La dominación de Isabel. 19
Isabel convierte en sumisa a Claudia.
Las órdenes y últimas instrucciones estaban muy claras. El tercer contacto con Claudia debía dar un salto cualitativo y cuantitativo en cuanto a sumisión y dominación. Lo que había pasado hasta el momento estaba muy bien, y pese a la terrible bronca de su amo, Isabel sabía que en el fondo estaba muy satisfecho con ella. Pero las cosas no podían quedarse en sesiones de hacer el amor entre Isabel y Claudia. Su amo quería mucho más, y era el momento de dar el paso en esa dirección. Las bases ya estaban puestas. Sólo quedaba explotarlo.
En el trabajo, al día siguiente, Isabel se acercó a la mesa de Claudia, se arrimó a ella y le habló en voz baja por si alguien las escuchaba. Le dijo lo bien que lo había pasado con ella las dos veces que habían tenido contacto sexual, lo mucho que le excitaba, y cómo se había masturbado la noche pasada con sus braguitas, oliéndolas, chupándolas, frotándoselas en el coño.
Claudia la escuchaba y su cara se volvió roja, se excitó y sintió mucho calor en todo el cuerpo. Aún se sentía avergonzada por todo lo que estaba pasando, le daba vergüenza, sentía que estaba haciendo algo malo, pero al mismo tiempo no podía ocultar lo increíblemente bien que lo había pasado con Isabel, las sensaciones que había experimentado. Y no quería perder eso, no quería que aquello terminara.
Le propuso ir esa tarde a su casa otra vez, y pese a las dudas iniciales de Claudia, no tuvo que insistir mucho. Al salir de trabajar irían allí directamente.
Cuando llegaron a casa de JM esa tarde, nerviosa Claudia, ansiosa Isabel, repitieron los mismos pasos que la última vez, sólo que esta vez no fue necesario que Isabel echara nada en la bebida de Claudia. Había ido por su propia voluntad, y esta vez sabía perfectamente a qué iban.
Como la otra vez, ni su amo ni Max estaban en la casa. Se preguntó por qué tanto afán en que follara con ella si él no lo veía y no podía disfrutarlo. Pero desechó el pensamiento en seguida, no era asunto suyo lo que su amo hiciera o no hiciera, ella no estaba para cuestionar, sólo para obedecer. Y eso es lo que iba a hacer esa tarde.
Puso música, sirvió unas bebidas, y dejó a Claudia cómodamente instalada en el sofá. Le dijo que iba a cambiarse, que no tardaba nada. Era parte de las instrucciones de su amo. Dijo que le dejaría ropa en la única habitación, aparte del salón, la cocina y el baño que tenía permiso para entrar, “la habitación del placer y el dolor”. Fue hasta el final del pasillo, con la llave que abría la habitación. Entró y vio la ropa en seguida, encima de una mesa. Un vestido muy corto de verano, negro, de tirantes, fino. No había ropa interior, lo que quería decir que su intención era que no llevara nada debajo del vestido. Los zapatos le encantaron. Negros, con plataforma y un tacón altísimo, dos tiras paralelas en el empeine y un agujero en la punta para que asomaran dos dedos por pie. Preciosos.
Se desnudó y se lo puso todo en seguida. Claudia estaba en el sofá, relajada, ya no se sentía tan incómoda con Isabel, ni nerviosa. Por supuesto todo lo que le estaba pasando le parecía que iba demasiado deprisa, pero Isabel la hacía sentir bien, era dulce, excitante, y totalmente sincera en cuanto a sus sentimientos y a lo que quería con y de ella. Su sinceridad le gustaba.
Estaba distraída en sus pensamientos cuando oyó por el pasillo el sonido de tacones avanzando lentamente y acercándose. Cuando habían llegado a la casa, Isabel no llevaba tacones. Se dio cuenta de que estaba impaciente por verla. El repiqueteo de los tacones entró en el salón y Claudia se volvió para verla. Se quedó sin respiración.
Isabel estaba maravillosa. El vestido negro, corto, le sentaba perfectamente, realzaba todo su cuerpo, sus pechos, de los que se veía bastante, su cintura, sus piernas. Se dio cuenta de que no llevaba ropa interior, ni sujetador, lo cual era obvio, pero tampoco bragas, lo que también se notaba. Los zapatos, de infarto, realzaban de manera prodigiosa sus piernas. Viéndola así vestida, se avergonzó de su propio cuerpo, no sintió celos, ni envidia, ni rabia, sólo vergüenza. Pero Isabel la hacía sentir tan bien, que al acercarse le dejó claro lo mucho que la deseaba, pese al cuerpo tan vulgar que tenía comparado con el suyo.
-¿Estoy guapa?
Era una pregunta retórica. Por supuesto que estaba guapa. Isabel lo dijo sonriendo perversa, su especialidad. Claudia se levantó, con los tacones, ahora Isabel era mucho más alta que ella, se acercó a ella. Se besaron con pasión, recorriéndose los cuerpos con manos hambrientas.
Pero esa tarde iba a haber algo más que simplemente sexo. Las instrucciones de su amo eran muy precisas. Hoy empezaba el sometimiento de Claudia. Su amo le había dado varias ideas, pero Isabel tenía también ideas propias, y estaba deseando ponerlas en práctica.
Tras besarse un rato, disfrutando de la boca y la lengua y las caricias una de la otra, Isabel se sentó y le pidió a Claudia que se desnudara para ella. Claudia no veía nada malo en lo que le pedía, incapaz de intuir el ligero aroma de la dominación en el inocente en apariencia gesto de desnudarse delante de Isabel, cuando ella seguía vestida.
Con la bebida en una mano, cruzadas las piernas, balanceando ligeramente el pie en el aire, Isabel observaba como la reina que su amo le negaba ser, cómo la guarra de Claudia se desnudaba, inocente, sin saber a qué la tenía destinada alguien de quien todavía no podía ni sospechar que se encontraba en las sombras de todo aquello.
Claudia iba como siempre, un pantalón vaquero, una camiseta y unas zapatillas. Había pensado en ponerse más guapa, arreglarse para Isabel, pero le parecía excesivo. Se quitó todo, mirando a los ojos a Isabel, como ella la miraba. Cuando terminó, se quedó un momento quieta, esperando una palabra de Isabel.
Uno de los métodos para comenzar la sumisión de Claudia, de forma sutil, era el uso de vocabulario obsceno y sexual constantemente para referirse a ella o a lo que hacían, eso lo tenía muy claro Isabel. Y ese día era el ideal para explotar ese vocabulario. Mientras se besaban, la había llamado “perrita”, refiriéndose a ella también como “mi perrita”. Claudia no veía nada malo en ello, incluso le excitaba el uso de esa palabra en ese contexto.
Sin descruzar las piernas, Isabel recorrió con la mirada el cuerpo de Claudia, como si lo examinara. Por un momento Claudia se sintió ligeramente incómoda, pero en seguida se le pasó. El espacio delante del sofá donde Isabel estaba sentada estaba vacío, no había ninguna mesita, ahora ese espacio lo ocupaba sólo Claudia, desnuda, de pie sobre una pequeña alfombra.
- Mi amor, ¿Por qué no te agachas y te pones a cuatro patas, como una perrita, y vienes hacia mí? ¿Lo harías por mí?
Claudia no vio nada malo en ello. De hecho, con alguno de los chicos con los que había salido, a veces habían introducido algún juego sexual en sus prácticas, creía que era algo normal en la vida sexual. Por eso no vio nada siniestro en la petición de Isabel ni en la elección de sus palabras, ni en el tono de voz. Se arrodillo y avanzó desde donde estaba, casi al lado del sofá, a cuatro patas hasta llegar a tocar a Isabel. Sólo le pareció un inocente juego.
- Perrita buena, perrita de su ama .
Isabel se había incorporado para acariciarle el pelo a Claudia, que seguía a sus pies a cuatro patas. Se inclinó más y la besó en la boca, como un premio por haber llegado hasta allí a cuatro patas. Claudia no lo entendió como tal, sólo le excitaba que Isabel la besara. Tampoco prestó atención a la palabra “ama”.
-¿Te gustan mis zapatos nuevos, mi amor?
-Sí, muchísimo, son preciosos.
Claudia los miraba, le parecían de verdad muy bonitos. Seguía estando a cuatro patas sobre la mullida alfombra.
Isabel seguía con las piernas cruzadas, balanceando suavemente el zapato que no tocaba el suelo.
-Dale un besito a mis zapatos nuevos, mi vida. Perrita mía .
Claudia no estaba segura de si aquel juego no estaría yendo demasiado lejos, pero tampoco vio mucho mal en seguirle el juego. Sólo podía pensar que hasta ahora, el tiempo que habían pasado juntas había sido maravillosamente excitante. Así que sin pensarlo más, besó el zapato que había dejado de balancearse para que lo besara más cómodamente. Luego agachó la cabeza y besó el otro zapato. Isabel se incorporó y le acarició el pelo de nuevo, como se haría con un perro de verdad.
- Muy bien, perrita. Pasa la lengua por ellos, vamos, mi amor .
Claudia sacó la lengua y lamió el zapato que había estado besando. Sabía a nuevo, a cuero, a productos químicos, a betún. Su saliva lo dejaba brillante. Siguió lamiendo. Isabel la miraba encantada, todo iba según el plan.
En su puesto de observación, la cámara funcionando como la última vez, JM observaba maravillado el cuerpo de Claudia, su posición a cuatro patas, cómo Isabel había logrado de una manera tan fácil y sutil dominarla y que lamiera sus zapatos. Isabel también le excitaba. En cuanto la vio vestida con la ropa que él mismo había comprado por internet para ella, le entraron ganas de salir de donde estaba y follársela allí mismo. Bueno, ya tendría ocasión de someterla con ese mismo vestido.
Claudia seguía pasando la lengua por el zapato, rozaba la piel del pie de Isabel, el dedo con la uña pintada rojo sangre que asomaba por el agujero de la punta. Descruzó las piernas y apoyó los dos zapatos en el suelo, para que Claudia lamiera los dos juntos. Pero casi en seguida se quitó uno de los zapatos y lo sostuvo delante de la cara de Claudia.
- Te gustan mucho mis zapatos, ¿a que sí? ¿Quieres jugar con mi zapato, perrita? Di que sí.
Claudia asintió con la cabeza e Isabel le dio el zapato. Por primera vez desde que se había colocado en esa postura, Claudia separó las manos del suelo, para coger el zapato.
- Juega con él, perrita mía, chúpalo .
Arrodillada en el suelo, Claudia se llevó el zapato a la boca y lo chupó por dentro. Isabel lo movió con la mano para que la suela quedara junto a la boca de Claudia. Con un gesto la animó, y Claudia lamió la suela. Isabel se inclinó y lo cogió, ofreciéndole el tacón.
-¿Vas a chupar el tacón, perrita? Hazlo como si fuera una polla, como chupamos ayer el consolador .
Claudia lo chupó, pasó la lengua a lo largo de todo el tacón y luego se lo metió en la boca. Se lo sacó y volvió a metérselo, repitiéndolo rítmicamente como si de una polla se tratara. Isabel le acariciaba el pelo y le decía dulzuras intercaladas con algún comentario sumiso. Cuando se cansó, Isabel le cogió de nuevo el zapato.
- Ahora vamos a jugar las dos con él, mi vida, voy a darte mucho placer con él, ¿quieres, perrita?, ¿quieres que tu ama te dé placer con él?
Siguiendo el juego de ama/perrita, Claudia dijo que sí.
La ordenó subir al sofá. Isabel se puso de pie, con el zapato en la mano, y sentándose junto a Claudia, que se había tumbado, empezó a pasar el tacón por su cuerpo. Recorrió sus tetas, los pezones, que apretó con la punta del tacón. Claudia gimió de dolor, pero no dijo nada, no se quejó. Todo aquel juego era extraño, pero no le incomodaba demasiado. No le importaba seguir con el juego de Isabel. Siguió bajando por su piel con el tacón, llegó al ombligo, y siguió bajando hasta llegar al coño. Siguió y repasó con el talón la raja del culo, rozando la entrada del ano. Recordaba perfectamente que su amo le había prohibido usar su ano, así que no se entretuvo más en él. Volvió de nuevo al coño. Empezó a pasar el tacón entre los labios vaginales. Claudia estaba incómoda, miró interrogativamente a Isabel, sin llegar a decir nada, pero ésta la ignoró. Y antes de que pudiera decir algo, le introdujo el tacón en el coño.
Claudia ahogó un grito. No imaginaba que llegaría a hacer eso, pensaba que simplemente la excitaría con el contacto de la punta del tacón por su piel. Creía que aquello estaba llegando demasiado lejos.
Isabel se lo introdujo hasta el fondo, todo lo que pudo, lentamente, sin brusquedades, y al mismo tiempo acariciaba a Claudia y la hacía el sonido para que no hablara, como a un niño pequeño. La folló de esa manera, con el tacón, durante un rato, luego lo sacó y le introdujo la punta, tras haberla frotado antes en la entrada, hasta que se mojó. La penetró un rato, alternativamente con la punta y con el tacón. Y sin dejar que se corriera, se lo dio a chupar. Claudia lo lamió de nuevo todo, la punta, el tacón, incluso la suela. Isabel estaba encantada.
- Qué buena es mi perrita. Tan obediente. Y caliente. Casi, casi como una putita.
Se irguió sobre ella y dejó caer saliva sobre su boca. Claudia abrió la boca y recibió la saliva. Isabel lo repitió, pero esta vez apuntando a su cara, como si no hubiera apuntado bien. En seguida la cara de Claudia estuvo llena de saliva. Al final, la escupió, una sola vez, fuerte, por sorpresa.
Claudia se sentía muy incómoda, no le gustaba lo que estaba pasando, cómo se comportaba Isabel. Quería creer que sólo era parte de un juego, que en seguida dejarían todo eso y harían el amor, que era lo que ella esperaba y deseaba.
-¿Tú…tú no te desnudas, Isabel?
- No, perrita, las amas no se desnudan, sólo las perritas buenas como tú .
Las tetas de Isabel medio saliéndose del vestido la provocaban, notar que no llevaba braguitas también, sus pies, todo su cuerpo, pero Isabel sólo jugaba con ella, no era como las otras veces.
-¿Quieres darme placer, perrita mía?
-Sí, Isabel, claro que sí.
Isabel se subió el vestido y se puso de rodillas en el sofá, ofreciéndole el culo.
-Lámeme el culito, mi vida.
Más que un deseo, sonaba como una orden, por el tono de voz usado. Pero aún así, Claudia se levantó del sofá y besó las nalgas de Isabel. Pasó la lengua por la raja, y acabó frotándola contra la entrada del ano. Intentó meterla, pero era muy complicado y sólo lo consiguió un poco. Lo suficiente para darle placer a Isabel y dejarla satisfecha por su obediencia.
Sin dejar la postura, Isabel le preguntó si llevaba el consolador que habían usado el día anterior. Lo llevaba. Lo sacó.
- Cógelo y fóllame, perrita, vamos .
Claudia lo acercó al coño de Isabel y lo introdujo. Estaba mojado y entró con facilidad. La folló con él hasta que se corrió, entre gemidos y gritos, entre los que llamaba a Claudia puta, perra, zorra, que siguiera, que no parara. Cuando se corrió quedó relajada, descansada, casi toda la adrenalina acumulada hasta el momento desaparecida.
Claudia seguía con el consolador en la mano, viendo la expresión de felicidad de Isabel.
- Vamos, chúpalo, perra, déjalo limpio .
Claudia empezó a chuparlo, pero al poco Isabel se lo arrebató de las manos, la hizo ponerse a cuatro patas en suelo, otra vez, como la perra que era, y cuando estuvo así, se sentó en el suelo a su lado y la folló el coño con el consolador, con rabia. El orgasmo fue violento, intenso y largo. Cuando por fin le sacó el consolador de dentro, Claudia cayó al suelo rendida. Isabel la dejó allí descansando y recuperándose, y fue a ducharse y cambiarse de ropa.
Cuando volvió, ya cambiada, Claudia seguía en el suelo, sobre la alfombra, desnuda, esperándola. Isabel se agachó y la besó con ternura en la boca. La ternura se convirtió en lujuria. Claudia la habría estado besando toda la vida. Pero se separaron.
- Has sido una perrita maravillosa .
Las palabras de Isabel le gustaron, pese a que siguiera con el juego de llamarla “perrita”.
Se vistió, observada por Isabel. Ya no le daba pudor desnudarse y vestirse delante de otras personas, al menos no delante de Isabel. Como la última vez, Isabel la llevó en coche hasta su casa, ya por la noche. Pero esta vez, con el coche parado, tras hablar de cuándo verse, si cuando volvieran a coincidir o antes por su cuenta, de si le había gustado lo de hoy, que Claudia le reconoció que había sido extraño, algunas cosas sí, muy excitantes, pero otras no tanto, finalmente, Isabel la despidió con un profundo y prolongado beso en la boca, que sorprendió a Claudia, pues la última vez había sido muy educada y recatada en ese aspecto. Cuando por fin sus bocas se separaron, Isabel le preguntó si sería su perrita. Claudia, aún con el beso flotando en su boca, dijo que sí.
JM estaba sentado, desnudo, en el sofá de su casa, como la otra vez, saboreando el calor y los olores que flotaban en el ambiente. Estaba viendo el vídeo de la sesión de esa tarde entre sus dos perras. Superaba con creces el anterior vídeo. Y estaba seguro de que cada día superaría al anterior. La polla en una mano, en la otra las bragas usadas de Claudia. Estaba demasiado impaciente para esperar a ver a Isabel, y la llamó a su casa, le importaba muy poco que fuera muy tarde y su familia y ella misma ya estuvieran acostados. La voz baja de Isabel le confirmó que ya estaban acostados y durmiendo. Daba igual, quería oír de su boca los detalles de todo lo que no estuviera en el vídeo con el sonido quitado que tenía delante.
Isabel se los dio todos, el beso de despedida, su opinión sobre cómo progresaba el sometimiento de Claudia, todo. La humilló un poco antes de colgar sin despedirse y volvió a su vídeo.
Se preguntó si ya había llegado el momento de entrar él en escena.