La dominación de Isabel. 24

Lo que más desea JM: ver cómo Claudia somete a Isabel embarazada.

La experiencia de dominar y follar a su esclava embarazada fue de lo más gratificante que JM había hecho con ella hasta el momento. Pero no quería quedarse en simplemente follarla y azotarla, pasando las manos por la enorme tripa que se le había puesto, quería más, quería degradarla al máximo, y lo mejor que podía hacer para ver a su esclava humillada y dolida era que Claudia la sometiera.

Por esa razón citó a sus dos esclavas al día siguiente en su casa por la tarde, uno de los pocos días en que los tres libraban el mismo día. Pero no las citó a la vez, quería antes disfrutar de su dulce Claudia a solas, y luego ver cómo Isabel se sometía a ella.

Claudia llegó puntual, como siempre, con el aire de perrita abandonada, insegura, tímida, en la mente siempre presente la idea de que estaba haciendo algo prohibido. Esa era una de las cosas que volvían loco a JM. Vestía como siempre, sin destacar, pantalón y jersey; ni siquiera llevaba mucho maquillaje. Alguna vez había pensado que Isabel le enseñara a ser un poco más provocativa, pero al final se daba cuenta de que era precisamente ese aire cándido e ingenuo lo que le atraía de ella.

La hizo pasar al interior del salón, donde Max dormitaba sobre la mullida y cálida alfombra. Cogiéndola por detrás de la cintura, la atrajo hacia él, subiendo las manos hasta posarlas sobres sus pechos. Su lengua buscó su cuello y su oreja; jugó con ella mientras sus manos apretaban más y más fuerte sus tetas. Cuando los gemidos de placer se mezclaron con los de dolor, la soltó y se sentó en el sofá, frente a ella.

-¡Desnúdate!

Avergonzada, Claudia empezó a quitarse la ropa. Aún no se acostumbraba a un acto en principio tan simple como era desnudarse en frente de JM. Al que tampoco se acostumbraba a considerarlo ni llamarlo “amo”. JM contemplaba su cuerpo, maravillado de que al fin fuera suyo. Cuando terminó, la hizo acercarse a él a cuatro patas y situarse entre sus piernas abiertas, de donde ya asomaba su miembro erecto.

-¿Disfrutas sirviéndome, perrita?

-Sí, JM.

JM se inclinó sobre ella para descargar una fuerte y sonora bofetada en su mejilla. Claudia, con lágrimas en los ojos, se llevó las manos a la cara.

-Ya sabes cómo debes dirigirte a mí, ¿verdad puta estúpida?

-Lo…siento…amo…

Las palabras salían entrecortadas, las lágrima ya llegaban hasta sus labios. En seguida JM se puso a acariciarle la mejilla.

-Has de ser obediente, perrita mía, tratarme con respeto, y yo te compensaré. Claudia acarició a su vez la mano que la acariciaba a ella, besándola a continuación. No sabía hasta qué punto agradecía ser tratada de esa manera, y que JM se hubiera convertido en un amo tan maravilloso y generoso con ella. Claudia seguía besando la mano de su amo, que fue guiándola lentamente hasta su polla. Claudia ya sabía lo que debía hacer.

-¿Te gusta estar con Isabel, perrita?

-Sí, amo, mucho.

Claudia le chupaba la polla a su amo y sólo paraba para responder sus preguntas.

-¿Qué te parece que vuestro amo la haya preñado?

-Ahora está muy guapa, amo.

-Sé que hasta ahora ella te ha introducido en este mundo y has sido tú la que se ha sometido a ella. Dime, preciosa perrita mía, ¿te gustaría someterla tú a ella?

-¿Que ella sea mi esclava, amo?

-Que te obedezca en todo, poder absoluto sobre ella. ¿Te gustaría?

-¡Sí, amo, mucho!

JM estaba deseando ver a su perrita dominar a su esclava Isabel. Era perfectamente consciente de que nunca había aceptado a Claudia como nueva esclava suya. Tenía celos de ella. Y quizá con razón, pues sentía cosas diferentes por una y otra. Mientras Isabel le excitaba enormemente de manera sexual y salvaje, le provocaba hacerle todas las cosas que la hacía, Claudia era la chica por la que había estado siempre enamorado en secreto. Que ahora tuviera la oportunidad de tratarla como a Isabel, no quitaba que sus sentimientos hacia ella hubieran cambiado. Y era precisamente esos celos que sentía Isabel por Claudia lo que quería explotar. Quería humillar a Isabel, eso era lo que le excitaba, y qué mejor manera que dejar que Claudia la usara.

Sujetó la cabeza de Claudia con las manos, metiéndole la polla lo más dentro de la boca que pudo, casi hasta la garganta. Hizo unos pocos movimientos bruscos más y se corrió, sin salirse de ella hasta que no soltó la última gota de semen. Claudia se debatía, intentando respirar, se estaba ahogando, el aire que entraba por su nariz no era suficiente. Hilos de saliva le corrían por las comisuras de los labios. Estaba colorada.

Y por fin, tras descargarle todo el semen que tragó según salía de la polla, su amo la dejó libre. Dejó caer saliva con restos de semen hasta que un pequeño charco se formó en el suelo. Cuando recuperó el aliento y se le pasaron las ganas de vomitar, su amo la obligó a lamer el charco del suelo hasta dejarlo bien limpio.

Mientras lo hacía, aún a cuatro patas, los brazos flexionados y la cara tocando el suelo, JM le acariciaba el cuerpo, como un amo acariciaría a su perro. Y le hablaba de Isabel, de que en seguida se reuniría con ellos y de todas las cosas que podría hacer con ella. Claudia, sin querer, se fue excitando ante la perspectiva.

Veinte minutos después, Isabel llamaba a la puerta. JM se había arreglado ya la ropa y al abrir nadie diría que había tenido un orgasmo tan intenso hacía tan poco tiempo. Isabel llevaba un vestido largo y holgado para no constreñir su tripa, zapatos planos y un chaquetón. Desde luego no iba precisamente sugerente y sexi, pero sabía que la ropa le duraría poco puesta en casa de su amo.

Pasó al salón y se quedó parada por la sorpresa al ver cómodamente sentada en el sofá a Claudia. Tomaba una copa, tan a gusto, como si fuera la dueña de la casa. Sintió deseo al verla, pero sobre todo odio, porque ella creía que su amo la consideraba la preferida, por encima de ella misma. Y encontrársela allí, por sorpresa, no auguraba nada bueno.

JM pasó junto a ella y se sentó en el sofá junto a Claudia, rodeándola con un brazo. Isabel iba a sentarse en un sillón, cuando su amo le preguntó qué creía que estaba haciendo.

-Lo siento, amo, iba a sentarme.

-No recuerdo haberte dado permiso para sentarte, puta asquerosa. Ven aquí y saluda a Claudia como se merece. Todavía no la has saludado y estoy muy molesto por ello.

Isabel se disculpó avergonzada por su comportamiento y saludó a Claudia todo lo educadamente que le fue posible, disimulando la rabia que sentía por dentro al verse puesta en evidencia delante de ella.

-No sólo debes saludarla, puta, no te has dirigido a ella como conviene en esta ocasión. Hoy te dirigirás a ella como “ama”, pues eso es lo que va a ser hoy para ti.

Isabel se lo estaba imaginando, pero eso no evitó que sintiera un escalofrío de odio y temor por lo que iba a pasar. Se quedó de pie, en el espacio que antes ocupaba una mesa de café, frente al sofá, donde su amo y, al menos por ese día, su ama, la observaban sonrientes. Entonces Claudia abrió la boca por primera vez desde que había entrado.

-Desnúdate.

Lo había dicho tímidamente, como si no estuviera segura de que fuera a obedecerla. A Isabel le dio rabia que una mocosa tímida e ingenua la diera órdenes. Pero si no la obedecía, su amo se enfadaría, y no quería que eso pasara de ninguna manera. Así que decidió obedecer a esa guarra hija de puta como si fuera su propio amo, en todo.

Se desnudó, sin saber que era en el mismo sitio en el que un rato antes Claudia se había desnudado ante su amo. Claudia y JM contemplaron su cuerpo, sus tetas crecidas, su gran tripa.

-Agáchate…perra. Y ven aquí.

Claudia sintió un cosquilleo por todo el cuerpo al insultar a Isabel, y más al comprobar cómo la obedecía. Isabel había dudado una fracción de segundo; se resistía a obedecer a esa guarra, pero de reojo miró a su amo y comprobó que no tenía otra opción. Su amo quería que obedeciera a Claudia, y eso es lo que haría. Había disfrutado enormemente los días en que la había seducido e introducido en el mundo de la sumisión y la dominación, pero todo lo había hecho desde la posición de ama. Verse ahora como esclava y sumisa suya era la mayor de las humillaciones.

Se arrodilló y avanzó la corta distancia que las separaba a cuatro patas, sintiendo bajo sus rodillas, pies y manos la mullida alfombra. Su barriga casi rozaba el suelo, le tiraba hacia abajo, era una postura muy incómoda. Al llegar hasta Claudia, esperó pacientemente sus órdenes. Sabía que ahora se encontraba en sus manos, que el amo de ambas la había dado carta blanca para que la usara como ella quisiera. Se preparó para una sesión de humillación y degradación.

Bajo las órdenes de Claudia, Isabel se enderezó con dificultad debido a su estado, y sintió las frías manos de Claudia acariciar su tripa. Sintió un escalofrío al no saber qué sería capaz de hacer con ella una mujer que hasta ese momento nunca se había encontrado en esa situación. ¿Se aprovecharía del poder que sobre ella le había otorgado su amo? ¿Se vengaría por lo que ella le había hecho los días anteriores al seducirla y someterla? ¿Sería dulce y cariñosa con ella?

Después de acariciarle la tripa un rato, con suavidad, mirándola a los ojos con deseo, se reclinó en el sofá y la ordenó volver a ponerse a cuatro patas y lamer sus zapatos. Isabel así lo hizo, sin una sola queja.

-¿Lo ves, preciosidad mía? Ahora tienes una perra que hará todo lo que tú la ordenes. Será fiel, sumisa y obediente. No tienes más que ordenarlo y ella obedecerá. ¿Te gusta esa sensación de poder, perrita?

-Sí, amo…me gusta mucho. Pero…¿de verdad crees que hará todo lo que yo le mande, amo? ¿Podré hacer lo que yo quiera?

-Te lo garantizo. Prueba.

Claudia sonrió e inclinándose sobre Isabel, que seguía lamiendo sus zapatos, recorriendo con la lengua toda la superficie, la levantó la cara con una mano bajo la barbilla y la escupió en la cara. Isabel no reaccionó, recibió el salivazo como si fuera de su amo. Claudia, divertida, la escupió hasta que su boca se quedó seca y la cara de Isabel cubierta de saliva. Emocionada ante las posibilidades que le brindaba su amo, y recordando cómo él la había abofeteado un rato antes, hizo lo mismo con Isabel. La golpeó con fuerza en la cara, repetidas veces, hasta que se quedó sin fuerzas. Isabel recibió el castigo estoicamente, quería que su amo se sintiera orgulloso de ella; pero la cara le dolía terriblemente, y en seguida se le puso roja.

JM observaba con satisfacción cómo su esclava Claudia empezaba a sentirse cómoda en el papel de ama. Se había situado con una copa en la mano y un cigarrillo en la otra en un extremo del sofá, intentando dejar libertad a Claudia. Sólo la hablaba para animarla o para responder a sus dudas. Por otro lado, se sintió sorprendido ante la violencia de las bofetadas; había imaginado que, siendo tan tímida y apocada como era, le costaría mucho meterse en el papel de ama y someter a Isabel, pero veía que era como si llevara dentro un monstruo que hubiera despertado.

A Isabel se le habían saltado las lágrimas por la violencia de las bofetadas. Claudia paró y le acarició de nuevo la tripa. Se separó de ella y quitándose los zapatos, se los dio a Isabel.

-Perra, vas usar esas lágrimas que recorren tus mejillas para limpiar mis zapatos. Están muy sucios ¿sabes? Quiero que uses tu lengua, tus labios y tus lágrimas. Quiero que queden brillantes y las suelas limpias de toda mierda. Si te quedas sin lágrimas, dímelo, y haré que te broten más.

Isabel cogió los zapatos con manos temblorosas, alucinada y un poco aterrada ante el cambio de personalidad de Claudia. Había pasado de ser una chica apocada a ama temible en minutos. Tanto Isabel como JM estaban sorprendidos. Se mojó los dedos en las lágrimas de sus ojos y limpió los zapatos, los lamió por dentro, por fuera y las suelas. Pero los ojos se le secaron y cuando Claudia vio esto, con el mismo tono mimoso con el que había hablado antes, como si hablara con una niña pequeña, le dijo que había que conseguir más lágrimas para terminar de limpiar los zapatos.

De nuevo ordenó a Isabel erguirse y quedarse de rodillas frente a ella, a quien por cierto, ahora debía llamar “ama” en todo momento. Claudia la cogió de las tetas y apretó con fuerza; quería hacer con ella todo lo que ella misma o su amo habían hecho con ella anteriormente. Apretó, viendo  con placer cómo Isabel se aguantaba para no gritar de dolor. Apretó más fuerte y luego retorció los pezones. De nuevo los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas. No pudo controlarse y las lágrimas cayeron por sus mejillas.

-¡Qué bien! Ya tenemos más lágrimas con las que terminar de limpiar mis zapatos. ¿Has visto qué fácil es, perra?

JM estaba fascinado, jamás había imaginado tanto sadismo en su perra Claudia. Fascinado y encantado. Y más encantado todavía al ver el sufrimiento de su otra perra Isabel. Vio cómo volvía a lamer los zapatos de Claudia, recorriendo las sucias suelas con la lengua, hasta que su nueva ama quedó satisfecha. Claudia la hizo erguirse de nuevo y la pellizcó los pezones.

-Hazlo tú, seguro que lo haces muy bien.

Isabel se cogió los pezones y se los pellizcó, pero sin fuerza. Claudia ya lo esperaba.

-Si no lo haces bien, tu amo se enfadará, y yo me enfadaré. Y a lo mejor te azoto en la tripita, y tú no querrás eso, ¿verdad, perra?

Ante la amenaza, Isabel se pellizcó con fuerza, esta vez en serio; tan fuerte como pudo. Claudia la dijo que siguiera, mientras se levantaba y salía del campo de visión de Isabel. Al poco volvió con varios objetos en las manos; los mismos que solía utilizar su amo con ella. Ahora Claudia los emplearía para humillarla, someterla y vejarla.

Primero le puso el collar de perro, junto con la correa. Después, tras decirla que podía dejar de pellizcarse, le puso las dos pinzas en los pezones unidas por una cadena. Así dispuesta, cogió la correa y la paseó por la habitación, para disfrute de JM. Las pinzas se le clavaban y avanzaba con dificultad por la tripa tan hinchada que tenía. Pararon un momento junto a la mesita donde estaban las bebidas.

-Pobrecita, pareces acalorada. ¿Tienes sed, perrita?

-Sí, ama.

Claudia cogió la copa de la que estaba bebiendo y se la acercó a los labios a Isabel. Ésta intentó beber de ella sin usar las manos, pues seguía a cuatro patas y Claudia no le había dado permiso para cambiar de postura, pero era casi imposible, y Claudia, para burlarse de ella, inclinaba la copa para que llegara, pero cada vez que estaba a punto de conseguirlo, la enderezaba otra vez. JM disfrutaba de la tortura y humillación a la que Claudia estaba sometiendo a Isabel. Era patético verla intentando beber de la copa, sabiendo que no lo conseguiría nunca. Al final, Claudia, burlándose le tiró el contenido de la copa con fuerza a la cara, riendo al ver cómo el vino blanco se derramaba por su cara y caía al suelo.

-Mira lo que has hecho, perra mala, has tirado todo el vino. Ahora tendrás que limpiarlo.

Isabel agachó la cabeza y lamió todo el vino del suelo. Mientras chupaba la alfombra, Claudia fue al baño y volvió con otro de los objetos sexuales de JM, uno diseñado para realizar enemas. Claudia había llenado de agua fría la pera de color rojo y ahora se la enseñaba a Isabel.

-Como veo que eres una perrita muy limpia, yo también quiero ayudarte a limpiarte. Se supone que hay que hacerlo con agua templada, pero bueno, ¿qué más da? Colócate, perra.

Isabel, tras el esfuerzo de aguantar tanto tiempo en la postura en la que estaba, se atemorizó ante lo que le esperaba. Se acercó gateando a Claudia y se puso en cuclillas, con las piernas separadas. Claudia colocó la pera debajo de ella y encajó el pitorro en su ano; fue apretando hasta que el contenido entró dentro de Isabel; cuando sintió el primer chorro de agua helada entrar dentro de ella no pudo evitar exhalar un gemido por la impresión. Claudia lo hizo todo sin muchas contemplaciones, sólo quería ver sufrir y humillada a Isabel. Al introducirle toda el agua, la ordenó aguantar hasta que ella dijera y no dejar escapar ni una sola gota o lo lamentaría. Claudia se sentó en el sofá junto a JM dejando a Isabel paseando por la habitación a cuatro patas.

Amo y ama contemplaban a Isabel sufriendo, haciendo esfuerzos ímprobos por no dejar escapar el agua albergada en sus entrañas. Aún así, y pese a todos sus esfuerzos, un hilo de agua sucia corría de su ano, resbalando por el interior del muslo hasta llegar al suelo. Sudaba y se mordía los dientes, viendo a su amo y a Claudia riendo, besándose y burlándose de ella.

Pasó un buen rato, y cuando Isabel ya no podía aguantar más, Claudia se levantó y la ordenó ponerse de nuevo de cuclillas y cagarse allí mismo. Isabel se situó así y sólo tuvo que dejar de hacer fuerza para que un chorro de agua fluyera de su ano. La avergonzó tanto verse así, con su amo y la guarra hija de puta de Claudia riendo de pie a su lado. Un charco de agua sucia se formó en la alfombra a los pies de Isabel.

-¿Sabes? Creo que sólo ciertos animales son capaces de revolcarse en su propia mierda y de comérsela. Bueno, ciertos animales y tú, ¿verdad, sucio animal?

Isabel comprendió lo que le ordenaba su ama y se puso a chupar la alfombra, recogiendo en su boca todo lo que pudo; luego se revolcó allí mismo, con cuidado de su tripa, pero sin importarle que también se mojara del agua que había salido de su ano.

-Quédate ahí boca arriba, perra…de tanto beber vino me han entrado unas ganas enormes de mear.

Claudia se quitó el pantalón y las bragas y se puso de cuclillas separando las piernas con la tripa de Isabel debajo de su coño. Cuando estuvo lista, dejó escapar su orina, que cayó en un chorro fuerte sobre la tripa de Isabel. JM se había acercado para ver mejor la cara de Isabel, y así disfrutar más. Claudia, tras ese primer chorro, se movió hacia adelante para que el segundo chorro cayera sobre la cara de su esclava. Isabel recibió asqueada el pis por todo su cuerpo, no porque no estuviera acostumbrada a la orina, sino por ser de su odiada Claudia. JM se acercó a Claudia, que ya había terminado y se estaba poniendo las bragas y la besó en la boca.

-Creo que ya es suficiente. Podemos dejar que esta puta asquerosa se vaya a su casa, con su familia de mierda. Te prometo que volverás a jugar con ella.

-Sí, amo.

Claudia por tanto, dejó que Isabel se levantara y se vistiera, pero no permitió que se lavara. Apestando a orina y al agua del enema, con la ropa húmeda al entrar en contacto con su cuerpo mojado, Isabel se puso el chaquetón y se fue a su casa, humillada, feliz por haber servido y obedecido a su amo, pero vejada en lo más hondo por haber tenido que sufrir las iniquidades de Claudia. Antes de marcharse, su amo le dijo que estuviera preparada tres días más tarde, bien vestida, por la tarde. Cuando cerró la puerta, sabía que cogería a Claudia y la follaría toda la noche, algo que estaba prohibido para ella. JM cerró la puerta tomando nota mentalmente de que al día siguiente tendría que llevar a lavar la alfombra.