La dulce secretaria

Simplemente la historia de una de tantas secretarias que han pasado de la cola de su jefe a la cola del INEM...

Una mañana más, llegaba al trabajo después de media hora de metro. Apuraba el primer cigarro de la mañana y me dirigía a la máquina para sacar mi también primer café de la mañana. El frío se me metía en las piernas a través de mis medias negras de encaje, hasta que terminé de asentarme en el despacho, y tras colgar mi abrigo me dispuse a comenzar con el papeleo cuando entró mi jefe sin avisar, diciéndome que fuese a la planta de arriba a por un dossier. Por el camino María, de recursos humanos, me dio un cariñoso azote en mi culito respingón, cubierto hoy por una ceñida falda roja on volantes. El resto de mi atuendo lo componían una blusa blanca, bastante fina para esta época del año, y lo suficientemente escotada para dar una buena imagen de la empresa, junto con unos zapatos de tacón también rojos.

Salí con el dossier bien pegado al pecho, como si pudiera protegerme del frío, u ocultar los pezones tiesos que este mismo me provocaba, y así con el dossier bien pegado llegué al despacho de mi jefe, del cual yo era su secretaria.

-Ah, Lucía, ya vienes con el informe. Ven, tráelo aquí.

Le entregué el informe y le di un poco de conversación. Él parecía distante, no como otras veces. Normalmente solía tontear un poco conmigo, mientras me miraba con más o menos disimulo mi trasero o mis pechos. Yo le seguía la corriente, porque al fin y al cabo es mi jefe y tampoco me cuesta nada ser agradable, pero hoy estaba mucho más seco, lo que yo achacaba a problemas en casa con la mujer o los hijos. El caso es que seguí trabajando el resto del día hasta la hora de cerrar, pero justo cuando me iba a ir mi jefe me llamó para que entrara a su despacho a recoger otro maldito dossier...

Me planté en frente de su mesa y cogí la única carpeta que había en ella, esperando que me dijese que hacer con él. Pero permaneció sentado, mudo, mirándome a la cara. Finalmente, bajó la mirada y suspiró. Yo intenté animarle y ser amable, así que me senté en la mesa con las piernas cruzadas, y mientras con una mano sujetaba el dossier contra mi pecho, con la otra acariciaba amistosamente su hombro.

-¿Ocurre algo? Si quieres desahogarte con alguien, sabes que puedes hacerlo conmigo...

La verdad es que únicamente preguntaba por cumplir, lo único que quería era irme a casa y darme un buen baño...

-Lucía... Me gustas desde que entraste en la empresa. Pero cuando entraste tenías novio, y mis insinuaciones debían ser medidas y disimuladas. En          ca mbio ahora, estas sola, y quiero intentarlo.

¿Qué? ¿Pero qué cojones? ¿Y su familia? ¿Y...? Mierda...

Y mientras me decía esto no dejaba de mirarme fijamente, haciendo más incómoda aún la situación. Apreté el dossier más fuerte contra mi pecho y contuve la respiración, expectante por como se desarrollaba la situación.

Se levantó y bajó las persianas del despacho. Yo me asusté un poco...

-Ya se han ido todos... y los que no, pronto lo harán...

Se quedó de pie, con las manos cruzadas tras la espalda un momento, mientras miraba a través de una rejilla de la persiana, intentando dar una imagen profunda y reflexiva, supongo.

-Sabes Lucía, me ofrecieron un cargo más importante en otra empresa.

-¿Y por qué no lo aceptaste? ¡Sería un avance en tu carrera!

Se tomó un tiempo para pensar su respuesta y finalmente se acercó a mí cogiéndome de la mano mientras yo permanecía sentada...

-Pero eso supondría perder tu sonrisa de las mañanas, de tus blusas blancas, de tu cruzar de piernas cuando firmamos juntos documentos... Esos encuentros no hay quién los pague.

Tras esa... declaración de “amor”, se acercó más a mi con una especie de mirada arrebatadora, me quitó el dossier con delicadeza y mientras me seguía cogiendo la mano continuó:

-¿No te has dado cuenta de mis insinuaciones?

-Pe...Pero... ¿Y tu familia? Y... y... todo... Esto está mal...

-¿El qué está mal? ¿Enamorarse?

Joder...

El caso es que empezó a acariciar mi mejilla... Yo no sabía como salir de la situación, el tío no me atraía. Tampoco era feo, pero no me atraía. Además estaba su familia, y que era mi jefe... Pero ahora mismo no sabía como salir de aquel embrollo... Acercó sus labios a los míos a la vez que siguió soltando más y más promesas de amor, de dejarlo todo por mi, hasta el punto que tenía sus labios sobre los míos y ya no podía apartarme. Empezó a chuparme los morros (no se podría llamar de otra manera) sin que yo llegue a abrirlos, y mientras, su mano empezó a recorrer mi pierna... Un calor comenzaba a recorrer mi cuerpo lentamente. Joder, no me podía creer que me estuviese poniendo cachonda. Intenté convencerme a mi misma de que solo era el morbo de hacerlo con mi jefe, en una oficina... o porque llevaba dos meses sin follar, pero al final terminé cediendo y le devolví el beso. Metí la lengua bien adentro, sintiendo su lengua húmeda, sorprendiéndome cuando solté un pequeño gemido de forma inconsciente.

De pronto me vi rodeando su cuello con mis brazos, como una adolescente, y sintiendo un picor en el chocho cada vez más insoportable. Me besaba con más furia y me sobaba más y más las piernas y la blusa, hasta que decidió que era el momento de desabotonarla. Lo hacía rápido, con prisa. Tenía ganas de llegar hasta el fondo, y a mi se me ponía la carne de gallina del morbo.

No tardó mucho en moverme de sitio, pues tras abrir mi camisa resopló al ver mis pechos e inmediatamente me llevó a un sillón de una sola plaza que tenía para las visitas, y me sentó encima suya. Yo me encontraba de rodillas, con sus piernas entres las mías, mientras sentía su húmeda lengua sobre mis pechos, todavía medio cubiertos por el sujetador. Sus manos también subieron hasta mis pequeñas, y cuando me pellizcó los pezones a través de la tela yo ya no pude más, solté un sonoro gemido y deje caer el peso de mi cuerpo hacia atrás a la vez que intentaba quitarme yo misma el sujetador. Mi jefe me sujetaba la espalda con la palma de sus manos, metidas por debajo de mi blusa abierta, acariciando mi piel y aprovechando la postura en la que me hallaba para hundir su cabeza en mis tetas desnudas. Chupaba cada milímetro, cada surco, cada lunar. En seguida me dejó las tetas empapadas de su saliva, y yo las notaba húmedas, haciendo que deseara que volviera a pasar su lengua caliente por aquellas zonas donde la piel se había quedado fría. Los pezones los lamía como caramelos, agarrándolos entre sus dedos y dando rápidos lengüetazos. Cada vez me ponía más y más cachonda, y llegó un momento que sentía tanto placer en mis pezones tiesos que grité como una loca y me incliné hacia adelante con toda mi fuerza, aplastando su cara entre mis melones y el respaldo del sillón. No paraba de chupar mis pezones, olvidándose casi de respirar, así que seguí haciendo fuerza para dejarlo bien encajonado, atrapando también su cabeza por los costados con mis brazos, y reprimiendo las ganas que tenía de gritar de placer.

Noto una erección enorme bajo su pantalón, y dominada por mis más bajos instintos, disminuyo la altura de mis caderas para poder frotar contra su polla el tesoro que guardan mis bragas. Y sigo moviendo las caderas para notar ese ansiado roce hasta que decide que ya se ha saciado de mis pechos y me vuelve a llevar al escritorio en brazos. Ufff... A esas alturas yo ya estaba entregada al placer...

Me sentó en el borde de la mesa, arrodillándose ante mi a la vez que me bajaba las bragas y me separaba las piernas con cariño, dándome besitos en la cara interna del muslo. Yo en esos momentos estaba demasiado perra para ir tan despacio, así que le agarré del pelo y lo acerqué a mi chochito, que parecía un arrozal de lo húmedo que estaba. Estaba ansiosa como mi primera vez, deseosa de llegar al orgasmo cuanto antes. Lo que más queria en ese momento era sentir su lengua follándome sin parar. Por eso di un resoplido y me tumbé hacia atrás desesperada cuando senti que en vez de eso se puso a palpar mi clitoris con dos dedos amasándolo como si fuese harina.

Debió pillar la indirecta, porque se puso a lamerme el coño como un loco y entonces fue cuando empecé a disfrutar de verdad. Abrí bien mis piernas, subiéndolas a la mesa y formando una eme mayúscula con ellas. Su lengua recorría mis partes más íntimas, haciendo que mis piernas temblaran y que mi dulce bollito se derritiera en su boca. Yo me erguía y me volvía a tumbar cada cierto tiempo, nerviosa ante semejante comida, sin encontrar la mejor postura. Me mordía el labio para no gritar y me retorcía como un pez fuera del agua. Entonces aumentó el ritmo y me levantó el culo para poder llegar más profundo con su lengua, a la vez que chupaba con más y más ansia haciendo que yo gimiera más y más. Me aferré a su pelo, arrancándole un buen puñado, sin parar de gemir, sudar y retorcerme...

Sentí sus manos subiendo por mi cuerpo, arrastrándose por mi piel como una serpiente. Empezó subiendo por mi culo, marcando fuerte sus manos sobre mis costados hasta llegar a mis pechos, sobre los que se abalanzó como un depredador. Esa fue la chispa que encendió mi orgasmo. De pronto me recorrió una sacudida que obligó a mi cuerpo a tensarse, arqueando mi espalda, empujando mi coñito contra su boca y haciéndome clavar las uñas en la madera. Me mordí el labio muy fuerte para no gritar, pero finalmente estallé en un agudo grito a la vez que mi cuerpo se relajaba y las piernas volvían a colgarme de la mesa. No me lo podía creer. Me había corrido... con mi jefe.

Intenté recuperar el aliento. Ufff. Mi fina blusa se me había quedado pegada a la piel de lo sudada que estaba. Por mis piernas aún descendía un ligero hormigueo, y oía el gotear de mis fluidos al caer de la mesa...

Mi garganta hizo un ruido a medio camino entre un suspiro y una carcajada, y no pude evitar sonreír sólo de pensar en el orgasmo que acababa de tener. Entonces él se acercó otra vez a mi, esta vez de pie, rozando su paquete contra mi vagina todavía sensible. Yo le sonreí, y totalmente excitada, dejé caer mis zapatos al suelo para flexionar mis piernas y apoyar mis pies en su pecho. Comencé a acariciarle con mis pies vestidos por aquellas medias de encaje tan deliciosas al tacto, haciendo que su respiración se agitase sobre todo cuando masajearon uno de sus pezones, también bastante empitonado. Yo mientras tanto le miraba con una sonrisa de niña mala, agarrando mis propios pezones con los dedos, estirándolos y observando como aumentaba su calentura cuando lo hacía. Estiré completamente una pierna llevándola a su boca, y él le dio un besito, para después morder la punta de la media a la vez que yo recogía la pierna hacia atrás. Terminó de quitarme la media derecha, pero yo con la otra aún vestida le estaba dando un masaje en su paquete bien duro. Se entretuvo un rato acariciando mi pierna desnuda, besándola mientras intentaba quitarse la corbata, comido por el ansia y las ganas de hacerlo cuanto antes.

-Joder, eres una diosa...

Devolví el cumplido con una sonrisa y lo aparte de un suave empujón con el pie, haciéndome hueco para incorporarme y bajar de la mesa. La situación era de lo más morbosa, y no dudé en quitarle la corbata y arrojarla con pasión sobre la mesa. Desabotonaba su camisa lentamente, acariciando con una uña la zona de piel que descubría tras cada botón, recibiendo a la vez sus caricias, sobre todo en mis pechos, y sus azotes también en mi culo de vez en cuando. Me volvía loca su forma de acariciar mis pezones con sus pulgares...

Terminó él de quitarse la camisa harto de ir tan despacio, y yo me apoyé en la mesa sensualmente, indicándole con un dedito que se acercase. Me sentía como una niña de nuevo, ilusionada. Hacía tiempo que nadie me trataba con tanto cariño ni me hacía disfrutar tanto con sus caricias. Qué importaba que tuviese 15 años más que yo, qué importaba que fuese mi jefe, y qué importaban su mujer, sus hijos...

Se acercó hasta mí, cuerpo con cuerpo, y desabrochándose el cinturón me agarró una nalga y dejo caer sus pantalones hasta el suelo, exhibiendo su polla erguida con el orgullo de un actor porno. Pretó fuerte la nalga y cuando yo esperaba fundirnos es un apasionado y romántico polvo, pronunció las últimas palabras que le volvería a oir jamás.

-Chúpamela, preciosa.

Entonces volví a la cruda realidad. Me di cuenta de que yo sólo era la furcia de su secretaria. La que le iba a hacer las cosas que su decente mujer no hace. No iba a dejar nada por mí, no me quería, y yo había sido una idiota por creérmelo aunque solo fuera un instante, aunque solo fuera fruto de que no tenía un orgasmo en dos meses. Realmente había sido gilipollas, él solo había sido cariñoso hasta que había asegurado el polvo. Casi me río al darme cuenta de que había actuado como una adolescente con un chico mayor. Supongo que el querer centrarme en mi primer trabajo me había puesto la cabeza en las nubes...

Mi cara reflejó la decepción que sentía, mi cuerpo pedía mimos y chupar pollas era algo que no entraba en mi idea de romanticismo. Pero no iba a echarme atrás ahora, mi buena educación me obliga a devolver el orgasmo. Acabaría esto cuanto antes y después me iría a casa sin remordimientos... Cogí la corbata y me la coloque sobre mi pecho desnudo, intentando devolverle un poco de erotismo a la situación. Me arrodillé ante mi jefe y como buena secretaria le agarré la polla y me la llevé a la boca.

La agarré por la base con mi mano y empecé a dar lamidas sobre la cabeza. Recorrí su polla por debajo, desde los huevos hasta la punta con mi lengua, haciendo especial hincapié en el frenillo. Me di un par de pollazos en los mofletes y meti la mitad en mi boca, chupando mientras masajeaba sus huevos. Podía oír sus viriles gemidos de placer cada vez que mi lengua rozaba sus partes mas sensibles, y realmente temía que se viniera en mi boca.

-Oh dios... sigue... sigueee.... -decía a la vez que ponía sus manos en mi nuca.

Cada vez me empujaba más hacia su pubis, obligándome a poner las manos sobre sus piernas para no ahogarme. Pero tenía gran parte de su polla en mi garganta, y empezaba a tener alguna arcada así que viendo que no avanzaba en su lucha por hacérmela tragar entera, tiró de la corbata y me levantó de golpe. Sin contemplaciones me agarró de los hombros y me dio media vuelta, empujándome contra la mesa y cayendo redonda con las piernas colgando, me preparé para lo que sabía que iba a venir. Me agarró bien fuerte el culo con ambas manos y preté los puños antes de recibir su brutal pollazo en mi coño. Solté un grito que debió de oír cualquiera que estuviese en la oficina, pero ya estaba cerrada y nadie se percató.

La mantuvo ahí unos segundos, marcando todo lo que podía su pubis contra mis nalgas, haciéndome pretar aún más los puños y cerrar los ojos. La foto de su familia presidia la mesa en la que yo estaba tumbada, y cuando él reparo en ella, la tumbó con furia, enfadado consigo mismo quizá. Y la quiso pagar conmigo. Sacándola de mis entrañas de golpe, volvió a incrustármela hasta el fondo de una estocada. Yo volví a quejarme.

Agarró mis hombros y echando su peso sobre mí comenzó una serie de penetraciones duras y fuertes, cargando sus caderas desde muy atrás, destrozándome el coño. Me agarraba del pelo mientras me me gemía al oído, y yo me retorcía de dolor. Sí, me dolía, pero también estaba muy cachonda. Mi cuerpo se restregaba sobre la mesa, y mis duros pezones se clavaban en la madera. La vagina me ardía cada vez que sentía su pubis impactar sobre mis nalgas, pero estaba a punto de estallar.

Finalmente se volvió a poner erguido y agarrándome de los brazos como si fuese un trineo siguió bombeándome el coño como a un puta cualquiera. Mis pezones rallaban la mesa, que era lo que más me excitaba de todo, y mientras chillaba más que gemía volví a correrme con su polla dentro.

Detuvo un instante la follada cuando me corrí, manteniendo su polla dentro. Sentía los latidos de su miembro dentro de mi coñito escocido, y me agarró las tetas con ambas manos jugando con mis pezones más duros que nunca, regocijándose con mi cuerpo. Me estaba recuperando de ese ritmo salvaje, pero eso era demasiado para mi, y con la cara roja y la respiracion entrecortada le supliqué que bajara un poco el ritmo...

-Por favor... Más despacio, me estás haciendo daño...

Supuse que mis palabras le apaciguarían un poco, pues me había dicho que me amaba y él no querría que yo sufriera tanto daño. Pero los hombres te aman hasta que tienen la polla dentro, y con las maneras de un neandertal me dio media vuelta y me sujetó las piernas en alto. Cogida por los tobillos volvió a metérmela con toda su fuerza y me folló con rabia otra vez, resoplando.

Y allí estaba yo, como una puta barata, siendo reventada con las piernas en alto por un animal, con una sola media, la falda remangada y una blusa abierta que estaba hecha una porquería. Mis pechos se movían como flanes a cada embestida, y la corbata me colgaba por la mesa de cualquier manera. No me atrevía a poner las manos en ningún sitio, y las apoyaba en el escritorio como una muñeca, aguantándome las ganas de llorar. Él no era nadie para tratarme así, y hacía sólo media hora que se me había declarado.

Estaba alargando mucho el polvo a pesar de llevar ese ritmo tan salvaje para mí, haciendo que mi cuerpo se resintiera mucho. Pero a pesar de ello una parte de mi estaba disfrutando de la follada, satisfaciendo mis más bajos instintos. Cuando el final estaba cerca se inclinó hacia delante y apoyando mis piernas sobre sus hombros me agarró las tetas muy fuerte y comenzó a gritar con esa voz tan masculina, aumentando el ritmo de la follada todavía más. Yo también gritaba, y clavando las uñas en sus brazos le suplicaba que parase...

Finalmente, dejó de echar su peso sobre mi y apartando también sus manos me la sacó, apoyándola sobre mi antes de soltar cuatro chorros de leche bien espesa. Cuando terminó de vaciar se separó de mí y me observó un instante. Tenía goterones por todo el cuerpo. Mis pechos y mi vientre habían sido regados por su esperma, que resbalaba sobre mi piel como la lluvia sobre el cristal.

Parecía dudar de si secarse la polla sobre mi cuerpo, o incluso pedirme que se la limpiase con la boca, pero debió pensar que sería demasiada humillación y como no encontraba nada con que limpiarse y la situación era realmente tensa, se subió los pantalones con la polla aún goteando y abandonó su despacho cogiendo la americana y el maletín.

Hasta que él no hubo abandonado la habitación yo no me moví. Permanecí en la mesa con las piernas colgando y el cuerpo mojado de semen. Entonces rompí a llorar. Había sido un polvo fantástico, pero mi orgullo era demasiado grande para admitirlo, sobre todo cuando había sido utilizada sin compasión como una zorra sin mi consentimiento. Me incorporé quedando sentada sobre la mesa y busqué con que limpiarme, pero lo único que encontré fue la corbata que aún llevaba al cuello. Su asquerosa corbata.

Me limpié con rabia, maldiciendo a ese cabrón y reprochándome ser tan guarra. Por último, me eché un cigarro antes de recomponer mi pelo y mi ropa, apagando la colilla sobre la sonriente cara de ese maldito bastardo, en aquella patética foto de familia...

Ya en casa me di ese necesario baño, pero no conseguía quitarme la suciedad que sentía por haberme dejado follar por mi jefe, y decidí que mañana llamaría para dejar el trabajo. Aunque en realidad no hizo falta, porque fue María la que llamó para despedirme a mí...