La dominación de Isabel. 29

Las nuevas órdenes de Claudia....seducir al marido de Isabel.

Ese día Isabel no tenía que trabajar, libraba cada varios días, ese lo tenía libre y por tanto su amo le había ordenado pasara casi todo el día en el piso del centro. JM tenía concertadas ya citas para ella por semanas por venir, especialmente los días que ella libraba. Ese día había estado en el piso desde las 11 de la mañana, recibiendo clientes uno tras otro, siendo follada y usada sin pausa, sólo la dejó descansar su amo un rato a la hora de la comida; por supuesto, comió arrodillada en el suelo, inclinada sobre un cuenco de perro.

A las 10 de la noche se fue su último cliente y su amo le dio permiso para irse a su casa. JM ni siquiera había estado todo el día con ella en el piso; fue por la mañana, se fue, volvió a la hora de comer, y volvió a salir por la tarde. Por la noche volvió, cobró a los dos últimos clientes, que por cierto, quedaron gratamente satisfechos con su inversión, y la despidió hasta el día siguiente.

Isabel llegó a su casa en un estado lamentable. Su amo, como era costumbre la mayoría de las veces, no le había permitido lavarse ni adecentarse; tenía el coño y el ano llenos de semen, igual que la cara y el pelo, del que colgaban gotas que caían sobre su cara y cuerpo. Con la manga de la chaqueta se limpió la cara camino de casa, sintiendo el olor intenso del semen y de la orina que aún impregnaban su cuerpo, pues uno de los clientes a media tarde la meó entera. Le dolían el ano y el coño, los tenía muy irritados; todo el día siendo follada, pero penetrada no sólo por pollas, sino por todo tipo de objetos que sus clientes encontraban adecuado o divertido o humillante meterle por sus agujeros, desde consoladores a puntas de zapatos; uno la folló el coño y luego el culo con los tacones de sus propios zapatos, y lo hizo sin contemplaciones, lo que la produjo un dolor terrible pero milagrosamente no la provocó heridas ni desgarros. Su último cliente también había disfrutado usando sus agujeros, en este caso con una botella de whisky que llevaba con él. Estaba dispuesto a follarla con ella y meterla todo lo que pudiera dentro de su coño y su ano, y hasta que no lo consiguió, no paró. Cuando la sacaba, la destapaba y la obligaba a beber a morro, luego él bebía y acto seguido se la introducía otra vez. Al final consiguió meterle la botella entera por el ano, amordazándole la boca para que no gritara. El dolor fue espantoso, sobre todo cuando se la sacó, pero el cliente no se apiadó de ella, excitado sólo al verla sufrir con la botella metida en el culo; se corrió sobre sus nalgas y sólo cuando se hubo vestido y ya se iba le sacó la botella. Isabel quedó en el suelo, gimiendo de dolor, la cara bañada en lágrimas. Que estuviera embarazada le dio igual, sólo quería excitarse metiéndole la botella hasta el fondo.

Regresaba a su casa andando con dificultad, sintiendo a casa paso el dolor en todo su cuerpo, no sólo en su vagina y ano, también donde la habían azotado o pegado. Los pechos aún los tenía rojos y llenos de marcas. Y la tripa le pesaba más que nunca. Le quedaba ya muy poco para dar a luz, y se sorprendía de que siguiera aguantando el ritmo a que la sometía su amo.

Al pensar en su amo sonrió, pues a pesar de todo el dolor y la humillación que sufría diariamente debido a sus clientes, le amaba más que nunca. Hacía mucho que habían pasado las dudas; su dependencia hacia JM era total, y por mucho que la humillasen o doliesen las órdenes que le daba, no dudaría ni un segundo en acatarlas. Ni siquiera la presencia de Claudia, a la que consideraba una rival por los afectos hacia su amo, mermaba el amor incondicional que sentía hacia JM.

Llegó a casa y como siempre, siguiendo casi un ritual, saludó rápidamente a su familia, su marido y sus hijos, a distancia, mientras se dirigía apresuradamente al baño, donde por fin a solas, podía desnudarse, observar las magulladuras y marcas en su cuerpo, tratar las más urgentes y después darse un largo y reparador baño para quitarse toda la suciedad, en todos los sentidos. Cuando terminó, sintiéndose mucho mejor, se puso un pijama de camisa y pantalón y una bata encima y fue al salón para fingir durante un rato que su vida familiar era totalmente normal.

Pero no era normal. Su amo había denigrado tantas veces a su familia, que ya sólo podía ver a su marido como a un pobre cornudo al que ya no le ataba ningún lazo afectivo, sólo el hecho de compartir una casa y dos hijos. Su amo también insultaba sin parar a sus hijos, considerándolos menos que nada. Inconscientemente se acarició la tripa, pensando que el hijo que llevaba dentro era de su amo, y que ya casi lo amaba más que a los niños que jugaban delante de ella. Influida por su amo, despreciaba todo lo que tuviera que ver con su vida familiar. Charló con su marido, creando mentira tras mentira con una facilidad que la asustó.

Desde que empezó su sometimiento hacia JM, había tenido que inventar muchas excusas para justificar sus ausencias, y más ahora, que pasaba tanto tiempo en el piso del centro prostituyéndose para su amo. Cursos de formación, reuniones de trabajo, citas con amigas, visitas al médico, cualquier excusa era buena. Su marido nunca había sospechado nada raro, aunque tampoco comprendía que su mujer pasara tanto tiempo fuera de casa.

La relación entre ellos hacía mucho que se había enfriado, especialmente desde el punto de vista sexual. JM quería a su esclava para él, no pretendía que dejara a su marido, pero la obediencia sexual ciega era incompatible con la vida de casada. De todas maneras, para evitar problemas, JM le daba permiso para hacer el amor con su marido sólo cuando él lo permitía, en contadas ocasiones, muy escasas. El resto de las veces, debía inventar excusas para que su marido no la tocara. Al principio hubo muchos problemas, a veces pasaban dos o tres semanas sin que Isabel tuviera permiso de follar con su marido, lo que provocaba broncas y mal ambiente en casa. Las ocasiones en que follaban se hacían cada vez más esporádicas, y con el tiempo su marido dejó de sentir pasión y ganas. Se volvió tan frío y apático como Isabel con él.

La escasa y esporádica vida sexual, de todas maneras, venía de lejos. Durante su noviazgo sí habían sido los dos muy apasionados, pero tras el matrimonio, y sobre todo tras tener a los dos niños, el interés sexual de su marido por ella cayó muchísimo. Por supuesto le molestaba y cabreaba que adujera alguna excusa para no follar, pero aún antes de que JM apareciera en su vida, podían pasar muchos días seguidos sin que su marido tuviera ganas de sexo. Por no hablar de su escaso interés por las fantasías sexuales. Sus sesiones de sexo consistían en unas cuantas caricias, toqueteos, hacer el amor en la postura más clásica, él encima de ella, un polvo rápido y a dormir. Por tanto, que su amo controlara su vida sexual fue un problema pero no un drama, y ni mucho menos amenazó su matrimonio.

A veces echaba de menos tener una vida familiar normal y feliz. Pero ya no eran muchas las veces que soñaba con eso. Su marido era patéticamente feliz, y ella sólo pensaba en su amo, la única persona en el mundo que llenaba su vacío.

Claudia había pasado la tarde en casa de JM sirviéndole y haciéndole gozar, hasta que se cansó de ella y la mandó a casa. Volvió dolorida, pues había sido azotada y follada duramente, humillada, y feliz. Se había intentado auto analizar varias veces, intentando comprender por qué le producía tanto placer obedecer a JM, a quien ya no le daba vergüenza considerar “amo”, pues eso era lo que era para ella, su amo.

Las humillaciones a las que se veía sometida eran horribles. Las cosas que había tenido que hacer, y las que le habían hecho a ella desde que se sometió a él eran horrendas, jamás pensó que alguien se sometiera sumisamente y libremente a todas esas cosas, y ahora le parecía lo más normal del mundo. Si su amo lo ordenaba, ella obedecía, no había más.

Su relación con Isabel también era dura y difícil. Recordaba cómo fue quien primero la sedujo, ella, que nunca había tenido ni un escarceo con otra mujer, de repente se veía atraída locamente por su compañera de trabajo. Y lo hizo muy bien, la sedujo y la introdujo en el mundo de la sumisión y la dominación, preparándola para la gran sorpresa, que no era otra que quien manejaba los hilos era JM. Y pasó de ser seducida y sometida por Isabel a convertirse en esclava de su amo JM. Y ahora no concebía su vida de otra manera. Pero su relación con Isabel había cambiado. Antes de que descubriera que había sido JM el que lo organizara todo, era feliz con Isabel, la amaba. Ahora, se daba cuenta de que Isabel, aunque sentía deseo por ella, también se sentía dolida al ver cómo a veces su amo la ponía a ella en una posición superior a Isabel, la humillaba, como si ella se hubiera convertido en la favorita. A veces tenía la sensación de que las dos competían por los afectos de su amo, y eso hacía la relación entre ellas difícil.

Regresaba a casa con el coño lleno de semen, gotas resbalando por sus muslos, preguntándose si su amo querría dejarla embarazada como había hecho con Isabel. Se dijo que si su amo así lo deseaba, ella se dejaría. Entró en casa, y sin saberlo, realizó el mismo ritual que Isabel, saludó apresuradamente a su familia desde el pasillo, camino del cuarto de baño, donde se dio un baño muy caliente y lleno de espuma. Pensó en su familia, en el odio que sentía por todos ellos, por su padre, que la violaba desde antes de que JM e Isabel entraran en su vida, y que ahora seguía follándola, pero bajo el control de su amo. Era la máxima humillación. Odio hacia su madre, que había sabido desde siempre lo que pasaba entre su padre y ella y nunca dijo ni hizo nada, pues su educación rancia y pasada de moda le decía que debía obediencia ciega al padre de familia y cualquier cosa que él hiciera debía obedecerse y respetarse, ya fuera violencia doméstica o la violación de la hija. Y odio hacia su hermano mayor, que un día descubrió lo que hacía su padre con ella y decidió aprovecharse de la situación, convirtiéndose en su segundo violador en la familia.

Pero ahora ya no podía hacer nada ni quejarse, pues su amo, al descubrir lo que pasaba, le había dado órdenes expresas para que dejara que tanto su padre como su hermano siguieran haciendo lo que quisieran con ella, aunque bajo su supervisión. Respondían ante él, un acuerdo que ambos habían aceptado de buen grado. Para ella no era más que una humillación más, una terrible, una que le unía más a su amo.

No se podía quitar de la cabeza la imagen que había contemplado dos días antes, cuando su amo la llevó a un piso del centro, donde ante su enorme sorpresa, vio a Isabel, embarazadísima, prostituyéndose para él. Los clientes entraban y salían, y JM, un poco por orgullo y un poco como amenaza, le contó todo lo que sus clientes le hacían a Isabel y lo obediente y excelente esclava que era, que se dejaba hacer todo sólo por complacerle. Pero para lo que la había llevado allí no era sólo para mostrarle lo que su otra esclava hacía por él, sino contemplar que uno de los clientes resultó ser su propio padre, y que cuando ya llevaba un rato en el dormitorio con Isabel, su amo la ordenó entrar desnuda en la habitación y participar en la sesión.

Y ahora tenía nuevas instrucciones, algo que no sabía si en el fondo la excitaba, pero tenía remordimientos por esos sentimientos. Al día siguiente, a la hora que le había indicado su amo, se presentó en el domicilio de Isabel. JM lo había estudiado a fondo, y sabía que los hijos de Isabel estarían en el colegio e Isabel trabajando. También sabía, porque se lo había contado su esclava, que su marido llevaba quedándose en casa trabajando en un proyecto, para el cual sólo necesitaba su ordenador. Claudia sabía, por tanto, que el marido de su compañera esclava estaría solo durante varias horas. Y ese era su objetivo, su amo le había ordenado seducirle y follar con él.

Para eso se había vestido como no hacía nunca, salvo que su amo lo ordenara, provocativa y sexi, con una minifalda y una camiseta ajustada de tirantes sin sujetador que marcaban sus pezones, apretados y pellizcados momentos antes de llamar al timbre de la puerta; sus braguitas eran blancas, de encaje, y llevaba botas negras de tacón de aguja y punta, sin medias ni calcetines. Sabía que su apariencia juvenil, aparentaba menos años de los que tenía, su pelo largo y flequillo a lo cleopatra atraían a los hombres; se había maquillado lo justo para resaltar sus ojos y sus pestañas, y un toque en sus labios rojos. Nunca había sido una chica de las que ligara cuando salía los fines de semana, era apocada y vestía recatada, algún chico ligaba con ella, pero ella no sabía cómo seducir, nunca se había atrevido; en esta ocasión, sin embargo, sabía que el marido de Isabel le duraría poco, se sentía segura de sí misma, al salir de casa se miró en el espejo y le encantó lo que vio. Sería la orden más fácil y cómoda que su amo le daría nunca, estaba deseando llevarla a cabo.

Toda la ropa había sido regalo de su amo, pues ella no tenía prendas tan provocativas, ni minifaldas, ni camisetas tan escotadas, ni braguitas de encaje, ni mucho menos unas botas así. Si su amo quería que llevara algo especial, se lo compraba y Claudia lo guardaba como un tesoro, ni siquiera su padre o su hermano podían disfrutar de ello, a menos que su amo lo permitiera.

Mirándose las botas en el espejo, se acordó de unas iguales, regalo también de JM, que Isabel llevaba uno de los días en que la sometió. Aquella sesión con ella fue increíble, tan sensual y salvaje. En un momento de la noche, las dos estaban completamente desnudas, la única prenda entre las dos, las botas que llevaba Isabel; iguales a las que llevaba ahora, negras, brillantes, de tacón de aguja y terminadas en punta.

Claudia aceptó comportarse como una perra sumisa, como un juego, al principio reticentemente, después con placer. A cuatro patas en el suelo, algo que le parecía tan erótico y excitante, besó, lamió y chupó las botas de la que ya consideraba su ama. Isabel le ordenó chupar las suelas, sucias de tanto andar con ellas, pero las recorrió con la lengua con placer; chupó los tacones, casi clavándose la punta en la lengua. Isabel luego recorrió su cuerpo con las botas, recorriendo su piel con las suelas como si la pisara, apretando los tacones en sus tetas, en sus pezones. La hizo darse la vuelta, a cuatro patas, ofreciéndole el culo, y sentada como estaba en el sofá, la penetró el ano con los tacones. Los tacones entraban en su ano arañándola por dentro; los metía y sacaba, la estaba follando el culo con ellos. Era incómodo y doloroso, no como ser follada con una polla o un consolador, objetos blandos por muy grandes, anchos y largos que fueran, que dolían por el tamaño, no por la forma ni la textura. Pero los tacones de las botas, con sus bordes, se clavaban y arañaban sus entrañas. Llegó a sufrir leves heridas por dentro, afortunadamente sin gravedad; podía haber sido mucho peor. Tras follarla así durante bastante rato, la ordenó darse la vuelta y sentarse en el suelo delante de ella abriéndose de piernas. Con las puntas de las botas y los tacones la penetró y folló el coño. A pesar del dolor, se excitó lo suficiente como para tener un orgasmo. Isabel mojó las botas en su coño y luego la hizo lamerlas. Ahora, mirándose en el espejo, viendo cómo le sentaban las botas regaladas por su amo, soñaba con que él la follara con ellas.

De nuevo el escenario cambiaba y se veía llamando al timbre de la casa de Isabel, mirándose las botas y sintiéndose sexi. El marido de Isabel, Pedro, abrió la puerta, y su primera reacción fue de sorpresa al encontrarse a una joven tan atractiva en su puerta. Claudia se presentó y en seguida la reconoció de haberla visto en alguna celebración del trabajo de su mujer. La hizo pasar al salón explicándole que su mujer no estaba, que estaba trabajando. Claudia fingió sorpresa y se dijo en voz alta que cómo podía ser tan tonta de no recordar que Isabel estaría trabajando ese día y a esas horas. Se comportaba de forma alegre, vivaz, un tanto provocativa, pero sin exagerar. Pedro no tenía mucho interés sexual por su mujer y menos por otras mujeres, pero no podía evitar mirar de reojo las piernas y el escote de la compañera de su mujer.

Claudia dijo que tenía que hablar con Isabel y que podía esperar allí. A pesar de que la idea era absurda, pues Isabel no volvería hasta pasadas varias horas, Pedro asintió y le ofreció un refresco. La situación, de todas maneras, era extraña, pues Claudia debía saber a qué hora terminaba de trabajar su mujer, por lo que Pedro se preguntaba qué estaría tramando aquella preciosidad.

Se sentaron en el sofá, Claudia totalmente convencida de que podría seducir al marido de su compañera, sería fácil, y su amo estaría complacido con ella; Pedro la seguía mirando de reojo, al sentarse la minifalda se le había subido mucho y dejaba al aire toda la carne de sus muslos, permitiendo entrever unas braguitas blancas de encaje. Claudia hablaba animadamente, arrimándose a Pedro, que la miraba desde unos centímetros de altura al ser más alto que ella, y que tenía que hacer esfuerzos para que sus ojos no se desviaran hacia su escote. Se dio cuenta, porque era imposible no hacerlo, de que sus pezones estaban muy duros y parecía casi como si quisieran atravesar la camiseta.

Pedro se puso nervioso y empezó a sudar, no recordaba la última vez que se sintió así frente a una mujer, y más una que no era su esposa. Y entonces se dio cuenta también de que estaba empalmado. Se levantó para intentar dejar de mirar aquel cuerpo, disimuló comprobando algo en el móvil y al volver su mirada a Claudia, que le estaba diciendo algo, ésta había cruzado las piernas, sus muslos, sus piernas le estaban volviendo loco, y por la parte interior del muslo, al habérsele subido más la minifalda al cruzar las piernas, vio de nuevo las braguitas y casi la raja del culo.

Claudia se levantó y se acercó lentamente a Pedro. Ninguno hablaba, no hacía falta, ambos sabían lo que estaba pasando, ya no era necesario fingir más. Claudia se pegó a él y su mano apretó su entrepierna, aferrando entre los dedos su erección. Pedro la miró a los ojos, sorprendido tanto por su “ataque” como por verse tan irresistiblemente atraído hacia ella, no recordaba la última vez que se sintió así. En segundos se estaban besando apasionadamente, las manos de Pedro buscando con avidez los pechos de Claudia.

Nunca Claudia había tenido una orden de su amo tan fácil y placentera de obedecer. Sólo le impuso una condición, le dijo: fóllatelo, goza con él, disfruta, pero hazlo en la cama que comparte con Isabel . Y eso es lo que hizo, ya le había sacado la camiseta y le estaba lamiendo las tetas cuando le susurró que la llevara a su dormitorio; Pedro dijo que prefería quedarse allí en el salón, pero ante la insistencia de Claudia, apoyó una mano en su culo y la guió hasta el dormitorio.

Y allí, en la cama donde dormían Isabel y su marido, Claudia y Pedro follaron salvajemente, con pasión, con deseo, con furia, con lujuria. Claudia le hizo cambiar de postura varias veces, a lo que no estaba nada  acostumbrado, le chupó la polla, se dejó follar por delante y por detrás. Tuvo varios orgasmos, al igual que Pedro, y acabaron tumbados los dos juntos, agotados y sudando, tras varias horas. Pedro nunca había tenido una sesión de sexo parecida, estaba extasiado; ni siquiera se acordaba de su mujer. Claudia lo había disfrutado enormemente, era todo un cambio tras las sesiones que tenía habitualmente con su amo. Y desde luego, después de sus torturas, que el marido de Isabel la mordisqueara los pezones era un juego de niños.

Claudia se quitó las botas, que había mantenido puestas todo el tiempo, y le dijo a Pedro que le gustaría ducharse antes de irse. Fue desnuda hacia la ducha, con Pedro siguiéndola con la mirada, embobado por su culo. Ojalá su mujer fuera tan ardiente como su compañera de trabajo. Sin poder ni querer evitar la tentación, la siguió y se metió en la ducha con ella, donde acabaron echando un último polvo. Después, terminaron de ducharse y Pedro contempló encantado cómo Claudia se vestía: cómo se ponía lentamente las braguitas, la minifalda, se abrochaba las botas y por último la camiseta. Cuando estuvo lista le dio un dulce beso en los labios a Pedro y le dijo que lo había pasado estupendamente, y que le llamaría pues quería repetirlo muy pronto. Pedro quedó mirando cómo salía por la puerta, aún sin creerse lo que había pasado.

Igual que antes Isabel le contaba regularmente a su amo los progresos que estaba haciendo durante el proceso de seducción y dominación de Claudia, ahora era la propia Claudia la que debía informar a su amo de los progresos con su cometido. Se citaron en el bar donde tantas veces habían quedado JM con Isabel, o Isabel con Claudia. Ocuparon la mesa que cogía JM habitualmente y Claudia le contó con todo detalle lo que había pasado escasas horas antes en casa de Isabel. JM estaba satisfecho, aunque se daba cuenta de que no había sido una misión precisamente degradante y horrible de llevar a cabo. Aún así, le satisfacía la obediencia de sus esclavas.

Igual que había hecho anteriormente con Isabel cuando estaban allí, decidió humillar a su esclava mientras le relataba los hechos. Claudia estaba sentada de espaldas a la entrada, los respaldos de madera eran muy altos, así que JM le ordenó sacarse las tetas fuera de la camiseta sin bajarse los tirantes mientras le explicaba todo. Las tetas de Claudia eran pequeñas, como pequeños melocotones, pero muy redonditos y con pezones duros. A JM le parecían unos pechos maravillosos. Rechinó los dientes y le apretó los pezones; Claudia gimió de dolor pero siguió contando lo que había hecho con el marido de Isabel.

Claudia hablaba y su amo alternaba caricias en la blanca, suave y tersa piel de sus pechos con violentas y duras palmetadas. Le ordenó quitarse las bragas allí mismo, sentada, y tras olerlas y chuparlas, masturbarse para él. Claudia, con las piernas separadas se metía los dedos y en seguida se puso a gemir disimuladamente debido al placer que sentía. La tuvo así, disfrutando de su placer y agonía hasta que se corrió, la hizo lamerse los dedos y luego meterse las bragas en el coño, bien dentro.

Esa tarde Claudia tenía que trabajar y JM le sugirió que sería un cambio interesante para ella ir así vestida, tan sexi y provocativa, sin sujetador, pellizcándose los pezones de vez en cuando para que se mantuvieran siempre duros y evidentes bajo la camiseta, con las bragas metidas en el coño y las botas tan sensuales. Claudia jamás habría ido a trabajar vestida así, pero su amo se lo ordenaba y ella obedecería.

Pero eso era sólo una diversión humillante para ella, lo importante era que al día siguiente quería que llamara al marido de Isabel y lo llevara a su casa para follar con él. Le daba igual lo que dijera de la casa, que era de una amiga o suya, pero quería que follaran en el salón, sólo allí. Él no estaría en casa y no la molestaría. Le dio total libertad, que disfrutara todo lo que quisiera con el cornudo marido de Isabel, que follara como una perra, que echara todos los polvos que quisiera, y sobre todo, que Pedro se sintiera totalmente subyugado por ella.

Claudia se arregló la camiseta y ambos salieron del bar, JM a su casa y su esclava directamente al trabajo. Por el camino se sintió avergonzada y violenta al ir vestida de esa manera tan provocativa; tenía la sensación de que todo el mundo la miraba, especialmente los hombres, que la comían con los ojos. Eso la ponía muy nerviosa y la avergonzaba, pues ella nunca se había comportado así. En el trabajo la sensación fue aún peor, pues todos sus compañeros estaban acostumbrados a verla formal y recatada, y fue un shock verla con minifalda, botas de tacón de aguja y camiseta escotada y marcando los pezones. Todos los hombres se acercaban a hablar con ella con alguna excusa para poder verla bien de cerca y hacerla un completo repaso, mientras que la mayoría de las mujeres la miraron con desprecio y pensando que vestía más como una puta que como una chica normal.

Terminó la jornada y totalmente humillada volvió a casa, donde aún le esperaba lo peor. Su padre, que estaba en casa cuando ella llegó, la vio vestida así y le entró tal excitación que no esperó a que fuera de noche y todos se acostaran, la cogió del brazo y la metió en su dormitorio, la subió la camiseta, asombrado de que no llevara sujetador, la subió la minifalda, y al no ver las bragas se asombró todavía más. La llamó puta, la apoyó sobre la cama y la folló el culo. Si lo hubiera intentado con el coño, se habría topado con las bragas, que llevaba dentro desde que se lo ordenara su amo.

Desahogado su padre, y ella con el ano lleno se semen, fueron juntos a cenar junto con su madre y su hermano. Claudia quiso cambiarse, pero su padre le dijo que ya que era puta para vestir así por la calle, que en su casa también supieran la clase de mujer que era. Así que la cena pasó entre las miradas reprobatorias de su madre y las de lujuria y deseo de su hermano. Esa noche el padre y el hermano coincidieron en el dormitorio de Claudia, ella ya estaba acostada y en pijama, pero la hicieron vestirse como iba por el día y se la follaron entre los dos con la madre escuchando desde su habitación los gemidos y los jadeos.

Al día siguiente Claudia llamó al marido de Isabel y quedó con él por la tarde en casa de JM para follar; le prometió que se vestiría muy sexi para él. Luego avisó a su amo para informarle de la hora a la que había quedado con el marido de Isabel. Cuando lo supo, JM llamó a Isabel y la citó en su casa esa misma tarde, antes de la cita entre Claudia y su marido.

Cuando Isabel llegó a la casa de su amo, éste la ordenó desnudarse. Le faltaba muy poco para dar a luz, la tripa estaba enorme y andaba con dificultad. Llevaba un vestido largo y bailarinas, pues los tacones la incomodaban. JM cogió una de las bailarinas y le azotó el culo con ella hasta que se le puso rojo intenso y el dolor fue insoportable. Pero eso no era para lo que la había convocado esa tarde. Le amordazó la boca y le ató las manos a la espalda; la metió en un armario vacío en el salón, obligándola a quedarse de rodillas, con la tripa casi rozando el suelo. Le dijo que iba a contemplar algo a través de ciertas mirillas disimuladas en las puertas del armario, y que no quería que se delatara bajo ningún concepto. Sólo saldría de allí cuando todo hubiera acabado y él viniera a sacarla. Isabel no entendía nada, pero obedecería a su amo pese a cualquier consecuencia.

JM cogió a su perro Max y salió con él, dejándola sola encerrada en el armario. A los veinte minutos, tiempo que Isabel no podía calcular y que se le hizo eterno, oyó ruidos en la habitación, pegó los ojos a las mirillas y se quedó helada al ver quién había entrado en el salón. Primero vio a Claudia, vestida con un estilo que no encajaba para nada en su forma de ser, más parecía una puta. Llevaba un mini vestido escotadísimo, con un sujetador que obviamente realzaba sus pechos; el vestido se pegaba a su cuerpo, marcando un finito tanga; completaban el inusual atuendo unos zapatos de tacón altísimo. Pero lo que realmente dejó helada a Isabel fue la persona que la acompañaba….¡su marido!

Al principio pensó que por alguna extraña razón los dos habían coincidido allí, y que todo tendría una explicación razonable, pero la sensación duró sólo un segundo. Porque en seguida los vio abrazarse y besarse con pasión, las manos de su marido recorrer el cuerpo de Claudia con avidez. Se comportaban como amantes, como si lo fueran desde hacía tiempo. En un movimiento rápido Pedro le sacó el vestido a Claudia y la dejó sólo con el sujetador y un tanga, un conjunto negro precioso, y los altísimos tacones; se agachó delante de él y sacándole la polla del pantalón, se puso a besarla y chuparla como si fuera el dulce más delicioso.

Isabel se dio cuenta entonces de la gran humillación que le había preparado su amo, ver cómo esa hija de puta de Claudia se follaba a su marido. Y todo lo tenía que contemplar sin poder emitir un solo sonido, no sólo por la mordaza que tapaba su boca, sino porque se lo había prohibido expresamente. Pero los ojos se le inyectaron en sangre, e inconscientemente apretó los puños, atados a la espalda, hasta que las uñas se le clavaron en la carne y le hicieron sangrar; pero no lo notó. Le consumía la rabia al ver a su marido follarle la boca a esa puta, luego se desnudó y quitándole el sujetador y el tanga, pero dejándole los zapatos, la tumbó en el sofá y se la folló. Follaron con pasión, gimiendo y gritando de placer, e Isabel se preguntó cuándo fue la última vez que su marido la había follado a ella así, si es que alguna vez lo había hecho. Vio en él una pasión y un deseo que no tenía con ella, y eso le hizo odiarle, pero sobre todo, odiar profundamente a Claudia.

Claudia estaba medio tumbada en el sofá, Pedro sobre ella sujetándola de los tobillos para tenerla con las piernas separadas, mientras la penetraba, entrando y saliendo de ella una vez y otra. Isabel podía notar claramente que aquello no tenía nada que ver con sumisión y dominación, era sexo, puro y duro. Sexo como el que nunca tenía con su marido. El sudor empezaba a cubrir sus cuerpos, haciéndolos brillantes, los dos gemían y sonreían, mirándose a los ojos. Isabel sabía que estaban disfrutando enormemente el uno del otro. En esa postura Claudia tuvo un primer orgasmo poco antes de que Pedro tuviera el suyo. Entonces descansaron, besándose y lamiéndose mutuamente, como gatos. Claudia se tumbó y Pedro le comió el coño hasta arrancarle gritos de placer y dos orgasmos casi consecutivos. Cuando Pedro recuperó las fuerzas, Claudia se colocó de rodillas en el sofá y le ofreció su coño y culo, que Pedro folló encantado alternativamente. Tras otro buen rato de mete-saca, volvió a correrse en su coño, tras conseguir que Claudia se corriera otra vez. Agotados, se tumbaron los dos en la alfombra, besándose y acariciándose y bebiendo champán que JM había dejado para ellos.

Isabel hubiera gritado de rabia y humillación. Los habría matado allí mismo. Pero lo único que podía hacer era apretar los puños y lo dientes y maldecirles para sus adentros. Y llorar de rabia e impotencia. Al fin su sufrimiento terminó cuando vio que su marido y Claudia se levantaban y se dirigían al baño, supuso que para ducharse. Volvieron casi una hora más tarde, e Isabel estaba convencida de que habrían echado otro polvo en la ducha. Su marido nunca la había follado en la ducha. Se vistieron entre besos y bromas y se fueron.

JM había tenido controlada la entrada y salida de Claudia y el marido de su esclava y en cuanto se fueron de su casa, entró para sacar del armario a Isabel. Abrió la puerta del armario y la encontró con los ojos rojos, llorosa; le quitó la mordaza y la dio permiso para salir y ponerse de pie. Seguía con las manos atadas a la espalda y cuando se enderezó casi no pudo sostenerse al haber pasado tanto tiempo en la misma postura. Su amo no la ayudó, se sentó en el sofá, aún caliente de los cuerpos de los dos “amantes” y se divirtió viendo los esfuerzos de su perra por mantenerse de pie y recta. La ordenó separar las piernas, el tripón colgando, y contarle sus impresiones. Isabel se sinceró, que era lo que su amo deseaba para humillarla, y le dijo que se había sentido avergonzada y furiosa al verlos follar.

-Pero ¿no crees que después de que tú te follaras a su padre, ella podía follarse a tu marido? Además, pobrecito, ¿cuánto tiempo hace que no follas con él?

Humillada, Isabel reconoció que no la había tocado desde su tercer mes de embarazo, hacía ya seis largos meses. Por un lado, porque a su marido no le apetecía follar con ella en su estado, y por otro, porque su amo se lo había prohibido. Pero JM quería humillar más a su esclava y siguió metiendo el dedo en la yaga.

-Siempre me habías hablado de tu marido como un mierda en cuestiones de sexo, y hasta yo me lo creí, que no era más que un puto cornudo, sin saber lo puta que es su mujer, y aceptando todas sus ridículas excusas para no tocarla, un día tras otro. Pero viéndole ahí follando con Claudia, no parecía tan mierda, ¿no crees? A mí me ha parecido muy fogoso, mucho más que contigo, estoy seguro. Pero no te preocupes, ahora vendrá Claudia y nos podrá contar mejor qué tal es tu marido follando.

Como si lo hubieran ensayado, en ese momento Claudia entró en la casa, usando la llave que su amo le había proporcionado para llevar al marido de Isabel y que todavía conservaba. Se sentó en el sofá junto a su amo, vestida igual que antes, con el vestido corto y ajustado y los tacones. JM la besó y acarició, ante la mirada de odio y humillación de Isabel, que seguía de pie, desnuda, con las manos atadas a la espalda y las piernas separadas. Ante la orden de arrodillarse, Isabel obedeció con prontitud. Entonces JM le dijo a Claudia que le contara los detalles de la vez que folló con el marido de Isabel  en su propia casa y cama. Isabel no podía creer lo que oía, mientras Claudia le sonreía contándole hasta los detalles más sucios del rato que pasaron los dos en su propia cama follando como animales.

Al final, para rematar la humillación, JM permitió que Claudia usara un rato a Isabel, lo que hizo con gusto, haciendo que se arrastrara por el suelo, su tripa tocando el suelo, para lamer sus zapatos, penetrándola el ano y el coño con consoladores y pegándola y pellizcándola y acariciando su tripa. Fue la última sesión de Isabel con su amo o con Claudia, tampoco volvió al piso del centro, pues al día siguiente nacería su bebé… suyo y de su amo.