La dominación de Isabel. 6

La tortura de no poder mear.

Al día siguiente llegó al trabajo con la misma ropa interior, la de su boda, sucia, húmeda, sin duchar, disimulando con perfume y con el pelo recogido el hecho de que llevaba varios días ya sin lavarse, incluidos los restos de semen en su pelo. Y ahora había que añadir las ganas de orinar. Al levantarse esa mañana había estado a punto de incumplir la orden, se acordó en el último momento, cuando ya estaba sentada en la taza, a punto de ponerse a orinar; entonces se acordó. Como pudo se aguantó las ganas y se fue a desayunar. Sus visitas al baño por las mañanas se habían vuelto muy breves últimamente.

Lo primero que hizo JM cuando Isabel llegó fue ir a su mesa para humillarla recordándola lo que apestaba y lo guarra que era y para asegurarse que llevara la ropa interior obligada y que no hubiera meado. Después la hizo ir al baño para meterse las bragas en la raja del coño y el culo, y al salir comprar una botella de agua mineral en la máquina y bebérsela. Debía volver al baño a rellenarla de agua y bebérsela cada hora.

A las tres horas Isabel ya no podía más. Las ganas de mear eran tan grandes que casi le dolía. Tenía que hacer esfuerzos para aguantarse y eso le impedía concentrarse en su trabajo. Se levantó a rellenar la botella por cuarta vez y al volver, andando con dificultad, pero disimulándolo todo lo que podía, se dirigió a la mesa de JM.

-Señor, no puedo más, estoy a punto de mearme encima. Se lo suplico.

Su amo la miró con desprecio y asco.

-Bébete el contenido de esa puta botella ahora mismo, puta asquerosa.

Con la mano temblando ligeramente Isabel levantó la botella y se la bebió toda de un trago.

-Y ahora sígueme a la cocina, babosa repugnante.

Entraron los dos en la cocina, a Isabel cada vez le costaba más caminar. Había un compañero tomando café y hablaron un momento con él. JM cogió un café y habló con el compañero como si nada, con su tono de voz normal, nada que ver con el tono que usaba con Isabel. Ante un comentario suyo sobre la botella vacía que llevaba en las manos, no tuvo más remedio que aceptar la indirecta y comentar que había ido a rellenarla. Mientras lo hacía el compañero acabó el café y volvió a trabajar, dejándoles solos. En cuanto hubo salido, JM se volvió a ella y la dio una bofetada muy fuerte.

-¡Puta, si vuelves a dirigirte a mí sin permiso te daré tantas hostias que no podrás ni caminar!

Volvió a darle otra bofetada aun más fuerte.

-¡Y si vuelves a replicar una orden mía, te dejaré sola para que te pudras en tu asquerosa y patética vida de mierda!

Con lágrimas en los ojos, Isabel quería lanzarse a sus pies para suplicarle que la perdonara. Le juró que no volvería a hacerlo nunca más. Y para demostrar su arrepentimiento y buena fe se bebió la botella de un solo trago y volvió a rellenarla inmediatamente. JM la cogió de los pezones y se los apretó, sonriendo con malicia. Isabel tenía que aguantar el dolor y las ganas de mear a la vez.

-Vuelve a trabajar y sigue haciendo lo que te ordene, ya me dirigiré a ti cuando lo estime oportuno, zorra de mierda.

El turno de Isabel estaba a punto de terminar y no había tenido ningún contacto con su amo desde que estuvieron en la cocina. Había perdido la cuenta de las veces que había rellenado la botella de agua, pero lo que sí sabía era que estaba más allá del dolor y el sufrimiento. No se explicaba cómo no se había meado ya encima. Era tal la angustia que sentía que ya ni sentía el dolor.

Iba a levantarse para irse cuando JM se acercó a ella y le ordenó coger todas sus cosas y seguirle. Fueron al baño, al de hombres. Entró tras él y le siguió hasta uno de los reservados.

Isabel temblaba, por el esfuerzo y el dolor que le suponía dar un solo paso, y porque les vieran, pero no había nadie en ese momento. Su amo cerró la puerta y echó el pestillo. Le ordenó desnudarse, quitarse todo menos la ropa interior.

En la estrechez de la cabina se quitó el pantalón y el jersey, su cuerpo tocando el de su amo. Seguía con las bragas metidas en la raja del coño y el culo. JM tiró con fuerza hacia arriba de las bragas, pegando la cara a la suya.

-¿Tienes muchas ganas de mear, puta?

Isabel había puesto la ropa encima de la tapa bajada del inodoro. Su amo la cogió y la tiró al suelo. Le ordenó colocarse bien las bragas, no bajárselas, ponerse de cuclillas y mear. Allí, en el suelo, como un animal.

-¿Qué te creías que eras, perra asquerosa? Un animal, eso es lo que eres. Ahora mea como  lo que eres.

Isabel por fin se aflojó, se relajó y un chorro fortísimo salió de ella formando en segundos un charco bajo sus pies. La orina se filtraba a través de la tela de las bragas, golpeaba con fuerza el suelo y se extendía. Era la meada más larga y de más cantidad que Isabel recordara en su vida, tanto como el alivio que sentía, tanto, que superaba la vergüenza de verse meando de cuclillas delante de un hombre en los baños para hombres del trabajo.

Cuando por fin terminó, el pis seguía goteando de las bragas y el suelo estaba totalmente encharcado. Sus pies, enfundados en las medias, pisaban el pis y los zapatos de su amo se habían salpicado un poco.

-Arrodíllate, las palmas de tus manos en el suelo. ¿Lo notas caliente de tu meada? Ni los animales son tan guarros como tú. Al menos ellos no se recrean en su propia mierda. Limpia las salpicaduras de mis zapatos con la lengua.

Al arrodillarse las medias se le habían empapado, sus manos chapoteaban en la orina y el olor empezaba a ser sofocante en un espacio tan pequeño. Isabel agachó la cabeza todo lo que pudo, hasta casi tocar el suelo con ella y lamio las gotas de pis que habían manchado los zapatos de su amo.

-Llegará un día en que beberás tu propia meada y te comerás tu propia mierda. Y ese día está muy cerca, repugnante animal de mierda. Saca la lengua y prueba el suelo.

JM sabía que esa era una gran prueba, algo que deseaba que su perra hiciera, quería verla bebiéndose su pis, comiendo su mierda, pero tenía que ir poco a poco, no forzarla demasiado pronto. El secreto estaba en graduar el nivel de exigencia, aumentarlo poco a poco, no todo de un tirón, o perdería a su esclava. Y no pensaba permitir que sus ansias lo echaran todo a perder. Pero viéndola así, arrodillada a sus pies, en ropa interior, goteando orina, chapoteando en su meada, no podía controlarse. Sólo que la probara, un poco, a ver cómo reaccionaba.

Isabel agachó la cabeza hasta rozar el suelo, sacó la lengua y la pasó por el suelo, por el pis. JM dio un pisotón en el suelo y la orina salpicó toda la cara de Isabel. Satisfecho, la ordenó vestirse e irse a casa. Ya podía lavarse y cambiarse de ropa, la quería limpia para la próxima vez.

Isabel se quedó sola en el baño. Se levantó del suelo, tenía las medias empapadas de orina, igual que las bragas. La ropa que JM había tirado al suelo estaba también mojada. El olor a orina era muy intenso. Cogió el pantalón y se lo puso sobre las bragas y las medias mojadas. La impresión era muy desagradable. Al recordar cómo había pasado la lengua por el suelo encharcado le dio una arcada, pero contuvo las ganas de vomitar. Se puso el jersey, se puso los zapatos, cogió el bolso y salió del reservado con sigilo.

No había nadie. Miró atrás una última vez, al suelo encharcado de pis, y se fue todo lo deprisa que pudo.

Consiguió llegar al coche sin que nadie reparara en ella. Se sentía mojada, sucia, degradada. Llegó a su casa y se encerró en el baño, por fin tenía permiso para bañarse, lavarse, para quitarse toda la suciedad de los últimos días. Se metió en la bañera llena de agua caliente y se frotó todo el cuerpo con fuerza. Luego se relajó. Como ella se encargaba de la colada en su casa, no había problema de que descubrieran su ropa empapada de orina. La disimularía y la lavaría.

Esa noche por fin pudo relajarse, lavada, con ropa limpia, por un momento olvidó que se había convertido en una esclava sexual, en el animal de su amo.