La domincación de Isabel. 25

JM obliga a prostituirse a su esclava embarazada.

Tres días después de haber sido humillada por Claudia en casa de su amo y como éste le había asegurado, le mando un mensaje al móvil para avisarla que estuviera preparada dos horas más tarde, que pasaría a recogerla a su casa. Isabel colgó y terminó de arreglarse. Por suerte estaba sola en casa y no tenía que dar explicaciones a su marido.

Extrañamente, su amo le había ordenado ponerse guapa, algo poco frecuente, pues desde el principio de la relación había dejado claro que la forma de vestir era importante sólo hasta cierto punto. Estaba en contra de que fuera vestida provocativa. Ella era su esclava, no una puta. Le gustaba que vistiera formal, guapa, pero sin llamar la atención, salvo en ocasiones especiales, en las que había tenido que provocar por alguna razón especial…y humillante, como en aquella cena en su casa con su familia. Así que llegó a la conclusión de que ese día sería algo diferente y especial, y no estaba segura si eso la emocionaba o la aterraba.

A la hora señalada estaba esperando en el portal de su casa; llevaba una falda corta, medias negras y zapatos de tacón, una camiseta cubría su tripa y una chaqueta ligera por encima. La ropa interior, bragas y sujetador, era negra y de encaje. Puntual como siempre apareció JM, Isabel se acercó al coche, entró y ambos salieron en dirección al centro de la ciudad, no a casa de JM.

Llegaron a un bloque de pisos y subieron en el ascensor hasta la séptima planta. El conserje los había mirado sin decir nada; no llamaban la atención, una pareja felizmente casada esperando un bebé. Isabel estaba intrigada, pensaba que irían a casa de algún amigo de JM al que sería ofrecida y cedida para que la usara como quisiera, pero el piso estaba vacío. Era pequeño pero cómodo y adecuadamente distribuido y decorado; estaba dividido en dos secciones muy claramente diferenciadas, a la derecha un saloncito, una pequeña cocina y un baño, a la derecha un amplio dormitorio, con una gran cama, y un baño.

JM se dirigió al saloncito, moviéndose con soltura, como si estuviera en su casa, sirvió dos copas y se sentó en un sofá. Indicó a su esclava que se quitara la chaqueta, pero nada más, y dándole una de las copas, le dijo que se sentara. Isabel estaba sorprendida por el trato y el comportamiento de su amo, hasta el momento no la había tratado como su esclava, más bien como su amante.

-¿Sabes lo que pagaría un depravado por follar con una mujer embarazada? Hay mucho morboso suelto por ahí, y ni te imaginas lo que pueden llegar a pagar. Y sería una pena desperdiciar una inversión como tú, ¿no crees? Así que mientras estás así de “gorda” voy a sacarles todo el dinero que pueda a esos degenerados para que te follen y te usen.

Isabel se quedó helada, con la copa a medio camino a sus labios. Así que eso era lo que hacían allí, en aquel piso, su amo iba a hacer de proxeneta con ella, cobraría a todo tipo de hombres para que se acostaran con ella. Obedecería a su a amo hasta la muerte, pero sólo de imaginar los hombres que la follarían, le hizo ponerse mala.

-¿Son…son amigos suyos los hombres que me follarán, amo?

-No, puta estúpida, ¿es que no me escuchas? He puesto un anuncio en internet hablando de ti, una joven atractiva, absolutamente sumisa y complaciente, y…¡embarazada! El primer día ya había recibido más de 50 mensajes de hombres dispuestos a pagar mis precios por follar contigo. Por supuesto, todo se hace a través de mí, y me hacen preguntas muy curiosas e interesantes, ya sabes, si te dejarías hacer tal cosa o tal otra. Hasta ahora he dicho que sí a todo y a todos. Y tú me obedecerás, y eso significa que harás todo lo que a esos degenerados les apetezca hacer contigo; no creo que sean adolescentes enamorados con la intención de dejar de ser vírgenes.

Isabel podía imaginarse el tipo de hombre que vendría a follar con ella, viejos asquerosos y hombres con mentes sucias y degeneradas, dispuestos no sólo a follarse a una embarazada, sino a cumplir sus más oscuros deseos, sobre todo porque su amo se encargaría de dejar claro que ella haría cualquier cosa que ellos desearan. Ya hacía rato que se sentía mal. Casi mareada. JM, divertido al ver el sufrimiento de su esclava, se levantó y miró el reloj.

-Por cierto, tu primer cliente debe de estar a punto de llegar. Puedes ir al dormitorio a ponerte algo más sugerente, allí encontrarás ropa y zapatos de sobra. Cuando llegue el cliente, ábrele y atiéndele. Te lo ordeno.

Por un breve instante JM quedó expectante, esperando la respuesta de Isabel. Sabía que llegaría el día en que le pediría demasiado y se negaría a obedecer sus órdenes, aunque reconocía que hasta ahora muchas veces le había sorprendido por su obediencia ciega ante órdenes realmente degradantes. Cuando Isabel respondió Sí, amo , se sintió satisfecho y complacido.

-Así me gusta, perra. Yo estaré en todo momento en el salón, no os molestaré para nada. Además, cuando termines, me encantará ver lo degradada que estás y lo bajo que has caído.

Isabel se dirigió al dormitorio, una amplia habitación iluminada por una gran lámpara que colgaba del techo; la cama era muy grande, pero no ocupaba todo el espacio, aún había sitio para moverse con libertad. De unos cajones frente a la cama sacó un vestido negro de tirantes, parecido al que llevara en la cena de su amo, y unos zapatos abiertos de plataforma. Se desnudó, quedándose solamente las braguitas, y se puso el vestido y los zapatos. Sintió un escalofrío y desagrado al mirarse en un espejo que había detrás de la puerta, pese a haberse comportado antes así con su amo, nunca antes se había sentido tan puta como en ese momento, como una verdadera prostituta, sólo que en su caso, ni siquiera ella ganaría su dinero. Se miró la tripa, abultando bajo el estrecho y corto vestido. No podía entender por qué les excitaba tanto eso a algunos hombres. Reconocía que era sensual acariciar la tripa, pero se sentía asqueada al pensar en los degenerados que vendrían dispuestos a babear y correrse y mear sobre su tripa y Dios sabe qué otras guarradas y perversiones más con ella.

Salió al salón para recibir la aprobación de su amo, que recibió inmediatamente. La miró comiéndosela con los ojos.

-Mmm…cuando se corra la voz, me haré de oro con la de degenerados que vendrán a llenarte de semen. Míralo por el lado positivo, no puedes quedarte embarazada.

Las risas de su amo le dieron escalofríos. Y en ese momento sonó el timbre de la puerta. Isabel dio un respingo, y JM, con toda tranquilidad, le dijo que abriera la puerta y recibiera a su primer cliente. Isabel fue a la puerta y respiró hondo antes de abrir.

Allí estaba su primer cliente, y la primera impresión no pudo ser peor. Era un hombre de unos 50 años, barrigón, de hecho su tripa casi abultaba tanto como la de Isabel, medio calvo y con manchas en el traje arrugado y pasado de moda. Se hubiera reído al pensar que aquel hombre le recordaba a Torrente, el personaje de Santiago Segura, de no ser porque aquel hombre no tenía nada de cómico, y por lo serio de la situación.

El hombre la miró de arriba abajo, parándose en la tripa, relamiéndose sin cortarse. Dijo quién era, que venía por un anuncio en internet. Isabel le hizo pasar al salón, donde su amo cobró la jugosa cantidad y con sonrisa irónica,  mirando de reojo a Isabel, le dijo al cliente que se divirtiera.

Isabel y su cliente entraron en el dormitorio y cerraron la puerta. Nada más quedarse solos, el hombre se abalanzó sobre Isabel dispuesto a sobar todo su cuerpo, especialmente la tripa. El hombre olía a sudor.

-Siempre he querido follarme a una puta embarazada.

Con la vana intención de ganar algo de tiempo, aunque sin razón, pues no había salida a aquella situación, intentó conversar algo con aquel hombre, pero sin lograr nada.

-¿Cómo te llamas, encanto?

Incluso intentó comportarse como imaginaba que se comportaban las prostitutas, dueñas de la situación, dominando la escena, hablando de tú a tú a los clientes, creando una cierta relación entre ellos. Pero en seguida se dio cuenta de que tanto su primer cliente como los hombres que vinieran después no habían contratado los servicios de una prostituta; habían contratado a una esclava embarazada para que cumpliera y obedeciera todas sus fantasías, incluso las más sucias. Estaba segura de que su amo lo habría dejado muy claro en el anuncio. Ojalá pudiera saber qué decía.

-¿A ti qué coño te importa mi nombre, puta de mierda? Tú lo que tienes que hacer es desnudarte y arrodillarte para chuparme la polla, que estoy que exploto y quiero correrme en tu boca o en tu tripa.

Estaba claro que ninguno de los hombres que vinieran tenía pensado usar preservativo, una más de las delicadezas de su amo. Se quitó la ropa, incluidas las bragas, y arrodillándose delante del cliente, con cuidado por la tripa, le chupó la polla, que ya se la había sacado del pantalón. A los pocos minutos y sin avisar, se corrió en su boca, jadeando exageradamente, y sin dejar de haberla insultado un solo segundo. Tuvo que tragarse todo el semen, no pudo escupirlo disimuladamente, pues el hombre quería verla tragárselo. La ordenó tumbarse en la cama boca arriba y acariciarse la tripa mientras él se desnudaba. Su cuerpo era desagradable, blanco, flácido, peludo. Mirarle le daba asco a Isabel, y quizá él lo sabía, porque la obligó a mirarle todo el rato, cuando se la chupaba, mientras se desnudaba, y con lo que vino después. Isabel pensó que aquello le excitaría, o quizá lo que le excitaba era humillarla al ver el asco con el que le miraba.

Se tumbó en la cama junto a ella y le acarició la tripa, escupiendo sobre ella de vez en cuando. La miraba con ojos ávidos, con deseo; le dio miedo. Con una mano siguió acariciándola, introduciendo los dedos con fuerza en su coño, alternando masturbarla con acariciarle la tripa, mientras con la otra mano se pajeaba. Así estuvo mucho rato, hasta que consiguió tener una nueva erección. Entonces se situó entre las piernas de Isabel y sujetándola de las piernas, la penetró sin miramientos. Tenía la polla de un tamaño corriente, ni pequeña ni enorme, pero gorda. La sujetaba con fuerza de los tobillos mientras se movía dentro y fuera de ella.

-Jamás me follé a mi mujer cuando estaba embarazada, me daba asco, pero me habría follado a mi hija cuando se quedó preñada. Pero a ti…a ti te follaría a todas horas con ese tripón que tienes, puta.

Al hablar e insultar se animaba y las embestidas eran más fuertes. Isabel temía por su tripa, pues nunca sabía lo que un hombre en ese estado de excitación era capaz de hacer, por mucho que luego se arrepintiera. La estaba follando sin condón, pero sabía que eso iba a ser la norma. La duda estaba en si se correría dentro de ella o lo haría sobre su tripa.

El cliente se enfadó porque no hablaba ni decía nada, e Isabel se puso a animarle y a decir las guarrerías que a los hombres les gusta oír cuando están follando, por muy falsas que sean. El polvo fue demasiado rápido y brusco para Isabel, que no tuvo ningún orgasmo antes de que el hombre se corriera dentro de ella. Agotado y sudoroso, jadeando, se salió al poco, tras haberla llenado con todo lo que llevaba dentro. Se acarició la polla para mojar la mano con el semen, poniéndola pegajosa; luego la pasó por la tripa, extendiendo semen por la superficie.

-Métete las manos en el coño, puta, mójate las manos y pásatelas por la tripa.

Lo hizo mientras el cliente se lavaba en el baño y luego cogía la ropa para vestirse. Justo antes de irse, mirando a Isabel que seguía frotándose la tripa con las manos mojadas le dijo:

-Creo que vendré más veces por aquí, zorra, he echado un polvo cojonudo. Y espero que tengas una hija y que salga tan puta como tú.

Y se fue, dejando a Isabel humillada y vejada, como siempre. Se levantó y se lavó y limpió un poco, se puso el vestido sin la ropa interior y fue al salón a ver a su amo. Éste la recibió como la había despedido, cómodamente sentado en el sofá, fumando y saboreando una copa de licor.

-¿Cómo te has sentido, perra?

-Humillada, amo.

-¿Lo has disfrutado?

-No, amo.

-¿Disfrutas haciendo lo que te ordeno?

-Sí, amo.

-Arréglate, en 10 minutos vendrá otro cliente.

Isabel volvió al dormitorio, donde aún olía a sexo, se adecentó y esperó a su siguiente cliente. Éste no tardó en llamar a la puerta y de nuevo Isabel salió de la habitación para recibirle. Había sustituido el vestido negro por uno más corto aún, también de tirantes, negro y blanco; al ser tan estrecho, la tripa tiraba del vestido, de modo que el borde apenas le tapaba el culo y poco más por delante. No se había puesto sujetador y los pezones se le marcaban bajo la ligera tela de los tirantes; se había cambiado de bragas y ahora llevaba unas de color blanco. Le pareció irónico que su amo estuviera en contra de que vistiera provocativa y sin embargo la obligara a vestir en ese momento de esa manera tan vulgar. No sólo parecía una puta, sino más bien una caricatura de puta. Se sentía repulsiva, pero sabía que era eso lo que buscaban los degenerados que venían a follarla.

El hombre que tenía delante no tenía tan mal aspecto como su primer cliente; era mucho más joven, tendría unos 30 y no estaba mal físicamente, además no era tan feo, y vestía bastante mejor. Aún así, sus ojos brillaban diabólicamente y la hicieron estremecerse. Se repitió el mismo procedimiento que antes, entraron en el salón, el cliente pagó, habló un momento a solas con JM sin que Isabel pudiera oírles y los dos se rieron mientras la miraban de reojo. Isabel se sintió avergonzada. Entraron en la habitación y tras desnudarse, se arrodilló en el suelo para sacarle la polla del pantalón a su cliente y mamarla.

-No sabes el morbo que me da follar con una embarazada. No estoy casado, y aparte de consolarme con vídeos en internet, la única ocasión en que pude cumplir mi fantasía fue con la mujer de un amigo. ¡Qué puta! Al final pude convencerla y me la follé cuando tenía un tripón enorme. Si mi amigo se entera alguna vez, me corta los huevos.

Isabel seguía chupando, mirándole a los ojos, como les gusta a todos los hombres, mientras escuchaba las perversiones de su cliente.

-Pero con ella no pude pasarme mucho, ya sabes, posturas y guarradas, después de todo era una chica formal, aunque le estuviera poniendo los cuernos a su marido. Pero en tu caso es diferente, puta, ya lo decía bien claro el anuncio…puedo hacer lo que quiera porque te dejarás y harás todo lo que me apetezca. Ojalá todas las mujeres fueran como tú.

Unos minutos más e Isabel acabó recibiendo en su boca el semen de su cliente, que aún la sujetó de la cabeza mientras terminaba de follarle la boca y de echar hasta la última gota. Isabel sintió arcadas y cuando por fin la liberó soltó un chorro de saliva en el suelo. Pero el semen se lo había tragado todo. Su cliente la ordenó tumbarse en la cama, lo que hizo aún con saliva goteando de la boca.

Tumbada boca arriba, con su cliente desnudo a su lado, tuvo que aguantar ser manoseada y tocada por todo su cuerpo, especialmente su tripa; apretó sus tetas, intentando sacar leche de ellos, pero aún era pronto y no producía leche. Eso le cabreó y la pegó como señal de frustración. Le pellizcó y retorció los pezones en venganza, y luego estuvo a punto de golpearle la tripa, pero al final se contuvo. Bajó la mano hasta su coño y pasó un buen rato masturbándola, metiéndola los sucios dedos dentro, todos los que podía, pellizcándole los labios vaginales, tirando de ellos. Cada poco llevaba los dedos mojados a su boca, los chupaba, y volvía a llevarlos a su coño. La hizo erguirse un poco y también la hurgó el ano con los dedos. Volvió al coño y dilatándolo todo lo que pudo, llegó a meterle el puño entero.

A Isabel todo aquello la dolía y humillaba muchísimo, pero la obediencia a su amo era total y absoluta, rayando en la locura. Cuando la polla del cliente volvió a estar erecta, la hizo ponerse a cuatro patas en la cama y la folló el coño y el ano.

-¿Sabes lo difícil que es encontrar una puta tan complaciente como tú y que se deje hacer tantas cosas? No es fácil que una puta te deje follarla sin condón y mucho menos correrte dentro de su puto coño. Joder, ya te has tragado mi leche, y ahora te voy a llenar tu agujero, zorra.

Fue decirlo y salir un chorro de semen que llenó su coño. Las enormes manos del cliente la habían estado agarrando fuertemente de las caderas y dando nalgadas sin parar todo el tiempo. Al menos, gracias a que la había dilatado tanto antes con la mano, no la había hecho daño al follarla. Se salió de ella y la hizo tumbarse para poder pasar la polla mojada por la tripa.

-¿No sería genial que el pobre hijo de puta supiera lo que su madre hacía estando embarazada? Jajajaja. Alguien debería contárselo cuando crezca. Seguro que su padre es alguno de tus clientes.

Se echó sobre ella para susurrarle al oído, presionando con su peso sobre la tripa de Isabel.

-Yo sí que te habría dejado embarazada, puta asquerosa. Si cuando tengas al bastardo quieres volver a quedarte embarazada, sólo tienes que llamarme.

Se levantó riendo y se vistió, sin ni siquiera entrar en el baño para lavarse o al menos secarse el sudor. Isabel quedó tumbada, cansada debido al embarazo, y despidió con una fingida sonrisa y palabras aduladoras a su cliente.

En cuanto se cerró la puerta del piso, JM entró en el dormitorio.

-Huele a sudor y a sexo aquí dentro. Y tú hueles a semen, puta. Me das asco. Se nota que te han llenado bien. Los dos clientes han salido con una sonrisa en la cara, no me extrañaría que repitiesen.

Se acercó a la cama y cogió a su esclava del pelo.

-Apestas como una asquerosa puta de mierda. Dime, ¿te gusta ser la hembra de tanto pervertido?

-No amo, lo que me gusta es servirte a ti y obedecerte.

-Bien, quizá acabe gustándote ser una puta después de todo. Vendrás a este piso todos los ratos libres que tengas hasta que estés a punto de parir. ¿No sería fascinante que rompieras aguas mientras te están follando? Por guarra, te haría beberte todo lo que saliera de ti.

Isabel se estremeció ante la perspectiva de seguir siendo follada una y otra vez por todo tipo de degenerados en su estado, hasta el fin del embarazo. Pero su primer día ya había acabado; llevaban allí casi cuatro horas y JM le dio permiso a su esclava para vestirse y volver a casa. Isabel pensó que antes su amo querría usarla, pero no sabía que le daba tanta repulsión verla así de sudada y con la tripa y el coño llenos de semen, que no quería ni tocarla. Sólo verla así de humillada y obediente era suficiente placer para él. De todas maneras, sí hizo algo; la ordenó vestirse con la ropa con la que había ido al piso y llevarse en una bolsa la ropa que había usado para recibir a los hombres, incluidas las sábanas, para lavarlo todo en casa. Sólo que JM se quedó con las dos braguitas que había usado; serían su trofeo.

Sin lavar, apestando a sudor, sexo y semen, Isabel salió del piso cargada con la ropa y se fue sola y por su cuenta de vuelta a casa. A sus hijos y su cornudo marido. JM se quedó solo, cogió las braguitas de Mariola y se masturbó con ellas, oliéndolas, chupándolas y acariciándose la polla con ellas. Luego se las llevaría a Claudia para jugar con ella.