La dominación de Isabel. 20

La saga de Isabel llega al esperado clímax cuando JM sale de las sombras y domina personalmente a Claudia.

Al día siguiente JM ya había tomado una decisión, quizá se equivocara y lo echara todo a perder, pero no podía aguantarse más, deseaba poseer y someter a Claudia ya, no podía esperar más.

Llamó a Isabel y le comunicó su decisión y sus instrucciones. A los dos días se daría el paso definitivo.

Isabel se comportó con Claudia, en el tiempo entre su último encuentro y la fecha decidida por su amo para rebelarse, de forma tierna, dulce, sexi y provocativa, pero también distante. Quería tenerla deseando estar con ella de nuevo. Y estaba segura de que lo había conseguido.

Claudia veía a Isabel en el trabajo, y deseaba estar con ella otra vez. Quizá no debería haber sido tan puritana el último día, le daba la impresión de que eso había provocado que Isabel no estuviera tan dispuesta a tener más encuentros con ella, o eso le parecía. Sabía que el sexo que ella había practicado hasta conocer a Isabel había sido muy convencional, y desgraciadamente era lo único que conocía, pero con Isabel las sensaciones eran tan increíbles, los orgasmos tan maravillosos, que se negaba a que su moralidad y mojigatería la apartaran de ella. Estaba dispuesta a participar en cualquier tipo de juego que ella quisiera, pero no quería que la dejara.

Un día, tomando café en la pequeña sala del trabajo, entre susurros, le confesó todo eso, el miedo que tenía a que la dejara por no ser lo bastante abierta de mente. Isabel sonrió para sí, dándose cuenta de lo mucho que había impresionado a esa pobre estúpida de Claudia, comía de su mano, podría hacer lo que quisiera con ella, que era, precisamente, lo que su amo pensaba hacer con ella. Así que se hizo la dura, para tenerla más pendiente de ella, y le dijo que no estaba segura, que debía pensarlo.

Claudia quedó muy afligida, creyendo casi terminada su breve relación sexual con Isabel.

Pero al cabo de tres días, desde su último encuentro en su casa, Isabel se acercó a ella en el trabajo y le susurró que había intentado mantenerse alejada de ella, pero que no podía, la echaba tanto de menos, que le dolía. Necesitaba sentir su cuerpo desnudo junto al suyo, su boca, su calor. Cuando oyó esa confesión, Claudia creyó que se moría de felicidad. Le dijo a Isabel que haría todo lo que ella quisiera. E Isabel, fingiendo una alegría que no sentía, le propuso ir esa tarde a su casa. Claudia dijo que iría encantada, que contaría los minutos.

Esa vez, como tenían horarios diferentes, Isabel estuvo con su amo para contarle las nuevas noticias y recibir órdenes e instrucciones. Todo estaba claro, todo lo que iban a hacer entre los dos con Claudia. Luego fue a buscarla al trabajo y juntas fueron a casa de JM.

Nada más entrar en el salón, se abrazaron y se besaron. A Claudia le volvía loca cómo besaba Isabel, e Isabel, aparte de lo mal que le caía Claudia, tenía que reconocer que besaba muy bien, y que le gustaba, incluso le excitaba besarse con ella. Recorrió el cuerpo de Claudia con los dedos sin dejar de besarse, notando cómo su corazón se aceleraba bajo la camiseta.

- Mi perrita. Mi perrita dulce .

Claudia sonrió y siguió besándose con Isabel. Estaba dispuesta a aceptar lo que fuera con tal de seguir así, y ser llamada “perrita” no era tan grave. Isabel se separó de ella y la contempló.

- Desnúdate para mí, perrita. Desnúdate para tu ama.

Claudia pasó por alto el comentario con la palabra “ama” y se desnudó delante de ella, empezando a darse cuenta de que era algo que a Isabel le excitaba mucho, el hecho de verla desnudarse delante de ella. Isabel la contemplaba impaciente, tenía tantas ganas de hacer todo lo que habían planeado su amo y ella.

Cuando estuvo desnuda, Isabel se acercó y la acarició el cuerpo. Recorrió sus tetas con los dedos, pellizcó suavemente los pezones, bajó por sus caderas y comprobó la humedad de su coño. Claudia temblaba de excitación. Le habría gustado decirle a Isabel que se desnudara ella también, que quería verla desnuda y disfrutar ella también de su cuerpo, pero sabía que lo más probable es que no lo hiciera, y no quería dar la idea de estar siempre protestando. Tenía que dejar que Isabel hiciera las cosas como ella quería.

Un dedo entró en su vagina y no pudo reprimir un gemido de gusto.

- Estás muy mojada y caliente, perra, como siempre. Pero hoy vamos a jugar mucho antes de que tengas ocasión de liberarte y correrte de gusto. Lo vamos a pasar tan bien .

En el salón, metido en un cajón, JM había dejado todo el material que pensaba que podría necesitar Isabel para someter a Claudia. Isabel fue hacia el cajón y lo abrió. Sacó unas correas de cuero. Claudia la miraba expectante y curiosa. Isabel volvió con ella y le dijo que la iba a atar, que con ello se sentiría aún más excitada. Claudia ni protestó ni se negó, pero una nube de inquietud pasó por su mente.

La ordenó situarse de rodillas en el sofá, las manos por encima del respaldo, dándole la espalda. Pasó las correas por sus muñecas y las ató a unas argollas en la parte de atrás del sofá. Repitió la operación con los tobillos. Apretó fuerte las correas. El respaldo del sofá era bajo, con lo que el busto de Claudia quedaba por encima. Sus piernas estaban ligeramente separadas, con las rodillas metidas hacia dentro. Isabel le preguntó irónicamente si estaba cómoda, y sin esperar su respuesta se fue de nuevo al cajón. Claudia giró el cuello para ver a Isabel, pero estaba fuera de su campo de visión. Se había puesto muy nerviosa. No sabía qué iba a pasar.

Isabel volvió del cajón y se situó detrás de Claudia. Ésta no podía verla. De repente sintió cómo algo frío rozaba la piel de sus nalgas. No podía saberlo sin verlo, pero se trataba de una fusta. La misma fusta con la que su amo JM había castigado y torturado tantísimas veces a Isabel. Ahora ella iba a usarla con Claudia. Recorrió su piel con el extremo, para ponerla nerviosa con la duda de qué sería aquello. Pero Claudia se mantenía callada, sin atreverse a decir nada. Tras unos minutos, Isabel dio la vuelta al sofá y se situó delante de Claudia. Le mostró la fusta.

- Ahora eres mi perrita, mi amor. Y yo soy tu ama.

-Sí, Isabel, lo que tú quieras.

-No, mal, perrita. No debes llamarme por mi nombre, no aquí. Aquí soy tu ama y quiero que me llames así. ¿Está claro, perrita?

-Sí…ama.

-Y obedecerás en todo a tu ama, perrita, ¿verdad que sí?

-Sí, ama .

A Claudia le molestaban las muñecas y los tobillos, la situación le asustaba un poco, pero se sentía tan atraída por Isabel, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que ella quisiera. Desde llamarla “ama” y tratarla como tal, a dejarse azotar por ella.

Pasando la lengua por el extremo de la fusta, Isabel le explicó qué era eso y lo que iba a hacer con ello. Le dio a chupar la fusta y cuando la hubo llenado de saliva, dio de nuevo la vuelta al sofá y se situó detrás de Claudia. Dio unos golpes fuertes con la fusta en el sofá y vio claramente cómo el cuerpo de Claudia se tensaba y contraía. Isabel sonrió con malicia, segura de que iba a disfrutar aquello como pocas cosas, y soltó el primer golpe de fusta en las nalgas de Claudia.

Claudia ahogó un grito de dolor. Isabel azotó repetidamente sus nalgas durante un rato, cada vez más emocionada de lo que hacía. Cuando las nalgas se le pusieron rojas, le azotó varias veces las plantas de los pies. Dio la vuelta al sofá para verla la cara. La tenía contraída en una mueca de dolor, los ojos llenos de lágrimas, mordiéndose el labio inferior para no gritar. Isabel se acercó a ella hablándola suavemente, la acarició y la besó con ternura. Claudia respondió a los besos y las palabras de Isabel como si lo necesitara más que nada en el mundo.

Isabel la hizo erguirse y la azotó las tetas con la fusta. Esta vez Claudia no pudo evitar gritar. La azotó varias veces, mientras le decía cosas para calmarla. Ternura en sus palabras y violencia en sus gestos.

Paró. A Claudia le caían lágrimas por la cara, estaba congestionada, quería gritar, pero no se atrevía. No entendía por qué Isabel la trataba de esa manera, pero cuando hablaba con ella, le oía el tono de voz y sus palabras, se derretía. Y cuando la besaba todo cambiaba, y se decía que seguiría aguantando el dolor si con eso al final podía tener de nuevo los labios de su ama en los suyos. Se dio cuenta de que inconscientemente se había referido a ella como “ama”, no como Isabel.

Isabel volvió del cajón y le mostró en la mano a Claudia lo que había cogido. Claudia vio dos pinzas de metal unidas por una cadena. Isabel se agachó y besó en la boca profundamente a Claudia. Claudia se derritió. E inmediatamente, le puso las pinzas en los pezones.

-¿Te gusta lo que te hace tu ama, perrita? ¿Te gusta cómo te trato?

-Sí, ama.

Las pinzas apretaban y tiraban hacia abajo. Claudia estaba experimentando dolores que jamás antes había sentido. Era un mundo nuevo de angustia, de dolor, de sufrimiento, pero también de excitación. E Isabel lo comprobó en un momento. Se acercó al coño de Claudia y lo tocó con los dedos. Estaba muy mojado. Se empapó los dedos y la fusta y se los dio a chupar a Claudia.

-Estás empapada, perrita, como lo estaría una perra en celo. Sólo las putas y las perras se empapan de esa manera cuando son tratadas así por sus amas. ¿Comprendes, perrita?

-Sí, ama.

Volvió a azotarla el cuerpo.

-Me obedecerás en todo, ¿verdad, perrita?

-Sí, ama, lo haré, te lo juro.

-¿Harás todo lo que te diga, todo lo que te ordene, sin protestar?

-Sí, ama, todo.

-¿Eres una perrita fiel, sumisa y obediente?

-Sí, ama, lo soy.

Mientras hablaban, Isabel intercalaba azotes en distintas partes del cuerpo de Claudia, las nalgas, las plantas de los pies, los muslos, la espalda o las tetas, con besos y caricias.

-Ahora voy a jugar con tu culito, mi amor, ¿lo deseas?

Claudia se asustó, pero no estaba dispuesta a dejar que Isabel la viera asustada.

-Sí, ama, lo deseo.

-Eres virgen del culo, ¿verdad? ¿Ningún chico te lo ha tocado antes? Me parece increíble.

-Una vez lo intentó un novio que tuve, pero dijo que lo tenía muy cerrado y no pudo.

-Hoy dejarás de ser virgen, perrita mía. Tu ano va a gozar como no puedes ni imaginar. Pero no lo haré yo. Otra persona te desvirgará.

Claudia creyó que había entendido mal, pero estaba tan asustada por la idea de ser desvirgada en el ano, que el miedo no la dejaba concentrarse en las palabras de su ama. Y ese era el momento que JM había elegido para salir de detrás de las sombras y hacer su acto de aparición. Había estado todo el rato observando tras una puerta las evoluciones de Isabel con su esclava. Tenía tal grado de excitación que había sido una tortura ver todo lo que ocurría sin participar, pero todo debía calcularse al milímetro.

Claudia no podía verle, estando de espaldas a la persona que había entrado en la habitación. Estaba aterrada, jamás había imaginado que Isabel le haría esto. Lo único que podía pensar era que alguien la iba a violar. Los pasos se acercaban a ella, aumentando con cada paso su ansiedad y miedo. Dieron la vuelta al sofá y entonces pudo verle la cara.

La sorpresa y el asombro fueron mayúsculos. Delante de ella estaba su compañero y amigo JM.

JM le acarició el pelo suavemente. Isabel se situó a su lado, sonriendo perversa, los dos en frente de Claudia.

-Parece que estás siendo una perrita muy buena y obediente.

-Va a obedecer a su ama en todo lo que yo le diga, ¿a que sí, mi vida?

Claudia estaba sin habla, no entendía qué hacía allí JM, no entendía nada.

JM vio la cara de incomprensión e incredulidad de Claudia, pero la ignoró, ya habría tiempo de respuestas en otro momento. Ahora lo que más le acuciaba era el deseo y las ganas de follarse a su nueva perra. Se abrió el pantalón delante de ella y se sacó la polla. Era grande y estaba ya muy crecida y dura. Se la acarició con una mano, ofreciéndosela a Claudia.

-Esto es lo que quieres, ¿verdad, perra? Sé que lo estás deseando. En seguida lo tendrás dentro de tu ano.

Dio la vuelta al sofá y se situó detrás de Claudia. Claudia miró suplicante a Isabel pero ésta sólo sonrió y se inclinó para besarla.

-Has jurado obedecerme, perrita. Tu nuevo amo va a follarte, a desvirgarte. Disfruta del placer y del dolor que vas a sentir. En el fondo casi siento envidia, una mujer sólo puede ser desvirgada una vez en la vida.

JM posó una mano en una de las caderas de Claudia. Tenía las nalgas rojas por los azotes. Con la otra mano dirigió la polla a la entrada del ano. Era muy pequeño y se veía casi cerrado. JM disfrutó con anticipación del dolor que le iba a infligir aquello a Claudia, y el placer, sobre todo para él.

Apoyó la punta de la polla en la entrada del ano y empujó. Claudia contuvo la respiración. En cuanto sintió la polla de JM en la entrada de su ano, se dio cuenta de que no había dudas, aquello no era una broma ni nada parecido, la iba a follar, desvirgar, violar, la iba a hacer un daño indecible. Y cuando la polla empezó a empujar e introducirse dentro de ella, primero aguantó la respiración, luego se le saltaron las lágrimas, luego gritó. Isabel mientras la acariciaba, la llamaba “perrita buena” y la besaba, disfrutando de su cara de dolor y aflicción.

JM siguió empujando y penetrando, lentamente, hasta casi meterla entera. Por un momento quedó como bloqueada, como si ya no pudiera avanzar más, pero dio un empujón brusco y la polla siguió avanzando, hasta que consiguió introducirla toda. Claudia tenía la sensación de que la habían partido por la mitad, como si la hubieran clavado una barra de metal. El último grito se le cortó en la garganta y se quedó muda, llorando y sudando gotas frías.

JM contuvo la polla un momento toda dentro de Claudia, sin moverse, y luego la empezó a sacar. Antes de sacarla entera, volvió a introducirla. Lo repitió varias veces, lentamente, de forma que el ano de Claudia se fuera dilatando poco a poco. No se había dilatado mucho, cuando JM decidió dejarse de contemplaciones y se puso a penetrarla en serio, metiendo y sacando la polla con brusquedad y violencia. Claudia gritó de dolor, cada empujón de JM lo sentía con un dolor lacerante en todo su cuerpo, no sólo en el culo. Claudia gritaba histérica de dolor, mientras JM la follaba con unas ganas largamente contenidas, e Isabel la besaba y se masturbaba disimuladamente, disfrutando viéndola sufrir.

JM estaba exultante, la imagen, la visión que tuvo aquel día tomando café con Claudia, se había hecho realidad, no sólo había visto como era seducida y sometida por su propia esclava, sino que ahora disfrutaba del placer de desvirgarle el ano.

JM sacó la polla del ano de Claudia. Había pequeñas gotas rojas en ella. Se la clavó de nuevo, pero esta vez no lentamente y con suavidad, sino de un solo golpe. El grito de Claudia retumbó por toda la casa. La sacó y volvió a meterla de un golpe. Dos, tres, cuatro veces. La dejó dentro y siguió follándola con furia. Isabel le había propuesto ponerle una bola con correa en la boca para mitigar sus gritos, pero JM dijo que le excitaba oírla gritar.

Cuando ya no pudo más, no se contuvo, y se corrió dentro del ano de Claudia. Se lo llenó de semen. Y no se salió de ella hasta que no echó hasta la última gota. Cuando sacó la polla por última vez, la tenía morada por la presión a la que la había sometido. Claudia había dejado de gritar y ya sólo sollozaba y gemía de dolor y humillación.

-Es normal que te haya dolido tanto, perra, tenías el ano muy cerrado, me ha costado mucho follarte. Pero no te preocupes, ya verás cómo cada vez te dolerá menos, la próxima vez lo disfrutarás mucho más.

Dio la vuelta al sofá, con la polla colgando por encima del pantalón y se colocó en frente de Claudia. Su cara era un poema, roja, surcada de lágrimas, congestionada. Cuando se hubo serenado un poco, el dolor del ano aún latente en su interior, JM cogió a Isabel de la mano y la situó delante de Claudia.

-Sé que Isabel te ha hecho convertirte en su perrita, y sé que ha disfrutado mucho siendo tu ama. ¿Pero sabes que ella es mi perra?, ¿mi sumisa y obediente esclava? ¿Verdad, puta?

-Sí, amo.

-Ahora Claudia quiere que se lo demuestres. Desnúdate para ella.

Sin dudar, Isabel se quitó toda la ropa hasta quedar completamente desnuda, como Claudia. Estando las dos a solas, ella había disfrutado tratando a Claudia como su perra, humillándola y manteniéndose siempre por encima de ella. Ahora su amo estaba allí, y su obediencia hacia él era lo primero, aunque eso supusiera ser humillada delante de Claudia. La actitud de Isabel había cambiado completamente, ahora era sumisa y se moría por complacer a su amo.

JM se colocó a su espalda, cogido a su cuerpo, una mano en un pecho, la otra masturbándola suavemente. La ordenó agacharse y lamerle la polla, recién salida del ano de Claudia. Y lo hizo sin titubear, los ojos brillándole por el hecho de estar obedeciendo a su amo.

El ano le escocía y dolía horriblemente a Claudia, y el resto del cuerpo, donde Isabel la había fustigado, lo sentía como en carne viva, tanto le dolía todo, que apenas notaba el dolor en los pezones por las pinzas, pero aún así, sintió cierto placer y excitación al ver a Isabel obedecer y humillarse ante JM, al que ella consideraba su amo.

Cuando terminó de lamerle la polla, JM la hizo ponerse a cuatro patas, como Claudia había estado con Isabel, agachar la cabeza y lamer sus zapatos. Claudia sí que sintió placer al ver cómo trataban a Isabel como ella la había tratado antes.

Tras un rato, JM ordenó a Isabel que soltara a Claudia, lo que hizo inmediatamente. Claudia casi no pudo ponerse de pie, llevaba demasiado tiempo en la misma postura, al circular la sangre por sus muñecas y tobillos, sintió un gran dolor, pero nada comparado con el que aún sentía en el ano. Se miró las tetas, tenía marcas de los azotes y los pezones durísimos y morados por culpa de las pinzas, supuso que el resto del cuerpo lo tendría igual que las tetas, lleno de marcas rojas. Las plantas de los pies lo dolieron al apoyarse. Le permitieron vestirse y lo hizo lentamente, con cuidado de no provocarse más dolor del que ya sentía. Cuando estuvo vestida, JM se acercó a ella y la apretó fuertemente de un pecho.

-Lo tienes todo para ser una perra modélica. ¿Serás obediente y sumisa, perrita?

-Sí, amo.

Era la primera vez que le llamaba de esa manera. Pero no veía de qué otra manera podía referirse a él después de todo lo que había pasado no sólo ese día, sino los anteriores.

Complacido, JM cogió a Isabel del pelo, la dio una violenta y sonora bofetada y se la ofreció a Claudia. Ordenó a Claudia besarla, y las dos se fundieron en un largo y profundo beso. Cuando se separaron, JM abofeteó a Claudia igual que había hecho con Isabel, para dejar claro quién era el amo y quienes las perras.

Claudia se fue de casa de JM, ya sabiendo claramente quién era el verdadero dueño de la casa, y andando con dificultad, se dirigió a la parada de autobús para ir a su casa. Atrás dejó a su amo y a Isabel, quizá también su ama, que seguramente se disponían a pasar otra sesión de placer y dolor.