La dominación de Isabel. 31
Un nuevo comienzo.
Muy poco después de haber tenido su bebé y ya recuperada la figura, JM pudo volver a usar a Isabel y a Claudia juntas, sin temor a producir daños en el embarazo de su esclava, aunque en realidad eso nunca le había detenido antes cuando la prostituyó o la usó sin miramientos.
Sabía lo mucho que humillaba a Isabel ser usada por Claudia, especialmente después de haberla obligado a ver cómo se follaba a su marido, y a él eso le excitaba muchísimo, pero hacía mucho tiempo que no las usaba a las dos como era debido, hacía mucho que no se comportaba como un amo duro y cruel con sus perras esclavas; y ya era hora de corregir eso.
Citó a sus dos esclavas la tarde de un domingo en su casa. Claudia ya no tenía que dar explicaciones a su padre, pues desde que él la follaba con el permiso y el beneplácito de JM, su padre ya no mandaba en su vida, su padre lo comprendía, pero era un precio pequeño por disfrutar de sus encantos siempre que quisiera, o mejor dicho, siempre que JM lo permitiera. Por su parte, Isabel, que seguía con una situación tensa en su hogar, había dejado al hijo de su amo al cuidado de su marido para poder ir a casa de JM; cada vez daba menos explicaciones a su marido, cada vez le aburría y cansaba más tener que mentir e inventar excusas, y su marido se veía incapaz de controlar a su mujer y de saber qué estaba pasando.
Ambas mujeres no coincidieron en la puerta de la casa de JM por pocos minutos. Su amo estimaba mucho la puntualidad y era muy duro con los fallos de sus esclavas. Quería una sesión de BDSM clásica con ellas, algo que hacía mucho que no hacía, las había humillado y usado de mil formas diferentes, pero hacía demasiado tiempo que no las dominaba de esa manera.
Cuando las dos estuvieron en su salón, ambas vestidas como a él le gustaba, estilo secretaria, con faldas y blusas, medias negras, tacones y ropa interior de encaje, las ordenó desnudarse. Estaban las dos juntas, lado a lado, y ambas se daban cuenta de que ese día las cosas iban a ser diferentes, no iba a usar una a la otra, sino que su amo las usaría a las dos por igual.
Cuando estuvieron desnudas y con las manos a la espalda, su amo, que había estado sentado frente a ellas, se levantó y dio vueltas a su alrededor, como un antiguo terrateniente de una plantación del Caribe que hubiera comprado a dos esclavas y comprobara el estado de su mercancía. Las tocó suavemente con los dedos, como si las acariciara, pasando las yemas por sus labios, por la suave piel de sus cuerpos, notando el temblor y la humedad de sus coños. Agarró un pecho de cada una de ellas con una mano y apretó; más fuerte, hasta que las vio no poder disimular más el dolor. Sus dedos se clavaban en la blanda carne, casi llegando a traspasarla con las uñas. Le encantaba ejercer dolor en las tetas. Las soltó y antes de que exhalaran un suspiro de alivio cogió entre sus dedos los pezones, apretando como si quisiera arrancárselos. Los pechos de Isabel estaban grandes e hinchados por su lactancia, blandos y apetitosos para JM, que se recreó en ellos más tiempo que en los de Claudia, dándoles palmetadas, excitadísimo al ver cómo la blanca piel se volvía roja. Sus pezones daban leche desde el parto, y como le había asegurado a su esclava, esa leche era suya, para su uso y disfrute personal. Apretó y chorritos de leche salieron, que mamó encantado. Recogió toda la leche que pudo en la boca y se la escupió a la cara; hizo lo mismo, escupiéndosela esta vez a Claudia. Volvió a los pellizcos de los pezones y los golpes en las tetas de ambas, repitió todo el proceso varias veces, contemplando complacido la sumisión de sus esclavas, que ni una sola vez rompieron la orden de no gritar, pese al dolor tan intenso.
Terminada la inspección y la primera tortura, las ordenó ir a La Sala del Placer y el Dolor, donde tenía todo preparado para la sesión. Les puso a las dos muñequeras de cuero atadas con candados, con lo que sus manos quedaban completamente inmovilizadas. Cogió unas cuerdas y las enrolló varias veces alrededor de las tetas de las dos esclavas, atando luego las cuerdas a sus espaldas. Sus pechos, de esta manera, quedaban apretados con fuerza, provocándoles un dolor intenso continuado. La presión en los pechos de Isabel hizo que sus pezones echaran leche constantemente; hilos de suave crema resbalaban por su cuerpo. Ordenó a Claudia lamer y mamar la leche, mordiendo con fuerza los pezones.
La sesión propiamente dicha empezó con una serie de órdenes de obediencia, como las dadas a los perros, pues en el fondo eso era lo que eran para él, dos perras. A cada orden se situaban como él quería, de rodillas con las piernas muy separadas, los brazos alzados, las dos igual, como dos perras gemelas; de cuclillas, tumbadas boca arriba, las piernas estiradas hacia arriba y separadas.
JM se divertía viendo la obediencia y sumisión de sus dos perras, sus adoradas y preciosas esclavas. Cogió dos objetos que tenía preparados, una fusta, igual a las que se usan con los caballos, y una vara de cáñamo. Sabía que el dolor infringido con esos objetos podía ser terrible. Las fue azotando por turnos, un golpe a una y un golpe a otra, suavemente al principio, intercalando azotes con la fusta y con la vara. En pocos minutos las dos perras ya no podían resistir las ganas de gritar de dolor y el blanco de sus cuerpos se volvía rojo. JM las azotaba en todas las partes del cuerpo, cuanto más sensibles, mucho más gozoso para él, como los pechos, los muslos, las nalgas y las plantas de los pies.
Tras un rato de posturas y azotes, cuando Claudia, la más sensible y débil de las dos lloraba no aguantando el dolor, las colocó unas correas con consoladores en la boca, atadas en la nuca, con lo que el consolador, simulando una gran polla, salía de sus bocas. Las ordenó ponerse una tumbada encima de la otra en posición de 69, y las hizo follarse una a la otra. Seguían con las manos atadas a la espalda. Pese a lo incómodo de la postura, se follaron con ganas, con fuerza, quizá con rabia. Sus coños estaban empapados e irritados por la furia de los consoladores, extremadamente grandes, entrando y saliendo de sus vaginas.
Las mantuvo así, azotándolas frecuentemente, hasta que tuvieron sendos orgasmos, pero cuando esto pasó, no las dejó parar, sino que las ordenó que aumentaran el ritmo. Claudia llegó a un segundo orgasmo y poco después JM las ordenó parar; quitándolas los consoladores, pero sin desatarles las muñecas, las metió sendos consoladores por el culo, grandes, con estrías, terminados en una base plana y circular, de modo que al meterlos por entero, sólo se veía ese círculo. Las hizo andar por la habitación, disfrutando al verlas tan incómodas, las daba órdenes cortas y directas, como a los perros, cambiaban de postura; las hizo arrodillarse y pegar la cara al suelo para lamer sus zapatos, cada una uno. Les dio las suelas para que las chuparan, las suelas que habían recorrido la ciudad, pisando todo tipo de mierda. Irónico les preguntó si les gustaba el sabor de la mierda que lamían. Si les gustaba cómo las trataba. Ambas dijeron que sí porque así lo sentían de corazón.
Decidió dejarles los consoladores en el ano hasta que decidiera usarlas por ahí, pero había llegado el momento de hacerlas sufrir, de que apreciaran la obediencia y el dolor. Y el sufrimiento. Cogió unos pesos unidos a unas cadenas con pinzas y ordenando a Isabel ponerse de cuclillas, se las colocó en los labios vaginales. Los pesos llegaban al suelo, con lo que sólo sentía el dolor de las pinzas de metal en una parte tan sensible de su anatomía; la ordenó levantarse lentamente, hasta que los pesos dejaron de tocar el suelo. La ordenó que siguiera irguiéndose. Claudia lo miraba extasiada y aterrada a la vez. El consolador del ano la dolía y estimulaba a la vez, y ver a Isabel así también. Isabel se mordía los labios por no gritar de tan dura que era la prueba. JM le ordenó mantenerse erguida sosteniendo los pesos, mientras cogía pinzas de plástico para colocárselas a Claudia.
Le puso pinzas en las tetas, por toda su superficie, y en los pezones dos pinzas de metal unidas por una cadena; le puso también pinzas en el coño, hasta en el clítoris. Claudia gritó y suplicó que aquello le dolía muchísimo, pero no queriendo oír quejas ni lloros, la amordazo la boca con una mordaza de cuero como la que llevaba en las muñecas. Claudia lloró de dolor e impotencia, pero su amo no se ablandó.
Mientras, agotada por el dolor y la postura, Isabel se había dejado caer al suelo para que las pesas se posaran en el suelo y no tiraran de ella. JM, fingiendo enfado, cogió la vara de cáñamo y la azotó las tetas en castigo, aunque en realidad no necesitaba enfadarse para provocarle tanto dolor a su esclava. Lo atestiguaba la erección que tenía desde que había empezado la sesión. Isabel lentamente volvió a levantarse hasta que los pesos dejaron el suelo.
Claudia e Isabel se miraban viendo el sufrimiento en la cara de la otra y las torturas a que les sometía su amo. Como punto final al juego de las pinzas, desamordazó a Claudia y le puso pinzas en la lengua tanto a ella como a Isabel. Mientras estaban así, las azotó por todo su cuerpo, alternando la fusta y la vara. Tras excitarse oyendo sus gemidos de dolor y gritos ahogados con las bocas abiertas y las lenguas con pinzas, las dio un descanso quitándoles todas las pinzas del cuerpo, pero ordenándolas seguir de rodillas. Les sacó los consoladores del culo y se los dio a chupar, intercambiándolos, el de Isabel a Claudia y viceversa. Cada una chupó y saboreó la mierda de la otra.
Volvió a metérselos, pero esta vez en los coños, y atándoles con cuerdas los muslos y las piernas, se desnudó y las folló el culo alternativamente. Estuvo así un rato, haciendo esfuerzos por no correrse, debido a las ganas y lo excitado que estaba, pero al final no pudo contenerse y se corrió en el culo de Claudia. Quitándole la mordaza a Isabel, la ordenó primero chupársela para limpiarla y luego lamer el ano de Claudia para sorber el semen.
JM se fue a la cocina y volvió con varias botellas pequeñas de agua y un vaso grande; Isabel seguía metiendo la lengua todo lo que podía en el ano de Claudia, rebañando el semen de su amo. JM se bebió una de las botellas y en seguida tuvo ganas de mear; cogió el vaso, del tamaño de una pequeña jarra, y orinó dentro. Cuando terminó, había meado una buena cantidad, las ordenó volver a su posición de perras, arrodilladas ante él, aún con los muslos y las piernas atadas, les había liberado las manos y contempló sus pechos hinchados y rojos por la presión constante de las cuerdas y las pinzas. Le dio el vaso a Isabel y le ordenó bebérselo.
Cuando había bebido la mitad del contenido, la ordenó parar y le pasó el vaso a Claudia para que lo terminara. Ambas bebieron sin una queja ni una mueca la orina de su amo. JM fue a por Max, que estaba plácidamente tumbado en el salón y se lo llevó con él a donde estaban sus esclavas. Cogió el vaso y le hizo mear dentro, con dificultad, porque salpicó bastante. Llenó con el contenido dos cuencos de perro a partes iguales y los puso delante de cada una de sus esclavas, para que se lo bebieran todo. Isabel acabó con su cuenco, pero Claudia, a mitad del suyo, se le revolvió el estómago y vomitó dentro del cuenco. Echó toda la comida de ese día, más todo el líquido ingerido. JM cogió su cuenco y dividió el contenido entre ella e Isabel para que se lo bebieran las dos. Claudia, a pesar del asco que sentía, consiguió terminar su cuenco y dejarlo limpio, al igual que Isabel.
De nuevo excitado al ver tanta obediencia y degradación, JM se acercó a sus dos perras por detrás y de nuevo las folló. Seguían a cuatro patas sobre sus cuencos y JM las folló alternativamente el coño y el culo. No sólo uso su polla, sino los consoladores, para tener así tantos agujeros llenos como pudiera. Las folló violentamente, con fuerza y furia, sin contemplaciones, sin importarle el dolor que pudiera provocar, que no era mucho comparado con el que ya sufrían por todos sus cuerpos, especialmente en las tetas. Los pezones de Isabel seguían goteando leche, que resbalaba manchando el suelo. Folló a su dulce Claudia como si quisiera partirla en dos, y cuando le estaba follando el coño a Isabel y vio que se corría, su tercer orgasmo en lo que llevaban de sesión, no pudo más y se corrió él también. Ojalá pudiera dejarla embarazada otra vez, porque no le importaría dejarla preñada una y otra vez, todas las veces que fuera posible.
Agotado, se echó en el suelo a descansar, feliz al ver a sus esclavas. Claudia, tímidamente y con un susurro de voz debido a todo el dolor que sufría, le suplicó que la dejara ir al baño, que no aguantaba más. JM sonrió y apartó los cuencos vacíos, dejándolas a ella únicamente con las cuerdas que apretaban sus pechos, que apretó aún más, y las correas en sus muñecas atadas a la espalda. Las ordenó ponerse de cuclillas, las piernas muy separadas, y si no podían aguantarse más, que mearan y cagaran en el suelo.
Las dejó así y fue a darse una ducha y beber algo para refrescarse. Cuando regresó a ver cómo seguían sus esclavas, Claudia, roja de vergüenza y humillación, se había meado y cagado, mientras que Isabel no había tenido tanto pudor en mear también en el suelo. Seguían de cuclillas, sobre sus excrementos, el olor empezaba a ser nauseabundo. Las ordenó tumbarse sobre sus heces y pasar la noche allí, por la mañana las vería. Tuvo la precaución de soltar sus muñecas y aflojar las cuerdas de sus tetas, con cuidado de no pisar la mierda y allí las dejó hasta el día siguiente, él se fue a dormir en su cómoda cama.
Por la mañana temprano entró en la sala para comprobar el estado de sus esclavas. Isabel estaba despierta, pero Claudia aún seguía dormida, tumbada encima de sus excrementos. El olor era espantoso. Con cuidado de no mancharse, llevó todo lo necesario para limpiar, y una vez desatadas completamente, las ordenó limpiarlo todo y que quedara perfecto. Así lo hicieron, sin poder lavarse ellas, solo un poco de agua por encima. Terminada toda la limpieza, JM les llevó sus ropas para que se las pusieran directamente sobre sus cuerpos mojados y manchados. Tenían un aspecto horrible, con el pelo enmarañando, la ropa pegada a sus cuerpos mojados, hediendo a mierda, orina y semen, y llenas de moratones y marcas por todo el cuerpo. Claudia andaba con dificultad debido a todo lo sufrido y a Isabel le ardía el coño por las pinzas que habían sujetado las pesas; sus pezones aún goteaban leche. Montaron en sus respectivos coches y se fueron a sus casas. JM las contempló alejarse encantado de la sesión que había tenido con ellas, e ideando ya nuevas torturas para ellas.
Isabel y Claudia, por su lado, eran conscientes del dolor, el sufrimiento y la humillación que habían pasado, pero también eran conscientes del poder de dominación de su amo. Se veían obligadas a obedecerle ciegamente, sin saber muy bien ni siquiera por qué. Isabel había tenido tres orgasmos, los tres involuntarios, más el provocado por el consolador con el que Claudia la había follado, provocados por la excitación de ser torturada y vejada por su amo, mientras que Claudia, que aún no se lo podía creer, se había corrido hasta cuatro veces, tres de las cuales en momentos en que su amo ni siquiera la follaba. Orgasmos con una intensidad que nunca antes de convertirse en esclavas habían logrado.
Ambas pudieron a duras penas evitar las preguntas e interrogatorios de sus respectivas familias, y metiéndose directamente en el baño, consiguieron por fin relajarse con un buen baño. Cuando las dos, casi simultáneamente, salían del baño para ponerse cómodas en sus respectivos dormitorios, vieron un sms de su amo. Las quería al día siguiente en el trabajo con sendos vibradores metidos en el coño desde ese preciso momento.