La dulce Janaina
De cómo mi vecina se transformó de dulce doncella en la mujer de un viejo y el sueño erótico de su propio padre
Esta es la historia de Janaina, una muchacha de 18 años que vivía en mi barrio, a la que conocí desde niñas y con quien yo jugaba a las muñecas en el patio de mi casa, algunas tardes de la infancia. Cuando se hizo jovencita, Janaina se convirtió en una voluptuosa adolescente de piel morena, ojos almendrados, largos cabellos prietos y marcadas curvas, a quien todos los chicos del barrio deseaban.
Se dice que cuando ella tenía siete años la madre murió por alguna enfermedad extraña, y desde entonces Janaina se hizo cargo de cuidar a sus tres hermanos, todos varones, todos menores que ella, en las horas en que el padre salía a trabajar como chofer de taxi; un coche que no le pertenecía, por el cual él debía pagar un alquiler diario para poder llevar el sustento a su hogar.
Los tres hermanos cuidaban como feroces fieras a la hermana-madre y esto ocasionaba que los chicos del barrio no tuvieran acceso a ella, ya que incluso el padre, Don Nicolás, era un hombre temible y corpulento quien no dudaba en amenazar con los puños a cualquier galán que intentase hablar con la dulce muchacha.
Esto, claro, era de puertas afuera. Dentro de las cuatro paredes de la casa se cocía otro caldo. En una ocasión, llegó el dueño del coche a cobrar la renta que Don Nicolás se había tardado en pagar dos meses porque el menor de los hijos había enfermado con la rara enfermedad que había matado a la madre y Don nicolás tenía que costear los gastos médicos.
Janaina me contó, muchos años después, que aquella noche le cambió para siempre la vida. El dueño del coche, quien se llamaba Mario y tendría unos cincuenta años, entró en la humilde vivienda dispuesto a negociar con su chofer el pago de la renta, pero al ver a la muchacha, que diligente le acercó un vaso de jugo de lima para refrescar su garganta, quedó fascinado con su belleza y no dejó de mirarla hasta hacerla sentir desnuda frente a sus ojos e incluso los ojos de su padre.
Don Nicolás, a pedido de Mario, mandó a uno de sus hijos a comprar varias botellas de cerveza y comenzaron una larga farra que se prolongó hasta la madrugada. Durante esas cinco o seis horas en las que transcurrió la visita de Mario a casa de Janaina, Mario había convencido a Don Nicolás de entregar el cuerpo de su hija virgen a cambio de regalarle el coche que éste manejaba y otras dádivas financieras como hacerse cargo de los gastos médicos del menor de los hijos, que parecía no mejorar a pesar de todos los cuidados que los médicos le brindaban.
Esa madrugada, un ebrio Don Nicolás entró al cuarto de su hija y le comunicó que ella iba a ser la mujer de Mario desde el día siguiente; que tendría que hacer lo que éste le dijera y portarse bien porque si no la botaba a la calle por mala hija y mala hermana.
Como Janaina no terminaba de entender lo que el padre le ordenaba, Don Nicolás la abofeteó y al caer ella sobre la cama el padre se sentó a su lado a sobarla.
- Tú sabes hijita lo que te estoy pidiendo. No me digas que no sabes lo que hacen los hombres con sus mujeres.
- Papá, qué es lo que me está pidiendo? Mario es casado y tiene hijos más grandes que yo.
- Yo se hijita, pero eso no importa porque lo tuyo con él va a ser nuestro secreto. Ni siquiera tus hermanitos van a saber que es lo que pasa. No es difícil lo que vas a tener que hacer y te va a gustar, vas a ver, es bien rico. Él te va a tratar con amor, te va a cuidar y vas a poder tener todo lo que yo no te puedo dar.
- Pero yo no sé qué es lo que hacen los hombres con las mujeres. O sea, he escuchado, pero no se, papá.
Entonces la vida dio un giro completo para Janaina. Sintió cómo la mano de su padre comenzaba a acariciarle las piernas, no como cuando era niña y se lastimaba y él le hacia el “sana-sana”, sino de una manera diferente, más suave y más tensa.
- Mario sólo te va a tocar así, mira hijita, así, las piernitas bonitas que tienes. Abre las piernas, hijita, ábrelas. Así, así, muy bien. Ves? No duele, no, es agradable. Y te va a tocar la conchita, así, ves? Con los deditos, con la manito, suavecito. Abre más las piernas, hijita. Ahora sube más tu camisón, muéstrame esas tetitas redonditas. Eso, así, tranquila, no te voy a lastimar, Mario no te va a lastimar, te va a hacer gozar hijita. Te va a gustar, es rico. Vas a ver. Es rico.
- Sólo me va a hacer eso, papi?
- No mi hijita, también te va a besar, va a besar esas tetitas deliciosas, como eran las tetas de tu mami, mi amor. Mira, yo te las voy a besar para que veas lo rico que se siente.
Y Don Nicolás comenzó a chupar las tetas de Janaina y ésta comenzó a sentir un placer hasta entonces desconocido, se rio un poco y Don Nicolás se convenció a sí mismo, con esa risilla, que él tampoco estaba haciendo nada malo. Todo lo contrario, recordó, al contacto de su lengua con los pezones de su hija, las deliciosas tetas de su difunta mujer y pensando en ella bajó una mano y separó el calzón de Janaina, que comenzaba a mojarse y acarició la concha de su hija con una mano suavemente, como lo hacen los amantes que aman.
- Eso que hace me gusta, papi.
- Y vas a ver cómo te va a gustar que te chupe esa conchita jugosa, mi muñeca. Sacate el calzoncito, bebé. Sí, mejor así, sin calzoncito. Sientes mi lengua?
- Sssiiiii…. Se siente rico papi, riiiicoooo.
De esa forma, mientras su padre le chupaba la concha y ella se masajeaba las tetas con la mano mojada, para seguir sintiendo el placer que sintió con la lengua de su padre, Janaina alcanzó el primer orgasmo de su vida.
Cuando el deseo de Don Nicolás por cogerse a su hija era tan grande que estuvo a punto de desvirgarla, recordó que el trato era solamente válido porque él había asegurado la virginidad de la muchacha. Entonces, le dio un dulce beso en los labios, le acarició la frente y la dejó dormida con una sonrisa en los labios, mientras él se fue a su cuarto a hacerse una paja deliciosa, mientras imaginaba que se cogía a la niña de sus ojos, diez veces más bella que la que había sido su esposa.
(continuará…)