algo más voluptuosa que la exesposa de Tom Cruise, sobre todo en cuanto a busto.

-Hola, pequeña-, interrumpió alegremente la otra, una castaña de ensortijado cabello de gitana y chispeantes ojos verdes. –Enchanted do conocerte. Yo soy Zureima Coelho Da Souza y tú eres una mujercita deliciosa-.

Quien acababa de describirme tan cachondamente, no medía menos de 1.80 y exudaba sensualidad por todos los poros. Y mientras la rubia era distinguida y esbelta, ésta era una bomba sexual, con talle de avispa, pechos, muslos y nalgas rotundos y todo descaradamente exhibido en un juvenil vestidito.

Hablando de gente famosa, la joven tenía todo el tipo de Pamela Anderson, chichototas incluidas, sólo que sin el cabello dorado.

El idioma portugués, su forma de hablar y sobre todo, la desvergonzada lujuria con que me comía con los ojos, me hicieron inmediatamente identificarla como una liberal brasileña.

Y para no variar, ambas se veían más fuertes que el común de las mujeres y evidentemente con la capacidad de manejarme como les viniera en gana.

-Pero, ¿por que la formalidad? ¡Estamos de fiesta!-, expresó entonces Naomi, parándose entre ellas, abrazándolas por la cintura y mirando hacia mi. –No Karlita. Nada de "Evangeline", ni "Zureima". Tú, mi chiquita, puedes llamarles Eva y Zuri, que te aseguro que vas a llegar a conocerlas con mucha intimidad-.

Mordiéndome el labio de inferior, encendido por la erótica promesa, avance a unos centímetros del espléndido trío y me paré de puntitas para besar ligeramente los labios de las invitadas.

-Entonces, muchísimo gusto Eva y Zuri-, susurré insinuante. –Y les repito que soy su más servil… ¡Digo! Su más atenta servidora-.

Las tres me miraron sonriendo, encantadísimas con mi actitud de nena precoz, pero sin decir nada. El silencio que nos envolvió, no era de los que te hacen sentir incómodo, sino uno cargadísimo de electricidad carnal.

-Bueno, niñas, les dejo un momento a mi noviecita-, dijo de pronto Naomí. –Voy a revisar que todo este listo para el espectáculo-.

-Te las encargo mucho, Karlita-, añadió, guiñándome un ojo. –Son de mis mejores amigas, así que no dudes en portarte muy bien con ellas, sobre todo con Eva, que se acaba de quedar sin galancito y necesita consuelo. ¿OK?-.

-OK, Ma…Mami-, respondí, captando de inmediato la caliente e indirecta orden. –Vete tranquila, que las voy a atender muy bien.

En cuanto quedamos solos, mis nuevas amigas se acomodaron en el sofá y sin consultarme, me levantaron en vilo para colocarme entre ellas, con esa naturalidad a la que no me terminaba de acostumbrar. Ambas se habían sentado de ladito, volteadas hacia mí y envolviendo mis hombros con sus exquisitas tetas.

-¿Te gustó tu ropita, bebé?-, me preguntó al oído la rubia, tras hacerme dar un largo trago a su whisky y rozando sugerentemente mi escote. -I choose it. Yo la elegí para ti-.

-Me…Me encantó, Eva-, respondí nervioso, pero emocionado con las atenciones de las hermosas vampiresas. –Aunque me siento…raro, así, vestido de…de…de chica y con cosas tan…tan chiquitas-.

-No tienes por que sentirte extraño, pequeño-, intervino la brasileña, acariciándome el muslo por dentro el shortcito. – Te ves tan suculento, que yo te cocinaría a fuego lento y en tu propio juguito-.

-Gra-Gracias, Zuri-, tartamudeé, alternando tímidamente la mirada entre los dos pares de pícaros ojos que me dominaban desde arriba. –Gracias a las dos-.

-"¡Dios! ¡Me voy a correr aquí mismo!", pensé, con mi pene formando una carpita en mi ajustado pantaloncillo, reaccionando a las caricias que me regalaban por todas partes. –"¡De este depa, nomás muerto me sacan!"-.

-Y dime, Karlita. ¿También te gustó la lencería?-.

Eva lanzó la pregunta empezando a jugar sugerentemente con el único botón que cerraba mi chalequito.

-Sí, muchí…muchísimo. Está muy…-

-¿Y también te queda chiquita, chiquita?-, interrumpió Zuri, intercambiando una mirada de complicidad con la rubia y mordiendo el lóbulo de mi oreja.

-Ssssi…-, empecé a temblar ligeramente. –Bas…Bastante…-

-¿Y que tal si nos dejas dar una miradita?-, intervino la rubia, repegando más sus tetotas contra mi hombro.

-¿Una…Una miradita? No…No sé, es que…-

-Anda, linda-, secundó la brasileña, también enbarrándoseme del todo. –Sólo un vistazo. ¿Sí?-.

Y como si se comunicaran mentalmente, las portentosas jóvenes empezaron, al mismo tiempo, a hacer círculos con las uñas alrededor de mis endurecidos pezones, que claramente se destacaban a través de la ligera seda del chaleco.

-¡No sean malas!-, imploré, cerrando los ojos y recargando mi cabeza hacia atrás. –Yo si quisiera, pero…pero… ¡Naomi es celosísima!-.

-Ya lo sabemos-, me tranquilizó Zuri. –Pero también sabemos que tu Mami es muy dura con las nenas desobedientes…-

-Y tú-, añadió Eva, –estas siendo una putita muy, muy malportada, porqué se te ordenó atendernos muy bien y no lo estás haciendo-.

Las chicas seguían tocándome con sensualidad, pero sus miradas se habían tornado maliciosamente amenazadoras, como un par de jóvenes lobas, jugueteando con un venadito.

Me sentí acorralado. Por un lado temía las represalias de la voluble Mulata, quien no necesitaba de muchos pretextos para hacerme sentir su superioridad. Pero a la vez, mis defensas se derrumbaban con el seductor manoseo y las advertencias que las despiadadas chicas, seguían ronroneando en mis oídos.

Justo en ese momento ví que novia abandonaba el salón con rumbo a la cocina y quise huir en dirección a ella.

-¡Epa! ¿A donde crees que vas, zorrrita?-, reclamó la castaña, inmovilizándome con sólo colocar uno de sus rotundos muslos sobre los míos. – ¿Piensas abandonarnos en plena fiesta?-.

-Me parece-, secundó la rubia, agitándome por una oreja, -que esta niña se va a ganar unas buenas nalgadas en cuanto la acusemos con su Mami-.

-¡Uy, que rico Eva! ¡Ya se me antojó ver a esta perrita con el culito en pompa y recibiendo sus buenos azotes por groserita!-.

-No sean así-, empecé a decirles, con ojos suplicantes. -¡No soy un juguetito! ¡Y de verdad que sí me puede ir muy mal si…-

-Vamos por partes-, me interrumpió la gringa. –SÍ ERES un muñequito que nos prestaron para jugar un ratito…-

-…pero nos gustas mucho-, completó la brasileña, como si hablara una misma persona. –Y no queremos ser malas contigo. A ver, ¿Cómo le haremos? ¡Ah! ¡Ya sé!-.

Entonces la exuberante castaña sacó una delgada pañoleta de su bolso con la que, en un segundo y sometiéndome con facilidad, ató mis muñecas por detrás de mi espalda.

La sorpresiva maniobra me dejó con el torso arqueado hacia delante, completamente a merced de las imponentes jóvenes.

-Pero… ¿¡Cómo!? ¿¡Por qué!?... ¡Mmmmmmmmmmm!-

Seguramente a todas las entrenan en la misma escuela de Dominatrices, porqué tampoco Zuri había dudado en silenciarme de una muy efectiva forma: besándome a profundidad.

-Es por tu bien, Karlita-, me susurró al oído. –Porqué así ya no es tu culpa, ¿verdad?-.

-Por supuesto que no-, aseguró la rubia, sin dejarme responder y arañando deliciosamente la parte interna de mis muslos. –A ver, ¿Qué puede hacer una débil y apetecible nenita como tú, ante dos depravadas como nosotras?-.

-¿Verdad que no te puedes defender, preciosa?-, secundó la brasileña, introduciendo un dedo en mi desnudo ombligo. -¡Pobrecita putita! ¿Qué va a ser de ti?-.

Entonces entendí que, más allá de mí temor a Naomi, efectivamente nada podía hacer frente al poder de aquellas traviesas chicas y no me quedaba más que disfrutar el momento y sujetarme a sus caprichos.

-¡No puede ser!-, susurré, fingiéndome una mujercita a punto de ser violada, pero ondulando sugerentemente el cuerpo. – ¡Me tienen amarradita e indefensa! Por favor, señoritas… No… ¿No se van a aprovechar de mí? ¿Verdad?-

-¡Por supuesto que sí! -, respondieron a coro e inmediatamente Eva se apoderó de mis labios, mientras Zuri se deshacía del famoso botón.

-¡Uyuyuy!-, exclamó la brasileña, abriendo del todo el minúsculo chaleco. -¡Que bonito brassiercito! ¡Y que bien te luce, chiquita!-.

-Yo lo elegí personalmente-, presumió por su parte la rubia, pero sin dejar de besarme.

-Pues que extraño, Eva, porqué creo que está defectuoso…-

-¡Es imposible!-, respondió la norteamericana, enderezándose ofendida. -¡Si es de la nueva línea que acabamos de diseñar!-.

-El modelo está monísimo-, explicó Zuri, con un socarrón guiño. –Pero como que algo anda mal con la parte de acá… ¡Uuups! ¿Ves? ¡Algo le pasa a esta copa!-.

La castaña acababa de bajarme como si nada un tirante del sujetador, dejándome con una tetita al aire.

-Ya que lo mencionas…-, añadió Eva, con el mismo tono juguetón y haciendo lo mismo que su amiga. -¡Uy! ¡Tienes razón, Zuri! ¡También este lado está mal!-.

Quede con ambos pechos desnudos y forzado a inflarlos por la postura en que me tenían. Cruzando otra mirada de complicidad, las chicas se apoderaron en el acto de mis senos, amasándolos, pellizcándolos y sobre todo, enfocándose en mis durísimos pezones.

-Estoy apenadísima contigo, Karlita-, susurró la rubia, sin dejar de tironear mi tetita y mirándome pícaramente a los ojos. –Yo elegí para ti mi mejor lencería y… ¡Ya ves! Resultó deficiente-.

-Nnno…no hay pro…problema…-, respondí apenas, con todos los vellos erizados por las intensas caricias y perdiéndome en esas pupilas color zafiro. –La…La intención es lo que cu…cuenta…-.

-¿Y que tal si, además del diseño, hay fallas en la tela?-, preguntó de repente la brasileña, poniendo una fingidísima cara de alarma. -¿Te imaginas tener que enfrentar miles de demandas por casos de irritación de piel?-.

-¡Sería la ruina!-, asintió Eva, también simulando preocupación, para añadir dirigiéndose a mí. –A ver, bebita. ¿Te arden tus pechitos?-.

-Nnnnoooo…-, murmuré con toda sinceridad, pues el manoseo me tenía realmente en la gloria. –Nun…Nunca los había sentido me…mejor…-

-¡No podemos correr riesgos!-, objetó la castaña, con infantil actitud de superhéroe. -¡Este asunto, hay que checarlo a fondo!-.

-¡Definitivamente, compañera!-, secundó la rubia, siguiéndole el juego. -¡A fondo!-.

Y con extraordinaria sincronización, ambas cabezas se inclinaron hacia mis expuestos senos, para empezar a devorarlos pausada y sublimemente.

-¡Aahhh!... ¡Aahhh!... ¡Aahhh!...-, empecé a gemir bajito, mientras era minuciosamente lengüeteado por mis "preocupadísimas" seductoras.

-¿Que passa, minha putinha? ¿Por qué te quejas?-, ronroneó Zuri, en un cachondísimo portugués. -¿Te ardem teus peitos?-.

-¡No!… ¡Aaahhhhh!... De verdad que los pechos los… ¡Aaahhhhh!... los siento de maravilla…-

-Quisiera creerte, my little bitch, but I can´t take risks. No puedo arriesgarme a perder clientas-, insistió Eva, restregándome al oído su elegante, pero libidinoso inglés. –A ver, ¿si te hago esto, tampoco te duele?-.

-¡Aaahhhhh! ¡Po…Poquito!-, respondí, brincando por la deliciosa mordidita a mi pezón. –Pero se siente ri… ¡Aaahhhhh!... riquísimo!...-

-Es mejor que también verifiques ésta-, propuso sonriendo Zuri, acunando en su mano mi otra tetita y levantándola hacia la rubia, como quien ofrece un bocadillo.

-Les juro chicas, que no me duele nad… ¡Aaaaahhhhhhhh!...-

Eva había preferido salir de dudas y procedió a repasar con sus dientes mis chichitas, seguramente mas preocupada por la calidad del producto, que por mis inciertas quejas.

-"¡Mamasotas! ¡Me están violando en público!"-, pensé, con espasmos de placer por todo el cuerpo, pero volteando nerviosamente hacia el resto de las mesas.

-"No, creo que nadie va ayudarme… ¡Más bien, quieren ayudarlas!"-, concluí, percatándome que muchas de las presentes efectivamente observaban con mucho interés la escena, pero sin ninguna intención de rescatarme.

-¡Oh, no!-, exclamó entonces Zuri, poniéndose teatralmente las manos en el rostro y mirando mi entrepierna. -¡Creo que hay más problemas!-.

-¿Are you sure?-, murmuró la rubia, concentradísima en mi pequeño, pero cada vez más henchido busto. –Por qué yo estoy muy ocupada examinando estas… bolitas tan peculiares-.

-¡Precisamente, Eva!-, insistió la brasileña, presionando con un dedo mi paradísima pollita. -¡Creo que por acá abajo, tenemos otro caso de inflamación!-.

-¡Ooops, que contrariedad!-, respondió la norteamericana, también jugueteando con mi erección y cruzando con su amiga una mirada de entendimiento. –No podemos quedarnos con la duda…-

Y las voluptuosas jóvenes volvieron a actuar simultáneamente: Zuri presionando mi espalda hacia arriba, haciéndome levantar el trasero y Eva bajándome en un solo movimiento shortcito y tanga.

-¡Deus meu!-, exclamó la sensual castaña, empezando a manosear mi henchido falo. -¡Pobrecita putinha! ¡Sí tienes una ampollita!-.

-Pues no me lo vas a creer, Zuri-, corrigió sonriendo la rubia, masajeando mis huevitos con la yema de un dedo. –Pero creo que esta cosita, it´s a very little dick. Es un penecito-.

-¡Não pode ser! ¿Tan chiquito? ¡Impossível! -, respondió la brasileña, abriendo asombrada la boca, pero con los ojos echando chispas.

-A ver, Karlita-, añadió, frotando cariñosamente su nariz contra la mía y sin dejar de masturbarme. -Esta minucia tan insignificante… ¿Es tu verguita?-.

-¡Aahhh!... Sssiiii… Si es…-, murmuré excitadísimo, pero ruborizado por las burlonas miradas.

-¿Sure? ¿Estás segura, puta?-, me insistió la gringa, volviendo a pellizcar mis pezones, pero ahora con mas fiereza, como si estuviera cambiando súbitamente de ánimo –Porqué es realmente menudita. ¿No será un granito que te salió por que te irritó el calzoncito?-.

-¡Nooo!... ¡Aaaaahhhhhhhh!...-, respondí, bufando de caliente, pero cada vez más abochornado por la humillante situación. -¡Les juro que es mi… ¡aahhhhh!... mi pene!...-

-Pues con razón tu Ama te viste de nena-, sentenció, sonriendo implacable y estrujándome con cierto salvajismo una tetita. –Con esa ridiculez, no hay más remedio-.

-¡Aayyyy!... ¡No, por favor!-, lloriqueé, suplicando con la mirada. -¡Yo no… ¡ayyy!... ¡Yo no tengo la culpa! ¡Ay! ¡Ay!-.

-Quizá no-, replicó la rubia, fulminándome con los ojos. –Pero desafortunadamente para ti, me estoy dando cuenta que eres igual de poquita cosa que cierto cabroncito que se portó muy mal conmigo y me voy a asegurar que no le pase lo mismo a Naomi.

-Pero yo… ¡Aaaaayyyyyyyyy!...-

Por un segundo, la atlética norteamericana llevó el apretón al más puro nivel de sadismo, pero inmediatamente dos voces le exigieron detenerse.

-¡Déjalo, bruta! ¡Pobrecito!-, protestó la brasileña. -¡Él no tiene la culpa de tus problemas!-.

-Sí… ¡Suéltelo, Mademoiselle!-, gritó todavía mas impetuosamente Isabelle, apareciendo de la nada frente a nosotros. –Suéltelo… o no respondo-.

La doncella estaba de pie, con todo el cuerpo en tensión, los puños cerrados a los lados del cuerpo y los ojos llameando de ira. De no tenerla tan cerca, no la hubiera reconocido.

Primero, por que se había desecho del uniforme y lucía un juvenil vestidito amarillo, sencillísimo, pero de buen gusto y que destacaba sus espectaculares curvas. Pero lo más contrastante era su expresión: como si estuviera apunto de saltar sobre la rubia, sin importarle que fuera amiga de su patrona.

-Se lo suplico, Mademoiselle-, insistió la francesa, apretando la mandíbula. –Por favor déjelo-.

Eva parpadeó confundida, mirando sucesivamente a las otras dos chicas, para finalmente liberarme, sacudiendo la cabeza, como si saliera de un trance. Inmediatamente Isabelle se sentó entre Zuri y yo, jalándome hacia ella.

-¡Izy! Yo… yo…-, y no pude decir más, pues la morena tapó mi boca con dos dedos y mirándome maternalmente, me abrazó por los hombros, ocultando mi rostro en su cuello. El gestó me quebró y sollocé como niño.

De golpe, me percaté cuanto me gustaba la mucama y lo mucho que me importaba su opinión sobre mí, pues aunque me sentí aliviado con su presencia, también estaba avergonzadísimo de que me hubiera encontrado en tan denigrante momento.

Quise separarme de su pecho para decir algo, pero ella lo intuyó y me apretó mas fuerte contra sus cálidas tetotas, empezando a acariciar mi espalda.

-¡Sacre bleu! ¿Quels démons signifie-t-il cela?-, maldijo cuando su mano llegó a mis manos atadas, para enseguida reprocharle a la rubia.

-No es posible, Mademoiselle Eva-, le dijo, genuinamente extrañada. –Usted no es así. ¿Qué le pasa, señorita?-.

Aún desorientada, la rubia no respondió, pero extendió sus manos para liberar mis muñecas, dirigiéndome una mirada cargada de inseguridad. Parecía realmente apenada, pero como si no supiera que decir para demostrarlo.

-Discúlpala, Izy-, intervino entonces Zuri. –Yo sé que no es excusa, pero Eva ha tenido algunos problemas-.

La francesa examinó el rostro cada vez más afligido de mi agresora y finalmente soltó el aire, relajándose.

-Por mí no hay inconveniente, señoritas-, concedió, -pero creo quien se merece una buena disculpa, es otra personita -.

-Eso no lo dudes-, afirmó la brasileña, ordenando con gentileza. –Déjalo en mis manos, que yo me encargo de que ya no pase nada. ¿OK?-.

Asintiendo con la cabeza, como recordando con quien estaba hablando, Isabelle se puso de pie, conmigo en brazos.

-Me tengo que ir pequeño-, susurró a mi oído. -¿Vas a estar bien?-.

-Creo… Creo que sí-, titubeé. –Vete tran…tranquila, que no quiero que tengas problemas-.

-Por eso no se preocupe, monsieur-, aseguró, guiñándome un ojo. –Yo sé manejar a estas chicas y lo que menos les conviene, es que Mademoiselle Naomi se entere-.

Besándome dulcemente, la doncella volvió a depositarme entre las invitadas y se dio la media vuelta para marcharse.

-¿I… Izy?-, la detuve tímidamente.

-¿Oui, monsieur?-.

-Gra…Gracias-. Las palabras me salieron del corazón, mirándola con verdadero afecto.

-El señor no tiene por que darme… las gracias-, respondió, para inmediatamente inclinarse y susurrar sugerentemente a mi oído. –Ya me lo agradecerá después… dándome otra cosita-.

En cuanto la doncella se marchó, Zuri me abrazó con suavidad y dirigió a su amiga una mirada cargada de reproche.

-¡Te pasas, güera! ¡Casi le arrancas la chichita!-, reclamó, apretándome contra su cuerpo y sobándome con extremada precaución el sitio magullado.

-A ver-, añadió, suavizando el tono comprensivamente e intentando hacer entrar en razón a su amiga. – ¿Qué tiene que ver este chiquito tan lindo y servicial, con el desgraciado que te dejó? ¿Verdad que absolutamente nada?-.

-Nnno…-, tartamudeó la rubia. –Nada…-

-Entonces pídele disculpas-, sugirió cariñosamente la brasileña, acariciando el rostro de la gringa. -¡Anda! Demuéstrale que sólo fue un mal momento-.

Con lágrimas de arrepentimiento, Eva me levantó en el aire por la cintura y me colocó en su regazo, donde inmediatamente empezó a arrullarme como a un bebé.

Me di cuenta ya hace rato deseaba hacerlo, pero no se había atrevido frente a la mucama.

-Perdóname Carlos-, empezó a decir, palpando delicadamente mi trasero. –No es justificación, pero me… me acaban de botar y creo… creo que… que me siento muy herida-.

-¿Sabes?-, agregó, acariciando suavemente mi pezón, como con remordimiento. – ¡Es que me lo recuerdas mucho, bebé! ¡Igual de guapito y delicado! Y me… me… ¡Me arrumbó como trapo viejo!-.

A mi pesar, me conmoví. Saber que una mujer de ese calibre podía ser abandonada como cualquier chica y, al parecer, por alguien tan insignificante como yo, realmente me enterneció.

¡Y como le estaba costando reconocerlo!

-No hay problema, Evita-, murmuré tímidamente, queriendo que todos olvidásemos el mal trago. -¡Total! Ya me estoy acostumbrando a que primero me maltratan y luego me apapachan-.

-No sé. A lo mejor tienes razón-, añadí, sin saber como reaccionar a la nueva ternura que iluminó la mirada de la rubia. –Quien me manda meterme entre mujeres tan despampanantes, siendo yo tan patéti… ¡Mmmmmmm!...-

Bajando la cabeza, Eva decidió reafirmar su disculpa envolviendo mi boca con la suya y penetrándome dulcemente con su lengua, explorando, saboreando encías, paladar y anginas.

-Por favor, no lo vuelvas a mencionar-, ronroneó, mordisqueando mis labios. –Fui una estúpida al decir eso y no quiero que tú lo repitas nunca-.

-Pero, es que… ni modo que lo niegue. Si la tengo muy chiquita. ¿Verdad? ¿O tal vez no?-, insistí, en parte para terminar de disolver la tensión y también deseando que me contradijera y curara mi lastimado ego.

Ella simplemente sonrió, negándose a caer en la trampa.

-Si la tienes muy, muy pequeña, tontito, si hasta parece dedito de bebé-, expresó, empezando a masturbarme deliciosamente. –Y no cualquier dedo, sino el más cortito: el meñique del pie-.

-Pero es una cosita hermosísima, nene-, añadió, acelerando el sube y baja de sus dedos. –Y a mi me gusta tanto, que si te descuidas te la arranco, para hacerme unos adornitos-.

-¿Ador…Adornos?-, murmuré, mientras balanceaba involuntariamente las caderas, siguiendo el enloquecedor vaivén de la mano.

-Sí-, asintió, inclinándose para lamer delicadamente el mismo pecho que me había estrujado. –Tu penecito me lo colgaría al cuello, como una medallita y con los huevitos me haría un par de aretes diminutos, como los diamantes finos-.

-Pues podrás ponerte muy melosa Eva, pero me tienes desilusionada-, interrumpió Zuri, retirándome de los brazos de su amiga y colocándome de nuevo entre ellas. -Ya deberías haberte disculpado apropiadamente -.

-Pero… ¡Si eso estoy haciendo!-, reclamó la rubia, intentando descifrar la traviesa mirada de la brasileña.

-Não, minha amiga-, explicó la fabulosa castaña, guiñando significativamente un ojo. –A quien tienes que convencer es a esta linda verguita, que está ofendidísima por todas las cosas feas que le dijiste.

-¡Tienes razón!-, exclamó la norteamericana, haciendo un puchero de niña arrepentida. -¡Mírala! ¡Pobrecita! ¡Si parece que va a reventar de la indignación!-.

Estábamos como al principio: ellas volteadas hacia mí, atrapándome entre sus deliciosos senos. La pequeña diferencia era que ahora me tenían prácticamente desnudo y con un ligero dolor de pecho, como recordatorio de mi inferioridad.

-Dime, pollita preciosa-, empezó a decir Eva, hincándose frente a mi y recargándose en mis muslos, para dirigirse a mi durísimo falo "cara a cara". -¿Estás enojadita conmigo?-.

-Creo que…-, empecé a decir, sólo para ser inmediatamente interrumpido por la rubia.

-No te pregunté a ti, ¿verdad Carlitos?-.

La mirada de la atlética chica era de burlona advertencia, sin una pizca de enojo o agresividad, pero sí avisándome que la diversión había reiniciado… y que el juguete era yo.

-Nnno… No, Evita-, tartamudeé. –No me preguntaste a mí. Dis… Disculpa-.

-Entonces cierra el hociquito-, advirtió, quitándome del todo el short y la tanga y volviendo a acomodarse frente a mi palito. –Que no quiero que me distraigas, mientras platico con ésta "amiguita"-.

-A ver, ricura-, añadió, separando mis piernas, acariciando delicadamente mi miembro. -¿Porqué eres tan rencorosita? Ya perdóname, ¿si?-.

-¿Está todo bien por aquí?-, se escuchó de pronto una juguetona y casi infantil voz.

La aparición de la doncella casi me provocó un infarto. Cierto que la mayoría de las alocadas invitadas observaban atentamente el show que se les ofrecía a mi costa, pero hasta ese momento nadie se había acercado.

Parada frente a nosotros y mirándonos con picardía, se encontraba nada menos que una réplica de Lindsay Lohan, cuando la actriz tenía ese cuerpecito de tentación, que lució en su película "Chicas Pesadas" ("Mean Girls", 2004).

La chica en cuestión no aparentaba más de 17 años, pero soberbiamente llevados, con tez blanca, al menos 1.70 metros de estatura y sinuosas curvas que llenarían de maravilla un uniforme de colegiala.

Pero a diferencia de la Lohan, ésta tenía el cabello rubio-dorado y era lo que en México llamamos una "güerita", una perturbadora y precoz rubiecita que con su hermoso rostro de diablilla, armaría revuelo en cualquier colegio.

-Quizá podría traerles algo fresco-, insistió la camarera, deslizando descaradamente la mirada por mi desnudez. –Lo digo porqué creo que están un poquito acalorados-.

Mis torturadoras rieron ante el socarrón comentario, pero fue Eva la que respondió por todos, sin retirarse de mi regazo.

-Sí linda, gracias-, dijo en tono casual, sin dejar de masturbarme, con la naturalidad de quien está dando un espectáculo. –Whisky con hielo para mi y vodka-uva para la señorita, por favor-.

-¿Y para el… joven?-, preguntó la güerita, arrastrando sensualmente la voz y clavando sus chispeantes ojos en los míos.

La lengua se me enredó momentáneamente. La chiquilla era simpatiquísima y muy amable, pero, como todas en aquella casa, tenía el poder de dominarme con una simple mirada.

-¿Que passa, bebê? ¿Te comeu a língua o raton?-, intervino Zuri, poniéndole más sabor a la morbosa escena, pues con su mano me forzó a arquearme nuevamente hacia arriba.

-No seas maleducadito, Carlitos-, agregó, amasando mis tetitas mientras le sonreía a la voluptuosa niña, como si me estuviera manoseando exclusivamente para que ésta lo viera. –Anda. Responde-lhe à señorita-.

-Para mí… Te…Tequila por…por favor…-

-¿Algo chiquito, verdad?...-, preguntó la mucamita, contemplando mi verguita con inquietante fascinación.

-¿Dis…Disculpa?-, me atraganté, sorprendido por su doble intención.

-"¡Lo que me faltaba! ¡Otra cabrona en casa!"-, pensé, ruborizándome intensamente. "¡Y tan inocentita que se ve!"-.

-Me refiero a que si el tequila se lo traigo en un vaso pequeño-, aclaró la pizpireta adolescente, sonriendo ante mi turbación.

-No, linda-, respondió Eva. –Tráenos la botella, limón, sal y una copita. Aquí nosotras le iremos sirviendo, porqué él va a tener muy ocupadas las manitas-.

-Con todo gusto. Enseguida vuelvo-, asintió la doncella, para retirarse con un provocativo menear de caderas.

-¿En que nos quedamos, nenito? -, dijo inmediatamente Zuri, desperezándose como gata y deslizando sus uñas por toda mi columna, de arriba hacia abajo, hasta llegar a mis nalgas.

-¡Ah, si!-, susurró a mi oído, acariciando con su otra mano la nuca de la norteamericana, que seguía concentrada en mi pene. –Esta preciosidad de gringa, estaba contentando a tu pinguita. ¿Cómo vas con ese asunto, Eva?-.

-Mas o menos-, respondió la rubia, con un mohín de niña frustrada y mirando con reproche a mi "enfadado" pene, como si realmente se tratara de una persona que la estuviera ignorando.

-¡Mírala!-, precisó, mostrando mi erecto y "engreído" miembro. -¡Yo que con todo cariño le estoy haciendo una pajita y la malvada pollita ni siguiera se digna a dirigirme la palabra!-.

-Es que así son de orgullosas las verguitas miniatura-, intentó consolarla Zuri, para enseguida chasquear los dedos con el rostro iluminado con una idea.

-¡Ya sé!-, expresó, escabullendo una mano por debajo de mi trasero, haciéndome levantarlo del sillón. –Tienes que besarla en la trompita, con cariñito, para que vea que estás realmente arrepentida. ¿Verdad, Carlitos?-.

-Yo…Yo creo que… ¡Ooohhhhhhhh!-.

La traviesa brasileña acababa de introducir su largo índice en mi culo y con la facilidad de quien ejercita sus bíceps, empezó a levantar y bajar mi peso con un solo brazo, alejándome y acercándome a la sonriente cara de la gringa.

-Pero Zuri, sí los penecitos no tienes labios. ¿Cómo le voy a dar besitos?-.

-Mira-, explicó la castaña, sosteniéndome a milímetros del rostro de su amiga y señalándole el ojillo de mi miembro. –Esa es la boquita. Anda, mímala.

-¿Así?-, susurró Eva, dando rápidos apretoncitos con la punta de sus labios a mi glande.

-Justo así-, aprobó Zuri, reiniciando el sube y baja, llevándome y retirándome de la enloquecedora boca, con su dedo bien metido en mí recto. – Uno, dos… Uno, dos… Uno, dos…-.

-¿Sientes, bebé?-, me preguntó la rubia, atrapando la cabecita cada vez que la brasileña se la acercaba. -¿Sientes mis besitos?-.

-Sssiiii… ¡Ahhh!... ¡Si los… ¡aahhh! …si los siento!... ¡Oh! ¡Mmm! ¡Aahhh!-.

-Bueno, pero, ¿sabes una cosa, precioso?-, expresó, mirándome con verdadera lujuria y tomándome por ambas nalgas. –Tu glandecito es verdaderamente pequeño para mis labios y tengo dificultades para saborearlo-.

-Ya lo sé, Evita-, acepté, algo cohibido ante el recurrente tema de mi reducidísimo equipo. –Es parte de lo mismo. Todo lo tengo muy… ¡Aaaahhhhhhh!...-

La esbelta gringa acababa de tragarse por completo mi miembro, mientras sus manos ayudaban al vaivén impuesto por Zuri.

-Si no me estaba quejando, bobito-, explicó entonces, chupeteando mis huevos desde la base, jalando, masticando. –Sólo digo que si la cabecita está tan chiquita… ¡Pues mejor me como todo tu aparatito! ¿Verdad?-.

-Pues… Pues sí… ¡Ahh! ¡Aahhhh! ¡Aaaahhhhhhh!... Si es más… más práctico… ¡Ooohhhhhhhh!...-

Y ahí estaba yo, en el quinto cielo de nuevo, con mis genitales atrapados en la deliciosa boca de una diosa y el travieso índice de otra frotando delirantemente las paredes de mi más íntimo conducto.

Me olvidé por completo de la fiesta y, con mis pezones dilatándose como nunca, empecé a levantar y separar involuntariamente las piernas, para facilitar las maniobras de mis dominantes violadoras.

-Aquí estás sus bebidas, señor. ¿Gusta que le sirva una copita?-.

-¿Mmmm?-, murmuré todo apendejado e intentando enfocar a la vivaracha doncella.

-Que si gusta que le prepare un trago-, repitió, deleitándose con la cachonda escena. –Se lo pregunto porqué veo que lo tienen muy… ocupado-.

-Eeeste… ¡Aahhhh!... Yo… ¡Aaaahhhhhhh!...-

-Creo que si vas a tener que ayudarnos, linda-, intervino Zuri. –Sobre todo al jovencito, que como verás, efectivamente está algo atareado-.

-Yo estoy para servirles-, respondió con los ojos brillantes, para sentarse con total soltura en el lugar que había ocupado Eva.

-Y con todo placer… jefecito-, añadió arrastrando las palabras y con sus jugosos labios ya pegaditos a mi oído.

La descarada chicuela colocó a su lado la charola y procedió a distribuir las bebidas, empezando por Zuri, quien afianzó su vaso con su mano libre, sin necesidad de retirar la otra de mi trasero.

Pero cuando la mucama quiso hacer lo mismo con Eva, ésta negó con la cabeza, interrumpiendo sólo a medias la deliciosa labor de su boca en mi pene.

-Yo tengo las manos muy entretenidas con estas cositas-, explicó, sonriente, apretándome vistosamente una nalga y masturbándome con dos dedos. -¿Cómo le haremos?-.

-Pues…-, empezó a decir la güerita, mordiéndose un labio, clavando su pícara mirada en mis ojos y levantando el vaso por sobre mi torso. -Si la señorita no puede ir al whisky, el whisky tendrá que ir a la señorita…-

-¿Qué vas a hacer?-, pregunté, alarmado. – ¿No pensarás… ¡Uuuuhhhh!...-

Metiéndose de lleno en el juego, la atrevida criadita derramó un chorro del friísimo licor en mi pecho, provocando al instante un exquisito estremecimiento en todo mi cuerpo.

Tras estrellarse entre mis tetitas, salpicándolas todas, el helado líquido corrió hacia abajo, para terminar formando un charquito en mi ombligo.

-¡Mmmm! ¡Excelente idea!-, ronroneó Eva y de inmediato sumergió la lengua en el improvisado recipiente-.

-¡Delicioso!-, añadió, chasqueando los labios y lamiendo golosa las gotitas desparramadas en el camino. -¿Habrá un poquito más?-.

-Litros…-, respondió la "servicial" chiquilla. –Y para los gustos de ambas-.

Y con otra juguetona sonrisa, la doncella tomó un nuevo vaso de la charola y, con deliberada lentitud, empapó de vodka-uva mis senos y vertió abundante whisky en mi verguita.

-Adelante, señoritas-, sugirió, rematando la enloquecedora táctica, deslizando un hielito por toda mi columna. –Sírvanse-.

Las extranjeras no se hicieron del rogar y en el acto se pudieron a lamer toda mi anatomía, como gatitas golosas atacando un plato de leche.

Los oídos me empezaron a zumbar, ensordecidos por mis propios latidos. Con las pupilas dilatadísimas e intentando enfocar el techo, sólo podía ondular mi cuerpo y emitir gemiditos, mientras abría al máximo mis piernas.

Yo estaba más que extasiado por la situación, pero intenté salir de ella, previendo una sorpresiva aparición de la voluble Naomi.

-Oigan… ¡aahhh!... chicas-, empecé a decir, a duras penas. –Si quieren yo les detengo las… ¡ohh!... bebidas. Tengo desocupadas las… ¡Mmm! ¡Aaaahhhhh!... las manos!...-

-Não por muito tempo, putinha-, respondió ferozmente la brasileña. -Traé cá teu manita-.

Con un sencillo movimiento, la exuberante castaña llevó mi mano a su entrepierna y la metió bajo su faldita. Igual de desfachatada, bajó su tanguita y me hizo empuñar su durísimo bastón.

-"¡Dios!"-, pensé, tragando saliva. –"¡Otra vergota! ¡Y bastante maciza!"-.

El pene que mis dedos intentaban inútilmente envolver era bastante grueso, aunque menos que el de mi querida Mulata y debía rondar los 23 o 25 centímetros de largo.

-¡Uy, bebé! ¡Que pronto entras en confianza!-, expresó encantada la castaña, al sentirme recorrer instintivamente la longitud de su falo. -¡Así, mi nene travieso! ¡Entreténgase con la tranca de "tía" Zureima!-.

-¿Ti… Tía?-, pregunté jadeando, aunque ya sabía la respuesta.

-Claro, pequeño-, confirmó ella, introduciendo su lengua en mi oído. –Si Naomi es tu Mami, entonces yo soy tu tía-.

-¿O que?-, insistió, inclinando la cabeza para mordisquear mi pezoncito. -¿No quieres ser mi sobrinito consentido?-

-¡Aahhh!... ¡Sí!... ¡Aaaahhhhhhh… ¡Sí quiero, tiíta! ¡Tiíta Zuri!...-

-Bien-, asintió, separando más las piernas para facilitar la masturbación. –Entonces… ¡síguele, putito! ¡Arriba y abajo! ¡Que quiero esos deditos bien entrenados, para darle placer a su tía!-.

Durante unos momentos nos quedamos en silencio. Bueno, ellas, porqué yo no podía parar de gemir ante los apretoncitos, lamidas y mordiditas que aquellas diosas repartían por todo mi cuerpo.

Tras haberme bañado en licor, la doncella se había semirecostado de ladito en el sofá, para seguir con mucho interés cada detalle del panorama.

-Señorita Zuri, ¿le puedo hacer una recomendación?-, dijo de pronto, acercándose al rostro de la brasileña por encima de mi y repegando, como por descuido, sus durísimas tetas en mi costado.

-Claro, niña, dime-, respondió la castaña, sin dejar de tragarse mi tetita y con su dedo cada vez mas adentro de mi ano.

-Si lo que usted quiere es que su… sobrinito, esté bien… adiestrado, yo con todo gusto podría ayudarle…-

La güerita lanzó la "amable" sugerencia mirándome de reojo y pellizcándome furtivamente una nalga.

-"¡Condenada mocosa! ¡Esto es el colmo!", pensé, involuntariamente enfebrecido por su osadía. -¡Hasta ésta linda diablilla me mete mano!"-.

-¿Y cómo podrías ayudarme, preciosa?-, preguntó Zuri, guiñándole un ojo a la chiquilla, como alentándola a descararse del todo.

La rubiecita sonrió, volvió a enderezarse y con total desfachatez, levantó la parte baja de su uniforme, bajó su calzoncito y dejó a la vista un nada despreciable instrumento.

Yo ya ni me sorprendí y, constatando lo bueno que me estaba volviendo en calibrar penes, rápidamente calculé las proporciones del nuevo "invitado".

-"Pues no baja de 18 centímetros y está bastante gordito"-, reflexioné un poco avergonzado, pues no pude evitar relamerme los labios. –"Alguien podría decir que no es tan grande… pero basta y sobra para rellenar mi culito"-.

Suspirando, decidí dar el siguiente paso… como un buen putito.

-Me…Me parece, tia Zuri, que la jovencita se está ofreciendo muy gentilmente a ponerme a ejercitar mi otra mano-.

A mi ya no me importaba que las decenas de chicas ahí reunidas, comprobaran lo avanzado de mi emputecimiento… yo sólo quería seguir gozando de todo el placer que me regalaban aquellas buenísimas e imaginativas vampiresas.

-¿Me das permiso de hacerlo?-, insistí, amasando más intensamente el garrote de la brasileña y acariciando la nuca de Eva, que ni por un instante había dejado de engullir mi pollita. -¿Sí, tía? ¿Tiíta chula?-.

Embelesada con mi libidinoso comportamiento, la sudamericana asintió con la cabeza.

-Claro que sí, mi perrita. Todo sea por amaestrarte muy bien-, dijo a mi oído. –Anda, cachorrita cachonda. Póngase a jugar con esa pinga-.

No me lo tuvo que repetir y rápidamente me apoderé del tentador priapo, para iniciar un acompasado sube y baja, al mismo ritmo que mi otra mano.

Decidido a llevar al máximo el momento, empecé a llenar de besos la cara de la brasileña y bajé una pierna hacia las tetas de la rubia, como agradecimiento por la deliciosa y larguísima mamada que me estaba prodigando.

-Yes, baby. Touch my tits. Touch them honey -, aprobó inmediatamente ella, desabrochándose el saquito y dejando sus puntiagudas bubis al alcance de mi pie.

-¡Ya te estabas olvidando de mi! ¿Eh!-, reprochó dulcemente desde abajo, pero sin desatender mi miembro. –Anda, doggy. Acaríciame con tu piecito, que yo no voy a parar de comerme tu palito-.

Estábamos cada quien en lo suyo, cuando una enfadada voz se escuchó.

-¡Vaya! ¡Que fácil se contenta monsieur! ¡Y pensar que yo estaba preocupada por usted!-.

Isabelle me observaba cruzada de brazos, erguida en toda su estatura y echando fuego por los ojos. ¡Estaba celosa! ¡Que digo celosa! ¡Sí quería matarme con la mirada!

Ninguna de mis "atacantes" interrumpió la faena, pero yo de inmediato quise pararme hacia la hermosa francesa.

-No, chiquitín. Tú no vas A NINGÚN LADO-, advirtió Eva, inmovilizándome fácilmente con sólo envolver mi cintura con sus manos. –Y vuelve a abrir las piernitas, que puedes platicar con TU AMIGA, mientras YO SIGO MAMANDO tu pollita-.

Capturado en mi propia trampa, obedecí a la rubia y volví a separar los muslos, pero intenté disculparme con la posesiva doncella.

-Izy… Yo… ¡Aaaaahhhhhhhh!...-

Debía tratarse de una cruel revancha, pues la norteamericana eligió justo ese momento, para ensartar un par de dedos en mi culito, forzándolo al máximo, pues éste ya estaba ocupado por la brasileña.

-¡Uy! ¡Perdón, putito! ¿Te interrumpí?-, expresó Eva, con una implacable sonrisa que desmentía su hipócrita disculpa. –Sigue charlando, Carlitos, que ya no voy a distraerte-.

Abrí nuevamente la boca para dirigirme a mi querida morena, pero Zuri aparentemente quería participar en el desquite y se me adelantó.

-¿Y las manitas, NALGÓN? ¿PORQUÉ dejaste de moverlas?-, reclamó, sujetándome del cabello de la nuca. –No, señorito. Un MARICONCITO como tú, puede perfectamente hablar mientras está BIEN AGARRADO a un par de VERGAS. ¿Verdad?-.

Asintiendo con la cabeza, reanudé la doble masturbación y nuevamente traté de excusarme con la altiva chica que me miraba con intenso reproche.

-Isa… Isabelle… Lo que pasa es… ¡Oh! ¡Oohhh!... ¡Ooohhhhh!...-

Otra vez puestas de acuerdo con un simple pestañeo, las despiadadas extrajeras empezaron a abrir sus dedos dentro de mi, distendiendo salvajemente las paredes de mi recto y casi llevándome al orgasmo.

Ya no pude articular ninguna frase coherente y parpadeé desesperado, avergonzadísimo con la absorbente, pero sentimental francesa.

-¡Aaahhhh!... ¡Izy!... ¡Ooohhhhh!... Mira, yo… ¡Mmmm!.. Yo… ¡Uuuummmmm!...-

-Ni se gaste, SEÑOR, que ya veo que está TAN APENADO conmigo, que no puede NI HABLAR-.

La voluptuosa mucama que hacía muy poco me tenía empinado y a punto de robarse mi virginidad, me sonreía con tristeza. Herida en su juvenil orgullo, alternaba su inquisitiva mirada entre mi rostro y el de las amigas de su patrona, pero sin dignarse a voltear hacia la otra criada.

-Yo sólo quería presentarle a una buena amiga-, añadió, suspirando con resignación. –Pero ya veo que está MUY OCUPADO. Con permiso-.

Isabelle comenzó a alejarse acompañada de una alta y esbelta silueta a la que yo no había podido ni apreciar. Pero justo antes de perderse entre la muchedumbre, la francesa se frenó y dijo sobre su hombro.

-Ojalá monsieur encuentre un momento en su apretada agenda y pueda por lo menos ir a saludarme a mi mesa. Digo, si así lo desea…-, y se marchó.

Me sentí como un desgraciado. No por el jugueteo con las chicas, pues de nada me hubiera servido oponerme, pero sí porqué pese a mis remordimientos para con Isy, en ningún momento dejé de sentirme excitado.

Mi pene se mantuvo hinchadísimo dentro de la boca de Eva, los dedos de ambas en mi orificio, me tenían rebotando de contento y mis pezones estaban tan duros, como los riquísimos garrotes que aferraba mucho, muy gustoso.

-Creo que al señor no le vendría nada mal un trago-, susurró en ese momento la güerita, llenando un vasito tequilero. -¿Me permite?-.

-Cla…Claro-, respondí, interrumpiendo mi labor sobre su pene, para hacerme de la copita.

-No es necesario, caballero-, repuso sonriente y volviendo a colocar mi mano en su grueso instrumento. –Usted siga con… su entrenamiento, que yo me encargo de lo demás-.

Entonces la doncellita actuó pues como una consumada fiestera, pues sin dudarlo espolvoreó en el dorso de su mano unos granos de sal y los aderezó con algunas gotas de limón.

-A ver, señor, abra la boquita por favor-, me indicó en tono socarrón, dándome a chupar la conocida mezcla.

-¿Listo? Ahora viene lo mejor…-, y vertió la bebida en mi boca, obligándome a mantener levantado el rostro, hasta que tragué la última gota.

A mi me encantó la cachonda inventiva de la insolente rubiecita y se lo hice saber relamiéndome los labios.

-¿Le gusta mi manera de emborracharlo, Don Carlos?-, preguntó radiante de felicidad, evidentemente muy complacida de "pervertir" a alguien de mayor edad y rango social.

-Mu… Muchísimo-, alcancé a responder. –Tienes una piel deliciosa-.

-Pues entonces, permítame darle a probar otra cosa…-, y repitió la operación, pero ahora tras hacerme paladear el reverso de su diestra, dio un trago directamente de la botella y se pegó a mis labios, para irlo soltando despacito.

Una vez que todo el tequila pasó por mi garganta y ya sin ningún pudor, la jovencita exploró con su larga lengua el interior de mi boca, repasando cada milímetro, deleitándose con los residuos de licor.

Además y demostrando que la diferencia de clases le importaba un comino, su atrevida mano se apoderó de una de mis tetitas y se puso a amasarla con verdadero fervor.

Cuando se retiró, yo me quedé besando el aire, como queriendo más.

-Por cierto, señor y ya que nos estamos… agarrando confianza, yo me llamo Dolores Arellano Notzagaray y estoy para servirle-.

La pícara chiquilla dijo lo anterior envolviendo mi mano con la suya, para acelerar la masturbación.

-Pero en su caso-, añadió, mordiendo ligeramente mi cuello, -y ya que es usted TAN cariñoso, me gustaría que me llamara Lolita, como lo hace la patrona-.

-"¡No chingues!"-, reí para mis adentros. –"Una preciosa chica con todo el tipo de colegiala y que precisamente se llama Lolita. Nomás falta que me diga que tiene su propia revista de Hentai"-.

-¿Lolita?-, pregunté sonriendo, todavía sin dar crédito a la casualidad. -¿De verdad así te llamas?-.

-Si, Don Carlos-, respondió jugueteando con su escote, coqueteándome instintivamente. –Dice la jefa que el nombre fue hecho para mí. ¿Usted no lo creé?-.

-¡Vaya si lo creo!-, reconocí, sin poder deducir donde acababa la travesura y empezaba la burla en los centelleantes ojos de la adolescente. –Te queda, que ni mandando a hacer-.

-Y hablando de ironías-, intervino en ese momento Eva, suspendiendo la placentera felación. -¿No te parece extraño que estés hablando, justo en este momento, bebé?-.

La rubia se irguió de una manera por demás erótica: restregando su cuerpo contra el mío durante todo el camino hacia arriba.

-Te lo digo porqué los buenos putitos, deben tener siempre la boquita llena y yo a ti te veo muy parlanchín-.

En dos segundos y permaneciendo de pie frente a mi, la altísima norteamericana se despojó de su elegante trajecito, para quedar en un pequeño y femenino bóxer, que apenas lograba contener su impresionante erección.

-Además-, añadió, extrayendo un esbelto pene de al menos 27 centímetros de longitud. –Los perritos deben ser muy atentos con las amigas de su Ama y a mí, ni me has pelado-.

Con una sonrisa de poder, Eva colocó un pie en el sillón, entre mi muslo y el de Zuri y adelantó su cadera hacia mi rostro. Yo no sabía que me resultaba más hechizante, si el largo priapo de grosor justo o los cremosos y sonrosados conos que dominaban la vista desde arriba.

-¿Entonces, qué, Karlita?-, susurró amenazadora, con sus azules ojos duros como el zafiro y aferrándome por el cabello de la nuca. -¿Ya te vas a portar bien con tu otra tía o tengo que volver a ponerme dura contigo?-.

-Nnnooo Evita… ¡Digo! ¡Tía! ¡Tía Eva!-, balbuceé, atemorizado. –Por… Por favor, no me vuelvas a lasti… ¡Gaaaaaackkkkk!...-

-No te preocupes, zorrita-, tarareó, con su glande ya bien adentro de mi boca. –No hay nada que una buena mamada, no pueda arreglar-.

En un instante las chicas llevaron el momento al nivel de orgía. Zurí bajó los tirantes de su vestidito y empezó a pasear mi mano entre sus melonzotes y su enhiesto palo, de ida y vuelta, obligándome a no dejar de sobar y apretar.

Por su parte y ya entradísima en confianza, Lolita se deshizo de su blusa y se acomodó en cuatro patas, para ponerse a engullir deliciosamente mi verguita, mientras meneaba sugerentemente el rotundo trasero.

Eva y yo entendimos el mensaje, y mientras ella levantó la faldita de la mucama para engolosinarse con el respingón culito, yo alcancé con mi mano libre las colgantes chichotas y me dí gusto ordeñándolas.

-Que rico mamas, chiquito-, me dijo entonces la rubia, entrando y saliendo lentamente de mi boca, como queriendo prolongar el goce. –Nadie lo diría con esa pinta de novatito-.

-Es que… le pon… pongo muchas ganas, Tía-, respondí coqueto, sin dejar de lamer al mástil y mirándola sumisamente desde abajo. –Pero si soy… soy nuevito…-

-¿Toditito…?-.

-¡Bueno!-, aclaré nerviosamente, bajando un poco la cabeza, para mosdisquear los huevotes. –Ya me dieron mis… mis repasaditas, pero todavía no se me ha hecho que estrenen mi… mi… mi culito…-

-¡Uy, bebito!-, exclamó, acariciando mi mejilla, fascinada con mi libidinosa expresión. -¡Que rica carita de putito goloso pones! ¿Te mueres porqué te metan la vergota, verdad?-.

-Ssssi-, susurré, mordiendo sugerentemente la yema de su índice. –Tengo ganas de que me cojan, me recojan y cuando terminen…me vuelvan a coger-.

La norteamericana soltó una cristalina carcajada, encantada con mi descarada cachondería. Luego me miró con los ojos entrecerrados y una media sonrisa de tigresa.

-Un día de éstos, vamos a dar un paseo-, empezó a decir, pellizcando suavemente mis pezones, tironeando, amasando posesiva.

-Voy a invitar a mi sobrinita al cine, le voy a comprar ropita linda y después… ¡no sé! Podríamos irnos por ahí… a hacer cositas. ¿Te gustaría, Karlita-.

-Ssssiii, Tiíta, me… me encantaría-, asentí, ilusionadísimo con la posibilidad de ser raptado por aquella güerota de calendario.

-Pero tendrías que comentarle a Mami-, añadí, con tono de niño bueno. –Ella es muy posesiva y si me voy sin permiso, capaz que… ¡Aggggggggg!-.

-Eso déjamelo a mí-, recalcó, tras volver a embutirme la larga reata. –Tú sólo preocúpate con tener ese rechoncho culito bien dispuesto para mí. ¿Entiendes, puto?-.

Afirmé entusiasmadamente con la cabeza y cerré los ojos, concentrándome en darle ritmo a la mamada, en las cosotas que llenaban mis pequeñas manos y en el placer que me proporcionaba la traviesa boca de Lolita en mi pene.

-Pero… ¡que barbaridad! ¡Como serán de abusivas! ¡Si ya lo tienen todo encueradito!-.

La repentina aparición de Naomi nos sorprendió a todos, pero mientras Eva se limitó a sentarse calmadamente, al lado de la también relajada Zuri, la doncella y yo nos quedamos helados, temblando de miedo.

-Pa… Patroncita, fíjese que…-, empezó a balbucear la mucama.

-¡¿Tú también, Lolita!?-, exclamó la Mulata, percatándose hasta ese momento de la presencia de la criadita y como si no diera crédito a verla cómodamente empinada sobre mi verguita.

-¡Si serás confianzuda!- añadió, soltando tremenda nalgada sobre las deliciosas pompas de la güerita. -¡Ándele, escuincla igualada! ¡Se me va a atender mesas, que ya arreglaremos cuentas!-.

Recogiendo como de rayo su blusa, la colegiala salió corriendo, pero antes me guiñó disimuladamente un ojo, como prometiéndome que, pese al castigo que le esperaba, buscaría un nuevo encuentro.

-¿Y ustedes, par de depravadas, me pueden explicar porqué vine a encontrarlas casi violando a mi noviecito?-.

La gigante observaba a las extranjeras cruzada de brazos, erguida en sus más de 2 metros de estatura y sonriendo con resignado reproche, que demostraba que ya preveía toparse con una situación similar.

-¡Es que el niño está para comérselo, Naomi!-, se defendió la brasileña, pero con un brillo de excitación en los ojos. -¡Y una no es de palo!-.

-Además- secundó la gringa, también sin remordimiento alguno, -tú dijiste que Carlitos tenía que portarse muy amable con nosotros. ¿Verdad? Pues nomás te agarramos la palabra y le enseñamos a atendernos… ¡Y que rápido aprende tu chiquito!-.

Naomi empezó a sonreír mas abiertamente, mirando con cariño a sus alocadas amigas. Comprendí que la desfachatez de las embriagadoras jóvenes la desarmaba y quise aprovechar el momento.

-Mamita, yo…-

-¡Usted se me calla, cabroncito!-, vociferó, volviendo a endurecer las facciones y fulminándome con la mirada. –Que ahora que lo pienso, te pesqué bastante contentito y… ¿no te estaban apuntando con una pistola, verdad?-.

-¡Sí Mami, me amarraron!-, gimoteé, creyendo encontrar una salida. -¡Te lo juro! Y yo no pude… ¡Aaayyyy!-.

Hasta ese momento Naomi no me había lastimado de verdad, pero fuese porqué estaba realmente molesta o porqué no quería demostrar debilidad ante sus amigas, que me hizo rodar en el sillón de una sólida cachetada.

-¿De donde te amarraron, niñito? ¿Con qué? ¡Yo no veo nada!-, reclamó, negando con la cabeza. –O sea que aparte de coscolino, embusterito-.

Hecho bolita en el rincón del sofá y con la mejilla ardiendo, yo sólo atiné a dirigir mis llorosos ojos a las chicas, pidiendo auxilio.

-La verdad-, empezó a explicar Zuri, -es que al principio si lo teníamos atadito…-

-…pero ya después, no-, interrumpió la Mulata. -¿Verdad?-.

-Bueno-, prosiguió Eva, dirigiéndome una sonrisa de simpatía. –Yo lo liberé, para no lastimarle los bracitos y…-

-…o sea que cuando yo llegué-, volvió a atajar mi Ama, -mi perrito, que es tan amable y servicial, ya estaba bien pescado a dos vergas y mamando otra, de puritito gusto. ¿O no?-.

La gigante me miraba implacable, sin una pizca de piedad, no sé si por celos o porqué efectivamente la había desilusionado.

-Mira, Naomi-, dijo entonces la norteamericana, irguiéndose en todo su estatura. –Tú bebé se resistió con todas sus fuerzas, pero… ¿Qué podía hacer contra nosotras? ¡Tú sabes que es un lindo, pero débil muñequito!-.

-Y ya después…-, añadió, sin poder evitar sonreír. -¡Ni cómo negarlo! ¡Ya lo teníamos, pero si bien entusiasmado! Pero eso tampoco es su culpa, pues a ti te consta lo fácil que nos es someter a los putitos-.

Eva hablaba en tono conciliador, pero con firmeza, mirando de frente a la Mulata y en absoluto intimidada por la diferencia de complexión y estatura. Ahí terminé de convencerme que la rubia, tampoco era ninguna perita en dulce.

Mi dueña parpadeó confundida, paseando su mirada entre mi rostro y el de sus amigas. Finalmente suspiró, ya más relajada y jaló a la esbelta y guapísima chica por las nalgas, para plantarle un profundo beso en la boca.

Cuando Naomi liberó los rojísimos labios de la extranjera, empezó a observarnos alternadamente a ambos con ternura.

-A mi no me haces tonta, güera-, volvió a hablar, amasando el firme culito de la temblorosa norteamericana. –Lo que pasa es que te estás muriendo de remordimiento, porqué seguramente se te subió el mal genio y maltrataste a mi chiquito. ¿Verdad?-.

-¡Condenada negra! ¡Se me olvida que eres telépata!-, protestó la acusada, con una sonrisita de culpabilidad y repegando el trasero a las enormes manos. –No te confíes, ¿eh? Recuerda que yo también tengo ciertos poderes-.

-Pero, bueno-, añadió, frotando melosamente sus puntiagudos senos, contra el igual de bello, pero más exuberante tetamen de la gigante. –Aclarado todo, ya vas a disculpar a este chiquillo travieso. ¿Verdad?-.

-Eso es un hecho-, respondió la voluble y voluptuosa Mulata, soltando a Eva y sentándose con calma a mi lado. –Mi bebé sabe que todo le perdono, porqué lo quiero muchísimo y me gusta horrores-.

-Sólo que hay un problema-, agregó, acariciándome dulcemente la mejilla abofeteada, pero sonriéndome como pantera hambrienta, evidentemente gozando con el temor que leía en mi mirada. –El que yo lo disculpe, no significa que no vaya a recibir una buena reprimenda… y ahorita mismo-.

-Ya no seas mala-, intervino Zuri en ese momento, parándose al lado de la rubia. -¡Pobrecito! No vayas a castigarlo, por favor-.

-No, si yo no voy a hacerlo-, aclaró implacable mi noviezota. –Eso les toca a ustedes, par de cabronas-.

-¿Ustedes empezaron esto, verdad?-, añadió, deleitándose con la expresión de sorpresa de sus amigas. –Bueno, pues entonces también les corresponde administrarle una muy buena zurra, a éste cachorrito calenturiento-.

-Pe… Pero…-, balbuceó la brasileña, mirándome con compasión. -¡Tú sabes que eso no va conmigo! ¡Y no creo que a Eva se le antoje ahora…-

-Precisamente-, sentenció la Mulata. –Las conozco a las dos como la palma de mi mano y no podría habérseme ocurrido mejor penitencia-.

-Tú, Zureima-, explicó, -eres más tierna que el pan y te va a doler muchísimo hacerla de verdugo. Y a ti, Evita, aunque seas tan dura, tampoco te va a causar ninguna gracia hacerle daño a alguien que de por sí, ya habías maltratado-.

Las extranjeras abrieron la boca como para protestar, pero finalmente se dieron por vencidas y asintieron con la cabeza, bajando dócilmente la mirada.

Una vez más, Naomi me demostró que independientemente de cariños y amistades, ella era ahí la absoluta reina y que de una u otra forma imponía a todos su voluntad. Suspirando, me resigné a lo que venía.

-¡Perfecto!-, exclamó alegremente la gigante, rompiendo el incómodo silencio. -Ahora que sí quedó todo aclarado, me retiro a checar un asuntito-.

-¿Ma… Mamita…?-, me atreví tímidamente a detenerla por el brazo, antes que abandonara el sillón.

-¿QUÉ QUIERES, niño?-, respondió con dureza, haciéndome temblar de nuevo.

-¿No… No… No me vas a dar ni un besito?-, susurré acobardado, pero restregando melosamente mi mejilla contra su sedoso hombro. -No… No te vayas enojada… ¡Total! ¡De la tunda, no me voy a librar!-.

Ella me miró inquietantemente a los ojos, pero sonrió ligeramente ante mi imaginativa, aunque muy sumisa actitud.

-Enojada, lo que se dice enojada, no estoy, bebé-, dijo por fin, restregando su nariz contra la mía. –Más bien sacada de onda, porqué contigo me estoy dando cuenta que puedo ser incontrolablemente celosa-.

-Pero es que… ¡Me estás resultando muy coscolino, niño! ¡Una verdadera putilla!-, añadió, ya completamente relajada y abrazándome por la cintura. –Y te advierto que si sigues así, a lo mejor me decido a emputecerte del todo y empezar a prestarte para que deleites a mis amigas…-

-¡Tú me puedes hasta alquilar, Naomi!-, la interrumpí, aferrándome a sus fuertes bíceps, contentísimo con sus cariñosas caricias. –Que al cabo que ya soy todito tuyo y… ¡Mmmmmm!-.

Ahora fue ella la que cortó mis palabras, apoderándose de mis labios y medio levantándome por las nalgas, para sostenerme contra sus tetotas.

Luego se paró, cargándome como pluma y me depositó en brazos de la norteamericana.

-Ahí se los encargo-, indicó, haciendo un esfuerzo por no ablandarse. –Me le dan cinco nalgadas bien dadas y ya no se tarden, porqué vamos muy atrasadas con el show-.

-Por ningún motivo dejen de aplicar el castigo-, añadió, con un brillo de advertencia. –Ustedes son mis amigas y deben ayudarme a domesticar a mi perrito, que ya ven que está saliendo de lo más coqueto y libertino-.

-En… Entonces…-, murmuré con un puchero de mocoso arrepentido. -¿Me van a volver a calentar el culito, Mamita?-.

-Sí, nenito-, confirmó sonriendo y sobándome amorosamente una nalga. –Pero después de la zurra, viene el apapacho… ¿Verdad?-.

-Ssssi, Mamacita-, respondí, jalándola por la nuca, para decirle quedito al oído. -¿Sabes? Ya me voy a portar muy, muy bien, como un modelo de putito, porqué ya me urge que me ensartes tu vergota…-

Separándoseme un poco, la exuberante Mulata me observó con los ojos muy abiertos, como si no dejara de sorprenderle mi rápida transformación de tímido nerd, a descarado y sumiso putín, adicto a su tan especial mundo.

Luego volvió a iluminar la escena con una sonrisa y me besó prometedoramente.

-Por eso no te preocupes, zorrita-, ronroneó, apretándome apasionadamente una tetita. –Que te voy a dar tal cogidota, que nunca, nunca, te vas a querer separar del biberón de Mamita…-

Y se marchó….