La dominación de Isabel. 5

Dominada a través del ordenador.

Esa noche Isabel se acostó pronto. Esperó a darles un beso de buenas noches a sus hijos y no se quedó a ver la TV con su marido como otras noches. La camiseta que llevaba tapaba los moratones de sus pechos y un poco de ligero maquillaje había disimulado un pequeño moratón en la comisura del labio, consecuencia de una de las bofetadas de su amo.

Se acostó y tardó en dormirse, pero no por los remordimientos, ni el dolor… sino por el placer que sentía…

El día siguiente fue normal y corriente. El comportamiento con su marido era el esperado, el de siempre. Isabel estaba decidida a disimular sus estados de ánimo, a llevar perfectamente la que ya consideraba su doble vida. Con los niños sólo coincidió durante el desayuno. Todo fue estupendo. Luego cada uno se fue por su lado, su marido con los niños al colegio y luego a trabajar y ella se preparó para irse también a trabajar.

Antes de acostarse la noche anterior, sólo se había quitado las medias, pero se dejó puestas las bragas y el sujetador. Ahora se volvió a poner las medias. Se sentía sucia. Lo que más habría deseado en ese momento era ducharse, o incluso darse un gran baño, con espuma, escuchando la radio y olvidándose del mundo entero.

Pero su amo la había prevenido muy claramente sobre la idea de ducharse, así que se lo quitó de la cabeza y sólo se lavó la cara. Comprobó que el moratón de los pechos no era tan horrible como esperaba, en un par de días no quedaría ni rastro. Aun así se aseguró de ponerse un jersey fino de cuello cerrado.

Llegó pronto al trabajo. Miró hacia la mesa de JM por instinto, aunque sabía perfectamente que hoy no estaría allí, no le tocaba turno. Se sentó en su puesto y se puso a meditar en los últimos días. Todo iba demasiado deprisa, no le daba tiempo a parar y recapacitar en lo que estaba haciendo. Si apenas una semana antes hubiera pensado que se encontraría en esta situación, pensaría que estaba loca. Y ahora, así estaba, llevando la ropa interior de su boda, sin duchar desde el día anterior, con marcas de violencia en su cuerpo y restos de semen en el ano y el coño.

Reflexiono sobre si lo que estaba haciendo era medianamente sensato, racional, pero sobre todo meditó en por qué lo hacía. Y no llegó a ninguna conclusión clara, la excusa de que se aburría, de que su vida no iba a ningún lado, de que necesitaba un cambio no le bastaba. Cuando alguien necesita un cambio en su vida, cambia de peinado, y si le apuraban, cambia de trabajo, pero no se dedica a dejarse pellizcar los pezones por un desconocido y se convierte en su esclava sexual. Porque eso era lo que era ahora mismo, la esclava sexual de JM. Tuvo que repetírselo un par de veces más para captar totalmente las implicaciones que conllevaba aquello.

Se preguntó si todo aquello no sería más que una forma bastante extravagante y extrema de llamar la atención por una vida monótona como la suya, pero llegó a la conclusión de que lo que había sentido en los momentos en que había estado con JM no lo había sentido nunca. Le daba igual lo que las convenciones sociales pudieran decir sobre ella, sólo sabía que estaba como loca por volverse a poner a disposición de su amo.

Amo. Sonaba bien.

Recordó cómo se había sentido el día anterior al insultar y denigrar a su marido, y cuando su amo le habló de sus hijos. Se sentía muy humillada por todo ello, pero era incapaz de sentirse mal. Recordó los golpes de JM sobre su cuerpo, su polla entrando en su ano. Inconscientemente sus manos se movieron hacia su entrepierna, deslizándose entre los muslos.

Abrió los ojos de golpe, ni siquiera se había dado cuenta de que los tenía cerrados, y paró en sus movimientos. Su amo le había prohibido tocarse. Sólo él la tocaría. Ya ansiaba que volviera a tocarla.

Se moría por masturbarse, ojalá pudiera hacerlo, pero allí estaba, suspirando por volver a estar con su amo, sucia, sin lavar, con la misma ropa interior que uso con él, con su olor por todo su cuerpo. Se reclinó en el asiento y suspiró, le habría apetecido meterse los dedos en el coño y saborear los restos de semen que él le había dejado allí. Se alegraba de estar tomando píldoras anti-embarazo, quien iba a suponer que se acostaría con alguien que no era su marido y que se correría dentro de ella.

Y ese pensamiento la llevó a otro, ¿qué pasaría si él le ordenaba saltarse el orden de píldoras? ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar ella por complacer a su amo? ¿Haría cualquier cosa? Ahora mismo decía que sí, pero no quería imaginar a qué pruebas sería su amo capaz de someterla sólo por comprobar su sometimiento. Se dijo que llegado el momento lo sabría.

Pasó el tiempo, el trabajo no era duro, había mucho tiempo para pensar. Pero Isabel ya no le daba vueltas a su situación, sólo recordaba los encuentros con su amo y suspiraba por el siguiente. Cuando vio que tenía un correo nuevo. Hacía un rato había enviado un correo a una amiga y lo había dejado abierto esperando la respuesta. Pero el correo no era suyo. Era de su amo.

-Espero que no te hayas quitado todavía la ropa interior que te pusiste ayer.

Isabel sintió rubor en las mejillas, se sentía como una adolescente cuando la llama el chico que le gusta. En seguida estaba tecleando una respuesta, excitada de placer.

-Sí, Señor, la misma y no me he duchado.

-¿Alguna vez habías ido a trabajar sin ducharte ni cambiarte de bragas?

-Nunca, Señor.

-¿No te parece que lo que estás haciendo es repugnante? ¿Por qué eres tan guarra y cerda?

-No lo sé, Señor, lo siento.

-Seguro que alguno de nuestros compañeros ya te ha olido. No te puedes imaginar el asco que me das, cerda repugnante. Vas a hacer varias cosas para mí, guarra.

-Sí Señor, lo que usted quiera.

-Espero que me hayas obedecido y no te habrás tocado el puto coño.

-No Señor.

-Bien. Quiero que vayas a hablar con el supervisor que haya en tu turno. Piensa alguna excusa para acercarte mucho a él y explicarle algo, quiero que te huela, que se pregunte de dónde ha salido una cerda así. Cuando lo hayas hecho vuelve a por más instrucciones.

-Sí, Señor.

Isabel se levantó excitada, dándose cuenta de lo mucho que necesitaba ser ordenada, humillada, denigrada, como lo hacía JM.

No necesitaba idear algo muy complicado para acercarse al supervisor de turno y comentarle algo. Se aproximó mucho a él mientras hablaban, pero no estaba segura de que pudiera notar que olía mal. Después, aunque no se había duchado ni se había cambiando de ropa interior, la ropa que llevaba estaba limpia y sólo habían pasado 24 horas desde su sesión con JM. Aun así, el hecho de que el supervisor pudiera percibir un aroma a sudor y sexo en ella le excitó muchísimo; incluso fantaseó con que distinguía el olor de semen proveniente de su coño y ano. Y por supuesto se sintió muy avergonzada de lo que estaba haciendo, y eso se sumaba a su excitación. Volvió a su mesa y escribió la confirmación de lo que había hecho.

-Después de andar por ahí mostrándote como la guarra que eres, ahora quiero que vayas al servicio y te saques las tetas fuera del sujetador, y te quites las bragas y te las metas todo lo que puedas dentro de tu repugnante coño. Respóndeme cuando lo hayas hecho, y trabajarás así el resto de tu jornada.

Fue al servicio y se encerró en una de las cabinas individuales. Se quitó el jersey, los zapatos y los pantalones. Por un momento se quedó así, en ropa interior, saboreando la excitación que sentía. Se sacó las tetas fuera del sujetador y se bajó las bragas, y sentándose en la taza se abrió de piernas y se las fue introduciendo en el coño, poco a poco. Al final entraron enteras. Se sintió muy incómoda, pero excitada, y más porque le estaban dando órdenes, la estaban tratando como a una esclava, como a una perra.

Volvió a ponerse la ropa y volvió a su mesa.

-Ya lo he hecho, Señor.

-¿Alguna vez te habías metido las bragas en tu sucio coño, puta?

-Nunca, Señor.

-Estarás así hasta que llegues a tu casa. Sólo allí podrás sacarte las bragas del coño, pero te las pondrás, de momento seguirás llevando esa ropa interior hasta que yo te diga otra cosa. Tendrás que aprender a disimular ante tu marido. ¿Serás capaz de llevar una doble vida, zorra? ¿De engañar a tu marido?

-Sí, Señor, lo haré.

-¿Alguna vez habías engañado a tu marido? ¿Alguna  vez le habías puesto los cuernos? ¿Le habías ocultado pensamientos oscuros?

-Nunca le había engañando, Señor.

-Pero ahora te sientes a gusto engañándole conmigo…

-Sí, Señor.

-Aprieta bien fuerte los muslos mientras te comunicas conmigo, quiero que sientas bien dentro de ti las bragas. Y te prohíbo que te toques. Cuando te quites las bragas hazlo de tal modo que tus dedos toquen lo menos posible tu coño y el menor tiempo posible. Y si tu marido tiene ganas de follar, dile que te duele la cabeza, pero en los próximos días nadie te tocará, ni siquiera tú misma. Te tendré tan cachonda, que me suplicarás que te folle. Y ahora sigue trabajando, puta asquerosa.

-Sí, Señor.

El resto de la jornada fue una dulce y horrible tortura. Jamás había sentido algo así dentro de ella, notaba las bragas en su coño, hinchándola, incómoda pero cachonda a la vez. Llevar así el sujetador también era un poco incómodo, pero no demasiado. Lo peor era cuando alguien se acercaba a hablar con ella. Era como si pudieran ver perfectamente lo que estaba haciendo, como si lo llevara escrito en la cara. Sabía que no se notaba que llevaba las tetas fuera del sujetador gracias al jersey, pero aun así, notaba como si todos la miraran y cuchichearan a sus espaldas y la señalaran con el dedo.

Pasó así todo el tiempo, hasta que por fin terminó su jornada. Se levantó y le molestaron las bragas al andar. Llegó por fin al coche y arrancó para llegar a su casa cuanto antes.

Por fin llegó a casa, donde ya estaban su marido y sus hijos. Saludó como siempre, disimulando el nerviosismo que sentía. Excusándose para ir a cambiarse, se encerró en el baño y sentándose en la taza, se desnudó excepto la ropa interior.

Aún llevaba las tetas por fuera del sujetador, colgando ligeramente. No tenía unos pechos especialmente grandes, pero se sentía satisfecha de su tamaño. Se quedó mirándose en el espejo del baño y casi sin darse cuenta se puso a acariciárselas. De golpe paró, acordándose de las órdenes de su amo, le había prohibido tocarse, y sabía que eso incluía no sólo el coño, sino todo su cuerpo. Los pezones ya se le habían endurecido, sensibles a las caricias. Aguantándose las ganas de seguir tocándose, se sacó como pudo, sin tocarse más de lo necesario, las bragas. Salieron empapadas. Las últimas órdenes e instrucciones de su amo habían sido que tenía permiso para orinar al llegar a casa, pero que a partir de ese momento no podía volver a hacerlo hasta que él le diera permiso.

Después de orinar se puso las bragas de nuevo. Se sintió incómoda, al sentir la humedad de la tela sobre la piel. Se colocó bien el sujetador, y manteniendo las medias blancas, se puso una bata para ir a cenar.

No quería ni pensar lo que pensaría su marido si descubría qué ropa interior llevaba, en qué estado, desde cuándo, y lo más importante, por qué.