La dominación de Isabel. 9

Tratada como una perra en casa de JM.

Unos días después, sin haber coincidido en el trabajo y sin tener noticias de su amo, éste la llamo al móvil, para ordenarle que fuera a su casa esa tarde.

Isabel tenía desde hacía tiempo el número de JM y él el suyo, al igual que el de muchos otros compañeros y compañeras del trabajo. Desde que se convirtió en una esclava sexual, podía recibir llamadas de su amo en cualquier momento, igual que antes, sólo que ahora si el móvil sonaba y veía que era él, un escalofrío recorría todo su cuerpo, mezcla de ansiedad, miedo y excitación. De todas maneras desde que era su amo no la había llamado mucho, sólo un par de veces, y la única gran diferencia, aparte del contenido de las llamadas, era que le había ordenado sustituir el nombre en la entrada del móvil, “JM”, por el escueto pero explícito “AMO”. No se había atrevido a cambiarlo, pues él ya se había encargado de comprobar que no lo hiciera, y no se atrevía a incurrir en su ira.

El móvil sonó por la mañana, cuando Isabel estaba en casa, desayunando con su familia en la cocina, cosa que JM sabía perfectamente. Isabel no esperaba una llamada suya a esas horas y la pilló desprevenida. El móvil estaba encima de la encimera. Luego pensó que cualquiera, su marido o alguno de sus hijos podían haber cogido el móvil para responder por ella o simplemente para pasárselo, eran una familia, no había secretos entre ellos. Todo eso lo pensó después. Afortunadamente ella estaba más cerca del móvil en ese preciso momento y pudo cogerlo ella misma. La palabra AMO brillaba con toda su intensidad en la pantalla del móvil.

Luego lo pensó, cuando ya podría haber sido tarde…muy tarde. Sus hijos le habrían preguntado quién era AMO. Su marido no habría dicho nada, habría esperado a estar los dos a solas para saber quién demonios tenía el nombre de AMO en su móvil. ¿La creerían si decía que AMO era el nombre que irónicamente le había puesto al número de su jefe o de su supervisor? Para sus hijos cualquier explicación sería suficiente. Para su marido, no.

Pero ahora vivía al límite. Al límite del desastre. De que en cualquier momento toda su vida, su matrimonio, su trabajo, su familia, se desintegraran, con sólo saberse en lo que estaba metida. Con sólo saberse que se había convertido en le esclava sexual de otro hombre.

Pero no podía volver a su vida anterior. Ya no. No era tan fácil.

Ese día lo tenía libre, razón por la que JM le había dicho que fuera a su casa, pero a su marido le dijo que había surgido un problema en el trabajo, alguien se había puesto enfermo, sólo ella podía sustituirle, tenía que trabajar esa tarde, volvería tarde, no me esperes levantado, cariño. Se dio cuenta de lo fácil que empezaba a resultarle mentir. Y eso le preocupó. Mucho.

A las cinco y media ya estaba delante de la puerta de la casa de su amo. Había ido en autobús, que le dejaba un poco lejos, pero su amo quería que fuera en autobús. No tenía instrucciones concretas sobre cómo debía haber ido vestida, así que se arregló pensando en los gustos de JM. Una blusa blanca, falda negra a medio muslo y zapatos negro de tacón. Llevaba la ropa interior negra, sujetador, que se trasparentaba bajo la blusa, bragas y medias, sin liguero. Parecía una oficinista, una secretaria, pero sabía que así le gustaba a su amo que vistiera, formal, correcta, pero sexi y atractiva. No descarada y provocativa. Ella no era una puta, sino una esclava sumisa y complaciente, algo muy diferente.

JM abrió la puerta y la hizo pasar.

La observó complacido, así era como quería ver vestida a su esclava. Le abrió la blusa para observar sus pechos asomando por encima del sujetador. Apretó las copas para que resaltaran. Apretó más fuerte. Miró la cara de dolor, sufrimiento y placer contenido del objeto sexual que tenía delante. Eso era lo que le excitaba, su cara, el placer infinito de hacer lo que quisiera con ella y que ella se dejara. Apretó más fuerte.

Isabel sentía el dolor, cómo las manos fuertes y grandes de su amo se cerraban sobre sus tetas como tenazas y apretaban sin importar el dolor que ella pudiera sentir. Nunca había soportado el dolor. Ni de pequeña ni de mayor. El más mínimo arañazo o pequeño golpe en su casa le hacía dar un grito, nunca había podido aguantarse el dolor. Pero ahora todo había cambiado. Era incapaz de revelarse ante las torturas que le provocaba su amo. Del dolor y del sufrimiento.

Y JM siguió apretando hasta que Isabel creyó que sus tetas explotarían. De repente dio un tirón brusco y le arrancó el sujetador, que quedó desgarrado y tirado en el suelo, cogió los pezones entre los dedos y los apretó susurrándole al oído a su perra que gritara. Isabel gritó con todas sus fuerzas, dejando que sus pulmones liberaran en forma de chillido todo el estrés del dolor que estaba aguantando.

Tras un rato la soltó y ella cayó al suelo, como si fueran los dedos de su amo los que la sostuvieran de pie, como un títere con las cuerdas cortadas. Jadeaba entrecortadamente, incapaz de coordinar correctamente algunas funciones, como la de evitar que le babeara la boca. JM se sacó la polla del pantalón, que le dolía atrapada dentro, de tan dura que la tenía, y se masturbó sobre ella, luego se la metió en la boca y se la hizo chupar como si se la follara, agarrándola de la cabeza y moviéndola hacia adelante y hacia atrás con furia, sin importar que su esclava se sintiera medio ahogada. Pero duró poco, la erección era demasiado violenta y las ganas de correrse excesivas para jugar demasiado. En pocos momentos el semen salía a chorros hacia la garganta de Isabel, llenándole la boca y obligándola a tragar con rapidez si no quería ahogarse.

JM se separó de ella temblando, agitado por la violencia del orgasmo. Isabel se quedó en el suelo, arrodillada, hilos de saliva y semen resbalando de su boca, y allí se quedó, pues sin una orden de su amo, no podía hacer nada, mientras su amo se alejaba por el pasillo para refrescarse la cara y limpiarse.

Volvió a los pocos minutos con el collar y la correa. Ordenó a su esclava desnudarse, despacio, lentamente, recreándose en su cuerpo, sus curvas, su piel blanca, y le colocó el collar, símbolo máximo de posesión, y la correa, con la que la llevó hacia el salón, a cuatro patas, como el animal que era y en el que se había convertido. El suelo era duro, de baldosas, las rodillas dolían terriblemente, hasta las palmas de las manos sufrían al avanzar, pero no iba a quejarse.

En el salón, sin soltar la correa con la mano, JM le hizo lamerle los zapatos, chuparlos con toda la lengua, por delante, por los lados, por detrás, luego se sentó en el sofá y situó a su perra delante, levantó los zapatos y la obligó a chupar las suelas. Los mismos zapatos que había usado los últimos meses para moverse por la ciudad o por los alrededores, para comprar, para pasear a su perro. E Isabel, arrodillada, chupaba casi con deleite, porque a su amo le gustaba y ella quería complacerle en todo, ofreciéndole su dolor o su sumisión.

No había dejado de chupar las suelas cuando su amo empezó a restregárselas por la cara, frotándolas con fuerza por su piel. En ese momento apareció en la habitación el perro de JM. Isabel no podía verlo, estando frente al sofá, pero le oyó caminar y acercarse a olisquear.

-Este es mi perro Max, perra asquerosa, él será tan amo tuyo como yo, ¿comprendes?

-Sí, mi Amo.

JM se incorporó, apartando los pies de la cara de Isabel y los apoyó en el suelo. La cogió del cuello y le dio dos bofetadas seguidas.

-Te comportas muy bien, y has respondido perfectamente, pero recuerda que no necesito una excusa para abofetearte o castigarte. Cuando te castigue por desobediencia o por ser irrespetuosa, te aseguro que lo sabrás, distinguirás la diferencia con una simple bofetada.

Y volvió a abofetearla. Isabel tembló para sus adentros, intentando no imaginar cuál sería el castigo prometido.

El perro mientras se había alejado y echado en el suelo, como si las acciones de su amo no le interesaran o le aburrieran.

JM se levantó y cogió la fusta que había sobre la mesita de café. La dobló comprobando su elasticidad y se golpeó un par de veces en la palma de la mano con ella, sin dejar de mirar a los ojos a Isabel. Ésta vio lo que iba a ocurrir a continuación y su corazón se aceleró de anticipación y angustia. Seguía a cuatro patas y lentamente, espaciados, los azotes empezaron a caer sobre sus nalgas. En unos segundos se le pusieron totalmente rojas, las marcas iban apareciendo una a una. JM paró un momento los azotes y pasó con suavidad la punta de cuero de la fusta por el cuerpo desnudo de su perra.

El cuero acariciaba su espalda, sus tetas, rozó sus pezones, duros como diamantes, la raja de su culo, su coño, las plantas de los pies.

-¿Quién es tu amo y señor, puta?

-Usted, mi Amo.

-Dime lo mucho que disfrutas todo lo que te hago.

-Adoro todo lo que me hace, mi Amo.

-Dime que lo necesitas, asquerosa babosa de mierda.

-Lo necesito, mi Amo, ya no puedo vivir sin usted, sin todo lo que me hace.

-¿Quién es tu nuevo marido?

-Usted, mi Amo, usted es mi marido. Nadie más.

-¿Qué son tus hijos para ti? ¿Qué es el hombre con el que convives para ti?

-No son nada, mi Amo, basura, no son nadie, los odio, los aborrezco, a todos, sólo usted existe para mí, mi Amo.

Se fue a donde Isabel había dejado su ropa tirada en el suelo y la llevó junto al bolso. La tiró a su lado y se situó encima de ella para pisarla, mientras cogía el móvil de Isabel de su bolso y se lo tendía.

-Llama a tus hijos y habla con ellos. Salúdales y pregúntales qué hacen.

Sin dejar la postura en la que seguía, desnuda y a cuatro patas, aún notando las tetas, los pezones y las nalgas doloridos, cogió el móvil y llamó a su casa, donde sabía que estarían sus hijos viendo la TV o haciendo los deberes, solos, ya que su marido aún no habría vuelto de trabajar. Lo cogió el más pequeño, le saludó y le preguntó qué estaba haciendo. Intentaba disimular como podía el nerviosismo que sentía y que no se transmitiera en su voz. JM mientras, se agachó delante de su esclava y la escupió en la cara. Un escupitajo contundente, con mucha saliva.

La saliva empezó a resbalar por la cara de Isabel, mientras ella seguía hablando con su hijo. Llegaba a su boca abierta y se mezclaba con su propia saliva. Saboreó el líquido salado de su amo, sin dejar de hablar. Su amo volvió a escupirla. Y otra vez. Y curiosamente, mientras más era humillada y vejada por su amo, más cariñosa y dulce era hablando con sus hijos.

JM alargó la mano y apretó uno de los pezones. Isabel tuvo que hacer esfuerzos enormes, ya no sólo para que no se notara lo nerviosa que estaba, sino para dejar escapar el dolor que le estaba provocando su amo. Éste acercó su boca a su oreja libre para susurrar, sin dejar de apretar sus pezones.

-Tus hijos son una mierda. Unos pobres bastardos que no tienen ni idea de lo hija de puta que es su querida mamá.

Siguió provocándola, humillándola y torturándola un poco más, hasta que dejó que terminara la conversación y colgara. Cogió la fusta de nuevo y la azotó un rato más, pero no sólo en las nalgas, sino también en la espalda y las plantas de los pies. La hizo moverse y la golpeó también en los muslos, y por último en las tetas. Paró y le dio de nuevo el móvil.

-Ahora llama al cornudo de mierda de tu marido y salúdale.

De nuevo marcó y de nuevo tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su voz no reflejara el dolor y el miedo que sentía porque su marido percibiera algo extraño. JM volvió a escupirla a la cara, luego cogió el mango de la fusta y lo utilizó como consolador para follar con él el coño de su esclava.

Isabel había saludado a su marido y le había preguntado cómo estaba y qué hacía sólo por curiosidad, sintiendo la saliva de su amo recorrer su cara. Le estaba comentando que estaba en el trabajo, que no había nada especial, cuando sintió entrar el mango de la fusta en el coño. Se le escapó un gemido, que disimuló diciendo que había sido un estornudo sofocado.

JM la penetraba con él cada vez más fuerte, lo que era un suplicio mantener la conversación con su marido sin que se notara nada. Su amo, sentado en el suelo junto a ella, la masturbaba con una mano en la fusta y con la otra apretaba sus pezones. La obligó a alargar la conversación hasta que se corriera, cosa que hizo poco después, tan mojada y excitada estaba, aunque no pudiera creérselo. Le dejó puesta la fusta dentro del coño mientras se corría, y se levantó para situarse delante de ella. Se bajó los pantalones y se masturbó delante de su cara hasta correrse sobre ella. Con la cara llena de semen y saliva, pudo por fin despedirse y cortar la comunicación.

Isabel se había corrido muchas veces en su vida, desde que empezó su servidumbre con JM, había habido veces en que tuvo que correrse con disimulo para que no les oyeran otras personas, como en el trabajo, pero nunca lo había pasado tan mal……y a la vez tan bien. Había sido sin duda el orgasmo más violento y placentero de toda su vida, y el primero en que había tenido que sofocar con toda su fuerza de voluntad gritar a todo pulmón por el placer que estaba sintiendo antes y durante el orgasmo.

Pero lo había conseguido, aunque pareciera increíble, su marido no había sospechado nada. No había podido ni imaginar que mientras hablaba con su adorada y fiel esposa, a la que creía en el trabajo, ésta era vejada, humillada, torturada y masturbada por otro hombre. Ahora se relamía los restos de semen que llegaban a sus labios.

JM se abrochó el pantalón, cogió la fusta y volvió a azotar a su esclava con rabia, mucho más fuerte que antes. Se giró y miró a su perro.

-Esto nunca te lo haría a ti, precioso, yo jamás te trataría así, ¿a que no? Pero a ti sí, puta de mierda, porque tú eres menos que un animal, mucho menos que mi perro. ¿Qué eres, jodido gusano asqueroso?

-Un animal, mi Amo, menos que eso, una mierda.

Las palabras de Isabel salían entrecortadas debido al sufrimiento por los violentos azotes con la fusta. Pero al final su amo se cansó y los golpes cesaron. Isabel se quedó recuperando la respiración, los ojos mojados, sorbiendo por la nariz.

-Estarás hambrienta y sedienta después de tanto sufrimiento. Creo que es hora de dejarte descansar un rato.

Se levantó y fue a la cocina. Al rato volvió con dos cuencos, uno con comida para perros y otro con agua. Se acercó a su perro y se los puso al lado, en el suelo. El perro se levantó de un salto y se puso a comer. Su amo se acercó a su nuevo animal.

-Allí tienes comida y bebida. Ve a comer, perra.

Isabel dudó, no se podía creer que hablara en serio, pero no podía ser de otra forma, su amo no bromeaba, y por mucho que le costara creer algo que le pidiera, lo decía totalmente en serio y no se atrevía a desobedecerle. Se dirigió a cuatro patas hasta donde estaba el perro comiendo y con cuidado se puso a su lado para beber del cuenco de agua.

-Mi perro es tu amo también, ¿entiendes, puta? Le obedecerás como si fuera yo mismo, y cualquier deseo que él tenga hacia ti, lo complacerás al instante, ¿está claro, perra repugnante?

-Sí, mi Amo.

Isabel no había entendido las últimas palabras, pero daba igual, sólo sabía que si las órdenes de su amo eran obedecer a su perro, ella las cumpliría. JM contempló a sus dos perros alimentarse uno junto al otro, los dos desnudos, los dos con collar.

Isabel dejó el cuenco con agua y se acercó al de comida, una pasta marrón con un aspecto horrible, pero en seguida Max se revolvió inquieto y la gruño. Isabel se asustó, se preguntó cómo reaccionaría su amo si el perro intentaba morderla, pero no se movió de donde estaba, cerró los ojos y esperó lo peor. Pero el perro no la mordió, sólo la ladró y gruño, luego se calmó y siguió comiendo. Isabel abrió los ojos y acercó otra vez la cabeza al cuenco. El perro gruño, pero esta vez no la ladró ni la miró, como si hubiera dejado claro ya que el amo allí era él y que le daba permiso para comer. Isabel agachó la cara hasta tocar la comida y se puso a comer, sin usar las manos, solo con su boca. La carne estaba babeada por el perro, pero Isabel no hizo caso y se puso a comer, pegada a su nuevo amo.

Los dos comieron y bebieron mientras JM observaba complacido. La transformación que había deseado para Isabel estaba casi completa. La estaba llevando hasta el límite y ella se estaba dejando guiar sin protestar. Podría hacer con ella todo lo que quisiera.

-¿Qué dirían tu marido y tus hijos si te vieran ahora, perra? Su amada esposa y madre, como una perra, desnuda, a cuatro patas y comiendo en compañía de su nuevo amo, un perro. ¿Qué dirían si lo supieran en el trabajo, o tus amigas y amigos, tu familia? Me da asco sólo ver lo que estás haciendo.

Isabel quería llorar y gritar, pero no podía dejar de comer y beber, sin pararse a pensar que la saliva del perro pasaba a su propia boca, y que no debía desobedecer a su amo.

La comida y el agua se acabaron y el perro salió de la habitación.

-¿Sabes a dónde va? Ha salido al jardín para hacer sus necesidades. Tú deberías hacer lo mismo, ¿no crees? No estarías pensando en cagar y mear aquí dentro de mi casa, ¿no? Los animales lo hacen en el jardín. Ve con tu nuevo amo y mea y defeca como él allí.

A cuatro patas Isabel salió del salón llevada de la correa por JM. Salieron al jardín, donde Max había meado ya y estaba cagando en una esquina del jardín, protegido de la vista de la casa de los vecinos por un alto seto. JM soltó a Isabel y ésta se dirigió a donde estaba el perro. Él la observó, pero no hizo ningún movimiento agresivo hacia ella. Por fin podía moverse a cuatro patas sin que le doliesen las rodillas, al estar el jardín cubierto de césped. Al llegar donde estaba el perro, de repente se dio cuenta de que la hierba estaba mojada. Estaba pisando el lugar donde el perro había orinado.

Isabel se quedó quieta y pensó que ya que se había mojado las rodillas y las palmas de las manos, y se mojaría los pies, ya no importaba mucho dónde meara y cagara. Así que se puso en cuclillas y empezó a mear y cagar. La orina empapó la hierba bajo sus pies y pronto los tuvo mojados y las piernas salpicadas.

Y en seguida empezó a cagar. JM se acercó andando para contemplarla desde más cerca. Isabel mantuvo la cabeza gacha, mientras trozos de mierda caían sobre la hierba.

-Eres lo más repugnante que he visto en mi vida.

La expresión de asco en la cara de JM era auténtica. Le daba asco, le parecía repugnante que alguien pudiera llegar a caer tan bajo, a arrastrarse de esa manera. Pero también era auténtica la erección que tenía.

Cuando terminó JM la cogió del pelo y tiró con fuerza hasta acercarla a su cara.

-Acabarás rebozándote en tu propia mierda, o en la de mi perro, tu nuevo amo. Y ahora vete y vístete, quiero que te vayas de esta casa antes de que vomite viéndote.

Sin limpiar, con el ano lleno de mierda, Isabel volvió a cuatro patas al salón, donde estaba su ropa. Por el camino la hierba había limpiado algo la orina de sus rodillas, pies y manos. Ya en el salón, se irguió por fin por primera vez desde que entrara en la casa, las rodillas le dolían terriblemente. JM cogió las bragas y la ordenó separar las piernas. Se las introdujo en el coño mojado por la orina, con cuidado de no tocar la mierda que manchaba su culo. Cuando las metió enteras, la dejó que siguiera vistiéndose. Sin sujetador, ahora también sin bragas, se puso las medias, la falda, la blusa y los zapatos. Cogió el bolso y se dirigió a la puerta. JM la cogió de un brazo con fuerza.

-No quiero que te quites las bragas de tu asqueroso coño hasta que nos volvamos a ver, dentro de dos días en el trabajo, las llevarás en todo momento, pero sí tienes permiso para limpiarte el culo, asquerosa y sucia hija de puta.

Abrió la puerta y la echó de allí.