La dulce Janaina (5)

De cómo Janaina empieza a salir con otros hombres y a disfrutar de las ganancias económicas que ésto le significaba.

Janaina había aprendido a que Mario haga lo que ella quisiera. Lo tenía agarrado de los huevos, como dicen. Y cuando una noche, después de haber estado juntos casi toda la tarde cogiendo en el monoambiente, él le dio que tenía que irse a un juego de cartas con sus amigos de la oficina, ella consiguió que le conceda acompañarlo. No quería regresar a su casa porque la noche anterior había discutido con su padre sobre un dinero que éste le había robado de su chanchito de ahorros. Quería castigarlo y no volver a casa.

Por lo tanto, Mario llegó a la partida de cartas con Janaina.

-          Vamos a decir que eres mi sobrina, que acabas de llegar del campo y que no conoces la ciudad. Como mi mujer y mis hijos se han ido de viaje, te daba miedo quedarte en casa y por eso me estás acompañando. Está bien?

-          Está bien.

Y fue eso lo que dijeron. Nadie les creyó, claro. Los amigos de Mario miraban de reojo a la muchacha que se sentó al lado de él con esa cortísima minifalda y esa blusita apretada que dejaba ver la línea que divide sus tetas como un anuncio publicitario de cerveza.

Al cabo de un rato Janaina se aburrió de esta ahí sentada y se levanto para servir bebidas a los jugadores.

-          Alguien desea algo…?  -  Preguntó con ese doble juego de palabras que tanto la excitaba.

Muchos de los amigos de Mario sonrieron con sorna y lo miraron con picardía. Éste se sintió incómodo y muerto de celos porque se dio cuenta de que Janaina jugaba a seducirlos a todos. Pero su orgullo era demasiado y sonrió también, tratando de ser tan malicioso como sus amigos.

La muchacha se paseaba entre los hombres y al acercarles los vasos no dudaba en rozar el brazo del de al lado con su nalga, de agacharse para dejar que le vieran algo mas de las tetas, e incluso en alguna ocasión, casi como si fuera de lo más normal, puso su mano sobre la nuca de uno de ellos, acariciándolo disimuladamente. Éste, se estremeció ante la desfachatez de la muchacha y la próxima vez que la tuvo cerca se arrojó a acariciarle detrás de la rodilla sin que nadie más se diera cuenta. Intercambiaron miradas.

La partida terminó y cuando se despedían, el hombre a quien Janaina había provocado acariciándole la nuca, le entregó a ella un papelito disimuladamente. Ella lo tomó y sin que nadie mas que él se diera cuenta, se metió el papelito entre las tetas.

Durante todo el trayecto Mario estuvo callado. Estaba furioso, celoso. No la llamó ni la buscó por casi un mes. Pero ella continuó saliendo como siempre, casi todos los días a la misma hora, para que su padre no sospechara nada. Esta vez, su amante era otro y las ganancias de este nuevo amorío, ella no iba a compartirlas con los demás habitantes de su casa.

En el papelito que le habían entregado había un nombre: Enrique, y un número de teléfono. Ni corta ni perezosa, esa misma noche Janaina probó a llamar al número y le contestó una voz medio dormida.

-          Enrique? Soy Janaina, la sobrina de Mario.  -  Dijo ella.

-          Qué? A sí, si, lo recojo mañana, mañana después del trabajo.  – Contestó él.

-          No me escuchas? Soy Janaina. Me diste un papelito con tu nombre y tu número.

-          Si, te entiendo, claro. Mañana te llamo.  -  Dijo él y colgó.

Ella quedó confusa, pero luego comprendió lo que pasaba. Enrique también era casado y probablemente en ese momento estaba acostado al lado e su mujer. Una llamada a esa hora merecía una excusa masculina, como que había olvidado algo en la casa del amigo donde jugaron cartas, o algo así.

Al día siguiente, a eso de las diez de la mañana, Janaina recibió la llamada de Enrique.

-          Hola bombón. Disculpá es que anoche estaba medio dormido cuando me llamaste.

-          Si, y tu  mujer estaba muy despierta. – Contestó ella.

-          Y tú no eres la sobrina de Mario.

-          No, no lo soy.

-          Que planes tiene para hoy?

-          Ninguno.

-          Yo salgo de trabajar a las seis. Donde te veo?

-          No se.

-          Mira, conozco un cafecito bastante tranquilo la dirección es la siguiente...

A las cinco y cuarto Janaina se despedía de Josué con un beso en la boca en la parada del ómnibus.

-          Segura que no quieres que te acompañe?

-          No, mi amor, gracias. Vuelvo a las diez. Me vienes a buscar a la parada?

-          Si, mi princesa. Cuidate.

-          Yo siempre me cuido.

Llegó al café de la cita y se encontró con Enrique sentado en una mesa algo apartada. Ella llevaba puesto un pantalón corto blanco con un minúsculo cinturón de cuero y una blusita suelta que favorecía su silueta pues hacía ver más diminuta su cinturita. Llevaba zapatos de tacón color marrón y una cartería bandolera colgada cruzada, el cabello suelto y los ojos apenas delineados. No necesitaba maquillaje, su piel era perfecta y sus facciones angelicales.

Mientras ella caminaba hacia la mesa de Enrique todas las miradas masculinas del café – donde casi todos los clientes eran hombres, como suele suceder en los cafés a cierta hora – se posaron sobre ese culito juguetón de puta calentona que se contorneaba a cada paso, y esas piernas perfectas que invitaban a abrirlas para descubrir la gloria.

Llegó a la mesa de Enrique y éste tenía puesta una cara de depravado que a ella le causó gracia. El hombre no podía esconder las ganas que tenía de follarla ahí mismo, en delante de todos.

La invitó a sentarse y cuando estaba por levantar la mano para llamar al mozo, éste ya estaba al lado de la muchacha mirándola con una sonrisa que escondía lujuria.

-          Qué desea tomar la señorita?

-          Un whisky,   -  Dijo ella, sin pensarlo dos veces, recordando lo que había tomado para darse valor la primera vez que estuvo con Mario.

-          Inmediatamente.  -  Dijo el mozo y se marchó sin dejar de hacer una seña de aprobación a Enrique, como diciendo “Está buena, hermano”.

Conversaron un momento de tonterías, porque los dos se preguntaban cosas sobre su vida y los dos mentían las respuestas y ambos lo sabían.

No tardó en acercarse a la mesa el dueño del café, Lucca, un italiano libidinoso que intentaba cogerse a cuanta mujer entraba en su café.

-          No vas a presentar a tu amiga, Enrique?

-          A ti no te presento a nadie, viejo verde.  – Respondió Enrique en broma, y ambos rieron.

-          Es que mi amigo es un egoísta.  -  Dijo Lucca.

-          Es que mi amigo es un baboso.  -  Dijo Enrique.

-          Como le va? Me llamo Janaina.  -  Dijo ella, extendiéndole la mano y pensando si las grandes manos del tano la acariciarían con fuerza o con dulzura y si esa boca roja escondía una lengua que podía también darle placer; calculando cuánto dinero podía sacarle al dueño de un café y calculando cuánto podía ganar entre ambos amigos, que ya entraban en duelo de palabras por la atención de ella.

-          Que nombre tan bonito: Janaina. – Dijo el dueño del café.

-          Si, creo que mi madre lo inventó, pero a mí me gusta. No conozco otra Janaina y me gusta sentirme única.

-          No necesitas de un nombre así para ser única, nunca había visto una mujer más bella, bellísima – repitió con acento italiano, como para dejar claro que era extranjero.

-          De donde eres? – Preguntó ella.

-          De Italia, de donde eran Romero y Julieta. – Respondió él coquetamente.

-          De donde eran Desdémona y Otelo, también. – Respondió Enrique amenazado a Lucca con la mirada.

-          Bueno, bueno, me voy, no vaya a ser que alguien salga lastimado. Ya no se puede charlar con la clientela. Espero verte de vuelta, Janaina. Chau, Enrique. Buen provecho. – Acotó con sorna.

Janaina disfrutaba de saberse deseada y peleada. Se imaginaba a todos los clientes deseándola y decidió no perder más tiempo y hacerlos disfrutar un poco.

-          Tu amigo el italiano está celoso por mí? – Se hizo la inocente al preguntar.

-          Sabes que sí. Ya quisiera él tener sentada a su mesa una hembra como tú.

-          Pues entonces, pongámoslo más celoso.  -  dijo ella y se levantó y se fue a sentar al lado de Enrique y puso su mano sobre la pierna de él y comenzó a sobarlo fingiendo que lo hacía a escondidas, pero consiente de que muchas miradas seguían cada uno de sus movimientos.

Enrique se puso algo incómodo, muchos de los asiduos a ese café lo conocían y sabían que era un hombre casado y con un hijo. Pero al mismo tiempo recordó las veces que lo habían criticado por ser tan complaciente con su esposa y que sabía que algunos decían que su esposa le ponía los cuernos con el entrenador físico del gimnasio – un mequetrefe fisicudo y morenito salido de alguna villa. Y el macho que había en él le pidió una reivindicación pública y agarró a Janaina de la cintura y la apretó contra él y miró a los otros desafiante y  los demás volvieron a sus charlas y todo volvió aparentemente a la normalidad, menos la mesa de Enrique y Janaina, donde el calor de los cuerpos crecía a pasos agigantados.

-          Voy al baño, dijo ella. – Haciéndole un gesto con la mirada, invitándolo a seguirla. Se acercó a la caja del café, donde estaba sentado Lucca detrás de la caja y le preguntó dónde estaba el tocador de mujeres, siempre con ese doble juego de palabras que le encantaba.

-          Frente a ti, detrás de la caja.  – Le respondió él y ambos rieron abiertamente, despertando la curiosidad de todos y los celos enfermizos de Enrique.  -  No, mentira, está allá, al fondo, es la segunda puerta de la izquierda.

Cuando Janaina hubo desaparecido de la vista de todos, Enrique se levantó de su mesa y fue directo a hablar con Lucca.

-          Como la toques, te mato. Es mía, yo la traje.

-          Tranquilo, Enrique, sólo bromeábamos. Jamás me meto con las hembras de mis amigos… Aunque esta no es del todo tuya… tuya es tu esposa, esta mas bien parece de las que se alquilan y está demasiado buena como para no desearla. Dime una cosa, has pensado que podía ser tu hija?

-          Y podría ser tu nieta, viejo verde. Púdrete!

Enrique, enceguecido por los celos, se fue directo al baño de mujeres y sacó a Janaina jalándola de un brazo. La llevó al baño de hombre y ahí nomás, frente al lavabo le dio una palmada en las nalgas mientras le decía:

-          Así que resultaste más calienta pollas de lo que pensaba. Pues mi polla está ya bastante caliente e inflada y la voy a desinflar dentro de ese culo de puta que tanto te gusta mostrar.

Dicho esto le desabotonó el cinturón y el pantalón corto, se casó el pantalón y el calzón y se quedó extasiado mirando por unos segundos ese pubis perfecto, hermoso, depilado y carnoso. No pudo aguantar el deseo e introdujo su lengua en la concha de Janaina mientras con una mano se desabrochaba el pantalón, ahí sentado en cuclillas frente a ella y comenzaba a hacerse la paja.

En ese momento entró Lucca al baño.

-          Estás loco Enrique. No puedes hacer eso en mi baño.

-          Callate y cerrá la puerta con llave, quiero que veas como me cojo a mi hembra para que veas que sí es mía.

Lucca dudó un instante, pero la malicia de la situación lo excitó mucho. Jamás, ni en sus más cochinos sueños se imaginó que iba a ver como se cogían a una hembra tan descomunal y nada menos que en su baño. Iba a darse muchas pajas luego recordando eso. No había más que dos mujeres sentadas en una mesa, afuera y era muy probable que ya se fueran. Puso llave a la puerta del baño y sacó su polla del pantalón para comenzar a menearla mientras veía como Enrique disfrutaba de esa hermosa muchacha.

Janaina no podía creer lo que estaba sucediendo. Los juegos de fisgoneo con su padre, que la espiaba mientras ella tenía sexo con Josué la excitaban mucho, por lo que tener a un viejo gordo y calvo, panzón y libidinoso babeándose por ella mientras otro hombre la disfrutaba, sería la gloria para ella. Se dio la vuelta ofreciendo a ambos machos el espectáculo indescriptible de sus nalgas preciosas, redondas, duras y perfectas y, apoyada de codos sobre el mesón del lavabo comenzó a mover las caderas con las piernas abiertas.

Su blusita suelta colgaba y sus pechos rogaban que alguien los liberara del sostén. Enrique pareció escuchar ese pedido de auxilio y le soltó el corpiño con mano experta, para luego acariciarle las tetas, así, desde atrás, y con la otra mano le acariciaba la cola, y le decía a Lucca:

-          Ves, viejo verde? ESTO es una hembra de verdad, puta, hermosa, joven, calentita y dispuesta. No todas esas viejas insatisfechas que metes a tu oficina del segundo piso para que te chupen la pija y te regalen su concha usada y desabrida. Mirá qué culito rico tiene esta princesa… mirá como le meto mano y ella goza… mirá como le voy a comer el culo y ella disfruta.

Y comenzó a lamerle el orto a Janaina y ella se acariciaba el clítoris y rápidamente alcanzó un orgasmo que no hizo público porque sabía que vendrían más y quería seguir disfrutando de ESO que le estaban haciendo. Sabía que si Enrique se enteraba que ella había terminado, pronto querría penetrarla, pero ella quería que le siga chupando el culo y la concha.

Enrique la chupaba y le daba nalgadas. Lucca se masturbaba mirando la escena. Alguien llamó a la puerta y todos quedaron inmóviles.

-          Don Lucca, salga, su mujer ha llegado.  – dijo la voz del mozo que había llevado el vaso de wiski a Janaina.

Lucca salió del baño con la mano en el bolsillo y Enrique metió a Janaina en uno de los retretas cerrando le puerta. Se sentó y la sentó encima de él, de frente. Comenzó a comerle las tetas y a buscar su concha para penetrarla. Pero de tanto lamerle el orto lo había dilatado y la pija entró por el culo sorpresivamente, dando a Enrique un placer sin precedentes y a Janaina la alegría de ser cogida por el culo en esa posición que nunca antes había experimentado. Como siempre que la cogía su padre por el culo, ella se acariciaba el clítoris con la mano para gozar mejor. Se movía en círculos encima de su amante dándole a él un gozo nunca antes experimentado.

Se escucharon pasos y alguien orinando en el mingitorio. Los amantes seguían culeando dentro del baño y no se detuvieron, sino que saberse sorprendidos los calentó más y comenzaron a jadear sin pudor. El sonido del chorro de orín se interrumpió de golpe. Y sólo cuando los amantes dejaron de gemir volvió a orinar su eventual cómplice.

Janaina descansó unos segundos apoyada sobre Enrique, con uno de sus pezones atrapado entre los dientes del hombre que no quería despertar del gozo al que había llegado. De pronto ella se puso de pie, se limpió con pale higiénico dejando un poco de papel doblado entre sus bragas y su culito que tardaba en volver a cerrarse. Su subió el pantalón, se puso el brasier, el cinturón, salió del baño, se lavó la cara, se acomodó el cabello, sonrió al espejo y salió como si nada a sentarse en la mesa. Pidió otro wiski.

Mientras tanto, Enrique seguía sentado en el inodoro, con las piernas abiertas, el pene colgando, los ojos cerrados y una sonrisa estúpida en el rostro.

El rumor de lo sucedido en el baño pasaba de  mesa en mesa y muchos caballeros levantaron sus tazas de café o sus vasos de cerveza para brindar con Janaina a la distancia. Ella los miraba como si no existieran. Ya estaba satisfecha y no los necesitaba.

La mujer de Lucca se marchó del local, con la cara agria que la caracterizaba. Era una mujer de más de cincuenta años, regordeta y descuidada.

Enrique no salía del baño y Janaina se cansó de esperarlo. Terminó su wiski y se marchó, no sin antes despedirse de Lucca, dejándole anotado su teléfono en una servilleta de papel.

Cuando salió enrique del baño, con el cabello mojado. Se sorprendió no solamente de no encontrar a Janaina sino porque fue recibido por todos los clientes con una ovación de pie.

Desde entonces Enrique se convirtió en otro de los amantes de Janaina. Ella llegó a dominarlo, hasta el punto que él le compró un auto. Ella argumentó a su padre y a Mario que lo había comprado con sus ahorros.

De lo que pasó con Lucca hablaremos en el siguiente relato…