La dominación de Isabel. 8

En los servicios.

JM ya era consciente de que Isabel estaba totalmente bajo su dominio, su control, su poder. Podía hacer cualquier cosa con ella, y cuanto más hiciera, más dependencia recibiría a cambio por parte de ella.

El día siguiente que coincidían en el trabajo, dos días después de haberla llevado a su casa, le mando un mensaje para ordenarle que fuera sin ropa interior.

Cuando Isabel llegó al trabajo, su amo ya estaba en su puesto, pero ni la miró. Sabía que eso era parte de su relación, ignorarla, despreciarla, humillarla, y luego usarla hasta el límite de su resistencia, tanto física como psicológica. Se sentó en su puesto, disimulando una ligera mueca de dolor al tocar sus nalgas con el asiento. Aún le molestaba el culo tras los azotes de hacía dos días en casa de su amo, ya podía sentarse sin problemas, pero aún notaba tirantez al sentarse. Por suerte había podido disimular bien en casa y ni su marido ni sus hijos habían notado nada. Ni de sus problemas para sentarse ni de su nueva vida en general, que es así como la definía. Una nueva vida.

JM se levantó y con la mirada le hizo seguirle hasta la cocina. Nada más entrar, donde estaban solos, su amo le dio una palmada en el culo con todas sus fuerzas. Todo el dolor que casi había desaparecido volvió de nuevo, haciendo que Isabel gimiera de dolor. JM le apretó una nalga, algo fácil de hacer gracias a la falda fina que ese día llevaba Isabel, mientras le susurraba al oído.

-Este culo es mío, puta de mierda, recuérdalo siempre. Ni tu marido tiene derecho a tocarlo. Antes tendría que tener mi permiso. Mío para golpearlo, para acariciarlo, para pellizcarlo, para follarlo.

Fue apretando, pellizcando con fuerza, disfrutando con el dolor que su esclava sentía.

-¿Vienes sin ropa interior como te ordené, puta?

-Sí, Señor.

-Bájate la falda.

Isabel obedeció, quedando con la falda por los tobillos, desnuda de cintura para abajo, la blusa aún abotonada, bajo la que JM intuía sus maravillosas tetas sin sujetador. Metió una mano bajo la blusa hasta llegar a uno de los pezones, del que se apoderó con ganas, mientras la otra mano acariciaba el coño de su perra. Se puso a acariciar los pelitos del pubis, rizados y rubios, sus dedos apretando cada vez más fuerte el pezón. Isabel se mordía el labio inferior, disfrutando y sufriendo con el terrible dolor que ya era parte de ella, cuando de repente su amo cogió uno de los pelitos del pubis, lo estiró suavemente, y sin previo aviso, tiró de él para arrancarlo. El dolor fue tan intenso que al morderse el labio para no gritar, se hizo sangre.

-Tienes mucho pelo aquí, babosa repugnante, pareces más una perra que una persona. Vamos a tener que hacer algo, ¿no crees?

Estiró otro pelito, tiró de él y lo arrancó de un solo tirón. Isabel pensó que había sufrido muchas veces con la depilación, pero nunca en una zona tan delicada y de esa manera. JM aún le arrancó tres pelitos más, sin dejar de aflojar la fuerza con la que apretaba el pezón. Cuando estuvo lo suficientemente excitado y empalmado le dio la vuelta y la apoyó de espalda a él contra la encimera y la folló el culo, clavando las uñas sobre las marcas que le dejara dos días antes.

Su polla se abrió paso en su agujero hasta ocuparlo por completo, se mantuvo así un momento, para retroceder y volver a empezar de nuevo, cada vez más fuerte y rápido, sin importarle que pudiera hacerle daño, como de hecho se lo estaba haciendo, pero eso era lo que precisamente los dos deseaban, uno infringirlo, y otra, recibirlo.

Pocos minutos después JM se corrió, llenando de semen el ano de su esclava. La sacó, pero desgraciadamente no tenían más tiempo para entretenerse, en seguida podía venir algún compañero a tomar un café, así que rápidamente se la limpió en la blusa de Isabel y se la metió de nuevo bajo el calzoncillo y se abrochó el pantalón, dejando que Isabel se arreglara la ropa, pero no se quedó a esperar, aquello no había sido una cita de amantes o novios, salió rápidamente y se fue a su puesto.

Isabel, con prisas y miedo de que la descubrieran así, se quedó sola y se subió la falda, notando el líquido pegajoso escapar de su ano y resbalar por sus piernas, se sintió mojada, sin bragas que la secaran. Se arregló la blusa y se secó la sangre que mojaba su labio.

Se sentó en su sitio, como siempre angustiada y agradecida de que nadie los hubiera pillado. Sabía que eso no podía durar, se arriesgaban demasiado, no podían hacerlo, ni allí ni en su casa, pero era incapaz de pararlo, de rebelarse, de decirle nada a su amo, era más fuerte el deseo que sentía que el peligro que corrían.

Y claro que se arriesgaban, pero JM nunca dejaría que ella supiera que siempre era un riesgo calculado. Isabel se maravilló de todo el dolor que su amo era capaz de infringirle, en las nalgas, en los pezones, siempre algo nuevo, ahora había sido los pelos del pubis. Sólo de pensar en ello y en lo que hiciera la próxima vez, le temblaban las piernas.

La jornada pasó lentamente, JM no volvió a dirigirse a ella en todo rato desde que la llevara a la cocina al principio de la jornada. Ya se acercaba la hora de terminar y pensaba que su amo la dejaría tranquila el resto del día, pero se equivocaba. Se levantó a su hora, apagó el ordenador y se puso la chaquetilla que había traído. En ese momento se acercó JM, que aún tenía que quedarse un rato más, y con la mirada, igual que antes, le ordenó que le siguiera. Esta vez se dirigieron al servicio de hombres, igual que aquel otro día. Entraron y se encerraron en una de las cabinas individuales.

JM la cogió con fuerza por detrás y la pegó contra la pared, cogiéndola de las tetas y apretando con fuerza, le levantó la falda y volvió a follarla por detrás. La penetró con furia, mientras apretaba y estrujaba sus tetas, dando culadas, sonando muy fuerte los dos cuerpos al chocar con cada embestida. No se contuvo, la folló hasta que tuvo ganas de correrse, ni un momento más, y cuando terminó, se salió de ella casi jadeando por el esfuerzo.

Isabel se quedó como estaba, en la misma postura, quieta, sin moverse, las manos apoyadas en la pared, los pechos doliendo, el ano irritado y goteando semen. Su amo la dijo que se quedara así y él se sentó un momento a descansar. Pasados unos minutos se levantó. Isabel no podía verle, pero oyó cómo levantaba la tapa del wáter. Supuso que iba a mear.

-La última vez que estuvimos aquí measte en el suelo como la perra repugnante que eres. Ahora me vas a ver mear a mí.

La ordenó arrodillarse junto a la taza. Estaba limpia, pero estaba dispuesto a llevarla a los peores servicios públicos que encontrara y hacerla meter la cabeza dentro. Isabel se pegó todo lo que pudo a la taza y su amo se puso a mear dentro. En seguida dirigió el chorro hacia el borde del wáter, con lo que la orina empezó a salpicar y mojar a Isabel, pero JM no pudo resistir tanta excitación y apuntó a la cara de su esclava. El chorro de pis empapó toda su cara, el pelo, y entró en la boca que la obligó a abrir.

Terminó y tras soltar las últimas gotas, se la metió en la boca para que se la limpiara. Isabel nunca había sentido el sabor de la orina. En este caso la habían meado a la cara, a su boca abierta, y aunque había cerrado la garganta para no tragar nada, toda la boca había quedado llena de pis, aunque lo escupiera después. Y ahora chupaba la polla recién meada de su amo. El olor y el sabor de la orina eran tan fuertes que casi se sentía mareada. Jamás habría imaginado que pudiera degradarse de esta manera.

JM se abrochó el pantalón y salió para lavarse las manos, dejándola allí, sucia, meada, apestando todo a orina. Salió cuando su amo ya se había ido y con agua y toallas de papel se limpió como pudo. Pero no era suficiente. El pelo le había quedado húmedo y su ropa olía a pis.

Sintiéndose asqueada se abrochó la chaquetilla y se fue a casa. De nuevo, y ya casi se había convertido en una costumbre, tendría que dirigirse rápidamente al cuarto de baño antes de que su familia notara nada, para ducharse y quitarse toda la ropa.