La dominación de Isabel. 4

JM se presenta en casa de Isabel...

Dos días más tarde JM se presentó inesperadamente y sin avisar en casa de Isabel. Por supuesto había elegido muy bien el momento, sabiendo perfectamente que ni su marido ni sus hijos estarían en casa, ni lo estarían por bastante rato.

JM llevaba mucho tiempo estudiando a Isabel, sus costumbres, hábitos, rutinas, suyos y de los que la rodeaban. Lo sabía todo de ella. Por supuesto sus horarios, de su marido y de sus hijos. Sabía dónde trabajaba su marido, sabía sus horarios, sus conocidos, familiares. De sus hijos conocía el colegio al que iban. Y de Isabel, por supuesto, lo sabía todo. Sus amigos y amigas, sus familiares. Incluso tenía una carpeta en su ordenador personal titulado simplemente “Isabel” donde guardaba toda información relevante y que actualizaba con frecuencia.

Al principio era una forma de sentirla cerca, de sentirse unido a ella. Ahora, toda la información acumulada y almacenada podía tener una importancia vital, como se estaba demostrando en aquel momento, al permitirle saber cuándo y durante cuánto tiempo podría disponer de ella a solas en su propia casa, sin distracciones ni interrupciones.

Lo que no debería conocer, al menos de momento, era tanto el archivo en su ordenador, como su “cuarto oculto”, la pequeña habitación semioculta en su casa que había convertido, de pequeño despacho de trabajo en santuario dedicado a su amada Isabel. Todo aquello, especialmente las fotos, le servían para estar a su lado en cualquier momento del día, aparte de para desahogos sexuales más o menos frecuentes. Ahora, casi había perdido su utilidad, especialmente con la que lo fundó. Ya no necesitaba un altar en su nombre. Ahora la tenía a ella. En cuerpo y alma.

La sorpresa en el rostro de Isabel era más que evidente cuando abrió la puerta y se encontró con su amo allí de pie, devolviéndole la mirada, con una sonrisa irónica en la cara y saludando. El pánico que se reflejaba en sus ojos también fue notorio para JM.

Isabel se había levantado poco antes de la cama, después de una noche de trabajo. Su marido estaba en la oficina y los niños en el colegio. Se había tomado un café para despejarse, pero todavía no se había duchado ni arreglado. Llevaba un pantalón vaquero viejo, una camiseta muy gastada e iba descalza.

Sobreponiéndose a su sorpresa saludó a su amo y le franqueó el paso a su casa. JM nunca había estado allí con anterioridad, y sin embargo, conocía la casa, igual que lo sabía todo de su esclava. La observó y tuvo que contenerse para no poseerla allí mismo, arrancarle la ropa y follarla en el suelo…un amo debe saber controlarse o su esclava acabará teniendo más poder sobre él, los roles se habrán cambiado.

La ordenó desnudarse y se dirigieron al salón. Hacía buena temperatura, y mientras dejaba a su esclava desnuda, de pie, preguntándose qué significaba todo aquello y qué se propondría hacer con ella allí, en su propia casa, JM se dedicó a recorrer el salón, observando todo con interés, en silencio, sin decir ni una palabra, para así aumentar el nerviosismo de su esclava.

Se entretuvo en las fotografías familiares que decoraban el cuarto de estar, por supuesto conocía a todos los que aparecían en ellas, no sólo a su marido e hijos, pero de momento no iba a dejar que ella lo supiera. Otra regla importante de un buen amo es guardarse siempre un as en la manga…cuantos más, mejor.

Isabel se atrevió a preguntar algo, pero cuando su amo cruzó la habitación como un rayo hacia ella, sin dejarle terminar la frase y le cruzó la cara con el dorso de la mano, supo que aquello iba muy en serio, que si alguna vez había pensado que esto era algún tipo de juego, aquella bofetada le hizo ver las cosas con total claridad.

-No vuelvas a abrir la boca para hablar a menos que sea para responder a una pregunta mía, ¿crees que una perra asquerosa como tú tiene derecho a algo como hablar sin permiso? Tu boca sólo se abrirá para comer mi polla o para gritar cuando sufras.

Mariola no se atrevió ni a responder “sí señor”, tan aterrada se había quedado  y eso le salvó de una nueva bofetada, pues su amo no le había preguntado nada ni pidió que confirmara que había quedado claro. La dejó como estaba, temblando por la bofetada y con la mejilla roja e hirviendo y siguió recorriendo la habitación.

Cogió un marco plateado con una foto de toda la familia y se acercó a Mariola.

-¿Es ésta tu familia?

El tono de voz era despectivo, despreciativo.

-Sí, Señor.

-Recuerdo haber conocido a tu marido en alguna de las fiestas de empresa.Siempre me pareció un pobre hombre. Y después de lo que me contaste el otro día, ahora además me parece un maricón. No es capaz de follarse decentemente a una mujer como tú, ni de aprovechar tu cuerpo. Creo que es un desgraciado cornudo, ¿no crees?

-Sí, Señor.

-Dime lo que piensas de él.

-Es una mierda de marido, Señor, me da asco.

-Sí, es lo que suponía. Dime lo que sientes de verdad.

Por supuesto JM sólo pretendía humillarla haciéndole verbalizar comentarios degradantes hacia sus seres queridos, pero sabía que había mucha psicología en eso, y cuanto más se abriera a él, cuanto más denigrara a los demás, especialmente a su familia, más caería en sus garras. Isabel por su parte no entendía de psicologías ni de vericuetos mentales, pero una vez que empezaba a hablar, le costaba parar, igual que había pasado cuando le contó sobre su vida sexual.

-¡Me da asco, es un cabrón, no sabe follarme, no me da placer, le odio, quiero joderle….!

JM disfrutaba viendo cómo Isabel se encendía, se acaloraba, no le estaba contando lo que quería oír, le estaba contando lo que realmente sentía. Se sintió también un poco sorprendido, no había esperado una respuesta tan pasional y visceral por parte de ella. Se dio de cuenta de lo fácil que iba a ser moldear su mente, hacer con ella todo lo que quisiera, hasta sus más oscuros deseos. Sonrió de placer y gusto.

Isabel también se dio cuenta de lo que estaba diciendo, sólo había querido decir algo fuerte y vulgar, complacer a su amo, pero ahora no podía parar de denigrar a su marido, y lo más terrible de todo, es que no se sentía culpable. Se dio cuenta de que estaba gritando.

-¡Odio a ese hijo de la gran puta!

-Escupe sobre él .

Le puso la foto delante de la cara e Isabel con todas las ganas del mundo escupió sobre el cristal que cubría la fotografía. Cogió saliva y volvió a escupir.

-Escupe sobre tus hijos…son la misma mierda.

Isabel dudó un instante. Pero sólo un instante. Y volvió a escupir.

JM encontró fotografías de sus hijos y se las dio para que escupiera sobre ellas. Aquello parecía casi como una terapia para ella, pero era más como caer en un pozo oscuro y profundo, al que su amo la arrastraba, y del que cada vez le costaría salir más y más. Y la saliva cubría los marcos y resbalaba, hasta que la mano que sujetaba una de las fotos se mojó con esa saliva. JM dejó las fotografías sobre una mesa y restregó la mano mojada por la cara y las tetas de Isabel, con fuerza, sin contemplaciones.

-Ya sabes lo que eres, lo acabas de descubrir. Dímelo.

-Soy un animal, una basura, menos que la mierda.

-Exacto. ¿Qué son tus hijos?

-¡Mierda, basura, una puta mierda!

-Exacto.

La agarró de los pezones, como en el trabajo, apretó fuerte, muy fuerte, y la ordenó que siguiera denigrándose a sí misma y a su familia. Y lo hizo, sintiendo el dolor lacerante recorrer su cuerpo como latigazos. Y cuanto más le dolía más altos eran los insultos que lanzaba sobre su marido y sus hijos, y sobre sí misma. Al final, después de lo que le pareció una eternidad, la soltó; estaba exhausta, física y psicológicamente. JM estaba complacido. Pero también estaba excitado, mucho.

-El último día te ordené que buscaras tu vestido de novia. ¿Dónde lo tienes?

Sin decir una palabra le guió hasta el dormitorio principal, abrió el armario ropero y tapado por mantas y colchas había una caja. La sacó y la puso sobre la cama. La abrió y allí estaba su vestido de novia, blanco, como marca la tradición. Sacó otra caja donde guardaba los zapatos que llevó ese día y que no había vuelto a ponerse.

JM miraba disimulando su fascinación y placer infinitos. Tantos datos que tenía de Mariola, incluso fotos de su boda, detalles de la misma, pero jamás había visto el vestido al natural. Ya se había conformado con que nunca vería a su platónico amor vestida de novia, humillarla así, follarla así. Y de repente todo se cumplía, sus más degenerados sueños estaban a punto de hacerse realidad. Sólo tenía que abrir la boca.

-Póntelo.

Isabel sacó primero la ropa interior, el sujetador, las bragas y las medias. Las ligas hacía tiempo que habían desaparecido. Se lo puso todo despacio, como su amo le ordenó, quería disfrutar de este momento, verla ponerse el vestido que había llevado en el que la mayoría consideraba el día más importante de sus vidas, el más bonito, el más sagrado. JM no podía esperar a humillarla con el vestido que había llevado ese día tan señalado. Casi podía considerarlo como la humillación definitiva.

La ordenó quedarse como estaba durante un momento, quería disfrutar de aquella visión, la ropa interior blanca, las medias blancas, nada más sobre su cuerpo. Cuando por fin volvió en sí, la ordenó que siguiera vistiéndose. Cuando terminó, sólo le faltaba un velo y un ramo de flores para rematar la imagen. Acarició el vestido con los dedos, sintió el cuerpo caliente de su esclava bajo la tela. Se colocó detrás de ella y lamió una de sus orejas, sin dejar de acariciar su vestido blanco. Empezó a susurrarle cosas.

-Llevas el vestido con el que te casaste con el cornudo de tu marido…el mismo con el que le juraste amor eterno…y compartirlo todo con él…en la salud…y en la enfermedad…yo habría añadido “y en el dolor y el sufrimiento”…eso no lo compartes con él…lo compartirás conmigo… ¡júrame fidelidad eterna!

-Yo, Isabel, prometo serle fiel eternamente.

-…en el dolor y en el placer…

-En el dolor y en el placer.

-¿Reniegas de tu marido?

-Sí, Señor, reniego de él.

-¿Quién es tu amo, tu señor, tu nuevo marido?

-Usted, mi Señor, siempre.

-Ahora demuéstrame lo mucho que me amas y que deseas servirme.

Con estas palabras, como si hubieran terminado los votos de obediencia y fidelidad a su nuevo amo, la abrió el escote de un tirón para que asomara la blancura de sus tetas bajo el sujetador, se colocó delante de ella y empezó a golpeárselos con la palma de la mano.

No era nada comparable con el dolor que había sentido al apretarle su amo las tetas y los pezones. Esto era muchísimo peor. Los golpes caían uno tras otro, con una pausa entre uno y el siguiente, para que Isabel experimentara el dolor y sintiera el pánico ante el dolor del siguiente. Sus tetas pasaron rápidamente del blanco al rojo. Quería gritar, pero JM le previno muy claramente en contra de lo que pasaría si se le ocurría emitir el más leve sonido. Por supuesto tuvo que pasar por alto los ruidos que emitía al intentar sofocar los gritos. Las lágrimas bañaban su cara. JM no había disfrutado tanto en toda su vida.

Paró cuando se le cansaron las manos. Isabel se derrumbó en el suelo, casi al borde del desmayo, jamás había sentido un dolor tan profundo y lacerante.

JM escogió ese momento para tumbarla en la cama; era como mover una muñeca de trapo. Le levantó el vestido, le apartó las bragas y desnudándose, la folló. La visión de sus tetas amoratadas a poca distancia de la cara era lo poco que necesitaba para correrse en un momento. Ya tenía una erección increíble y en escasos segundos se corrió dentro de ella, gruñendo como un animal.

Sacó la polla goteando semen del coño de Isabel y avanzando de rodillas sobre ella, se la pasó por las tetas, suavemente, disfrutando de la tersura de los pechos al roce con su polla, las dos pieles tenían prácticamente el mismo color rojo oscuro. Luego se la acercó a la boca, quería disfrutar de la boca de su puta saboreando su polla húmeda de semen. Porque eso era lo que era, en lo que se había convertido a partir de ese momento, en su puta, su perra, su esclava…para hacer con ella lo que quisiera.

A pesar del dolor que aún sentía, Isabel chupó la polla de su amo con deleite. El polvo que le acababa de echar había sido muy rápido, demasiado, pero aún lo sentía muy dentro de ella. Comprendía que su amo estaba tan excitado con ella que no había podido aguantar. Empezó a ver claro que así sería su relación con JM a partir de entonces, una mezcla de dolor y sufrimiento con placer.

JM se levantó de ella para contemplarla. La cama estaba revuelta, una parte de las sábanas por el suelo. Su perra tenía el vestido de novia levantado por la cintura, las bragas medio bajadas, las tetas prácticamente salidas del vestido y el sujetador. Por un momento casi le dio asco lo que veía. Pero a su vez eso le excitaba doblemente, esa mezcla de deseo salvaje y repugnancia. Sentía una especie de dicotomía interior, ¿cómo podía alguien rebajarse de tal manera, dejarse vejar y humillar, casi torturar, sin quejarse?, eso le hacía sentir repugnancia por Isabel, le daba asco…pero al mismo tiempo, saber que sería capaz de rebajarse todo lo que él quisiera, que la podría ver degradada  de cualquier manera, le producía un placer y un deseo sexual incontrolable, jamás experimentado antes.

-Así que esta es la habitación y la cama que compartes con el cornudo de tu marido…pues ahora la compartes conmigo. Te follaré aquí siempre que quiera. Sólo yo. Tu marido ya no pinta nada en tu vida, ¿estamos?

-Sí, Señor.

La hizo dar la vuelta y seguir con el vestido remangado. No había imaginado que verla con el vestido de novia puesto le podría excitar tanto. Encontró un espejo de mano en la cómoda y con él en la mano subió de nuevo a la cama. La hizo colocar a cuatro patas, quería observar su culo.

-Así que tu marido no te folla el culo.

-No, Señor.

-Seguro que estás deseando que alguien te lo folle como es debido.

-Sí, Señor.

-Te lo abra bien.

-Sí, Señor.

-Te lo desgarre.

-Sí, Señor.

-Te lo destroce.

-Sí, Señor.

Mientras hablaba, le había bajado las bragas y acariciaba sus nalgas con los dedos y con el espejo, suavemente, anticipando el dolor que ella sabía perfectamente que estaba a punto de recibir. Isabel fue poniéndose más y más nerviosa con el vocabulario que usaba su amo, que era precisamente lo que buscaba. Sabía que lo que le contaba no eran meras palabras, sabía que si no ese día, pronto la destrozaría el ano. Le aterraba, pero no se atrevía a negarse…quizá en el fondo lo deseaba.

JM empezó a golpear con el espejo en sus nalgas…suavemente al principio, pequeñas palmaditas. Era un espejo de plástico. Isabel estaba en tensión, sabiendo que eso era sólo el principio, que acabaría gritando o sofocando los gritos, que el dolor sería como el de las tetas.

-Vamos, relájate, puta, cualquiera diría que no deseas que te lo haga.

Y entonces cayó el primer golpe fuerte, seco, duro. Sólo uno.

-Recuerda lo que pasará si gritas. Me enfadaré…y tú no quieres que me enfade, ¿verdad, puta de mierda?

-No, Señor.

Isabel agachó la cabeza y mordió la almohada, preparada a soportar como mejor pudiera la tortura que se avecinaba. JM fue golpeando ahora con más frecuencia, parando entre cada golpe, igual que hiciera con las tetas, disfrutando al ver cómo lentamente las nalgas de Isabel cambiaban de color e iban volviéndose rojas. Se lo tomaba con mucha calma entre golpe y golpe, pero estos eran durísimos, golpeaba con todas sus fuerzas.

-¿No sería una delicia que te vieran ahora mismo tus hijos?

Y un nuevo golpe.

-Sí…Señor…

Tuvo que soltar la almohada un momento para poder responder, entrecortada, luchando por no gritar. El dolor de nuevo era horrible. Volvía a tener la cara bañada de sudor y lágrimas.

-Yo creo que sería maravilloso que tus queridos hijos, tan pequeños, te vieran ahora, medio desnuda, en una postura tan erótica, a cuatro patas como una perra, siendo azotada y gimiendo de placer, con el coño completamente mojado…¿creías que no me daría cuenta?, seguro que tus hijos se quedarían de piedra, ¿qué crees que pensarían de su mamá?

Isabel no pudo por menos que imaginar esa escena, y se estremeció de terror. Pero ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar su amo en sus perversiones?...y ¿hasta dónde estaría dispuesta a llegar ella?

Los golpes se fueron acelerando, cada vez más, y otro y otro y otro. Hasta que por fin paró. Isabel soltó la almohada, totalmente babeada, le dolía todo el cuerpo. Sin darse la vuelta notó que JM se colocaba detrás de ella de rodillas. En seguida sintió la punta de su polla en la entrada del ano. Ya sabía lo que venía a continuación.

JM no había podido contenerse más. Le estaba costando mucho, pero era indulgente consigo mismo, no todos los días uno se encontraba a su amor platónico rendida ante él, vestida con su fantasía favorita, y dispuesta a cumplir cualquier deseo suyo. No tenía por qué contenerse.

Colocó la polla en la entrada de su ano, dura como un palo, separó ligeramente las nalgas de su perra con las manos para ver abrirse ante él su agujero negro y la penetró. Lentamente, poco a poco, pero hasta el fondo, y se quedó así, que se sintiera empalada. Después la sacó, también lentamente, para que la sintiera toda a lo largo de su ano. Repitió el movimiento varias veces, hasta que se cansó de jugar y se la folló en serio.

Para entonces Isabel ya estaba más allá del dolor. No era verdad que nunca la hubieran follando el culo, pero sí que su marido sólo lo hizo, o mejor dicho lo intentó, una vez, cuando eran novios, y a ninguno de los dos les gustó. Él no fue capaz de penetrarla y ella no se sintió cómoda en ningún momento. Pero ya la habían penetrado por detrás antes, una vez, con un chico con el que salió una temporada antes de conocer a su marido. No fue maravilloso, pero tampoco le horrorizó. Y desde el intento fallido con su marido, no lo había vuelto a probar. Pero tampoco podía negar que no lo hubiera deseado en secreto alguna vez. Ahora por fin alguien la estaba enculando, y a pesar del dolor en el ano y en las nalgas, no quería que aquello parara.

JM se corrió de nuevo dentro de ella, llenándole el ano de semen. Se salió de ella agotado y la hizo dar la vuelta para lamérsela. Isabel saboreó la polla de su amo, goteante de semen y que instantes antes había estado alojada dentro de su propio culo.

-Vete acostumbrándote a ese sabor y a ese olor, perra asquerosa.

Ahora más relajada, instintivamente una de sus manos se dirigió a su coño para acariciarse, masturbarse. Hasta ahora no se había tocada, no pensaba que con tanto dolor como había sufrido, pudiera sentir ganas de correrse, pero se dio cuenta de que estaba cachonda y mojada. Necesitaba follar, que la follara, que al menos la dejase masturbarse, o que lo hiciera él. Pero la respuesta de su amo cuando la vio no fue lo que ella esperaba. La agarró con fuerza la mano con la que se tocaba y se la retorció, mientras con la otra le dio varios golpes fuertes en el coño. El dolor la hizo gritar, y él volvió a golpearle el coño, esta vez más fuerte y más veces.

-La primera fue por tocarte sin darte yo permiso. La segunda por gritar sin darte yo permiso. Creía que había quedado claro el asunto de las reglas y de lo que pasa si se incumplen.

-Sí, Señor, lo siento.

-Bien, es la primera vez que tenemos una sesión de este tipo y es lógico que necesites un tiempo para acostumbrarte. Por eso te he golpeado suave. A partir de ahora, cada vez que infrinjas una de las reglas, el castigo será de verdad.

Isabel se dio cuenta de lo cruel y despiadado que era JM, y de que nunca se hubiera imaginado que fuera así. Pero quizá lo que más le aterró no fue la advertencia y amenaza, y el dolor que su amo era capaz de infligirle, sino que ella seguía allí, pidiendo disculpas, pero ansiando seguir siendo su sumisa esclava.

Habían estado demasiado tiempo allí. JM no podía arriesgarse a que llegara su marido y los encontrara así…de momento. Se dirigió al baño para ducharse, dando órdenes a Isabel de que cuando saliera debía haberse quitado el traje y los zapatos y guardado donde los tenía. Pero no la ropa interior, quería que siguiera con las medias, las bragas y el sujetador puestos.

Se duchó, se vistió y salió para darle las últimas órdenes a su esclava. La observó, con una mezcla de repugnancia y deseo, el pelo revuelto, sudorosa, marcas de semen en la barbilla, las tetas amoratadas asomando sugerentes por encima del sujetador, las nalgas rojas, apenas disimuladas por las bragas…casi le entraron ganas de follársela allí mismo una última vez, pero se contuvo.

-No quiero que te duches, me da igual lo que piense tu marido si acaso te huele. Quiero que huelas a sudor, a semen… a mierda, porque eso es lo que eres. Eres una guarra y así estarás. No te quites esa ropa interior hasta que yo te lo diga, mañana no coincidimos en el trabajo, vístete como quieras, pero ve con esas medias, esas bragas sucias y ese sujetador. Y sin lavar. Y haz lo que quieras, pero no se te ocurra tocarte ese asqueroso coño.

Se dio media vuelta y se fue. Isabel se quedó sola, reviviendo cada detalle de las últimas horas, y preguntándose cuándo volvería a verle y qué sería lo próximo que la haría.