La dominación de Isabel. 7

En casa de JM.

Unos días después JM se presentó de nuevo en casa de Isabel sin avisar, aunque igual que la vez anterior, sabía perfectamente que la encontraría sola y que su marido y sus hijos no volverían a casa hasta pasadas varias horas. Como siempre, dominar el miedo y la angustia de su esclava era una de las bazas de JM para subyugar a Isabel.

Pero esta vez fue diferente. Isabel vestía un pantalón de chándal, calcetines y una camiseta, algo que por supuesto no produjo ningún sentimiento erótico en su amo, aunque la había adorado siempre de tal manera, que daba igual cómo fuera vestida, le excitaba igualmente. Isabel se sorprendió por su visita, pero le hizo pasar en seguida. Su amo, en lugar de ordenar que se desnudara, le dijo que se vistiera, que iba a salir con él.

Se dirigieron al dormitorio, donde Isabel se quitó la ropa que llevaba y se arregló, ante la atenta mirada de JM. Le ordenó que se vistiera guapa, pero sin estridencias. Eligió ropa interior negra, en contraste con la blanca de su boda que había llevado durante tantos días; una blusa con un pañuelo al cuello; una falda larga a juego; y unos zapatos negros.

Salieron juntos de casa y se montaron en el coche de JM. Había decidido que ya era hora de llevarla a un lugar donde disponer de ella a su antojo, donde poder hacer todo lo que le apeteciera, sin miedo a ser descubiertos, con total libertad. Así que decidió que ya era hora de llevarla a su casa.

Isabel no supo adónde iban hasta que llegaron a la casa. Había ido muy nerviosa todo el camino, sin tener ni idea de adónde podrían dirigirse. Cuando comprendió dónde estaban supo que eso marcaba una nueva etapa en su relación de dependencia y sumisión con JM. Sabía que allí dentro, entre aquellas paredes, debería hacer cosas inimaginables hasta ahora para ella, cosas para las que no estaba preparada, cosas de las que seguro que se arrepentiría, cosas que le darían pesadillas. Y sin embargo, cuando su amo aparcó y abrió la verja de la casa, ella entró libremente, excitada, con el corazón latiendo muy rápido.

Entraron en la casa, luminosa, amplia. En el hall, lo primero que le ordenó JM a Isabel fue desnudarse y tirar toda la ropa al suelo a sus pies. Lo hizo despacio, un poco torpemente, con los nervios de lo que estaba por venir. Cuando se quedó en ropa interior se detuvo, pero su amo la ordenó quitárselo todo. Las prendas cayeron a sus pies y ella quedó desnuda, firme, sin moverse. JM la observó, la recorrió con la mirada, dio una vuelta a su alrededor, como quien contempla su última adquisición. Su cuerpo era tan maravilloso para él. Se la follaría allí mismo, una, mil veces. Pero jugar con ella era lo que realmente quería, lo que ansiaba. Humillarla, verla degradada, avergonzada, provocarle dolor, someterla.

Pisó su ropa y de una patada la mandó a un rincón. Acarició su piel, lo que provocó un escalofrío en Isabel. Eso le agradó a JM, la quería nerviosa.

-Tu condición conmigo será siempre estar desnuda cuando estemos a solas. Ahora te traeré lo único que llevarás cuando estés desnuda.

Se fue y la dejó sola, pero no tardó mucho. Al cabo volvió con algunos objetos en las manos. Un collar de perro que colocó en el cuello de su esclava y una correa que dejó colgando del collar.

-Ahora ya sabes lo que eres, ¿verdad?

-Sí, Señor.

-Dímelo.

-Soy una perra, Señor, un animal.

JM sonrió. Cogió la correa con la mano y la ordenó ponerse a cuatro patas, como la perra que era. Cuando la vio así pensó que era un sueño, tantas veces había soñado con tenerla de esa manera, y ahora se había cumplido. La observó largo rato, a cuatro patas sobre el frío suelo, palmas y rodillas tocando el suelo, el culo levantado, casi ofreciéndose a él, la cabeza gacha, sumisa. Se colocó delante de ella y la ordenó lamerle los zapatos. Isabel agachó aun más la cabeza y sacando la lengua se puso a chupar las zapatillas deportivas. JM estaba complacido.

La cogió de nuevo de la correa y la paseó por el pasillo hasta el salón. Allí se paró delante de una mesa, de la que cogió una fusta, negra, larga, con un mango largo, y acabada en una tira de cuero enrollada; a Isabel le pareció igual que la que había visto en las películas, las que usan para fustigar a los caballos. JM la agitó en el aire; al cortar el aire hacía un ruido que a Isabel le estremeció. Empezó a temblar cuando su amo se golpeó  con ella en la palma de la mano un par de veces, como si comprobara que funcionaba bien. JM la miró, sus ojos brillaban, sonreía, rodeó a Isabel, que seguía en la misma postura, como una perra esperando algo de su amo, la correa por el suelo, y la dio un azote en el culo con la fusta.

Isabel notó un dolor seco, intenso, y como si un latigazo le recorriera todo el cuerpo. Podía recordar el dolor que había sentido al darse golpes, e incluso al dar a luz, pero ese dolor era diferente a todo lo que hubiera sentido antes. Inmediatamente vino otro latigazo. Y otro.

Eran espaciados, por dos razones, para que a Isabel le diera tiempo a sentir el dolor en toda su intensidad, para que sufriera de anticipación esperando el siguiente; y la otra razón era para que su amo disfrutara al máximo de lo que estaba haciendo. Su querida y adorada Isabel, su amor platónico, desnuda y a cuatro patas ante él, tratada como un vulgar animal, como una perra, peor que eso, sumisa a sus pies, recibiendo el castigo que le estaba provocando la mayor erección de su vida. Jamás se había sentido la polla tan dura, le dolía mucho dentro del pantalón. Y siguió fustigando a su esclava, dejando cada vez más marcas rojas en sus nalgas.

Isabel ya no sabía cómo aguantar el dolor, cada latigazo era horrible, el dolor le subía por todo el cuerpo y su amo dejaba que lo sintiera bien antes de dar el siguiente golpe. Se mordía los labios, y las lágrimas, sin poder evitarlo, habían empezado a caer por sus mejillas. Se le habían escapado varios gemidos de dolor, pero no habían provocado el enfado de su amo.

JM por fin paró, cuando su erección ya no podía más, si no se abría el pantalón, se le acabaría rompiendo el pene. Isabel tampoco podía más, el dolor había sido más de lo que podía soportar, si pudiera verse las nalgas, las vería completamente rojas, surcadas de marcas, palpitando de dolor.

-Tengo una crema para el dolor de tu asqueroso culo, perra.

Se abrió el pantalón, y nada más tocarse con la mano, empezó a eyacular, chorro tras chorro de semen que apuntaba a las nalgas de su perra. En pocos momentos tuvo las nalgas cubiertas del blanco líquido, parte de la espalda, y lo que resbalaba a sus piernas. JM dio la vuelta y se colocó delante de Isabel, apuntando la polla hacia su cara, estaba clara su intención. Su esclava, sin dejar de apoyar las manos en el suelo, le chupó la polla hasta que quedó limpia de semen.

-Hoy empezaremos con una sesión suave, sólo quiero que nos vayamos conociendo, que aprecies todo esto en pequeñas dosis. Pasarás mucho tiempo aquí, recorriendo estos suelos, pero también podrás servirme en otras partes de la casa, como el jardín, por ejemplo, sobre todo cuando traiga a mi perro del veterinario, estoy deseando que lo conozcas... y que él te conozca a ti…

Isabel no captó lo implícito en aquel comentario, su mente aún seguía nublada por el dolor que sentía, no sólo en sus nalgas, sino en las rodillas, tanto tiempo en esa postura empezaba a pasarle factura.

JM la cogió de nuevo de la correa y volvió a pasearla por la casa.

-¿Disfrutas, perrita?

-Sí, Señor.

Mirando el reloj, JM se dio cuenta de que no podría disfrutar de su perra todo lo que él quisiera, así que tuvo que dar por finalizada la sesión. Pensó que sesiones cortas pero intensas como aquella también podían ser muy estimulantes y gratificantes.

La llevó de la correa hasta la entrada, donde seguía en un rincón su ropa, y allí por fin le quitó el collar y la liberó. Lo hizo estando de pie sobre la ropa de su esclava, apartándose ligeramente para que ella pudiera coger una a una las prendas de ropa. Escupió sobre ella y le abrió la puerta. Le dijo que había una parada de autobús unas calles más abajo. Y cerró la puerta, sonriendo para sí mismo, pensando en el sufrimiento que pasaría antes de llegar a su casa, especialmente en el culo.

Isabel empezó a andar, pero le flojeaban las piernas y le dolían las rodillas. Había pasado mucho tiempo a cuatro patas sobre el duro suelo. Ahora, cada paso era un sacrificio. Curiosamente el dolor en sus nalgas era el menor de sus preocupaciones.

Llegó a la parada de autobús y tuvo que esperar casi 20 minutos. Casi una hora después de salir de casa de su amo entraba en su casa. No podía más de cansancio, en el autobús se había sentado, aliviada, pero en seguida tuvo que levantarse y hacer el resto del viaje de pie, el dolor en las nalgas era demasiado para soportarlo sentada. Al llegar a casa afortunadamente todavía no habían vuelto los niños del colegio ni su marido de la oficina. JM lo había planeado todo al milímetro, lo último que quería era perder a su perra, provocarla hasta el límite, sí, forzar sus límites; pero no provocar que todo se descubriera y se quedara sin una esclava tan maravillosa.

Isabel llenó la bañera con agua hirviendo y antes de meterse dentro se atrevió a mirarse las nalgas en un espejo. Rojas, llenas de marcas; rojas también sus rodillas. Se metió en la bañera y se olvidó de todo. Hasta la próxima sesión…