La doncella inmigrante.
Una hermosa doncella llega a una rica mansión donde el dueño sólo quiere una cosa de ella. No podrá negarse ya que corre el riesgo de que llame a las autoridades y la devuelvan a Argentina, pero ¿Y si queda encerrada en la mansión?
-¿Es este el domicilio de Jorge Álvarez?
-Pase usted. -Dijo el mayordomo abriendo la puerta de la gran mansión de las afueras de Madrid.- Usted debe de ser la nueva asistenta inmigrante, ¿verdad?
-Así es. He acordado un trato con el señor Álvarez.
-Pase usted. -El mayordomo mayor miró a su alrededor y le susurró.- ¿Está segura de lo que hace?
-¡Por supuesto que sí! ¡No soy tampoco inmigrante! Nací en Argentina, pero hablo un perfecto español y tengo todas las costumbres. Puedo llegar a ser más española que cualquiera de esta misma ciudad.
-Como quiera. El señor Álvarez suele tener siempre asistentas inmigrantes. -El mayordomo abandonó el vestíbulo de grandes dimensiones.
Gabriella se quedó allí esperando con su única maleta en mano y su sombrero en la cabeza. Iba con un vestido violeta y su piel blanca quedaba muy bien con su pelo castaño en ondas que llegaba hasta la mitad de su cuello, hasta sus hombros y hasta su barbilla. Al cabo de un tiempo, el mayordomo volvió con un hombre de la misma edad de Gabriella, unos veinticinco. Tenía los ojos verde lima, y su pelo salvaje de un castaño claro no estaba pensado para ser peinado. Tenía una mirada felina. Muchas veces sonreía de lado. La vestimenta era simple. Unos pantalones negros y una camiseta blanca, dejando ver músculos desarroyados.
-Buenos días, ¿la nueva asistenta? -Dijo sonriendo.- Soy Jorge Álvarez, encantado de recibirla.
-Vaya... me esperaba a alguien diferente. -Dijo con algo de timidez, pero aquello no pareció molestarle mientras se estrechaban la mano.
-Todos esperan algo diferente. Acompáñeme a mi despacho.
El despacho era amplio, grande y luminoso. Justo después de que entrara Gabriella, Jorge sacó un mando y apretó un botón. Las puertas se cerraron fuertemente.
-Bien. Creo que podremos comenzar. -Ambos se sentaron a la vez.- Mis padres murieron hace cuatro años, y me dejaron a mi toda esta fortuna. No estoy casado ni tengo hijos. Por ello esta casa es todo para mi. Tiene grandes dimensiones. Dieciséis habitaciones, cuatro baños, dos cocinas, amplio salón, tres despachos, biblioteca, dos comedores, pistina climatizada, zona de vivienda para los empleados, tres vestíbulos, cuatro escaleras, un desván y un montaplatos. El jardín tiene cuatro fuentes, un pequeño bosque, estatuas de piedra, arbustos y metal y un gran campo de golf. Necesito mantenerlo todo limpio y como verá no tengo gente suficiente.
-Yo le puedo ayudar. -Dijo Gabriella asimilando las dimensiones.
-Por supuesto que me puede ayudar.
-Le aseguro que aunque haya vivido en argentina en realidad soy una estupenda española de otra nacionalidad. Sigo el periódico, no hablo con el acento, sigo las costumbres...
-El trato es -dijo interrumpiéndola-, que usted trabaje en esta casa trabajando más y con menos dinero mientras que yo la mantengo y no la denuncio a las autoridades españolas.
-Estoy completamente de acuerdo.
-Bien, a partir de ahora, va a tener que hacer todo lo que yo diga. Son en total cinco empleados contándola a usted. Sólo usted y el mayordomo se alojan viviendo aquí. Vaya a su dormitorio y pongase el uniforme. La quiero trabajando en menos de un cuarto de hora.
Gabriella se levantó y cogió la maleta, pero Jorge Álvarez la detubo.
-No. Por favor, está en su casa. No necesita su maleta para nada.
-Pero tengo recuerdos de mi familia y...
-Hágame caso. -Cogió la maleta de Gabriella.- Se sentirá mejor.
Gabriella con una sonrisa triunfante se dirigió a su cuarto, pero cuando vio lo que era la sonrisa se fue deshaciendo en su boca. Una cama, una ventana y un armario en cuatro metros cuadrados. Ni siquiera tenía allí su maleta. La puerta era de madera con accesorios mecánicos en la manilla, pero se podía entrar de sobra. El suelo, las paredes y el techo eran de piedra, por lo que hacía más frío. Abrió el armario y contempló el interior. Todo eran copias iguales de un mismo atuendo. Cogió uno del armario y lo miró con los ojos abiertos.
Después de provárselo, se miró al espejo de la puerta interior del armario. Aquello no era ropa. Era un pequeño vestido negro con bordes blancos de criada, pero muy pequeño. Las piernas enteras y sus muslos quedaban al aire, el vestido, muy ajustado, quedaba en el límite. Y había que tener cuidado al caminar no abrir mucho las piernas. La parte superior le apretaba mucho. Toda su cadera y su tronco quedaban marcados, y lo peor eran sus pechos. Si hubiera sido un centímetro más corto, se le habrían visto los pezones. Tenía toda la curba de sus senos marcada. De esa parte hacia arriba no había nada más. Sus zapatos eran tacones negros altos. Menos mal que se había depilado y todo.
Salió muerta de vergüenza de su habitación, estaba medio desnuda. En eso se cruzó con Jorge, que sonrió de oreja a oreja.
-Vaya, te queda muy bien el uniforme.
-Esto... creo que me queda un poco pequeño.
-Mejor. Pero antes del trabajo, quiero enseñarle los terrenos de la casa. -Siguió con su mando a distancia apuntando a los lugares mientras detrás de él la seguía Gabriella manejando algo mejor sus tacones. Gabriella no lo veía, pero Jorge disfrutaba con aquello.- ¡Esta es la pista de golf!
-Muy grande y bonita. -Dijo Gabriella agradecendo que ya paraban.
-¿Sabes jugar? -Dijo de pronto Jorge.
-Mmm un poco. Pero no soy muy buena...
-Venga. -Jorge cogió un palo de golf de un pequeño porche que tenían al lado y dos pelotas.- Ponte de lado a la pelota ya colocada flexionando las rodillas. Cuando tengas el palo apuntando a la bandera roja, lo lanzas bien fuerte. -La pelota cruzó todo el campo hasta llegar a un lado de la bandera.- Ahora tú.
-Yo no soy muy buena... -Dijo con una risa nerviosa.
-Venga.
Gabriella se puso como en las indicaciones, pero de pronto Jorge se puso detrás de ella y agarró también el palo. La chica empezó a ponerse nerviosa. Iba a tirar ya la pelota, pero Jorge se lo impidió.
-Tienes que tener paciencia... -Le susurró al oído con un tono sensual. La chica tembló.- ¿Estás nerviosa?
-Bueno, es que hace tiempo que no juego...
-Yo tampoco. -Gabriella tragó saliva. Jorge con sus manos empezó a recorrer los brazos de Gabriella y a bajar por los lados de la cintura. Con fuerza, la trajo más hacia si.- Tienes que crear un ángulo algo más agudo.
-Vale.
-Flexiona las rodillas.
En ese momento que Gabriella flexionó las rodillas, notó como su parte trasera íntima quedaba pegada a la erección del dueño de la casa. Al instante intentó separarse, pero el otro sujetaba fuertemente su cintura para que no escapara. Le estaba diciendo que allí él mandaba. Jorge soltó una mano y empezó a curbar la espalda de la chica. Gabriella cerró los ojos y lanzó la bola bien lejos, casi más cerca de la bandera.
-¿Qué tal? -Dijo Gabriella separándose rápidamente.
-Ha estado muy bien.
Volvieron a la casa y Gabriella algo más sonrojada. Esta vez ella iba delante, y notaba como la mirada del chico estaba clavada en su trasero.
Pasaron tres días desde el accidente del golf. Gabriella había andado con más cuidado mientras limpiaba, pero un día inesperado mientras pasaba la fregona por el suelo del baño por unos pequeños altavoces se oyó la voz de Jorge Álvarez.
-Gabriella Bermudez, pase por mi despacho ahora mismo.
Gabriella se puso nerviosa, pero no iba a fallar y poner en riesgo que la denunciaran a la policía. La puerta se abrió ante sus narices y vio a su jefe sentado con los pies en la mesa del despacho observándola.
-Pasa.
Gabriella notó como detrás de ella las puertas se cerraban con el botón del mando de Jorge.
-He notado mucho polvo en esa estantería. Me gustaría que la limpiases.
-Claro.
Gabriella cogió un trapo que tenía en un cinturón que tenía el vestido y empezó a subir el brazo mientras la limpiaba. Estaba bien ahora el vestido, tenía dos bolsillos en sus lados y un pequeño cinturón.
-Limpia un poco más alto. -Dijo poniéndose detrás de ella. Gabriella intentó subir más el brazo, pero era una distancia más larga que ella. Tuvo que ponerse de puntillas e intentar ser más alta, lo que no se daba cuenta de que Jorge observaba como tensaba los musculos de sus piernas.- Un poco más.
En ese momento, Jorge llevó como un impulso sus manos al trasero de Gabriella. Esta se llevó un sobresalto. Y al estar de puntillas perdió el equilibrio y cayó al suelo. Jorge sonrió para si y se colocó encima de ella.
-¿Estás bien, muñeca? -Dijo a tres centímetros de su cara, de manera que su aliento a fresa perfumara la cara de Gabriella, que respiraba agitada. Jorge llevó una mano a la parte trasera de su pierna.
Gabriella pegó un pequeño gritillo y se giró rápidamente, pero con Jorge de gatas encima de él no le resultaba muy eficaz.
-¿Qué te pasa, nena? ¿Estás nerviosita? -Dijo introduciendo una mano dentro del vestido, quedando la tela tensa. Ese vestido estaba hecho para sus chicas.
La chica se echó hacia atrás y sacó de su cinturón el limpia ventanas, que lo apuntó directó a los ojos de Jorge presionando el botón.
-¡Ahh! -Un alarido llenó la habitación y Gabriella pudo escapar hacia la puerta, pero estaba cerrada. Sólo Jorge tenía el mando.- ¡Ven aquí, lo que has hecho no tiene perdón!
Con excesiba fuerza agarró a Gabriella y la tiró sobre el escritorio tirando todo lo que había encima.
-¡Socorro! -Gritó Gabriella.
Jorge pronto junto su boca contra la de ella, que la mantenía bien cerrada. Jorge introdujo una mano por su falda y le pellizco en el trasero, provocando que gritara abriendo la boca. Aprovechó el momento y profundizó el beso introduciendo su lengua. Gabriella pensó que iba a vomitar cuando aquella lengua casi llegó a rozar su úvula.
-De aquí no escapas, perrita...
Continuará...