La ducha lésbica entre madre e hija
Noelia se ducha con su madre desde que tiene uso de razón. Ahora ya ha cumplido los dieciocho años y empieza a sentir que es ella quien debe tomar la iniciativa. El relato es verídico excepto en la parte final.
La muchacha entró profiriendo un "ya estoy en casa" que nadie respondió. El silencio que la recibía no pareció importarle. Con los hombros hizo un gesto despreocupado dejando caer los libros que portaba sobre el mueble de la entrada. No debía tener más de dieciocho años. Vestía una camiseta de tirantes y unos pantaloncitos cortos que mostraban unas piernas redondeadas. Sin ser hermosa tenía eso que se llama juventud y que suele embellecer incluso lo mediocre. Se dirigió al aseo cruzando el pasillo mientras se iba desprendiendo primero de los zapatos, luego de la camiseta, para finalmente caer el short que de una patada quedó colgado del aplique de la pared. Antes de abrir la puerta del lavabo ya habían caído las bragas y el sujetador.
Tenía unas tetas grandes, de pezones oscuros y el triángulo del pubis no mostraba arreglo alguno, tal y como as jovencitas inocentes solían portar cuando este empezaba a salir. En el culo la marca del bañador había dejado un blanco exquisito tras un verano de piscina y playa. Por detrás, entre las piernas, se entreveía la mata de pelo formando un mechón oscuro y caracolado que caía como si fuera la sombra de un pene. Abrió los grifos del agua caliente y fría lanzando su mano para controlar la temperatura. Se metió dentro y corrió las cortinas pero de repente pareció haber olvidado algo. Volvió a correr la cortina y a través de la abertura, como si el plástico hubiera podido impedir que su voz se escuchara, gritó :
- ¡Mamá, estoy en la ducha!
Gritado esto se comenzó a lavar. Por el pasillo de la casa, inaudible para la chica, la madre recogía enfadada la ropa esparcida por el camino. Debía de ser una mujer de unos cincuenta años, un ama de casa como tantas otras. Entró en el baño y lanzó las prendas dentro del canasto de la ropa sucia. Seguía quejándose del comportamiento despreocupado de la hija pero con el ruido del agua su voz se apagaba en ella misma. Con renuencia se empezó a desnudar. Se desprendió del chandal y de la ropa interior. Luego recogió su pelo en un moño mientras contemplaba sus tetas y su coño depilado en el espejo. Luego se dio la vuelta para contemplar de refilón su culo que ya no podía ocultar la edad que tenía. Hizo un gesto de desprecio hacia si misma sacando la lengua y emitiendo un lamento de hastío. Se acercó a la ducha y sin ritual ni malicia entró en ella.
Hola mamá. - dijo la joven propinándole un cachete en la nalga.
Hola Noelia. Ahora no me apetecía ducharme. - protestó la madre mientras se agachaba a recoger del suelo su esponja. - Me paso el día recogiendo cosas tuyas del suelo. Y ahora tiras hasta las mias - dijo colocando la esponja bajo la nariz de su hija. Se quedó por un instante mirando la esponja y con los dedos retiró algunos pelos caracolados. - Hija, ¿te has pasado la esponja por ahí abajo? Está llena de pelos...
No. Claro que no.
Habrá sido tu padre. Qué guarro. - dijo cabeceando. - Porque yo no he podido ser - dijo mostrando a Noelia de forma impúdica su raja completamente afeitada.
Luego la mujer malhumorada se agachó de espaldas a su hija para empezarse a enjabonar de los pies a la cabeza como solía. La muchacha contempló el enorme culo de su madre y se preguntó con horror si algún día llegaría a tener semejante pandero. Sin darse cuenta alargó la mano posándola sobre la nalga. La madre le tendió el gel íntimo.
Límpiame bien que ayer tu padre me dio por delante y por detrás.
¿Te dolió?
El culo siempre duele. Pero si se lo quito irá a buscar otro culo en otro lugar. Así que me aguanto.
La mano de Noelia se metió entre las nalgas para frotar el jabón por la hendidura. La punta de los dedos alcanzaron el botón de su madre. La muchacha se lo imaginaba irritado y sucio. Como leyendo su pensamiento la madre le aseguró que se había pasado la mañana echando esperma por el culo y no iba a ser tan sucia de no habérselo lavado antes. La muchacha se preguntó en silencio por qué entonces le pedía que se lo lavara de nuevo.
El frotamiento se había vuelto ritmíco y con ello se había hecho el silencio en la ducha, sólo turbado por el agua que caía sobre la espalda de Noelia. La muchacha recogió con la punta del dedo un poco de gel y empezó a circunvalar el orificio anal de su madre. Sonrió maliciosamente. Presionó un poco hasta que consiguió penetrarlo apenas unos milímetros. Pensó que si a ella le costaba tanto con un dedo tan fino su padre debía tener un martillo pilón en la polla. Ante la penetración el silencio se rompió y la madre, un tanto azorada, le recriminó que no hacía falta limpiar por dentro. Luego se giró y la hija, como había hecho tantas veces, empezó a frotar entre las piernas de la mujer sintiendo los pliegues del coño sobre el dorso de la mano. El mismo ritmo pausado y la misma firmeza en la mano. La madre entornaba los ojos y respiraba de forma entrecortada mientras sus senos temblaban de emoción.
¿Por qué te hace ir depilada?
Le gusta más así.
¿Y a ti?
A mi me es igual.- dijo molesta por tener que hablar. - Lo que tú - alzó la voz para decir "tu" - sí debes es arreglarte un poco el chocho. No puedes ir así con tanto pelo. Este verano en la piscina te salía por los lados del bikini.
Yo no quiero ir depilada. Ninguna amiga mia va depilada. La madre alargó la mano para coger el pubis de Noelia y mostrarle lo poblado que estaba. A continuación bajó la mano para agarrar el mechón de pelo que dividía el arco entre sus piernas. Uno de sus dedos se acopló perfectamente a lo largo de la raja. Todo su juvenil bollito estaba contenido en la palma de la mano de su madre.
No digo de afeitártelo todo, sólo arreglarlo. Lo podemos hacer cuando acabemos de ducharnos.
La muchacha no dejaba de frotar el coño de su madre, aunque hacía rato que estaba limpio. La madre sentía un placer enorme que no quería exteriorizar. Pero las palabras se entrecortaban y la respiración se aceleraba.
¿Estás jadeando, mamá?
No, claro que no - dijo ofendida - Nos estamos duchando, no haciendo cosas pervertidas...Ahora es tu turno - dijo echando gel íntimo sobre su mano.
¿Dejo de frotarte?
No, espera, un poco más.
La muchacha ya estaba acostumbrada al roce de la mano de su madre sobre su coño y sobre sus pechos. Desde que tenía uso de razón se habían duchado juntas. Así que puso los brazos tras su espalda y se reclinó contra la pared de la ducha. La madre le enjabonó los pechos hasta que los pezones se pusieron tiesos como varas. Seriamente, casi con brusquedad, continuó lavando su vientre, el trasero y las piernas. De rodillas ante su hija lanzaba furtivas miradas al triángulo ensortijado que coronaba el coño y que bajo el agua se resistía a mostrarse empapado. Miró a Noelia a los ojos y lentamente se quitó el guante con la lavaba. Ellas sabían qué venía a continuación. Los dedos de la madre se llenaban de los anillos ensortijados de la hija que en cada movimiento circular, preciso y cercano a su clítoris, ahogaba un suspiro que estaba fuera de lugar en aquella ducha. Porque allí sólo habia dos mujeres, madre e hija, que se bañaban.
- Mamá - dijo recuperando la voz de un hilillo de placer -, ya tengo dieciocho años, ¿es normal que nos duchemos juntas?
La madre sonrió.
Claro que es normal. No hacemos nada malo.
Pero es que yo siento cosas...
¿Qué cosas? - casi gritó la madre.
Noelia se mordió el labio inferior.
- Ahí...abajo...placer.
Y entonces la madre desenredó su mano de la maraña de pelos para pedirle que fuera ella quien acabara la limpieza.
No puedes sentir esas cosas con tu madre - explicó en un tono más comprensivo -.Y ahora, Noelia, cariño mío, te voy a afeitar un poquito. ¿Dejas a mamá que te lo haga?
Sí.
Se quitaron el jabón y salieron de la ducha para secarse mutúamente con las toallas. La madre, delicadamente, cogió de la mano a Noelia para conducirla a la habitación de matrimonio. Ambas iban desnudas. Colocó una toalla sobre el borde la cama e hizo sentar a la joven con las piernas bien abiertas de manera que se mostraba totalmente desde el ano hasta el monte de Venus. La madre admiró por un segundo la raja casi infantil. Definida, recta, cerrada, no hacía falta más para saber que por allí no había pasado ninguna polla. Aún así abrió los labios entre las protestas de dolor de Noelia para comprobar si el himen continuaba intacto y por un momento deseó besar aquella maravillosa entrada de rabioso escarlata. Una oleada de su propio flujo la dejó aturdida.
Se levantó dejando a su hija en una posición grosera que la excitaba para volver al cabo de unos segundos con las herramientas de afeitado de su marido. Con la máquina eliminó la lana acumulada durante años para dejar un tapiz de pelos cortos que no iban a llamar la atención de sus compañeras del equipo de baloncesto. Luego con la brocha mojada en jabón fue afeitando delicadamente los laterales del canal del placer y perfilando el pubis hasta dejar un cuadrado perfecto. Ahora los alrededores del ano y los labios se mostraban limpios, jugosos, apetecibles. Y aunque mostraba asepsia en la tarea no había podido dejar de tocar casualmente el clítoris de su hija como si fuera una polla que está enmedio de todo y así excitarse hasta el mareo. Noelia le pidió un espejo para mirárselo bien y la madre se levantó para buscarlo en la cómoda que habia a su espalda. La muchacha pudo ver que los regueros de flujo brotaban del coño de su madre para deslizarse piernas abajo. Sonriendo esperó a que regresara con el espejo y cuando se inclinó para entregárselo delicadamente puso el rostro de su madre entre sus piernas para que ambos labios se juntaran.
La madre protestó casi llorando diciendo que eso no estaba bien y la hija, estallando de placer, le prometió que nunca le haría el daño que su padre le hacía por la puerta de atrás. Que ella sí que sabía dónde estaba su placer.