La dominación de Isabel. 30
El parto.
JM ya había mandado a Claudia a su casa y se había quedado a solas con Isabel. Estaba siendo usada por su perro Max y se preguntó qué pensaría éste, ¿que a su perra la habían preñado y tenía cachorritos de otro perro? El pensamiento le divirtió.
Max la estaba follando el culo, montándola por detrás, las patas delanteras apoyadas sobre la espalda de Isabel, clavándole las garras, sangre saliendo de las heridas. Max empujaba como loco, provocándole un dolor intenso a su perra, que aguantaba como podía los embates del perro, a cuatro patas, la enorme tripa tocando el suelo.
Entonces Isabel sintió que algo se desataba en su interior, gritó asustada, lo que llamó la atención de JM, pues la había prohibido gritar mientras la follaba su perro. JM se levantó del sofá, donde estaba fumando y bebiendo mientras contemplaba a su perro y su perra follar, como quien contempla un partido de fútbol por la tele, y se acercó a su esclava; Max, ajeno a los dolores y problemas de su perra, seguía follándola con violencia.
Un gran charco se estaba formando bajo Isabel. JM comprendió que su perra había roto aguas y que el parto estaba próximo. Pero no iba privar a Max del placer de follarse a su perrita, así que ordenó a su esclava aguantar como pudiera hasta que Max terminó. Apartando a su perro como dificultad, contempló a Isabel, contraída por los crecientes dolores, chapoteando desnuda en el charco mezcla del líquido que había salido de su interior y del semen de Max que chorreaba tanto de la polla del perro como del ano de Isabel. Había que llevarla a un hospital, pero antes JM le ordenó lamer el charco. Asqueada, Isabel chupó todo lo que pudo, tragando el desagradable líquido. Satisfecho, JM por fin se apiadó de su esclava y ordenándola ponerse algo para tapar su desnudez, la llevó al hospital más cercano en su coche.
Cuando la metieron en el paritorio, JM llamó a su marido, diciendo que su mujer estaba trabajando y se había puesto de parto, dando las señas del hospital pero no diciendo nada más. Llamó también a Claudia para que viniera por si la necesitaba. JM esperó sin ser visto la llegada de Pedro, el marido de Isabel, que en seguida se puso una ropa adecuada y entró en la sala donde su mujer estaba dando a luz. En ese momento llegó Claudia, y amo y esclava esperaron juntos fuera de la sala. Claudia había ido vestida como le ordenó su amo, provocativa y un tanto vulgar, pues esa vez JM sabía que se juntarían muchos familiares y amigos de Isabel y su marido, y quería humillar a Claudia y que la vieran más como una puta que como una compañera de trabajo de Pedro. A continuación JM le dio a su perra sus nuevas órdenes.
El parto fue bien, hubo ciertas complicaciones al principio, pero milagrosamente todos los excesos que Isabel había hecho durante su embarazo no afectaron ni al bebé ni a ella en el momento del parto. El bebé fue niña, lo que no supo Isabel si alegrarle o apenarle, pensando en lo que diría y haría al respecto su amo. Su marido ayudó en el parto, pero Isabel sólo pensaba en su amo.
Cuando todo terminó Pedro salió junto con las enfermeras y el bebé, dejando a Isabel a solas con una enfermera mientras se recuperaba, antes de llevarla a planta. JM le dio la señal a Claudia para que llevara a cabo su cometido. Claudia siguió a Pedro, que se dirigió a una sala esperando poder ver a su recién nacido. Algunos familiares y amigos, incluidos sus dos hijos, que los acompañaba una tía, se iban juntando para felicitar al padre, cuando éste reconoció a Claudia, que se acercaba a él. Se sorprendió de verla allí, pero en seguida su sorpresa fue sustituida por deseo al ver su cuerpo y su provocativa forma de vestir, con unos shorts extremadamente cortos y ajustados, las botas de tacón que llevaba el día que se presentó en su casa y acabaron follando por primera vez, y una camiseta muy ceñida y escotada; no llevaba sujetador y los pezones se le marcaban ostentosamente, para escándalo y excitación de los que la contemplaban, tampoco llevaba bragas, lo que podía intuirse si la gene se fijaba bien. Pedro se olvidó de dónde estaba y de la gente que le rodeaba. Se besaron como una compañera de su mujer le besaría para felicitarle por el dichoso acontecimiento, pero los labios de Claudia rozaron los labios de Pedro, y acercándose a su oído para evitar oídos indiscretos, le susurró que le deseaba allí mismo y en ese momento.
JM, por su lado, había conseguido unas ropas de médico y cambiándose, se metió en la sala donde aún aguardaba Isabel con una enfermera. JM, con autoridad en la voz, le dijo que la necesitaban en una sala cercana, y la enfermera, no sospechando nada, les dejó solos.
Isabel estaba agotada por el esfuerzo del parto, sudorosa, desnuda, únicamente cubierta con una sábana. Seguía en la misma camilla en la que había dado a luz. JM se acercó a ella para que le viera; Isabel se sorprendió al verle, pero no dijo nada. JM se colocó a sus pies y cogiéndola de los tobillos, los colocó sobre los soportes que habían sido usados momentos antes para que diera a luz. Le quitó la sabana de un tirón, dejando al descubierto su desnudez; con las piernas en esa postura, tan separadas, el coño se veía como un gran agujero, tan dilatado todavía tras el parto. Empezó con suaves caricias en los bordes, luego en los labios vaginales, después en el clítoris. Tras todo el dolor sufrido, Isabel no tenía el cuerpo preparado para caricias ni para placer, su amo lo sabía, y eso lo hacía aún más morboso para él, saber lo mucho que sufriría y la humillaría. El coño estaba tan dilatado que tras meterle los dedos, la mano entró sin dificultad; se la metió entera, el puño cerrado, forzó más y le metió el antebrazo, follándola con él.
Nunca la había tenido en esa postura, y le parecía realmente fantástica; cogió una pieza de metal, parecida a un bisturí que había encima de una mesita y pasó su fría superficie por la piel de su esclava, que reaccionó con escalofríos, luego la pegó en las plantas de los pies con ella. Rozó los bordes de su vagina dilatada e irritada con la punta afilada y disfrutó viendo el sufrimiento en los ojos y la cara de su perra por la incertidumbre de lo que pudiera hacerle.
Al mismo tiempo que JM jugaba con su esclava, Claudia llevaba a cabo las órdenes de su amo y había conseguido meter al marido de Isabel en una sala vacía contigua a la sala donde los bebés recién nacidos ese día eran expuestos en sus cunas a los familiares y amigos. En cuestión de segundos Claudia se quitó toda la ropa, casi sin darle tiempo a Pedro a protestar o angustiarse por la cercanía de sus hijos, sus amigos y familiares, y su recién nacido. El cuerpo desnudo de Claudia le hipnotizaba, y olvidándose de todo, se sacó la polla, ya erecta, la levantó en vilo y la penetró allí mismo, sólo sujetándola por las nalgas con sus fuertes brazos.
JM se había cansado de juegos, y a la vez que el marido de Isabel penetraba a Claudia, él cogía a su esclava por los tobillos y le introducía la polla en el dilatado coño. Las muecas de dolor de Isabel, al sentirse follada, aún tan irritada y dolorida, fue lo que impulsó a su amo a follarla con todas sus fuerzas, sin importarle el dolor físico que la estaba provocando ni la humillación. Cuando se corrió y la dejó su semen dentro, le dijo que no se limpiara, que ya lo harían las enfermeras al inspeccionarla.
Pedro también se había corrido dentro de Claudia, y los dos salieron, aún sofocados por el esfuerzo, al pasillo donde seguían sus hijos y los demás amigos y familiares. Cuando les vieron juntos, acalorados y a Claudia arreglándose la ropa a propósito, todos tuvieron una idea clara de lo que había pasado entre ellos.
JM no quería perderse tampoco ese momento, y se presentó en el pasillo para ver a la recién nacida, su hija, para la que tenía muchos y grandes planes, pues en algún momento su madre dejaría de atraerle físicamente. Podría ser un buen reemplazo para su esclava.