La dominación de Silvia (1)

Silvia es la hija que todo padre desea. Estudiosa, bella y buena. Y por eso mismo también es el oscuro deseo de su vecino.

-Estaré bien, mamá.

-No sé yo, hija.

-Me has dejado tanta comida en el frigorífico que ni si quiera tengo que cocinar. Estaré bien.

-No te preocupes por ella, ya es mayor. Hasta dentro de unos días, hija

-Hasta luego, papá.

Como la chica estudiosa y aplicada que era, Silvia no desaprovechó el tiempo y se pasó todo el día estudiando en su habitación.

Esto era algo que su vecino Luis sabía muy bien. La había visto crecer y madurar, desde convertirse en una niña pequeña a toda una mujercita.

Una hembra que despertaba toda clase de instintos dentro de él.

Llevaba unos años fantaseando con la idea de hacerla suya, de domarla, de practicar toda clase de cosas sucias con ella.

Por supuesto, esto solo era un sueño inalcanzable. Pero, se había abierto ante él una ventana de oportunidad que no pensaba desaprovechar.

-¿Qué tal, pequeña? ¿Algo de pizza?

-Tengo comida de sobra, Don Luis.

-¿De verdad prefieres la comida casera y nutritiva de tu madre a una buena Pizza grasienta? ¿Cuántos años tienes?

Silvia no dijo nada al respecto a través del comunidador.

-He visto partir a tus padres, sé que estás sola. Solo venía a hacerte compañía. Pero si no quieres, me marchó.

Ella abrió la puerta cuando él ya había recorrido cierto trecho.

Se fijó en como vestía. Una camiseta, un pantalón corto y unas zapatillas de andar por casa.

Nada excesivamente relevelador, pero que tampoco ocultaba el cuerpazo que tenía delante.

-Puedes pasar.

-Gracias.

Luis dejó la pizza en la mesa del comedor y sentó alrededor de ella.

Cogió un trozo y comenzo a comerlo.

-¿No comes?

-¿No debería ir a por platos?

-Esto se come con las manos, mujer.

Un tanto avergonzada, Silvia se sentó enfrente, cogió un trozo, le dio un bocado y se quemó, cayendo un trozo de pizza sobre su camiseta.

Luis soltó una carcajada ante la escena.

-Iré a cambiarme.

Vio como la chica salía a paso rápido de la estancia camino a su habitación y decidió que no iba a perder ni un minuto más.

Se dirigió a la cocina, cogió un cuchillo y fue detrás de ella.

La encontró en sujetador, en el baño, limpiando la mancha.

En un simple gesto le pusó la mano en la boca y el cuchillo en el cuello.

-Tranquila pequeña, tranquila.

Bajó el cuchillo recorriendo su cuerpo hasta el sujetador de la chica y lo cortó por la mitad dejando sus pechos al aire.

A continuación quitó su mano de la chica.

Esta no gritó.

-Eso es, eso es, buena chica

Deslizó su mano hasta el pantalón de la chica y lo desabrochó, cayendo estos al suelo.

-Por favor, para.

Sin hacerla el menor caso introdujó su mano en sus bragas, tocando su coño.

-¿Parar? ¿Con lo mojada que estás?

Ella no se movió. Podía sentir el frío acero del cuchillo en su piel.

Empezó a emitir unos pequeños gemidos de placer como respuesta a los toqueteos de su agresor.

-¿Te gusta, eh?

-No, por favor, para.

-Mentirosa. Quítate la bragas, vamos.

Silvia obedeció ante la presión del cuchillo, acercó sus pulgares a la cadera y se bajó las bragas. quedándose desnuda delante del espejo.

-Demasiado pelo – mencionó él dando un fuerte tirón de su vello púbico. - Cuando seas mía lo quiero rapado.

Silvia no entendió lo que su agresor quería decir.

¿Has entendido? - preguntó volviendo a tirar.

-Sí.

-Dilo.

-Cuando sea tuya me lo raparé.

-Vamos.

La agarró del pelo y la obligó a caminar unos pasos por delante de él. Se dirigían a la habitación de la chica.

-Encima de la cama, a cuatro patas, perra.

-Por favor no.

La dio un fuerte tirón del pelo y la recordó que seguía teniendo el cuchillo.

-No me hagas enfadar. A cuatro patas he dicho.

Silvia decidió que no iba a luchar más.

Simplemente obedeció.

Y gimió cuando el hombre la penetró.

En realidad, gimió con cada penetración.

Lo quisiera o no, su cuerpo se había preparado para el sexo.

Luis acompañaba cada penetración con un fuerte tirón pelo de tal forma que ella se sintiera completamente dominada.

Se corrió antes que él sin poder evitarlo.

El hombre no se detuvo hasta que soltó semen dentro de ella.

-Esto es solo el aperitivo. La próxima vendrás tu misma a buscarme.

Luis se marchó de la habitación dejándola sola.

Silvia se hizo un ovillo y rompió a llorar.

Sabía lo que la había pasado.

La habían forzado a mantener relaciones.

No.

Violado era la palabra.

Y ella no había hecho nada para evitarlo.

No había gritado, ni pataleado, ni le había arañado.

Lo único que había hecho era mojarse como una guarra.

Eso sí que lo había hecho bien.

Y correrse.

Se sentía avergonzada de si misma.

Cuando se cansó de llorar se dirigió al baño.

Se sentía sucia como nunca antes en su vida.

Y se miró al espejo.

Y lo vio a él, mirándola desnuda.

Y se mojó.

Se mojó como nunca antes.

Cruzó ambos brazos delante del estómago encogida de miedo.

Había sido un error venir aquí, al lugar donde había empezado todo.

Salió de allí.

Y sus pasos la llevaron hasta el salón, donde la pizza todavía estaba caliente en la mesa.

Y su habitación aún apestaba a sexo.

No sabía a donde ir ni donde meterse.

Se sentó en mitad del pasillo y comenzó a sollozar de nuevo sin poder parar.

Hasta que se hartó.

Volvió a incorporarse como pudo y regresó al cuarto de baño.

Cerró los ojos al pasar por delante del espejo mientras cruzaba los brazos por encima de su vientre.

Necesitaba bañarse.

Quitarse toda la mierda de encima.

Le dio al agua caliente.

Y no sirvió para nada.

Se vistió con el albornoz y volvió a su habitación.

No tenía hambre en realidad.

Recordó de nuevo la escena cuando vio su cama.

Ella, a cuatro patas, gimiendo mientras su vecino la violaba.

Y se mojó.

Intentó no hacerle caso.

Buscó entre sus cajones la ropa interior y un camisón.

Recordó que su ropa seguía tirada en el suelo del cuarto de baño.

No quería volver ahí.

Para nada.

-¿Y dónde mearé?

Así que volvió de nuevo con paso vacilante.

Recogió la ropa...

Pero no, no era eso a lo que venía.

Volvió a mirar al espejo.

Y lo vio a él.

Sus manos se dirigieron hacía el cinto y lo desató, quedándose desnuda.

-Mucho pelo – recordó.

Abrió uno de los cajones, rebuscó unas tijeras y comenzó a cortarse el vello púbico.

Luego cogió la crema de afeitar de su padre y su maquinilla, se sentó en el suelo encima de la bata con las piernas bien abiertas y comenzó a afeitarse el coño.

-Esto no significa nada. - Mencionó mientras daba pasada tras pasada.

Guardó todo, recogió la ropa y se dirigió hacía la lavadora.

Vio de nuevo la pizza encima de la mesa.

-No soy tuya.

Aún así se paró, se dio la vuelta, cogió un trozo y se lo comió.

Le supó a gloria.

Comió otro trozo más.

Tardó un rato en darse cuenta de que estaba comiendo pizza grasienta completamente desnuda en mitad del salón.

Y se mojó.

No lo iba a permitir.

Se levantó, recogió la pizza y se dirigió a la cocina para tirarla a la basura.

Solo para volver con ella inmediatamente después.

Recogió su ropa y bajó al garaje donde estaba la lavadora.

Volvió a darse cuenta de su propia desnudez.

-¿Pero qué estoy haciendo?

Subió de nuevo hacía su habitación, se pusó bragas y un camisón y se metió en la cama.

Y no tenía ganas de dormir.

Solo tenía ganas de tocarse.

Nunca en su vida había sentido una necesidad real de masturbarse, pero ahora a duras penas podía contener las ganas.

Incapaz de controlarse deslizó su mano hacía abajo y comenzó a frotarse.

Hasta que se corrió.

Pero no pudo detenerse ahí.

Siguió tocándose por horas, impulsivamente.

Cuando el sol salió de nuevo la pilló con la mano en el coño.

-¿Pero qué estoy haciendo?

Se tiró en la cama y cayó rendida.

Despertó al mediodía.

Tras ir al baño a mear y bañarse de nuevo, se vistió decentemente.

Decidió ponerse un vestido rosa sin medias y unos tacones.

Y luego bajó de nuevo al salón para volver a enfretarse a la pizza que seguía en el salón.

Y salió a tirar la basura y dar una vuelta.

Para eso tenía que pasar por enfrente de la casa del vecino que la había... violado.

Y se mojó al pensar en ello.

Miró a izquierda y derecha sin ver a nadie, y encamino sus pasos hacía la casa.

-He traído pizza – dijo.

Lo siguiente que supó es que estaba encima de una cama, con la falda remangada y las bragas bajadas, suplicando que la follará.

Y vaya sí lo hizo.

La penetró violentamente y la folló salvajemente mientras Silvia no paraba de gemir.

Tardó en bajar hasta encontrarse con su amante.

-Vaya, así que ya bajas. Supongo que te estarás preguntando que mierda te está pasando, que haces aquí y todo lo demás.

Silvia tomó asiento a su lado.

-Eres sumisa. Podía haberte follado sin ninguna necesidad de tanto teatro.

-Tú me violaste – dijo.

-Es una forma infantil de mirarlo. Yo diría que fue un juego entre adultos. Y la demostración es que estás aquí.

Silvia no pudo rebatir eso.

-Entonces... ¿Eso significa que soy... tuya?

Se mojó al decir eso.

-Me perteneces desde el instante que te depilaste el coño.

Silvia se fijó en él.

Parecía que lo veía por primera vez.

Era un hombre mayor, en la edad de la jubilación. Divorciado, por lo que ella sabía, y con una hija.

Y ella apenas era una chiquilla que no sabía nada del mundo.

Estaba allí sin camiseta y descalzo, manipulando algún tipo de instrumento.

-¿Y qué piensas hacer conmigo?

-Lo que me salga la punta de la polla – respondió su amo.

Y Silvia se mojó.