La dulce Mamen

De como conocí a la dulce Mamen.

La dulce Mamen

Lo correcto es comenzar mi narración describiendo a Mamen. Cuando la conocí yo tenía 26 años y ella estaba a punto de cumplir los 24. A primera vista sin duda no era una chica despampanante ni voluptuosa. Sus 165 centímetros concentraban su sensualidad de una forma muy armoniosa. Su piel era suave, clara, casi cremosa y emanaba un sutil perfume la hacía apetecible. Su cara redondeada, de mofletes cubiertos de pálidas pecas, contiene un par de enormes ojos negros. Sus carnosos labios siempre sonrosados ocultan unos blancos y bonitos dientes, y una lengua muy hábil. Pero sin duda lo que más llamaba la atención de su cuerpo era su pecho, grande y firme pero siempre discretamente cubierto por una muy recatada ropa, muy seria y formal para una joven de su edad.

Por todo lo anterior se puede uno imaginar que quizás el epíteto de "dulce" resulte un tanto exagerado. Sin embargo cualquiera que la conozca o tan solo haya podido escuchar su voz sabrá a que me refiero. Su voz evoca una calma, una dulzura, y una paz que hasta el más bruto y sanguinario guerrero que ha habido sobre la tierra necesitaría, de forma irreversible, prestarle atención, protegerla, cuidar de ella, saborear su piel, lamer su lengua, mordisquear sus labios, sus carrillos, y su pecho.

Siempre tranquila, muy modosita, y sin ningún tipo de maquillaje fue conociendo a mi grupo de amigos y por supuesto a mí. Nos hablaba de su amado y querido novio que estudiaba fuera, y aunque no estaba en los planes de nadie eliminaba en cada frase cualquier posible relación por muy fugaz que esta fuese. Tenía muy buena relación aunque apenas nadie en el grupo sabía de ella con todas las chicas que solían pasar las tardes con nosotros. Nadie la consideraba una amenaza y su risa nos alegraba a todos.

Una noche en un pub decorado al estilo irlandés entre el whisky de malta, y la alegre música de Gwendal, nos quedamos a solas según se fueron marchando todos, hablamos durante horas de viajes, lugares y planes para el futuro. Su mirada penetrante no se apartó ni un segundo de mis ojos, intentando adivinar que estaba viendo yo en mi mente. Cuando era ella quien hablaba nada parecía existir ni en el pub ni en el mundo, salvo lo que ella narraba.

La acompañé andando hasta su casa en el centro histórico sin decir ni palabra, por que ya lo habíamos dicho todo. Sin duda ella ya sabía todo lo que necesitaba de mi, y cada frase que enunció no fue más que otro acertijo de respuesta mística para mi. Volví a casa dando un paseo, solo con el olor de la humedad de las calles regadas en la noche de verano.

El siguiente domingo parecía que iba a ser un domingo más, aburrido, monótono, que nos recordaría más al lunes que a un día relajado del fin de semana. Sin embargo a eso de las 12 de la mañana sonó mi móvil. Era Diego un amigo que vivía en Gran Bretaña y que acaba de llegar a España y que quería que nos viésemos todos los amigos en la cabaña de sus tíos por la tarde. El plan era sin duda inmejorable. Era un lugar cercano a la ciudad muy acogedor, alejado de miradas indiscretas, muy bien provisto, de madera del color de la miel y rodeado de un bosque de pinos y robles.

Fui solo, en mi coche, y llegué justo a la hora acordada. En las cercanías de las casas pude ver ya varios coches aparcados. Iba a ser una reunión muy interesante. Saqué un par de botellas del maletero y me dirigí a la puerta. Antes de llamar pude oír el sonido de voces amigas en el interior, una música muy agradable. La puerta se abrió y comenzaron las sorpresas. Quien me recibió no era otra que Mamen, quien se me quedó mirando a los ojos, sonriendo y acercándome una mano. Estaba claro que algo era distinto en ella. La miraba mientras escuchaba la voz de mis amigos, pero solo podía ver su dulce rostro, con un perfecto maquillaje, algo que como ya dije nunca habíamos visto en ella. Sus ojos tenían sombra morada muy oscura que los hacía aun más grandes y brillantes. Sus labios siempre sonrosados lucían un púrpura muy oscuro, como las mas jugosas moras. Y sus uñas bien manicuradas también en un burdeos violáceo. Sin duda mi punto débil otra vez expuesto.

Cuando salí del trance de verla y notar su piel sobre mi mano todo discurrió como estaba previsto. Mucha cerveza, whisky, comida asada, luz de velas, buena música, y el olor del té, mezclado con el tabaco de pipa sin encender. Se hizo de noche, y fue cuando Diego desapareció. Cuando volvió pasado al menos un cuarto de hora, traía consigo una pequeña bolsita de cuero muy blandito, oscuro, que abrió ante nosotros, que permanecíamos en silencio, mirando atentamente. Siempre nos sorprendía con algo y esta vez no iba a ser menos. En la bolsa había unos trocitos de unas piedrecillas negras y muy brillantes, esparcidas entre hebras de hierbas secas. El olor que inundó el gran salón, se metió dentro de todos nosotros. Sentí un poco de mareo, y de felicidad, y después un gran relax. En los demás pude observar efectos aun más espectaculares. Silvia sin duda estaba ruborizada, quizás por un breve pero intenso orgasmo. Mientras Mamen tenía un brillo en sus ojos similar al de las embarazadas.

No se el tiempo que pasó hasta que nos atrevimos alguno a preguntar que era aquello. Diego no se demoró en responder. Nos contó una historia de un pueblecito cercano a Gales en el que un supuesto druida le había dado la bolsita y que pidió que nunca se deshiciese de ella hasta que viese cercano su fin. La hebras de hierba eran de una planta al parecer con efectos narcóticos, y a todos nos picó la curiosidad por saber que otros efectos podía tener si tan solo con su olor a todos nos había hechizado.

Así decidimos poner un poquito sobre una vieja escudilla de cobre. Nos pusimos en corro alrededor de la chimenea y con sumo cuidado y ayudados por un atizador la acercamos al fuego. Poco a poco de las hebras comenzaron a salir hilitos de un embriagador humo, que a todos nos fascinó. Con el olor impregnando toda la habitación poco a poco nos fuimos alejando de la chimenea, hacia los lugares menos iluminados, y más cómodos para disfrutar de la sensación.

No se cuando me quedé dormido. Pero si se como me desperté. Fue en una habitación de la cabaña. Cerrada por dentro. Con la dulce Mamen besándome con sus labios de caramelo, su aliento olía a moras, sus ojos ardían en llamas de pasión. A horcajadas sobre mi abdomen una fina camisa de algodón apenas cubría sus pechos. Su pelo suelto caía por su espalda y no llevábamos ninguno de los dos pantalones. Mi pene ante semejante espectáculo se puso rápidamente duro, muy duro. Sus manos se apoyaron sobre mi pecho y siguió besándome. Sus uñas poco a poco se clavaban en mi piel. El dolor se traducía en puro placer, y este a su vez en una erección cada vez más poderosa. Sin mediar palabra bajó una mano a mi entrepierna y liberó al fin a mi polla de su tormento, bajando un poco el slip y masajeado el tronco. Mientras seguía arañándome el abdomen retiró con la otra mano y usando solo un par de deditos la pielecilla de mi glande. Esa misma mano fue la que utilizó para deslizarla hasta la base, y poco después a mis testículos. Los acarició hasta que mi escroto se endureció como la piedra. Mi pene jamás había estado así. Era lo más grande y duro que lo había tenido jamás. Su besos cesaron para seguir con lametones por mi cuello, pecho y abdomen. Sentía su abrasador aliento a tan solo unos centímetros de mi pene. Sus tetas ya estaban libres de toda opresión y se mostraban redondas y firmes. Poco a poco comenzó a masturbarme con una mano mientras con la otra se quitaba su braguita. Por fin pude ver su pálido cuerpo, caliente y sensual al desnudo. Yo seguía apenas sin poder moverme, boca arriba en la cama y con una impresionante erección. Mi miró a los ojos y se aferró con fuerza usando ambas manos a mi pene, como si se hubiese vuelto loca. Sin abrir los labios los apretó con fuerza sobre mi glande. El calor era insoportable. Mi pene ardía entre sus manos. Sacó su calida y húmeda lengua para aliviar el tormento. Humedeció con ella todo mi pene. La venas de mi polla se marcaban como esculpidas. Estaba a punto de explotar, cuando comenzó una potente mamada. El ritmo era fuerte y enérgico, como intentando que me corriese inmediatamente, pero su boca era suave y cálida. Cuando se acercaba el orgasmo aminoraba lo justo para mantener la situación. Aquello duró un suspiro para mi, y quizás horas para el mundo.

Mi huevos me dolían como si tuviese cristales dentro, y ella mientras decidió colocar su vagina sobre mi prepucio. Sus labios externos estaban rojos como brasas. Notaba su calor en mis piernas. Mi pene palpitaba ante la cercanía y estaba ansioso de liberarse de su poderosa carga. Pero ella siguió jugando con mi pene. Se masturbaba el clítoris con la punta, parecía que lo iba a meter y se detenía, iniciaba una rápida paja y paraba

De pronto una energía colosal se apoderó de mi, y como un resorte me aferré a sus caderas que jugueteaban y cimbreaban a pocos centímetros de mi, y tiré con una fuerza bestial hacia abajo, introduciendo de un solo golpe todo mi pene dentro de ella. Su alarido, mezcla de gemido y felicidad se debió de escuchar a kilómetros de allí. Su fuego interior creí que me iba a dañar. Se mantuvo inmóvil conmigo dentro un par de minutos, mientras se arañaba las tetas, sus grandes aureolas, y se marcaba la piel. Poco a poco empezó a cabalgarme. Primero con un ritmo lento y entrecortado, después con fuertes contorsiones de su cadera, anunció de orgasmos encadenados, y finalmente como una amazona en celo. El ritmo era frenético y sus jugos fluían por mis caderas y empapaban ya las blancas sábanas. Por fin mis doloridos huevos se empezaban a contraer para soltar su blanca crema, mi pene me hundió en lo más profundo de la dulce Mamen mientras su vagina se aferraba a el como su de una fuerte manos se tratase. Lancé mi semen dentro de ella con violencia. Salía una cantidad enorme, entre decenas de contracciones, fue un orgasmo largísimo, al que llegamos a la vez. Mi leche salía de ella aun con mi pene dentro. Se quedó apaciblemente dormida entre mis brazos. Con su cuerpo blandito y calido pegado al mío.

Bueno. Así fue como conocí a la dulce Mamen. Sin duda esta fue una de las experiencias que más me han marcado en mi vida sexual. Pero con Mamen todo es posible y seguro que algún día les cuento otros encuentros.

Gurú.