La dulce fresa polaca
La polaca que conocí en mi viaje a huelva.
Bueno, si mal no recuerdo, pues ésta es una de esas historias que, como todas, se van idealizando con el paso de los años. Estaba yo en mi segundo año de carrera y, bueno, entre los excesos que tiene el ser universitario, acepté poco antes de los finales ir con un amigo de la escuela de ingenieros a su casa en Huelva y aprovechar a conocer sus playas y sus mujeres. Era la temporada de fresas y mi amigo, Daniel, me dijo que podría ver como se recogía en las fincas que tenía su padre.
Bueno, después de varias horas de viaje, el autobús, nos dejó en Huelva; de allí, fuimos a su casa de la playa en un pueblecito costero llamado el Rompido. Daniel decía que veríamos a sus amigas por la noche y, claro, yo esperaba que fuesen guapas y calientes, para relajarme con alguna de ellas antes de los exámenes.
Pero, no era lo que me esperaba, la playa estaba medio desierta, el agua estaba bastante fría y no había mucha gente en la playa. Lo de sus amigas, fue el segundo jarro de agua fría porque, aunque no las recuerdo bien, no eran muy lindas. Bueno, al menos, podría hartarme a fresas, que por cierto me gustan mucho.
En fin, mi segundo día, lo pasé viendo como recogían las fresas. Me llamó la atención que casi todos los trabajadores de la finca eran mujeres que parecían de Europa del este; Daniel me dijo que era lo habitual en esa zona, porque eran mano de obra legal, poco conflictiva y muy trabajadora. Todo lo contrario que los marroquíes, quienes solían agredirlas con el consentimiento del gobierno socialista de la Junta de Andalucía, porque les quitaban el trabajo de temporeros. Bueno, una de esas incongruencias que suceden en mi país. Sin embargo, no es eso lo que hoy quiero contar.
Esa tarde caminando entre las polacas, me fijé en que, si bien muchas de ellas eran mujeres de treinta y tantos o cuarenta, bastante desgastadas por el trabajo del campo, había algunas con esos preciosos rasgos que les confiere, a las mujeres del este de Europa, una belleza misteriosa y un aire de tristeza nostalgica que las hace muy deseables. Bueno, a mí, la verdad, no me hacen falta esos incentivos ya que no hago mucho caso a la raza, o al color de piel, o al país, soy un hombre, con que una mujer me parezca bonita y esté sana, ya ando caliente.
Bueno, dejo de divagar y continúo. Estaba llegando al almacén, donde estaba el almacén desde donde se cargaban de camiones, se preparaba el producto y donde estaba la oficina del padre de Daniel. Por cierto, el impresentable de mi amigo se había ido a tirarse a una de sus amigas a la casa de la playa donde supuestamente íbamos a estar, ambos, preparando los exámenes. Bueno, tampoco le puedo culpar, un polvo es un polvo y entre hombres no nos podemos echar en cara esas cosas, pero me desvío de la historia.
Al entrar, me di cuenta que habían ruidos en la oficina así que me acerqué para saludar al padre de mi amigo, de repente, me doy cuenta que la cosa no es lo que me imaginaba. ¡Vaya con el padre de mi amigo!, quien se lo estaba montando sobre el escritorio con una de esas preciosidades que recogían sus fresas. Ahí en lo alto de la mesa le plantaba su nabo en la zanja que formaban los dos gruesos carrillos de sus nalgas. No se podía quejar, era una belleza, piel blanca, pelo rubio, cuerpo prieto con grandes senos y una boca roja que de seguro le habría hecho alguna mamada al jefe del tinglado. Pero, como no quería ser visto y tampoco me interesaba ver a otro tío follando, me desplacé, sigilosamente, buscando la salida. Fue, en ese momento, cuando me percaté de que algo se movía en la habitación que había junto a la oficina del padre de mi amigo. Me quedé escondido tras unas cajas del producto estrella: las fresas. Desde allí, vi como una mujer cogía una caja de un cajón y salía a gatas escondiéndose tras la mesa donde el jefe jodía. Vaya, era toda una belleza, más guapa que la que se tiraba al padre de mi amigo.
En ese preciso instante, se me ocurrió la idea de que podría sacar tajada de la situación y no económica precisamente. Cuando la chica logró salir de la oficina, se puso de pie y buscó la salida, pero yo me puse frente a ella, cortando su huída con el botín. La rubia mujer se quedó como congelada, parecía que no sabía que hacer, yo sonreí y le señalé la caja. La tomé de la mano y la saqué del almacén. Cuando llegamos al descampado, le pregunté que significaba aquello, ella me contó que necesitaba dinero porque unos mafiosos las extorsionaban a cambio de protegerlas de los moros, yo le dije que, si tenían problemas, debían denunciarlo a la policía, pero no podía permitir que robaran a la empresa. Ella comenzó a llorar y me suplicó que no dijera nada, que haría lo que fuera para compensarme, que devolvería el dinero. Yo, la verdad, no escuchaba lo que me decía, sólo trataba de adivinar si había un cuerpo como el de su compañera debajo de las ropas de faena, parecía que sí, pero estaba por ver.
Finalmente, me decidí a acabar con el juego y decirle lo que, realmente, quería.
-¿Cómo te llamas? -le dije.
-Louise. -respondió.
-Vale, te voy a decir cual es el precio que te costará que me calle lo que he visto. Vas a ir a el hotel que hay en el pueblo, alquilarás una habitación con el dinero y, luego, te lavarás bien y me esperarás desnuda en la habitación.
-Está bien, acepto.- dijo sin mirarme a la cara. Aunque podía percibir una mezcla de sentimientos en su voz entre enojada y avergonzada, quizás tímida o asustada también.
Bueno, el caso es que me había salido bien la jugada. De momento, iba a tener todo el sexo que quisiera hasta que llegase el día de mi marcha.
Fui a la casa de la playa, allí estaba mi amigo encamado en su cuarto con su amiguita. Le dije que no iba a volver hasta por la mañana, la verdad, le dio lo mismo y lo comprendo.
Me fui a eso de las ocho al hotel donde había quedado, durante el camino, comenzó a remorderme la conciencia. Ella había hecho aquello porque tenía problemas y yo iba a violarla prácticamente, amparándome en la coacción implícita de mi silencio, pero hice de tripas corazón porque llevaba dos meses sin catar el cuerpo de una mujer y Louise prometía ser un autentico majar.
Me dieron el recado de mi prima en la recepción y subí a la habitación. Entré y la vi, estaba totalmente desnuda y no precisamente como nació, esas curvas no eran las de un recién nacido.
Louise, Louise, Louise era toda una maravilla de mujer, rubia, piel blanca sin manchas ni lunares, solo un blanco puro como el marfil. Ojos azules que transmitían una pena perenne que enternecía el corazón de los hombres. Unos labios rojos, gruesos que prometían el sabor del amor y que daban carácter a su cara en una boca generosa. Y como esperaba, un cuerpo hecho para el pecado, un cuerpo atlético dotado de un culito altivo y con unos glúteos hechos para ser agarrados con fuerza. Y lo mejor de todo, ese par de tetas que permanecían orgullosas pese a no tener sujetador, grandes y tan firmes como la gravedad y su masa les permitían.
Me acerqué y le pedí que se tumbara boca arriba y se estuviese quieta. Yo me quité la camisa y fui acariciando su cuerpo. Besé su boca, mordisqueé sus orejitas y sus pezones, acaricié todo su cuerpo, exploré con mi mano su sexo,
Ella, primero, se mantenía tensa mirando al techo, pero al rato comenzó a respirar más fuerte. Lentamente, su sexo se humedeció, sus pezones se eructaron, cerraba los ojos con mis caricias y sus piernas hacían el amago de retorcerse como dos serpientes. Se me ocurrió que podría chupármela un poco y así se lo hice saber. No dijo nada. Con sus manos, lentamente, de rodillas frente a mí, comenzó a bajar mi cremallera, me fue desvistiendo y me quitó los zapatos. Yo, sólo, la miraba. Su cara mientras me desvestía me puso caliente, no me miraba, pero cuando su boca se tragó la mitad de mi rabo semi-erecto y me miró. Joder, creí que perdía la razón y me volvía una bestia. Estaba caliente y, en unos segundos, la punta de mi glande golpeaba su campanilla, mientras, yo amasaba sus nalgas y hurgaba en su sexo con mis dedos. Me sentí irme y me contuve, saqué mi rabo de su boca y la puse a cuatro patas como los caballos y le hundí mi rabo en su vagina. Ella resoplaba, yo bufaba, empuja que te empuja, aguantaba para que el orgasmo fuera lo más intenso posible, agarraba sus pechos con fuerza, me aguantaba un poco cada vez que notaba que se venía, ella lo trataba de ocultar, pero se notaba cuando se venía. Así, estuvimos hasta que no aguanté y le solté lo que llevaba almacenado. Caímos sobre la cama y yo la abrazaba con fuerza, su piel cálida y su aroma de mujer me embriagaban. Así estuve unos minutos besándola, hasta que noté que volvían las fuerzas y la volví a montar.
Sería redundante comentar el sexo que mantuvimos hasta que se hicieron las ocho de la mañana, hora a la que me fui a la casa de la playa, porque no fueron cosas muy especiales solo sexo intenso sin ningún sentimiento de por medio. Estaba hecho polvo, así que me eché a dormir un rato en la playa por el camino. Estaba deshidratado y compré unas botellas de agua en un supermercado que había abierto. Vaya, me había saciado, pero sabía que podría sacarle más jugo a la situación.
Louise tenía cinco años más que yo y había estudiado en la universidad de Lodz, pero por problemas económicos tuvo que dejar de estudiar y trabajar en cualquier cosa para llevar dinero a su casa. Yo con veinte años, no lo entendía muy bien, sólo pensaba en divertirme. Y fue de camino a casa cuando me encontré con la polaca que se había follado al padre de mi amigo con un tipo grandote. No más alto que yo, pero más ancho y musculado. Le sonreí, pero cuando pasé a su altura me llegó un golpe a la cara que me dejó tirado en el suelo como un pelele. El tipo me levantó y me empotró contra la pared del edificio anejo. Yo que no entendía nada de lo que pasaba, pillé el argumento de la película cuando la chica me dijo que dejara en paz a su amiga y que no le dijera nada a nadie o me matarían. En fulano, sacó una navaja y me dijo que me iba a dejar un recuerdo en la cara, yo me asusté e, instintivamente, sujeté la mano de la navaja a la par que lo levanté del suelo con una patada en la entrepierna, la navaja cayó al suelo y el tipo quedó doblado de dolor. Yo sólo atiné a darle un rodillazo en la cara y a salir corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a la casa de la playa ante la mirada atónita de la polaca que no se creía lo que había pasado y el tipo chorreando sangre por la nariz en el suelo.
No hay que decir que ese mismo día hice mi maleta y me largué a la universidad a continuar con mis estudios. No me apetecía encontrarme otra vez con ese tipo y, probablemente, con sus amigos.
Y, bueno, aquí acaba la historia. No es una aventura épica, no soy ningún héroe. Es sólo una anécdota de una persona normal a la que le gusta mucho el sexo como a todo hijo de vecino, eso creo yo.
Por si a alguno de los lectores se pregunta qué pasó con Louise, tiempo después tuve que aguantar las bromas de mi amigo porque se imaginaba por lo que me había ido, debido a que una chica polaca llamada Louise se había ido preñada a su país y le había dejado, a él, una carta para mí. Todavía guardo esa carta sin abrir, hasta que sea lo suficientemente maduro como para afrontar que puedo tener un vástago en Polonia, o Dios sabe donde.
FIN