La dulce janaina (final re-editado)

La anterior edición del final de La Dulce Janaina se publicó en un sólo párrafo, esta vez vuelvo a subir el relato, pero ahora correctamente redactado, con las disculpas del caso.

Una noche, mientras Janaina cogía con Josué en su dormitorio y Don Nicolás los espiaba desde afuera, masturbándose, sonó el teléfono de Janaina y ésta, que estaba montada encima de su novio, se estiró para recoger el aparato y contestar. Mientras cabalgaba sobre la verga del adolescente, meneando el culo, ella habló:

  • Aló?

  • Ciao, bellísima, sonno io, Lucca.

Ella por unos segundos no entendió nada de lo que le decían, pero pronto recordó al viejo verde del café, el italiano. Sonrió satisfecha porque lo había “enganchado”. Decidió disimular para que ni el padre ni el novio se dieran cuenta que estaba hablando con otro hombre y remplazó el nombre del italiano por un “sobrenombre femenino”:

  • Ah, hola “loquita”, tanto tiempo. Que sorpresa!

  • No he podido dejar de pensar en ti, me hago la paja todas las noches, mientras mi mujer duerme, recordando tu cuerpo perfecto.

  • Si? Cuanto me alegro!

  • Quiero besarte toda, lamerte toda, llenarte de semen y que te comas mi pija.

  • Y que estás haciendo ahora, “loquita”?

  • Estoy en mi oficina y me estoy haciendo la paja, pensando en ti.

  • Ah! Yo también, que coincidencia!

  • En serio? Estas desnudita?

  • Si –

Te estas tocando?

  • Si, si!!!!

  • Imaginate que estas conmigo, que te estoy acariciando

  • Cómo lo haces?

  • Te aprieto las lolas con mis manos y te beso el cuello.

  • Me gusta…

  • Te beso la boca y te acaricio las nalgas

  • Muy bien!

  • Quieres que te penetre, carina?

  • Claro que sí!

  • Pero antes me tienes que chupar la pija.

  • Pero con gusto!

Toda esta conversación sucedía mientras Janaina continuaba encima de Josué y ni éste ni Don Nicolás sospechaban que mientras la niña se cogía al uno para darle el espectáculo al otro, tenía sexo telefónico con un tercero.

Entonces Josué comenzó a gemir con fuerza porque ya acababa y Lucca pudo escucharlo.

  • Pero mira si eres cochinita, estas cogiendo con algún cliente mientras hablas conmigo. Que puta eres! Pero me encanta. Dale, haz que cuelgas el teléfono sin colgarlo y deja que yo escuche como disfrutas del sexo. Quiero correrme junto contigo, mi bella.

  • Bueno, prometo que mañana vamos a tomar un café juntas. Chau.

Dicho esto, Janaina dejó el celular al lado de la cama, sin colgar y se abalanzó sobre el cuerpo de su amante comenzando a gemir como nunca antes lo había hecho.

El muchacho ya había acabado y dejó de moverse, sorprendido porque nunca antes había escuchado gemir así a su diosa.

El padre no pudo más y terminó ahí mismo, ante el espectáculo del orgasmo de su hija y la vista de ese orto abierto que se le insinuaba, pues ella se había acostado sobre el cuerpo del novio para poder rozar contra el cuerpo de él su botoncito de gloria y alcanzar un orgasmo más fuerte, pero luego de acabar había levantado la cola que, sabía muy bien, era la debilidad de su padre, para que Don Nicolás se viniera pronto y al fin Josué pudiera marcharse a su casa. Se sentía poderosa; tenía a tres hombres al mismo tiempo y de distinta manera.

En ese momento se le ocurrió la idea de tener dos pijas al mismo tiempo dentro de su cuerpo y esa fue su siguiente meta. Sabía que no iba a tardar en alcanzarla.

Y porque lo prometido es deuda, a la tarde siguiente Janaina fue a tomar un café donde Lucca. Llegó vestida enteramente de blanco. Pero no llevaba minifalda ni tacones altos. Todo lo contrario, llevaba un vestido largo hasta los tobillos y sandalias chatas. Pero el vestido era transparente a contraluz y el calzoncito blanco hilo dental se notaba de lejos, haciendo más notoria la redondez de sus hermosas nalgas bronceadas. Llevaba puesto también un corpiño blanco, una talla más pequeña de lo que necesitaba, para que sus tetitas sobresalieran hasta dejar ver la aureola de sus pezones, como involuntariamente.

Entró al salón muy lentamente, para permitir que todos los hombres presentes se recreen ante la visión de esas piernas torneadas dibujadas como sombras chinescas bajo la larga falda; arqueando la espalda al caminar, para dar más volumen a sus nalgas; con los hombros bien rectos, para dar realce al escote, disque recatado, que permitía sin embargo adivinar un par de tetas deliciosas. Se tocó el cuello, como si algo le picara, sólo para permitir a sus espectadores la dicha de imaginar que esa mano era la de todos, que la tocaba. Lo hizo lentamente, mientras miraba de frente a Lucca, quien se quedó con un billete en la mano y la boca abierta sin mirar al mozo que esperaba el cambio para entregarlo a un cliente y quien al ver la cara de bobo de su jefe se volcó a mirarla y también quedó boquiabierto.

Ella se sentó en la misma mesa en la que había estado con Enrique, días atrás. Algunos de los clientes la recordaban. Uno de ellos le mandó un vaso de wiski con el mozo y Lucca no se negó porque jamás se negaba a que alguien compre algo en su café. Pero se reía del cliente, porque sabía que Janaina había ido esta vez a dejarse coger por él, por Lucca. Lo que jamás pensó fue verla tan hermosa, inmaculada, angelical. “Una mujer para amar”, pensó. Pero luego la recordó contra el mesón del lavabo en su baño, cuando Enrique la manoseaba y ella se exhibía desvergonzada, y recordó que sólo era una puta.

Dejó la caja a cargo de un empleado y se fue a su oficina del segundo piso no sin antes encargale a Carlos, su mozo de confianza, que avise a Janaina que la esperaba arriba.

Janaina dejó el wiski en la mesa y se fue como yendo al baño, porque la escalera al segundo piso quedaba en el mismo pasillo.

Dos de los clientes se miraron de reojo y, sin hacerse ninguna seña, se levantaron al mismo tiempo y fueron rápidamente al baño de varones, pues pensaban que Lucca iba a cogerse ahí a la muchacha. Pero grande fue su desilusión al darse cuenta que el “asunto” se realizaba en el segundo piso, al que nadie tenía acceso pues la escalera llevaba directamente a la puerta de la oficina de Lucca.

Janaina entró a la oficina y Lucca ya tenía la verga dura y fuera del pantalón.

  • Cuanto cobras? - Preguntó él directamente. Ella quedó sorprendida ante la pregunta, porque jamás había “cobrado” – en efectivo directo, entiéndase -, pero hacía rato que había aprendido a improvisar respuestas y entonces dijo:

  • Cuánto ganas en un día en el café?

  • Jaja - se rio el italiano.

  • Estoy hablando en serio. Cuánto sacas de ganancia diaria?

  • Unos mil pesos - dijo él

  • Mentira – Respondió ella.

  • Bueno, bueno, tres mil.

  • Quiero el doble. – Dijo ella.

  • Seis mil? Estas loca?

(Como referencia, los ingresos MENSUALES del padre taxista de Janaina, ahora que era dueño del carro, alcanzaban los cuatro mil pesos.)

Sin decir nada, Janaina salió de la oficina de Lucca y al volver al café fue directo a la mesa del cliente que le había invitado el wiski. Éste estaba en compañía de un amigo.

  • Son tres mil. Pero si tu amigo quiere participar de la fiesta, sube al doble. - Dijo, mientras lo miraba directamente a los ojos, pero con una actitud tan natural como cuando se dan los buenos días a primera hora de la mañana.

Los dos hombres se miraron. Dudaron. La muchacha estaba más que apetecible y la idea de cogerla entre los dos le daba un nuevo tinte al ofrecimiento. Pero era demasiado dinero. Valdría la pena?

Ante la duda de sus compañeros de mesa y la frustración de saberse rechazada por el viejo italiano tacaño, Janaina agarró la mano del invitador de wiski y la deslizó descaradamente por todo lo largo del muslo de ella, levantando el vestido con la otra mano, solo lo suficiente para que él pudiera tocar con los dedos lo mojada que estaba esa conchita que ella movía de arriba abajo muy sutilmente. El hombre dio un suspiro largo.

  • Ooooh dios! Eres una mala. Eso es trampa.

  • No voy a volver nunca más a este lugar.

  • Dijo ella.

  • Yo voy con tres mil. - Dijo el tipo.

  • Esta bien, yo voy con los otros tres mil, pero tenemos que pasar por el cajero automático. - Dijo el otro hombre.

Lucca bajó de su oficina, y Janaina se dio cuenta, por su cara, que acababa de hacerse una paja. Ella le sonrió con los labios, pero sus ojos lo miraron desafiantes. Porque sus nuevos clientes acababan de sucumbir a sus encantos.

Lucca dudó un momento, pero desvergonzado como era, se acercó a la mesa y dijo en voz alta, para que todos escucharan

  • Ya se la llevan? Pero, si ésta putita no pierde el tiempo.

A lo que Janaina respondió:

  • Si, por eso no estuve más de dos minutos en tu oficina, ya que a ti no se te para.

Toda la clientela del café rio a carcajadas. Uno de los hombres se acercó a la caja a pagar la cuenta. Lucca, con el rostro enrojecido, trató de convertir todo en una broma a su favor.

  • Ya te dije que estoy viejito, Janaina, que aunque te ofrezcas gratis no puedo hacerlo contigo porque podrías ser mi hija.

Pero Janaina y los dos hombres que la acompañaban ignoraron el comentario del italiano, y siguieron riéndose de él mientras se marchaban.

El cajero automático estaba a cuadra y media. Por eso le pidieron a Janaina que camine delante de ellos para disfrutar de mirarla. A esa hora el sol se había escondido ya y las luces de la ciudad apuntaban desde distintos ángulos, dándole a Janaina muchos recursos para permitir a estos hombres adivinar la silueta de sus piernas a través de la tela de la falda. Que las luces de los coches que iban por la calle, que la luz de la vidriera del siguiente negocio… Ella jugó y coqueteó con ellos mientras se iba excitando de solo imaginar que iba a experimentar nuevas cosas aquella noche… dos pijas adentro, al mismo tiempo… dos hombres de gozan de ella…cuatro manos que la tocan al mismo tiempo, dos lenguas que recorren su cuerpo…

Tomaron un taxi y le dieron la dirección de un hotelito de cuarta que uno de los dos recordaba de alguna anterior aventura, y sentaron a Janaina en medio de ellos.

Ella miraba al frente, y lo primero que hizo fue poner ambas manos palma arriba a la altura de sus pechos. Ellos entendieron y le dieron el dinero. Uno de ellos comenzó a acariciarle los senos y el otro fue directo a toquetearle la concha, metió la mano dentro del calzón de ella e introdujo un dedo. Ella empezó a mover la cadera para cogerse ese dedo y estiró ambos brazos a los costados para tocas ambas vergas, que ya comenzaban a endurecerse, por encima de los pantalones. El otro hombre la besó en la boca.

Llegaron al hotel. Entraron a la pieza y los dos hombres de desnudaron inmediatamente. Janaina no soportaba el abrazo torturador del sostén pequeño y decidió desnudarse al igual que ellos. Los hombres se pusieron de frente uno a otro, con Janaina al medio. Ella chupaba una pija mientras acariciaba la otra y viceversa. Les chupó los huevos, se metió las pijas lo más profundo que pudo dentro de la garganta, jugueteó con los glandes, lamió todo el tallo, mordisqueó aquí y allá, volvió a chupar los huevos… y sus manos iban y venían pajeando al uno, chupando al otro, volviendo a comerle la pija al primero, regresando al segundo. Ellos gemían y de rato en rato le acariciaban las tetas o la espalda, o le agarraban la nuca y le follaban la boca. Un rato de esos, mientras ella se comía entera la polla de uno de ellos, el otro la agarró de la cintura, le levantó la cola y empezó a chuparle el orto y la conchita. Chupaba la conchita y metía los dedos en el orto, chupaba el orto y le metía los dedos en la conchita. La boca de Janaina alternaba lamidas y gemidos.

No podía creer su suerte. Estaba disfrutando del cuerpo de dos hombres y además le habían pagado más de lo que jamás pudo imaginar. El hombre a quien Janaina le estaba chupando la pija no aguantó las ganas de cogérsela y se sentó en una silla que había ahí, muy oportuna, y la hizo montarlo. El otro hombre se puso al lado de ambos apuntándole la boca con el pene y tomándola por la nuca. Ambos la estaban cogiendo; uno por la concha, otro por la boca. Y ella disfrutaba como nunca y pensaba en el viejo italiano que la había rechazado y en cómo le hubiera gustado que él esté ahí, mirando como esos dos hombres se la cogían. También pensó en su padre, en cómo hubiera él disfrutado de ver ese espectáculo, en como se hubiera pajeado desde afuera mirando a Janaina dar placer a dos desconocidos al mismo tiempo, siendo penetrada por la boca y por la concha…

Sintió en su boca el sabor y la textura del semen y eso hizo que ella se venga en ese mismo instante. El otro hombre aun no se corría y ella necesitaba que le llenen el culo, porque desde que probó por ahí, era lo que más le gustaba. Dejó de moverse sobre su hombre y éste notó que debía cambiar de posición.

Ella se levantó y se fue a la cama, se puso en cuatro y le ofreció el culo separando sus nalgas y abriendo el orto con movimientos musculares que manejaba a la perfección. Fue embestida inmediatamente, con tanta fuerza, que sus brazos no soportaron y cayó de bruces en la cama, aplastada bajo el cuerpo del hombre que la poseía.

El otro ya estaba con el pene listo una vez más y se acomodó al lado de ella, de costado y la invitó a girar para poder penetrarla por la concha al mismo tiempo que el otro se la cogía por detrás. Ella se mantuvo recostada sobre su lado izquierdo, levantando la pierna derecha con la rodilla doblada. El hombre que tenía detrás entendió lo que sucedía, dejó de moverse sin sacar la pija del culo y esperó que su amigo la penetre por el otro lado. Cuando los dos la tenían ensartada, tuvieron que coordinar entre los tres el movimiento.

Ella simplemente no se movía, lo que hizo fue memorizar cada una de las sensaciones. El calor de dos cuerpos que la comprimían. Una lengua que le recorría la nuca y el cuello y otra lengua que hurgueteaba dentro su boca. Unas manos que la atrapaban desde adelante por las caderas, empujándola y jalándola alternadamente y otro par de manos que, desde atrás le apretaban las tetas. Una pija que entraba y salía de su concha ardiente, otra pija que le llenaba el culo y el roce de ambos miembros viriles dentro del cuerpo de ella, apenas separados por lo que parecía una fina película de piel interna, un velo de carne sensible y llena de terminaciones nerviosas, que al roce de ambos cachos de carne gorda y dura, y de sólo imaginar que ambos hombres gozaban no solo por estar penetrándola sino por estar toqueteándose la pija el uno al otro dentro de ella, hizo que Janaina sienta eso que ella recordaría siempre como el mejor orgasmo de su vida.

Esto fue lo último que Janaina pudo contarme aquella tarde que la encontré por casualidad, después de muchos años.

Mientras yo tomaba un sorbo del café – que ya estaba frío - buscando en mi mente alguna palabra con la cual expresar lo que sus relatos me habían hecho sentir y pensar, se acercó a nuestra mesa un señor como de unos sesenta años, o tal vez más, muy bien vestido, con lo que me pareció era un Rolex auténtico en la muñeca derecha y la saludó con un beso en la boca.

  • Hola mi amor, mira, te presento a Mini. - Me presentó ella.

Yo me apresuré aclarar que nos conocíamos de cuando éramos niñas y que no nos habíamos visto desde hacía más de quince años, porque no quise que él pensara que yo me dedicaba a lo mismo que ella.

Cuando quise llamar al mozo para pagar mi cuenta, Janaina dijo que no me preocupe, que ella invitaba. Me pidió mi número de teléfono y le di uno inventado.

Salí del café con la misma sensación que tiene uno cuando sale del cine, como volviendo a la realidad después de haber vivido la historia de otros. No la he vuelto a ver y no he regresado, por si acaso, a ese café. No vaya a ser que, de retomar amistad con ella, yo empiece a buscar esos placeres que a mi amiga le han traído tanto gozo.

Y sin embargo, no he podido quitar de mi cabeza las imágenes que me hice en la mente de todo lo que me contó… por eso escribo, para exorcizar los fantasmas de estas fantasías que me regaló Janaina... La dulce Janaina…