La dominación de Isabel. 3
Reglas y normas de sumisión en el trabajo.
Isabel volvió a casa como en un sueño. Se sentía extraña, como renacida. Era consciente del paso que había dado, y al menos de momento, no se arrepentía en absoluto de nada.
Cuando llegó ya era muy tarde y tanto su marido como sus hijos estaban acostados y durmiendo. No tenía hambre, siempre comía algo antes al llegar, antes de acostarse, pero ese día se sentía demasiado excitada para comer. Se desvistió en el dormitorio, escuchando la respiración regular de su marido y se acostó. Se metió en la cama, junto a su marido, pero ni le tocó; deslizó una mano entre los muslos, notando la humedad de su coño, y así se quedó, mucho rato, pensando, rememorando lo que había pasado poco antes con JM, hasta que se quedó dormida.
El siguiente día fue monótono, gris, casi como un sueño. Preparó el desayuno para su familia tratando de no pensar en lo que quería. Ansiaba llenar sus pensamientos con la dominación a la que había sido sometida, pero se obligó a comportarse como cualquier otro día. Fue alegre, divertida y habladora con su marido e hijos mientras todos desayunaban. Luego se fueron uno a trabajar y los otros al colegio, y entonces Isabel se sentó a fumar un cigarrillo y a pensar en JM y en lo que podría obligarla a hacer ese día en el trabajo, y hasta donde llegaría aquello, y si sería capaz de seguir todas sus órdenes.
Pasaron las horas lentamente, Isabel miraba el reloj y se desesperaba, nunca se había sentido tan ansiosa, tan inquieta. Pero por fin llegó la hora de vestirse, y como le habían ordenado, se puso un conjunto de lencería blanca de encaje, bragas, sujetador y medias, y encima algo más seductor, una falda corta, una blusa y unos zapatos de tacón, a pesar de que poco podría apreciarlo su amo, al tener que cambiarse nada más llegar para ponerse el uniforme. En ese momento se dio cuenta de que pensando en lo que JM querría de ella, se había referido a él en su cabeza como “amo” y sonrió, pero lo repitió, y en voz alta, y le gustó cómo sonaba.
Ese día coincidían de nuevo JM e Isabel en el turno de tarde. Él se había pasado varias horas con los cuadrantes de toda la gente que trabajaba con ellos, hasta determinar qué horas y durante cuánto tiempo estaban libres los servicios, los vestuarios y las salas anexas, como de reuniones o para café. Llegó pronto, para estar allí antes que Isabel, y cuando ésta llegó, ni la saludó, quería que se fuera acostumbrando a la nueva relación entre los dos, una de amo y sumisa; tenía que empezar a verse humillada y despreciada por él, aquello le excitaba.
Isabel se extrañó por su falta de entusiasmo, ni siquiera la había saludado. No entendía aquella reacción. Imaginaba que en cuanto se vieran hablarían de lo que había pasado el día anterior, que los dos estarían super excitados y emocionados por lo que habían hecho, y que él querría saber si había cumplido sus órdenes para ese día. Y en cambio, ni la había mirado, la había ignorado por completo.
Isabel se sentía herida por el comportamiento tan frío y distante de JM pero luego se quedó pensando que quizá había cometido algún error, que algo había hecho mal y JM estaba enfadado por esa razón, pero no conseguía descubrir qué había hecho mal. Se fue al vestuario totalmente confusa, y poco después apareció JM.
Estaban solos, de nuevo JM sabía perfectamente que nadie les molestaría en un rato, algo que Isabel ignoraba, y esa ignorancia le daba más poder a JM. Abrió la puerta justo en el momento en que Isabel se disponía a ponerse el uniforme, con la ropa que había traído en un banco a su lado.
-No te vistas tan rápido, puta, quiero disfrutar un poco de ti.
-¿He hecho algo para ofenderle, Señor? Antes no me ha saludado, ni siquiera me ha mirado.
-¿Es que tengo que saludar a una mierda como tú?
La respuesta pilló por sorpresa a Isabel, no se esperaba algo así. Pensaba que había cometido algún fallo, pero ahora comprendía que esa sería la nueva forma de comportarse de JM con ella: desprecio, humillación, degradación y vejación. Pero, después de todo ¿no se había convertido ella en una esclava sumisa de ese hombre? No podía quejarse ahora, ni siquiera extrañarse de su comportamiento.
JM la contempló con avidez mal contenida. Isabel vestía como la había ordenado, con ropa interior blanca, de encaje, su preferida, y en ella, algo sublime. Su cuerpo le incitaba, pero debía controlarse, mantener la calma, un amo debe saber tener paciencia, por mucho que un cuerpo así, largamente deseado, le provoque. Se acercó a ella y olió su perfume. La cogió del cuello y estiró su cara hacia él. La escupió con fuerza. Disfrutó viendo cómo resbalaba la saliva por su cara, volvió a escupir. Le ordenó abrir la boca y escupió dentro. Mientras, con una mano le había sacado las tetas por fuera del sujetador. Contemplando su cara llena de saliva, se puso a darle palmadas en los pechos. Su mirada la conminaba a no gritar, no quejarse, a soportar el dolor, mientras seguía golpeándola con suavidad, pero sin parar. En seguida las tetas se volvieron rojas, la piel irritada.
Isabel aguantaba el dolor como podía, pero era casi superior a ella, pese a que las palmadas no eran fuertes.
JM pasó a intercalar las palmadas con apretones fuertes a los pezones. La cara de dolor y sufrimiento de Isabel le provocaba un placer que era difícil de describir. Su preciosa cara, toda ella una mueca de dolor, con lágrimas forzando por salirse de sus maravillosos ojos, y todo ese dolor era por él, para él. Las lágrimas de Isabel se mezclaron finalmente con la saliva que aún impregnaba su cara.
JM volvió en sí. Se había dejado llevar por el ensueño que le embargaba, y por unos minutos había perdido el sentido de la realidad, un amo no podía permitirse esos descuidos, por mucho que la mujer de sus sueños fuera la que se había convertido en su esclava.
Soltó a Isabel, que tenía los puños cerrados aguantando el dolor, las uñas clavadas en la carne, llorando sin emitir un sonido, y mordiéndose los labios. Con la liberación llegó la relajación, y poco a poco Isabel fue recobrando la compostura.
-¿Te duele, esclava?
-Sí Señor, mucho.
-¿Es lo que deseas de tu amo?
-Sí Señor, yo sólo deseo servirle.
Complacido, JM le preguntó si había tenido contacto sexual desde el día anterior, y de nuevo la respuesta le complació. Y de nuevo no pudo aguantarse más las ganas, ni tampoco quiso, pues después de todo, si tienes una esclava, ¿para qué es sino para desahogarte con ella? La hizo arrodillar y se abrió el pantalón. No hacía falta decir nada. Isabel se la mamó lo mejor que supo, que fue mucho. Cuando estaba a punto de correrse, JM se la sacó de la boca, se masturbó un momento y se corrió sobre su pelo, limpiándola seguidamente con sus mechones.
-Ya puedes vestirte para trabajar, puta, pero no se te ocurra limpiarte mi semen del pelo. Trabaja así de guarra.
Y sin poder contenerse, le soltó un bofetón enorme. Temblando y con la cara roja, Isabel preguntó qué error había cometido.
-¿Es que necesito siempre una excusa para hacer lo que me apetezca contigo, perra?
Isabel agachó la cabeza y siguió poniéndose el uniforme, bajo la atenta y ávida mirada de su amo. Éste se arrimó a ella para meter la mano bajo sus bragas antes de que el uniforme las tapara, acercando los labios a su oreja para chuparla y morderla. Sus dedos empezaron a acariciar su clítoris y acto seguido se introdujeron dentro. Cuando el primer gemido escapó de sus labios, JM le susurró al oído:
-Yo soy el único que te va a tocar a partir de ahora. Sólo yo permitiré que otros te toquen, ni siquiera tú tienes permiso para tocarte. ¿Comprendido?
-Sí, Señor.
Cuando la tuvo empapada y al borde de la eyaculación, paró y la dejó que terminara de vestirse y volviera a su puesto. No volvió a tocarla, ni siquiera a hablar con ella en todo el turno. Isabel siguió trabajando, con el semen resbalando por su pelo, con restos de saliva en su cara; sabía que nadie se daría cuenta de lo que adornaba su pelo, a menos que hiciera una inspección a fondo, pero eso no hacía que se sintiera menos humillada y avergonzada; y más cuando JM no le dirigió ni una mirada en todo el turno.
Cuando terminó su jornada Isabel cogió el coche y condujo todo el trayecto hasta su casa sintiendo la cara húmeda y pegajosa, notando cómo gotas de semen resbalaban por la cara, sentía su sabor en los labios. Sacó la lengua y saboreó con placer el semen de su amo. El pelo pegajoso, el semen se lo había enredado, gotas resbalaban a su jersey.
Pasó la noche sin complicaciones, sin que ni su marido ni sus hijos se dieran cuenta de su cara y pelo manchados. Pudo meterse en el baño tras saludarlos y se lavó a conciencia, luego orinó, preguntándose por qué querría su amo que no volviera a hacerlo hasta que él no le diera permiso.
Ya en la cama, con su marido durmiendo a su lado, pensaba en todo lo que estaba haciendo, preguntándose hasta cuándo sería capaz de disimular ante su familia la doble vida que llevaba. Porque eso era lo que hacía, llevar una doble vida, no como si saliera de casa para ir a un destino diferente del que todos pensaban, pero desde luego que lo consideraba una doble vida. El problema era que se sentía mucho más a gusto con la vida de esclava sexual que le ofrecía JM que con la vida que llevaba hasta ese momento. Quiso acariciarse al pensar en su amo y en lo que hacía con él, pero en seguida recordó que se lo había prohibido.